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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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EL MARTILLO<br />

Y LA HOZ<br />

Y OTROS CUENTOS<br />

VARIOS AUTORES


EL MARTILLO Y LA HOZ<br />

Y OTROS CUENTOS<br />

VARIOS AUTORES


EDICIÓN:<br />

Rafael Grillo, Leopoldo Luis.<br />

DISEÑO:<br />

Hector Otero.<br />

COMPOSICIÓN:<br />

Escael Marrero.<br />

ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA:<br />

Amilkar Feria.<br />

ILUSTRACIONES INTERIORES:<br />

Acebo (pág. 152, 190, 273), Amilkar Feria (pág. 10, 40, 48, 116, 168, 212,<br />

284), Alfredo Rosales (pág. 25), Boligán (pág. 65), Aramís Santos (pág. 79,<br />

176), Luis Lamothe (pág. 108, 183), Javier Guerra (pág. 126, 134), Niels Reyes<br />

(pág. 145), Yaumil Hernández (pág. 224), Zardoyas (pág. 99).<br />

© Todos los autores incluidos en el libro, 2011.<br />

© Sobre <strong>la</strong> presente edición: <strong>Isliada</strong> Editores, 2011.<br />

COLECCIÓN 21CUC-SXXI<br />

Web: http://www.isliada.com<br />

Email: isliada@isliada.com


ÍNDICE<br />

INTRODUCCIÓN / 7<br />

NARRATIVA<br />

15 000 <strong>la</strong>tas de atún y no tenemos cómo abrir<strong>la</strong>s / 10<br />

Jorge Enrique Lage<br />

Patas al aire / 25<br />

Rafael de Águi<strong>la</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> / 40<br />

Emerio Medina<br />

Las lecciones del vampiro / 48<br />

Miguel Terry Valdespino<br />

La lista del cubo / 65<br />

Ahmel Echevarría<br />

En menudos pedazos / 79<br />

Jorge Ángel Pérez<br />

<strong>El</strong>ementos comunes / 99<br />

Yonnier Torres


ÍNDICE (Continuación)<br />

LITERATURA POLICIAL<br />

Sinfonía para un crimen / 108<br />

Yamilet García Zamora<br />

<strong>El</strong> último jonrón / 116<br />

Leopoldo Luis<br />

Disles que no me maten / 126<br />

Lorenzo Lunar<br />

Hierve <strong>la</strong> sangre / 134<br />

Rafael Grillo<br />

Con <strong>la</strong>s manos limpias / 145<br />

Rebeca Murga<br />

<strong>El</strong> viejo que se comía <strong>la</strong> suerte / 152<br />

Mario Brito<br />

Confesiones / 168<br />

Obdulio Fenelo


ÍNDICE (Continuación)<br />

CIENCIA FICCIÓN<br />

Castigo y crimen / 176<br />

Yonnier Torres<br />

En cande<strong>la</strong> con Ochosi / 183<br />

Erick J. Mota<br />

Fangio’s in memoriam big race / 190<br />

Yoss<br />

<strong>El</strong> “Incidente Johnson-Muñoz” / 212<br />

Gabriel J. Gil<br />

Shift / 224<br />

Juan Pablo Noroña<br />

Arbitrio judicial / 273<br />

Jeffrey López Dueñas<br />

Dioses a <strong>la</strong> carta / 284<br />

Carlos A. Duarte Cano<br />

LOS AUTORES / 293


INTRODUCCIÓN<br />

COLECCIÓN 21CUC-SIGLO XXI:<br />

EL VERDADERO LIBRO DE TUS CUENTOS FAVORITOS<br />

¿Acaso nunca desearon ustedes, lectores como tantos<br />

<strong>otros</strong>, tener <strong>la</strong> oportunidad de hojear un libro que<br />

reuniera sus <strong>cuentos</strong> predilectos? Hab<strong>la</strong>mos de recorrer<br />

unas páginas de narrativa elegidas por ustedes mismos y no<br />

por alguien que lo hiciera en su lugar… A ustedes, lectores entre<br />

tantos, de seguro ese sueño les ha perseguido de modo recurrente.<br />

Ese es el propósito principal de <strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> y <strong>otros</strong><br />

<strong>cuentos</strong>, volumen con el que inauguramos lo que nos<strong>otros</strong>, los<br />

editores de <strong>Isliada</strong>.com, quisiéramos que llegara a ser toda una<br />

colección: <strong>la</strong> “Colección 21CUC-Siglo XXI”.<br />

¿Por qué “21CUC-SXXI”? Sencillo: significa “21 <strong>cuentos</strong><br />

cubanos del siglo XXI”. La misma cantidad de re<strong>la</strong>tos que de<br />

centurias: en <strong>la</strong> cifra no se esconde cába<strong>la</strong> alguna. 21 <strong>cuentos</strong> que<br />

eligen ustedes, los usuarios de <strong>Isliada</strong>.com. Sitio Web sobre literatura<br />

cubana contemporánea, a través de una encuesta on-line que<br />

permite conformar un libro digital para ser descargado y leído de<br />

forma gratuita.<br />

Como <strong>la</strong> narrativa de ficción ocupa tres secciones de <strong>Isliada</strong><br />

(Narrativa General, Literatura Policial y Ciencia Ficción y<br />

Fantasía), actualizadas con regu<strong>la</strong>ridad, los editores creímos adecuado<br />

que en <strong>la</strong> encuesta se votara para elegir 7 re<strong>la</strong>tos por cada<br />

categoría.<br />

Y dado que el sitio web nació el 20 de junio, y ya para <strong>la</strong> fecha<br />

del 20 de octubre se había reunido una suficiente cantidad (y<br />

calidad) de textos narrativos, decidimos el cierre en esa fecha para<br />

que el primer volumen recogiera una selección de los primeros<br />

cuatro meses de vida de <strong>Isliada</strong>.com.<br />

La otras intenciones que persigue esta “Colección 21CUC-<br />

Siglo XXI” y el modo de hacer <strong>la</strong>s compi<strong>la</strong>ciones por <strong>la</strong> vía del<br />

voto de los lectores, se desprenden del objetivo primordial de<br />

7


<strong>Isliada</strong>.com, aquel por el cuál surgimos, que es el de contribuir a<br />

<strong>la</strong> divulgación a esca<strong>la</strong> global, con los recursos de Internet, de <strong>la</strong><br />

literatura que hoy están haciendo los escritores cubanos.<br />

¿De qué manera, nos preguntábamos, se puede incentivar a los<br />

usuarios a ir más allá de lo ofrecido en Portada y que se adentren,<br />

además, en los <strong>otros</strong> textos literarios que se van almacenando en<br />

<strong>la</strong> base de datos del sitio?<br />

¿Por qué otras vías, además de <strong>la</strong> frías estadísticas sobre visitantes<br />

y entradas, podemos retroalimentarnos mejor sobre cuánto<br />

nos leen, qué prefieren o qué buscan los lectores de <strong>Isliada</strong>.com?<br />

¿Cómo hacer más consistente <strong>la</strong> finalidad promocional de <strong>la</strong> página<br />

web y diversificar<strong>la</strong> también mediante otras maneras de ofrecer<br />

los contenidos?<br />

Por el momento, <strong>la</strong> “Colección 21CUC-Siglo XXI” y su método<br />

de <strong>la</strong> encuesta, ha servido como respuesta a esas interrogantes<br />

nuestras. Y para ustedes, lectores como tantos <strong>otros</strong>, esta ha sido<br />

una maravillosa, y también poco usual, oportunidad de participar<br />

en <strong>la</strong> confección del libro de sus <strong>cuentos</strong> favoritos.<br />

Los re<strong>la</strong>tos que aparecen a continuación, 7 por cada categoría,<br />

son entonces aquellos a los que ustedes otorgaron <strong>la</strong> mayor cantidad<br />

de votos. Disfrútenlos.<br />

EDITORES DE ISLIADA.COM<br />

NOTA DE LOS EDITORES<br />

En <strong>la</strong> encuesta realizada en el sitio web de <strong>Isliada</strong>.com para<br />

escoger los <strong>cuentos</strong> que conformarían este libro, aparece el re<strong>la</strong>to<br />

“Saxo” entre los más votados de <strong>la</strong> sección Narrativa. Sin embargo,<br />

el cuento no fue incluido en este volumen por voluntad expresa<br />

de su autor, Alberto Guerra. En su lugar, incluimos “<strong>El</strong>ementos<br />

comunes” de Yonnier Torres, que fue el octavo cuento más votado<br />

dentro de Narrativa, y así mantuvimos <strong>la</strong> cifra de siete re<strong>la</strong>tos<br />

por cada sección.<br />

8


NARRATIVA


15 000 <strong>la</strong>tas de atún y no<br />

tenemos cómo abrir<strong>la</strong>s<br />

Jorge Enrique Lage


NARRATIVA<br />

Cuando terminé mi primera nove<strong>la</strong> <strong>la</strong> llevé a <strong>la</strong> editorial<br />

Letras Cubanas (oigan cómo suena: Letras Cubanas) y allí<br />

me dijeron que no estaban recibiendo originales. Más<br />

exactamente: que no estaban publicando libros.<br />

Visité otras editoriales: Unión, Abril, Zona Franca, Extramuros,<br />

Beri-Beri, Unicornio, Sed de Belleza, La Ratonera, y en todas<br />

recibí <strong>la</strong> misma negativa: ¿Libros? No, ya no tenemos nada que<br />

ver con eso.<br />

Mi última esperanza era una casa editora alternativa cuyo<br />

nombre omitiré. Pero hasta allí habían llegado <strong>la</strong>s ronchas de <strong>la</strong><br />

epidemia. O <strong>la</strong>s orientaciones del Ministerio. En <strong>la</strong> entrada, un<br />

puercoespín disfrazado de recepcionista me explicó que se había<br />

tomado una decisión ante el éxodo masivo de autores. Cada vez<br />

quedaban menos autores en el país.<br />

Me pareció una ligereza afirmar algo semejante, pero no quise<br />

discutir.<br />

Una cosa era cierta: los rumores de viajes sin retorno, aunque<br />

nunca se convertían en noticias oficiales, tenían <strong>la</strong> periodicidad y<br />

el tedio de los partes meteorológicos. Recientemente, vía Feria del<br />

Libro de Guada<strong>la</strong>jara, había llegado a Texas un poeta que usaba<br />

<strong>la</strong>s dendritas y los axones como si fueran a<strong>la</strong>mbres de púas.<br />

Mientras tanto aterrizaba en Europa un crítico recién graduado<br />

cuyas ideas eran del tipo de ideas que hacen enloquecer: a él<br />

mismo y a los demás. (Pensar todo el tiempo en Lorenzo García<br />

11


NARRATIVA<br />

Vega: eso no puede ser bueno.)<br />

Ya me iba cuando <strong>la</strong> vi entrar.<br />

Demasiada realidad por una puerta.<br />

Tenía todo lo que un día quisiste ver y nunca te atreviste a<br />

mirar. Un cuerpo hecho para nadie. <strong>El</strong> pelo exacto. Ojos que<br />

golpean. Le dije:<br />

—De todas formas, aquí no se publicaba lo que yo quería leer.<br />

Me miró, sorprendida o leyéndome como se lee un manifiesto,<br />

y miró el manuscrito bajo mi brazo. La sonrisa esperada. Una voz<br />

suave que dijo: Pobrecito.<br />

Yo seguí: ¿Cuándo hubiéramos tocado esos libros de los que<br />

todos hab<strong>la</strong>n y que hace cinco, diez, veinte años, pasaron por <strong>la</strong>s<br />

manos del resto del mundo? ¿Dónde están los libros de tus<br />

contemporáneos, todo lo que se está escribiendo ahora mismo<br />

fuera de aquí? <strong>El</strong> verdadero sistema editorial nos queda lejos, y<br />

nos queda grande.<br />

—Ese sistema editorial es un negocio —atacó el<strong>la</strong>.<br />

—De acuerdo. Pero en ese negocio está el papel, y por ahora <strong>la</strong><br />

literatura se va a seguir imprimiendo.<br />

—<strong>El</strong> 90% de lo que se imprime hoy en el mundo, es mierda.<br />

—C<strong>la</strong>ro. También el 90% de lo que se imprimía aquí.<br />

Agregué que el 90% de cualquier cosa, es mierda.<br />

—Aunque quizás tú seas una excepción.<br />

—Por supuesto que lo soy —dijo, y señaló mi manuscrito—.<br />

¿Me dejas verlo?<br />

Instantes después estábamos metidos en una oficina pequeña<br />

donde todo parecía desmontable o improvisado. Un venti<strong>la</strong>dor<br />

chirriaba en el techo. Un montón de números de Esquire en el<br />

suelo. Vi en portada a Charlize Theron (Libido, Ergo Sum) de<br />

blúmer negro con encajes y blusa b<strong>la</strong>nca y en <strong>la</strong> blusa, <strong>la</strong> famosa<br />

foto de Einstein sacándonos <strong>la</strong> lengua.<br />

<strong>El</strong> tipo de imágenes en <strong>la</strong>s que creo.<br />

—Me l<strong>la</strong>mo Laura. Trabajo aquí.<br />

12


NARRATIVA<br />

También había una computadora. Laura se sentó frente a el<strong>la</strong><br />

y me invitó a sentarme donde yo quisiera.<br />

—Soy editora. Y además escribo. Pero en Internet. Mira.<br />

Era una blogger con categoría. De culto, podría decirse.<br />

Mantenía una web con récord de visitas y actualizaciones diarias,<br />

en<strong>la</strong>zada por los mejores entre los mejores y devenida punto de<br />

referencia.<br />

O línea de referencias.<br />

Su nombre: Carbono 14.<br />

Piezas para armar una hipercopiadora, o algo así.<br />

Miré <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> y miré mi nove<strong>la</strong> y miré a Laura.<br />

Por alguna razón, aquí nos besamos.<br />

Sin mucho énfasis, es cierto.<br />

Sin puntuación.<br />

Le pregunté a qué se dedicaban ahora <strong>la</strong>s editoriales, cuál era<br />

el trabajo de una editora además de asaltar <strong>la</strong> boca de los<br />

desconocidos.<br />

Entonces el<strong>la</strong> dijo una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra: Contrabando, y yo pensé<br />

un conjunto rápido de posibilidades:<br />

contrabando de polil<strong>la</strong>s,<br />

de revistas pornográficas,<br />

canciones de los 90,<br />

caimanes disecados,<br />

pentobarbital,<br />

etcéteras.<br />

—¿Contrabando de qué?<br />

—Ven. Quiero presentarte a unos amigos. Dos hermanos que<br />

son como hermanos para mí. Les dicen los Mellizos.<br />

Caminamos por un pasillo. Laura tocó una puerta y nadie le<br />

abrió.<br />

—Seguro están ocupados —dijo, y metió una l<strong>la</strong>ve en <strong>la</strong><br />

cerradura.<br />

Había dos hombres allá adentro y sí estaban ocupados. Uno<br />

13


NARRATIVA<br />

yacía acostado sobre una mesa en el centro de <strong>la</strong> oficina, con los<br />

pantalones y los calzoncillos bajados hasta <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>. Sobre su<br />

entrepierna se movía, hacia arriba y hacia abajo, <strong>la</strong> cabeza del<br />

otro.<br />

—Un segundito, Laura —gimió el de <strong>la</strong> mesa—. Ya estoy a<br />

punto de terminar.<br />

Eran idénticos. Como dos gotas de agua que encima se<br />

pusieran iguales ropas. Un sencillo cerrar y abrir de ojos bastaba<br />

para ver con c<strong>la</strong>ridad los roles inversos: el que estaba acostado<br />

ahora estaría con el pene del otro en <strong>la</strong> garganta, y el que daba<br />

lengüetazos en el g<strong>la</strong>nde del otro ya habría introducido su erección<br />

en <strong>la</strong> boca que antes jadeaba bocarriba y así. Sucesivamente.<br />

—Tenemos visita, muchachos —los apuró Laura.<br />

Terminaron. <strong>El</strong> primero se acercó a mí, me tendió <strong>la</strong> mano y se<br />

presentó, luego de vomitar medio litro de semen al <strong>la</strong>do de una<br />

caja entreabierta.<br />

—Yo soy A —dijo—. Por Arlt.<br />

<strong>El</strong> otro se abrochaba el pantalón al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> mesa.<br />

—Y yo soy B —dijo—. Por Borges.<br />

—A y B. Para diferenciarlos —Laura señaló hacia mí—: <strong>El</strong><br />

muchacho es escritor.<br />

A era diseñador y B corrector. O al revés, no sé bien. Ya habían<br />

variado sus posiciones re<strong>la</strong>tivas cuando lo dijeron y yo tampoco<br />

presté mucha atención. Estaba mirando <strong>la</strong> caja, tratando de<br />

averiguar qué era lo que había dentro.<br />

Estaba mirando <strong>la</strong>s cajas, preguntándome por qué había tantas<br />

allí dentro: casi un centenar.<br />

—¿Este cargamento es para hoy? —preguntó Laura y los<br />

Mellizos me miraron desconfiados y respondieron que sí.<br />

—¿Cargamento de qué? —pregunté yo y los Mellizos no<br />

respondieron nada. Laura tampoco. <strong>El</strong><strong>la</strong> sólo dijo:<br />

—Esta medianoche. Si de verdad te interesa saberlo.<br />

Esa medianoche regresé a <strong>la</strong> editorial. A o B me esperaba<br />

14


NARRATIVA<br />

afuera con el cargamento. Curioso: lo primero que hice fue<br />

preguntar por Laura.<br />

—Supongo que en su casa, durmiendo el sueño de <strong>la</strong>s pin-ups<br />

—dijo A o B—. Espérame aquí. Que nadie vea esto.<br />

Cualquiera que pasara por allí cerca lo iba a ver aunque<br />

cerrara los ojos. Eran muchas. Eran demasiadas.<br />

Cuando me quedé solo, abrí una.<br />

No puedo ni describir lo que encontré en su interior.<br />

(Hay límites de sensación y límites de lógica.)<br />

Al rato apareció una camioneta con los Mellizos adentro.<br />

—Hay que apurarse —corearon—. Estamos atrasadísimos.<br />

Entre los tres subimos <strong>la</strong>s cajas.<br />

Fue fácil. Las cajas no pesaban lo que yo temía.<br />

En realidad, no pesaban nada. Fuera cual fuera el contenido<br />

era pura levedad.<br />

Partimos. Los Mellizos iban vestidos de ninjas. Yo no sabía<br />

cuál era cuál, y como nunca lo voy a saber en lo ade<strong>la</strong>nte me<br />

referiré a ellos como A o B sin distinción alguna.<br />

A conducía, yo iba a su <strong>la</strong>do y B atrás, haciéndose un espacio<br />

en el reducido espacio de carga.<br />

—¿Adónde vamos? —pregunté.<br />

—Al punto de entrega, por supuesto. Esto es un trabajo serio.<br />

En <strong>la</strong> radio empezaron a promocionar nuestra banda sonora.<br />

Me decidí a preguntar otra obviedad: qué demonios era lo que<br />

yo había visto, qué pa<strong>la</strong>bra o pa<strong>la</strong>bras usar para entender<br />

aproximadamente lo que había dentro de <strong>la</strong>s cajas.<br />

Me dijeron: Piezas.<br />

Piezas que sirven para armar.<br />

¿Para armar qué?<br />

Pregunta mal p<strong>la</strong>nteada.<br />

Me dijeron: Sabemos que hay cosas que NO se pueden armar,<br />

pero...<br />

Silencio. La camioneta avanzaba en silencio por callejue<strong>la</strong>s<br />

15


NARRATIVA<br />

sucias y desiertas y avenidas desiertas y sucias y de pronto<br />

escuchamos, a lo lejos, el ulu<strong>la</strong>r de una sirena.<br />

—La policía —anuncié, y los Mellizos estuvieron<br />

inmediatamente de acuerdo en que se trataba de una sucísima<br />

ce<strong>la</strong>da. A pisó a fondo el acelerador y me dijo:<br />

—Pásate para atrás.<br />

—No hay espacio.<br />

—Ya lo hay —dijo B, que estaba vaciando cajas y arrojando<br />

cajas vacías a <strong>la</strong> calle.<br />

Las piezas flotando en el aire. Todo un espectáculo. Por<br />

supuesto que me pasé para atrás.<br />

B agarró unas cuantas piezas y armó algún tipo de fusil o<br />

ametral<strong>la</strong>dora grande.<br />

—Cuando se acerquen <strong>la</strong>s patrul<strong>la</strong>s —advirtió, poniéndome en<br />

<strong>la</strong>s manos aquel armatoste—. No tienes que apuntar mucho.<br />

Mientra <strong>la</strong> camioneta cortaba <strong>la</strong>s esquinas a mil por hora,<br />

levantándose con todos los baches de Centro Habana, me tomé <strong>la</strong><br />

libertad de usar <strong>la</strong>s piezas yo mismo.<br />

Libertad a <strong>la</strong> que B no pareció darle mayor importancia.<br />

—No te entretengas que ya deben estar al alcanzarnos —se<br />

frotó <strong>la</strong>s manos—. Y creo que esta noche vienen con todo.<br />

Las sirenas se escuchaban cada vez más cerca pero yo<br />

rápidamente dejé de escuchar<strong>la</strong>s.<br />

Primero intenté armar algo así como una calcu<strong>la</strong>dora y me<br />

salió una tableta de choco<strong>la</strong>te Nestlé. Cuando terminé de<br />

comérme<strong>la</strong> ya había logrado armar una espalda y un par de<br />

zapatos de tacón, tras varios intentos fallidos en que me salieron,<br />

sucesivamente, un párrafo de Thomas Pynchon, dos rocas<br />

marcianas Spirit y una rata de <strong>la</strong>boratorio que saltó disparada<br />

contra un poste en el primer salto de <strong>la</strong> camioneta.<br />

Cuando <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> policía llegaron a nos<strong>otros</strong>, ya yo me<br />

sentía un experto.<br />

—Deténganse, Ninjas —dijo un altavoz—. No tienen<br />

16


NARRATIVA<br />

escapatoria.<br />

—Comemierdas —dijo A—. ¿Oyeron esa pa<strong>la</strong>bra?<br />

Escapatoria…<br />

—Dispara, cojones —me dijo B, y yo comencé a disparar.<br />

<strong>El</strong> gatillo de mi arma cediendo a presiones mínimas de mi<br />

dedo.<br />

<strong>El</strong> más ligero temblor de mi dedo amplificándose en ráfagas<br />

b<strong>la</strong>ncas.<br />

Las ráfagas b<strong>la</strong>ncas reventando patrul<strong>la</strong>s a izquierda y derecha.<br />

C<strong>la</strong>ro que con el ajetreo de <strong>la</strong> persecución el 90% de los<br />

disparos salieron desviados.<br />

Sin querer le di a puertas y ventanas, mendigos y <strong>la</strong>tones de<br />

basura. Debo haber acabado con varias formas de vida inocente.<br />

Pero aquel fusil era una maravil<strong>la</strong>.<br />

Los disparos de <strong>la</strong> policía repiqueteaban alrededor de nos<strong>otros</strong><br />

como una lluvia metálica y constante.<br />

Le tiraron a <strong>la</strong>s gomas pero al parecer los Mellizos habían<br />

armado gomas blindadas.<br />

B <strong>la</strong>nzaba, una tras otra, esas estrellitas que suelen <strong>la</strong>nzar los<br />

ninjas: una tras otra explotando al dar en el b<strong>la</strong>nco y no se le<br />

acababan nunca: patrul<strong>la</strong>s explotando y patrul<strong>la</strong>s nuevas que<br />

aparecían detrás, como si tampoco se fueran a acabar nunca.<br />

DETÉNGANSE<br />

RÍNDANSE<br />

ENTREGUEN LAS PIEZAS Y LES PERDONAREMOS LA<br />

VIDA<br />

A subió el volumen de <strong>la</strong> radio. Alguna sinfonía vienesa para<br />

dormitar.<br />

Aparecieron helicópteros. Nos alumbraron desde arriba. Nos<br />

tiraron cohetes. A hizo todo tipo de curvilíneas con el timón y<br />

escapamos por un pelo.<br />

Empezaron a caernos del cielo unos tropas especiales. Mientras<br />

B se ocupaba de ellos a patadas y golpes de sable y todas esas<br />

17


NARRATIVA<br />

cosas que suelen hacer los ninjas, yo armé una ráfaga de viento<br />

que mandó al carajo con <strong>la</strong>s hélices enredadas a los helicópteros y<br />

a los tropas especiales que saltaban de ellos.<br />

Y armé barreras de humo para ocultarnos.<br />

Y un visor de infrarrojos para seguir disparando a pesar del<br />

humo, a través de él.<br />

Creo que también armé un motor fuera de borda que nos<br />

permitió saltar del Malecón y ade<strong>la</strong>ntarnos por mar a una<br />

velocidad que generaba o<strong>la</strong>s de tres y cuatro metros.<br />

Cuando regresamos a tierra parecía que ya no nos iban a<br />

alcanzar.<br />

Las calles se sucedían desiertas, sucias, oscuras, silenciosas.<br />

—Menos mal —resopló A, apagando <strong>la</strong> radio—. Ya casi<br />

llegamos.<br />

B, todo cubierto de sangre, salpicones rojos sobre el traje<br />

negro, se movió para el asiento de a<strong>la</strong>nte y abrazó el cuello de su<br />

hermano y<br />

—¿Estás tenso, mi amor?<br />

Le dio un hambriento beso en <strong>la</strong> boca.<br />

La camioneta con el piloto automático.<br />

Los Mellizos con <strong>la</strong>s lenguas soldadas.<br />

De pronto, un resp<strong>la</strong>ndor amarillo atravesó el parabrisas para<br />

iluminar <strong>la</strong> escenita. Los Mellizos no se percataron hasta que yo<br />

los separé. No me dio tiempo a decirles nada.<br />

—Alto o disparamos. No les va a quedar una so<strong>la</strong> pieza para<br />

hacer el cuento.<br />

A reaccionó con un oportuno frenazo. Las gomas chil<strong>la</strong>ron. <strong>El</strong><br />

altavoz también:<br />

—Ninjas, díganle a su socio que suelte el juguete donde<br />

podamos verlo y salgan los tres con <strong>la</strong>s manos en alto. Ahórrense<br />

cualquier otro movimiento.<br />

Luego de cegarnos, <strong>la</strong> luz dio paso a <strong>la</strong> visión del problema.<br />

Cuatro cañones de cuatro tanques apuntaban hacia nos<strong>otros</strong>, dos<br />

18


NARRATIVA<br />

por el frente y uno a cada <strong>la</strong>do. Un quinto cañón se acercaba de<br />

manera concluyente por detrás. Llenaban los espacios unos<br />

cuantos jeeps y un ejército de policías con aspecto de cyborgs.<br />

Tiré el fusil a <strong>la</strong> calle.<br />

Qué poco dura <strong>la</strong> realidad.<br />

Los Mellizos hab<strong>la</strong>ron rápido y en voz baja:<br />

—Arma algo —y cuando me di cuenta de que estaban<br />

hab<strong>la</strong>ndo conmigo, para lo cual debo haber demorado unas dos<br />

horas, les pregunté si tenían alguna sugerencia.<br />

—Tú eres el que lleva dos horas usando <strong>la</strong>s piezas. Mira a ver<br />

si puedes resolver esto. Si no, estamos jodidos.<br />

Abrí una caja. No se me ocurría nada. Cerré los ojos y respiré.<br />

Rápidamente, mi cerebro ejecutó un movimiento de<br />

comprensión.<br />

—Ninjas, si a <strong>la</strong> cuenta de tres los tres siguen dentro de <strong>la</strong><br />

camioneta, sus pedazos van a ir a parar a Argentina.<br />

Era posible armar algo (cualquier cosa) que nos sacara del<br />

callejón sin salida,<br />

UNO<br />

pero también era posible armar, directamente, <strong>la</strong> salida del<br />

callejón: extender <strong>la</strong>s piezas hacia un movimiento de lenguaje.<br />

DOS<br />

De modo que fabriqué <strong>la</strong> salida y escapamos.<br />

O no: el hecho de fabricar <strong>la</strong> salida supuso el escape, nos<strong>otros</strong><br />

no nos dimos cuenta de nada. Puedo referir <strong>la</strong> sensación de haber<br />

escapado, pero no puedo resolver el evidente sinsentido que arroja<br />

sobre el asunto.<br />

(Hay límites de sentido porque el sentido deja de ser narrativo.)<br />

En fin. <strong>El</strong> caso es que estábamos de nuevo en marcha.<br />

On the road movie bajo <strong>la</strong> luna urbana.<br />

Música Miramar. Putas y mansiones.<br />

Los Mellizos dijeron: Menos mal que viniste con nos<strong>otros</strong>.<br />

Y siguieron: Al principio pensamos que el<strong>la</strong> se había vuelto<br />

19


NARRATIVA<br />

loca. Amnésica. Anorgásmica. Mira que invitar a un escritor al<br />

contrabando...<br />

Y terminaron: Pues parece que sabe adivinar el talento. Seguro<br />

le gustas.<br />

—¿Les dijo algo de mí? —pregunté.<br />

—¿Estás enamorado? —preguntaron.<br />

Pregunta respuesta reflejo: ¿De quién?<br />

—De quién va a ser, cojones, de Laura.<br />

—Por Dios —dije—, <strong>la</strong> acabo de conocer.<br />

—¿Te dijo que somos como hermanos para el<strong>la</strong>?<br />

Asentí.<br />

—¿Y te dijo por qué?<br />

En este punto llegamos al punto de entrega.<br />

Tenía que ser <strong>la</strong> embajada de Argentina.<br />

Lo demás es rápido y sencillo. Después de parquear y<br />

componerse el atuendo, los Mellizos se dirigieron a una figura<br />

embozada que emergió de <strong>la</strong> copa de un árbol. Yo debía esperar<br />

oculto. De lejos, vi a unos funcionarios de <strong>la</strong> embajada descargando<br />

<strong>la</strong> camioneta. Los Mellizos regresaron con un maletín y dinero en<br />

efectivo. La p<strong>la</strong>ta para el regreso, explicaron.<br />

En Quinta Avenida paramos un taxi.<br />

<strong>El</strong> taxista elogió los disfraces, habló con entusiasmo de ninjitsu<br />

y de animación japonesa, me preguntó por qué yo no había ido a<br />

<strong>la</strong> fiesta de samurai o de mutante o de algo por el estilo.<br />

Yo trataba de mirar el maletín con rayos X, y puede que en<br />

algún momento lo haya logrado. Conté unos mil fajos de billetes<br />

de a mil.<br />

Amanecía cuando llegamos a <strong>la</strong> editorial.<br />

<strong>El</strong> maletín entró con los Mellizos a <strong>la</strong> oficina. Yo me metí en el<br />

baño y me <strong>la</strong>vé <strong>la</strong>s manos y <strong>la</strong> cara de incrustaciones y manchas<br />

que no supe identificar, y vomité, creo, una mezc<strong>la</strong> compleja.<br />

Sorprendí a los Mellizos a <strong>la</strong> mitad, ya totalmente desnudos.<br />

Como dos perros clones. <strong>El</strong> pene A entrando y saliendo<br />

20


NARRATIVA<br />

rítmicamente de entre <strong>la</strong>s nalgas B. A jadeando y B gimiendo y al<br />

revés también, c<strong>la</strong>ro, el pene B entrando y saliendo percutoramente,<br />

etcétera.<br />

—Disculpen —dije—, ¿ustedes hacen eso todo el tiempo?<br />

Entonces me di cuenta de que <strong>la</strong> oficina seguía repleta de cajas,<br />

<strong>la</strong>s cuatro paredes hasta el techo, no sé si eran <strong>la</strong>s mismas que<br />

montamos en <strong>la</strong> camioneta porque no había forma de diferenciar<br />

unas de otras, quizás eran otras, quizás <strong>la</strong>s del próximo<br />

contrabando, el contrabando de piezas que no se acabarían<br />

nunca.<br />

Esquivé <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong> y fui hasta <strong>la</strong> mesa. <strong>El</strong> maletín me l<strong>la</strong>maba.<br />

Lo abrí sin dificultad. Había dos cheques del Banco<br />

Metropolitano.<br />

Derechos de autor, decían. Millones. Millones. Estuve mirando<br />

esos dos pedazos de papel hasta que escuché <strong>la</strong> voz de B a mis<br />

espaldas, diciéndome que no tuviera pena, que me quedara con<br />

uno.<br />

—Para que lo guardes —ac<strong>la</strong>ró A—. Ni se te ocurra ir a<br />

cobrarlo.<br />

—Si te apareces con eso en un banco —explicó B—,<br />

inmediatamente se ponen a investigar de dónde salió y ahí mismo<br />

nos <strong>la</strong> cortan.<br />

—¿Quieren decir que no se pueden…? —empecé a preguntar,<br />

poniendo mi sonrisa de cansancio, y entonces los Mellizos me<br />

enseñaron todos los cheques que tenían acumu<strong>la</strong>dos.<br />

No los pude contar.<br />

Era demasiado para un día.<br />

—Pero un día podremos cobrarlos —dijo A, solemne.<br />

—Seremos ricos, escritor —dijo B—. Hay mucha p<strong>la</strong>ta<br />

guardada en estos papelitos.<br />

Yo recordé el animado de los dos tiburones hambrientos que<br />

entran a <strong>la</strong> bodega de un barco hundido imaginando el atracón<br />

que se van a dar. La bodega está repleta. Al final, uno de los<br />

21


NARRATIVA<br />

tiburones dice: Quince mil <strong>la</strong>tas de atún y no tenemos cómo<br />

abrir<strong>la</strong>s.<br />

—Gracias, pero quédense ustedes con los cheques —les dije—.<br />

Yo prefiero quedarme con otra cosa.<br />

Nos despedimos en <strong>la</strong> calle. <strong>El</strong>los desnudos y yo con una caja<br />

de piezas. Quisieron saber si podían contar conmigo para <strong>la</strong><br />

próxima aventura. Me dio risa.<br />

—Ya no hay aventuras —rectifiqué—. Sólo parodias.<br />

Idénticos rostros serios. No <strong>la</strong> cogieron.<br />

—Ricardo Piglia —informé—. Un escritor argentino.<br />

Al llegar a mi casa, me repetí: Donde antes había<br />

acontecimientos, experiencias, pasiones, hoy quedan sólo parodias.<br />

Increíble. Esas pa<strong>la</strong>bras habían sido escritas casi treinta años<br />

atrás.<br />

Después de desayunar, me senté a escribir pensando en el<br />

futuro.<br />

No duré treinta minutos frente a <strong>la</strong> computadora.<br />

(Las piezas eran una tentación de lujo y una tentación de<br />

fuerza.)<br />

Armé una conexión a Internet y me leí el blog de Laura<br />

completo.<br />

No era un diario. No era íntimo. Pero <strong>la</strong> última actualización<br />

hab<strong>la</strong>ba de mí.<br />

Hurgué en los catálogos de Alfaguara, Anagrama, Axxxesinas,<br />

Sirue<strong>la</strong>, Mondadori, Monte Ávi<strong>la</strong>, Letras Japonesas, Ediciones<br />

JE… Todos esos libros pasándome por de<strong>la</strong>nte (algunos de los<br />

cuales, sin saberlo, yo necesitaba leer con urgencia). Pero yo sólo<br />

tenía <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> del monitor.<br />

Y no tenía dónde encontrarlos.<br />

Y no tenía cómo leerlos.<br />

Volví a <strong>la</strong>s piezas.<br />

Y créanme: lo intenté hasta que me sangraron <strong>la</strong>s manos.<br />

Pude armar ambientes locos, post-absurdos, underground,<br />

22


NARRATIVA<br />

<strong>la</strong>rgas tiras de pensamiento, reflexiones, teorías, imágenes,<br />

trazos de personajes, sensaciones, incluso el recuerdo de haber<br />

leído, <strong>la</strong>s huel<strong>la</strong>s de un contacto físico con <strong>la</strong> escritura, y armé los<br />

libros,<br />

y los libros me salían con <strong>la</strong>s páginas en b<strong>la</strong>nco, o con <strong>la</strong>s<br />

páginas llenas de lenguaje al azar, no encontré <strong>la</strong> manera de reunir<br />

una cosa y otra en una misma organización de piezas.<br />

Por más que armara-desarmara, comprendí, toda esa literatura<br />

publicada en otro lugar seguiría siendo literatura-pantal<strong>la</strong>,<br />

literatura-lejos.<br />

Al final lo que hice fue armar a Laura.<br />

Laura tendida sobre el sofá.<br />

Y <strong>la</strong> armé desnuda.<br />

Y <strong>la</strong> armé excitada.<br />

Necesitaba re<strong>la</strong>jarme.<br />

Necesitaba una editora.<br />

Un rato después, tocaron a <strong>la</strong> puerta.<br />

Me vestí. Laura estaba dormida.<br />

Fui a abrir. Era Laura.<br />

<strong>El</strong> manuscrito de mi nove<strong>la</strong> debajo del brazo.<br />

<strong>El</strong> título de mi nove<strong>la</strong> circu<strong>la</strong>do en rojo: CARBONO 14.<br />

Es buena, fue lo primero que dijo, es muy buena, y entonces se<br />

dio cuenta de que era el<strong>la</strong> <strong>la</strong> que dormía en el sofá, y sonrió:<br />

—¿Qué me hiciste?<br />

—Contarte historias —dije, con un gesto vago que intentaba<br />

decir Ade<strong>la</strong>nte, pasa y siéntate. Pero también: No des un paso<br />

más.<br />

Por si acaso.<br />

Quizás debamos pensar otro modo. Pensarlo de otro modo.<br />

—Vine a devolverte tu manuscrito —me dio el manuscrito—.<br />

Y me voy, que ahora estás ocupado conmigo —me dio un número<br />

de teléfono—. Llámame, ¿sí? Quizás te invite a alguna parte.<br />

—¿Cómo sé que <strong>la</strong> policía no nos va a estar esperando para<br />

23


NARRATIVA<br />

caernos atrás?<br />

Se rió. Más que bellísima. Era <strong>la</strong> imagen misma de <strong>la</strong><br />

posibilidad, el principio, <strong>la</strong> ruptura. Puso <strong>la</strong>s manos alrededor de<br />

su boca a <strong>la</strong> manera de un altavoz, dijo:<br />

TRES<br />

y luego señaló para el<strong>la</strong> misma, que acababa de despertar en<br />

ese momento, que se estiraba desnudamente en el sofá, y dijo:<br />

—Primero vas a tener que rega<strong>la</strong>rme algo de ropa. Cualquier<br />

disfraz estaría bien.<br />

La vi alejarse. Después cerré <strong>la</strong> puerta y me volví para mirar<strong>la</strong>.<br />

Un sueño.<br />

—Tuve un sueño en que te mataban a ti y a los <strong>otros</strong> dos —<br />

sonreía—. ¿Me dices dónde está el baño, escritor?<br />

24


Patas al aire<br />

Rafael de Águi<strong>la</strong>


NARRATIVA<br />

26<br />

“Tot quant es ge<strong>la</strong>.<br />

Mas ieu non posse frezir”.<br />

Arnaut Daniel de Ribeirac<br />

Cuando llegué Roger hab<strong>la</strong>ba con alguien, un tipo alto y<br />

pelirrojo. Me fui a <strong>la</strong> terraza, el piso estaba lleno de hojas<br />

secas, y flores, unas flores rojas y pequeñas con manchas<br />

b<strong>la</strong>ncas. Siempre me gustó sentarme allí, uno se sentaba y <strong>la</strong> paz<br />

bajaba quién sabe de dónde, pero bajaba, uno <strong>la</strong> sentía llegar, dar<br />

vueltas y vueltas hasta echarse ahí, a los pies, como lo haría un<br />

perro. Roger me abrazó, nos quedamos así un rato, él sin mover<br />

un dedo, yo le acariciaba los cabellos, ralos encima de <strong>la</strong> nuca,<br />

siempre me había gustado hacerlo. La paz nos miraba hacer y se<br />

estaba muy quieta. Gracias. ¿Por qué? Por venir. Roger era muy<br />

tonto, apenas ayer me había l<strong>la</strong>mado: me voy el martes. ¿Adónde?<br />

Me voy a Gaewtzee. Me reí: ¿y eso… dónde es? En Ho<strong>la</strong>nda,<br />

quiero verte. Por eso estaba yo ahora acá, y lo abrazaba y dejaba<br />

que <strong>la</strong> palma de mi mano regresara una vez y otra a pincharse con<br />

los ralos cabellos encima de su nuca. Al fin nos separamos, nos<br />

acodamos a <strong>la</strong> baranda de <strong>la</strong> terraza, debajo había todavía más<br />

hojas y basura, mucha basura. La paz quedó detrás, mirándonos.<br />

¿Cuánto tiempo vas a estar en Ho<strong>la</strong>nda? Tres meses…, en principio.<br />

En principio los amigos se iban, en principio era tan sólo por<br />

unos meses, después, en principio, no regresaban, en principio<br />

una se iba quedando so<strong>la</strong>, todo eso en principio. Por eso volví a<br />

abrazarlo, a llevar <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano sobre los cabellos ralos,<br />

allí, encima de <strong>la</strong> nuca. Él estuvo oliendo mi cabello hasta adver-


NARRATIVA<br />

tir una fragancia nueva. Cambié de champú. Maravillosos los<br />

cambios, dijo, y aquello, evidentemente, era una ironía. La paz<br />

hizo una mueca. Siete meses antes yo había dejado a Roger. Lo<br />

había dejado por otro hombre. Un hombre mayor. Un tipo que<br />

parecía muy interesante. Parecía. Aquello duró poco pero después<br />

ya no tuve deseos de regresar a Roger, en realidad no tuve deseos<br />

de regresar a hacer algo. Y ahora Roger se iba a un sitio raro.<br />

G<strong>la</strong>esky, o como se l<strong>la</strong>mara. Y <strong>la</strong> paz hacía una mueca. ¿Qué es<br />

ese lugar donde vas? Un pueblo, pequeño, en <strong>la</strong> frontera con<br />

Bélgica. Sonrió: hay molinos de viento, vacas y mucho queso.<br />

Seguro también hay lienzos de Van Gogh, dije yo. También. Y<br />

cerveza. C<strong>la</strong>ro, hectolitros de cerveza, de <strong>la</strong> negra. Yo entorné los<br />

ojos como alucinando y Roger me l<strong>la</strong>mó borracha. La paz también<br />

lo era porque se re<strong>la</strong>mió los <strong>la</strong>bios. Roger era abstemio, casi<br />

totalmente abstemio, alguna que otra vez accedía a tomar del<br />

vaso de alguien, eso ante <strong>la</strong> insistencia, después sonreía y mencionaba<br />

<strong>la</strong> úlcera. Una úlcera inexistente. ¿A quién conoces allí? A<br />

Matty, dijo. Yo no sabía quién demonios podría ser Matty pero<br />

tenía nombre de vaca, una vaca lechera, se le ordeñaba y daba<br />

muy buena leche, excelente queso, una vaca que pastaba muy<br />

cerca de un molino de viento, un molino del que colgaba un lienzo.<br />

Uno de Van Gogh. ¿Quién es Matty? La paz enarcó <strong>la</strong>s cejas.<br />

La conocí chateando. La, advertí, no me faltaba razón, Matty era<br />

femenino, y era una vaca. Chateamos unos dos meses, después<br />

el<strong>la</strong> vino acá, ahora voy yo. La paz enarcó todavía más <strong>la</strong>s cejas.<br />

La vaca se había alejado del pasto, en principio, todo eso para<br />

venir acá, un sitio donde no había molinos, ni viento, ni pasto. Un<br />

sitio donde el<strong>la</strong> sería <strong>la</strong> única res. Todo eso en principio. No quise<br />

seguir preguntando, era obvio que Roger y <strong>la</strong> vaca tenían una<br />

re<strong>la</strong>ción. Roger con una vaca, ho<strong>la</strong>ndesa, leche de calidad superior.<br />

Top quality. Y queso. A mí me gustaba a morirme el queso.<br />

Gruyère, Gouda, azul, el que fuera. ¿Vive en ese sitio de nombre<br />

27


NARRATIVA<br />

raro? En Gaewtzee, sí, vive allí, tiene un coffee shop con Internet.<br />

La vaca pastaba en un coffee shop y consultaba twitter, colocaba<br />

su foto en facebook, administraba un blog en el que explicaba<br />

cómo ingerir tone<strong>la</strong>das de hierba y evitar deposiciones verdes.<br />

Una vaca cibernética. Yo no sabía qué mierda de idioma se hab<strong>la</strong>ría<br />

en Ho<strong>la</strong>nda, imaginé a Roger tratando de tirar de <strong>la</strong> vaca,<br />

tiraba de Matty con una soga, una muy gruesa, de cáñamo, una<br />

buena soga de cáñamo, no una de esas, sintéticas, <strong>la</strong> vaca tenía<br />

una campana colgante del cuello, ding dong, se ponía terca y se<br />

negaba a avanzar. Ding dong, era una vaca muy tozuda. Ven, dijo<br />

Roger. La paz nos miró, desilusionada al saber que perdería el<br />

resto de <strong>la</strong> historia. Nos fuimos al cuarto, allá todo estaba igual,<br />

todo salvo <strong>la</strong> foto de una rubia, <strong>la</strong> foto estaba encima de <strong>la</strong> mesa<br />

de noche, una rubia muy rosada y algo adiposa, una rubia de<br />

pechos enormes. También había una bandera, una te<strong>la</strong> a tres bandas,<br />

roja, b<strong>la</strong>nca y azul, <strong>la</strong> te<strong>la</strong> colgaba de un extremo del cuarto,<br />

encima habían unas letras, me esforcé en leer Koninkrijk der<br />

Neder<strong>la</strong>nden, vaya Dios a saber lo que podría significar aquello.<br />

Del cuello de <strong>la</strong> rubia en <strong>la</strong> foto no colgaba campana alguna.<br />

Tampoco una soga. Ni de cáñamo ni sintética. La rubia sería <strong>la</strong><br />

vaca. Matty. Y <strong>la</strong> bandera, ho<strong>la</strong>ndesa. Quiero dejarte todos mis<br />

libros, o los que quieras llevarte. Bueno, dije, me los llevo todos.<br />

<strong>El</strong> viento movía <strong>la</strong> bandera y yo <strong>la</strong>menté haber dejado a Roger<br />

por aquel tipo, el tipo era un estúpido, el muy anormal era casi<br />

impotente y siempre estaba dispuesto a hab<strong>la</strong>r de cualquier mierda,<br />

eso durante horas. También puedes llevarte mis CD. Simulé<br />

alegría, Roger tenía muy buena música, y montones de films de<br />

culto, <strong>la</strong> colección completa de Von Tiers y Tarantino, casi todo<br />

Kaurismäki, un tesoro pero yo habría preferido que Roger no se<br />

fuera a sitio alguno, llegar alguna noche acá para volver a ver<br />

juntos Breaking the waves o Anticrist, <strong>la</strong> jarra de té con hielo<br />

encima de <strong>la</strong> mesita, <strong>la</strong> terraza abierta, <strong>la</strong> paz acurrucada en algún<br />

28


NARRATIVA<br />

sitio, todo eso aunque al final le diera un beso en <strong>la</strong> frente y me<br />

fuera a dormir a casa. Si quieres también puedes llevarte el equipo<br />

de música, <strong>la</strong> PC necesito que <strong>la</strong> vendas, pueden darte seiscientos,<br />

tal vez más, el disp<strong>la</strong>y no es aquél que se nos ponía negro, es<br />

nuevo, lo trajo Matty, y el disco duro es de 500 Gb. La vaca<br />

Matty no sólo pastaba, también era un animal de carga, cruzaba<br />

el Atlántico cargada de vitual<strong>la</strong>s y mugía, todo el Atlántico lo<br />

cruzaba a puros mugidos. Tengo un amigo que puede ayudarme<br />

a vender<strong>la</strong>, a buen precio. Si quieres te quedas con el modem. No,<br />

tengo uno, bueno. Éste lo trajo Matty, míralo, tal vez sea mejor<br />

que el tuyo. Yo no tenía deseo alguno de quedarme con algo que<br />

hubiera traído una vaca, por eso insistí en que el mío era mejor.<br />

No sé, dijo él, dime de alguna otra cosa con <strong>la</strong> que quieras quedarte.<br />

Estuve a punto de decir que sólo deseaba quedarme con él<br />

pero no tenía derecho. No tenía el menor derecho. Eso <strong>la</strong> paz lo<br />

sabía, yo lo sabía, él lo sabía. Puede que el viejo impotente y <strong>la</strong><br />

vaca también lo supieran. Era algo que en principio sabíamos<br />

todos. ¿No vas a volver? Roger demoró bastante en responder:<br />

no… no creo, dijo. Fue un error haber dejado a Roger, todo eso<br />

por un viejo, un viejo impotente, una va por <strong>la</strong> vida cometiendo<br />

errores y después <strong>la</strong> gente se va a Gaewtzee o a cualquier sitio. En<br />

principio. Se van y una no puede enmendar los errores. ¿Tienes<br />

donde vivir allá? Al viejo no se le paraba y tenía aquello bastante<br />

chico. Viviré con Matty, el<strong>la</strong> vive so<strong>la</strong>, encima del coffee shop. Yo<br />

había dejado a Roger por un imbécil, tuve deseos de quitarme un<br />

zapato y darme con él. Duro. En <strong>la</strong> cabeza. Una. Dos. Muchas<br />

veces. La vaca y el viejo impotente habrían hecho buena pareja,<br />

el queso y los molinos de viento alcanzarían a solucionar los problemas<br />

de erección del viejo. Hasta podrían ahorcarse juntos, con<br />

<strong>la</strong> soga de cáñamo. O con una sintética, eso no importaba. ¿Y<br />

trabajo?, ¿tienes trabajo? Presumí que aludiría a alguna faena en<br />

el coffee shop, Roger era experto en computadoras, no tendría <strong>la</strong><br />

29


NARRATIVA<br />

vaca que enviar<strong>la</strong>s a algún taller o comprar nuevas, Roger crearía<br />

un taller a un <strong>la</strong>do del molino de viento, cambiaría motherboards<br />

mientras contemp<strong>la</strong>ba pastar a <strong>la</strong>s amigas de Matty, todo el rebaño<br />

ahí, Roger miraría a través de <strong>la</strong> ventana y <strong>la</strong>s vacas harían lo<br />

suyo. Crunch, crunch, vacas pastando. Y muuuuuu, mugiendo.<br />

Las vacas siempre mugen. Eso es lo suyo. Voy a trabajar en el<br />

coffee shop, dijo. Quise saber en qué idioma se entendía con <strong>la</strong><br />

vaca. Hab<strong>la</strong>mos inglés, Matty estudió hotelería en Londres. Vaca<br />

Picadilly Circus, vaca Trafalgar Square, vaca Buckingham Pa<strong>la</strong>ce,<br />

vaca que engullía verde pasto y se so<strong>la</strong>zaba con el herbaje, una<br />

hierba muy verde, inglesa, pasto del alegre bosque de Sherwood.<br />

Todo verde Lincoln. <strong>El</strong> inglés de Roger no era bueno y quizá no<br />

haya logrado entenderse a derechas con <strong>la</strong> vaca, el<strong>la</strong>: te vas a mi<br />

coffee shop de esc<strong>la</strong>vo, fucking boy, él: no importa abunden en<br />

Ho<strong>la</strong>nda los es<strong>la</strong>vos, honey; el<strong>la</strong>: a <strong>la</strong> noche dormirás en el cepo,<br />

fucking boy, él: dormir junto a tu pecho será romántico,<br />

sweetheart, Roger llegaba a Ho<strong>la</strong>nda y terminaba grilletes a los<br />

pies, camina sudaca de mierda, fucking boy, gritaba <strong>la</strong> vaca, y<br />

Roger: no soy sudaca, anormal, soy del Caribe, y <strong>la</strong> vaca Matty<br />

se deshacía gritando que todos éramos sudacas, todos <strong>la</strong> misma<br />

mierda, sudaca, you are sudaca, all of you are sudacas, fucking<br />

boy, aul<strong>la</strong>ba, y el viejo impotente tomaba viagras junto al molino<br />

y <strong>la</strong>s vacas todas se regodeaban felices, y el pasto era de lujo, buen<br />

pasto verde Lincoln, toda Europa luce buen pasto verde Lincoln,<br />

todo eso hasta que Roger lograba enviarme un mail ayúdame,<br />

coño, y del cielo caía un grupo especial dispuesto a rescatarlo. Me<br />

gustaría quedarme con <strong>la</strong> butaca, dije. Es tuya, concedió él. Era<br />

una butaca de te<strong>la</strong> rosada con listas verdes, de tono p<strong>la</strong>yero, muy<br />

cómoda, yo solía sentarme ahí horas, a veces me dormía y Roger<br />

me cargaba para llevarme a <strong>la</strong> cama. Me senté, seguía siendo muy<br />

cómoda, rogué para que Roger no dijera que <strong>la</strong> vaca se había<br />

sentado allí. ¿Qué otra cosa quieres llevarte? Negué con <strong>la</strong> cabeza<br />

30


NARRATIVA<br />

y cerré los ojos. Quería llevarlo a él, en mi mochi<strong>la</strong>, tenerlo allí, a<br />

salvo, lejos de <strong>la</strong> vaca Matty, lejos del coffee shop, de todos los<br />

coffee shops del mundo. Pero no tenía ese derecho. No lo tenía.<br />

¿Qué te pasa? Cité mi clásica migraña. Roger se sentó al borde de<br />

<strong>la</strong> cama: acá no resistía más, dijo, tengo que irme. Yo estaba segura<br />

de no resistir más en sitio alguno, ni acá, ni encima de un<br />

molino de viento allá en Ho<strong>la</strong>nda. O donde fuera. Todo podría<br />

verse de un exuberante verde Lincoln pero en realidad era un<br />

espejismo. Todo era <strong>la</strong> misma hediondez. Con molinos o sin ellos.<br />

Todo negro. Gris mortuorio. En cualquier sitio abundaban <strong>la</strong>s<br />

vacas Mattys y los tipos Roger, tipos que se marchaban para compartir<br />

<strong>la</strong> vida con reses. Reses seductoras. Y viejos impotentes. Si<br />

un tipo estaba obligado a tomar viagras para tener sexo prefería<br />

cortarme <strong>la</strong>s venas. O cortárse<strong>la</strong>s al tipo. Un buen corte en <strong>la</strong>s<br />

venas. En <strong>la</strong>s venas del g<strong>la</strong>nde. Eso en principio. Y que se desangrara<br />

el muy energúmeno. O tal vez una buena soga. De cáñamo.<br />

Nunca de <strong>la</strong>s sintéticas. Suelen partirse. Roger se sentó en el<br />

suelo, frente a <strong>la</strong> butaca bicolor: no quiero que estés triste, dijo,<br />

voy a escribir, mandaré fotos. Roger a lomo de <strong>la</strong> vaca; Roger a<br />

un <strong>la</strong>do del molino; Roger junto a un lienzo de Van Gogh; Roger<br />

sentado en el coffee shop, a los <strong>la</strong>bios una sonrisa que era un SOS.<br />

Divina sonrisa Morse de Roger. También yo voy a mandarte<br />

fotos, prometí, chica encima de butaca (masturbándose); chica<br />

encima de butaca (amago de sonrisa); chica encima de butaca<br />

(llorando). Acaricié el <strong>la</strong>do izquierdo de <strong>la</strong> cara de Roger, con el<br />

envés de los dedos, así me gustaba antes hacerlo, estaba muy bien<br />

afeitado, quise pensar que se había afeitado así para mí, siempre<br />

me gustó aquel rasurado perfecto. Ven, dijo. Nos sentamos ahí,<br />

en el piso, nos abrazamos muy fuerte, <strong>la</strong> cabeza de Roger entre mi<br />

greña, entre mi greña y mi cuello, yo triste, muy triste entre Roger<br />

y una vaca. Nos apretamos muy duro. Si yo no te hubiera dejado<br />

por ese viejo de mierda… no te irías ahora, dije. Él que no era mi<br />

31


NARRATIVA<br />

culpa, <strong>la</strong>s culpas son un tema recurrente para los cubanos, encontrar<br />

culpas y culpables, así había sucedido siempre, todo eso<br />

explicó él. Tal vez fuera aquél<strong>la</strong> una tesis vacuna, <strong>la</strong> vaca <strong>la</strong> habría<br />

expuesto en su chat, en Ho<strong>la</strong>nda no urgía andar buscando culpables,<br />

en Ho<strong>la</strong>nda todo cuanto sucedía era maravilloso, verde<br />

Lincoln, el mejor de los mundos posibles, el mejor queso, <strong>la</strong> mejor<br />

leche, <strong>la</strong>s mejores vacas, <strong>la</strong> felicidad, Dios lo sabe, no tiene culpables,<br />

o tal vez acaecieran multitud de hechos terribles, el queso<br />

con un regusto a hiel; en los molinos una pestilencia de muerte;<br />

<strong>la</strong>s vacas todas con brucelosis, pero los ho<strong>la</strong>ndeses <strong>la</strong>s miraban<br />

pastar, y los culpables miraban <strong>la</strong>s aspas hendiendo el aire, idílicas<br />

<strong>la</strong>s aspas, monísimas, y el queso no tenía ya ese sabor ni los<br />

molinos olían tan mal, y <strong>la</strong>s vacas sanas que era un primor, y los<br />

ho<strong>la</strong>ndeses muy primorosos ellos y cero culpas, de culpables ni el<br />

olor. Todos absueltos. Inocentes que era un primor. Es cierto, dije,<br />

no hay culpables. O todos lo somos, pensé. Todos. De haber estado<br />

juntos pudo haber ocurrido cualquier otra barbaridad, dijo, es<br />

<strong>la</strong> vida. C<strong>la</strong>ro, volví a decir: <strong>la</strong> vida. No es precisamente un primor<br />

<strong>la</strong> vida. Pero de haber estado juntos no habría optado él por<br />

irse, irse con una vaca, una vaca ho<strong>la</strong>ndesa, unos cuartos traseros<br />

poderosos, el mejor solomillo. Aunque quizá sí. Y es que eso era<br />

<strong>la</strong> vida. Una porquería <strong>la</strong> vida. De este <strong>la</strong>do. Del otro. Siempre se<br />

opta por el mejor solomillo. <strong>El</strong> mejor solomillo borra <strong>la</strong>s culpas.<br />

<strong>El</strong> mejor solomillo favorece hacer elección. De este <strong>la</strong>do había<br />

sólo una mísera chica, una chica sin leche ni cuartos traseros. Una<br />

chica que nunca había comido solomillo. Una chica llena de culpas.<br />

Una chica no elegida. Roger me besó, casi no moví <strong>la</strong> lengua,<br />

respiré profundo para dejar entrar su olor, bien adentro, y no<br />

cerré los ojos, lo miré desde muy cerca, él movía <strong>la</strong> lengua dentro<br />

de mi boca y yo respiraba, el olor de Roger entraba y entraba y<br />

<strong>la</strong> vaca Matty se me hacía un nudo sobre el ombligo. Y más arriba.<br />

También abajo, sobre todo más abajo. La vida era experta en<br />

32


NARRATIVA<br />

hacer nudos. Gordianos. Y no cabalgan ya Alejandros capaces de<br />

cortarlos. Una los busca y los busca y no existen. Ni en<br />

Macedonia. Roger quiso besarme los pechos, o verlos por última<br />

vez, postrera visión de mis pechos, podía l<strong>la</strong>marse aquello, pechos<br />

estos b<strong>la</strong>ncos, mucho más pequeños que <strong>la</strong>s ubres de una vaca,<br />

Roger los miró un rato, después quiso saber si deseaba jugo.<br />

¿Jugo? Sí, de tamarindo, anunció él, no creo que lo haya en<br />

Gaetwzee. Quedé sobre el suelo, pechos descubiertos, <strong>la</strong> bandera<br />

b<strong>la</strong>nca, roja y azul a tres listas moviéndose, el viento entraba por<br />

<strong>la</strong> ventana y <strong>la</strong> movía y yo pensé en Bonifacio Byrne, aquello de<br />

“no deben flotar dos banderas donde basta con una, <strong>la</strong> mía”, esos<br />

versos, uno los aprende desde <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, quise saber si Roger se<br />

llevaría a Ho<strong>la</strong>nda una bandera cubana, una bien grande, una<br />

que ondeara cuando el aire gélido del norte moviera <strong>la</strong>s aspas del<br />

molino de viento y el pasto cabeceara, un pasto que engullirían<br />

<strong>la</strong>s vacas. Muuuuuuuu. Todo verde Lincoln. La bandera cubana<br />

y el pasto verde Lincoln. Me cerré <strong>la</strong> blusa y Roger regresó con el<br />

jugo. Estaba muy ácido, montones de gramos de vitamina C, una<br />

vitamina maravillosa que no obstante no movía un jodido dedo<br />

para que Roger no se fuera a rumiar con una res. Roger cerró <strong>la</strong><br />

ventana y reincidió en zafarme <strong>la</strong> blusa, en mirar mis pechos. Lo<br />

dejé hacer. Me eché al suelo, <strong>la</strong> cabeza sobre sus piernas, Roger se<br />

quejó del calor, se levantó para activar un artilugio en <strong>la</strong> pared,<br />

un aire acondicionado, Hitachi. Nunca hubo aire acondicionado<br />

allí, sólo venti<strong>la</strong>dor, uno viejo, un General <strong>El</strong>ectric muy sucio,<br />

hacía ruido y Roger se mataba poniéndole lubricante, troc, troc,<br />

así sonaba, ahora era un Hitachi, un equipo pequeño, b<strong>la</strong>nco, casi<br />

no hacía ruido. Seguramente lo había traído Matty. La vaca. Toda<br />

una caravana de acémi<strong>la</strong>s cruzando el Atlántico. Una caravana<br />

mugiente. Voy a dejárselo a <strong>la</strong> vieja, dijo, y daba vueltas y vueltas<br />

con el dedo índice a mi ombligo. Vueltas en el sentido de <strong>la</strong>s<br />

manecil<strong>la</strong>s del reloj. Yo quería que mi vida girara en sentido<br />

33


NARRATIVA<br />

inverso. Vueltas y vueltas a <strong>la</strong> vida hasta llegar al preciso instante<br />

en que tomaba yo <strong>la</strong> decisión de no dejar a Roger. No dejarme<br />

seducir por <strong>la</strong>s artes de un viejo. No dejar que <strong>la</strong> vida fuera <strong>la</strong><br />

mierda que es. Que no enfríe mucho, por favor, sabes que me<br />

llega <strong>la</strong> alergia. Roger volvió a pararse para correr el mecanismo<br />

a low. Una <strong>la</strong>stima no alcanzar a hacer lo mismo con <strong>la</strong> vida,<br />

correr<strong>la</strong> a low. Después me contó que en el coffee shop era legal<br />

fumar marihuana, en Ho<strong>la</strong>nda era legal aquello, de toda Europa<br />

llegaban tipos a Gaewtzee, cruzaban <strong>la</strong> frontera para visitar el<br />

coffee shop de Matty, <strong>la</strong> vaca los recibía a puros mugidos, los ding<br />

dong de <strong>la</strong> campana, el pueblito muy cerca de <strong>la</strong> frontera belga y<br />

todos llegaban a fumar hierba, buena hierba marroquí y fuerte<br />

moka negro de Etiopía, al rato todos estaban muy felices con los<br />

mugidos de Matty, y <strong>la</strong> vida estaba en high. C<strong>la</strong>ro, era Ho<strong>la</strong>nda.<br />

En Ho<strong>la</strong>nda <strong>la</strong> vida siempre está en high. Y no hay culpables. Tú<br />

no vayas a tocar <strong>la</strong> jodida hierba, dije. Roger se rió: sabes que yo<br />

ni cerveza, de ser tú en Gaewtzee… habría que tomar precauciones.<br />

Nos reímos, Roger tenía razón, el vicio asomaba vestidito de<br />

frac y se anunciaba: buenas noches, y yo sin reparos abría todas<br />

<strong>la</strong>s puertas, albricias, Alvar Fáñez, como profiriera un día el Cid,<br />

el vicio y yo nos dábamos los mil abrazos, emocionadísimos. Me<br />

imaginé sentada en el coffee shop allá en Gaewtzee, navegando en<br />

Google, el humo de cannabis llenando deliciosamente el local, un<br />

tazón de moka etíope aderezado con choco<strong>la</strong>te suizo, Nestlé,<br />

mixtura ésa de <strong>la</strong>s más raras, los ho<strong>la</strong>ndeses me miraban con los<br />

ojos muy grandes y los belgas cruzaban <strong>la</strong> frontera para conocerme<br />

y <strong>la</strong> vaca mugía de rabia, de tanta sorda envidia, alguien<br />

acudía a ordeñar<strong>la</strong> y se llevaba una garrafa humeante de leche<br />

ácida, y los belgas reían, y los ho<strong>la</strong>ndeses reían, y cada vez el<br />

humo de cannabis era más denso, un humo que se religaba con<br />

música ho<strong>la</strong>ndesa, una música rarísima, unos acordes como para<br />

provocar migraña, en un extremo había un jukebox, una de aque-<br />

34


NARRATIVA<br />

l<strong>la</strong>s cajas ridícu<strong>la</strong>s de los años 50, llena de luces de colores, luces<br />

que hacían guiños, yo me levantaba y ahora era Love in an elevator,<br />

de Aerosmith, verdad ésa mayor que un templo, y después<br />

Stairway to heaven, de Led Zeppelin, escalera como no hubo ni<br />

habrá jamás otra, y más tarde Angie, de los Rolling, un Jagger<br />

todavía más grande que todas <strong>la</strong>s escaleras y todos los templos, y<br />

los ho<strong>la</strong>ndeses ap<strong>la</strong>udían, y los belgas ap<strong>la</strong>udían, todos ap<strong>la</strong>udían<br />

como locos, y <strong>la</strong> vaca Matty, de pésimo gusto, miraba con sus<br />

muy vacuos ojos y volvía a mugir. Si te hiciera falta algo me lo<br />

dices, ya veré yo como mandártelo. Lo abracé, tuve deseos de<br />

pedirle que no se fuera, pero sólo lo abracé, dije (él, desde luego,<br />

lo sabía) que mis necesidades eran muy reducidas, pocas veces<br />

necesitaba yo algo, ahora, por ejemplo, necesitaba no seguir acá,<br />

en el suelo, mis posaderas, en Ho<strong>la</strong>nda puede que el suelo fuera<br />

menos duro, muy ho<strong>la</strong>ndés él, mullido, acá el suelo era duro, acá<br />

era mejor <strong>la</strong> cama, acá siempre <strong>la</strong> cama había resultado <strong>la</strong> mejor<br />

de <strong>la</strong>s opciones, el mejor sitio, tal vez no fuera así en Ho<strong>la</strong>nda,<br />

acá siempre lo había sido, el mejor de los mundos posibles, mi<br />

reino por una cama, dadme una cama y moveré el mundo, dejad<br />

que <strong>la</strong>s camas vengan a mí, camas de todos los países, uníos,<br />

cama que estás en los cielos, bienaventurada seas. La cama is an<br />

elevator. ¿Quieres que lo hagamos?,… por última vez. ¿Hacer<br />

qué?, quise saber. Desde luego, yo sabía muy bien de qué se trataba.<br />

Él sonrió: pues, eso… No entiendo. Roger me tomó de <strong>la</strong><br />

mano: ven. No sé cuánto podría gustarle a Roger <strong>la</strong> vaca Matty,<br />

a mí me gustaba mucho Roger, quedamos en <strong>la</strong> cama, sentados,<br />

desnudos, <strong>la</strong>s piernas recogidas a lo hindú, mirándonos. Mientras<br />

más se acercan los días más… difícil es, confesó él. Yo quise saber<br />

qué era difícil. Que cada día sea un día menos, dijo, como un<br />

canceroso, el médico dice al tipo que le quedan tres meses, el tipo<br />

los va contando, uno, dos… Yo me reí: es Gaewtzee, tonto, no es<br />

cáncer. Nos abrazamos. Y Matty, volví a decir. En realidad estuve<br />

35


NARRATIVA<br />

muy cerca de decir y <strong>la</strong> vaca. Matty es buena, dijo él. Pasta bien,<br />

pensé yo, una rumiante de lujo, tiene el estómago dividido en <strong>la</strong>s<br />

conocidas cuatro partes; panza, bonete, libro y cuajar, así estaba<br />

dividido el estómago de un rumiante. Y me quiere, volvió a decir<br />

él. También yo te quiero, anormal, me dije, muy bajito, también<br />

yo, pero cometí <strong>la</strong> torpeza de dejarte, por un tipo, un viejo impotente<br />

que adoptaba poses, un viejo que me había parecido interesante.<br />

Por supuesto, el viejo no era culpable. Nadie era culpable.<br />

Los cubanos debemos dejar de creer que existen culpables. Los<br />

cubanos debemos dec<strong>la</strong>rarnos libres de culpas. Exculparnos. Los<br />

monos se espulgan todo el tiempo. Nos<strong>otros</strong> debemos exculparnos.<br />

Sobre <strong>la</strong>s camas. Sobre <strong>la</strong>s camas no hay culpables. Sobre <strong>la</strong>s<br />

camas todos inocentes. Not guilty. <strong>El</strong> sexo de Roger estaba <strong>la</strong>xo,<br />

un sexo que había tenido yo muy dentro para después adentrarse<br />

en <strong>la</strong>s entrañas de una vaca. Zoofilia, se l<strong>la</strong>maba aquello. Creo<br />

que no voy a poder hacerlo, discúlpame. Expliqué que no tenía<br />

importancia, era lindo estar así, los dos, por última vez. ¿Tú no<br />

quieres irte?, quiso saber. No, no quiero. ¿Por qué? Porque en<br />

cualquier sitio es <strong>la</strong> misma mierda. Roger no dijo nada, se quedó<br />

así, <strong>la</strong>xo, arrebujado en mi regazo, los ojos tan cerrados que parecía<br />

un muerto. Quizá pueda venir cada dos o tres años. Acaricié<br />

con <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano aquellos cabellos ralos encima de <strong>la</strong><br />

nuca. Tal vez para ese entonces alcanzara yo a estar con alguien,<br />

y Roger nos invitaba a cenar, y mira X te presento a Roger, y<br />

mira, Roger, éste es X, tanto gusto, el gusto es mío, <strong>la</strong>ngosta thermidor<br />

y mucha cerveza, y nos divertíamos a morirnos, y él se<br />

deshacía en infinitas historias sobre <strong>la</strong> mierda que era Ho<strong>la</strong>nda, y<br />

al final me decía: me encanta X, de verdad, estoy contento de que<br />

hal<strong>la</strong>ras a alguien como él. Se lo dije. Ojalá sea así, mereces un<br />

tipo bueno, dijo él. Tú no mereces una vaca, pensé. La foto de<br />

Matty estaba en el mismo sitio, Matty que lo miraba todo con<br />

aquellos ojos de res, vacuos ojos de vacuno, Roger se fue al baño<br />

36


NARRATIVA<br />

y aproveché para sacarle <strong>la</strong> lengua, mentarle <strong>la</strong> madre, nunca le<br />

había sacado <strong>la</strong> lengua a un retrato. Roger se demoraba y me<br />

vestí, estar so<strong>la</strong> sobre aquel<strong>la</strong> cama era muy triste, mirar alrededor,<br />

allá mi butaca, aquel<strong>la</strong> bandera rara colgando allí, y el viento,<br />

sop<strong>la</strong>ndo afuera, uuuuuuuuu, el viento que no alcanzaba ya a<br />

mover <strong>la</strong> bandera, y <strong>la</strong> vaca que miraba desde su sitio encima de<br />

<strong>la</strong> mesa de noche. Koninkrijk der Neder<strong>la</strong>nden, volví a leer. Roger<br />

regresó, también se había vestido. Trata de lograr el mejor precio<br />

para <strong>la</strong> PC, dijo, me preocupa mucho mi madre, no sé cuándo<br />

pueda yo mandarle algún dinero. Roger tenía los ojos bril<strong>la</strong>ntes,<br />

y no quise pensar en lo qué había estado haciendo tanto tiempo<br />

en el baño. En <strong>la</strong> casa sólo había un baño, podríamos llorar y<br />

<strong>la</strong>varnos <strong>la</strong> cara, todo eso por turnos. Me voy, dije. Roger me<br />

miró sin atreverse a decir algo, al rato ac<strong>la</strong>ró que el viaje sería el<br />

martes, a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> tarde, Iberia, a Madrid, de ahí a<br />

Amsterdam, en Air France. No tenía <strong>la</strong> intención de ir al aeropuerto<br />

y lo dije. No quiero que vayas, dijo él. Fuimos hasta <strong>la</strong><br />

puerta, <strong>la</strong> paz estaba todavía echada allí, en <strong>la</strong> terraza, al principio<br />

<strong>la</strong> creí dormida pero después abrió los ojos y se puso a mirarnos.<br />

¿Cuando vengo a buscarlo todo?, quise saber. Te dejo <strong>la</strong><br />

l<strong>la</strong>ve, cuando logres vender <strong>la</strong> PC y llevarte lo que desees le llevas<br />

<strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve a <strong>la</strong> vieja. Estuve segura de que sería muy difícil regresar<br />

a aquel lugar, Roger estaría con una vaca allá en Gaewtzee y yo<br />

acá, sentada en mi butaca. So<strong>la</strong>. Muy injusto eso. Una mierda.<br />

Pero el mundo lo era. Casi todo el mundo. Y <strong>la</strong> vida. La vida a <strong>la</strong><br />

que no le bastaba estar en low, <strong>la</strong> muy puta se regodeaba en off.<br />

La paz me miró y estuvo de acuerdo. La vida colgaba del cuello,<br />

y pataleaba, y <strong>la</strong> soga era de cáñamo. No nos veremos más, dijo<br />

él. Por Dios, no seas dramático, suena como si fueras a morirte,<br />

te vas a Ho<strong>la</strong>nda, allá te espera una muchacha, comerás queso,<br />

regresarás en dos o tres años, y estarás muy gordo y muy b<strong>la</strong>nco<br />

y serás adicto a <strong>la</strong> marihuana. Nos reímos. A <strong>la</strong> paz aquello no le<br />

37


NARRATIVA<br />

hizo gracia y quedó muy seria. En <strong>la</strong> puerta volvimos a abrazarnos,<br />

yo acaricié otra vez los cabellos ralos encima de su nuca y<br />

maldije al viejo impotente, el muy imbécil se ponía siempre gel en<br />

el cabello y tenía b<strong>la</strong>ncos los vellos del pubis, hasta entonces<br />

había ignorado yo que un pubis alcanzara a ponerse b<strong>la</strong>nco.<br />

Cuídate, pidió él. Cuídate tú, acá no hay vacas y <strong>la</strong> marihuana es<br />

ilegal. La paz se puso de pie, no logré saber cuantas patas. Otra<br />

vez nos reímos. Cuídate de <strong>la</strong>s vacas, de los molinos de viento, de<br />

los lienzos de Van Gogh, de los belgas y de los ho<strong>la</strong>ndeses, cuídate<br />

mucho, todo eso lo pensé y una vez más quise sacarle <strong>la</strong> lengua<br />

a <strong>la</strong> foto de Matty, mentarle <strong>la</strong> madre, en realidad deseaba cagarme<br />

estrepitosamente en su madre. Vamos a separarnos como si<br />

fuéramos a vernos mañana, propuse. La paz gritó que aquello era<br />

una farsa. ¿Y cómo se hace eso? No puede hacerse, gritó <strong>la</strong> paz.<br />

Pues… me das un beso, suave, acá, sin aspavientos, y yo uno<br />

suave, aquí, sin aspavientos, y entonces yo digo chao, y tú chao,<br />

y abres <strong>la</strong> puerta y yo salgo y te miro y te hago así con <strong>la</strong> mano y<br />

ya está. La paz que yo era una imbécil. Él sonrió, una tristeza que<br />

dejaría sin leche a <strong>la</strong>s vacas allá en Gaewtzee, sin una gota de<br />

leche en <strong>la</strong>s cabronas ubres. ¿Y entonces te vas? Entonces. Ahí<br />

está mi beso, dijo. Y el mío. Habían sido dos los besos, dos muy<br />

suaves, dos sin aspavientos y <strong>la</strong> paz aul<strong>la</strong>ba, casi no se entendía<br />

cuanto decía. Chao, dije yo. Él quedó mirándome con aquel<strong>la</strong><br />

tristeza aniqui<strong>la</strong>dora de ubres. Ahora tú abres <strong>la</strong> puerta, advertí.<br />

No, no <strong>la</strong> abras, no, gritaba <strong>la</strong> paz. Lo hizo y yo salí. Tocaba<br />

mirarlo, y no supe qué otra cosa hacer, quedé allí, en aquel pasillo<br />

de mierda, mirándolo, sabiendo que Ho<strong>la</strong>nda estaba más lejos<br />

que Dios, que una vaca l<strong>la</strong>mada Matty se llevaba así de lejos a mi<br />

hombre. Ahora tú mueves <strong>la</strong> mano, anunció él. Sonreí: ¿cómo <strong>la</strong><br />

muevo? Así. Roger decía adiós con <strong>la</strong> mano. No, anormal, no, no<br />

hagas eso, chil<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> paz. No supe cómo pero también yo dije<br />

adiós. También yo moví <strong>la</strong> mano. Se trataba de mover <strong>la</strong> mano y<br />

38


NARRATIVA<br />

<strong>la</strong> moví. Era un gesto sencillo y lo hice. Ése era el guión, de acuerdo<br />

con el guión <strong>la</strong> puerta ahora debía cerrarse y se cerró, yo debía<br />

caminar por el pasillo y caminé. La paz quedó del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong><br />

puerta, gritando. <strong>El</strong> guión no explicaba algo más, y es que así son<br />

los guiones, mierderos, uno los sigue hasta un punto, después<br />

hacen mutis y todo se queda b<strong>la</strong>nco. O negro. Como <strong>la</strong> vida.<br />

Colgando de una soga. De cáñamo. En off. Y uno mira, se mira<br />

<strong>la</strong>s manos sin saber qué demonios hacer. Uno también en off. La<br />

paz quedó detrás, gritando, tirándose de los cabellos. Afuera<br />

había sol y el calor era horrible, miré arriba, <strong>la</strong> ventana de Roger<br />

estaba cerrada. En Gaewtzee Matty servía un moka muy negro y<br />

el humo de <strong>la</strong> marihuana era denso, <strong>la</strong> música horrible, más allá<br />

de <strong>la</strong> ventana el viento movía trigales, pasto verde Lincoln, y <strong>la</strong>s<br />

aspas de los molinos daban vueltas y vueltas, los belgas y los<br />

ho<strong>la</strong>ndeses discutían, de fútbol, el Ajax se medía con un equipo<br />

de <strong>la</strong> Bundesligue, y hacía frío, mucho frío. Koninkrijk der<br />

Neder<strong>la</strong>nden, ¿qué carajo querría decir aquello? Roger abrió <strong>la</strong><br />

ventana pero no quise mirar arriba, Roger que ahora mismo gritaba<br />

mi nombre, yo que corrí, sin mirar, corrí hasta dob<strong>la</strong>r <strong>la</strong><br />

esquina, más allá había un parque y me senté. Al centro, de piedra<br />

gris, un patriota a caballo. De niña mi padre explicaba que si el<br />

caballo elevaba <strong>la</strong>s patas de<strong>la</strong>nteras al aire el patriota había muerto<br />

en combate, así estaba éste, patas al aire. En Gaewtzee <strong>la</strong>s<br />

nubes eran densas y no dejaban ver el sol, el frío arreciaba y <strong>la</strong>s<br />

vacas mugían. Montones de vacas. Acá hacía cada vez más calor,<br />

el sol era una enorme bo<strong>la</strong> de fuego y nos habíamos quedado sin<br />

vacas, nos habíamos quedado sin amigos, todos se habían ido,<br />

todos se iban, a Gaewtzee, a cualquier sitio, todos patas al aire.<br />

Así estaban todos acá, patas al aire. Así estaba <strong>la</strong> estatua del<br />

héroe, una mole de piedra gris, y yo no recordaba quién coño<br />

podría ser, no recordaba, el héroe me miraba llorar, muy serio me<br />

miraba y no decía nada.<br />

39


<strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong><br />

Emerio Medina


NARRATIVA<br />

Comunistón, le dijo Fello. Por lo del <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> colgados<br />

en <strong>la</strong> pared de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, cruzados como en <strong>la</strong> bandera,<br />

en simetría perfecta sobre el fondo azul opaco. Y a él no<br />

le importó que le dijeran comunista. Que se rieran, si querían,<br />

pero no iba a renunciar al p<strong>la</strong>cer de contemp<strong>la</strong>rlos, no le importaba<br />

que le dijeran ruso, o comemierda, que para Fello era lo<br />

mismo, y para los <strong>otros</strong> también, los amigos de siempre.<br />

Fello preguntó de dónde había sacado esos hierros, y él dijo<br />

que compró el <strong>martillo</strong> en <strong>la</strong> calle, pero no habló de aquel<strong>la</strong><br />

mañana de domingo, cansado después de una noche sin sueño,<br />

con Sandra desnuda en <strong>la</strong> cabeza. Había dicho el vendedor que<br />

era un <strong>martillo</strong> con historia, de los que ya no vienen, dos libras<br />

de acero bien moldeado con su cabo de madera liso, dijo el vendedor<br />

que tan antiguo como el acero mismo, que mirara <strong>la</strong> buena<br />

condición y le cogiera el peso, buen <strong>martillo</strong> que era ese, y el<br />

precio no era malo. Y lo compró por eso, porque gustaba de <strong>la</strong>s<br />

cosas antiguas, y no por otra cosa. Y de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> habló también<br />

porque a Fello le parecía cosa rara. Un <strong>martillo</strong> estaba bien, aunque<br />

antiguo, pero era familiar a Fello y a los <strong>otros</strong>. La <strong>hoz</strong>, en<br />

cambio, no era cosa conocida, salvo quizá por <strong>la</strong> bandera comunista,<br />

y él explicó que <strong>la</strong> compró también. En una tienda, dijo, un<br />

viejo que vendía cosas raras, antiguas decía, cencerros de cobre y<br />

utilería extraña, como ese mismo caso de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong>, objeto poco útil,<br />

raro podía decirse, que a <strong>la</strong> vista ofreciera un brillo curvo, temible<br />

41


NARRATIVA<br />

por el filo y por <strong>la</strong> forma misma, peligroso quizá. Había dicho el<br />

viejo de <strong>la</strong> tienda que lo daba en buen precio si se atendía a su<br />

condición de reliquia usada hacía mil años por los druidas para<br />

cortar el muérdago, para <strong>la</strong>s iniciaciones decía, y él preguntó<br />

riendo si no lo usaban acaso para cortar cabezas, por lo de <strong>la</strong><br />

forma, y el viejo dijo que sí, que se podía cortar fácilmente un<br />

cuello ancho, de un solo tajazo se iban al suelo el cuello y <strong>la</strong> cabeza,<br />

y después <strong>la</strong> sangre. Pero dijo que sin sangre se podía, si se<br />

untaba <strong>la</strong> hoja con el zumo de una p<strong>la</strong>nta, azaleas decía, maceradas<br />

en vino. Eso dijo el vendedor pero él no pudo repetirlo. Dijo<br />

sólo que era una <strong>hoz</strong> antigua para cortar arroz, o trigo, o sémo<strong>la</strong>.<br />

Y se quedó ahí <strong>la</strong> explicación porque Fello preguntó por Sandra.<br />

En el trabajo, dijo, y fingió no ver <strong>la</strong> sonrisa oculta en los ojos de<br />

Fello, una inflexión que pugnaba por abrirse paso, bur<strong>la</strong> contenida<br />

y cal<strong>la</strong>da, risa que le oprimía el corazón y lo empujaba hacia<br />

abajo, pensaba él que hasta el suelo.<br />

Porque Fello sabía. Fello y los <strong>otros</strong>. Los amigos. Y lo trataban<br />

con frialdad, atentos a sus respuestas torpes, a sus explicaciones<br />

de por qué y por cuánto. Y qué podía hacer él sino quedarse<br />

cal<strong>la</strong>do. Y pensar. Imaginar que Sandra era una historia ajena.<br />

Que eso no le estaba pasando a él. Mantenía los ojos fijos en <strong>la</strong><br />

<strong>hoz</strong> y el <strong>martillo</strong>, <strong>la</strong> simetría perfecta en <strong>la</strong> pared, el brillo del<br />

acero sobre el fondo azul opaco. Y pensaba en Sandra.<br />

Sólo le hab<strong>la</strong>ba para pedir dinero. O para insultar. Para mal- maldecir<br />

por <strong>la</strong> comida escasa. Y él sólo podía cal<strong>la</strong>r. Esperaba <strong>la</strong><br />

noche como un refugio último. La hora de acostarse. Y se acostaban<br />

juntos. Sandra cerca. Cerca. Sólo estirar <strong>la</strong> mano. Pero con <strong>la</strong><br />

mano ni atreverse. Tocar era prohibido. A veces, si el<strong>la</strong> lo quería.<br />

Pero pocas veces. Pocas. Pocas veces y <strong>la</strong> noche. La <strong>la</strong>rga noche<br />

en que los ojos se cerraban a <strong>la</strong> fuerza. Los ojos húmedos, que en<br />

<strong>la</strong> oscuridad veían dibujarse figuras de mujeres. Figuras. Rostros<br />

y cuerpos. Curvas y pe<strong>la</strong>mbres. Vientres calientes donde los dedos<br />

42


NARRATIVA<br />

podían resba<strong>la</strong>r a gusto. Muslos delicados y entrepiernas semiabiertas.<br />

Oquedades tibias y pechos como astas. Pechos. Pero nada<br />

era Sandra. Allí, tan cerca, y no era Sandra. Imposible, diríase,<br />

porque no podía. No podía, y eso era un hecho. Una verdad asimi<strong>la</strong>da<br />

con los años. Los duros años de impotencia. De esperanza.<br />

De súplica. De ayúdame y de entiéndeme. Y Sandra lo entendió<br />

un tiempo. Lo ayudó. Le buscó soluciones. A veces era Sandra <strong>la</strong><br />

mujer cercana. Y a veces era simplemente Sandra. Un cuerpo<br />

ajeno.<br />

Con el tiempo el<strong>la</strong> fue sólo una voz que decía no me toques.<br />

Una respiración que a<strong>la</strong>rgaba <strong>la</strong>s horas. Las <strong>la</strong>rgas horas.<br />

Difíciles. Y empezaron <strong>la</strong>s reuniones. Las salidas nocturnas y <strong>la</strong>s<br />

llegadas con el olor de otro hombre. Y todo fue peor por lo de<br />

Fello y los <strong>otros</strong>. Porque ellos sabían. La veían pasar y hab<strong>la</strong>ban.<br />

Estaba seguro de que hab<strong>la</strong>ban. Sabía lo que hab<strong>la</strong>ban. Lo adivinaba.<br />

Lo podía sentir en <strong>la</strong> piel de <strong>la</strong> cara. En el estómago. Una<br />

ira contenida que iba tomando otra forma. Una tristeza íntima<br />

que se fuera convirtiendo en otra cosa. Un sentimiento que cambiaba<br />

rápido desde el amor hasta el odio. Y los ojos se detenían<br />

una vez más sobre <strong>la</strong> simetría perfecta en <strong>la</strong> pared de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />

<strong>El</strong> <strong>martillo</strong>. Un arma ideal para ap<strong>la</strong>star cabezas. Para triturar<strong>la</strong>s<br />

quizá. Un p<strong>la</strong>cer que subía por <strong>la</strong> muñeca, nervio a nervio,<br />

como sangre. <strong>El</strong> golpe saboreado noche tras noche. Un único<br />

golpe calcu<strong>la</strong>do para romper el cráneo. Para desmenuzarlo. Un<br />

huracán de hierro que descendiera rápido y terminara todo. <strong>El</strong><br />

golpe era eso. Pero podía ser más, o podía ser menos. <strong>El</strong> golpe<br />

podía fal<strong>la</strong>r, y, en ese caso, un segundo martil<strong>la</strong>zo era preciso. O<br />

un tercero.<br />

Decidió probar. Los cocos del patio remedaron cabezas. Los<br />

cocos secos. Se rompían con un chasquido. Con uno solo. Pero<br />

inmóviles. Una cabeza puede moverse de repente, si los ojos avisan,<br />

o si un sexto sentido, como aquel caso de <strong>la</strong> mujer del carni-<br />

43


NARRATIVA<br />

cero, que <strong>la</strong> dio por muerta por el golpe en <strong>la</strong> cabeza y se ahorcó<br />

él mismo después, pensando en que iban juntos, y nada, viva que<br />

está, ahí, con otro, con el mismo, riéndose, y el infeliz carnicero<br />

allá, podrido, bajo tierra. Historias que oía en <strong>la</strong> casa de Fello.<br />

Cuentos que hacían para reírse. Como antes. Y ahora vivir el<br />

cuento propio, seguro le decían verraco en lo de Fello, se cal<strong>la</strong>ban<br />

cuando él llegaba, decían que no era el mismo. Ni Fello era el<br />

mismo, ni nadie. Tan amigos siempre, lo rehuían. Lo esquivaban<br />

como el coco al martil<strong>la</strong>zo. Fello tú coño no me jodas amigo que<br />

eras amigos que fuimos martil<strong>la</strong>zo coco seco cabeza partida en<br />

dos en tres como antes no me hab<strong>la</strong>n resbalosos cocos estos <strong>la</strong><br />

cabeza puede girar moverse gritar espera un poco el grito <strong>la</strong> gente<br />

oye gente que oye el grito corre corre corre corre l<strong>la</strong>ma y corre <strong>la</strong><br />

mujer del carnicero <strong>la</strong> muy puta lo jodió con otro el<strong>la</strong> encima<br />

como antes el<strong>la</strong> encima de otro ajá ajá ajá quejidos espasmos puta<br />

de arribabajo el martil<strong>la</strong>zo puta se resba<strong>la</strong> y el grito se resba<strong>la</strong><br />

como antes conmigo los olores y <strong>la</strong> ropa como antes con otro te<br />

quería el coco se resba<strong>la</strong> el grito no es el mismo Fello ni los <strong>otros</strong><br />

el<strong>la</strong> encima de mí el<strong>la</strong> encima de mí el<strong>la</strong> encima de mí coco seco<br />

martil<strong>la</strong>zo <strong>la</strong> cabeza se resba<strong>la</strong> el<strong>la</strong> encima de otro el<strong>la</strong> encima de<br />

otro el<strong>la</strong> encima de otro.<br />

Y probó otra vez. Llenó el patio de pedazos. Partió cráneos<br />

hasta lograr <strong>la</strong> puntería necesaria. Hasta saciar <strong>la</strong> sed de cabezas<br />

trituradas. La cabeza de Sandra, rota y sangrante, ap<strong>la</strong>stada con<br />

un solo martil<strong>la</strong>zo, un solo golpe, el único, un vendaval liberador<br />

propinado con fuerza, un aluvión de acero que hundiera el cráneo<br />

y llegara hasta el centro del cerebro, materia gris materia b<strong>la</strong>nca,<br />

sesos esparcidos en el suelo, <strong>la</strong>s paredes salpicadas con <strong>la</strong> rojez<br />

sanguinolenta, qué bárbaro, Dios mío, este p<strong>la</strong>cer que ha subido<br />

por <strong>la</strong> mano, nervio a nervio, como sangre.<br />

Sandra preguntó qué haces y quiso probar también. Porque el<br />

chasquido le gustó, seguro. Como cabeza rota dijo él, y el<strong>la</strong> rió <strong>la</strong><br />

44


NARRATIVA<br />

frase sin sospechar <strong>la</strong> muerte. <strong>El</strong> trancazo y <strong>la</strong> muerte. Él preguntó<br />

otra vez si le gustaba y el<strong>la</strong> dijo que sí, que estaba bueno.<br />

Y <strong>la</strong> duda después. Por lo de <strong>la</strong> sospecha. La eterna duda.<br />

Miedo podía decirse. Si en el último momento <strong>la</strong> intención se<br />

descubre. O si el brazo fal<strong>la</strong>ra en el instante preciso. O si el grito.<br />

Un grito es cosa poco soportable. Un grito puede ser de ma<strong>la</strong><br />

suerte. Muerte con grito. No. Mejor <strong>la</strong> muerte limpia. La silenciosa<br />

muerte. Pero no con el <strong>martillo</strong>. Con ese no. Con otra cosa.<br />

Y los ojos fueron a buscar <strong>la</strong> simetría de <strong>la</strong> pared. Allá, junto<br />

al <strong>martillo</strong>, en el lugar donde <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> bril<strong>la</strong>ba, de puro acero <strong>la</strong><br />

hoja, que a los ojos pareciera de oro puro, de muérdago cortar<br />

según había dicho el viejo de <strong>la</strong> tienda, el mango liso incrustado<br />

en hueso de alce, hoces no faltarán en <strong>la</strong> vida de un hombre, y a<br />

qué mirar el brillo puro de <strong>la</strong> hoja, b<strong>la</strong>nca curva inflexible que<br />

podía cortar de un solo tajo una garganta, según dijera el viejo.<br />

La sopesó otra vez. Peso perfecto. Surcaba el aire a <strong>la</strong> derecha<br />

y a <strong>la</strong> izquierda. Golpe perfecto. Pero probar en qué. Los plátanos<br />

del patio. Los tallos fueron cuellos. Y los cuellos fueron cortados<br />

de un solo golpe. Y el p<strong>la</strong>cer era mayor. Subía también, pero nacía<br />

en el vientre, más abajo, nervio a nervio. Pero no como sangre.<br />

No. Como semen diríase. Como eyacu<strong>la</strong>ción a voluntad. Como<br />

dominio. Más que el p<strong>la</strong>cer anterior. <strong>El</strong> del <strong>martillo</strong>. Porque con<br />

un solo golpe de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> podía terminar todo. Recto hasta el cuello,<br />

de un solo tajo. Y sin el riesgo de resba<strong>la</strong>rse. Sin un segundo<br />

golpe. Para que Fello no dijera. Que lo contaran después. Que se<br />

dijeran viste eso, un solo tajo. Para que eso dijeran. Uno solo.<br />

Cortó los tallos como cuellos. Y los cuellos podían ser tomados<br />

como tallos si era preciso no pensar en que de un cuello se trataba.<br />

Por si al final, en el último segundo, le fal<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s fuerzas.<br />

Volvió a preguntar Sandra qué haces. Y él dijo nada, estos<br />

plátanos enfermos, cortarlos es preciso. <strong>El</strong><strong>la</strong> no quiso ver. No le<br />

gustó, seguro. Por lo del filo y el corte rápido. Algo que se inter-<br />

45


NARRATIVA<br />

pone entre <strong>la</strong>s mujeres y <strong>la</strong> sangre. Dijo que para plátanos estaba.<br />

Y se fue otra vez. De una reunión le dijo. De un comité de algo.<br />

Y Fello seguro se reía. La vería pasar vestida con el último sueldo<br />

del amigo. Ahí va <strong>la</strong> puta, diría, y el verraco está en <strong>la</strong> casa. Ah,<br />

Fello, un golpe. Un solo golpe. Pero después <strong>la</strong> sangre.<br />

No pensada. A borbotones, dicen, si <strong>la</strong> cabeza cae. Así lo<br />

había visto en <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s. Sangre hasta el techo. Pero había<br />

dicho el viejo que sin sangre se podía. Puta <strong>la</strong> madre del viejo.<br />

Vendedor <strong>la</strong>toso. Cómo hacerlo sin <strong>la</strong> sangre. Sin mucha, sería,<br />

porque el torrente se libera cuando se cortan de cuajo <strong>la</strong>s arterias.<br />

Noventa litros por minuto han dicho. Puede que noventa más si<br />

el cuerpo está cansado, como el de Sandra. Porque llegaba de una<br />

reunión, decía.<br />

Pero podía ser sin sangre. Dijo el viejo que con el zumo de una<br />

p<strong>la</strong>nta. Puede que azaleas. O algo. Se lo encontró en <strong>la</strong> misma<br />

tienda vendiendo cosas antiquísimas, cencerros y cosas de tintines.<br />

Preguntó si recordaba. Y el viejo dijo que sí, lo de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> y el<br />

muérdago, con zumo de azaleas por si <strong>la</strong> sangre. Preguntó que si<br />

seguro, y el viejo lo miró con lástima. Seguro, dijo. Porque <strong>la</strong><br />

sangre no puede ser peor que el grito. Si sale en chorro, acaso. <strong>El</strong><br />

grito no, porque se esparce y queda en los oídos para siempre. Por<br />

eso prefirió <strong>la</strong> <strong>hoz</strong>, porque pensó que era mejor vivir sin el grito<br />

en <strong>la</strong> cabeza.<br />

Y una noche <strong>la</strong> esperó acostado. Desgranó <strong>la</strong>s horas hasta que<br />

oyó abrirse <strong>la</strong> puerta. Pero no desesperaba. No. Tenía los nervios<br />

en quietud perfecta. Re<strong>la</strong>jados quizá. Seguros. Los sentidos atentos,<br />

pero en calma. La oyó entrar y caminar por <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. La imaginó<br />

desvestirse y correr al baño. No pensó en el sudor de otro<br />

hombre impregnado en el cuerpo. Ya no. No le importaba el<br />

cuerpo ni le importaba el sudor. Se levantó cuando oyó correr el<br />

agua. Caminó hasta <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, despacio, hacia <strong>la</strong> pared semioscura<br />

donde <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> bril<strong>la</strong>ba. Extendió <strong>la</strong> mano convencido del acto.<br />

46


NARRATIVA<br />

Demasiadas penas le había deparado el mundo. Y el mundo era<br />

Sandra. Pero ya no. Los dedos casi se cerraron sobre el mango<br />

incrustado en hueso, pero quedaron inmóviles por el golpe en <strong>la</strong><br />

cabeza. Un segundo golpe fue preciso para hacerlo caer. Y un<br />

tercero. Y los ojos, en esfuerzo último, descubrieron <strong>la</strong> simetría<br />

rota en <strong>la</strong> pared. Porque <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> bril<strong>la</strong>ba en su lugar, pero el <strong>martillo</strong>...,<br />

el <strong>martillo</strong> faltaba.<br />

47


Las lecciones del<br />

vampiro<br />

Miguel Terry Valdespino


NARRATIVA<br />

Tú eres <strong>la</strong> culpable de este juego sangriento.<br />

Pablo Neruda<br />

Para Alberto Guerra, por sus amantes del segundo piso.<br />

Una semana antes de que yo cumpliera los cuarenta y<br />

nueve, mi esposa armó sus maletas y se fue a vivir con un<br />

tío que decidió dejarle su casa en herencia. <strong>El</strong> viejo no<br />

viviría demasiado. La herencia vino a acelerar el fin de un matrimonio<br />

muerto. C<strong>la</strong>ra se llevó <strong>la</strong> mayor parte de sus cosas y aseguró<br />

que muy pronto vendría por el resto. También me sugirió<br />

escribir a Hamburgo para contarle a Marce<strong>la</strong>, nuestra hija, que<br />

nos habíamos separado. En breve retornó con una camioneta<br />

para cargar “el resto de sus cosas”, entre <strong>la</strong>s cuales no incluyó un<br />

poemario donde yo le había escrito un par de décadas antes:<br />

Estos veinte poemas de Neruda no alcanzan para decirte cuánto<br />

te amo. Contemplé <strong>la</strong> soledad de mis pa<strong>la</strong>bras. <strong>El</strong> tiempo puede<br />

hacer añicos <strong>la</strong> más sentida dedicatoria. Concluyó nuestro matrimonio<br />

de veintisiete años. Concluyó nuestra carrera de resistencia.<br />

Tanto desamor acumu<strong>la</strong>do nos hacía boquear.<br />

Cuando tuve conciencia de mi soledad, de <strong>la</strong> falta de compañía<br />

en mi cama, primero vino <strong>la</strong> depresión, una especie de etapa<br />

invernal en <strong>la</strong> que solo ves nubes grises y no dejan de atacarte<br />

pequeños y grandes rencores y <strong>la</strong> eterna pregunta sobre cómo será<br />

<strong>la</strong> próxima mujer que se acueste o viva contigo. Y siempre llega<br />

49


NARRATIVA<br />

<strong>la</strong> próxima mujer. La mujer que no perdura. Era una cuarentona<br />

simpática, se teñía de rubio cada tres semanas y tenía un hijo<br />

obeso de catorce años. Vestida lucía estupenda. Desnuda lucía<br />

fatal: una suma de carnes fláccidas con manchas oscuras que<br />

sabía disimu<strong>la</strong>r, como una artista del engaño, debajo de sus ropas.<br />

<strong>El</strong><strong>la</strong> buscaba un marido, un padre para su muchacho enfermo, y<br />

yo buscaba el amor. En esa frase envolví el pretexto para pedirle<br />

que se fuera. Después llegó <strong>la</strong> segunda. Otro desastre, pero con<br />

mal aliento, incapaz de disimu<strong>la</strong>r su barriga debajo de <strong>la</strong>s ropas.<br />

Me negué a buscar <strong>la</strong> tercera. Quizás yo estaba destinado a cumplir<br />

los cincuenta, los cincuenta y cuatro, los sesenta y ocho…sin<br />

que otra mujer entrara a mi vida. Pa<strong>la</strong>bras. Necias pa<strong>la</strong>bras. En<br />

breve no sería un hombre resignado a <strong>la</strong> soledad y <strong>la</strong> abstinencia,<br />

sino un lobo hambriento, carente de alguna presa, vulgar o decorosa,<br />

para practicar el sexo. Pasaron los días y ninguna mujer<br />

interesante volteó <strong>la</strong> cabeza cuando yo cruzaba por su <strong>la</strong>do, ninguna<br />

me comió con <strong>la</strong> vista, ninguna confesó de pronto que siempre<br />

me había deseado. Comencé a desesperarme. Quizás estaba<br />

en hora de comprender que ya era un hombre insignificante para<br />

cualquiera de <strong>la</strong>s mujeres que en realidad me atraían. Fue entonces<br />

que apareció el<strong>la</strong>…Tenía apenas diecisiete años, un cuerpo<br />

para perturbar al ser más indiferente y una sonrisa espléndida, y<br />

andaba en busca del profesor Aramís, ¿es usted?, porque ya se le<br />

venían encima, como una tragedia, los últimos exámenes de matemáticas<br />

en el Preuniversitario. Le dijeron que yo era un experto<br />

en <strong>la</strong> materia, que había dado c<strong>la</strong>ses en <strong>la</strong> Universidad y que<br />

ahora trabajaba en un Instituto muy importante. Me disparó<br />

aquellos elogios en el portal de mi casa, sosteniendo contra su<br />

cuerpo una bicicleta montañesa. ¿Usted cree que pueda ayudarme,<br />

profe? ¡C<strong>la</strong>ro que sí, muchacha! C<strong>la</strong>ro que puedo ayudarte.<br />

¿Cuál es tu nombre? Rebeca. Lo más importante, Rebeca, es no<br />

tenerle miedo a <strong>la</strong> asignatura. Y si te ataca el miedo, pues dale el<br />

50


NARRATIVA<br />

frente, igual que un capitán a una tormenta, igual que un torero<br />

al toro que lo embiste. Rió con ganas Rebeca, le saltaron los<br />

pechos como rocas vivas bajo un pulóver color mamoncillo, resp<strong>la</strong>ndecieron<br />

sus dientes y unas gotas de sudor en su barbil<strong>la</strong>. La<br />

sangre se me animó en <strong>la</strong>s venas. La invité a sentarse y abrí <strong>la</strong><br />

puerta de <strong>la</strong> calle para evitar <strong>la</strong>s incómodas sospechas de cualquier<br />

vecino. Fui a mi cuarto por papel y lápiz. Rebeca me siguió<br />

sin pedir permiso y se detuvo sorprendida ante mi librero, inclinado<br />

por el peso de tantos ejemp<strong>la</strong>res, casi ninguno de matemáticas.<br />

¿A usted le gusta <strong>la</strong> literatura, profe? Me encantan <strong>la</strong>s matemáticas<br />

y el cine, y soy un fanático de <strong>la</strong> literatura, me gustan<br />

desde Homero hasta esos muchachos que escriben <strong>cuentos</strong> eróticos,<br />

le dije con sorpresivo descaro. A el<strong>la</strong> no le gustaba Homero,<br />

pero sí los <strong>cuentos</strong> eróticos, tanto como los poemas de amor, <strong>la</strong>s<br />

nove<strong>la</strong>s policíacas, juveniles, y <strong>la</strong>s de García Márquez. ¿Y a usted<br />

no le ha dado por escribir nove<strong>la</strong>s, <strong>cuentos</strong>, no sé? Siempre he<br />

querido, pero comienzo a escribir y entonces me asusto. ¿De qué<br />

se asusta, profe? Me asusta convertirme en un mal escritor.<br />

Reímos. Yo más alto que Rebeca. Confesó haberse leído un cuento<br />

erótico donde <strong>la</strong> autora ponía a todos encueros, metidos en un<br />

gran re<strong>la</strong>jo en el patio de un museo colonial. Un cuento que pasó<br />

de mano en mano por cada grupo del Pre y ya algunos de sus<br />

amigos se lo sabían de memoria. Sí, Rebeca, los <strong>cuentos</strong> eróticos<br />

tienen su encanto, se le meten a uno por el cuerpo del mismo<br />

modo en que le gusta meterse al Diablo. ¿Y usted ya se leyó toda<br />

esa biblioteca? Le respondí que no leía, sino que releía por tercera,<br />

quinta ocasión, aquellos ejemp<strong>la</strong>res infinitos. Abrió <strong>la</strong> boca<br />

sorprendida. Rebeca también tenía decenas libros que le compraba<br />

su madre o que compraba el<strong>la</strong> misma. Pero no tantos. No<br />

tantos como usted, profe. Me aseguró que vendría el sábado<br />

siguiente, a <strong>la</strong>s diez de <strong>la</strong> mañana. No preguntó si yo estaría dispuesto<br />

a recibir<strong>la</strong> a esa hora. <strong>El</strong><strong>la</strong> misma decidió mi horario de<br />

51


NARRATIVA<br />

servicio, como una patrona; yo afirmé como un obrero obediente.<br />

Salió dejándome con una erección indomable. Un lobo comenzó<br />

a pasearse dentro de mí. Escuché cómo aul<strong>la</strong>ba. Un lobo hambriento<br />

devorando <strong>la</strong>s carnes de Rebeca debía ser un espectáculo<br />

inolvidable.<br />

<strong>El</strong> reloj fue una tortura hasta el sábado a <strong>la</strong>s diez. Apenas<br />

amaneciendo, limpié <strong>la</strong> casa, sacudí los muebles, preparé un jugo<br />

de naranja y compré unos dulces. P<strong>la</strong>nché un pulóver y un pantalón,<br />

me bañé y vestí cuando aún el reloj no daba <strong>la</strong>s nueve, y me<br />

senté a esperar. Mil veces abrí y cerré una revista de ciencias, sin<br />

que pudiera concluir <strong>la</strong> lectura de un solo párrafo. Dentro de una<br />

hora <strong>la</strong> tendría enfrente. Fue imposible que en ese tiempo no tramara<br />

<strong>la</strong>s una y mil estrategias para <strong>la</strong> conquista. Nada de apuros.<br />

Mi lobo debía ser precavido, saltar en el momento exacto, no con<br />

<strong>la</strong> rapidez de un lobo, sino con <strong>la</strong> precisión de un tigre. Rebeca<br />

llegó con nueve minutos de retraso. Traía el pelo recogido en una<br />

co<strong>la</strong>, un cuaderno y un bolígrafo, unas sandalias de cuero, un<br />

vestido corto, bajo el cual resp<strong>la</strong>ndecían sus muslos y sus vellos,<br />

y se había perfumado con una colonia para bebitos. ¿Y <strong>la</strong> bicicleta?<br />

Solo viajaba en bicicleta cuando estaba apurada. Y ese sábado<br />

no tenía ninguna prisa. Dejé a medio cerrar <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> calle y<br />

<strong>la</strong> invité a sentarnos en <strong>la</strong> terraza. Comencé por explicarle lo que<br />

cualquier profesor de matemáticas debía enseñar a sus alumnos<br />

en el primer día de c<strong>la</strong>ses: que en el antiguo Egipto está el origen<br />

de esta ciencia, con mucho de magia, que en 1600 Antes de Cristo<br />

se redactó el Papiro del Rhind, primer texto matemático de <strong>la</strong><br />

Historia, que con <strong>la</strong>s matemáticas se han resuelto problemas<br />

sociales, económicos, políticos y hasta religiosos, que hasta los<br />

escritores necesitan emplear<strong>la</strong> cuando componen un soneto, una<br />

décima o cualquier obra con rima…Si un alumno recibe una<br />

explicación humana, Rebeca, comienza a mirar <strong>la</strong>s matemáticas<br />

como una ciencia agradable y muy necesaria. Rebeca me atendió<br />

52


NARRATIVA<br />

con interés y después escribió de prisa. ¿Comenzaba a impresionarse<br />

con mi inteligencia? Mientras escribía, <strong>la</strong> observé sin pudor.<br />

Rebeca es un número perfecto que los egipcios nunca descubrieron.<br />

Llegaría el instante en que pudiera decírselo. A <strong>la</strong>s doce<br />

menos siete <strong>la</strong> escuché resop<strong>la</strong>r y le pedí hacer un alto. Rebeca me<br />

lo agradeció. La invité a los pasteles y al jugo de naranja… Jugo<br />

de naranja, sí; pasteles, no, dijo Rebeca. ¿Engordan demasiado,<br />

verdad?, pregunté. Sí, los pasteles eran fatales, aunque se volvía<br />

loca por los dulces de frutas, <strong>la</strong>s merme<strong>la</strong>das…, igual que les pasa<br />

a mami y Alicia, una amiguita suya que también le tenía pánico a<br />

los números y por eso contrató a un profesor privado. Pero yo no<br />

soy privado, Rebeca, no voy a cobrarle a nadie por darle una<br />

ayuda. Yo estaba intentando ser Dios, dibujando un personaje<br />

perfecto, tras el cual se ocultaba el demonio que pretendía seducir<strong>la</strong><br />

y tener<strong>la</strong>, en el siguiente minuto, prendida del cuello, invitándolo<br />

a vibrar, a sacarle del cuerpo <strong>la</strong> soledad y <strong>la</strong> derrota a quien<br />

casi tocaba <strong>la</strong>s puertas del medio siglo, una edad en que los hombres<br />

ya han perdido el atractivo para <strong>la</strong>s hembras hermosas.<br />

Rebeca tomó el refresco y secó los <strong>la</strong>bios con un pase de lengua.<br />

Un gesto delicioso. Estaba terminando nuestra primera cita.<br />

Parece que me entendiste bien, Rebeca, ¿viste que <strong>la</strong>s matemáticas<br />

no son tan terribles? Rebeca dijo que yo enseñaba de manera fácil<br />

los ejercicios más complicados. Me dio <strong>la</strong>s gracias y se dirigió a <strong>la</strong><br />

puerta de calle. Entonces le pedí detenerse y le entregué, sin rubores,<br />

Lolita, de V<strong>la</strong>dimir Nabokov, y una antología con varios<br />

<strong>cuentos</strong>, entre ellos uno, el que más me conmovía, de amores<br />

imposibles, como son en verdad, Rebeca, los grandes amores:<br />

Rapsodia para los amantes del segundo piso. Hojeó los dos ejemp<strong>la</strong>res,<br />

los guardó en su mochi<strong>la</strong> y dijo que me traería su opinión<br />

el sábado próximo. Si Rebeca no regresaba, podría dar por seguro<br />

que veía en mi persona a un viejo decadente, a un tarado que,<br />

de un momento a otro, comenzaría a sobarle los muslos por<br />

53


NARRATIVA<br />

debajo de <strong>la</strong> mesa. Viví <strong>la</strong> semana en ascuas, comiendo apenas,<br />

proyectando en mi cerebro una pelícu<strong>la</strong> interminable: imaginaba<br />

y volvía a imaginar a Rebeca desnuda, abierta entre los azulejos<br />

de <strong>la</strong> bañera, abierta de par en par en mi cama, abierta sobre <strong>la</strong><br />

mesa del comedor…y no paré de masturbarme como en mis años<br />

de adolescencia.<br />

Perdí de pronto el interés por asistir al Instituto y l<strong>la</strong>mé a <strong>la</strong><br />

dirección para contarle una mentira: no andaba bien de salud, me<br />

dolía como rayos <strong>la</strong> columna y padecía de mareos con frecuencia.<br />

¿Podía tomarme al menos una semana para reponerme un poco?<br />

No se preocupe, Aramís, <strong>la</strong> dirección lo autoriza, resuelva sus<br />

problemas de salud, que eso sí es importante para usted y para<br />

nos<strong>otros</strong>. ¡Yo, que bufaba como un toro, con dolores de columna<br />

y mareos con frecuencia! Me aislé del mundo. No quise hab<strong>la</strong>r ni<br />

con amigos ni conocidos. La mayoría son viejos, o empiezan a<br />

serlo. Y <strong>la</strong> vejez sólo inspira lástima y asco. Pretendía no inspirarle<br />

a Rebeca ni <strong>la</strong> una ni lo otro. Quería tener su cuerpo como el<br />

último acto decente de mi vida. Después podría morirme. Las<br />

matemáticas, mis libros y C<strong>la</strong>ra no iban a echarme de menos. Y<br />

el dolor que sufriría mi hija era un asunto distante. Rebeca volvió<br />

al sábado siguiente. Pantalones ajustados, pelo suelto, una colonia<br />

más fuerte sobre <strong>la</strong> piel. Aunque viniera vestida con harapos,<br />

yo perdería el aliento. Para el<strong>la</strong> guardé refresco y merme<strong>la</strong>da de<br />

mango. Había leído Lolita, aunque algunas partes, profe, eran<br />

aburridas y tuvo que saltar<strong>la</strong>s, y Rapsodia para los amantes del<br />

segundo piso. Pero no trajo los libros porque Alicia se los estaba<br />

leyendo. <strong>El</strong><strong>la</strong> los cuida, profe, no se preocupe. Miró hacia el techo<br />

para pensar lo que iba a decirme. Esos dos hombres, el profesor<br />

de Lolita y el profesor de Rapsodia, tienen el diablo en el cuerpo,<br />

profe, no pueden ni respirar porque el sexo los tiene como enloquecidos.<br />

Si tienen sexo, sufren, y si no tienen ninguno, sufren<br />

también. No es el sexo por el sexo, Rebeca, es <strong>la</strong> pasión por el<br />

54


NARRATIVA<br />

sexo. <strong>El</strong> hombre es una pasión. Si no existe una pasión, no existe<br />

el hombre. Rebeca hizo el gesto de quien no supo entender <strong>la</strong><br />

diferencia. Es que los hombres son así: aun cuando parece que<br />

están dormidos, gastados por <strong>la</strong> edad, son como un volcán: cuando<br />

despiertan lo incendian todo porque nunca dejaron de llevar<br />

por dentro el fuego más imp<strong>la</strong>cable. ¿Entiendes lo que te digo?<br />

Rebeca afirmó y me di por satisfecho. Sentada en <strong>la</strong> terraza resolvió<br />

hábilmente algunos ejercicios. Le aseguré que iba muy bien,<br />

que no me extrañaría si de pronto se convirtiera en una fanática<br />

de los números y <strong>la</strong>s ecuaciones. No, no, ni pensarlo, profe. ¿Y<br />

qué tú crees, Rebeca, si dejamos un poquito para el sábado que<br />

viene? Aceptó con p<strong>la</strong>cer <strong>la</strong> merme<strong>la</strong>da y mientras comía le entregué<br />

otro libro: Historia sexual de <strong>la</strong> nación. No estaba tan excitado<br />

como <strong>la</strong> primera vez. Quizás el miedo al fracaso maltrató<br />

mis erecciones. Le di otra cita llena de angustias y deseos. Y al<br />

terminar<strong>la</strong>, le di otra…. De pronto me decidí a voltear <strong>la</strong> página.<br />

¿En qué locura me estaba enredando? Debía mirarme al espejo,<br />

viejo decadente, recordar quién era, cerdo pervertido, contar mis<br />

arrugas, cuarentón corrupto…y hasta pensar en <strong>la</strong> cárcel. Para <strong>la</strong><br />

cuarta cita Rebeca llegó ojerosa, espantada, como si presintiera el<br />

rumbo que tomarían mis instintos. ¿Te sientes mal, Rebeca? Negó<br />

con un susurro poco convincente. No me preocupé por eso. Los<br />

jóvenes también se cansan. Para <strong>la</strong> quinta ocasión, apenas dormí<br />

un par de horas. Pasé <strong>la</strong> madrugada escuchando rock de los años<br />

60 y 70. La voz de Mick Jagger se oía más vital que nunca en esas<br />

horas: I can’t get no satisfaction/ I can’t get no satisfaction…<br />

Seguro que todavía el rockero inglés se acostaba con muchachitas<br />

como Rebeca y después ni <strong>la</strong>s columnas más sensacionalistas se<br />

atrevían a l<strong>la</strong>marlo viejo verde. Con <strong>la</strong> primera luz del día, me<br />

afeité, perfumé y me puse una camisa b<strong>la</strong>nca, pensando que el<br />

b<strong>la</strong>nco incidiría de forma favorable en <strong>la</strong> opinión de Rebeca, en<br />

hacer que viera en mí el ejemplo más exacto de <strong>la</strong> ternura, <strong>la</strong><br />

55


NARRATIVA<br />

transparencia y el amor profundo, y comprendiera que es imposible<br />

dejar pasar de <strong>la</strong>rgo a un tipo de mi c<strong>la</strong>se. Compré merme<strong>la</strong>da<br />

de guayaba y queso amarillo. Pasaron <strong>la</strong>s diez y cuarenta y cinco<br />

y Rebeca continuaba ausente. <strong>El</strong> lobo sentía que lo habían enjau<strong>la</strong>do.<br />

Cuando <strong>la</strong> vi pararse en el umbral de <strong>la</strong> puerta, mi cara se<br />

iluminó con una mezc<strong>la</strong> de miedo y alegría. Pero Rebeca era el<br />

desgano con cuerpo de persona. Comencé a sentir que un muro<br />

invisible nos distanciaba. No traté de congraciarme, no traté de<br />

impresionar<strong>la</strong>. No era, definitivamente, un día para el lobo. La<br />

invité a sentarnos en <strong>la</strong> terraza. Dejé a medio cerrar, como siempre,<br />

<strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> calle. Rebeca se desplomó en una sil<strong>la</strong>.<br />

Entonces me dijo que no volvería más, que le era suficiente con<br />

cuatro o cinco sesiones, que nadie era tan bueno como yo para<br />

enseñar matemáticas, que en unas semanas aprendió más conmigo<br />

que en un curso completo con cualquier profesor de su escue<strong>la</strong>,<br />

y me extendió <strong>la</strong> Historia sexual de <strong>la</strong> nación. Está simpático,<br />

profe, pero no entiendo por qué se l<strong>la</strong>ma así. No tomé el libro de<br />

vuelta, le dije que era un regalo, que si no se lo dedicaba era porque<br />

solo el autor debía hacerlo. Mi corazón galopaba. Cerré los<br />

ojos. Se me fue el mundo. No me di cuenta que estaba de rodil<strong>la</strong>s,<br />

vencido frente a Rebeca, como un cristiano pecador ante <strong>la</strong> cruz<br />

redentora. No pude hab<strong>la</strong>r. No me salieron <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. Rebeca<br />

apretó mi cara contra su vientre y yo estreché su cintura. La fui<br />

mordiendo sin hacerle daño. Hundí más mi nariz entre sus piernas<br />

y mis manos se aferraron a sus nalgas. Un olor salvaje y limpio<br />

me provocó escalofríos. Salté y le chupé los <strong>la</strong>bios. Rebeca me<br />

devolvió el impulso con maestría. Quise aspirar su aliento, sorberlo<br />

de un modo tan fuerte que acabara por tragarme hasta sus<br />

vísceras. Me desprendí de su cuerpo y corrí a cerrar <strong>la</strong> puerta de<br />

<strong>la</strong> calle. Volví tembloroso al cuarto. No me atreví a tocar a<br />

Rebeca mientras se desnudaba. La ayudé a <strong>la</strong>nzar al piso <strong>la</strong> sobrecama<br />

de flores y se dejó caer sobre el colchón. Respiró excitada,<br />

56


NARRATIVA<br />

se alborotó el pelo, abrió <strong>la</strong>s piernas igual que en mis fantasías y<br />

se desplegó ante mí un paisaje rosa, carnoso, protegido por un<br />

diminuto campo de vellos castaños. Rebeca esperó que me desnudara<br />

y nos trenzamos en un abrazo. Lamí sus senos firmes, su<br />

axi<strong>la</strong>, su ombligo, los lunares repartidos a lo <strong>la</strong>rgo del vientre,<br />

chupé su sudor, aspiré, penetré…Rebeca pasó al ataque con una<br />

agilidad de matrona. Su inocencia le dio paso libre a una maestra<br />

del arte porno. Dios existía para mí esa mañana. Jamás estuvo mi<br />

verga tan hermosamente recta, tan bárbara y eficaz sobre el<br />

campo de batal<strong>la</strong>. Al despedirnos, Rebeca me prometió que volvería<br />

a <strong>la</strong> semana siguiente. Esperé aturdido. No pude concentrarme<br />

en algo que no fuera mi última batal<strong>la</strong> de sexo. Rebeca cumplió<br />

su promesa. Pero su cara estaba mustia. Le pregunté si tenía<br />

algún malestar o si habían descubierto nuestra re<strong>la</strong>ción. Juró que<br />

nadie sospechaba ni sospecharía. Nos arrancamos <strong>la</strong> ropa y acabamos<br />

en el piso, gozando sobre <strong>la</strong>s mesas, <strong>la</strong>s sil<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> cama...<br />

Cien veces <strong>la</strong> penetré por donde quise y Rebeca gimió sin temor<br />

a que <strong>la</strong> escucharan. ¡Ay, Rebeca, Mi Carmencita, mi trigueñita<br />

fogosa del segundo piso! Entonces ocurrió lo inesperado: un hilo<br />

de sangre comenzó a escurrirse entre sus muslos hasta manchar <strong>la</strong><br />

sábana. Al darse cuenta, rompió a llorar. No es nada, muchacha,<br />

intenté explicarle. Pero Rebeca lloró sin consuelo. No es nada,<br />

Rebeca, eso le pasa a cualquier mujer, cambiamos <strong>la</strong> sábana y<br />

punto. Si tú no quieres, paramos por hoy, le dije con el temor de<br />

que quisiera parar. Pero el l<strong>la</strong>nto de Rebeca tomó altura y el sexto<br />

sentido me ordenó silencio. Entonces se puso de pie y vi que el<br />

hilo de sangre le llegaba hasta el tobillo. Rebeca se fue descalza<br />

hasta el baño y se sentó en <strong>la</strong> taza del inodoro. Al pararme frente<br />

a el<strong>la</strong>, estaba ya convencido que no era <strong>la</strong> menstruación <strong>la</strong> causa<br />

de su l<strong>la</strong>nto. Le entregué un cubo con agua, un jabón y una toal<strong>la</strong><br />

limpia, revisé en el botiquín, saqué un pedazo de algodón y se lo<br />

di con el blúmer. Regresé al cuarto. La mancha de sangre se había<br />

57


NARRATIVA<br />

vuelto negruzca. Rebeca volvió para acurrucarse en una esquina<br />

del colchón. No quiso hab<strong>la</strong>r sobre el tema. Yo tampoco. Me puse<br />

a acariciar<strong>la</strong> como a un cristal muy fino. Tenía miedo de que el<br />

cuento hubiera terminado apenas en su comienzo. Rebeca, con<br />

voz muy pálida, contó que estaba sorprendida, que debía caer con<br />

el periodo después del dieciocho y apenas estábamos a nueve,<br />

hizo una pausa, cambió su tono a una nota más dramática, pero<br />

evitando ser ridícu<strong>la</strong>, y dijo que yo parecía un hombre especial,<br />

distinto, y por eso iba a contarme lo que en verdad le ocurrió, que<br />

si yo no <strong>la</strong> entendía no <strong>la</strong> entendería nadie… Rebeca me confesó<br />

estar loca por Alicia, <strong>la</strong> amiga que pretendía alqui<strong>la</strong>r un profesor<br />

de matemáticas, que <strong>la</strong>s dos se estuvieron encontrando en un<br />

cuarto donde el dueño les cobraba a treinta pesos <strong>la</strong> hora, pero<br />

Alicia ya no <strong>la</strong> quería, o no sabía querer<strong>la</strong>, porque llevaba una<br />

vida promiscua donde cabían alumnas, alumnos, cocineros, profesores<br />

y cualquiera que le hiciera un cuento chino y <strong>la</strong> invitara a<br />

meterse en <strong>la</strong> cama. Es verdad que decenas actuaban como Alicia<br />

en el Preuniversitario. Pero no Rebeca. No. Imposible. No podría.<br />

Y por culpa de esas diferencias estaban separadas y no tendrían<br />

forma de reconciliarse. Y no tener el amor de Alicia y sentirse<br />

muerta era casi lo mismo.<br />

Yo también, de pronto, comencé a morir. No porque Rebeca<br />

fuera lesbiana… o bisexual, una tendencia en auge. Tampoco<br />

porque esperara amor eterno. Ni siquiera temporal, sino porque<br />

sentía, de un modo inevitable, que una montaña de piedras se<br />

estaba derrumbando sobre mi suerte. Rebeca, ¡Dios mío!, ¿qué<br />

hiciste?, recoge ya mi cadáver, envuélvelo en una bolsa, quémalo<br />

donde mejor te parezca, no dejes ni un mínimo rastro para que <strong>la</strong><br />

justicia no te obligue a responder por <strong>la</strong> muerte de un tipo sucio<br />

hasta los huesos. Desde mi desconcierto le sugerí calmarse y que<br />

volviera a vestirse. Rebeca saltó hacia mí, pegó su cara a <strong>la</strong> mía y<br />

se mantuvo respirando fuerte contra mi oído. Una escena tierna,<br />

58


NARRATIVA<br />

entre ridícu<strong>la</strong> y paternal. ¿Cuánto duró? ¿Dos minutos, tres minutos,<br />

diecinueve? Debíamos separarnos, olvidarnos de esta locura,<br />

tomar cada uno por caminos que no volvieran a juntarse… Pero<br />

una idea re<strong>la</strong>mpagueó en mi cerebro. Yo no sería un rival para<br />

Alicia. Ningún macho lo sería: ni el Marlon Brando de Nido de<br />

ratas, ni el Richard Gere de Gigoló americano o el John Travolta<br />

de Pulp fiction. Pero una criatura exótica y repulsiva sí podría.<br />

Aparté de mi cuerpo el cuerpo de Rebeca, <strong>la</strong> tomé por los hombros<br />

y <strong>la</strong> recosté al colchón. Intentó ofrecer resistencia cuando vio<br />

que mis manos tiraban del blúmer, pero después desistió. Tiré a<br />

un <strong>la</strong>do el blúmer y el algodón y abrí sus piernas de par en par.<br />

¡Bel<strong>la</strong> obra! ¡Bellísima! Rugiente obra de orfebre. Rebeca debió<br />

pensar que solo <strong>la</strong> penetraría. Pero no pudo contener un grito de<br />

sorpresa cuando vio que mi lengua se hundía en el canal descompuesto<br />

de su vulva, adonde entró y salió sin remilgos, volvía a<br />

entrar y salir, investigaba ciegamente arriba, analizaba locamente<br />

abajo, en el fondo, libando y gozando el dulzón salitre de <strong>la</strong> sangre,<br />

el estado esponjoso de <strong>la</strong> vulva en días como aquel. Disfruté<br />

sus jugos más íntimos, tragué sus coágulos veloces. Hice un alto<br />

para mirar a Rebeca. Puro espanto. Lo esperaba. Parece sangre<br />

del grupo AB. Tomé un respiro. Lo digo porque tu sangre,<br />

Rebeca, no tiene tanto salitre, es una sangre con un sabor más<br />

suave, por eso eres tan me<strong>la</strong>ncólica; estoy seguro que <strong>la</strong> de Alicia<br />

pertenece al grupo A, que es una sangre con más salitre y con más<br />

demonio. Cerró temerosa <strong>la</strong>s piernas y protegió su sexo con <strong>la</strong>s<br />

dos manos. Usted está loco, profesor, ¿qué está diciendo?, ¿no<br />

siente asco? Y por qué habría de sentirlo, Rebeca, si en <strong>la</strong> sangre<br />

viajan juntos, en absoluta armonía, <strong>la</strong> vida y <strong>la</strong> muerte; nada en<br />

el mundo pesa más que <strong>la</strong> sangre. ¿Nunca leíste <strong>El</strong> paciente inglés,<br />

de Michael Ondaatje? ¡Qué lástima no tener <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>! Mordí sus<br />

manos, sus pechos, su ombligo, volví con mi lengua a hurgar en<br />

el centro de sus muslos y <strong>la</strong> sangre estalló en su vulva, contra mis<br />

59


NARRATIVA<br />

<strong>la</strong>bios ¿De verdad que no <strong>la</strong> leíste? Usted está loco, profesor, usted<br />

está loco. No estoy loco, Rebeca, soy un vampiro, déjame curarte,<br />

vida, déjame darte todo mi amor. ¿No dice así una canción de<br />

Maná? ¡Oh, rojísimo y glorioso maná de Rebeca! ¡Oh, glorioso<br />

maná a <strong>la</strong> altura de mi hambre! ¿Tenía esta mujercita un mínimo<br />

de conciencia acerca del gran poema que se escurría entre sus<br />

muslos? ¿Del gran poema que un vampiro estaba <strong>la</strong>miendo?<br />

Permanecimos abrazados y desnudos <strong>la</strong> tarde entera, envueltos<br />

en un suave silencio, entre caricias y besos <strong>la</strong>rgos, en una<br />

fiesta para mis cinco sentidos. Pero no nos engañamos con discursos<br />

amorosos ni promesas fatuas. Rebeca se despidió al caer <strong>la</strong><br />

noche. Se despidió sin mirarme a los ojos. No dijo que volvería el<br />

próximo sábado, ni el martes, ni el jueves… ni nunca. No le pregunté<br />

ni le exigí nada. Pasé <strong>la</strong> noche en insomnio, saboreando en<br />

mis instintos su sangre generosa. “<strong>El</strong> corazón es un órgano de<br />

fuego”, escribió Michael Ondaatje… La lengua también. Las lenguas<br />

buscan, bucean, descubren, trasmiten decepciones…y hasta<br />

se enamoran, como escribió el poeta Luis Cernuda o dijo el catalán<br />

Serrat. No sentí asco. No me sentí un tipo perverso. Quizás<br />

amar deba ser un arte muy sucio si en realidad pretende ser un<br />

arte hermoso. Seguí masturbándome con una dignidad invencible.<br />

No es tan desastroso masturbarse cuando uno está más cerca<br />

de los húmedos banquetes del profesor de Lolita que de <strong>la</strong>s húmedas<br />

hambrunas del profesor de Rapsodia…<br />

<strong>El</strong> lunes salí temprano en busca de un librero. Hallé al más<br />

prestigioso: un moreno de frases lentas que juraba hacer lo imposible<br />

para comp<strong>la</strong>cer a los clientes. ¿Usted quiere libros que<br />

hablen de vampiros? Sí, quiero algo; pero, por favor, que no sea<br />

Drácu<strong>la</strong>, esa historia ya pasó de moda. <strong>El</strong> moreno asintió con <strong>la</strong><br />

cabeza. Anne Rice, ¿<strong>la</strong> conoce?, tiene una nove<strong>la</strong> extraordinaria:<br />

Entrevista con el vampiro. No es difícil de conseguir. ¿La que<br />

llevaron al cine? Sí, esa misma… Es una obra fabulosa, pero, si<br />

60


NARRATIVA<br />

me da un p<strong>la</strong>zo aceptable, puedo buscarle joyas mejores. ¿<strong>El</strong><br />

paciente inglés, por ejemplo? Pero esa nove<strong>la</strong> no es de vampiros,<br />

ni <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> tampoco. Óigame, yo <strong>la</strong> vi dos veces, y no creo que<br />

sea una pelícu<strong>la</strong> de vampiros. ¿Quién sabe?, no esté tan seguro: el<br />

arte se presta para múltiples lecturas y múltiples usos. <strong>El</strong> moreno<br />

se encogió de hombros y me pidió un p<strong>la</strong>zo de tres días para cumplir<br />

el encargo. Me pareció un tiempo razonable. Pues en tres días<br />

le lleno <strong>la</strong> bolsa de vampiros y de sangre, ¡ah!, señor, ese tipo de<br />

obras cuesta caro, ¿sabe? Por supuesto, lo que sirve cuesta caro.<br />

Me alegro, señor, que lo sepa. Lo que cueste no es importante,<br />

puedo darle hasta propina. Caminé sin rumbo toda <strong>la</strong> mañana,<br />

tropezando con los transeúntes y pidiendo disculpas. Sobre <strong>la</strong> una<br />

encendí <strong>la</strong> computadora y vi de pronto <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> en b<strong>la</strong>nco,<br />

esperando por mis primeras pa<strong>la</strong>bras, por mi a<strong>la</strong>rgado debut<br />

como escritor de ficciones. Mis manos se enredaron en el tec<strong>la</strong>do<br />

antes de que pudiera escribir <strong>la</strong> primera frase: “Soy un vampiro”.<br />

Escribí sin parar durante seis horas y, desde el amanecer siguiente,<br />

continué inventando fábu<strong>la</strong>s grotescas sobre los grupos sanguíneos,<br />

sobre <strong>la</strong> estrecha re<strong>la</strong>ción entre el color de los ojos y el sabor<br />

de <strong>la</strong> sangre, conté vidas y sobrevidas de vampiros que jamás<br />

existieron, fui amontonando historias que un crítico literario<br />

haría trizas, pero que Rebeca leería con asombro. Tomé un descanso<br />

al sentir un mareo. Estaba hambriento. Compré pollo y<br />

frijoles y comí con apetito. Sentí que tomaba por los cuernos mi<br />

re<strong>la</strong>ción con Rebeca. ¡Ah, Rebeca, cuántos p<strong>la</strong>ceres te dará este<br />

vampiro! Entre un hombre y una lesbiana, una lesbiana; entre una<br />

lesbiana y un vampiro, ya lo veremos, Rebeca. Nada puede ser<br />

más exótico, deseable y repulsivo que un vampiro. Nada esc<strong>la</strong>viza<br />

más que <strong>la</strong>s perversiones. <strong>El</strong> día seña<strong>la</strong>do busqué <strong>la</strong> encomienda.<br />

<strong>El</strong> moreno me entregó <strong>El</strong> paciente inglés, <strong>la</strong> Entrevista… de Anne<br />

Rice, <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> Vampiresas, descarga light de una escritora puertorriqueña,<br />

y el cuento La dama pálida, de Alejandro Dumas, con<br />

61


NARRATIVA<br />

una foto en portada de una mujer exangüe, con un siniestro atractivo,<br />

muy parecida a <strong>la</strong> actriz Mary Astor. Pagué con entusiasmo<br />

aquel<strong>la</strong> carga de chupasangres y fui a poner<strong>la</strong> junto a mis re<strong>la</strong>tos.<br />

Estarían a disposición de Rebeca en nuestro próximo encuentro.<br />

Comencé a preparar una actuación conmovedora: Rebeca, tú eres<br />

me<strong>la</strong>ncólica porque tu grupo sanguíneo…. Entonces abriría para<br />

el<strong>la</strong> <strong>la</strong> página inolvidable de <strong>El</strong> paciente inglés, en <strong>la</strong> que el conde<br />

Almasy descarga sus instintos (bellísimos instintos) de animal<br />

enamorado en <strong>la</strong> vagina de su amante muerta: ¿Qué tiene de<br />

terrible lo que hice? En cierta ocasión el<strong>la</strong> me chupó <strong>la</strong> sangre de<br />

un corte en <strong>la</strong> mano, como yo había probado y tragado su sangre<br />

menstrual. Imaginé <strong>la</strong> cara de Rebeca mientras escuchaba <strong>la</strong><br />

angustia de Almasy. Imaginé <strong>la</strong> cara sórdida de Alicia mientras<br />

escuchaba contar a Rebeca <strong>la</strong> angustia alucinante de Almasy a<br />

través de mi angustia.<br />

Ensayé el performance y esperé por el<strong>la</strong>. Pero no regresó. Un<br />

desánimo cósmico comenzó a invadirme. Crucé varias veces frente<br />

a su casa, pero <strong>la</strong> puerta nunca estuvo abierta. Sentí que ya no<br />

iba a volver. Sentí que se desmoronaba mi papel idiota de vampiro.<br />

Volví a ocultarme en mi soledad como un vampiro se oculta<br />

de <strong>la</strong> luz. Una tarde me tiré vestido en <strong>la</strong> cama, dormí mal durante<br />

una hora, y después fui a <strong>la</strong> cocina para freírme unos huevos,<br />

meterlos dentro de un pan, untarle catsup y mostaza, y acompañarlos<br />

con un té de limón. Cuando me disponía a comer, sonó con<br />

insistencia el teléfono. Desde el otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> línea llegó <strong>la</strong> voz<br />

de C<strong>la</strong>ra. Preguntó por mi salud y mi estado de ánimo. Le respondí<br />

cualquier cosa. Me dijo que había enviado fotos suyas a<br />

Hamburgo, que Marcelita <strong>la</strong> encontró muy bien, más joven y<br />

bel<strong>la</strong> que de costumbre. <strong>El</strong> tono almibarado de C<strong>la</strong>ra pretendía<br />

irritarme. Tal vez estaba teniendo sexo del bueno, o no tenía sexo<br />

de ninguna c<strong>la</strong>se, dos pretextos distintos, pero igual de válidos,<br />

para <strong>la</strong>nzar ataques contra tu antigua pareja. Le respondí que yo<br />

62


NARRATIVA<br />

no había enviado ninguna foto a Hamburgo, pero también haría<br />

lo imposible por acabar siendo más joven y bello que de costumbre.<br />

C<strong>la</strong>ra se rió con gusto. Su risa me provocó náuseas. No pude<br />

impedir que cruzaran por mi cerebro mis últimos años de matrimonio<br />

con el<strong>la</strong>, años repletos de desganos, depresiones, sexo mal<br />

hecho… Entonces decidí agredir<strong>la</strong>: te ríes con risa de vieja menopáusica,<br />

con risa de mujeres que están secas. C<strong>la</strong>ra enmudeció. Mi<br />

estocada le había atravesado el pecho. Mujer decadente, inservible,<br />

mujer sin brillo en los ojos, mujer en guerra con <strong>la</strong> pasión y<br />

el sexo y, casi seguro, con <strong>la</strong> felicidad, ¿de quién pretendes bur<strong>la</strong>rte?,<br />

debí gritarle al teléfono, pero C<strong>la</strong>ra fue muy veloz en el contraataque.<br />

Sí, ya no le daba <strong>la</strong> menstruación, pero estaba viva y<br />

no estaba seca, chilló en mi oído y continuó los insultos sin tomar<br />

aire. No me hagas caso, soy un vampiro, perdona que te pregunte<br />

por <strong>la</strong> sangre, logré a duras penas interca<strong>la</strong>r mis pa<strong>la</strong>bras entre<br />

su rabieta. No eres un vampiro, eres un imbécil. Me harté de<br />

escuchar insultos, colgué el teléfono y terminé de comer. Sobre <strong>la</strong>s<br />

ocho tocaron a <strong>la</strong> puerta. Abrí sin apuro. No imaginé que fuera<br />

Rebeca. De pronto tuve ante mí a una muchacha con el cabello<br />

pintado de rojo estridente, una figura de atleta y un cuaderno<br />

esco<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> mano. Buscaba al profesor Aramís, ¿es usted?, me da<br />

pena molestarlo; pero tengo problemas con <strong>la</strong>s matemáticas. Si<br />

me dices que eres Alicia, te digo que soy Aramís y que puedo<br />

ayudarte con <strong>la</strong>s matemáticas. Sí, c<strong>la</strong>ro que era Alicia, ¿cómo lo<br />

supo? Los vampiros siempre saben quién es quién. Alicia se<br />

cubrió <strong>la</strong> boca con el cuaderno para que no <strong>la</strong> viera reírse.<br />

¿Entonces?, preguntó bajando el cuaderno. Puedo ayudarte, c<strong>la</strong>ro<br />

que puedo. Alicia se acarició <strong>la</strong> cabeza con orgullo. Un color<br />

especial, le dije en un susurro morboso. Me han dicho, profe, que<br />

es un tinte muy agresivo, que parece sangre, ¿qué usted cree?,<br />

¿está muy escandaloso? Estoy por pensar, Alicia, que el escándalo<br />

es lo único que salva al hombre, lo único que lo mejora. Alicia<br />

63


NARRATIVA<br />

pareció no comprender <strong>la</strong> frase, o quizás <strong>la</strong> comprendió a <strong>la</strong><br />

mitad, o <strong>la</strong> entendió como quiso. Tocaba entonces preguntar por<br />

Rebeca. No me decidí. O quizás ya no me interesaba preguntar.<br />

Sin embargo, Alicia me leyó el pensamiento. Rebeca es muy<br />

buena, profe, pero es muy cobarde. No respondí ni a favor ni en<br />

contra. Y tú, por supuesto, Alicia, sí eres muy valiente. Alicia<br />

aseguró que sí, que de haber nacido hombre sería alpinista, o<br />

corredora de motos, o intentaría atravesar en camello el desierto<br />

del Sahara. ¿Te gustan <strong>la</strong>s historias de vampiros, Alicia? Le encantaban<br />

<strong>la</strong>s historias de vampiros. Pues hoy sacaste tu número de<br />

suerte: en esta casa vas a encontrar <strong>la</strong>s mejores, y hasta podrías<br />

leerte <strong>la</strong>s que yo estoy escribiendo. ¿Y qué cuentan sus vampiros,<br />

profe? Mis vampiros se chif<strong>la</strong>n por <strong>la</strong>s personas con sangre del<br />

grupo A, que es sangre de personas atléticas, aventureras y provocadoras.<br />

Alicia me corrigió de inmediato. Entonces es muy<br />

posible que mi sangre no les guste porque mi sangre es del grupo<br />

B positivo. No me perturbó mi desacierto, puse una mano sobre<br />

su cabeza y le di unos golpecitos amables. No te preocupes, los<br />

vampiros de mis <strong>cuentos</strong> son muy flexibles. Alicia comenzó a<br />

mirarme, estoy seguro, con el hechizo macabro de Mary Astor. La<br />

sangre B no está mal, se lo juro, profe. Sobraban ya <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras.<br />

Entonces cerré <strong>la</strong> puerta y pasé el cerrojo sin preocuparme de<br />

nadie.<br />

64


La lista del cubo<br />

Ahmel Echevarría


NARRATIVA<br />

Agradecí haber escuchado <strong>la</strong> bendita a<strong>la</strong>rma del despertador.<br />

La había programado para que tuviera una melodía<br />

grata y al menos fuera dulce mi despertar. A <strong>la</strong>s cinco de<br />

<strong>la</strong> mañana, <strong>la</strong>s notas musicales de The London Bridge is falling<br />

down interrumpieron <strong>la</strong> sucesión de imágenes y sonidos que se<br />

sucedieron dentro de <strong>la</strong>s paredes de mi cabeza durante casi toda<br />

<strong>la</strong> noche.<br />

Me sentía agotado, tenía un <strong>la</strong>rgo día de trabajo con Bob<br />

Esponja y <strong>El</strong> Mexicano, debía estar al vo<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> furgoneta en<br />

un viaje de doscientos ochenta kilómetros y había decidido acostarme<br />

temprano <strong>la</strong> noche anterior. Me fui a <strong>la</strong> cama poco antes de<br />

<strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> noche y sin <strong>la</strong> ayuda de somníferos caí en el sueño<br />

con el peso de un bloque de acero y concreto. Pero cuando se está<br />

verdaderamente agotado no bastan ocho horas de sueño. Debes<br />

considerar los imprevistos aunque tu p<strong>la</strong>n sea irte a <strong>la</strong> cama y<br />

dormir. Y un imprevisto es <strong>la</strong> hora de despertarse, por más que te<br />

prepares te toma por sorpresa. Por esa razón escogí <strong>la</strong> melodía de<br />

<strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma: The London Bridge is falling down. La bendita a<strong>la</strong>rma.<br />

La dejé sonar. Eran <strong>la</strong>s 5:00 a.m., me quedé acostado boca arriba<br />

tamborileando <strong>la</strong>s notas musicales ejecutadas por el despertador,<br />

hasta que Jane<strong>la</strong> me dio un codazo:<br />

—Ten un poco de piedad, por amor de Dios. Apága<strong>la</strong>… hoy<br />

es domingo.<br />

A pesar de haber elegido <strong>la</strong> melodía de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma, cuando sonó<br />

66


NARRATIVA<br />

el despertador mi corazón <strong>la</strong>tió a mil golpes por minuto, como<br />

tantas veces a lo <strong>la</strong>rgo de mi vida pasé toda <strong>la</strong> noche soñando. Y<br />

al igual que tantas veces a lo <strong>la</strong>rgo de toda mi vida, podía recordar<br />

el sueño. Pero esa vez amanecí con dolor de cabeza —uno de<br />

los que te ta<strong>la</strong>dra el cráneo de <strong>la</strong>do a <strong>la</strong>do—, y <strong>la</strong> clásica transpiración<br />

que mana del cuerpo cuando tienes el papel protagónico<br />

en una buena pesadil<strong>la</strong>. Era un agudo dolor. Como si un caballo<br />

me estuviera pateando <strong>la</strong> sien.<br />

Fui al baño.<br />

Del botiquín tomé un par de calmantes y me miré en el espejo.<br />

Intenté sonreír pero solo alcancé a duplicar una horrible mueca.<br />

Me <strong>la</strong>vé <strong>la</strong> cara. De <strong>la</strong> repisa tomé mi kit mágico: Gillette Mach<br />

3 Turbo, crema hidratante Gillette y colonia Nivea. Tras el rasurado<br />

intenté una segunda sonrisa frente al espejo: lucía como <strong>la</strong><br />

mierda, para colmo tenía un raro sabor en <strong>la</strong> boca.<br />

Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora. Respiro. Y exhalo.<br />

No estoy solo, hay un hombre cruzado de brazos. Al parecer está<br />

esperando por mí. Hay poco menos de diez metros entre él y yo.<br />

Es negro. Una prenda cuelga del brazo de ese hombre, quizá sea<br />

un saco. Un saco gris. <strong>El</strong> negro no lleva corbata y mueve una de<br />

sus manos. Mientras camino a su encuentro ese hombre repite el<br />

mismo gesto. Al parecer me está pidiendo que hue<strong>la</strong>, que respire<br />

profundo. Le devuelvo un gesto a manera de respuesta. Entonces<br />

inhalo, repleto así mis pulmones. Y suavemente exhalo toda<br />

aquel<strong>la</strong> mezc<strong>la</strong>. Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora. Conozco<br />

el color, el olor y hasta el sabor de <strong>la</strong> arena del desierto. Pero<br />

nunca olí el ozono, al menos eso creo, tampoco he escuchado de<br />

alguien que lo haya pa<strong>la</strong>deado. <strong>El</strong> negro camina hacia mí. Su saco<br />

cuelga del hombro. Los días de tormenta huelen a ozono, eso<br />

dicen, es el olor que se siente justo antes de comenzar <strong>la</strong> lluvia. A<br />

electricidad dicen que huele el ozono, el aroma azul de <strong>la</strong> descarga<br />

eléctrica. Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora. Los perros<br />

67


NARRATIVA<br />

no se atreven a comer <strong>la</strong> carne podrida. Ese negro parece tener<br />

más de 60 años, lo de<strong>la</strong>tan <strong>la</strong>s canas y <strong>la</strong>s pocas arrugas de su<br />

rostro. Cuando un negro tiene canas y arrugas ya está bien maduro.<br />

Me saluda con un guiño y una palmada en el hombro. Lo<br />

conozco de algún lugar. Caminamos en silencio, despacio. He<br />

visto a los perros huir con un pedazo de carne en <strong>la</strong> boca. Los he<br />

visto apurar el paso. Cierro los ojos, el negro viejo y yo y un par<br />

de perros estamos en una calle desierta. Es mediodía en<br />

Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya. Estamos en una calle donde solo se<br />

escucha el sonido del viento. Arrastra finos granos de arena, <strong>la</strong>dridos<br />

y el lejano estallido de <strong>la</strong>s bombas. Buena parte de <strong>la</strong>s viviendas<br />

están destruidas. Y los perros huyen con un pedazo de carne<br />

en <strong>la</strong> boca, pero no está podrida. Lo puedo asegurar. Los vi acercarse<br />

a los cuerpos sin vida de los civiles, <strong>la</strong>s bajas del Ejército de<br />

Resistencia o a los soldados muertos. Dan un pequeño rodeo,<br />

olfatean el aire y el suelo. Lamen <strong>la</strong> sangre derramada en el asfalto<br />

cuando se aseguran de que no hay ningún peligro. Y también<br />

<strong>la</strong>men <strong>la</strong>s heridas. Devoran coágulos de sangre, los trozos de sesos<br />

o arrancan un pedazo de carne del cuerpo de los muertos. Como<br />

chacales. Como hienas. Pero es una carne que el calor del asfalto<br />

y el sol de Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya todavía no han descompuesto.<br />

—¿Encontraste <strong>la</strong> felicidad en tu vida…? —dice el negro viejo;<br />

está parado frente a mí, vestido con una camisa b<strong>la</strong>nca, pantalón<br />

gris, el saco lo lleva colgado del hombro; ese negro es Morgan<br />

Freeman, estaba seguro de que lo conocía de algún lugar—, ¿<strong>la</strong><br />

encontraste?<br />

Mientras sonríe miro a los <strong>la</strong>dos. Arena. Ozono. Carne podrida.<br />

Pólvora. Estamos, Morgan y yo, sentados en unas butacas<br />

muy cómodas. Todo es silencio. Solo hay nubes a nuestro alrededor.<br />

<strong>El</strong> cielo, o lo que se alza sobre nuestras cabezas, tiene una<br />

tonalidad que alterna el gris y el amarillo tenue. Arena. Ozono.<br />

68


NARRATIVA<br />

Carne podrida. Pólvora. Respiro profundo. Y exhalo. Espero a<br />

que pasen <strong>la</strong>s nubes. Si digo que impresiona cuanto alcanzo a ver<br />

no es justamente por <strong>la</strong> belleza del panorama. Es solo por <strong>la</strong> altura.<br />

Desde mi butaca todo Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya es un horrible<br />

escenario. Las nubes van a <strong>la</strong> deriva unas detrás de otras, es una<br />

suerte, avanzan despacio, muy despacio. ¿Cúmulos, nimbos,<br />

cirros? Qué más da, son solo nubes muy gruesas y es una verdadera<br />

suerte que apenas permitan ver cuanto sucede abajo. Pero a<br />

nuestras butacas llega el olor de Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya. Sé del<br />

acre olor de <strong>la</strong> pólvora.<br />

—¿Tu vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>…? —dice; debo volver <strong>la</strong><br />

cabeza hacia atrás, Morgan está parado detrás de mi butaca, el<br />

saco cuelga de una de sus manos.<br />

¿Mi vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>?<br />

Pienso en Guni<strong>la</strong> y un dolor muy agudo se c<strong>la</strong>va en mi sien.<br />

“Guni<strong>la</strong>” —digo—. Mi enorme y dulce gata tirada en un callejón,<br />

a media noche; su falda desgarrada, los moretones en los brazos<br />

y muslos, una herida en su cuello. Como un fogonazo, <strong>la</strong> imagen<br />

de esta mujer llega a mi memoria. ¿Por qué <strong>la</strong> muerte de Guni<strong>la</strong><br />

estal<strong>la</strong> en mi memoria? ¿Acaso es cierto que no hice nada por<br />

el<strong>la</strong>? Dios tiene un p<strong>la</strong>n para cada uno de nos<strong>otros</strong> y no nos pone<br />

ante pruebas que no seamos capaces de superar. Eso dicen. Y<br />

siento unas palmadas en mi hombro. Siento un leve apretón.<br />

Morgan me guiña un ojo. Y sonríe. Pienso en Jane<strong>la</strong> da Alma y el<br />

mismo dolor me ta<strong>la</strong>dra <strong>la</strong> cabeza. “Jane<strong>la</strong>” —digo—. Sus <strong>la</strong>rgas<br />

uñas pintadas de rojo, tirabuzones de falso cabello rubio, un feto<br />

sanguinolento en sus manos. Como un fogonazo <strong>la</strong> imagen de<br />

esta mujer llega a mi memoria. Vuelvo a crisparme. Jane<strong>la</strong> me<br />

l<strong>la</strong>mó hiena y asesino cuando intenté convencer<strong>la</strong> de que por el<br />

momento en nuestra re<strong>la</strong>ción no cabía una tercera persona y era<br />

mejor un aborto. ¿Habrá servido para algo que uno de los caimanes<br />

b<strong>la</strong>ncos de ojos azules <strong>la</strong> mirara directamente a los ojos?<br />

69


NARRATIVA<br />

Jane<strong>la</strong> me pidió visitar La Tierra de los Caimanes y así lo hice.<br />

Una amiga le comentó lo de <strong>la</strong> buena fortuna que podrías recibir<br />

si uno de esos caimanes te mira a los ojos. Si te miran debes pedirles<br />

algo, y tu petición se cumplirá. Jane<strong>la</strong> insistió. Le pedí el Ford<br />

a <strong>El</strong> Mexicano. Y <strong>la</strong> llevé a ese parque. Eran cuatro caimanes de<br />

color marfil y unos ojos de un profundo azul. Cuatrocientos kilos<br />

de puro músculo y más de tres metros de <strong>la</strong>rgo. Colmillos, garras,<br />

una piel como de escamas de piedra reseca y b<strong>la</strong>nca. Unos ojos de<br />

un profundo y frío azul. ¿Cómo es posible que un animal tan bien<br />

parecido pueda darte buena fortuna? No éramos los únicos que<br />

habían ido a visitar a los caimanes b<strong>la</strong>ncos. Nos costó llegar y<br />

pararnos junto al enrejado que rodea al estanque de Los Cuatro<br />

Fantásticos. Una de esas bestias se movió en dirección a nos<strong>otros</strong><br />

y levantó su enorme cabeza. Primero miró a Jane<strong>la</strong>, luego a mí.<br />

Vi el rostro de Jane<strong>la</strong> luego de que el caimán <strong>la</strong> mirara; parecía<br />

haber hab<strong>la</strong>do con el mismo Jesús. Y me abrazó. De regreso a<br />

casa me confesó lo que había pedido al caimán: estar juntos por<br />

siempre, tener un bebé. ¿Exactamente cuándo se está listo para <strong>la</strong><br />

llegada de un bebé? Una vez estuve enamorado de una mujer tres<br />

años mayor que yo. Y el<strong>la</strong> de mí. O quizá estuvimos viviendo<br />

dentro de una burbuja de gas alucinógeno durante poco menos de<br />

ocho meses el mismo año en que regresé de Al-Jumhuriya al-<br />

‘Iraqiya. Cierro los ojos y me veo en un apartamento en <strong>la</strong>s afueras<br />

de <strong>la</strong> ciudad. “Jazmín” —digo, y su imagen es un fogonazo en<br />

mi memoria—. Una bel<strong>la</strong> mujer con un nombre de flor; árabe o<br />

persa su nombre, a tono con <strong>la</strong> mitad de sus genes. Pero no éramos<br />

so<strong>la</strong>mente el<strong>la</strong> y yo. Tenía una camada: dos hijos. Me habló<br />

de Dios, de su familia, de su realidad —su realidad era el trabajo<br />

como veterinaria en el Departamento de Control y Cuidado de<br />

Animales, su realidad también era su camada—. Me habló del<br />

sacrificio. Solo pude hab<strong>la</strong>rle de mi realidad y de lo que yo entendía<br />

por sacrificio —mi realidad era mis primeros trabajos con <strong>El</strong><br />

70


NARRATIVA<br />

Mexicano, el ojo de cristal y <strong>El</strong> Albatros; ¿mis sacrificios?: mis<br />

primeros trabajos con <strong>El</strong> Mexicano, el ojo de cristal y <strong>El</strong><br />

Albatros—. Estábamos enamorados y dijo que bien podía rega<strong>la</strong>rme<br />

<strong>la</strong> posibilidad de tener un hijo si pensábamos en serio nuestra<br />

re<strong>la</strong>ción. ¿Estábamos listos para hacer más grande su camada?<br />

En caso de arrepentirme el aborto no era una opción a tener en<br />

cuenta. Jazmín me volvió a comentar <strong>la</strong> posibilidad de tener un<br />

hijo. Solo le pregunté si estaba segura de cuanto me proponía.<br />

Aquel<strong>la</strong> mujer sonrió: “Tener un bebé es un regalo de Dios. Dios<br />

no creó <strong>la</strong> muerte, Dios nos da vida abundante” —dijo cuando<br />

quisimos definir qué tipo de re<strong>la</strong>ción teníamos y hacia dónde nos<br />

estábamos moviendo—. Estábamos enamorados. Pero una burbuja<br />

de gas alucinógeno es solo una burbuja de gas. “Jazmín”<br />

—digo para que en mi memoria perdure el halo de luz tras el<br />

fogonazo.<br />

La mano de Morgan Freeman palmea suavemente mi hombro,<br />

también me rega<strong>la</strong> un suave apretón. Pero qué es el amor. ¿<strong>El</strong><br />

amor es elección? ¿Es libre elección? Y ante mí sonríen Jane<strong>la</strong>,<br />

Guni<strong>la</strong> y Jazmín. ¿Y qué es <strong>la</strong> soledad? ¿Es libre elección el amor?<br />

Pienso en <strong>la</strong> fatalidad. “Jane<strong>la</strong>, Guni<strong>la</strong>, Jazmín” —digo—. <strong>El</strong><br />

amor sería algo así como <strong>la</strong> libre elección de <strong>la</strong> fatalidad.<br />

“Fatalidad” —digo—. Es el haber dado de cara con nuestra parte<br />

más secreta y fatal y jodida de nuestra existencia, de nuestro torcido<br />

ser. ¿Qué es <strong>la</strong> soledad? Es una burbuja de gas el amor. Gas<br />

alucinógeno. O aparentemente alucinógeno. Entrar en <strong>la</strong> burbuja.<br />

Repletar tus pulmones. ¿De eso se trata <strong>la</strong> felicidad? Jazmín,<br />

Guni<strong>la</strong> y Jane<strong>la</strong> caminan alrededor de mí. “Jazmín, Guni<strong>la</strong>,<br />

Jane<strong>la</strong>” —digo—. Me acerco a el<strong>la</strong>s. Con el índice trato de tocar<br />

el rostro de cada una. Pero mi mano <strong>la</strong>s atraviesa. Como si sus<br />

cuerpos estuviesen hechos de gas. Cuando Jane<strong>la</strong> pasa frente a mí<br />

doy un salto hacia el<strong>la</strong>. Entro en el<strong>la</strong>. Respiro profundo. “Jane<strong>la</strong>”<br />

—digo—. Repletar mis pulmones con ese gas que es mi Jane<strong>la</strong> del<br />

71


NARRATIVA<br />

alma. Creo que el amor es pura mezc<strong>la</strong> química. Creo que <strong>la</strong> felicidad<br />

es pura mezc<strong>la</strong> química. Ketamina y cerveza, mi amor.<br />

Special K y Beck’s, mi amor.<br />

—¿Por qué me preguntas? —digo—, ¿a qué viene todo eso de<br />

<strong>la</strong> felicidad?<br />

Morgan sonríe. Está parado frente a mí, poniéndose el saco.<br />

Este viejo me pregunta si luce bien y no solo quiere saber si el saco<br />

está cortado a su medida. Me confesó que estaba a punto de<br />

patear el cubo. Cáncer terminal en los pulmones. Le queda poco<br />

tiempo de vida y tiene una lista de dieciocho deseos a cumplir.<br />

Morgan quiere completar su Lista del Cubo y al parecer lo hará<br />

con estilo. Con mucho estilo. Debería darse un salto hasta La<br />

tierra de los Caimanes para visitar a Los Cuatro Fantásticos.<br />

Cuatrocientos kilos de puro músculo, más de tres metros de <strong>la</strong>rgo,<br />

una piel como de conchas de piedra b<strong>la</strong>nca y ojos de un profundo<br />

y frío azul. Algo pasa cuando te miran.<br />

—Luces estupendo, Morgan. ¿Por qué me preguntas?<br />

Se atreve con unos pasos de baile. No lo hace mal para su<br />

edad, para el cáncer que le está devorando los pulmones. En realidad<br />

no es Morgan Freeman, sino Carter Chambers, uno de los<br />

protagonistas de The Bucket List, pero entiende que es consigo.<br />

Solo estamos él y yo.<br />

Morgan levanta el índice, con un gesto me pide mirar a nuestro<br />

alrededor: dos butacas muy cómodas, nubes y cielo —o lo que<br />

se alza sobre nuestras cabezas.<br />

—Los antiguos egipcios creían que al morir, cuando <strong>la</strong>s almas<br />

llegaban al cielo, los dioses le preguntaban dos cosas —dice, está<br />

sentado en el brazo de mi butaca—. Las respuestas determinaban<br />

si el difunto entraba o no al cielo.<br />

Sonrío.<br />

—Hay dos butacas, nubes y cielo —digo; también intento<br />

mirar hacia abajo, pero no consigo ver a través de <strong>la</strong>s nubes.<br />

72


NARRATIVA<br />

¿Entonces dónde estamos Morgan y yo? <strong>El</strong> cielo tiene una<br />

tonalidad que alterna el gris y el amarillo tenue. Morgan se alisa<br />

el pantalón, también el saco y me pide, con un gesto, respirar<br />

profundo.<br />

Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora.<br />

Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Respiro profundo. Y<br />

despacio libero cuanto hay en mis pulmones. No estoy solo, hay<br />

un hombre sentado en el medio de <strong>la</strong> calle. Es b<strong>la</strong>nco. Un saco<br />

beige cuelga de su hombro. Hay poco menos de diez metros entre<br />

ese hombre y yo. Espera por mí. Hace un gesto con el que me pide<br />

ir a su encuentro. No sé cómo puede soportar, sentado en el<br />

medio de <strong>la</strong> calle, el sol del mediodía. Con otro gesto me pide<br />

respirar profundo. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Aspiro.<br />

Y exhalo despacio. Estoy frente a él, los rasgos de su cara dicen<br />

que además de tener poco más de 60 años es Jack Nicholson o<br />

alguien muy parecido. Es el leve viento de Al-Jumhuriya al-<br />

‘Iraqiya al mediodía y entra por <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s del todoterreno.<br />

Somos cinco: cuatro soldados y Jack. Vamos despacio. Arena,<br />

sudor, carne podrida y ozono es cuanto trae <strong>la</strong> brisa. Vamos en<br />

una pequeña caravana que avanza por una calle desierta.<br />

Escombros a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> calle. Fachadas destruidas. Cuerpos<br />

inertes bajo el sol. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Se escucha<br />

el <strong>la</strong>drido de algún perro, el monótono sonido del motor,<br />

lejanos estallidos.<br />

—¿Encontraste <strong>la</strong> felicidad en tu vida…? —dice Jack; está<br />

sentado al <strong>la</strong>do del chofer, viste una camisa b<strong>la</strong>nca a medio abrochar,<br />

pantalón beige; el saco lo lleva sobre <strong>la</strong>s piernas—, ¿<strong>la</strong><br />

encontraste?<br />

Con un gesto nos pide que hagamos silencio y que miremos<br />

cuanto acontece fuera del todoterreno. Al parecer hay combatientes<br />

del Ejército de Resistencia apostados entre <strong>la</strong>s ruinas, en <strong>la</strong>s<br />

azoteas. Avanzamos despacio. No nos quedaba otro remedio. Si<br />

73


NARRATIVA<br />

hay algo peor que el combate tal vez lo sea <strong>la</strong> aparente quietud en<br />

un terreno desconocido, donde hay quienes desean no verte jamás<br />

y están dispuestos a vestir una muda de ropas cortada o no a <strong>la</strong><br />

medida, pero que sí incluye un par de accesorios: un detonador y<br />

explosivos —<strong>la</strong> combinación ideal para invitarte a un último<br />

baile.<br />

Miro a los <strong>la</strong>dos mientras Jack sonríe. Hay tres todoterrenos<br />

abandonados. A través de <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> examino <strong>la</strong>s fachadas y lo<br />

que puedo ver de algunas azoteas. <strong>El</strong> viento de Al-Jumhuriya al-<br />

‘Iraqiya penetra en mi nariz. Arena. Sudor. Carne podrida.<br />

Ozono. Cuento ocho soldados caídos. Para el chofer son nueve.<br />

Varios cuerpos están destrozados. Quizá le dispararon con un<br />

RPG-7 desde alguna azotea o una bocacalle. Algunos cuerpos se<br />

pudren dentro de los hierros torcidos de los tres todoterreno destruidos.<br />

Otros se hinchan al sol, sobre <strong>la</strong> calle. De los soldados<br />

muertos, dos aún agarran sus M16A2; aprietan los fusiles contra<br />

el pecho. Como si tras <strong>la</strong> muerte esperaran un nuevo combate,<br />

otra emboscada antes de ganar el cielo o lo que sea esperaban<br />

ganar.<br />

Jack está parado en medio de <strong>la</strong> calle y mira a <strong>la</strong>s azoteas, al<br />

cielo. Abre los brazos y sonríe. Respira profundo. Y traga una<br />

gran bocanada. Lleva el saco colgado al hombro. Me pide respirar<br />

profundo, basta con un gesto suyo para entenderlo. Conozco<br />

ese olor, el viento lo deja impregnado en <strong>la</strong> piel. Cierro los ojos y<br />

pienso entonces en Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya. “Al-Jumhuriya al-<br />

‘Iraqiya’ —digo—. “Sam” —digo—. Y como si fuera un fogonazo<br />

a mi memoria llega <strong>la</strong> imagen de una mezquita al mediodía, el<br />

lejano estallido de una bomba, y ese a<strong>la</strong>rido en el que se escucha:<br />

“Al<strong>la</strong>hu akbar…” ¿Dios es grande? ¿Pero quién soy para negarlo?<br />

¿O quién soy, sino un homúnculo, para negar que estamos hechos<br />

a su imagen y semejanza, que Él antepuso su muerte para darnos<br />

<strong>la</strong> vida a nos<strong>otros</strong>?<br />

74


NARRATIVA<br />

Muchas gargantas gritan: “Al<strong>la</strong>hu akbar”. Un dolor agudo<br />

detona entre <strong>la</strong>s paredes de mi cabeza. Siento unos golpecitos en<br />

mi casco, luego un apretón en mi hombro. Jack está sentado a mi<br />

derecha dentro del todoterreno, el saco cuelga sobre uno de sus<br />

hombros.<br />

—¿Tu vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>…? —dice; con un gesto<br />

me pide que esté atento, que preste mucha atención a <strong>la</strong>s azoteas.<br />

—¿Por qué me lo preguntas?<br />

En realidad este sesentón no es Jack Nicholson, sino Edward<br />

Cole, uno de los protagonistas de The Bucket List, pero entiende<br />

que es consigo. Lo he l<strong>la</strong>mado de ese modo desde que me pidió ir<br />

a su encuentro. Jack se arreg<strong>la</strong> el cabello y vuelve a sonreír.<br />

¿Mi vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>? Entonces cierro los ojos y<br />

pienso en Sam. “Sam” —digo—. Y me sorprende un estallido. Un<br />

fogonazo. Quizá fue una mina sembrada en <strong>la</strong> calle. Quizá fue un<br />

disparo de un RPG-7 desde cualquier azotea. Jack me lo advirtió.<br />

Debíamos estar atentos. Ni los Abrams escapan al disparo de esos<br />

<strong>la</strong>nzacohetes.<br />

<strong>El</strong> todoterreno pierde el rumbo y se impacta contra una fachada.<br />

<strong>El</strong> chofer es un amasijo de carnes, huesos, te<strong>la</strong> y sangre mezc<strong>la</strong>do<br />

con trozos de acero. También el copiloto. <strong>El</strong> estallido viene<br />

acompañado de un fogonazo. Me ta<strong>la</strong>dran <strong>la</strong> memoria. Siento<br />

unas palmadas y un apretón. Me vuelvo. Jack está junto a mí:<br />

—¿Tu vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>…?<br />

Apenas puedo verlo. Logro quitar un poco del líquido que me<br />

nub<strong>la</strong> <strong>la</strong> vista. Sangre. La sangre es <strong>la</strong> sede de <strong>la</strong> vida —eso dice<br />

<strong>El</strong> Mexicano—, <strong>la</strong> sangre no debe ser derramada; perder sangre<br />

es perder algo de vida. Pero <strong>la</strong> fe no es c<strong>la</strong>ra con <strong>la</strong> vida eterna.<br />

¿O sí? Es sangre y quizá fue un chorro que manó de <strong>la</strong> cabeza del<br />

chofer o del cuerpo del copiloto. Y siento un agudo dolor. Es mi<br />

ojo. Ahora lo sé. Una esquir<strong>la</strong> se c<strong>la</strong>vó en mi ojo derecho. Con un<br />

leve gesto Jack me dice que debo salir del todoterreno, seña<strong>la</strong><br />

75


NARRATIVA<br />

hacia una puerta abierta y corro hacia allí. <strong>El</strong> resto de <strong>la</strong> caravana<br />

ha sido destruida. Unos pocos logramos salir medio vivos.<br />

Estamos dispersos, medio vivos y solos, cada cual parapetado<br />

donde alcanzó a refugiarse. ¿Dios está con nos<strong>otros</strong>? ¿Quién soy<br />

para decir lo contrario? Dios no creó <strong>la</strong> muerte. Dios nos da vida,<br />

vida abundante. Eso dicen. Y Jack me mira. Sonríe. Eso sí, el<br />

trance de <strong>la</strong> vida a <strong>la</strong> muerte es bien doloroso —eso dice <strong>El</strong><br />

Mexicano—. Disparos. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono.<br />

Conozco el olor y el sabor de <strong>la</strong> arena de Al-Jumhuriya al-<br />

‘Iraqiya. La calma en un lugar como Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya<br />

tiene un raro y tenue olor. Así debe oler el ozono. La calma que<br />

se rompe tiene el aroma azul del arco eléctrico. Conozco el agrio<br />

sudor cuando el sol cae vertical y nos va cocinando desde <strong>la</strong>s tripas.<br />

Es bien sa<strong>la</strong>do el sudor. Olemos como si ya estuviéramos<br />

muertos. Cuerpos que se agarrarán a sus fusiles incluso después<br />

de <strong>la</strong> muerte. Cuerpos a <strong>la</strong> espera de <strong>la</strong> última emboscada, esa que<br />

quizá nos impida ganar el cielo o lo que creemos vamos a ganar.<br />

“Sam” —digo cuando Jack me da un codazo e indica que algo se<br />

mueve allá en el todoterreno—. Sam grita. Intento salir para<br />

sacarlo del todoterreno y traerlo conmigo, pero el sesentón y <strong>la</strong>s<br />

ba<strong>la</strong>s que estal<strong>la</strong>n en <strong>la</strong> fachada me lo impiden. Sam grita. No<br />

puede moverse. Está atorado entre los hierros. Dios nos da vida<br />

en abundancia, pero es muy doloroso el tránsito de <strong>la</strong> vida a <strong>la</strong><br />

muerte. Eso dicen. Y Sam parece estar varado en <strong>la</strong> mitad del<br />

camino entre <strong>la</strong> vida y <strong>la</strong> muerte. ¿Acaso no es justo que <strong>El</strong> Padre,<br />

<strong>El</strong> Hijo, o <strong>El</strong> Espíritu Santo hagan algo por este chico? Solo bastaría<br />

un rápido pase de manos de <strong>la</strong> Santísima Trinidad para que<br />

saque a Sam de ese atol<strong>la</strong>dero. Pero Sam me mira a mí. Sus a<strong>la</strong>ridos<br />

están dirigidos a mí. ¿Por qué a mí? ¿Por qué no le pide a su<br />

Dios? ¿Acaso este era el p<strong>la</strong>n de Dios diseñado para este chico?<br />

Quizá no fue dócil, quizá no se dejó guiar. Pobre Sam pecador.<br />

Dice <strong>El</strong> Mexicano que los cristianos tienen mesa común, pero no<br />

76


NARRATIVA<br />

lecho o cama común. ¿Qué habrás hecho, Sam? Dios escribe derecho<br />

pero con renglones torcidos. Es muy jodido el re<strong>la</strong>to que Dios<br />

ha escrito para ti, Sam. ¿Qué habrás hecho? Siento un puntapié<br />

en mi pantorril<strong>la</strong>. Jack está de pie. Las ba<strong>la</strong>s impactan contra el<br />

todoterreno y <strong>la</strong> fachada de <strong>la</strong> casa donde nos hemos ocultado.<br />

Con un gesto Jack me pregunta cómo luce. Este sesentón no solo<br />

quiere saber si el saco está cortado a su medida. Me confesó estar<br />

a punto de patear el cubo. Cáncer terminal en los pulmones. Le<br />

queda poco tiempo de vida y tiene un amigo que ha hecho una<br />

lista de dieciocho deseos a cumplir. Se l<strong>la</strong>ma Carter Chamber.<br />

Jack quiere que a su amigo se le cump<strong>la</strong>n cada uno de los deseos.<br />

Lo ayudará, lo acompañará, y al parecer lo hará con estilo. Con<br />

mucho estilo.<br />

—Luces estupendo —digo—, ¿pero por qué me has hecho esas<br />

preguntas sobre <strong>la</strong> felicidad?<br />

Se alisa el pelo. Sonríe. Y se atreve con unos pasos de baile.<br />

No lo hace nada mal para su edad, para el cáncer que le está<br />

devorando los pulmones. Levanta el índice y con un gesto me pide<br />

mirar otra vez hacia el todoterreno. Tomo el fusil. Dios escribe<br />

derecho pero con renglones torcidos. Y como soy zurdo y me han<br />

jodido el ojo derecho no necesito esforzarme para hacer un buen<br />

disparo. Es una vieja rutina. Aguantar <strong>la</strong> respiración, colimar,<br />

apretar el gatillo un par de veces. Y reviento <strong>la</strong> cabeza y el pecho<br />

de dos árabes que iban por Sam. ¿Acaso este era el p<strong>la</strong>n de Dios<br />

diseñado para este chico? Aguantar <strong>la</strong> respiración, colimar, apretar<br />

el gatillo. Y con un par de disparos termino <strong>la</strong> agonía de Sam.<br />

—Los antiguos egipcios creían que al morir, cuando <strong>la</strong>s almas<br />

llegaban al cielo, los dioses le preguntaban dos cosas —dice, Jack<br />

está parado bajo el umbral de <strong>la</strong> entrada—. Las respuestas determinaban<br />

si el difunto entraba o no al cielo.<br />

Sonrío. ¿Dónde estamos Jack y yo? Aspiro profundo. Dice <strong>El</strong><br />

Mexicano que el temor a Dios debe ser traducido como temer<br />

77


NARRATIVA<br />

alejarse de Dios, apartarse, olvidar sus consejos y ser un irremediable<br />

pecador. <strong>El</strong> Mexicano también dice que el pecado es una<br />

obra de muerte. Y exhalo todo el aire apresado en mis pulmones.<br />

<strong>El</strong> Dios que nos ha tocado en suerte debe ser todo amor. Quién<br />

soy para negarlo. Qué soy sino un homúnculo. Y Jack hace un<br />

gesto de negación mientras vuelve a sonreír, porque ve cómo<br />

aprieto el fusil contra mi pecho.<br />

Terminé el desayuno: yogurt de frutas, café, un par de huevos<br />

y tostadas. Incluso me serví un pedazo de pastel de manzanas<br />

horneado por Jane<strong>la</strong>. Pero a lo <strong>la</strong>rgo del desayuno persistió en mi<br />

cabeza el dolor, retazos del sueño y <strong>la</strong>s preguntas de Jack y<br />

Morgan.<br />

Fui al baño. Puse bastante Colgate de eucalipto en el cepillo e<br />

insistí sobre mi lengua. <strong>El</strong> sabor a carne podrida, arena, pólvora<br />

y ozono al levantarme era una ma<strong>la</strong> pasada que quería jugarme<br />

mi cerebro. Incluso me cepillé dos veces <strong>la</strong> boca y tragué un poco<br />

de Colgate. Me esperaba una <strong>la</strong>rga jornada de doscientos ochenta<br />

kilómetros tras el vo<strong>la</strong>nte de una furgoneta y temía que volviera<br />

a sentir toda aquel<strong>la</strong> mezc<strong>la</strong> de sabores y con el<strong>la</strong> el recuerdo de<br />

cada fragmento de mi sueño.<br />

78


En menudos pedazos<br />

Jorge Ángel Pérez


NARRATIVA<br />

A quienes, en La Habana, están desechos.<br />

Cuando Ramón queda conforme con el cierre de un negocio<br />

aprieta bien los ojos, respira fuerte y levanta su brazo<br />

derecho, sonríe mirando los dedos tan abiertos, los que<br />

forman, como dice, cuatro uves de Victoria. Ramón sonríe y se<br />

persigna. Es rápido el movimiento de su diestra para hacer <strong>la</strong><br />

cruz. Ramón sueña que saltó bien alto auxiliado por <strong>la</strong> pértiga,<br />

imagina que fue rápido el arranque y que avanzó preciso:<br />

subiendo, ascendiendo más, que afirmó <strong>la</strong> vara y traspasó el<br />

listón. A Ramón le habría gustado saltar mejor que Bubka, ir<br />

veinte centímetros más allá de los seis metros. Ramón sueña,<br />

imagina, pero solo por un rato, mientras aleja con sus párpados<br />

<strong>la</strong> luz. La felicidad de Ramón esta emparejada con <strong>la</strong> cinta<br />

horizontal y muy altamente levantada, su felicidad, su suerte,<br />

dura solo los segundos que coinciden con <strong>la</strong> cerrada oscuridad. Es<br />

que Ramón está deshecho, a Ramón le faltan <strong>la</strong>s dos piernas, a<br />

Ramón le falta un brazo, es el izquierdo.<br />

Ramón anda y desanda <strong>la</strong>s calles de La Habana, muletea, pega<br />

fuerte en el asfalto y se luce en el golpeteo de adoquines. A veces<br />

se bur<strong>la</strong> de su paso cuando avanza, dice que el ritmo es parecido<br />

al de <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ves: madera contra madera. Cuando sale de su casa de<br />

Aguiar, de su cuarto de entresuelo, lo que menos le gusta es bajar<br />

<strong>la</strong>s escaleras, cada vez le parece que pierde el equilibrio y que va<br />

80


NARRATIVA<br />

a romperse <strong>la</strong>s narices. Nunca dijo nada pero mucho se le nota el<br />

temor a perder <strong>la</strong> armonía que precisa su descenso, que al levantar<br />

<strong>la</strong> muleta no pueda reafirmar<strong>la</strong> sobre el suelo. No pide ayuda,<br />

pero a Crema, el aguador, le permite que lo auxilie. Es que el<br />

Crema sabe muy bien restarle patetismo a aquel<strong>la</strong> escena. <strong>El</strong><br />

Crema lo toma entre sus brazos para hacerlo bajar <strong>la</strong>s escaleras y<br />

dice, mientras desciende, que Ramón está igualito a <strong>la</strong> bandera de<br />

Bonifacio Byrne; deshecho en menudos pedazos, entonces Ramón<br />

se carcajea y asegura que cualquier día lo ayuda en el negocio de<br />

vender el agua, si quiere sube dos cubos hasta <strong>la</strong> casa de Esteban,<br />

y muestra su manquera, levanta <strong>la</strong> muleta. A veces lo ayudan<br />

<strong>otros</strong> a bajar, pero no le gusta tanto, le parecen muy solemnes, y<br />

<strong>la</strong>s voces que ofrecen el auxilio se le antojan rimbombantes.<br />

Ramón rechaza a quien le ofrece compasión y rápido se aleja, a<br />

veces se le olvida dar <strong>la</strong>s gracias. Únicamente Esteban, el obsesionado<br />

con el agua, quedó sin enterarse del accidente que dejara sin<br />

piernas a Ramón.<br />

Ramón anda y desanda por <strong>la</strong> calle del Obispo y da vueltas en<br />

<strong>la</strong> p<strong>la</strong>za que prefiere, <strong>la</strong> de Armas. Ramón se exhibe frente a <strong>la</strong><br />

Catedral y se deja retratar haciendo saltos, piruetas muy pequeñas.<br />

Ramón no pide una moneda y mucho menos un billete, pero<br />

a veces se lo dan. Ramón dice que no muestra <strong>la</strong> tristeza porque<br />

entonces le huyen los turistas, y que sus muti<strong>la</strong>ciones son ahora<br />

su fortuna. Sonríe y muestra lo perfecto de sus dientes; son b<strong>la</strong>ncos,<br />

parejitos y posando en <strong>la</strong> sonrisa. Cualquier día encuentra<br />

una mujer, a fin de cuentas le queda aún <strong>la</strong> pértiga, dice y vuelve<br />

a sonreír.<br />

Fue siempre el salto su obsesión, y parecía que iba a conseguirlo.<br />

Ramón saltaba sobre sus pies e impulsado con sus manos y <strong>la</strong><br />

pértiga. <strong>El</strong> muchacho era feliz <strong>la</strong>nzándose hacia el cielo. “Voy a<br />

ser mejor que Bubka”, y parecía que iba a conseguirlo. Ramón<br />

estuvo siempre encandi<strong>la</strong>do con los brincos y estaba harto del<br />

81


NARRATIVA<br />

so<strong>la</strong>r, de <strong>la</strong> indigencia, él sería un triunfador. Para su primer salto<br />

a <strong>la</strong> gloria lo esperaba Nueva York, <strong>la</strong> tierra en La Habana no era<br />

firme para fijar <strong>la</strong> pértiga. Él soñaba con <strong>la</strong> vara arqueada y el<br />

impulso último, los pies sobre <strong>la</strong> cinta, su cuerpo en arco y <strong>la</strong><br />

caída. Ramón soñaba con sus manos levantadas, abiertas, como<br />

en <strong>la</strong> V de <strong>la</strong> Victoria, sus pies hundidos en el colchón. Mucho<br />

más de seis metros en el salto, veinte centímetros, quizá otro<br />

poco. Un fuerte impulso, un perfecto brinco. Ramón imaginaba<br />

sus eventos neoyorquinos y a su madre ga<strong>la</strong>na en medio de <strong>la</strong>s<br />

gradas, ap<strong>la</strong>udiendo, dando vivas; y a su muchacha ataviada,<br />

muy florida en el vestido, protegida del sol con espejuelos oscurísimos.<br />

Una noche estuvo dibujando hasta muy tarde, no lo hacía tan<br />

mal. Entonces se dibujó sosteniendo <strong>la</strong> vara <strong>la</strong>rga: era muy alta,<br />

bien arqueada, y era él quien se elevaba, quien bordeaba con sus<br />

curvas un rascacielos en Nueva York. Para que no aparecieran<br />

dudas escribió su nombre en <strong>la</strong> camiseta del muñeco saltador, y<br />

Nueva York en lo más alto del rascacielos. En <strong>la</strong> mesa apostó el<br />

dibujo, era <strong>la</strong> señal de que se había marchado. Prefirió no despedirse<br />

de su madre, temía que intentara disuadirlo. Largas <strong>la</strong>s<br />

piernas que lo llevaron al camino. Alto, erguido, ágil el muchacho.<br />

Y Ramón regresó, ya no ágil, ya no erguido.<br />

Bien sabía que Nueva York estaba lejos y que no sería muy<br />

fácil hacer el viaje. No fue vencer el trecho por el mar lo que<br />

escogió. <strong>El</strong> mar era furioso, era inasible. Ramón entendía mejor<br />

al viento, a <strong>la</strong>s alturas. Viajó a Oriente, hasta Guantánamo llegó.<br />

A fin de cuentas, él podía traspasar <strong>la</strong> val<strong>la</strong> sin tocar<strong>la</strong>; entre <strong>la</strong><br />

varil<strong>la</strong> y el a<strong>la</strong>mbre del cercado no había tanta diferencia, <strong>la</strong>s dos<br />

estaban tendidas en <strong>la</strong> altura y él tenía una pértiga en sus manos.<br />

Nada le resultaba más gustoso que andar asido a su asta <strong>la</strong>rga.<br />

Prefería el salto, y no tenía otra opción que no fuera <strong>la</strong> escapada,<br />

82


NARRATIVA<br />

pero nunca por el mar. Ramón estudió el viento y tomó un extremo<br />

de <strong>la</strong> pértiga, se aferró a el<strong>la</strong>, levantado el extremo más lejano<br />

se puso a andar. Sabía que era importante <strong>la</strong> destreza, <strong>la</strong> concentración<br />

y el salto. Ramón se movilizó ligero, más que el viento,<br />

con <strong>la</strong> sutileza de un soplido. Ramón escogió afincarse con <strong>la</strong><br />

pértiga y saltó.<br />

<strong>El</strong> extremo afirmado de <strong>la</strong> vara activó el dispositivo de <strong>la</strong><br />

mina, y no se ade<strong>la</strong>ntó el saltarín, no fue al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cerca,<br />

no llegó a donde quería, él se elevó y cayó en pedazos menudos,<br />

muy cerca de donde comenzara su carrera. Y no pensó en el fracaso<br />

mientras se elevaba. Supuso un salto altísimo, el mayor, y<br />

que los dioses de su madre lo ayudaban, que en unos días estaría<br />

en Nueva York. Ramón hizo rápido <strong>la</strong> cruz sobre su pecho, mientras<br />

<strong>la</strong> altura lo encumbraba, y cerró los ojos creyendo que caería<br />

apoyado en sus dos pies. No hubo dolor, al menos al principio, y<br />

no hubo l<strong>la</strong>nto, ni un quejido. Ramón creyó que había ganado,<br />

que estaba al otro <strong>la</strong>do del a<strong>la</strong>mbre. Ramón creyó que el salto era<br />

el inicio del camino a Nueva York, pero sus sueños fueron rotos,<br />

se hicieron trizas en <strong>la</strong> altura.<br />

Cada vez hace <strong>la</strong> cruz antes de ponerse a caminar aferrado a<br />

su sostén. Entendió <strong>la</strong> muleta como pértiga: fiel a su afición se fijó<br />

a <strong>la</strong> de madera. Ramón no se dejó ver en jimiqueo, y dio gracias<br />

a los dioses de su madre porque lo alejaron de <strong>la</strong> muerte, a fin de<br />

cuentas <strong>la</strong> muleta era familia de <strong>la</strong> pértiga, y él un hijo de San<br />

Lázaro. Fue Babalú quien le quitó <strong>la</strong>s piernas y le alejó <strong>la</strong> muerte,<br />

eso arguyó <strong>la</strong> madre, y él asintió, y anduvo osci<strong>la</strong>ndo, tambaleándose,<br />

vaci<strong>la</strong>nte. Ramón no dejó que notaran su tristeza, escogió<br />

<strong>la</strong>s noches para el l<strong>la</strong>nto y estuvo triste mucho tiempo, quizá lo<br />

esté todavía. ¿Qué iba a hacer en lo ade<strong>la</strong>nte? ¿Qué iba a ser? A<br />

Ramón se le truncó tanta esbeltez, tanta apostura.<br />

“No soy pa’ ti”. Decía Ramón al maricón de al <strong>la</strong>do mientras<br />

bajaba o subía de a tres los escalones y caía firme. “No soy pa’<br />

83


NARRATIVA<br />

ti”, dijo siempre para responder a Jorge Ángel, a sus coqueteos.<br />

“¿Y ahora eres pa’ mi?” Pregunta su vecino cuando lo ve bajar de<br />

a trancos dudosos, pequeñitos. “¿No eres pa’ mi? Pregunta el<br />

maricón que también responde, “C<strong>la</strong>ro que no, llegaste tarde, yo<br />

no como picadillo”. Ramón sonríe con <strong>la</strong>s ocurrencias del vecino,<br />

él y Crema son los únicos que no le muestran compasión. Ramón<br />

prefiere que lo traten como antes, y si es preciso que hagan bromas<br />

aunque lo enfrenten a una realidad a <strong>la</strong> que teme, que le<br />

duele mucho. Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba antes merme<strong>la</strong>da y ahora<br />

picadillo. Todo cambió, nada es igual, antes era campana y ahora<br />

mucho silencio, piensa Ramón, se dice él mismo, y recuerda sus<br />

gemelos perfectos, sus talones, los pies <strong>la</strong>rgos y de arcos pronunciados.<br />

¿A qué lugar fueron a dar los metatarsianos y sus dedos<br />

de <strong>la</strong> mano izquierda? Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba antes merme<strong>la</strong>da,<br />

y ahora picadillo.<br />

Ramón altísimo saltó, y cayó profundo, desarmado. Y extraña<br />

un montón de cosas; el balón sobre el empeine de su pie derecho,<br />

luego en el izquierdo, y el golpeteo incesante que ejercita. Siempre<br />

en <strong>la</strong> puerta del so<strong>la</strong>r, y los vecinos pidiendo cada día que saltara,<br />

y hasta improvisaban; <strong>la</strong> varil<strong>la</strong> era una soga altamente amarrada<br />

en sus extremos, y consiguieron también un colchón viejo para<br />

amortiguar el golpe, para que el saltador no se dañara en <strong>la</strong> caída.<br />

Siempre los brazos abiertos, como en <strong>la</strong> V de Victoria, porque en<br />

triunfo terminaba cada salto, porque Gloria era el nombre de su<br />

madre, y Victoria el de su hermana. Ramón saltaba y salían los<br />

curiosos, se llenaban los balcones, y había ap<strong>la</strong>uso, algarabía.<br />

Solo su madre protestaba; asomada a un balcón y desgreñada,<br />

daba a<strong>la</strong>ridos, se quejaba, anunciaba un accidente, impugnaba el<br />

salto.<br />

Ramón adoró siempre <strong>la</strong>s apuestas, más <strong>la</strong>s que involucraban<br />

sus brincos; de cada ganancia le tocaba un poco, a fin de cuentas<br />

era él quien arriesgaba más. Ramón decía que en eso aventajaba<br />

84


NARRATIVA<br />

a los caballos. Entonces se paraba el tráfico, y los apostadores<br />

hacían mediciones, gritaban sin recato, sin temor a que apareciera<br />

un policía que mandara parar <strong>la</strong> fiesta. Ramón saltaba y abría los<br />

brazos después de <strong>la</strong> caída, sonreía, tomaba a<strong>la</strong>rdeando su dinero.<br />

“Mucho más tendré en Nueva York”, y se l<strong>la</strong>maba campeón él<br />

mismo, y todo el vecindario vitoreaba. Por esos días muchos envidiaron<br />

los saltos de Ramón y el dinero que metía en sus bolsillos.<br />

Muchos lo invitaban a saltar y él aceptó siempre con <strong>la</strong> única<br />

condición de ser quien contro<strong>la</strong>ra <strong>la</strong>s apuestas. Era conocido en<br />

cada rincón de La Habana Vieja, en toda <strong>la</strong> ciudad, y <strong>la</strong>s apuestas<br />

crecían cada vez, cambiaban de barrio. Ramón era feliz en medio<br />

de sus saltos, y después. Cada noche iba a bai<strong>la</strong>r, si algo añora,<br />

eso es el baile, y a <strong>la</strong> muchacha que desapareció después del accidente.<br />

Su madre dice que lo advirtió pero que a él le tocaba decidir.<br />

Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba merme<strong>la</strong>da y ahora picadillo. Jorge<br />

Ángel, que no cesa, lo invita a bai<strong>la</strong>r c<strong>la</strong>qué, insiste, quiere saber<br />

si no se aburre, si quiere lo invita a un trago. “Entra, acompáñame<br />

en el c<strong>la</strong>qué. Si tú haces de Fred Astaire yo seré tu Ginger<br />

Rogers”. Tanto insistió Jorge Ángel, que Ramón terminó aceptando<br />

y tomó el trago que el maricón sirvió, luego admitió uno más,<br />

y muchos. Después de tanto beber le apareció <strong>la</strong> tristeza. <strong>El</strong> alcohol<br />

trajo una angustia recia que Jorge Ángel no esperaba, y vino<br />

también el l<strong>la</strong>nto, contó de su dolor. Jorge Ángel no es bueno para<br />

el consuelo, y conoce que a Ramón no le gusta que sea compasivo.<br />

A Jorge Ángel también le dieron ganas de llorar pero prefirió<br />

el escarnio; si no podría saltar alto, si nunca sería mejor que<br />

Bubka el ucraniano, mejor se lucía reposando sobre una mesa de<br />

centro, él le ofrecía <strong>la</strong> suya, aunque fuera estrecha, su cuerpo no<br />

iba a sobrepasar <strong>la</strong>s dimensiones. “Te verías muy bien de adorno.<br />

¡Qué rareza para mi sa<strong>la</strong>! ¡<strong>El</strong> torso del Belvedere! ¡La Venus de<br />

Milo aún más amputada! De no ser Bubka puedes ser búcaro o<br />

bugarrón. ¿La mina te dañó <strong>la</strong> pértiga?”, pregunta Jorge Ángel y<br />

85


NARRATIVA<br />

también sonríe, muestra su lengua, asegura que le rega<strong>la</strong>rá zapatos<br />

si le muestra lo que le gusta. Ramón se sentiría mejor si su<br />

vecino no hiciera chistes. <strong>El</strong> alcohol lo puso triste y hab<strong>la</strong> del<br />

camino a Guantánamo, de sus p<strong>la</strong>nes, de <strong>la</strong>s esperanzas que tenía,<br />

de Nueva York, del dinero que pensaba ganar, de sus pantalones<br />

recortados, de los zapatos que vendió <strong>la</strong> madre, y del miedo que<br />

tiene a caerse en medio de <strong>la</strong> calle. En <strong>la</strong>s noches le duelen <strong>la</strong>s<br />

axi<strong>la</strong>s, le duelen los recuerdos. Antes tuvo mujeres a montón y<br />

ahora se masturba cada día. Con <strong>la</strong> pérdida de sus piernas y del<br />

brazo izquierdo se le fueron todos los sueños. ¿Cómo va a llegar<br />

a Nueva York? Ramón perpetúa su esbeltez, lo hace en voz alta y<br />

pregunta a Jorge Ángel si recuerda, incita su pa<strong>la</strong>bra. Largos sus<br />

extremos inferiores, muslos duros, definidos en su muscu<strong>la</strong>tura,<br />

titánicas <strong>la</strong>s piernas de gemelos pronunciados, <strong>la</strong>rgos los pies; en<br />

empeines altos, y altos también los arcos. Ramón recuerda los<br />

pantalones ajustados que mostraron <strong>la</strong>s bondades de su cuerpo.<br />

—Aún te quedan <strong>la</strong>s nalgas —dice Jorge Ángel y lo invita a<br />

que <strong>la</strong>s muestre—. Es solo curiosidad —insiste el maricón.<br />

Jorge Ángel rec<strong>la</strong>ma y quiere que Ramón entienda, con semejantes<br />

muti<strong>la</strong>ciones mejor abandona tanta moralidad. Y entonces<br />

sí que hab<strong>la</strong> en serio el vecino de Ramón. Si quiere le ofrece<br />

ayuda, pero solo si él lo quiere, intenta convencerlo de que ya no<br />

está para escoger. “Dios te dejó <strong>la</strong> pértiga”. Se esmera para que<br />

entienda, no será el primero que viva de su cuerpo, y para colmo<br />

el suyo está desarmado. Son muy pocas <strong>la</strong>s opciones que le quedan.<br />

Ya no salta, no hay apuestas y <strong>la</strong> vida está muy dura, se lo<br />

dice él que conoce muy bien La Habana y sus rincones. Si se lo<br />

permite puede ayudarlo, sabe de algunos que no lo dudarían.<br />

Conoce muy bien <strong>la</strong> perversión. Jorge Ángel quiere que le muestre<br />

<strong>la</strong> pértiga, que le dé un ade<strong>la</strong>nto y él se encargará del resto. Dice<br />

que podría ganar mucho dinero, y que tiene amigos que estarían<br />

prestos a pagar sus asistencias, mucho más que los apostadores.<br />

86


NARRATIVA<br />

Sería un negocio como otro cualquiera, que con él podría entrenarse<br />

y que no le cobraría un centavo. “Si quieres pruebo primero.<br />

Muéstrame <strong>la</strong> pértiga, el saxofón, soy bueno improvisando,<br />

me dicen Charlie Parker”. Y no deja de insistir, de cualquier<br />

forma quiere convencer al muti<strong>la</strong>do, él es bueno en los negocios,<br />

bien lo sabe el que está lisiado. “Permíteme que haga un conciertillo.<br />

Deja que mis manos sostengan el peso del instrumento y que<br />

mi boca sople, déjame sacarte música”.<br />

Ramón odia a Jorge Ángel en su obstinación, si pudiera incorporarse<br />

lo agarraba por el cuello, pero no puede y no quiere<br />

armar escándalo, ya es bastante que lo visite, qué pensarán en el<br />

so<strong>la</strong>r, qué dirían si lo vieran en casa del maricón, él no va a dejarse<br />

seducir y con pa<strong>la</strong>bras exige que se detenga, y también con los<br />

ojos, y con <strong>la</strong> mano que le queda. De buena gana Ramón aceptaría<br />

otro negocio, podía ser el de <strong>la</strong>s pinturas que vende Jorge<br />

Ángel, podía ser cualquier cosa que no fuera convertirse en maricón,<br />

pero su vecino insiste, quiere que acepte. “No es tan difícil,<br />

solo tienes que probar”. Podría ponerlo en contacto con el chupadedos,<br />

quien tiene una imaginación muy generosa, tanto que<br />

sería capaz de invitarlo al cine Payret y a sentarse muy cerquita<br />

de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, alejados del tumulto, lugar preferido de los disolutos<br />

y a donde llegan menos <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>doras de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. <strong>El</strong> hombre<br />

prefiere los dedos de los pies, los talones, los empeines, <strong>la</strong> piel<br />

muy suave de los arcos. Allí le iba a quitar los zapatos y luego <strong>la</strong>s<br />

medias, le encanta ir descubriendo poco a poco <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura en<br />

medio de <strong>la</strong> oscuridad del cine, y tiemb<strong>la</strong> si <strong>la</strong> piel es suave, si es<br />

resbalosa y lubricada, y le iba a hacer cosquil<strong>la</strong>s en los pies, y<br />

también iba a olerlos, a besarlos. “¡Qué maravil<strong>la</strong>!”, dice siempre<br />

y queda olfateando por un rato. <strong>El</strong> chupadedos huele, hace cosquil<strong>la</strong>s<br />

en los pies, se masturba y pide al efebo que se ría, pone<br />

diez dó<strong>la</strong>res en el bolsillo del amante ocasional antes de abandonar<br />

el cine. “Dime si no es negocio. La pértiga no interesa. Solo<br />

87


NARRATIVA<br />

los pies. ¿Tu hombría está en los calcañales? Decide tú”.<br />

Ramón sonríe y dice que no, exige que no insista porque siempre<br />

va a decir lo mismo. Que nada va a ganar con mostrarle sus<br />

limitaciones, él <strong>la</strong>s conoce mejor que nadie. Bien sabe que es dificilísima<br />

su vida, y que puede ser peor, sabe que su madre hace de<br />

todo para procurarle <strong>la</strong> comida, y que pelea muchísimo, que él<br />

pocas cosas puede inventar con una mano aferrada a <strong>la</strong> muleta.<br />

Insiste en que lo ayude de otra forma, conoce de sus variadísimos<br />

negocios. En el so<strong>la</strong>r se sabe todo, muchas veces ha visto cuando<br />

llegan sus visitas y cuando se van más tarde, siempre se llevan<br />

algo que no trajeron. Escuchó muchos comentarios. En el so<strong>la</strong>r<br />

todos dicen que vende cuadros de artistas de gran fama y que por<br />

eso recibe muchísimo dinero, que es un traficante de joyas, que<br />

todo aquel que en el mundo quiere comprar algo Art Dèco viene<br />

a Cuba y se encuentra con Jorge Ángel, que hizo <strong>la</strong>rgos recorridos<br />

por <strong>la</strong> is<strong>la</strong> comprando, por muy poco, todo el marfil y el cristal<br />

trabajado por Lalique. Es por eso que Ramón quiere entrar en el<br />

negocio, alguna cosa puede conseguir, y cumplir mandados, hacer<br />

de recadero. Ramón casi suplica antes de marcharse y vuelve al<br />

día siguiente. Se le ocurrió una buena idea. Conoce a alguien que<br />

puede construirle una muleta nueva, hueca, donde puedan guardar<br />

el cuadro si lo enrol<strong>la</strong>n bien, pero Jorge Ángel se ríe y le<br />

recomienda no ver tantas pelícu<strong>la</strong>s, también que el negocio está<br />

completo. “Otro no cabe”.<br />

Si Ramón tuviera articu<strong>la</strong>ciones se habría puesto de rodil<strong>la</strong>s,<br />

aunque no fuera devoto ni servil, pero de nada serviría. <strong>El</strong> vecino<br />

estaba decidido y puso en <strong>la</strong> mesa cada carta. “Lo tomas o lo<br />

dejas”, dijo el día anterior, al siguiente, en el tercero, y lo siguió<br />

diciendo, y mantuvo su promesa de ayudarlo de otra forma, de <strong>la</strong><br />

manera en que no quería Ramón que lo ayudara, porque él no era<br />

maricón, y no iba a serlo, aunque se muriera de hambre y cada<br />

vez se preguntara qué hacer para ganar dinero, de dónde sacar<br />

88


NARRATIVA<br />

billetes para pagarse <strong>la</strong> comida. Aunque estuviera dispuesto no<br />

iba a resultar; su masculinidad no reaccionaba frente a un hombre<br />

ni aunque estuviera de espaldas y empinado. Aunque el maricón<br />

hab<strong>la</strong>ra de <strong>la</strong> teoría de Darwin para <strong>la</strong> evolución de <strong>la</strong>s especies<br />

que se enfrentaban a nuevas circunstancias, no cambiarían sus<br />

gustos. Nada podía hacer que no fuera ajustarse a su muleta, que<br />

ya era mucho, y salir a <strong>la</strong> calle a trabajar.<br />

Armonizar <strong>la</strong> muleta con su cuerpo sí que era muy difícil,<br />

parecía imposible que pudiera levantarse. Al muchacho le faltaban<br />

<strong>la</strong>s dos piernas, <strong>la</strong> mano izquierda y también el antebrazo.<br />

Era un prodigio, parecía una quimera. Sentado en <strong>la</strong> cama tomaba<br />

<strong>la</strong> muleta, aferrado a el<strong>la</strong> con su derecha hacía apoyar <strong>la</strong> axi<strong>la</strong><br />

y comenzaba a incorporarse, suavemente, solo así era capaz de<br />

conseguir el equilibrio, por eso no le permitía a nadie que viniera<br />

en su auxilio. Jorge Ángel decía que a Ramón le subió el apoyo,<br />

de los pies pasó a <strong>la</strong> axi<strong>la</strong>, quizá sea verdad, y él también lo reconoce,<br />

por eso insiste en levantarse sin ayuda, con <strong>la</strong> muleta inclinada,<br />

subiendo poco a poco, y él casi colgando, enganchado a su<br />

soporte. <strong>El</strong> peor momento es cuando <strong>la</strong> madera queda recta, bien<br />

fijada al suelo, entonces es cuando precisa más del equilibrio; el<br />

mejor agarre; el único posible es cuando toma el tronco pequeñito<br />

de madera, el cilindro horizontal fijado al centro, esa es <strong>la</strong><br />

única posibilidad que tiene de aferrarse a <strong>la</strong> muleta. Al principio<br />

fue a dar muchas veces contra el suelo y se desesperaba.<br />

Incontables veces terminó llorando. Era muy difícil, casi imposible,<br />

mantenerse erguido y sujeto a <strong>la</strong> muleta para quien no tiene<br />

pies, hay que ser un maestro en <strong>la</strong> armonía, buscar el punto exacto,<br />

mantenerse un poco inclinado, una minucia, sobre el <strong>la</strong>do en<br />

que se afirma; lo peor es levantar <strong>la</strong> madera y devolver<strong>la</strong> al suelo<br />

en justo apoyo y mantener el ángulo que hace <strong>la</strong> muleta con el<br />

suelo. Ramón debe conseguir <strong>la</strong> precisión de un relojero en cada<br />

movimiento. Ahora sabe que ha sido más difícil que vencer <strong>la</strong><br />

89


NARRATIVA<br />

altura ayudado por <strong>la</strong> pértiga. Nunca lo abandonan los temores,<br />

supone que es el miedo quien lo mantiene concentrado, si se re<strong>la</strong>ja,<br />

si olvida el riesgo, cae al suelo. Ramón es un acróbata a toda<br />

hora, mejor que cualquier cirquero. Para mortificarlo, insiste<br />

Jorge Ángel, dice que sus propuestas siguen en pie y sin muletas,<br />

a menos que logre un buen contrato con el Cirque du Soleil. Por<br />

eso sale a <strong>la</strong> calle esperando el pago, esa es su gran proeza, y bien<br />

sabe que merece reverencias. Él es un artista del equilibrio y su<br />

carpa son <strong>la</strong>s calles, él trabaja a toda hora. Algunas veces tiene<br />

suerte y siente que le reconocen el sacrificio cuando le dejan caer<br />

una moneda en su bolsillo, y en ocasiones un billete. Si algo le<br />

incomoda en serio es que se aglomeren para verlo, que vengan los<br />

turistas a indagar y que hagan fotos, que se vayan y no paguen.<br />

Alguna vez se golpeó fuerte, olvidó que su único sostén era <strong>la</strong><br />

muleta y con el<strong>la</strong> quiso romper una cámara de hacer fotos. <strong>El</strong><br />

fotógrafo turista miraba conmovido, se reía, y también <strong>la</strong> esposa,<br />

y los dos hijos. “Ma, look how funny”, dijo <strong>la</strong> niña ha<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong><br />

blusa de su madre, y señaló a Ramón, y aunque no entendiera<br />

pa<strong>la</strong>bra alguna del inglés, le molestaron <strong>la</strong> expresión de <strong>la</strong> niña y<br />

<strong>la</strong> mirada de <strong>la</strong> madre, <strong>la</strong> sonrisa del hermano, el f<strong>la</strong>shazo de <strong>la</strong><br />

cámara del padre. Le molestó toda <strong>la</strong> familia, tan perfecta, equilibrada,<br />

y que <strong>la</strong> niña tuviera dos manos, una para ha<strong>la</strong>r <strong>la</strong> blusa<br />

de <strong>la</strong> madre y otra para seña<strong>la</strong>rlo, le molestó que el padre tuviera<br />

también dos auxilios con cinco dedos cada uno, que lo enfocara,<br />

que apretara el obturador intentando llevarse lejos su imagen<br />

amputada, <strong>la</strong> fotografía de un animal de feria. No pudo soportar<br />

e intentó romper <strong>la</strong> cámara con <strong>la</strong> madera antes apoyada sobre el<br />

suelo, esa vez Ramón no tuvo miedo y perdió <strong>la</strong> concentración,<br />

olvidó lo de su apoyo y cayó al suelo sin que pudiera averiar el<br />

aparato del fotógrafo, se derrumbó, muy parecido a como lo<br />

hacía cuando traspasaba <strong>la</strong> soga auxiliándose de <strong>la</strong> pértiga, solo<br />

que esa vez no tuvo un colchón donde hundir el cuerpo sin gol-<br />

90


NARRATIVA<br />

pearse, Ramón cayó sobre su espalda y contra el asfalto, tan<br />

rápida e inesperada <strong>la</strong> caída que no le dio tiempo a levantar <strong>la</strong><br />

cabeza, que chocó contra el suelo, que se abrió en un surco, que<br />

sangró muchísimo. Esa vez no pudo levantarse solo. Lo alzaron<br />

<strong>otros</strong>, y lo metieron en un auto, y aceptaron los veinte dó<strong>la</strong>res que<br />

ofreció tímido el turista de <strong>la</strong> cámara, y lo dejaron en el hospital,<br />

sin compañía, y entre ellos se repartieron los veinte dó<strong>la</strong>res: diez<br />

para cada uno. “Buena jornada”, dijo quien repartió, y el otro<br />

respondió con una sonrisa breve. En el hospital le quitaron <strong>la</strong><br />

camisa que estaba bañada en sangre, y también el menudo que<br />

tenía en el bolsillo y el billete con <strong>la</strong> cara de Washington, y no<br />

pudo volver esa vez apoyado en su muleta. Cuando llegó <strong>la</strong><br />

ambu<strong>la</strong>ncia a <strong>la</strong> puerta del so<strong>la</strong>r fue el Crema quien cargó el peso<br />

de Ramón. Gloria subió <strong>la</strong> muleta, <strong>la</strong>stimosa por <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte<br />

de su hijo. “Estás como <strong>la</strong> bandera de Bonifacio Byrne”, dijo el<br />

Crema y Ramón no permitió que continuara, se echó a llorar, le<br />

pidió que no hiciera chistes, le dolía <strong>la</strong> cabeza, <strong>la</strong> vida entera.<br />

Jorge Ángel se apareció con un pollo para <strong>la</strong> sopa, con fideos, con<br />

papas, Gloria le agradeció, Ramón volvió a llorar y culpó al vecino<br />

de su desgracia, le recordó <strong>la</strong>s veces que le había pedido auxilio,<br />

todo cuanto suplicó para que lo dejara entrar en algún negocio.<br />

Esa vez no hizo bromas el maricón.<br />

Ramón siente que cada vez se le hace más difícil sobrevivir,<br />

después del último accidente se volvió más receloso. Sentado en<br />

un quicio de <strong>la</strong> calle del Obispo se queda tranquilo muchas horas,<br />

hasta ahora se ha negado a poner una <strong>la</strong>ta cerca y esperar dinero.<br />

No le gustan <strong>la</strong>s limosnas. No le gusta <strong>la</strong> quietud de los mendigos.<br />

Es preferible pedir, usar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra es ya un trabajo, por eso pide<br />

para comer y hab<strong>la</strong> de su madre enferma, y sugiere que le vendría<br />

muy bien un vaso de leche. Algunas veces consigue <strong>la</strong> compasión<br />

de algún turista que le ofrece ayuda. Aunque prefiera que le den<br />

el dinero, hay días en los que cede ante <strong>la</strong> desconfianza de sus<br />

91


NARRATIVA<br />

benefactores, para eso también se ha preparado. La vendedora<br />

muestra el sobre con <strong>la</strong> leche y anuncia el precio: diez dó<strong>la</strong>res el<br />

kilogramo. Hay quien paga sin chistar, hay quien dice que no hay<br />

en el mundo leche más cara y Ramón entorna muy bien los ojos,<br />

muestra una imagen suplicante, mira el desecho que es su cuerpo.<br />

Ramón aprendió a aceptar <strong>la</strong> lástima y se marcha con el sobre de<br />

<strong>la</strong> leche, ya tiene una jabita que cuelga en el hombro del <strong>la</strong>do<br />

derecho y donde guarda los obsequios. Luego vuelve, cuando el<br />

turista se ha marchado. La vendedora es solícita, es veloz, lo<br />

ayuda a descolgar <strong>la</strong> jaba, saca el sobre con <strong>la</strong> leche y lo repone<br />

en su lugar. Seis dó<strong>la</strong>res son para Ramón, a <strong>la</strong> vendedora le tocan<br />

cuatro. Algunos días tiene suerte y <strong>otros</strong> no, es mucha <strong>la</strong> competencia<br />

y él se mueve muy despacio. Hay contrincantes en todas<br />

partes, en el parque central, en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za de Armas, en <strong>la</strong> calle del<br />

Obispo, en <strong>la</strong> Catedral; hay mujeres jóvenes, saludables, que salen<br />

con sus hijos y piden leche y carne, y lo que sea, y que igual<br />

devuelven a <strong>la</strong> tendera; hay hombres que venden discos de conga<br />

y salsa, y tabacos, y marihuana, y pueden correr cuando viene el<br />

policía. Hay un ejército de contrarios; vo<strong>la</strong>tineros montados<br />

sobre zancos, vendedores de cacahuetes, de agua, de yelmos y<br />

jofainas de barbero, de mobiliario francés del rococó y renacimiento<br />

florentino, y estilo imperio, y Art Déco, hay quien vende<br />

marfil trabajado por Lalique y también cristal; hay quien da p<strong>la</strong>cer<br />

si se le paga, hay un ejército de historiadores patrañeros e<br />

improvisados que muestran <strong>la</strong> ciudad y sus rincones. Están los<br />

que, parados frente al Capitolio, seña<strong>la</strong>n el edificio con el índice<br />

y aseguran que solo hay dos en todo el mundo: el Capitolio de La<br />

Habana y La Casa B<strong>la</strong>nca, ambos idénticos, el primero copiando<br />

al segundo, que <strong>El</strong> Castillo de los Tres Reyes del Morro se ve<br />

desde lo más alto de los Alcázares, que <strong>la</strong> Catedral de La Habana<br />

fue proyectada en el mismo estilo, y por el mismo arquitecto, que<br />

<strong>la</strong> de Sevil<strong>la</strong>. Difícil se le hace a Ramón sobrevivir sentado sobre<br />

92


NARRATIVA<br />

un quicio de <strong>la</strong> calle del Obispo. Al principio lo auxiliaban sus<br />

contrarios, después se aburrieron de ayudar tanto al lisiado y lo<br />

ade<strong>la</strong>ntan en cualquier negocio.<br />

Ramón siente que se acabó toda su fortuna, aunque Jorge<br />

Ángel diga que le queda <strong>la</strong> belleza de sus ojos y <strong>la</strong> fuerza que tiene<br />

en <strong>la</strong> mirada. “Parecen sinceros. ¿Cómo mirarás cuando te excitas?”.<br />

Aún le queda su cara de huesos prominentes, aún le quedan<br />

algunas cosas, y lo mejor es que también le faltan, <strong>la</strong> calle está<br />

llena de pervertidos. A veces, cuando escucha a su madre peleando<br />

en <strong>la</strong> cocina porque no tiene nada que poner en los calderos,<br />

se pregunta cómo sería si acepta lo que Jorge Ángel le propone, a<br />

veces piensa que va a ceder, tiene miedo cuando imagina el<br />

momento en que asiente y le pide que sea discreto, que si es prudente<br />

le muestra <strong>la</strong> pértiga, le deja tocar el saxofón. Ramón piensa<br />

y se toca en <strong>la</strong> entrepierna. Cierra los ojos y se toca, recuerda<br />

a sus muchachas, se masturba.<br />

En cualquier momento tendrá que aceptar.<br />

Cada día intenta imaginar cómo será y se toquetea y siente<br />

asco, siente miedo, y a su madre peleando en <strong>la</strong> cocina. Preferiría<br />

que Jorge Ángel no existiera, que no insistiera, que se fuera al<br />

diablo, y se toca, y tiene <strong>la</strong> certeza de que nunca será como tener<br />

debajo a su muchacha o como saltar auxiliado de una garrocha.<br />

A veces Jorge Ángel llega y lo sorprende, anuncia que le trajo un<br />

refresquito y mira lo que tiene levantado en su entrepierna, se<br />

acaricia el pecho con su mano enjoyada, chupa su boquil<strong>la</strong> de<br />

ámbar de Groen<strong>la</strong>ndia, suelta el humo. “Te traje un refresquito,<br />

te lo tomas cuando termines”, dice y le da <strong>la</strong> espalda, luego se<br />

voltea para mirar al que se queda en <strong>la</strong> cama, y baja los ojos para<br />

ver su pértiga.<br />

Muchas veces ha pensado en <strong>la</strong> insistencia del vecino. Siempre<br />

hizo lo mismo, cuando Ramón tenía piernas y era esbelto; cuando<br />

era bello y saltador le rec<strong>la</strong>mó, y después también. ¿Qué será de<br />

93


NARRATIVA<br />

Sergei Bubka?, ¿dónde estará?, se pregunta el muti<strong>la</strong>do y escucha<br />

<strong>la</strong> cantaleta de su madre asegurando que hace calor, como si él no<br />

lo supiera, y que nada tiene para cocinar. Gloria asegura que esa<br />

tarde tomarán sopa, con concentrado de bacon o de pollo, solo<br />

un cuadrito para el agua bien caliente, nada más. Gloria le recuerda<br />

que <strong>la</strong> herida en <strong>la</strong> cabeza le ha servido de pretexto cuatro<br />

meses, que ya es hora de que salga a trabajar. Ramón se toca,<br />

recuerda <strong>la</strong>s piernas que le faltan, piensa en Jorge Ángel.<br />

Cuando el Crema lo ayudó a bajar <strong>la</strong>s escaleras le contó que<br />

el maricón tenía fiesta. Era dos de agosto y estaba celebrando el<br />

cumpleaños, había llegado mucha gente, todos jóvenes. Él mismo<br />

ayudó a subir varias cajas de cerveza, y por los olores parecía que<br />

<strong>la</strong> comida era buenísima, preguntó si no lo habían invitado y él<br />

respondió que no, se alejó por Aguiar; muleteando, muleteando.<br />

Fue su madre quien vino a darle <strong>la</strong> noticia, estaba muy nerviosa,<br />

lloraba sin consuelo, lo poco que tenía se esfumó, se convirtió<br />

en polvo de cenizas. La mujer quiso describir <strong>la</strong> fuerza de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas,<br />

habló de los bomberos, lloró. Se preguntaba en qué lugar<br />

irían a vivir, exigió a Ramón que dijera algo, que no se quedara<br />

tan cal<strong>la</strong>do, necesitaba una pa<strong>la</strong>bra. “Grita coño”. Gloria lo<br />

l<strong>la</strong>mó insensible e intentó pegarle, Ramón se defendió con <strong>la</strong><br />

muleta, y el<strong>la</strong> volvió a llorar, a preguntarse dónde iban a vivir, en<br />

qué lugar, y habló de Esteban, el que pasó toda su vida obsesionado<br />

con el agua para terminar achicharrado. “Ovidio está muerto,<br />

dicen que <strong>la</strong> hija lo encerró en el cuarto”, pero Ramón no se<br />

inmutó, ni siquiera cuando su madre habló de Jorge Ángel. Nadie<br />

lo había visto después del incendio, debió entretenerse intentando<br />

resguardar <strong>la</strong>s cosas de valor, tenía muchas; se comentaba que<br />

podía estar sepultado entre los escombros, quizá le quedaba algo<br />

de vida.<br />

Ramón permaneció sentado, sin chistar, y vio a su madre<br />

correr llorando hacía <strong>la</strong> calle de Aguiar. Ramón se tocó <strong>la</strong> pértiga,<br />

94


NARRATIVA<br />

recordó a Jorge...<br />

...Cuando le llevó el refresco el día anterior, también le dijo<br />

que tenía un regalo para él, que cuando quisiera podía pasar a<br />

buscarlo. Ramón salió en <strong>la</strong> noche de su casa, entró en <strong>la</strong> de Jorge<br />

Ángel y notó muy nervioso a su vecino. Fumaba aferrado al<br />

ámbar de Groen<strong>la</strong>ndia de su pipa, y le ofreció algo de beber; si<br />

quería le servía un whisky, un vodka con naranja, una cerveza.<br />

Por el whisky se decidió Ramón, con hielo, y en los vasos, anchos<br />

y redondos.<br />

—Pensé que tomarías vodka, seguro que Bubka le ponía<br />

naranja —le dijo Jorge Ángel cuando le alcanzó el vaso y mostró<br />

el regalo.<br />

Era una fotografía a todo color, enmarcada y cubierta por un<br />

cristal; Ramón muy levantado en el podio más alto, roja <strong>la</strong> camiseta<br />

y rojo el short, colgando del cuello una medal<strong>la</strong> muy dorada<br />

y los brazos abiertos, levantados, como en <strong>la</strong> V de Victoria. En el<br />

segundo pedestal apareció Bubka, el ucraniano luciendo ga<strong>la</strong>rdón<br />

de p<strong>la</strong>ta, y otro más en el tercero, uno que Ramón no reconoció<br />

y que, por el apellido que Jorge Ángel dec<strong>la</strong>mó afectado, le parecía<br />

italiano.<br />

Ramón agradeció mucho, se reía nervioso, miraba al cuadro,<br />

al vecino, y otra vez al cuadro, tomaba un trago, se reía, le brindó<br />

al vecino de su vaso, le dijo que era feliz, y no se preocupó por <strong>la</strong><br />

manera en que el amigo había conseguido una farsa tan real.<br />

“Solo un fake, obra de un amigo, me costó mi dinerito”.<br />

Si hubiera tenido piernas no dudaría en levantarse y abrazar a<br />

Jorge Ángel, pero no pudo subir y volvió a beber, y escuchó a <strong>la</strong><br />

cantante que escogió el vecino, le gustaba mucho, estaba de moda<br />

entre <strong>la</strong> gente de buen gusto, eso decía el dueño de <strong>la</strong> casa, y que<br />

se l<strong>la</strong>maba Lhasa, era mexicana, vivía en Canadá, <strong>la</strong> canción que<br />

se escuchaba era <strong>la</strong> que prefería; y ponía su voz para acompañar<br />

a <strong>la</strong> mujer, tenía buen tono, empastaba muy bien su voz con <strong>la</strong> de<br />

95


NARRATIVA<br />

Lhasa, y se exaltaba más en una estrofa que en <strong>la</strong>s otras: Y es el<br />

hombre al fin como sangría/ que a veces da salud y a veces mata.<br />

Jorge Ángel sentía que Ramón le daba <strong>la</strong>s dos cosas, salud y<br />

muerte; muerte y salud, pero no dejó que lo notara. Esa noche no<br />

hizo chistes, no lo provocó, no al menos como otras veces.<br />

Ramón estaba esperando los embates, los juegos, los coqueteos,<br />

<strong>la</strong>s propuestas y promesas. Ramón miraba su regalo, miraba al<br />

dadivoso, y el otro fue tierno, muy cortés, casi silencioso; apoyaba<br />

o rebatía discretísimo, elegante, haciendo ver que era inteligente.<br />

Era solícito, y Ramón aceptó quitarse <strong>la</strong> camisa, había mucho<br />

calor, el whisky era muy fuerte. Jorge Ángel miró su pecho. Le<br />

habría gustado verlo intacto, como lo miró en sus carreras con <strong>la</strong><br />

pértiga y luego en el salto, en <strong>la</strong> caída. Ya no era igual. Jorge<br />

Ángel no vio anunciarse los pectorales definidos, él esperaba un<br />

pecho helénico, el mismo que antes disfrutara con miradas, el<br />

mismo que antes añoró tocar, pero no fue lo que encontró, ni<br />

siquiera le pareció cercano al torso del Belvedere; <strong>la</strong> estatua<br />

muti<strong>la</strong>da mantuvo el pecho fuerte y definido, el de Ramón no era<br />

ya elegante y musculoso, era esmirriado, casi enteco, y pálido.<br />

Jorge Ángel tuvo ganas de llorar por los recuerdos y por lo que<br />

entonces vio, tuvo ganas de besar al muti<strong>la</strong>do.<br />

Ramón esperó a que dijera algo, bien notaba sus miradas pero<br />

esperaba <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, estaba feliz, agradecido, y olvidó todo lo que<br />

había afuera, se concentró en el trago, en <strong>la</strong> conversación,<br />

respondió a <strong>la</strong>s miradas, se tocó y levantó sus fuerzas, se miró,<br />

observó al otro cuando lo despojaba de sus pantalones recortados<br />

y sintió un escozor cuando le acarició sus cicatrices, cuando<br />

recorrió el pecho, cuando fue gozón y maternal, cuando lo<br />

escuchó decir que también era un pervertido y se prendió a <strong>la</strong><br />

pértiga, se encajó en el<strong>la</strong> como si detrás tuviera el hoyo pequeñito<br />

donde debía ajustarse antes del salto; y Ramón se empinó<br />

imaginando que saltaba después de afincar en el hoyo <strong>la</strong> garrocha,<br />

96


NARRATIVA<br />

y cerró los ojos, los apretó fuerte, primero los pies por sobre <strong>la</strong><br />

varil<strong>la</strong>, y también el arco que hizo con su cuerpo, y cayó sobre sus<br />

pies, con <strong>la</strong>s manos levantadas, como en <strong>la</strong> V de Victoria, y l<strong>la</strong>mó<br />

al contrario por su nombre. Jorge, le dijo, y también mi ángel, le<br />

dio todo, todo, todo, lo cercó con su brazo derecho, el único, y le<br />

besó el cuello, le beso <strong>la</strong> espalda, quedó quietísimo metido en el<br />

huequito, con su pértiga.<br />

Ninguno de los dos se atrevió a hab<strong>la</strong>r después. Solo cuando<br />

Ramón se marchaba, Jorge Ángel le puso en el bolsillo un billete<br />

de diez dó<strong>la</strong>res, lo invitó a su fiesta de cumpleaños que sería al día<br />

siguiente y en <strong>la</strong> tarde, vendrían sus amigos, los más íntimos, dijo<br />

en medio de una sonrisa socarrona. Ramón contestó que no,<br />

prefería volver cuando estuviera solo. “C<strong>la</strong>ro, si tú quieres”.<br />

Y ahora <strong>la</strong> madre le anunciaba del incendio en el so<strong>la</strong>r, y <strong>la</strong><br />

muerte de Esteban, <strong>la</strong> de Ovidio, y para colmo, le contó que no<br />

aparecía Jorge Ángel. Ramón pensó en su suerte, recordó el<br />

cuadro que le rega<strong>la</strong>ra <strong>la</strong> noche anterior, el que colgó detrás de su<br />

cama y que debió quemarse. Ramón pensó en el traqueo del<br />

cristal, en <strong>la</strong> caída, y caminó <strong>la</strong> Habana Vieja. Ramón pensaba en<br />

Jorge Ángel, en lo que pasó entre ellos unas horas antes. Muchas<br />

veces deseó que no insistiera, que no existiera. Ahora no volvería<br />

a insistir. Ya no existía y lo extrañaba. No debió dejarse embaucar.<br />

Debió resistir pero no lo consiguió, ya era tarde, y lo extrañaba.<br />

Habría resultado mejor el incendio un día antes. Ramón cree que<br />

nunca es tarde, al menos <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas contendrían <strong>la</strong> lengua al<br />

maricón, nadie se iba a enterar de todo lo que ocurrió. Ramón<br />

camina La Habana y piensa en Jorge Ángel, quisiera tocarse <strong>la</strong><br />

entrepierna pero tiene su mano aferrada a <strong>la</strong> muleta. Piensa en <strong>la</strong>s<br />

l<strong>la</strong>mas. ¿Quién volvería a ayudarlo con diez dó<strong>la</strong>res? ¿Quién iba<br />

a levantarle <strong>la</strong> fuerza de su pértiga?<br />

Ramón salió muleteando. La madre supone que está metido<br />

en algún negocio, y que hace bien, cualquier cosa es buena si se<br />

97


NARRATIVA<br />

trata de comer, dice que <strong>la</strong> noche anterior al incendio le ofreció<br />

diez dó<strong>la</strong>res, por suerte Gloria los guardó cuando vio crecer <strong>la</strong>s<br />

l<strong>la</strong>mas, todavía están entre sus pechos, resguardados. Nadie sabe<br />

dónde está Ramón. Al Crema le gusta especu<strong>la</strong>r, insiste en que<br />

debió hacer el trecho de mar al que temía tanto montado en una<br />

balsa, que quizá algún día llegaba a Nueva York, que no pudo<br />

cerrar los ojos y levantar el brazo mientras se marchaba, que su<br />

mano estuvo aferrada al remo para batir el mar, que Ramón<br />

avanzaba, muleteando, muleteando...<br />

98


<strong>El</strong>ementos comunes<br />

Yonnier Torres


NARRATIVA<br />

A Julio Cortázar, Roberto Bo<strong>la</strong>ño y Lewis Carroll.<br />

A Legna, Anisley y Raúl.<br />

Primavera 2010. La Habana, Cuba. Llueve.<br />

<strong>El</strong> agua mancha <strong>la</strong> ciudad. La gente cruza <strong>la</strong> calle con<br />

bolsas de nylon atadas a <strong>la</strong> cabeza.<br />

<strong>El</strong> tren se detiene sobre el puente. Los pasajeros miran hacia<br />

abajo, hacia arriba. A través de <strong>la</strong>s ventanas el tiempo parece<br />

detenerse mientras <strong>la</strong>s gotas tatúan el cristal y los charcos se<br />

extienden en los desniveles del asfalto.<br />

Abro el libro de Cortázar. Cuento <strong>la</strong>s páginas que me faltan<br />

por leer, hago cálculos, inferencias, me detengo por unos segundos<br />

en <strong>la</strong>s piernas de <strong>la</strong> ferromoza que atraviesa el pasillo, pide<br />

los boletos sin hab<strong>la</strong>r, con un gesto de <strong>la</strong> mano que se me antoja<br />

suave y a <strong>la</strong> vez violento, cual si le estuviera haciendo un favor a<br />

cada uno de los pasajeros, un favor que luego le fuera a pesar en<br />

<strong>la</strong> conciencia. Imagino que con doce horas de viaje sea suficiente<br />

para terminar de leer <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>. La ferromoza cruza hasta el<br />

vagón del fondo. Sus piernas se pierden entre <strong>la</strong> luz, <strong>la</strong> lluvia y <strong>la</strong><br />

estrecha puerta de hierro. Abro <strong>la</strong> mochi<strong>la</strong>, saco el libro de<br />

Bo<strong>la</strong>ño, el de Carroll y me propongo no perder tiempo en cavi<strong>la</strong>ciones<br />

tontas. Si logro mantener <strong>la</strong> concentración podré leer a los<br />

tres y bajar del tren, al término del viaje, con un estilo bestial:<br />

<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirán los poetas que se sientan cada tarde<br />

100


NARRATIVA<br />

en <strong>la</strong>s mesas del Café.<br />

<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirán los miembros del Jurado.<br />

<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirá <strong>la</strong> escritora y solo entonces se verá<br />

desarmada, no le quedará otro remedio que abrirme <strong>la</strong> puerta del<br />

cuarto, quitarse <strong>la</strong> ropa y apagar <strong>la</strong> luz.<br />

Una apuesta es una apuesta, le diré, como hice el día que nos<br />

conocimos en <strong>la</strong> Casa de Cultura. Me sacaré los zapatos, los pantalones,<br />

pondré encima de <strong>la</strong> mesita de noche los tres libros, cual<br />

si formaran parte del ritual y sus autores, comp<strong>la</strong>cidos, pudieran<br />

ver los resultados de mi esfuerzo.<br />

<strong>El</strong> tren reanuda <strong>la</strong> marcha. <strong>El</strong> puente queda atrás, entre <strong>la</strong><br />

cortina de lluvia y <strong>la</strong>s fachadas de los edificios. Salimos de <strong>la</strong> ciudad<br />

y entramos de a poco en el descampado. Afuera el paisaje se<br />

repite idéntico: un desierto interminable de rocas b<strong>la</strong>ncas, a ratos<br />

algún conejo, un caballo o un grupo de cangrejos carreteros, de<br />

esos que se cue<strong>la</strong>n entre <strong>la</strong>s vías del tren y atraviesan los rieles<br />

cuando va a caer <strong>la</strong> noche.<br />

Me duele el pecho, repaso <strong>la</strong>s líneas que acabo de leer. Busco<br />

un vínculo, algo que me una a Cortázar y solo encuentro kilómetros<br />

entre mis intenciones y su ilusión, entre sus litros de vino y<br />

los tragos que me despacho directamente de <strong>la</strong> caneca, siempre<br />

que rebaso una docena de páginas. <strong>El</strong> alcohol baja como lenguas<br />

de fuego y me alivia por unos minutos. Luego vuelve <strong>la</strong> humedad,<br />

<strong>la</strong> lluvia, <strong>la</strong> fiebre y el sudor.<br />

Registro cada uno de los bolsillos hasta que encuentro <strong>la</strong><br />

tableta de pastil<strong>la</strong>s, ya solo me quedan dos. En cuanto se detenga<br />

el tren debo ir directo a una farmacia, sin <strong>la</strong>s pastil<strong>la</strong>s los dolores<br />

son incontro<strong>la</strong>bles.<br />

La escritora no sabe de mis dolores, yo tampoco sé de los<br />

suyos. Así es mejor. Solo intercambiamos elementos comunes,<br />

cuestiones de interés para los dos.<br />

Siempre hemos hab<strong>la</strong>do de literatura. Nos colgamos del telé-<br />

101


NARRATIVA<br />

fono los miércoles de doce a cuatro de <strong>la</strong> mañana. Yo le cuento lo<br />

que dicen de el<strong>la</strong> en La Habana. <strong>El</strong><strong>la</strong> me cuenta lo que dicen de<br />

mí en Santa C<strong>la</strong>ra, en Cienfuegos, en Camagüey. Dicen horrores.<br />

Los mismos horrores que dicen de Legna y de Raúl, pero a ellos<br />

no les importa, a nos<strong>otros</strong> tampoco.<br />

La ferromoza regresa al vagón, reparte <strong>la</strong> merienda justo en el<br />

momento en que Cortázar vomita el primer conejo. Miro el pan<br />

con <strong>la</strong> misma cara que Cortázar mira al conejo vomitado, lo guardo<br />

en <strong>la</strong> mochi<strong>la</strong>, él lo pone sobre el armario y piensa dónde<br />

esconderlo para que <strong>la</strong> señorita de París no lo encuentre. En el<br />

patio de <strong>la</strong> Casa de Cultura siempre hay sol, <strong>la</strong>s paredes derruidas<br />

no arrojan sombra, <strong>la</strong> escritora me dijo que era una imagen muy<br />

sugerente, una suerte de acción de resistencia, castigo preconcebido,<br />

algo así como una autof<strong>la</strong>ge<strong>la</strong>ción. Nos encontramos de<br />

repente y de pura casualidad, como se encontraron Legna y Raúl<br />

en el medio del patio, bajo el sol del mediodía, rodeados de<br />

escombros, en una Casa de Cultura que antes había sido un colegio<br />

de monjas y ahora era el escenario para un recital de poesía<br />

performática. <strong>El</strong> poeta ajustó el micrófono sobre el podio, miró al<br />

público con un gesto muy parecido al que usaba <strong>la</strong> madre superiora<br />

para mirar a sus monjas y con un girasol en <strong>la</strong> mano recitó<br />

un poema vulgar que hab<strong>la</strong>ba sobre una traición, un par de conejos<br />

b<strong>la</strong>ncos y un pez. A Legna y a Raúl les hubiera encantado,<br />

pero a nos<strong>otros</strong> nos pareció horrendo y salimos de <strong>la</strong> Casa de<br />

Cultura.<br />

<strong>El</strong> tren se detiene, va marcha atrás. Siento fatiga. Creo que voy<br />

a vomitar. Cierro los ojos pero el sonido del movimiento a <strong>la</strong><br />

inversa me penetra. Saco <strong>la</strong> cabeza por <strong>la</strong> ventana, vomito y entre<br />

hilos de alcohol, sobre los rieles, comienzan a caer conejos.<br />

Algunos dicen que debemos salirnos del camino, darle paso a<br />

varios vagones llenos de soldados que van a hacer entrenamientos<br />

a los campos de Conso<strong>la</strong>ción del Sur. Miro a través del cristal,<br />

102


NARRATIVA<br />

tengo <strong>la</strong> impresión de que el paisaje crece a medida que retrocedemos<br />

y en cámara lenta, como en esa pelícu<strong>la</strong> de Tarvskosky, el<br />

humo lo cubre todo.<br />

Caminamos hasta el parque. La voz del poeta atravesaba <strong>la</strong><br />

calle, chocaba contra el muro. No paraba de decir en un continuo<br />

letargo:<br />

Los geranios crecen…<br />

Los geranios crecen…<br />

Los geranios crecen…<br />

Quise invitar<strong>la</strong> a tomar he<strong>la</strong>do o café, como hizo Raúl con<br />

Legna, pero no habían he<strong>la</strong>derías alrededor del parque, cafeterías<br />

tampoco. Las calles estaban desiertas. <strong>El</strong> sol mantenía enc<strong>la</strong>ustrada<br />

a <strong>la</strong> gente y solo dos viejos, en un banco del parque, miraban<br />

con insistencia el reloj de <strong>la</strong> catedral. Las manecil<strong>la</strong>s se habían<br />

detenido a <strong>la</strong>s siete y cuarto, ciento setenta años atrás, cuando <strong>la</strong><br />

Casa de Cultura era un colegio de monjas y <strong>la</strong>s paredes del patio<br />

arrojaban sombras sobre <strong>la</strong> imagen de un Cristo benévolo; un<br />

Cristo dibujado por los artistas plásticos de <strong>la</strong> localidad a cambio<br />

de cinco pesos y unas cuantas estampitas de <strong>la</strong> Virgen María.<br />

Después de pensarlo muchas veces le dije a <strong>la</strong> escritora que<br />

mejor que un he<strong>la</strong>do o un café, era una pizza y de haber tenido<br />

cinco pesos más, <strong>la</strong> hubiéramos comprado, pero ninguno de los<br />

dos sabía dibujar a Cristo.<br />

Los soldados pasan a gran velocidad, apenas logro ver sus<br />

rostros cansados bajo los cascos. Dejan a su paso un ruido terrible.<br />

Mientras <strong>la</strong> tristeza se empoza con hedor a muerte, el tren<br />

reanuda <strong>la</strong> marcha. Afuera dejó de llover, algunas vacas tragan <strong>la</strong><br />

hierba como si fuera un purgante, miran con sus ojos tristes, con<br />

sus ojos de vaca. La gente se acomoda sobre los asientos, sacan<br />

almohadas, sábanas y toal<strong>la</strong>s. Retomo <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de Cortázar,<br />

intento ade<strong>la</strong>ntar en <strong>la</strong> lectura, pero hay una chica en el asiento<br />

de enfrente que no me quita <strong>la</strong> vista de encima. Subió en <strong>la</strong> última<br />

103


NARRATIVA<br />

estación y desde entonces no ha hecho otra cosa que observarme.<br />

Yo me incomodo, trato de taparme el rostro con el libro pero<br />

resulta peor porque no puedo ver lo que hace, hacia dónde mira.<br />

Quizás si le doy a leer el libro de Carroll se entretenga un rato, se<br />

deje llevar a través del túnel en el suelo y desaparezca tras un<br />

conejo b<strong>la</strong>nco, pero entonces perdería mi libro.<br />

Los viejos mantienen <strong>la</strong> vista en el reloj de <strong>la</strong> catedral con una<br />

fuerza tenaz. Decidimos sentarnos en un banco del extremo<br />

opuesto del parque, el<strong>la</strong> me dijo que <strong>la</strong> imagen era muy sugerente,<br />

tiene <strong>la</strong> manía de hacer literatura con elementos comunes. Traté<br />

de enseñarle el juego de los Beatles, como mismo me lo habían<br />

enseñado Legna y Raúl. Debía mencionar una primera canción y<br />

yo otra que comenzara con <strong>la</strong> última letra de su título. <strong>El</strong><strong>la</strong> dijo<br />

que solo dejaría de ser aburrido si apostábamos algo. La primera<br />

vez aposté mi disco de Red Hot Chili Peppers contra un beso que<br />

rebasara los dos minutos, perdí el disco cuando me quedé sin<br />

canciones después de Yellow Submarine. Las apuestas fueron<br />

cada vez mayores. Perdí muchas cosas y solo gané un striptease<br />

muy básico, de alguien que no sabe desnudarse con gracia.<br />

La ferromoza anuncia que haremos una parada de treinta<br />

minutos en <strong>la</strong> estación.<br />

Salgo a <strong>la</strong> calle y pregunto por <strong>la</strong> farmacia más cercana.<br />

Los dolores en el pecho vuelven como estacas c<strong>la</strong>vadas a golpe<br />

de <strong>martillo</strong>.<br />

Camino una, dos, tres cuadras.<br />

La dependienta me dice que hace un mes no entran esas pastil<strong>la</strong>s,<br />

que pruebe suerte en <strong>la</strong> otra farmacia, queda como a un<br />

kilómetro bajando por <strong>la</strong> calle principal.<br />

Le pido al mensajero que me lleve en su bicicleta.<br />

Me mira.<br />

Lo piensa.<br />

Me mira.<br />

104


NARRATIVA<br />

Lo piensa.<br />

Sale pedaleando.<br />

Le digo que acelere.<br />

Vamos a toda velocidad.<br />

La dependienta me dice que hace un mes no entran esas pastil<strong>la</strong>s,<br />

que pruebe suerte en <strong>la</strong> otra farmacia, queda como a un<br />

kilómetro subiendo por <strong>la</strong> calle principal.<br />

Le pido al mensajero que me lleve de regreso.<br />

Lo piensa.<br />

Me mira.<br />

Lo piensa.<br />

Me mira.<br />

Sale pedaleando.<br />

Se oye el silbato del tren.<br />

Subo al vagón.<br />

La ferromoza anuncia que saldremos en un minuto. Estoy<br />

empapado en sudor. Tomo el último trago de <strong>la</strong> caneca y <strong>la</strong>s lenguas<br />

de fuego, por unos segundos, ap<strong>la</strong>can el estruendo de los<br />

martil<strong>la</strong>zos en el pecho.<br />

Abro el libro de Cortázar, <strong>la</strong>s gotas ruedan por mi frente, caen<br />

sobre <strong>la</strong>s hojas manchando algunas pa<strong>la</strong>bras que se desdibujan,<br />

como si contuvieran dentro un significado especial. Los dolores<br />

regresan. Trato de olvidar. Recuesto mi cabeza al cristal de <strong>la</strong><br />

ventana.<br />

Cerré los ojos y <strong>la</strong> escritora me dijo: ese juego es una mierda.<br />

Vamos a hacer una apuesta de verdad. Nos fuimos del parque. <strong>El</strong><br />

recital de poesía performática en <strong>la</strong> Casa de Cultura había terminado.<br />

Esa noche durmió en mi apartamento, sostuvo una terca<br />

resistencia, probé con el incienso, con <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s aromáticas, con el<br />

contacto por descuido pero el<strong>la</strong> estableció a tiempo una línea<br />

imaginara en el centro de <strong>la</strong> cama. No pude dormir. <strong>El</strong><strong>la</strong> tampoco.<br />

Despertamos hab<strong>la</strong>ndo de literatura. Le unté mantequil<strong>la</strong> al<br />

105


NARRATIVA<br />

pan. <strong>El</strong><strong>la</strong> escribió unos cuantos versos en <strong>la</strong> servilleta sobre un<br />

conejo b<strong>la</strong>nco, un pez p<strong>la</strong>teado y unos cangrejos carreteros. La<br />

dobló con elegancia. Extendí el mantel sobre <strong>la</strong> mesa. Escribió<br />

una dedicatoria y bajamos <strong>la</strong>s escaleras.<br />

Me aprieto el pecho con ambas manos. Creo que voy a morir<br />

y pienso en los Beatles, en <strong>la</strong> sonrisa de Paul, en los ojos de<br />

Lennon. Me gustaría llegar al cielo con esa imagen. <strong>El</strong> tren está<br />

por detenerse en <strong>la</strong> última estación, el<strong>la</strong> quizás me espere impaciente,<br />

quizás le haya telefoneado a Legna y a Raúl para decirles<br />

que estoy por llegar, que iremos directo para el Café, que guarden<br />

<strong>la</strong> mejor mesa y compren una botel<strong>la</strong> de vino. Quizás mire hacia<br />

<strong>la</strong> curva cuando oiga el silbato del tren. Sostengo el libro de<br />

Cortázar, tiro al suelo <strong>la</strong> tableta sin pastil<strong>la</strong>s, agarro <strong>la</strong> sonrisa de<br />

Paul, los ojos de Lennon y me detengo unos segundos en <strong>la</strong>s piernas<br />

de <strong>la</strong> ferromoza, que atraviesa el pasillo para decir: hemos<br />

llegado al destino final.<br />

106


LITERATURA POLICIAL


Sinfonía para un<br />

crimen<br />

Yamilet García Zamora


LITERATURA POLICIAL<br />

Oyes el sonido del cañonazo —todavía se puede escuchar<br />

en Centro Habana, caray— y entonces, solo entonces,<br />

apuras el paso. No hay crimen perfecto, y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de<br />

tu amiga, <strong>la</strong> escritora policíaca, resuenan en tus oídos. Sí, sí lo<br />

hay, solo hay que pensar un poco <strong>la</strong>s cosas, saber hacer<strong>la</strong>s. Y<br />

sonríes. Hoy es el día, nadie podrá cogerte nunca, porque te vas<br />

en una balsa, a <strong>la</strong> Yuma, a vivir bien, Yo, asere, voy a ser millonario,<br />

le dijiste a tu “amigo”, el mismo que vas a despachar esta<br />

noche. La de tu partida.<br />

Dob<strong>la</strong>s por Lealtad y enfi<strong>la</strong>s Reina. La calle está oscura y sorteas<br />

los posibles huecos en <strong>la</strong> acera. <strong>El</strong> 314 se perfi<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s<br />

sombras, los socios jugando dominó afuera, sin camisas, <strong>la</strong> botel<strong>la</strong><br />

de ron, <strong>la</strong> gritería. Hoy le están dando al Pulgas unas pastil<strong>la</strong>s<br />

con ron y el pobre perro se revuelca, intentando huir. Qué sociedad<br />

protectora de animales ni qué carajo, estas bestias no saben<br />

de eso. Saludas a todos y entras al so<strong>la</strong>r. Un rama<strong>la</strong>zo de pestes te<br />

alcanza: mierda, meao, sudor. Alguien hace el amor en el segundo<br />

cuarto y no les importa gritar, que <strong>la</strong>s paredes se muevan y todo<br />

el so<strong>la</strong>r se entere que <strong>la</strong> singueta es de padre y señor mío. Ni que<br />

los niños oigan. Ni que los ancianos sientan envidia y los jóvenes<br />

se masturben con el inconfundible hedor —porque aquí no es<br />

olor, ni siquiera el sexo huele bien— de los cuerpos desnudos.<br />

Una rata pasa a tu <strong>la</strong>do y se detiene. No huye. No se esconde. Te<br />

reta. Me cago en tu madre, puta rata, vete pal carajo. Das una<br />

109


LITERATURA POLICIAL<br />

patada en el piso y el animal te enseña los dientes. Pero un olor a<br />

comida llega del cuarto del medio y <strong>la</strong> rata sale corriendo. Frijoles<br />

negros y arroz, dices, olfateando. Hoy tienen todo un banquete<br />

los b<strong>la</strong>nquitos.<br />

Entre <strong>la</strong>s sombras, te escondes de los curiosos. ¿Curiosos?<br />

Todos te miran con indiferencia, los que están haciendo co<strong>la</strong> para<br />

bañarse. Atraviesas el patio, saltando los charcos de sustancias<br />

innombrables y llegas al último cuarto. Sabes que Julio está ahí,<br />

el mariconcito de carroza más conocido de La Habana. <strong>El</strong> que te<br />

armó un show hace ya varias semanas en medio del camello, No<br />

te hagas, bugarrón, no te hagas. Tú eres mi macho, lo sabes. Y<br />

eso, asere, no se le hace a un hombre. Desde tu muscu<strong>la</strong>tura de<br />

mu<strong>la</strong>to estibador de los muelles, acostumbrado al alcohol, <strong>la</strong><br />

mariguana y <strong>la</strong>s jevas, sentiste una punzada en <strong>la</strong> cabeza y te<br />

bajaste del camello, rojo, furioso. Ya verás, maricón, ya verás. Y<br />

esperaste. Tres meses. Más meloso que nunca. Como si lo hubieras<br />

olvidado todo. Pero estabas maquinando tu venganza. Y <strong>la</strong><br />

huída. Me piro y nadie podrá achacarme al muerto. Porque,<br />

asere, sí hay crímenes perfectos.<br />

La puerta está entreabierta —como siempre— esperando por<br />

los posibles clientes, cubanos, extranjeros, no importa. Un altar a<br />

Yemayá en una esquina. <strong>El</strong> olor a incienso —sí, papito, yo jineteo<br />

por <strong>la</strong>s cosas buenas, no solo por <strong>la</strong>s buenas pingas. Aquí no se<br />

sienten <strong>la</strong>s pestes. Hay baño dentro del cuarto. Y barbacoa. Y<br />

cocina con gas. Julio está acostado, con <strong>la</strong> grabadora pegada al<br />

oído, escuchando música, quizás, <strong>El</strong> bolero de Ravel. Sí, Julio me<br />

<strong>la</strong> enseñó porque yo no oigo música clásica, ni sabía nada, de<br />

verdá, el mariconcito me enseñó algunas cosas, menos leer literatura<br />

policíaca, eso siempre lo he hecho, me gusta eso de los asesinatos.<br />

Por eso, recuerdas, empezó tu amistad con Telimay, <strong>la</strong><br />

gordita rara de <strong>la</strong> secundaria, que escribía <strong>cuentos</strong> policíacos a los<br />

14 años. Tu amiga, a pesar de ser el<strong>la</strong> toda una doctora en esa<br />

110


LITERATURA POLICIAL<br />

idiotez de Ciencias Filológicas y tú, un estibador. <strong>El</strong><strong>la</strong> me presentó<br />

a Julio, su primo, porque, vaya, yo nunca le he dicho que me<br />

gusta singarme a los hombres, soy macho, me acuesto con mujeres<br />

pero creo que el<strong>la</strong> adivinó esa debilidad.<br />

Julio, en <strong>la</strong> oscuridad, no te oye llegar. La música lo ensordece.<br />

Lo embobece. Un movimiento, uno solo, le tapa <strong>la</strong> boca, <strong>la</strong> nariz.<br />

Lo ahoga. Lentamente. Manotea en el aire y tú te separas, no<br />

vaya a arañarte o arrancarte algún pelo que te pueda incriminar.<br />

No te das cuenta que <strong>la</strong>s manos del otro se han aferrado a <strong>la</strong><br />

grabadora. Lo arrastras hasta <strong>la</strong> cocina. Le metes <strong>la</strong> cabeza dentro<br />

del horno. Suspiras. Qué hambre tengo, este maricón de mierda<br />

hace tres meses que no me invita a comer, Porque estoy bravo<br />

contigo, papito, lo que te dije en el camello era verdad, solo me<br />

pegué un poquito a ti, para sentirte, mi mu<strong>la</strong>tón. Y me empujaste.<br />

Por eso te dije lo que te dije, papichurri. Y estoy bravo contigo.<br />

Nada de comida, porque si alimento tus tripas, alimento tu pinga.<br />

Y también estoy bravo con tu pinga. Sientes un ligero vahído, no<br />

sabes si de miedo, hambre o triunfo. Abres el gas. Un tenue tufillo<br />

sale, muy tenue, pero no le das importancia. Adiós, amorcito, a<br />

los hombres no se les arma esos shows. Aquí, en Los Sitios, eso<br />

cuesta <strong>la</strong> vida. Lo piensas. ¿Lo piensas? ¿Lo susurras? Te dejo <strong>la</strong><br />

música porque me enseñaste que “es sacrilegio apagar una buena<br />

melodía”. Con cuidado, le muerdes el cuello —sin dejar huel<strong>la</strong>s<br />

de dientes—, le das un chupetón, limpias <strong>la</strong> saliva. <strong>El</strong> crimen perfecto,<br />

Julito, te suicidaste. Cierras <strong>la</strong> puerta y te vas.<br />

Ay, mi prima, tremendo show, niña. Le grité en medio del<br />

camello, una pataleta de maricón despechado. Pero ese mu<strong>la</strong>tón<br />

me gusta y no tiene que hacerme eso en público, rechazarme así.<br />

No, si lloro de despecho, de ganas de acostarme con él pero lo<br />

estoy llevando de <strong>la</strong> mano y corriendo. No, déjame a mí, preparo<br />

un té en <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong> eléctrica, niña, si no tengo gas. <strong>El</strong> mismo día<br />

de <strong>la</strong> bronca con Ciriaco, fue un día perro. Nada, que <strong>la</strong> gente de<br />

111


LITERATURA POLICIAL<br />

este so<strong>la</strong>r es apestosa, cochina y envidiosa, me echaron pa’ <strong>la</strong>nte,<br />

que tenía una toma c<strong>la</strong>ndestina de gas y ná, me lo cortaron. Eso<br />

sí, lo sabe todo el mundo menos Ciriaco, no lo invito a comer y<br />

le digo que es una venganza. Sí, mi prima, voy a fumarme un pito<br />

porque estoy muy nerviosa, imagínate, sin gas, pasando trabajo<br />

con <strong>la</strong> comida, sin macho. ¿Vas a hacer eso? ¿Como a <strong>la</strong>s once?<br />

Sí, no te preocupes, te espero, al menos, comeré caliente. Ay, niña,<br />

vales un millón de pesos… no, me daba pena decirte todo esto, y<br />

como no venías… vaya, pensé que estabas en una de tus bajadas<br />

de musa…<br />

Sí, <strong>la</strong> acompañaste porque estabas aburrido. Porque era sábado<br />

por <strong>la</strong> noche, ya habías visto <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s y el<strong>la</strong> te insistió<br />

tanto, Vamos, Ciriaco, no seas así, bai<strong>la</strong>mos un poquito, dale,<br />

hazme <strong>la</strong> media, es en Los Sitios y no quiero ir so<strong>la</strong>. Te reíste de<br />

sus miedos de b<strong>la</strong>nquita-doctora-asesina-en-broma. Mijita, te<br />

pasas el día escribiendo de <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> calle y no te atreves a ir<br />

a una fiesta. Dale, vamos.<br />

Lealtad abajo, atravesando todo Los Sitios, hasta llegar a<br />

Be<strong>la</strong>scoaín. La fiesta, en su apogeo. Alguien l<strong>la</strong>mó a Telimay y tú<br />

te quedaste solo, en una esquina de <strong>la</strong> atiborrada sa<strong>la</strong>. Te pasaron<br />

un vaso que aceptaste y un cigarro que rechazaste, Ahora no,<br />

compay, más tarde… si te queda, No te preocupes, asere, aquí al<br />

<strong>la</strong>do venden. Parejas sudorosas, bai<strong>la</strong>ndo con frenesí, lujuria, sin<br />

tapujos ni permisos. <strong>El</strong> pegajoso calor de La Habana. Ron.<br />

Hierba. Sudor. Perfumes que se escapan porque no aguantan el<br />

embate de <strong>la</strong>s gotas, chorros, que corren por los rostros. Telimay<br />

se acercó con un hombre alto, delgado, de sonrisa amplia.<br />

Ciriaco, mira, mi primo, Mucho gusto, yo soy Julito, al que le<br />

gustan los palitos por el culito. Lo miraste, un poco extrañado<br />

por <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del otro, Qué loca de carroza, pensaste, pero una<br />

corriente te atenazó <strong>la</strong> pierna, los muslos… el estómago. Lo siento,<br />

asere, yo no tengo palito, yo tengo una tranca. De ahí a <strong>la</strong><br />

112


LITERATURA POLICIAL<br />

cama, pasaron veinte minutos.<br />

Mira, Teli, yo sé que tú eres, vaya, una gente mechá, siempre<br />

lo fuiste, desde <strong>la</strong> secundaria, pero yo, <strong>la</strong> verdá, me quedo con La<br />

Gata Triste y Arturito, el del col<strong>la</strong>r doble. Y el<strong>la</strong> te miró con roña,<br />

No hables así de los clásicos, no son tus amigos, C<strong>la</strong>ro que sí,<br />

Teli, igual que tú, eres mi asere, hablo contigo aun cuando no<br />

estás, discuto de crímenes contigo, con ellos. Están en <strong>la</strong> casa de<br />

el<strong>la</strong>, un apartamento pequeño, al <strong>la</strong>do del so<strong>la</strong>r de Julito. Y sabes<br />

que <strong>la</strong> mamá está en el trabajo y llegará tarde porque tú no le<br />

gustas a <strong>la</strong> vieja, esa amistad con un mu<strong>la</strong>to mariguanero, borracho<br />

y quién sabe cuántas cosas más. Pero tú quieres a Telimay, es<br />

tu gran amiga y el<strong>la</strong> te adora, te presta libros. Vaya, Teli, a mí me<br />

gusta que me prestes libros pero algunos son tan aburridos, el<br />

Máscaras ese no me lo pude meter, hay libros que no entiendo. La<br />

Gata, sí. Y ves que el<strong>la</strong> suelta <strong>la</strong> carcajada, no lo puede evitar, tus<br />

desp<strong>la</strong>ntes literarios <strong>la</strong> hacen reír. Pero ni siquiera La Gata escribe<br />

crímenes perfectos, te dice, tu teoría se desmorona. Cualquier<br />

detalle, el más insignificante, el que no se p<strong>la</strong>neó, lo echa abajo<br />

todo, porque, Ciri, los asesinos no son máquinas, son personas.<br />

Tomas un buche de ron mientras el<strong>la</strong> se prepara su té, Tan intelectual<br />

bebida, Teli, <strong>la</strong> fastidias siempre. Te digo, Teli, mi asere<br />

más leída y escribida, sí hay crímenes perfectos, escribe una nove<strong>la</strong><br />

de eso, te lo he dicho una pi<strong>la</strong> de veces, yo te ayudo, vaya, yo<br />

invento todo el crimen y tú le pones <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras bonitas esas de<br />

<strong>la</strong> pos mierdera o como carajo se l<strong>la</strong>me. <strong>El</strong><strong>la</strong> se dob<strong>la</strong> de <strong>la</strong> risa y<br />

te sientes bien, en un ambiente donde eres oído por una persona<br />

muy inteligente, alguien que escribe de ti, de <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> calle,<br />

de los crímenes de esta ciudad, espejo de todo lo negro, llámese<br />

género, raza, amor, política o sexo. Está bien, Ciri, vamos a<br />

meterle mano a <strong>la</strong> obra: piensa en cómo hacer el crimen perfecto<br />

y yo lo escribo, Pero pronto, Teli, porque yo me voy. Ves cómo<br />

el<strong>la</strong> se entristece, tantas veces ha discutido contigo eso, No, Ciri,<br />

113


LITERATURA POLICIAL<br />

esa no es <strong>la</strong> salida. Pero ya no te dice nada. Un crimen perfecto,<br />

Teli, pasional, como todo en este país porque, vaya, tu nove<strong>la</strong> está<br />

buena, pero, asere, eso de los fantasmas y <strong>la</strong> historia es muy elevado<br />

para <strong>la</strong>… ¿cómo dijiste el otro día? Coño, me gustó <strong>la</strong> frasecita…<br />

sicología tropical del cubano. De pinga, Teli, eso de<br />

matar. ¿Crees que los escritores policíacos puedan ser asesinos?<br />

¿La Gata? ¿Arturito? Te miró, esperando <strong>la</strong> pregunta que no<br />

hiciste. Pero el<strong>la</strong> sí. Y tú, Ciri, ¿podrías matar a alguien?<br />

Sales del so<strong>la</strong>r, caminando lentamente y silbando una canción.<br />

Ya nadie juega dominó, el Pulgas está endrogado, dando vueltas<br />

sobre sí mismo y tratando de morderse el rabo. Nadie te mira.<br />

Sigues por toda Reina, entre el silencio y <strong>la</strong> oscuridad. Coño,<br />

deberían tirar de una vez este cabrón edificio, lleva como veinte<br />

años apunta<strong>la</strong>do, a ver si le cae arriba a Yumurí, o a un pobre<br />

infeliz que venga caminando, y después, se jodió el muerto y La<br />

Habana seguirá apunta<strong>la</strong>da. Dob<strong>la</strong>s por Be<strong>la</strong>scoaín, rumbo al<br />

malecón. No le dijiste a nadie, solo a Teli, Me voy mañana,<br />

amiga, en una balsa con unos socios del Canal. Me van a recoger<br />

en el Malecón, para salir de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya del Chivo, como a <strong>la</strong>s doce<br />

de <strong>la</strong> noche. No te preocupes, <strong>la</strong> gente está saliendo por montones,<br />

hay que aprovechar <strong>la</strong> racha, no paran a nadie y te recogen<br />

los guardacostas yanquis apenas sales de <strong>la</strong>s aguas de Cuba.<br />

C<strong>la</strong>ro, asere, en cuanto llegue te l<strong>la</strong>mo pero antes tengo que arreg<strong>la</strong>r<br />

un brete. Le viste los ojos llenos de lágrimas, quizás <strong>la</strong> única<br />

persona que realmente te quería. Te abrazó con fuerza, Cuídate<br />

mucho, Ciri, todavía me debes el crimen perfecto para mi nove<strong>la</strong>,<br />

Y tú, me debes el Nobel.<br />

Le digo, compañero, es mi primo. Le traje comida caliente,<br />

porque no tiene gas. Encontré <strong>la</strong> puerta cerrada, lo que me pareció<br />

raro, porque él nunca cierra <strong>la</strong> puerta. Y como tengo l<strong>la</strong>ve…<br />

No, compañero, todo estaba oscuro, tuve que encender <strong>la</strong> luz y<br />

entonces lo vi, de rodil<strong>la</strong>s, medio tirado, con <strong>la</strong> cabeza dentro del<br />

114


LITERATURA POLICIAL<br />

horno. Me asusté mucho y corrí a sacarlo. Me di cuenta que estaba<br />

muerto y entonces, los l<strong>la</strong>mé… Pero, bueno, compañero, ¿qué<br />

va a hacer con <strong>la</strong> cabeza dentro del horno, si no tenía gas hacía<br />

unos meses? C<strong>la</strong>ro que no puede ser un suicidio, mire, hay señales<br />

de asfixia, ¿ve?, marcas de dedos que trataron de esconder con<br />

esos chupones de enamorado. ¿Yo? No, compañero, soy escritora<br />

policíaca, por eso me doy cuenta de los detalles. Y, fíjese, estaba<br />

escuchando <strong>la</strong> grabadora. Pero <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s que estaban encendidas<br />

eran <strong>la</strong>s de grabar, no <strong>la</strong>s de reproducir. No, no oí lo que se grabó,<br />

me dio miedo, no sé por qué. Pero usted es <strong>la</strong> autoridad, puede<br />

escuchar<strong>la</strong>.<br />

La noche era cerrada por completo y apenas se veían entre<br />

ellos. No te diste cuenta de <strong>la</strong> cercanía de <strong>la</strong> policía. <strong>El</strong> “¡Arriba<br />

<strong>la</strong>s manos!” te paralizó. Viste como los <strong>otros</strong> se echaban a correr<br />

pero el cerco policial los detuvo. Como a través de una neblina,<br />

oíste una voz preguntar: ¿Quién es Ciriaco? Crees que diste un<br />

paso ade<strong>la</strong>nte. O levantaste <strong>la</strong> mano. No recuerdas. Las esposas<br />

cayeron sobre tus muñecas y apenas pudiste balbucear ¿Qué<br />

pasa? Y otra vez, a través de <strong>la</strong> neblina, o del tiempo, oíste tu<br />

propia voz, accionada desde una grabadora: “Adiós, amorcito, a<br />

los hombres no se les arma esos shows. Aquí, en Los Sitios, eso<br />

cuesta <strong>la</strong> vida. Te dejo <strong>la</strong> música porque me enseñaste que ‘es<br />

sacrilegio apagar una buena melodía’. <strong>El</strong> crimen perfecto, Julito,<br />

te suicidaste”.<br />

115


<strong>El</strong> último jonrón<br />

Leopoldo Luis


LITERATURA POLICIAL<br />

Martincito estaba en el comedor mirando el juego de<br />

pelota entre Vil<strong>la</strong> C<strong>la</strong>ra e Industriales cuando sintió un<br />

ruido extraño en <strong>la</strong> terraza. Recién terminaba de<br />

almorzar, pasadas <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> tarde, como acostumbra a hacer<br />

cada domingo después de beber unos tragos con el primero que<br />

aparezca y le acompañe.<br />

La casa le resultaba demasiado grande. La había construido él<br />

mismo, bloque a bloque, guiado únicamente por su instinto para<br />

los trabajos manuales y, en cuanto a diseño, atendiendo a <strong>la</strong>s<br />

preferencias arquitectónicas de su esposa.<br />

Martincito no es albañil, sino soldador. Un excelente soldador.<br />

Soldador A. En realidad técnico medio en construcciones mecánicas,<br />

dedicado a <strong>la</strong> soldadura durante veintidós años. Los mismos<br />

que estuvo casado con Helena, antes de que el<strong>la</strong> y su hija de diecinueve<br />

lo abandonaran en agosto del 94. Casi un año pasaron en<br />

<strong>la</strong> base de Guantánamo, en el que apenas supo de ambas; más<br />

dieciséis en Miami, de donde escasamente recibe una que otra<br />

información intrascendente sobre el destino de su familia. Ma<strong>la</strong><br />

pata <strong>la</strong> de Martincito, acabar solo.<br />

Eso sí: conserva <strong>la</strong> casa. La propiedad, como corresponde en<br />

estos asuntos, rezaba a nombre de ambos, pero tras <strong>la</strong> partida<br />

Martincito adquirió del estado cubano <strong>la</strong> mitad que perteneció a<br />

<strong>la</strong> ausente, llegando a convertirse en propietario absoluto. De<br />

inmediato hizo algunos cambios. Vendió los muebles innecesarios<br />

117


LITERATURA POLICIAL<br />

y compró televisores para colocar en <strong>la</strong>s habitaciones que efectivamente<br />

ocupaba: <strong>la</strong> cocina, el comedor y el cuarto. Tres televisores<br />

GoldStar de diecinueve pulgadas con una antena ubicada a<br />

suficiente altura. Estuviera donde estuviera —en <strong>la</strong> cocina, en el<br />

comedor o en el cuarto— Martincito tenía garantizado su partido<br />

de béisbol. Es un gran fanático. Como que fue un jugador magnífico.<br />

Le daba duro a <strong>la</strong> bo<strong>la</strong>, Martincito. A cualquiera le bateaba<br />

un jonrón. Ahora disfruta el juego que transmitan por <strong>la</strong> tele, sin<br />

importar los contendientes, porque para él <strong>la</strong> liga cubana consta<br />

de dos equipos so<strong>la</strong>mente: los Industriales de La Habana y el que<br />

integran el resto de <strong>la</strong>s catorce provincias del país, a favor de <strong>la</strong>s<br />

cuales apuesta siempre en su lidia con los del bando azul.<br />

Ya dije que Martincito acababa de almorzar un exquisito filete<br />

cuando escuchó ruido en el patio. ¿No había dicho lo del filete?<br />

Lo que sucede es que Martincito no cocina. C<strong>la</strong>ro, puede darse<br />

ese lujo porque gana buen dinero con <strong>la</strong> soldadura, haciendo<br />

encargos particu<strong>la</strong>res. Unas veces fuera del horario de trabajo, en<br />

<strong>la</strong> parte trasera de su vivienda, donde tiene los aparatos. Otras<br />

veces se los lleva al taller y aprovecha <strong>la</strong> menor oportunidad para<br />

eludir sus deberes y enfocarse en lo suyo. Es así.<br />

Martincito compra víveres y surte el refrigerador de <strong>la</strong> vecina<br />

del fondo, una mu<strong>la</strong>ta cincuentona que perdió al marido en un<br />

accidente de trenes. La mu<strong>la</strong>ta cocina para ambos y Martincito<br />

recoge <strong>la</strong> cantina por <strong>la</strong> tarde, en cuanto llega de <strong>la</strong> fábrica. No<br />

siempre <strong>la</strong> recoge, porque en ocasiones se baña y come en casa de<br />

<strong>la</strong> vecina y luego espera también <strong>la</strong> noche para mirar <strong>la</strong> pelota.<br />

Como los dos están solos han hecho buenas migas, Martincito y<br />

<strong>la</strong> mu<strong>la</strong>ta. Una vez por quincena Martincito se queda a dormir.<br />

La mu<strong>la</strong>ta no se queja: el soldador es un hombre de sesenta años.<br />

Ya está viejo, pero tremendo pelotero fue Martincito. Integró<br />

más de una vez <strong>la</strong> preselección de <strong>la</strong> provincia. Jugó con Huelga,<br />

con Macías, con B<strong>la</strong>ndino y con José Pérez. Conoció a <strong>la</strong>s grandes<br />

118


LITERATURA POLICIAL<br />

estrel<strong>la</strong>s de Azucareros, cuando Azucareros era el mejor equipo<br />

de Cuba. Hay que oírle contar sus historias. Para todos los gustos<br />

<strong>la</strong>s tiene Martincito. La mañana en que le bateó de jonrón al<br />

“Duke” durante una práctica. La tarde en que Montejo y él<br />

cubrieron los jardines, ellos solos, porque faltaron los demás<br />

jugadores al entrenamiento. Qué tarde, recuerda Martincito,<br />

Montejo en el leftcenter y Martincito en el right, capturando lo<br />

que fuera. Y eso que era cátcher. Pudo haber llegado lejos<br />

Martincito, pero <strong>la</strong> competencia era mucha. ¿Cuántos receptores<br />

buenos no tuvo Azucareros? Lázaro Pérez, Albertico Martínez,<br />

José Gómez “<strong>El</strong> látigo”...<br />

La decimosegunda serie fue su mejor momento. Estuvo a<br />

punto de entrar en <strong>la</strong> reserva. Pudieron haber incluido a cuatro<br />

cátchers en el equipo, con tal de dar un chance a Martincito. Él<br />

habría sabido aprovecharlo, sin lugar a dudas. Pero no lo hicieron<br />

y así son <strong>la</strong>s cosas. Ese fue también su último año. La depresión<br />

le dio por casarse y alejarse poco a poco del juego. Fue un error.<br />

Las mujeres van y vienen, pero el béisbol se queda. Ahí tienen a<br />

Martincito, ¿no lo abandonó su propia hija?<br />

<strong>El</strong> domingo en que oyó el ruido Martincito estaba solo. Se<br />

había llevado el filete a casa, el congrí y <strong>la</strong> yuca hervida aderezada<br />

con mojo de ajo y empellitas de puerco. Yo estuve dándome<br />

unos buches con él por <strong>la</strong> mañana, pero al mediodía lo dejé con<br />

su almuerzo y su juego de pelota y me fui a acostar un rato. Me<br />

gusta descansar los fines de semana.<br />

Parece que, por algún motivo, Martincito bajó el volumen del<br />

televisor y se percató de que alguien entraba en su terraza.<br />

Martincito está orgulloso de esa terraza, que en verdad no es una<br />

terraza sino un patio con piso de cemento en el a<strong>la</strong> derecha de <strong>la</strong><br />

casa, donde cae sombra por <strong>la</strong> tarde y donde Martincito tiene<br />

unos sillones de aluminio pintados de azul y varias p<strong>la</strong>ntas. Es un<br />

sitio agradable <strong>la</strong> terraza de Martincito. Yo mismo he pasado<br />

119


LITERATURA POLICIAL<br />

espléndidos ratos allí, compartiendo un dominó y unos rones con<br />

los muchachos del barrio. (Lo de muchachos es solo un eufemismo,<br />

todos pasamos de <strong>la</strong> media rueda).<br />

<strong>El</strong> caso es que Martincito bajó el volumen y descubrió al intruso.<br />

Tal vez fue lo contrario: descubrió primero al intruso y acto<br />

seguido apagó el GoldStar. Lo que sí es seguro es que Martincito<br />

no salió sin echar mano al bate que le regaló el “Duke” al terminar<br />

<strong>la</strong> decimosegunda serie. ¿No mencioné lo del bate? Fue en el<br />

73 o en el 74 cuando el “Duke” se lo regaló; el bate con que<br />

Martincito le dio jonrón en el entrenamiento y también <strong>la</strong> pelota,<br />

donde escribió con tinta: # 13, “Duke” Hernández. No el “Duke”<br />

de los Industriales y de los New York Yankees, sino el de verdad,<br />

el de los Azucareros, que también fue pitcher y jugó segunda. Se<br />

l<strong>la</strong>maba Arnaldo y no Or<strong>la</strong>ndo, como el de los Industriales y de<br />

los New York Yankees. Martincito era fan al primer “Duke”, no<br />

al segundo, por cuestiones de afinidad generacional. <strong>El</strong> bate tenía<br />

como treinta años y también <strong>la</strong> pelota, y Martincito los guardaba<br />

como si fueran un tesoro.<br />

Pues Martincito agarró el madero y salió a <strong>la</strong> terraza dispuesto<br />

a romperle el espinazo a quien fuera. No es un tipo violento<br />

Martincito, ni cosa ni que se le parezca. Pero no es fácil que te<br />

sientes a almorzar frente al televisor y se te cuele un desconocido<br />

en el patio sin pedir permiso, como si tu casa fuera el so<strong>la</strong>r de <strong>la</strong><br />

esquina y no una casa particu<strong>la</strong>r que, por demás, has levantado<br />

con tus propias manos. Justificado está, sí señor, que Martincito<br />

saliera armado. Le dio un empujón a <strong>la</strong> puerta y se le paró de<strong>la</strong>nte<br />

al sujeto, al que encontró arrel<strong>la</strong>nado en uno de los sillones de<br />

aluminio como si estuviera en <strong>la</strong> piscina de un hotel y le dijo nada<br />

más quién coño eres y qué coño haces en mi casa.<br />

Es fácil suponer lo que sucedió después, aunque ni el propio<br />

Martincito recuerde los detalles. Todo parece indicar que el individuo<br />

se negó a moverse; es más, ni siquiera se dignó a contestar.<br />

120


LITERATURA POLICIAL<br />

Martincito se puso a increparlo y a gritarle cosas sin que el tipo<br />

se diera por enterado. Como si con él no fuera. Bueno, a cualquiera<br />

se <strong>la</strong> va <strong>la</strong> rosca en una situación como esa. Sin embargo,<br />

Martincito actuó con previsión y ahí es donde entro yo a formar<br />

parte de <strong>la</strong> historia. Sin soltar el bate y sin que el individuo se<br />

moviera de su asiento, Martincito tomó el teléfono y me l<strong>la</strong>mó<br />

enseguida.<br />

¿Un extraño durmiendo <strong>la</strong> siesta en tu terraza? No jodas,<br />

Martincito, ¿qué tengo que ver? Dile simplemente que se marche.<br />

¿No hace caso? No jodas, Martincito, ¿cómo no va a marcharse?<br />

¿Está borracho el tipo? ¿Es una especie de loco, de retrasado<br />

mental? L<strong>la</strong>ma a <strong>la</strong> policía. ¿Pegarle con el bate? No, espera,<br />

espera, Martincito, no te atolondres. No con el bate, no jodas. A<br />

puño limpio. Vas a buscarte un rollo, deja el bate. Ya salgo,<br />

Martincito, ya salgo.<br />

Me vestí y salí para casa de Martincito: son como dos cuadras.<br />

En el barrio todas <strong>la</strong>s casas están más o menos a <strong>la</strong> misma distancia<br />

unas de otras. En una cuadra puede haber cuatro o cinco de<br />

el<strong>la</strong>s. Todas tienen su patio cercado y desde allí se puede ver el<br />

patio de los vecinos, y los vecinos ven el de los <strong>otros</strong> vecinos y así.<br />

Es una buena estructura. Una magnífica zona para mudarse.<br />

Siempre hay tranquilidad. Los atardeceres son divinos, qué silencio.<br />

Yo viví quince años en Centrohabana y no hay quien soporte<br />

aquello. Pareciera que nadie trabaja. Antes de <strong>la</strong>s nueve o <strong>la</strong>s diez<br />

de <strong>la</strong> mañana no se siente un alma, pero después de esa hora <strong>la</strong><br />

calle es un infierno. Empiezan a despertarse los vagos, a recuperarse<br />

de <strong>la</strong> borrachera de <strong>la</strong> noche anterior. Al mediodía los ves en<br />

los pa<strong>la</strong>dares, luchando su almuerzo. Quién sabe de dónde sacan<br />

el dinero, el caso es que no les falta. Por <strong>la</strong> tarde se dedican a sus<br />

negocios y luego vuelven a coger <strong>la</strong> borrachera. Un círculo vicioso.<br />

A <strong>la</strong>s dos o <strong>la</strong>s tres de <strong>la</strong> madrugada se restablece <strong>la</strong> calma. No<br />

121


LITERATURA POLICIAL<br />

hay quien pueda descansar en esas condiciones.<br />

Llegué a casa de Martincito en menos de diez minutos y me lo<br />

encontré súper alterado, empuñando el bate y profiriendo horrores<br />

frente al sillón de aluminio. Desaforado Martincito, fuera de<br />

sí por completo. Qué coño te pasa, le dije, estás borracho que no<br />

ves que no hay nadie en el sillón, que se ha marchado el sujeto.<br />

¿Cómo que se ha marchado?, me miró con rabia. Y yo: tranquilízate<br />

Martincito que ya se ha ido el hombre, no te das cuenta.<br />

Que no se ha ido a ningún <strong>la</strong>do, me dice entonces Martincito,<br />

míralo coño, mira al cabrón riéndose en mi cara. Y amenazando<br />

con el bate al sillón de aluminio: que te rompo <strong>la</strong> vida hijoepueta,<br />

lárgate de mi casa, y yo aferrando por el brazo a Martincito y él<br />

más descontro<strong>la</strong>do que nunca tratando de zafarse, y yo que deja<br />

eso Martincito que no te vuelvas loco, que si hubo alguien en tu<br />

patio se apendejó en cuanto te vio con el bate y se <strong>la</strong>rgó, no jodas.<br />

Pero Martincito a no hacerme caso y a continuar amenazando al<br />

hombre-invisible y yo en un trance cada vez más difícil porque no<br />

había manera de sujetarlo más tiempo, que no sé de dónde saca<br />

tanta fuerza <strong>la</strong> gente cuando le da un arrebato y ya no pude<br />

aguantarlo y Martincito <strong>la</strong> emprende a golpes contra el sillón de<br />

aluminio y si no lo destruye del todo es porque le falló el bate, que<br />

aunque muy bien conservado era un bate de treinta y pico de<br />

años, que lo guardaba Martincito como reliquia desde que se lo<br />

regaló el “Duke” en <strong>la</strong> decimosegunda serie. Y se partió en pedazos<br />

el bate contra el metal, primero se astilló <strong>la</strong> madera y luego se<br />

le hizo trozos en <strong>la</strong>s manos a Martincito, que ya no soportó el<br />

esfuerzo y respiró profundo y se dejó caer sobre el cemento de <strong>la</strong><br />

terraza entre <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas revolcadas y los restos del sillón de aluminio.<br />

Entonces me le acerqué por detrás y me senté junto a él en<br />

el piso y le eché un brazo sobre el hombro y le dije coño<br />

Martincito tranquilo viejo ya pasó, lo del sillón se arreg<strong>la</strong> pero el<br />

bate, compadre, un verdadero crimen lo del bate, qué pasa mi<br />

122


LITERATURA POLICIAL<br />

hermano, si te hizo daño el ron vas a tener que dejar de beber o<br />

vaya usted a saber qué coño le puso <strong>la</strong> mu<strong>la</strong>ta a los frijoles que te<br />

encendió los sesos, no llores Martincito que ya se arreg<strong>la</strong> todo. Y<br />

lo ayudé a levantarse y le traje un poco de agua y en eso el patrullero<br />

apareciendo porque l<strong>la</strong>maron los del comité diciendo que<br />

unos hombres se mataban en <strong>la</strong> terraza de Martincito y los mirones<br />

llegado, todo el mundo a comentar, no sé, como si Martincito<br />

fuera un delincuente habitual, que si hay un hombre trabajador<br />

en este barrio y educado es Martincito, puedo dar fe de ello, si<br />

toda <strong>la</strong> vida lo he tenido de vecino menos los quince años que<br />

estuve viviendo en Centrohabana.<br />

Por eso me levanté y abrí de par en par <strong>la</strong> verja que separa el<br />

patio de Martincito y les dije ade<strong>la</strong>nte que no pasa nada, el bueno<br />

de Martincito que se tomó unos tragos mirando el juego y todo<br />

el tiempo los comentaristas dando por favorito a Industriales, no<br />

digo yo si iba a perder <strong>la</strong> tab<strong>la</strong>. No hay nada que <strong>la</strong>mentar si no<br />

el escándalo, perdonen todos, y el bate legendario que el “Duke”<br />

le regaló cuando <strong>la</strong> decimosegunda serie.<br />

Y entró todo el que quiso y pudo ver el leño formidable reducido<br />

a fragmentos, como si hubiera dado Martincito un jonrón<br />

<strong>la</strong>rguísimo, un último bambinazo sobre <strong>la</strong>s gradas del jardín central<br />

en el noveno inning para dejar al campo a Industriales, porque<br />

debió confundir Martincito al equipo de <strong>la</strong> capital con el<br />

sillón azul de <strong>la</strong> terraza. Un hombre de su edad no debe andar<br />

bebiendo solo, se lo tengo dicho. Miren como han quedado los<br />

muebles.<br />

Y <strong>la</strong> gente a reírse del pobre Martincito, como si no se emborracharan<br />

también los hijos de puta, que no pasa fin de semana<br />

sin que se forme bronca en <strong>la</strong> esquina y a llover <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>brotas<br />

como en mi época de Centrohabana. Que no faltó quien recogiera<br />

los ba<strong>la</strong>ncines del sillón de aluminio y los restos del espaldar,<br />

sabrá Dios con qué intenciones (lo que no deja de ser robo).<br />

123


LITERATURA POLICIAL<br />

Y Martincito avergonzado por su conducta irracional, pidiendo<br />

disculpas, porque los hombres como él rectifican sus errores y<br />

salvan <strong>la</strong> dignidad bajo cualquier circunstancia. Y los allegados:<br />

tranquilo Martincito que el sillón te lo arreg<strong>la</strong>mos y en dos días<br />

ya nadie recuerda el pape<strong>la</strong>zo, lástima del bate, una verdadera<br />

pieza de colección, hermano, que ya no tiene remedio.<br />

Eso fue, más que menos, lo que ocurrió. Los policías desalojaron<br />

a los curiosos y se llevaron a Martincito al hospital donde<br />

puede que le inyectaran un sedante. Me fui a dormir y al otro día<br />

me enteré de que los Industriales habían ganado el campeonato.<br />

No en balde tanto silencio en el barrio. Más que de costumbre.<br />

Vil<strong>la</strong> C<strong>la</strong>ra siempre se atasca en los finales. No son los tiempos<br />

del “Duke”, ni de Huelga y de Macías. Ni de B<strong>la</strong>ndino, Montejo<br />

y José Pérez. ¿Ya conté que fui jugador de pelota? Siempre lo<br />

olvido. Martincito y yo jugamos primera categoría juntos. Nunca<br />

fui gran bateador, pero también di mi jonrón de vez en cuando.<br />

Me gustaban los jardines. Martincito era cátcher. Siempre le atrajeron<br />

<strong>la</strong>s máscaras. Por eso se metió a soldador.<br />

En Centrohabana <strong>la</strong> celebración sería grandiosa, por lo del<br />

campeonato. Si les gustará <strong>la</strong> pelota a esos vagos. Se irían en<br />

manada hasta el estadio, a disfrutar de lo lindo. No me arrepiento<br />

de haberme ido, aquel lugar apesta. No importa si ganan o<br />

pierden los Industriales.<br />

Como a <strong>la</strong> semana supe que Martincito estaba preso. Nos<br />

come <strong>la</strong> rutina, nos mastica y nos traga. Cuando vengo a ver han<br />

pasado siete días y de nuevo es domingo. Me digo coño y dónde<br />

está Martincito para echar un dominó y me dicen Martincito está<br />

preso. ¿Preso Martincito? Preso Martincito, así mismo. ¿Y qué<br />

hizo? Mató a un tipo. ¿Mató a un tipo Martincito, a qué tipo? A<br />

un tipo, no se sabe, Martincito lo dejó irreconocible.<br />

Y usted dice, oficial, que tal vez consigan identificar el cadáver<br />

y que no fue en defensa propia porque se extralimitó Martincito,<br />

124


LITERATURA POLICIAL<br />

y que habría estado bien un estacazo, incluso dos, para obligarlo<br />

a salir de <strong>la</strong> terraza; pero que nada justifica que le triturara el<br />

cráneo hasta que el bate dijo hasta aquí y se le rompió entre <strong>la</strong>s<br />

manos, el bate que con tanto celo guardaba Martincito, regalo del<br />

“Duke” en <strong>la</strong> decimosegunda serie, con los Azucareros disputando<br />

el título.<br />

Que me hable de asesinato y me diga que conservan conge<strong>la</strong>do<br />

el cuerpo en lo que <strong>la</strong> investigación avanza, y que si quiero puedo<br />

echar un ojo y apreciar cómo le puso Martincito el rostro al infeliz,<br />

créame, no me convence. Habrán sacado al muerto de otra<br />

parte, porque en <strong>la</strong> terraza de Martincito ese individuo no estaba<br />

y el bate se quebró contra los muebles de aluminio.<br />

Yo lo vi. Todos lo vieron. Puedo testificar, si quiere.<br />

125


Disles que no me<br />

maten<br />

Lorenzo Lunar


LITERATURA POLICIAL<br />

Es probable que usted no haya leído mi primera nove<strong>la</strong> policiaca.<br />

La tirada fue apenas de dos mil ejemp<strong>la</strong>res y eso, en<br />

un país donde todo el mundo sabe leer y escribir, es apenas<br />

una gota de agua en el mar; sobre todo si se tiene en cuenta que<br />

me gasté todo el dinero de mis derechos de autor en comprar <strong>la</strong><br />

edición casi completa.<br />

Esto de comprar gran cantidad de ejemp<strong>la</strong>res de mi nove<strong>la</strong> lo<br />

hice con un noble objetivo: llevar el libro al público a quien en<br />

realidad estaba dirigido. Me daba lástima ver mi nove<strong>la</strong>, tan<br />

linda, con su encuadernación en cartulina cromada y todo cuento,<br />

en medio de <strong>la</strong> Feria del Libro, pasando inadvertida ante <strong>la</strong>s miradas<br />

de los turistas indiferentes.<br />

Como <strong>la</strong> trama de mi nove<strong>la</strong> ocurre en los bajos fondos de un<br />

barrio marginal de mi ciudad, decidí llevar a <strong>la</strong> práctica eso que<br />

alguna gente dice hacer desde una oficina y a lo que han puesto<br />

el nombre de Cultura Comunitaria. Y me fui con mi nove<strong>la</strong> al<br />

barrio.<br />

Una tarde me senté en <strong>la</strong> esquina más concurrida del barrio y<br />

me aventuré a leerle algunos fragmentos a un grupo de muchachos<br />

que bebían algo que según supe después era aguardiente<br />

hecha a partir de miel de purga fermentada con mierda de niño<br />

chiquito. Me fue algo difícil sacarlos del sano entretenimiento que<br />

encontraban en el juego de <strong>la</strong> chapa, sin embargo, cuando logré<br />

leerles el primer fragmento se entusiasmaron tanto que insistieron<br />

127


LITERATURA POLICIAL<br />

en que les dejara el libro que llevaba conmigo a cambio de un litro<br />

de aquel<strong>la</strong> bebida exótica. “Pa que se inspire, asere”, me dijo uno<br />

que parecía ser el líder del grupo porque convenió conmigo <strong>la</strong><br />

presentación de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> <strong>la</strong> tarde siguiente en el mismo lugar.<br />

“Yo me ocupo de <strong>la</strong> promoción”, aseguró, “y al que no venga de<br />

<strong>la</strong> gente que yo invite le rompo el culo a patadas, no se preocupe.”<br />

La tarde siguiente, cuando llegué a <strong>la</strong> esquina, me sorprendió<br />

un molote de gente que se disputaba un lugar lo más cerca posible<br />

del poste donde ocupaban una evidente presidencia los muchachos<br />

que <strong>la</strong> tarde anterior habían estado conversando y bebiendo<br />

conmigo. “No se preocupe, escritor, todo está organizado”, me<br />

dijo Dignoser, que así se l<strong>la</strong>maba el líder del grupo. “¿Trajo los<br />

libros?”<br />

—Traje cinco o seis —le dije.<br />

—Con eso no alcanza para el <strong>la</strong>nzamiento.<br />

—¿Lanzamiento?<br />

—C<strong>la</strong>ro, ¿no es así como se le dice a cuando se vende un libro?<br />

—Sí...— contesté y miré al molote que se revolvía ante mi<br />

presencia.<br />

—¡Con orden, caballero! ¡Con orden que <strong>la</strong> gente que está<br />

rectificando <strong>la</strong> co<strong>la</strong> aquí desde por <strong>la</strong> mañana no se va a quedar<br />

sin ná! —gritó una negra con tipo de campeona panamericana de<br />

<strong>la</strong>nzamiento de <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>, con unas chancletas ap<strong>la</strong>stadas por el<br />

excesivo peso y el excesivo uso y los calcañales más sucios que <strong>la</strong><br />

conciencia de Poncio Pi<strong>la</strong>tos.<br />

—<strong>El</strong> tipo trae nada más que siete libritos de mierda —exc<strong>la</strong>mó<br />

decepcionado un maricón con siete col<strong>la</strong>res de santería al cuello,<br />

y el molote volvió a revolverse como una anaconda después de<br />

zamparse un toro.<br />

Yo pedí calma a <strong>la</strong> multitud que respetuosamente se organizó<br />

al escuchar mi voz.<br />

—Voy a mi casa a buscar más —dije.<br />

128


LITERATURA POLICIAL<br />

Un rubio alto, sin dientes, con <strong>la</strong> camiseta rota y peor aspecto<br />

que un músico de heavy metal se ade<strong>la</strong>ntó a decirme algo, pero<br />

Dignoser lo detuvo con un gesto de su mano.<br />

—Tiene media hora, escritor —me dijo con solemnidad y yo<br />

supe que de mi puntualidad dependía no solo el prestigio del<br />

muchacho en el barrio sino también mi integridad física.<br />

Solté el bofe en <strong>la</strong> bicicleta, pero a los veinte minutos ya estaba<br />

de regreso con cien ejemp<strong>la</strong>res de mi exitosa nove<strong>la</strong>. Otros veinte<br />

minutos más tarde regresaba a mi casa sin un solo libro. En el<br />

bolsillo tres dó<strong>la</strong>res y cincuenta pesos cubanos y amarrados a<br />

diferentes partes de mi bicicleta dos mazos de lechuga, una cabeza<br />

de puerco, dos jabones Lux, un pomo de champú por <strong>la</strong> mitad,<br />

tres sábados cortos del aguardiente de marras y un jarrón de<br />

porce<strong>la</strong>na china de <strong>la</strong> dinastía Ming con su chapil<strong>la</strong> de inventario<br />

del Museo de Artes Decorativas. Comparado con los derechos de<br />

autor era un buen negocio. Además, mi nove<strong>la</strong> había caído en<br />

manos de su verdadero público.<br />

Pero <strong>la</strong> historia no concluye aquí. Reencontrarme con un<br />

barrio parecido al de mi infancia, cuyos recuerdos me habían<br />

servido para <strong>la</strong> construcción de mi primera nove<strong>la</strong>, era toda una<br />

tentación. Las buenas re<strong>la</strong>ciones que había establecido con<br />

Dignoser y sus amigos me permitían conversar con personajes de<br />

tremenda riqueza y colorido y, quizás, hasta encontrar historias<br />

que me permitieran acometer una segunda nove<strong>la</strong> más veraz que<br />

<strong>la</strong> recién concluida. Qué lejos estaba yo de imaginar el precio que<br />

habría de pagar. Comencé a darme cuenta cuando noté que a<br />

Dignoser habían comenzado a l<strong>la</strong>marlo en el grupo por el nombre<br />

de Gravil<strong>la</strong>. Gravil<strong>la</strong> era el bautismo de uno de los delincuentes<br />

de mi primera nove<strong>la</strong>. Pero aquello era so<strong>la</strong>mente un botón de<br />

muestra, poco a poco fui conociendo personalmente a cada uno<br />

de los personajes que yo había creado: Pedro Pechoemulo, Chago<br />

el Buey, Frank <strong>la</strong> Puerca, <strong>El</strong> Puchy, Pedrusco el Rey del Brillo y <strong>El</strong><br />

129


LITERATURA POLICIAL<br />

Gordillo acudían a <strong>la</strong> esquina cuando yo visitaba el barrio, a<br />

compartir conmigo el aguardiente. Increíble era <strong>la</strong> manera en que<br />

habían encarnado mis personajes, baste decirles que <strong>El</strong> Gordillo,<br />

que antes se l<strong>la</strong>maba Robin Díaz Hurtado, engordó más de quince<br />

libras para asumir su personaje y esto le costó que su novia lo<br />

dejara. Sin embargo, él sentía que el sacrificio estaba recompensado;<br />

era famoso, su nuevo nombre aparecía en un libro. Y esto<br />

so<strong>la</strong>mente fue el inicio. Como mi objetivo fundamental era escribir<br />

una segunda nove<strong>la</strong> tuve <strong>la</strong> infausta decisión de discutir el<br />

desarrollo de <strong>la</strong> trama con mis nuevos amigos en <strong>la</strong> esquina. <strong>El</strong><br />

asunto de <strong>la</strong> nueva nove<strong>la</strong> era una serie de crímenes que ocurrirían<br />

después de un robo de gafas en un almacén de una corporación.<br />

La policía debía ubicar <strong>la</strong> mercancía en el barrio a través de<br />

un informante y ahí comenzaba <strong>la</strong> pesquisa. Lo que nunca imaginé<br />

fue que al día siguiente de haberle expuesto <strong>la</strong> idea a mis amigos<br />

ocurriera un robo simi<strong>la</strong>r en los almacenes de <strong>la</strong> TRD de <strong>la</strong><br />

ciudad. Coincidencia, pensé. Otra tarde tuve una penosa discusión<br />

con <strong>El</strong> Gordillo. <strong>El</strong> muchacho no aceptaba <strong>la</strong> condición de<br />

informante que yo le quería imponer en mi proyecto de nove<strong>la</strong> y<br />

armó un tremendo escándalo en <strong>la</strong> esquina, hasta quería fajarse<br />

conmigo porque eso de chivato no le servía a él. Dignoser, o sea<br />

Gravil<strong>la</strong>, intervino a mi favor y entre <strong>El</strong> Puchy y él le dieron una<br />

mano de patadas al Gordillo por chivato y por traste y le prohibieron<br />

que volviera por <strong>la</strong> esquina. Aquel<strong>la</strong> noche el complejo de<br />

culpa no me dejó dormir.<br />

La tarde siguiente llegué bien temprano a <strong>la</strong> esquina. Todavía<br />

no estaba ninguno de los muchachos, pero me esperaba Leonardo,<br />

el Jefe del Sector de <strong>la</strong> Policía en el barrio. Era un joven de treinta<br />

y tantos años, igual que el personaje de mi nove<strong>la</strong>, de hab<strong>la</strong>r<br />

pausado y buenos modales como mi héroe. Su verdadero nombre<br />

era Raúl, pero ustedes ya saben.<br />

—Vamos a hab<strong>la</strong>r de hombre a hombre, escritor —me dijo.<br />

130


LITERATURA POLICIAL<br />

—¿Qué es lo que pasa?<br />

—Como usted verá, yo me encuentro en una situación muy<br />

difícil. Tengo que actuar y en este enredo hay dos o tres socios de<br />

aquí del barrio. <strong>El</strong> Puchy es como mi hermano, estuvimos juntos<br />

en Ango<strong>la</strong> antes de hacerme policía y todo eso que usted sabe. Yo<br />

sé que él tiene que ver con esto y anda huyéndome. También me<br />

preocupa lo de Pechoemulo.<br />

—¿Qué pasa con Pedro Pechoemulo?<br />

—<strong>El</strong> cadáver no aparece.<br />

—¡<strong>El</strong> cadáver!<br />

—C<strong>la</strong>ro, el cadáver. Se supone que lo hayan asesinado. Si<br />

Chago el Buey es el que tiene <strong>la</strong>s gafas y Pechoemulo lo sabe y<br />

quiere joderlo en el negocio, es lógico que lo mate... C<strong>la</strong>ro, que<br />

eso no lo va a hacer el mismo Chago, él se cuida mucho de esas<br />

cosas. Seguramente va a usar a alguna de su gente... No, al<br />

Gordillo no, ese es un infeliz que hasta yo le saco información y<br />

lo que hace es enredarse cada vez más con Chago y esa gente...<br />

Pero... puede usar a Tanganica. Tanganica acaba de salir de <strong>la</strong><br />

cárcel y es incondicional de Chago el Buey. Además, en el barrio<br />

se comenta que estando él allá adentro, Pechoemulo andaba con<br />

su mujer, Mabel <strong>la</strong> Rubia, ¡tremendo cuero!<br />

¡Todo un argumento! La verdadera solución para mi nove<strong>la</strong>.<br />

Yo había soltado <strong>la</strong> idea y los personajes se me habían ido de <strong>la</strong>s<br />

manos. Eso cuando ocurre en <strong>la</strong> hoja de papel es magnífico, pero<br />

cuando <strong>la</strong> creación literaria y <strong>la</strong> realidad se revuelven una con <strong>la</strong><br />

otra, y <strong>la</strong> vida de un hombre está en juego ya es harina de otro<br />

costal. Sin embargo, a Leonardo no parecía importarle nada <strong>la</strong><br />

tragedia. Él estaba en lo suyo, y para él y para todo el barrio si<br />

Pedro Pechoemulo no estaba muerto le faltaba poco.<br />

Traté de explicarle que todo aquello era una locura, que había<br />

que hacer algo para detenerlo.<br />

—Detenerlo, sí —me dijo—, hay que detenerlo. Voy para <strong>la</strong><br />

131


LITERATURA POLICIAL<br />

Unidad de <strong>la</strong> Policía a buscar una orden de detención a nombre<br />

de Inocente Ascuy, alias Tanganica... Ese tiene que ser el asesino<br />

—y me dejó solo en <strong>la</strong> esquina.<br />

Los muchachos no aparecieron aquel<strong>la</strong> tarde. Cuando <strong>la</strong> cosa<br />

se pone ma<strong>la</strong> en el barrio es normal que todo el mundo se pierda.<br />

Casi era de noche cuando decidí volver a mi casa. Deseaba con<br />

toda el alma un trago de aguardiente y allá todavía me quedaba<br />

un poco de <strong>la</strong> que había negociado por mis libros. Al pasar frente<br />

a <strong>la</strong> casa del maceta del barrio, o sea Chago el Buey, vi salir a un<br />

negro grandísimo vistiendo un pitusa y camiseta azul, tenía un<br />

col<strong>la</strong>r de cuentas b<strong>la</strong>ncas y rojas en el cuello y <strong>la</strong> barba arreg<strong>la</strong>da<br />

en forma de candado. Me saludó con un gesto y una sonrisa malévo<strong>la</strong>.<br />

Mi primer impulso al llegar a <strong>la</strong> casa fue deshacerme de <strong>la</strong><br />

nove<strong>la</strong>. Romper<strong>la</strong>, quemar<strong>la</strong>, desaparecer<strong>la</strong>.<br />

No podía convertirme en un asesino a través de mi literatura.<br />

Decidí darle una última lectura antes de hacerlo, cuando terminé<br />

me di cuenta que no podía. Hubiera sido otro crimen. Tenía una<br />

excelente nove<strong>la</strong> y Leonardo me había dado <strong>la</strong> solución perfecta<br />

de <strong>la</strong> trama. Traté de reconciliarme con mi conciencia pensando<br />

que lo que estaba pasando en el barrio no eran más que coincidencias<br />

de <strong>la</strong> vida y que si aquello tenía que ver con mi nove<strong>la</strong> no<br />

era por mi culpa; eran ellos quienes habían decidido asumirlo así.<br />

<strong>El</strong> conflicto interno fue una batal<strong>la</strong> difícil, pero hay momentos en<br />

<strong>la</strong> vida de los hombres en que deben tomarse determinaciones<br />

crueles. Era mi nove<strong>la</strong> y no iba a ceder por un muertecito más o<br />

menos. Y no cedí. No cedí ni cuando aquel<strong>la</strong> noche se apareció<br />

Pedro Pechoemulo a <strong>la</strong> puerta de mi casa a pedir clemencia.<br />

—¡Disles que no me maten, escritor! Anda, vete a decirles eso.<br />

Que por caridad. Disles así. Disles que lo hagan por caridad.<br />

—No puedo. Chago el Buey no quiere saber nada de ti.<br />

—Tú sí puedes, escritor. Puedes decirles que eso no es así. Haz<br />

132


LITERATURA POLICIAL<br />

que te oigan. Tú tienes tus mañas. Disles que ya con este susto<br />

está bueno.<br />

—No se trata de sustos, parece que te van a matar de verdad.<br />

Y yo ya no quiero volver más allá.<br />

—Anda, escritor, disles que tengan un poquito de lástima de<br />

mí.<br />

—Vete —le dije.<br />

—Yo le puedo pagar a Chago, yo le puedo pagar. La cosa<br />

puede ser así.<br />

—Ya no hay remedio —le dije y cerré <strong>la</strong> puerta.<br />

Él debió quedarse un rato ahí parado. Quizás antes de irse al<br />

bar escuchó el tecleo de mi máquina de escribir.<br />

—Ponme otro doble —dijo Pechoemulo al dependiente. <strong>El</strong><br />

hombre lo miró indeciso. Pedro Pechoemulo estaba bien borracho.<br />

—Sírvele, que se emborrache más. Que beba todo lo que le dé<br />

<strong>la</strong> gana —le dijo el negro grande, y se pasó <strong>la</strong> mano por <strong>la</strong> barba<br />

cuidadosamente recortada a manera de «candado».<br />

Pedro Pechoemulo terminó el último trago de su vida y salió<br />

del bar dando tumbos. Tanganica le siguió los pasos. Cuando<br />

entraron al barrio, por un callejón oscuro y estrecho, Pechoemulo<br />

cayó arrodil<strong>la</strong>do sobre el asfalto. Tanganica lo sintió llorar.<br />

—Por favor, Tanga, mírame, yo ya no valgo nada. ¡No me<br />

mates!<br />

<strong>El</strong> negro se inclinó sobre él y le abrazó el cuello. Luego hizo<br />

un gesto breve y se oyó un chasquido.<br />

Leonardo lo encontró arrinconado al pie del poste de <strong>la</strong> esquina.<br />

Por fin se había apaciguado.<br />

—No tendrá nadie que lo extrañe —dijo bajito. Después se<br />

montó en su bicicleta y salió a buscar un teléfono.<br />

133


Hierve <strong>la</strong> sangre<br />

Rafael Grillo


LITERATURA POLICIAL<br />

“Qué hermosa”, piensa, con los ojos henchidos por los destellos<br />

de p<strong>la</strong>ta, sus dedos acariciando <strong>la</strong> curva de luna mahometana.<br />

Delgada en el nacimiento junto a los gavi<strong>la</strong>nes en<br />

forma de S y ensanchándose en el recodo hacia <strong>la</strong> punta. Hoja de<br />

unos cuarenta centímetros, calcu<strong>la</strong> a golpe de vista; <strong>la</strong> mitad de<br />

<strong>la</strong>rgo que sus hermanos mayores, debe ser un alfanje del tipo<br />

empleado en abordajes, adivina. Y sólo así, dejándose hechizar<br />

por lo singu<strong>la</strong>r del objeto en que se materializó <strong>la</strong> sorpresa anunciada,<br />

procura que se desinfle <strong>la</strong> irritación precedente. Ausculta<br />

los bordes de <strong>la</strong> iracunda arma morisca y <strong>la</strong> descubre tajante por<br />

un solo costado, hasta su terminación en un triángulo; este sí<br />

afi<strong>la</strong>do en el vértice y los dos cantos… ¿Detalles, no? Buscas<br />

detalles…. Presumo que tú eres el mismo que publicó aquel<br />

artículo en una revista. Recuerdo el título: “Novelista asesina a su<br />

esposa porque no lo dejaba escribir”… Es cierto, que eso fue lo<br />

que confesé a <strong>la</strong> policía… pero puesto de esa manera, parece<br />

totalmente irracional, absurdo, hasta para mí. ¿Quieres oír <strong>la</strong><br />

historia completa? O te conformas con que yo, para justificarme,<br />

te salga con un par de citas ingeniosas, de <strong>la</strong>s que el público<br />

espera de todo escritor. Por ejemplo, esta de Oscar Wilde: “Las<br />

mujeres nos inspiran a hacer <strong>la</strong>s mas grandes obras, pero son el<strong>la</strong>s<br />

mismas quienes nos impiden hacer<strong>la</strong>s”… “Hermosa… ¡La espada<br />

de Mahoma!”, se dice. Y para completar el conjuro que pueda<br />

tragarse los restos de fastidio, hace inventario: “Un astro<strong>la</strong>bio, el<br />

135


LITERATURA POLICIAL<br />

modelo de navío español del siglo XVI, una pisto<strong>la</strong> de chispa, el<br />

mapa con <strong>la</strong> Ruta de los Galeones, el macahuitl de los aztecas…”<br />

<strong>El</strong><strong>la</strong> cumple su pa<strong>la</strong>bra de propiciarle una ambientación de época<br />

en el estudio y a él debiera bastarle ese argumento para olvidar el<br />

pecado de intromisión y los minutos interminables fuera de su<br />

rincón de trabajo, forzado a esperar en el dormitorio, mientras<br />

el<strong>la</strong> pretexta que algo tiene que hacer en <strong>la</strong> habitación de arriba,<br />

algo que no puede decirle, una sorpresa es una sorpresa… Parece<br />

que sólo te interesa reconstruir <strong>la</strong> escena, <strong>la</strong> circunstancia… Es<br />

verdad que entonces dije que “me hervía <strong>la</strong> sangre y <strong>la</strong> maté”,<br />

pero eso no es suficiente, no, somos seres complejos, lo sabes, y<br />

cada acto de un hombre resume su entera existencia. Sólo te pido<br />

un poco de paciencia, no demasiada, que no voy arrancar en <strong>la</strong><br />

infancia como si esto fuera un psicoanálisis… Yo me figuro que<br />

antes de venir a entrevistarme a <strong>la</strong> prisión te hayas leído La palmera<br />

doméstica, mi nove<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> que gané el Premio Carpentier.<br />

¿Sí? Pues desde ahí partiremos… Él aguarda, cónyuge domado, <strong>la</strong><br />

autorización para retomar su faena. Contemp<strong>la</strong> revuelto el espacio<br />

de el<strong>la</strong>, indemne el suyo; y elucubra que ha dejado así <strong>la</strong> cama<br />

adrede, como queriendo restregarle <strong>la</strong> noche, otra noche más, en<br />

que no acudió al lecho y prefirió pernoctar con los fantasmas de<br />

<strong>la</strong> nove<strong>la</strong>, el proyecto irresuelto, interminable… Ya conoces <strong>la</strong><br />

historia de mi libro. Nada original, como suele ser <strong>la</strong> norma en<br />

<strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s infalibles, apenas <strong>la</strong> variación de un drama de todos<br />

los tiempos: un matrimonio y el contraste entre su cara pública y<br />

el ámbito privado. De trasfondo: <strong>la</strong> realidad de hoy, donde <strong>la</strong>s<br />

dobleces y <strong>la</strong>s <strong>la</strong>cras internas conviene enmascarar<strong>la</strong>s tras adhesiones<br />

políticamente correctas y el lustre que aportan los cargos<br />

prominentes. Los protagonistas: el marido, diseñado a sí mismo<br />

para promover <strong>la</strong> imagen del tipo cabal, responsable ante <strong>la</strong> profesión<br />

y el entorno social, pero que es un tirano en <strong>la</strong> vida del<br />

hogar. Y su mujer, que es <strong>la</strong> víctima insospechada; a <strong>la</strong> que poda<br />

136


LITERATURA POLICIAL<br />

constantemente <strong>la</strong>s aspiraciones de crecimiento individual, a <strong>la</strong><br />

cual arrancó de su tronco familiar y encima le cercena <strong>la</strong> ilusión<br />

de parir <strong>la</strong>s ramas de posibles descendencias. A <strong>la</strong> que ha dejado<br />

convertida en muñeca hermosa para ostentar en citas mundanas…<br />

Como <strong>la</strong> palmera africana, exacto, regada con celo y bel<strong>la</strong>mente<br />

recortada para que no desborde <strong>la</strong> maceta, por una esposa<br />

que no se ha dado cuenta de que su obsesión con el árbol miniaturizado<br />

es <strong>la</strong> venganza desp<strong>la</strong>zada de su objeto verdadero, una<br />

desviación inconsciente de sus frustraciones y de su rabia íntima…<br />

<strong>El</strong> episodio sexual en el clímax de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>, cuando luego<br />

de sodomizaciones forzadas y otras vejaciones nocturnas, <strong>la</strong><br />

mujer bonsái es aporreada por el marido hasta obligar<strong>la</strong> a encamarse<br />

con él y un desconocido, representa <strong>la</strong> vejación extrema, el<br />

evento que hará inf<strong>la</strong>mar <strong>la</strong>s venas hasta el punto de ebullición.<br />

Y aunque yo preferí narrar el desen<strong>la</strong>ce desde una perspectiva<br />

onírica, de todos modos se admite <strong>la</strong> interpretación de que al<br />

verse el<strong>la</strong> ensangrentada, con <strong>la</strong>s tijeras de jardinería en mano, es<br />

porque se haya producido el pasaje al acto, <strong>la</strong> reconstrucción en<br />

<strong>la</strong> realidad de <strong>la</strong> escena de muti<strong>la</strong>ción que entreveía en sus pesadil<strong>la</strong>s…<br />

Pega mandobles al aire, inundado de excitación, con el<br />

rostro contraído como vil<strong>la</strong>no de pelícu<strong>la</strong>. “Hermosa”, repite,<br />

completamente rendido a <strong>la</strong> seducción de <strong>la</strong> espada. Sospecha que<br />

ambos, el alfanje y él, recuerdan su primitiva naturaleza y gozan<br />

el acople perfecto, con los surcos del mango acana<strong>la</strong>do amoldándose<br />

a <strong>la</strong> carne de <strong>la</strong> mano. Al examinar el agarre es que se percata<br />

de <strong>la</strong> cabeza de negro, esculpida en el pomo de prieto bronce.<br />

<strong>El</strong> enigma sobre el pasado incognoscible de <strong>la</strong> espada revierte <strong>la</strong><br />

batal<strong>la</strong> desde los mandos activos de su cuerpo hacia el campo frío<br />

del pensamiento. “¿Fuiste prenda de un berebere con oficio de<br />

negrero? ¿O te hizo forjar el esc<strong>la</strong>vo que reviró <strong>la</strong> suerte y pretendió<br />

inmortalizar su ejemplo de espíritu irredento?”... Disculpa<br />

que me haya desviado; mi intención no era <strong>la</strong> recitación de <strong>la</strong><br />

137


LITERATURA POLICIAL<br />

nove<strong>la</strong>, sino aludir a mi situación personal en el período que <strong>la</strong><br />

escribí… En aquel<strong>la</strong> época yo era gerente de Recursos Humanos<br />

en una empresa importante y <strong>la</strong> gente me creía afortunado. Falsa<br />

apariencia. En mis adentros gemía un fracasado, porque mi ilusión<br />

secreta era dedicarme a <strong>la</strong> literatura, y en cambio el tiempo<br />

pasaba, y mis esbozos de <strong>cuentos</strong> y nove<strong>la</strong>s dormían en los márgenes<br />

de <strong>la</strong> agenda que portaba en <strong>la</strong>s reuniones. Por eso, justo el<br />

día en que cumplí los treinta años y aún sabiendo cuánto ponía<br />

en riesgo, me dije: “Mi reino por una nove<strong>la</strong>”... “¡<strong>El</strong> acero del<br />

pirata!”, se ilumina. Cinco siglos ade<strong>la</strong>nte, a través de un hueco<br />

negro de <strong>la</strong> Historia, viajó aquel<strong>la</strong> pieza perentoria en el dibujo<br />

de su personaje. Sobre cubierta el capitán de piel oscura, con el<br />

puño asido al alfanje que reposa en <strong>la</strong> cintura, desconfiado<br />

todavía, aunque en <strong>la</strong> mar negrísima no resp<strong>la</strong>ndezca el fanal del<br />

enemigo. Acodado a <strong>la</strong> banda de estribor, el mestizo congratu<strong>la</strong> al<br />

cielo por su luna creciente, esa zanjita tímida al despachar<br />

c<strong>la</strong>ridad, arqueada y estrecha como <strong>la</strong> silueta de su sable, aliada<br />

súbita de Lucifer, el temible bergantín. Diego Grillo siente orgullo<br />

de su bajel de dos palos, el más lóbrego y siniestro, al que tiñó con<br />

alquitrán en toda <strong>la</strong> tab<strong>la</strong>zón y el trapo para que en noches como<br />

esta, un espectro invisible surcara los mares… Quise arrancar con<br />

mi proyecto más querido y antiguo: una nove<strong>la</strong> basada en Diego<br />

Grillo, un personaje real, el primer pirata cubano, quien fue<br />

mu<strong>la</strong>to, hijo de esc<strong>la</strong>va africana y soldado español. Pero ese<br />

empeño requería que me consagrara a <strong>la</strong> investigación histórica y<br />

necesitaba el apoyo, <strong>la</strong> comprensión, que no encontré en Palmira,<br />

mi primera esposa. Yo creía que mi decisión le traería alivio al<br />

eliminarse el motivo de sus quejas más frecuentes; sin embargo,<br />

mi mayor permanencia en el hogar no compensaba para el<strong>la</strong> el<br />

desca<strong>la</strong>bro que sufriría <strong>la</strong> economía familiar. Le rogué paciencia,<br />

pero Palmira enarboló a favor de su desacuerdo el tic tac biológico.<br />

Al cabo, tras cinco años de vida en común, el cada cual a lo<br />

138


LITERATURA POLICIAL<br />

suyo era <strong>la</strong> única solución: el<strong>la</strong> a procrear su hijo, yo a parir mi<br />

nove<strong>la</strong>. <strong>El</strong> impacto de <strong>la</strong> soledad, agobiante en los primeros días,<br />

poco a poco se convirtió en bálsamo, y si bien no continué con <strong>la</strong><br />

historia de piratas, enseguida me surgió en <strong>la</strong> mente una trama<br />

nueva. Escribí en cinco meses La palmera doméstica, y el envío a<br />

<strong>la</strong> convocatoria del Premio Carpentier fue un atrevimiento que,<br />

inesperadamente, resultó. Al <strong>la</strong>nzamiento del libro asistí internamente<br />

dividido todavía entre el júbilo y <strong>la</strong> incredulidad. Estaba<br />

nervioso a <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong>s firmas, garabateando cualquier nadería,<br />

hasta que llegó el turno del hada bienhechora, aquel<strong>la</strong> muchacha<br />

de blusa b<strong>la</strong>nca y ancha como gavia de fragata. Me dijo su nombre<br />

y encabecé <strong>la</strong> dedicatoria: “Hermosa Cleo”… Despunta el<br />

alba y el bucanero tuerce <strong>la</strong> derrota hacia Campeche, a toda ve<strong>la</strong><br />

y con el viento asistiéndole a barlovento, sabiendo que a su favor<br />

tercia <strong>la</strong> sorpresa y el que <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za extrañe a sus defensores más<br />

avezados; esos que ahora, desconcertados, andan rebuscando a<br />

Lucifer en <strong>la</strong> plena gigantez del Golfo. Un exultante Diego Grillo<br />

agita a <strong>la</strong> horda de curtidos saqueadores. Pero no es el oro y <strong>la</strong><br />

p<strong>la</strong>ta de Nueva España lo que agranda su ánimo, sino <strong>la</strong> hermosa<br />

Isabel, por fin al alcance de su sed, separada de su amuleto, el<br />

capitán Monasterio. “¿Puedo pasar?”, y pasa sin esperar <strong>la</strong><br />

anuencia. “En <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> está Santiago, tu amigo español. Dice que<br />

pasó a saludarte. ¿Le digo que ya vas a bajar?”, indaga <strong>la</strong> consorte<br />

y el pirata enamorado habrá de ap<strong>la</strong>zar su entrada a puerto…<br />

Me expuso que el<strong>la</strong> también escribía, aunque su piel de nieve y los<br />

ojos verde mar ya eran señuelos suficientes. Es innegable que<br />

había en Cleo verdadero potencial y no por l’amour fou a<strong>la</strong>bé yo<br />

sus <strong>cuentos</strong>; pero lo que consumó en propiedad mi encantamiento,<br />

lo que me hizo repugnar súbitamente <strong>la</strong> soledad en que no<br />

había encontrado ma<strong>la</strong> compañía, fue su simpatía con el cauce<br />

supremo de mi vida y el arresto con que p<strong>la</strong>nteó el designio de<br />

sujetar sus ímpetus de escritora para ofrecerse a sustentar los<br />

139


LITERATURA POLICIAL<br />

míos. Apenas con aseverar que adoraba mi boceto de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de<br />

piratas, consiguió que yo rubricara risueño <strong>la</strong> alianza. De aquel<br />

prólogo como de ilusión hollywoodense sólo conservo una reminiscencia<br />

de ma<strong>la</strong> espina: La imagen de un despertar de luna de<br />

miel, con <strong>la</strong> hermosa Cleo narrándome el sueño suyo, en el que<br />

una feliz pareja recorre el museo llevando de <strong>la</strong> mano a Dieguito,<br />

nuestro hijo… Se demora en bajar. Preferiría quedarse en compañía<br />

de los Hermanos de <strong>la</strong> Costa y evocar juntos <strong>la</strong> contienda en<br />

alta mar del día en que el espadón del Caballero de Ca<strong>la</strong>trava<br />

inauguró el pugi<strong>la</strong>to contra el acero del renegado. “Santiago…”,<br />

recuerda y se sonríe. Lo había conocido hace un par de años en<br />

<strong>la</strong> Universidad de La Habana, cuando asistió a <strong>la</strong>s conferencias<br />

del reputado arqueólogo. Él se acercó al perito con <strong>la</strong> intención<br />

de conquistarlo para que le franqueara el acceso a los fondos<br />

documentales del Museo de Historia de Madrid. Mas el interés<br />

profesional devino a <strong>la</strong> postre en camaradería auténtica, o así<br />

llegaría a creerlo él; y hoy no fal<strong>la</strong> que en <strong>la</strong>s frecuentes viajes de<br />

trabajo a <strong>la</strong> is<strong>la</strong>, el español saque tiempo para al menos una visita<br />

a <strong>la</strong> casa del escritor. Lástima que <strong>la</strong> amable cosecha de <strong>la</strong> amistad<br />

haya comenzado a malograrse por culpa del gusano de <strong>la</strong> sospecha:<br />

“¡Santiago!”, repite con acento de reve<strong>la</strong>ción y se dispara<br />

escalera abajo. La daga mora desciende consigo, colgándole del<br />

puño apretado… Atrapa esta otra cita de Wilde: “Si usted quiere<br />

saber lo que una mujer dice realmente, míre<strong>la</strong>, no <strong>la</strong> escuche”…<br />

Luego de esos primeros meses en que <strong>la</strong>s horas enteras fueron<br />

devoradas por los espejismos del deseo o <strong>la</strong> tempestad del amor,<br />

cuando el reloj perezoso de <strong>la</strong> vida cotidiana, el que impone su ley<br />

de mesura y vista ade<strong>la</strong>nte, empezó a marcar el paso, yo quise<br />

empeñarme a tiempo completo en <strong>la</strong> escritura de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>.<br />

Entonces Cleo me sacó <strong>la</strong> coartada de <strong>la</strong> pareja para arrastrarme<br />

hacia otras prioridades, como atajar el deterioro de <strong>la</strong> casa que<br />

ahora habitábamos en común, y tuve que enro<strong>la</strong>rme en una p<strong>la</strong>za<br />

140


LITERATURA POLICIAL<br />

de editor y además tributar cientos de horas extra a faenas de<br />

traducción… ¡Hasta que me harté, y con el pa<strong>la</strong>cio a medio terminar<br />

todavía monté <strong>la</strong> rebelión, dec<strong>la</strong>rándole al hada falsa que<br />

ni portaba el<strong>la</strong> vara mágica ni era yo el magnífico A<strong>la</strong>dino asegurado<br />

por el djin de <strong>la</strong> lámpara!... “¿Este alfanje no es el original,<br />

eh?”. La pregunta, caída inmediatamente después de un frío<br />

saludo, toma a Santiago desprevenido. <strong>El</strong> experto pide tenerlo en<br />

sus manos, como si precisase hacerle el examen. “Vamos, que esto<br />

llegó aquí por ti...”, indica él y detecta el miramiento de los cómplices.<br />

Cuando Santiago encara al amigo transformado en inquisidor,<br />

no logra evitar que a su sonrisa de gentil se arrime el fastidio.<br />

Y el<strong>la</strong> suelta un “¡¿Y ya tú te habías dado cuenta?!”, que<br />

dispersa en <strong>la</strong> atmósfera el equívoco perfume de <strong>la</strong> candidez mal<br />

simu<strong>la</strong>da. Lo huele enseguida el que por viejo y diablo se sabe el<br />

truco de mover <strong>la</strong> conversación hacia el renglón de <strong>la</strong> curiosidad<br />

ilustrada para temp<strong>la</strong>r <strong>la</strong> tirantez en ambientes de intelectuales:<br />

“Es una réplica excelente. La traje como parte de un lote que mi<br />

museo va a donar a <strong>la</strong> Oficina del Historiador de La Habana…<br />

¿No te gustó el regalo?”. Pero el escritor resucita el tono de fiscal:<br />

”¿También <strong>la</strong> espada azteca es falsa, no?”; y el español asiente, ya<br />

con cara de enterado de que el otro no va a dejarse embaucar. <strong>El</strong><strong>la</strong><br />

está mirando muy seria: ¿Qué hay detrás de aquellos ojos verdes?<br />

¿Chasco… desilusión… contrariedad… caute<strong>la</strong>…? Él encubre sus<br />

apetencias de averiguar: “Tengo que dejarlos… Ya saben cómo es<br />

el asunto cuando uno está inspirado… Gracias por tu… tus<br />

regalos Santiago”… Cleo pareció ceder, comprimida por el peso<br />

de <strong>la</strong> realidad y de mis razones. Incluso se comprometió a imp<strong>la</strong>ntarme<br />

un decorado de época en lo que renombró como “gabinete<br />

de escritura”. De modo que en el cuarto construido a medias,<br />

donde nuestro Dieguito dormiría en el mañana, establecí lo que<br />

debió ser mi coto privado, <strong>la</strong> guarida de <strong>la</strong> que sólo saldría el día<br />

en que hubiera concluido mi gran nove<strong>la</strong>, esa que nos serviría el<br />

141


LITERATURA POLICIAL<br />

maná en un futuro… Pero lo que de veras acaeció después, el<br />

recuento total hasta <strong>la</strong> fecha a <strong>la</strong> que tú quisieras que yo acabara<br />

de llegar, sería interminable y tedioso, repleto de aparentes nimiedades,<br />

<strong>la</strong>s goticas insidiosas del día a día. Que si los deberes de<br />

marido, que si <strong>la</strong>s tareas del hombre de <strong>la</strong> casa, y <strong>la</strong>s frecuentes<br />

interrupciones para poner orden en el “gabinete”: <strong>la</strong>s mil y una<br />

menudencias amargas que un día, un día cualquiera te hacen<br />

estal<strong>la</strong>r… Sólo <strong>la</strong> gente como tú, los que no han liquidado a persona<br />

alguna, puede juzgar que matar es un acto extravagante. Te<br />

invito a indagar una estadística: ¿Qué hay en el mundo más escritores<br />

o asesinos? Matar, te lo aseguro, no es más difícil que escribir<br />

una nove<strong>la</strong>… Escribir para no pensar en… Eso… Se salta<br />

episodios, ya los escribirá más ade<strong>la</strong>nte; <strong>la</strong> catarsis lo imp<strong>la</strong>nta en<br />

el fragor del combate librado en los callejones de <strong>la</strong> vil<strong>la</strong>, su jactancia<br />

de pendenciero diestro incitándolo a toparse con un rival a<br />

su altura. Preferiría que se entrometiera de<strong>la</strong>nte el mismísimo<br />

Santiago Monasterio, aunque esa ya oportunidad ya no puede<br />

darse, porque el filibustero optó por dejar al padre de Isabel descarriado<br />

en el ancho mar, evitando que su alfanje arrancase de un<br />

tajo los dos corazones fundidos por el cordón de sangre. Los ojos<br />

de azor marinero divisan en el centro del tropel a un bajito y<br />

corajudo que derribó a tres de los salteadores con <strong>la</strong> saña de un<br />

macauitl. Diego Grillo saca celeridad de su sangre hirviente y<br />

aparta a empujones a <strong>otros</strong> posibles g<strong>la</strong>diadores. No es <strong>la</strong> furia<br />

desnuda de <strong>la</strong> pelea, ni el ansia de venganza por <strong>la</strong> pérdida de los<br />

suyos, lo que hace al mu<strong>la</strong>to arrol<strong>la</strong>r hasta el encontronazo con el<br />

montante de los Guerreros Águi<strong>la</strong>. Sino su color de mestizo, el<br />

semb<strong>la</strong>nte de un raza turbia como él. Enervado por el malinchismo<br />

del indiano que rinde <strong>la</strong> espada del abuelo azteca al mandato<br />

de Su Majestad Católica, alza el infiel su sable hostil a Castil<strong>la</strong>,<br />

esquiva los filos de obsidiana y atina a traspasar con el hierro <strong>la</strong><br />

madera quebradiza del arma contrincante. <strong>El</strong> traidor no se queja<br />

142


LITERATURA POLICIAL<br />

a pesar de <strong>la</strong> frente rajada; hinca <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s en <strong>la</strong> tierra mexica y<br />

muere en silencio, adherido a su sombra de indio. Un grito. Aguza<br />

los oídos. Otro grito, y entiende su nombre. Ya va descendiendo<br />

cuando se percata que b<strong>la</strong>nde todavía el acero del pirata… “<strong>El</strong><strong>la</strong><br />

se murió. Después sí me entró rencor en contra de el<strong>la</strong> por eso,<br />

por haberse muerto”. ¿Esto te dice algo? Es del cuento Cleotilde<br />

de Juan Rulfo. A continuación, el mexicano escribió: “Ahora el<strong>la</strong><br />

me persigue. Ahí está su sombra, arriba de mi cabeza”. Lo mismo<br />

que me ha pasado a mi… Yo creí que recuperar <strong>la</strong> soledad me<br />

traería consuelo; y no fue así, desde que el espíritu de Cleo se posó<br />

en el techo de mi celda para estorbarme el sosiego. Me ha salvado<br />

<strong>la</strong> providencia del escritor, <strong>la</strong> capacidad de sup<strong>la</strong>ntar los espectros<br />

de <strong>la</strong> realidad con personajes de fantasía. Cada vez que Cleo volvía,<br />

yo me enfocaba en <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> y retomé el hábito de escribir<strong>la</strong><br />

en <strong>la</strong>s viejas agendas. Los domingos, aprovechando <strong>la</strong>s visitas de<br />

mi amigo Alejandro, <strong>la</strong> transcribía en su <strong>la</strong>ptop. Ahora ya está<br />

concluida, y como título le puse <strong>El</strong> c<strong>la</strong>mor de <strong>la</strong> sangre… ¿Esta<br />

entrevista <strong>la</strong> vas a publicar de verdad en <strong>la</strong> revista? ¿Crees que eso<br />

pueda ayudar a que <strong>la</strong> Asociación de Escritores se solidarice conmigo<br />

y publique <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>?... C<strong>la</strong>ro, qué vas a saber tú… Está<br />

bien, ya vamos a Eso, a lo que pasó aquel miércoles… Mira de<br />

refilón hacia <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>: Santiago sigue ahí, muy cómodo sobre el<br />

sofá recién tapizado con vinilo rojo; y él continúa hacia <strong>la</strong> cocina<br />

con andares de rufián sigiloso. “Invité a tu amigo a comer”, dice<br />

el<strong>la</strong> sin volverse, ocupada en <strong>la</strong>var <strong>la</strong>s verduras. “Tu amigo”,<br />

replica él para sus adentros, doblemente fastidiado con el<strong>la</strong>, porque<br />

adivinó su arribo y por el énfasis que p<strong>la</strong>ntó en su expresión.<br />

Atrás viene <strong>la</strong> demanda: “Puse a desconge<strong>la</strong>r el pedazo de carne<br />

que nos quedaba. Hace falta que me lo piques en trocitos”.<br />

“Carne”, piensa él, con <strong>la</strong> imagen de una vaca desol<strong>la</strong>da y sin<br />

cabeza adhiriéndosele a una sentencia que no puede determinar<br />

ahora si le está llegando de <strong>la</strong> imaginación o desde <strong>la</strong> memoria:<br />

143


LITERATURA POLICIAL<br />

“Yo sé que todo lo que uno mata, mientras uno siga vivo, sigue<br />

viviendo”. ¿Proviene de un libro leído o acaso de páginas que él<br />

escribirá? Lo acomete un temblor de adentro, que afuera apenas<br />

se hace perceptible en <strong>la</strong> inquietud de <strong>la</strong> mano que sobrelleva el<br />

alfanje. “Hermosa”, hace una loa sin voz a <strong>la</strong> dama de espaldas.<br />

Sabe él que nació estropeado el intento por <strong>la</strong> inabordable lejanía<br />

de <strong>la</strong> mirada verde mar y barrunta que ya no alcanzará a corregir<br />

<strong>la</strong> erupción… Prospera el estallido de <strong>la</strong> sangre; sigue ampliándose<br />

hasta salpicarle los dedos. Esos que no podrán resistirse al<br />

frenesí de <strong>la</strong> cuchil<strong>la</strong> atroz. Náufrago a <strong>la</strong> deriva, el otrora terror<br />

de los mares <strong>la</strong>nza el alfanje sobre <strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca y ancha te<strong>la</strong>. Como<br />

para atraer hacia sí <strong>la</strong> nostalgia de una hermosa sing<strong>la</strong>dura, pincha<br />

una vez, penetra… Sustentando el trozo que perpetuará el<br />

recuerdo de <strong>la</strong> nave en boga, pincha de nuevo, y pincha. Hasta<br />

que en sus brazos cae el ve<strong>la</strong>cho de fragata.<br />

144


Con <strong>la</strong>s manos<br />

limpias<br />

Rebeca Murga


LITERATURA POLICIAL<br />

Aquiles Rosales no espera para ver cómo su madre se desangra;<br />

tampoco oye sus gritos, encendidos por el dolor.<br />

Sale del cuarto con <strong>la</strong>s manos limpias, como un ser libre<br />

que comienza a vivir el nuevo día. Ya no habría más bur<strong>la</strong>s, ya<br />

no. Ahora puede andar tranquilo, hasta que venga a buscarlo el<br />

hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>.<br />

Camina, sin prisa.<br />

En <strong>la</strong> memoria una tonada que aún cuelga de los <strong>la</strong>bios de su<br />

madre. Él <strong>la</strong> cantará ahora, solo, como hacen los hombres. Ya es<br />

grande, se lo dijo <strong>la</strong> maestra cuando él defendió a <strong>la</strong> niña Laura<br />

de los golpes de los <strong>otros</strong>, los hijos de los hombres de <strong>la</strong>s esposas<br />

y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que también serán hombres de esposas y pisto<strong>la</strong> cuando<br />

crezcan, para imponer el orden.<br />

La niña Laura lo defendió cuando ellos se reían de él y le gritaban<br />

bobo. Por eso, un día le pedirá que sea su novia.<br />

A él le gusta el orden, y su madre le ha dicho que eso es bueno,<br />

pero con Laura es diferente. Laura será su novia, y él no quiere<br />

una novia loca y de huesos jorobados.<br />

Llega a <strong>la</strong> calzada. Hay muchos carros hoy y tendrá que atravesar<strong>la</strong><br />

de un extremo al otro; pero él sabe que con <strong>la</strong> luz roja no<br />

se cruza, ahora seguro ponen <strong>la</strong> verde y entonces sí, su mamá se<br />

lo enseñó desde el primer día de c<strong>la</strong>ses. Repasa <strong>la</strong> sentencia: el<br />

niño debe portarse bien al cruzar <strong>la</strong> calle. Una y otra vez: el niño<br />

debe portarse bien, para que no venga el hombre de <strong>la</strong>s esposas y<br />

146


LITERATURA POLICIAL<br />

<strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, decía <strong>la</strong> madre mientras él pensaba en sus tres grillos,<br />

atados sobre láminas de aluminio al sol para que aprendieran a<br />

ser mejores niños y comerse toda <strong>la</strong> comida. Las luces son como<br />

sus grillos, y si no se portan bien para que él pueda cruzar <strong>la</strong> calle,<br />

<strong>la</strong>s sacará de esa caja y les hará escribir cien veces en una hoja: yo<br />

debo portarme bien.<br />

Ha cruzado. Fue muy fácil, bastó cerrar los ojos para no ver<br />

<strong>la</strong> escena y salir corriendo entre los gritos y los c<strong>la</strong>xon desesperados.<br />

Camina.<br />

La culpa es de <strong>la</strong> maestra, que escribió <strong>la</strong> nota.<br />

Y de su madre, que fue a <strong>la</strong> Iglesia de <strong>El</strong> Cobre a ver a <strong>la</strong> virgen:<br />

—Vuelvo pronto, macho, sé bueno.<br />

La madre lo dejó al cuidado de <strong>la</strong> maestra, pero los días lo<br />

esquivaron y Aquiles Rosales vio caer los <strong>la</strong>grimones. Ya no quería<br />

más regaños, ni los huevos crudos en ayunas para ponerse<br />

fuerte y que el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> no se lo llevara.<br />

Además, extrañaba a sus grillos, y un poco a su madre.<br />

¿Es tonta <strong>la</strong> maestra? A él no le gusta bañarse, y <strong>la</strong> odia como<br />

nunca cuando frota <strong>la</strong> piel hasta dejar<strong>la</strong> ardiendo y llena de<br />

espuma. Eso no volverá a pasar, ya no, el niño es feliz ahora. Pero<br />

si <strong>la</strong> maestra otra vez se porta mal él comenzará a cantar y <strong>la</strong><br />

asustará con sus dientes. <strong>El</strong> orden, porque el niño debe tener sus<br />

cosas en orden, es siempre el mismo: <strong>la</strong> tonada se eleva al cielo y<br />

<strong>la</strong> saliva cubre sus dientes; <strong>la</strong> tonada se hace ritmo caótico y <strong>la</strong><br />

saliva, como una nata b<strong>la</strong>nca, opaca el frenillo, <strong>la</strong> encía y <strong>la</strong><br />

lengua; <strong>la</strong> tonada se refugia en su mente cuando él cierra los ojos<br />

para no ver <strong>la</strong> escena y c<strong>la</strong>va el punzón en el abdomen. Él respeta<br />

el orden, será el<strong>la</strong> <strong>la</strong> que rompa <strong>la</strong> armonía con sus chirridos y sus<br />

movimientos de elefante en una cuerda floja cuando <strong>la</strong> golpee.<br />

La madre, en cambio, le veía revolcarse por el fango vestido<br />

147


LITERATURA POLICIAL<br />

de hombre indio, cazaba gusarapos para él y le permitía comerse<br />

los mocos. Pero se fue a <strong>El</strong> Cobre en busca de <strong>la</strong> virgen, y estar<br />

con <strong>la</strong> maestra era como estar solo.<br />

La soledad le gusta, sí, para jugar a que tiene una novia y le<br />

besa los <strong>la</strong>bios, le roza el cuello con su lengua y sigue bajando a<br />

los pezones, que <strong>la</strong>me y pellizca hasta ver cómo abre sus piernas<br />

y se entrega señorita para él, que <strong>la</strong> penetra arriba y abajo como<br />

en <strong>la</strong>s telenove<strong>la</strong>s, mientras siente <strong>la</strong> tonada explotar en su entrepierna.<br />

Pero despreciar su soledad con <strong>la</strong> maestra es una penitencia,<br />

y él no lo permitirá otra vez.<br />

Camina, ya falta menos. <strong>El</strong> recuerdo de <strong>la</strong> madre se limita a lo<br />

que le contara de <strong>la</strong> virgen, aunque él también puede sentirlo. Son<br />

unos verdugos que llegan, le hacen <strong>la</strong> reverencia quitándose el<br />

sombrero y lo toman por <strong>la</strong> oreja para decirle:<br />

—Vamos, macho, <strong>la</strong> pasarás tan bien como tu madre.<br />

Entonces lo golpean y cae al suelo, vencido por el cansancio<br />

de los días. Como su madre. Gritos. Golpes. Está desnudo. Los<br />

verdugos se quitan <strong>la</strong>s capas, ellos también están desnudos.<br />

Sucios. Lo ponen de rodil<strong>la</strong>s y atragantan su garganta. Olor a<br />

orine. Lo toman por <strong>la</strong> cintura y lo dominan. Gritos. Golpes.<br />

Sangre. Confusión y fiebre. <strong>El</strong> empujón que arde insolente, uno<br />

tras otro hasta el cansancio. Sudor y saliva hasta el final. Y <strong>la</strong>s<br />

pa<strong>la</strong>bras del hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que aturden al<br />

oído:<br />

—Macho… así, macho.<br />

Luego, como a su madre, el golpe en <strong>la</strong> cabeza.<br />

Se ha detenido. Por un momento los verdugos le llenaron de<br />

musarañas <strong>la</strong> cabeza y pensó que le colocaban <strong>la</strong>s esposas; pero él<br />

ya es grande, como dice <strong>la</strong> maestra, y echa a correr con todas sus<br />

fuerzas en busca de un escondite.<br />

Una cueva. Esa fue <strong>la</strong> suerte de su madre, cuando los verdugos<br />

<strong>la</strong> dieron por muerta y el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que<br />

148


LITERATURA POLICIAL<br />

él sabe bien que es policía aunque se disfrace de hombre malo, dio<br />

<strong>la</strong> orden de escapar. Una cueva. Uno de esos refugios que se construyeron<br />

porque ya venía <strong>la</strong> guerra y luego, cuando se quedaron<br />

con <strong>la</strong>s ganas de jugar a los soldados, como le explicó en voz baja<br />

a su madre <strong>la</strong> maestra, han quedado para meaderos y cagaderos<br />

popu<strong>la</strong>res. Una cueva que le permitiría sanar sus huesos y su<br />

cabeza para seguir en busca de <strong>la</strong> virgen mi<strong>la</strong>grosa; unos huesos<br />

que se joroban y una cabeza que se vuelve un espantajo delirante<br />

por los golpes y <strong>la</strong> obsesión de <strong>la</strong> memoria. Él presiente que una<br />

cueva puede ser <strong>la</strong> salvación; pero en el pueblo no hay ninguna,<br />

no importa, porque el hombre malo, que él sabe que es un policía,<br />

ya se ha ido.<br />

¿Se fue o eran de nuevo <strong>la</strong>s musarañas de sus pensamientos?<br />

¡Qué furia cuando <strong>la</strong> maestra dice que todo es un invento de su<br />

mente, unos bichos que le nub<strong>la</strong>n su inteligencia! Él los ha visto,<br />

son unos verdugos con <strong>la</strong> cara triste, no han encontrado novia y<br />

aún se orinan en los pantalones. Unos verdugos que no se dejan<br />

montar por el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que se pone<br />

bravo y les apunta; pero no dispara, sino que se vuelve para<br />

atorarle <strong>la</strong> frase en el oído:<br />

—Macho… así, macho.<br />

Pero no, <strong>la</strong> maestra tiene razón. La maestra es buena. Son los<br />

bichos. No hay nadie en <strong>la</strong> calle, no está el hombre de <strong>la</strong>s esposas<br />

y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> para detenerlo. Puede caminar sin prisa, cuando lo<br />

hace <strong>la</strong>s musarañas se espantan.<br />

Silba una tonada y recuerda a su madre, que regresó con <strong>la</strong> paz<br />

de todas <strong>la</strong>s virgencitas juntas. Su niño estaba a salvo, <strong>la</strong> virgen<br />

hacía el mi<strong>la</strong>gro: una vida por <strong>la</strong> otra. Lo abraza, pero él no <strong>la</strong><br />

reconoce. Está muy fea su madre con los huesos jorobados. Y<br />

loca, muy loca.<br />

Esas piedras. Los amigos le tiran piedras a <strong>la</strong> loca del pueblo.<br />

Él también tira, tira con todas sus fuerzas. No quiere ver en esos<br />

149


LITERATURA POLICIAL<br />

ojos a su madre. Está furioso con esa musaraña que procura alimentarlo<br />

y que agradece a <strong>la</strong> virgen <strong>la</strong> salvación de un inocente.<br />

No más enfermedad para Aquiles Rosales. Piedras. Piedras y gritos<br />

para <strong>la</strong> loca. Vergüenza. Él tira, tira y da en el b<strong>la</strong>nco. Y<br />

reparte <strong>la</strong> hazaña entre sus amigos, aunque después se obligue a<br />

escribir cien veces en una hoja: yo debo portarme bien.<br />

Él es inteligente, lo dice <strong>la</strong> maestra. Cuando <strong>la</strong>s piedras<br />

rebotan sobre el cuerpo de su madre y el<strong>la</strong> grita que ya llegan los<br />

verdugos con el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, él escupe en el<br />

piso y emprende el canto para que <strong>la</strong> loca no sienta dolor.<br />

Dolor. Cuando nadie lo ve llora por el<strong>la</strong>, y <strong>la</strong> saliva es una nata<br />

que le cubre los dientes.<br />

Camina, ya falta menos. Sabe que el hombre de <strong>la</strong>s esposas y<br />

<strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> exigirá un culpable, y no lo dejará en paz hasta oírle<br />

de<strong>la</strong>tar a todas sus musarañas. Pero él no puede hacerlo, qué<br />

pensará <strong>la</strong> niña Laura si él se vuelve un chivato, no querrá ser su<br />

novia ni lo besará en <strong>la</strong> boca. Un culpable.<br />

Golpes, piedras y verdugos.<br />

Musarañas de sus pensamientos.<br />

Ya viene el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>. Un culpable,<br />

hace falta un culpable. ¿Y si el niño corre, si se esconde en una<br />

cueva hasta que no haya más verdugos en el mundo y nadie lo<br />

recuerde? La culpa es de <strong>la</strong> maestra, que escribió <strong>la</strong> nota y sus<br />

amigos conocieron <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> loca, y al hijo de <strong>la</strong> loca. Por<br />

el<strong>la</strong> olvidó a sus grillos, que murieron tostados sobre láminas de<br />

aluminio sin que nadie se acordara de zafarlos. Sí, <strong>la</strong> culpa es de<br />

<strong>la</strong> maestra. <strong>El</strong><strong>la</strong> se ha portado mal, no más baños ni huevos crudos<br />

en ayuna para él. La maestra merece una tonada.<br />

Aquiles Rosales, con <strong>la</strong>s manos limpias, corre para su cueva;<br />

pero ha visto a los verdugos y se detiene. Tristeza. Sudor. Los<br />

verdugos <strong>la</strong>nzan golpes al aire, lo amenazan. Comienza <strong>la</strong> tonada.<br />

¿Y <strong>la</strong> niña Laura? ¿Se casará con otro? No, él vendrá a buscar<strong>la</strong><br />

150


LITERATURA POLICIAL<br />

para <strong>la</strong>merle el cuello y pellizcarle los pezones. Tristeza. Olor a<br />

orine. Los verdugos hacen unas señas feas con <strong>la</strong>s manos, se besan<br />

entre ellos y lo invitan a acercarse. Sangre. Ve <strong>la</strong>s manos de los<br />

verdugos, rebosantes de sangre. Ya llegan, casi lo tocan. <strong>El</strong> punzón<br />

resp<strong>la</strong>ndece, a <strong>la</strong>s órdenes de <strong>la</strong> tonada. Llora, y <strong>la</strong> saliva es<br />

una nata que le cubre los dientes.<br />

Aquiles Rosales corre, el niño se porta bien. Pero el hombre de<br />

<strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> se multiplica, muchas pisto<strong>la</strong>s le apuntan<br />

y suenan <strong>la</strong>s esposas al cerrarse.<br />

151


<strong>El</strong> viejo que se comía<br />

<strong>la</strong> suerte<br />

Mario Brito


LITERATURA POLICIAL<br />

Soligial llora por no ser como debía ser. Llora por no haber<br />

sido nunca como siempre quiso. Por su ma<strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>. Llora<br />

con rabia. Por haber sentido rabia. Por haber sido siempre<br />

un animal. Porque de un animal femenino de trabajar y fornicar,<br />

había degenerado en un animal doméstico, aguantón y resignado.<br />

¡Margarita!<br />

Por ser vieja y viuda, llora: <strong>la</strong> vieja más viuda y <strong>la</strong> viuda más<br />

vieja. Por haberle tenido miedo a <strong>la</strong> muerte, cuando en realidad<br />

debió temer a <strong>la</strong> soledad, al desamor y a <strong>la</strong> vejez.<br />

¡Laura!<br />

Soligial llora por el día siguiente y por el anterior y por este.<br />

Su l<strong>la</strong>nto no es desgarrador ni estrepitoso. Apenas tiene lágrimas.<br />

Es una mueca de sufrimiento y una apretazón en el pecho, unas<br />

ganas de no vivir atravesadas en <strong>la</strong> garganta.<br />

¡Mongo!<br />

Más parecen maullidos que sollozos. Llora para sí, en suspiros<br />

entrecortados por los mocos. Llora por culpa del Bisa, que repite<br />

el l<strong>la</strong>mado a Laura, a Margarita y a Mongo y que saquen ese buey<br />

de <strong>la</strong> punta de yuca, pero Mongo no puede contestarle porque<br />

hace años se hundió en el estrecho de <strong>la</strong> Florida, y Margarita y<br />

Laura tampoco, porque están allá internas en un sanatorio desde<br />

que lo vieron hundirse. Solo queda el<strong>la</strong>, con ojeras de muchos<br />

días; el<strong>la</strong>, que enciende <strong>la</strong> luz y mira el reloj: ya en el ateje está al<br />

cantar el gallo de <strong>la</strong>s cinco.<br />

Se asoma por tercera vez al cuarto de donde viene <strong>la</strong> voz, y<br />

debe recibir<strong>la</strong> el vaho pestilente de los amaneceres —<strong>la</strong> mierda de<br />

153


LITERATURA POLICIAL<br />

viejo tiene más peste que <strong>la</strong> otra, será que el olor es una reve<strong>la</strong>ción<br />

de cómo se hal<strong>la</strong> uno por dentro—, pero el Bisa está sentado en<br />

el borde de <strong>la</strong> cama y <strong>la</strong> mira con los ojos inexpresivos de siempre,<br />

como si fueran de plástico, mas no ve manchas ni pegotes pestilentes<br />

en sus manos ni en <strong>la</strong> sábana. <strong>El</strong> viejo pide el tibor, que<br />

tiene deseos de orinar y de hacer caca y Soligial se asusta. Vuelve<br />

el presentimiento de ayer, cuando no había derramado <strong>la</strong> comida,<br />

se había <strong>la</strong>vado <strong>la</strong>s manos, echó <strong>la</strong> ceniza y el cabo de tabaco en<br />

<strong>la</strong> basura y había preguntado por <strong>la</strong> hora del baño. Soligial pronosticó<br />

que debía suceder algo grande. “Va a llover”, estaría lloviendo<br />

una quincena y le saldría moho a <strong>la</strong>s toal<strong>la</strong>s. Todo un<br />

acontecimiento… ¿o el Bisa se iría a morir? Quizás lo trascendente<br />

era eso, pues <strong>la</strong> repentina mejoría de los enfermos graves es un<br />

mal síntoma, y lo trascendental era que el<strong>la</strong> se vería al fin libre de<br />

aquel azote, Jesús, María y José, <strong>la</strong> mejor premonición de su vida.<br />

Pone el tibor sobre el cajón y sienta allí al viejo. Ya no tiene<br />

aquel<strong>la</strong> apretazón en el pecho, sino un atisbo de euforia, aunque<br />

sabe que el ajetreo con el Bisa no ha comenzado. Comenzará un<br />

poco más tarde, cuando tenga que conducirlo hasta el patio a<br />

cepil<strong>la</strong>rle esas prótesis hediondas. Después a bañarlo, afeitarlo, el<br />

desayuno, se orina, cambiarlo, sacarlo al colgadizo, <strong>la</strong> merienda,<br />

atajarlo, el almuerzo, se orina, cambiarlo, se escapa sin rumbo, a<br />

buscarlo —¡si tuviera un candado para <strong>la</strong> reja del patio!— se<br />

caga, bañarlo y se dormirá. Una hora. Pero un sueñecito aun sin<br />

oscuridad marca el ayer. <strong>El</strong> Bisa despertará y pedirá café y desayuno<br />

creyendo que ya es mañana ¡a <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde!, no<br />

importa, él se orina, merienda, se escapa, a buscarlo, se orina,<br />

comida, se caga, ¡tantos infartos que les dan a gente buena y sana,<br />

carajo, si cuando uno llega a viejo, que Dios <strong>la</strong> perdone, lo que<br />

deben darle es un toletazo por <strong>la</strong> cabeza! Cierta vez pensó que si<br />

autorizaran a deshacerse de todo ser humano que constituyera un<br />

engorro familiar o social, debían procesar a este y convertirlo en<br />

154


LITERATURA POLICIAL<br />

algo útil, digamos, en pienso para animales, y esa idea ha seguido<br />

tomando forma en su cabeza. Cuánto iba a disfrutar viendo <strong>la</strong>s<br />

tiras de carne sa<strong>la</strong>da del Bisa desti<strong>la</strong>ndo salmuera al sol, deshidratándose<br />

en los cordeles del patio, Jesús, María y José; cuánto<br />

p<strong>la</strong>cer al mezc<strong>la</strong>r proteína de viejo en <strong>la</strong> canoa del cerdo o al<br />

<strong>la</strong>nzar<strong>la</strong> a <strong>la</strong>s gallinas en el pollero, y degustar después un contramuslo,<br />

saborear una sopa o triturar chicharrones con <strong>la</strong> certeza<br />

de que el Bisa se ha convertido — ¡al fin!— en algo útil y agradable.<br />

Solo así podrá dormir <strong>la</strong>s noches de un tirón, podrá evitar el<br />

atascamiento diario de sábanas, frazadas y todo tipo de ropa<br />

saturadas de meao en <strong>la</strong> batea; podrá vivir a plenitud cada hora<br />

del día o de <strong>la</strong> noche con <strong>la</strong> seguridad de que ese viejo solo es un<br />

kilogramo de huesos entalcados en una cajita metálica y veinte<br />

libras de excelente masa proteica para cebadero en el ranchito de<br />

desahogo, que se convertirán después en unos nailitos con carne<br />

de primera en el frigidaire. Virgen Santa, está hasta el último pelo<br />

de lidiar con mierda, pero hoy cojo y lo amarro en el taburete y<br />

voy a ver quién se escapa.<br />

<strong>El</strong> viejo termina y se baja del cajón. “Tengo sueño”, dice con<br />

voz gargajosa, como si siempre tuviera flemas en <strong>la</strong> garganta a<br />

punto de salir, pero no tose y se <strong>la</strong>s traga. Soligial continúa sorprendida.<br />

Lo limpia con papel periódico y luego con un paño<br />

húmedo. Aguarda con resignación toda <strong>la</strong> lentitud y torpeza de<br />

los movimientos hasta que lo arropa de nuevo en el camastro.<br />

“Apaga <strong>la</strong> luz”, dice el viejo y cierra los ojos. Antes de salir,<br />

Soligial percibe <strong>la</strong> respiración acompasada y flemosa. <strong>El</strong> Bisa se<br />

ha dormido y para el<strong>la</strong> recién comienza su día trascendental.<br />

Soligial limpia <strong>la</strong>s cagadas de mosca y polvo a <strong>la</strong>s hojas de su<br />

ma<strong>la</strong>nguita. Frota con suavidad <strong>la</strong> mota enchumbada en agua con<br />

azúcar. Son cinco hojas. Y antes de exprimir el hisopo para proceder<br />

al secado, vuelve a contar<strong>la</strong>s. Cinco. Ayer eran siete.<br />

155


LITERATURA POLICIAL<br />

Escudriña <strong>la</strong> tierra del macetero buscando un cachazudo. Ni<br />

siquiera hay cagarruticas negras. Solo en el tallo el espacio vacío<br />

como evidencia de los despojos.<br />

Le habían rega<strong>la</strong>do aquel tallito pelón con muy buenas recomendaciones<br />

el mismo día que compró el puerco: “Tú verás; a<br />

medida que prospere <strong>la</strong> matica, prosperas tú”. Y con <strong>la</strong> falta que<br />

le hacían unos meses, qué unos meses, unos días de bonanza…<br />

Pero no solo demoraba en crecer, sino que estaba perdiendo lo<br />

que con tanta esperanza y angustia había logrado.<br />

Termina el aseo con desaliento y saca el choncho al patio, ya<br />

majadero por el hambre, para amarrarlo a uno de los parales del<br />

colgadizo. “Si haces lo que te digo, verás que aumenta a libra por<br />

día. Primero tienes que desparasitarlo y después… échale comida”.<br />

Unas gallinas acuden a los ronroneos del cerdo y rodean <strong>la</strong><br />

calderita aún vacía. “Anota <strong>la</strong> fecha y fíjate: el cochinato y <strong>la</strong><br />

matica te van a sacar ade<strong>la</strong>nte. Juntos”. <strong>El</strong> puerco tan esmirriado<br />

y pelón como el gajito. En serio, tenía muy poca fe, pero no le fue<br />

difícil incorporar a <strong>la</strong>s otras <strong>la</strong> rutina de suministrarle <strong>la</strong> dosis de<br />

sol recién nacido, el bueno para los tallitos tiernos. “Ten mucho<br />

cuidado en no echarle yuca atrasada. La vianda cruda le hace bien<br />

si está fresca, pero es mejor que te acostumbres a salcochar<strong>la</strong>. La<br />

yuca atrasada los mata redondos, porque desprende cianuro. Ten<br />

mucho cuidado…” En tantos años, qué no sabría el<strong>la</strong> de criar<br />

puercos.<br />

Siente chirriar <strong>la</strong> puerta desvencijada que da a <strong>la</strong> calle en el<br />

patio del frente y levanta <strong>la</strong> cabeza. “Otro predicador”, se dice<br />

cuando ve al hombre que traspasa el jardín desde <strong>la</strong> acera hasta<br />

el portal, sorteando a duras penas <strong>la</strong>s pilitas de mierda de gallina<br />

en <strong>la</strong>s <strong>la</strong>jas de cemento.<br />

Los predicadores venían todos los sábados, muy correctos y<br />

educados, a hacer<strong>la</strong> perder el tiempo. Aunque hoy no era sábado,<br />

ni aquel hombre parecía predicador, a menos que ahora los<br />

156


LITERATURA POLICIAL<br />

Testigos de Jehová estuvieran usando pulovitos pingueros, riñoneras,<br />

gorras de los Yankees de New York, gafas de <strong>la</strong> shopping<br />

y portafolios negro colgado al hombro.<br />

Buenos días —dice el hombre desde el umbral. No ha tenido<br />

que tocar porque <strong>la</strong> voz y <strong>la</strong> mirada atraviesan todas <strong>la</strong>s puertas<br />

en línea hasta el patio, donde el<strong>la</strong> acaba de mezc<strong>la</strong>r el alimento<br />

para el cerdo. Tampoco tiene estampa ni uniforme de trabajador<br />

social.<br />

Ya va —contesta sin perderlo de vista. Si es un listero, igual lo<br />

va a despachar. Lleva meses apostando, pero cuando le anota al<br />

viejo, tiran <strong>la</strong> tragedia; cuando le juega a <strong>la</strong> tragedia y al viejo,<br />

sale <strong>la</strong> mierda, y si se arriesga con <strong>la</strong> mierda, sale el viejo, como<br />

afirmación de que <strong>la</strong> mayor tragedia de un ser humano es convertirse<br />

en un viejo de mierda. Confirmación irrevocable también de<br />

que el<strong>la</strong> no tiene suerte. Pone <strong>la</strong> calderita de<strong>la</strong>nte del choncho,<br />

que <strong>la</strong> ataca con glotonería, azora <strong>la</strong>s gallinas y se dirige a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />

Entre y siéntese —y el<strong>la</strong> espera de pie. No había visto hasta ese<br />

momento el Mercedes parqueado en <strong>la</strong> calle. Le echa una ojeada<br />

de curiosidad y, ¿por qué no? de reconocimiento. Es el mismo que<br />

ayer en <strong>la</strong> mañana estaba más o menos allí y ahora recuerda,<br />

¡vaya memoria!, que el hombre había permanecido sentado en un<br />

mogote, siempre de frente a su casa y el<strong>la</strong> le cruzó muy cerca <strong>la</strong><br />

segunda vez que regresaba con el Bisa a remolque después de una<br />

escapada. Pero ni siquiera atendió cuando el hombre dijo:<br />

“Pobrecito el viejito”, porque su mente estaba puesta allá adentro<br />

donde rechinaba <strong>la</strong> leche al derramarse sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong>.<br />

Solo quiero que me dedique unos minutos, señora, para hab<strong>la</strong>r<br />

de lo que me trae aquí con <strong>la</strong> seriedad que lleva —el hombre se<br />

esmera en hab<strong>la</strong>r despacio, pronunciando <strong>la</strong>s eses para denotar<br />

refinamiento—. No he venido por casualidad, sino porque conozco<br />

algunas cosas acerca de usted y del ancianito.<br />

Perdone, es que estaba atendiendo <strong>la</strong> cría…<br />

157


LITERATURA POLICIAL<br />

Se ve estupendo, ¿come bien?<br />

Soligial mira al puerquito, que tira tajos con el hocico a <strong>la</strong>s<br />

gallinas alrededor del recipiente. Debió haberlo metido en <strong>la</strong><br />

corraleta. En realidad, el<strong>la</strong> no lo veía avanzar. Se mantenía ante<br />

sus ojos casi como <strong>la</strong> misma rabuja de hacía tres meses. Pudiera<br />

alimentarlo mejor, pero el pienso resultaba demasiado caro, escaso<br />

y perseguido. Era menos peligroso fabricarlo deshidratando y<br />

moliendo yucas, cáscaras de viandas, desechos de frutas, cascarones<br />

de huevo, piel de ajos y vainas de leucaena, ya que no siempre<br />

disponía de maíz, y mucho menos de soja. Para completar con<br />

proteína, le añadía un porciento de harina de pescado que también<br />

secaba al sol en perenne disputa con <strong>la</strong>s auras.<br />

Sí, tiene buena boca —y recuerda que debe hervir con sal una<br />

parte del rastrojo de yucas que había conseguido el día anterior<br />

en <strong>la</strong> Cooperativa. La otra parte, junto a <strong>la</strong>s cáscaras, los cogoticos<br />

y <strong>la</strong>s puntas, <strong>la</strong>s machacaría para secar<strong>la</strong>s al sol. Era algo que<br />

debía hacer sin falta esa tarde.<br />

Por lo limpio, se ve que usted se preocupa por él.<br />

Lo baña tres veces a <strong>la</strong> semana, porque no puede soportar<br />

aquel hedor dentro de <strong>la</strong> casa por <strong>la</strong>s noches, y una de sus tareas<br />

cotidianas, apenas se levanta, es baldear <strong>la</strong> cocina, aunque el animal<br />

duerme, como un dócil perro, sobre un saco de yute. Contesta<br />

que sí, que el<strong>la</strong> se encarga de eso, sin abundar en explicaciones.<br />

Le ocupa mucho tiempo de su vida, ¿verdad?<br />

Responde que no, sin titubeos. En realidad, solo hay que ser<br />

sistemático.<br />

¿Y ya quisiera salir de él?<br />

No, no. Todavía no. Quiero que coja unas libritas más —se ha<br />

propuesto cebarlo hasta <strong>la</strong>s doscientas. Solo así podrá “llegarle”<br />

a <strong>la</strong>s varas de madera y a los caballos de guano—cana que requiere<br />

<strong>la</strong> reparación de <strong>la</strong> cobija, pagar el trabajo y guardar algún<br />

dinerito. Pero eso será a finales del año. Ahora no.<br />

158


LITERATURA POLICIAL<br />

<strong>El</strong> hombre se quita <strong>la</strong>s gafas y <strong>la</strong> mira moviendo <strong>la</strong> cabeza.<br />

No le estoy hab<strong>la</strong>ndo del puerco, señora, le estoy hab<strong>la</strong>ndo del<br />

viejo.<br />

¡¿Del viejo?!<br />

Del viejo. Vengo a buscar al viejo.<br />

¡Era eso! Lo trascendental tiene que ser eso. Al fin comienzan<br />

a abrírsele los caminos, ma<strong>la</strong>nguita linda, y el<strong>la</strong> que había sospechado<br />

otra cosa… Este hombre viene enviado por alguna institución<br />

benéfica a través de <strong>la</strong> trabajadora social, está segura. Y<br />

quiere llevarse al Bisa a un Hogar de Ancianos. Sí. <strong>El</strong> Bisa y el<strong>la</strong><br />

se merecen una vejez tranqui<strong>la</strong>.<br />

Pero él…no está en sus cabales… —y como el hombre se quedara<br />

mirándo<strong>la</strong>, argumenta—: Que tiene los cabales malos —<br />

como si se refiriera a piezas de un equipo electrónico y aquello<br />

resultara un requisito en contra. No obstante, el corazón retoma<br />

los saltitos de por <strong>la</strong> madrugada.<br />

Lo sé. Estuve observándolo ayer y me conviene. A todos nos<br />

conviene, señora. A mí, a usted,… a Dundee.<br />

Soligial se sienta.<br />

¿Y quién es usted?<br />

Digamos que un facilitador.<br />

Pero… ¿viene de parte de algún hospital especializado…una<br />

iglesia…una logia…?<br />

No precisamente. Prepárele sus cosas que a <strong>la</strong> noche vengo a<br />

buscarlo.<br />

¿Para llevarlo a un asilo… o algo?<br />

Pudiéramos hacerlo creer, pero no. Esto es un asunto particu<strong>la</strong>r.<br />

Soligial no entiende para qué algún “particu<strong>la</strong>r” puede querer<br />

a alguien así. Quizás unos nietos… Entonces el tal Dundee debe<br />

ser un niño que se ha antojado de tener un abuelo. Pero se lo<br />

devolverán antes de <strong>la</strong>s veinticuatro horas.<br />

159


LITERATURA POLICIAL<br />

¿Y por qué a él?<br />

Ya le dije. Entre <strong>la</strong>s cosas que investigué, señora, supe que es<br />

su suegro; que su nieta (<strong>la</strong> biznieta de él) no está con ustedes y que<br />

demorará en estar; que padece de demencia senil y que usted ha<br />

renunciado a todo por atenderlo. Además, señora, con esa enfermedad,<br />

sé también que ya constituye un estorbo.<br />

No diga eso, tampoco así.<br />

Así y todo, le ofrezco quinientos dó<strong>la</strong>res por el viejo.<br />

¿Cómo?<br />

Que me lo llevo.<br />

Espérese… —Soligial tartamudea. Tanto tiempo de plegarias y<br />

ve<strong>la</strong>s en pos de embonar un giro de <strong>la</strong> suerte, para que ahora<br />

alguien se presente a comprarle al Bisa—. Espérese, ¿eso es legal?<br />

<strong>El</strong> hombre sonríe por primera vez y el<strong>la</strong> se fija en un casquillo<br />

bril<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> dentadura. Extrae del portafolio tres libros y los va<br />

turnando ante sus ojos.<br />

Mire, en estos libros está toda <strong>la</strong> legalidad que se necesita para<br />

que <strong>la</strong>s cosas salgan bien: el Código Civil, el Código Penal y el<br />

<strong>El</strong>e-Pecal.<br />

¿<strong>El</strong> qué?<br />

Son sig<strong>la</strong>s: Ley de Procedimiento Civil, Administrativo y<br />

Laboral. Está todo previsto para que no aparezca como abandono<br />

a un incapacitado.<br />

Pero…<br />

Se puede prever dentro de <strong>la</strong> Ley. Aquí está lo que usted quiera<br />

saber. La Ley y <strong>la</strong> Trampa.<br />

¿Usted toma café?<br />

Se demora más que nunca en enjuagar <strong>la</strong> taza y el p<strong>la</strong>tillo,<br />

destapar el termo, servir el café y regresar a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. Piensa con<br />

turbulencia en <strong>la</strong> propuesta. Pero, ¿cómo justificar <strong>la</strong> ausencia?<br />

Que se perdió, diría, mas habría que denunciar <strong>la</strong> pérdida, insistir<br />

infinitamente en <strong>la</strong> búsqueda. Que fue de visita a unos familiares<br />

160


LITERATURA POLICIAL<br />

(¿dónde, cuáles, por cuánto tiempo?). Que lo internó en un asilo<br />

y allí murió al cabo de los meses (¿trámites a través de quién, en<br />

cuál ciudad, cuál asilo, por qué nunca fue a visitarlo?). Esta es <strong>la</strong><br />

gran oportunidad… pero está el dinero.<br />

Desde <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> le llega <strong>la</strong> voz del hombre.<br />

Usted nunca ha expresado su pesar en voz alta. Nadie tiene<br />

que sospechar que su mano está en esto.<br />

La taza se hunde en el agua del p<strong>la</strong>tón. Se percata de los temblores<br />

cuando <strong>la</strong> frota en el pañito de <strong>la</strong>s manos. Y regresa con <strong>la</strong><br />

convicción de que solo cinco minutos y lo despacha. Hay algo que<br />

no anda c<strong>la</strong>ro. Nada anda c<strong>la</strong>ro.<br />

¿Usted está seguro de lo que está diciendo? —y le alcanza el<br />

p<strong>la</strong>tillo tintineante.<br />

Es lógica esa primera reacción suya. Yo sabía que sería de esa<br />

manera, por eso le hice <strong>la</strong> propuesta de precio. Su entrega y su<br />

dedicación a ese hombre merecen una recompensa.<br />

Desde el patio siente el revoloteo de <strong>la</strong>s gallinas, que siguen<br />

asediando <strong>la</strong> comida del cerdo.<br />

Hay cosas que no entiendo…<br />

Usted no tiene que entender muchas cosas, señora. Solo deje<br />

<strong>la</strong> puerta abierta esta noche a <strong>la</strong>s siete, que haya testigos de que<br />

se escapó. Del resto yo me encargo.<br />

Yo no puedo hacer eso.<br />

Lo que no puede hacer es perder <strong>la</strong> oportunidad. No es el<br />

primer enfermo mental que viene a nuestras manos porque se<br />

extravía. Con <strong>la</strong> diferencia de que en ese caso ya vienen gratis.<br />

Usted no tiene a nadie a quien rendir cuentas, por eso no tiene que<br />

darle explicaciones a nadie. Los vecinos, los amigos, <strong>otros</strong> viejos,<br />

saben que él se escapaba. Y quinientos dó<strong>la</strong>res son quinientos<br />

dó<strong>la</strong>res.<br />

¿Y a dónde lo llevaría, si es que se lo lleva?<br />

A <strong>la</strong> residencia del Jefe —y escurre <strong>la</strong> taza—. Muy buen café.<br />

161


LITERATURA POLICIAL<br />

Me encanta el café criollo.<br />

Y eso… ¿es lejos?<br />

Es mejor que usted no sepa muchas cosas, señora. Sepa solo<br />

que va a aliviar su vida.<br />

Las manos temblorosas de Soligial reciben el p<strong>la</strong>tillo, que<br />

sigue tintineando.<br />

¿<strong>El</strong> Jefe es Dundee?<br />

<strong>El</strong> hombre comienza a guardar los libros en el portafolio.<br />

Corre después <strong>la</strong> cremallera despacio, como si comenzara a incomodarse.<br />

Dundee es <strong>la</strong> mascota del hijo del Jefe.<br />

¿Y no es un niño?<br />

No, señora. Dundee es un cocodrilo.<br />

La taza deja el canto del fondo marcado en el piso de tierra.<br />

¿Cómo?<br />

Que le doy <strong>otros</strong> quinientos por su discreción.<br />

Soligial recoge <strong>la</strong> taza y lo mira a <strong>la</strong> cara. Nota una gran frialdad<br />

en los ojos de aquel hombre. Y seguridad. <strong>El</strong> tipo está confiado.<br />

Siente un erizamiento repentino desde <strong>la</strong>s piernas, un hormigueo<br />

por <strong>la</strong> espalda hacia arriba, hasta <strong>la</strong> cabeza, un mareo que<br />

le impide volver a incorporarse. Se apoya en el taburete.<br />

¿Para qué quiere al viejo? —y se da cuenta de que su voz está<br />

deformada por el espanto. Siempre le ha resultado rechinante <strong>la</strong><br />

pa<strong>la</strong>bra cocodrilo, pero ahora <strong>la</strong> encuentra terrible.<br />

Es que <strong>la</strong> mascota cumple diez años y por esa fecha siempre se<br />

le hace un regalito.<br />

Váyase —articu<strong>la</strong> con palidez.<br />

No es usted <strong>la</strong> primera que se niega en una situación semejante,<br />

señora.<br />

¿No se da cuenta de que es inhumano?<br />

Inhumano es que no haya podido usted volver a casarse por<br />

atenderlo a él; que le haya dedicado todo el tiempo para tenerlo<br />

162


LITERATURA POLICIAL<br />

limpio y sano y que ahora ni él sepa en el mundo que está viviendo,<br />

ni <strong>la</strong> deje a usted vivir el suyo.<br />

A Soligial se le vuelve a nub<strong>la</strong>r <strong>la</strong> vista. Aparece el Bisa con<br />

aquellos ojos inexpresivos, viendo de<strong>la</strong>nte suyo un <strong>la</strong>garto sin<br />

saber que es un <strong>la</strong>garto; que se le encima amenazador sin saber<br />

que es una amenaza; que le destroza una pierna sin saber que es<br />

un peligro y que lo arrastra hasta el agua sin saber que será el<br />

final. Mil dó<strong>la</strong>res no pagan el cargo de conciencia.<br />

Es un asesinato.<br />

¿Y cómo se l<strong>la</strong>ma lo que está cometiendo él con usted? Aún<br />

está en pie, pero mañana puede estar encamado y, si no padece de<br />

otra enfermedad, aparte de <strong>la</strong> mental, puede durar diez o quince<br />

años, de los cuales no va a querer acordarse nunca cuando transcurran,<br />

si ya no está usted misma loca. Evite eso hoy, señora, que<br />

todavía está a tiempo.<br />

Soligial sigue apoyada en el respaldar del taburete. Ve el reguero<br />

de vísceras, agua ensangrentada, burbujas de mierda.<br />

Eso es cruel.<br />

La crueldad es un mecanismo de defensa, señora. Para vivir<br />

hay que ser cruel.<br />

Váyase —repite—. No puedo hacerle eso a nadie, y menos a<br />

un familiar.<br />

<strong>El</strong> hombre se pone de pie. Acomoda el portafolio en el hombro,<br />

se insta<strong>la</strong> <strong>la</strong>s gafas y acentúa el cinismo en otra sonrisa breve<br />

cuando suelta <strong>la</strong> vulgaridad:<br />

Recuerde, señora, que ni el chicharrón es carne, ni el plátano<br />

burro es vianda, ni <strong>la</strong> suegra es familia. Búsquese un testigo, que<br />

a <strong>la</strong>s siete estoy aquí.<br />

En ese momento el Bisa l<strong>la</strong>ma diciendo que ya es hora de dar<br />

de comer a los animales.<br />

<strong>El</strong> resto del día transcurre en un puro sobresalto. No tiene que<br />

<strong>la</strong>var <strong>la</strong> trapera del camastro y es peor: dispone de más tiempo<br />

163


LITERATURA POLICIAL<br />

para pensar en <strong>la</strong> muerte. La de su marido debió haber sido trágica,<br />

pero rápida: minutos debatiéndose entre <strong>la</strong>s fauces de los<br />

tiburones, y ya. Estar muerto no es difícil, lo difícil es estar vivo.<br />

Morir es un proceso corto; estar muerto es un resultado <strong>la</strong>rgo,<br />

sobre todo para los que quedan vivos, se dice. La del Bisa puede<br />

ser parecida. Rápida y servir para algo: para alimentar a un caimán<br />

o a un cocodrilo, no está c<strong>la</strong>ra de <strong>la</strong> diferencia, y para un<br />

espectáculo recreativo. Abrirán <strong>la</strong> jau<strong>la</strong>. Él entrará con ingenuidad,<br />

lento, con sus pasitos inseguros, y <strong>la</strong> familia de Dundee y los<br />

curiosos alrededor, expectantes, hasta que gritan, ríen y ap<strong>la</strong>uden<br />

como cuando explota una piñata al tirar de <strong>la</strong>s cintas. Quizás<br />

hasta fotos o vídeos. Terminará así el Bisa, aquel que en su juventud<br />

fue un muchacho taciturno, luego un adulto introvertido y<br />

después un viejo zocato, tan zocato que no hacía muecas al afeitarse,<br />

según observó un día Yiskiyelki, <strong>la</strong> primera vez que el<strong>la</strong><br />

regañó a <strong>la</strong> nieta por faltarle el respeto al bisabuelo. Soligial no<br />

recuerda haberlo visto borracho, ni moviendo el cuerpo al compás<br />

de ningún ritmo, o silbando una melodía. Aseguraría que no<br />

supo silbar, y si lo había visto carcajear era contadas veces, muy<br />

pocas veces, cree que ninguna vez.<br />

A cada momento escudriña <strong>la</strong> calle, esperando ver el automóvil<br />

estacionado en los alrededores. Extrema <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia sobre el<br />

viejo. En pueblos grandes hay lugares para atender y cuidar ancianos,<br />

pero en Ríos de Primavera el lugar del Bisa es bajo el colgadizo,<br />

recostado en un taburete. Allí fuma y escupe contra <strong>la</strong>s<br />

tab<strong>la</strong>s aquel<strong>la</strong> saliva ambarina, mientras, con <strong>la</strong> misma tranquilidad<br />

que se le consume el tabaco apretado contra los dientes y se<br />

le escapa el humo por <strong>la</strong> nariz, le chorrea el orine por los pantalones<br />

para encharcarle los zapatos y <strong>la</strong>s medias, siempre con <strong>la</strong><br />

mirada de maniquí triste perdida en un tiempo impredecible, y<br />

dispuesto a traspasar <strong>la</strong> puerta en cualquier descuido. Por eso<br />

Yiskiyelki se había ido, porque era un viejo cunculil<strong>la</strong>nte.<br />

164


LITERATURA POLICIAL<br />

“¿Cun… qué?” se le había encarado Soligial: “Cun-jodedor; cunatravesao;<br />

cun-decrépito; cun-culeco; cagalitroso… ¡eso es cunculil<strong>la</strong>nte!<br />

¡No puedo ni con él, ni contigo, ni con este pueblo!”.<br />

Imagina también diálogos con el tipo, a sabiendas de que no<br />

supo manejar <strong>la</strong> situación. <strong>El</strong> hombre <strong>la</strong> intimidó con sus insolencias.<br />

Debía haberle dicho: “¿Y si usted tuviera un papá…?”, pero<br />

él no iba a dejar<strong>la</strong> terminar: “Señora, esto siempre se hace con el<br />

viejo de otro”, y lo peor es que tendría razón. La había escogido<br />

a el<strong>la</strong> porque el Bisa, con re<strong>la</strong>ción a Soligial, era “el viejo de<br />

otro”. ”Verdad que no es familia mía ni casuncarajo…”, pero le<br />

diría que no, siempre que no, hasta le auguraría un final semejante,<br />

en el cual aquel<strong>la</strong> prepotencia de joven saludable se convertiría<br />

en impotencia con <strong>la</strong> llegada de <strong>la</strong> vejez y quizás alguien se creyera<br />

con derecho a disponer de su vida. “De un viejo de mierda<br />

nadie se acuerda”, le contestaría el tipo. Por miedo a <strong>la</strong> muerte<br />

arrastra el<strong>la</strong> ese calvario no recuerda desde cuándo y está hoy en<br />

esta encrucijada. Si el corredor (porque no era otra cosa que un<br />

intermediario corredor de viejos) le hubiera propuesto solo el<br />

dinero… pero estaba el cocodrilo. De nuevo, NO. Aún le queda<br />

confiar en <strong>la</strong> prosperidad que le pueden acarrear los cuidados a<br />

su ma<strong>la</strong>nguita y al cerdo. Dentro de pocos meses verá el resultado.<br />

Pero, crueldad aparte, aquello también era un soplo de <strong>la</strong><br />

suerte, qué un soplo, ¡una ráfaga!, que Dios <strong>la</strong> perdone, cuántas<br />

cosas puede hacer con mil dó<strong>la</strong>res. Y vuelve a darle vueltas a <strong>la</strong><br />

advertencia del corredor: de no aceptar el<strong>la</strong>, si el viejo se escapa,<br />

adiós Bisa y adiós dinero.<br />

Es en este punto donde toma <strong>la</strong> determinación. No va a permitir<br />

que <strong>la</strong>s fotos del viejo se desgajen amarillentas, como otras<br />

que ha visto en los postes del tendido eléctrico o en <strong>la</strong>s paredes de<br />

<strong>la</strong> tienda.<br />

Por eso aprovecha el horario de siesta para hacer una gestión<br />

en el barrio y ya a <strong>la</strong>s cuatro está de vuelta.<br />

165


LITERATURA POLICIAL<br />

Lo encuentra sentado a <strong>la</strong> mesa, de espaldas a el<strong>la</strong>, prematuramente<br />

levantado. Tiene que prepararle <strong>la</strong> merienda y baldear el<br />

charco de orine que <strong>la</strong> tierra aún no ha absorbido bajo el taburete.<br />

Le parece más indefenso que nunca, encorvado y con el pelo<br />

canoso revuelto por <strong>la</strong> almohada, esperando. ¿Esperando, qué?<br />

Nada, se dice, o todo. En fin, a ambos ya solo les resta vegetar.<br />

Busca un peine y se le acerca para organizarle un poco el cabello.<br />

Es cuando le ve <strong>la</strong> boca, de donde le cuelga un hilillo de saliva<br />

oscura.<br />

¿Qué estás comiendo? —no recuerda <strong>la</strong> fecha exacta en que<br />

había dejado de tratarlo de usted, pero debía coincidir con el<br />

pau<strong>la</strong>tino resquebrajamiento mental del Bisa—. ¿Qué tienes ahí?<br />

Entonces ve el macetero de barro sin <strong>la</strong>s últimas tres hojas y el<br />

cogollo partido en redondo.<br />

¡Abre <strong>la</strong> boca! —pero el viejo le riposta con <strong>la</strong> misma estupidez<br />

de siempre en <strong>la</strong> mirada y traga. <strong>El</strong><strong>la</strong> se queda mirándolo—. ¡Qué<br />

barbaridad! —hasta que mueve <strong>la</strong> cabeza como si negara algo<br />

incomprensible—. Eras tú.<br />

Agarra el macetero y contemp<strong>la</strong> el muñón desamparado.<br />

Pone el peine en <strong>la</strong> mesa y se va a <strong>la</strong> cocina.<br />

Ya comió —dice el viejo con aquel<strong>la</strong> voz catarrienta. Debe<br />

llorar, pero solo deja el recipiente con el tallo muti<strong>la</strong>do en el fregadero<br />

y se pasa <strong>la</strong>s manos por el pecho, donde se le han vuelto<br />

a atravesar <strong>la</strong>s ganas de no vivir. Tres meses de esperanza convertidos<br />

en un gargajo verde.<br />

Los toques en <strong>la</strong> puerta y <strong>la</strong> pregunta: “Sol, ¿ya está el café?”,<br />

no <strong>la</strong> sorprenden. Sabía que Orencio llegaría casi tras el<strong>la</strong> por <strong>la</strong><br />

golosina.<br />

Entra —le dice mecánicamente, porque ya él ha entrado. Le ve<br />

un pequeño envoltorio en <strong>la</strong>s manos y piensa que por fin algo está<br />

saliendo bien. Suspira—. Siéntate.<br />

Orencio pone el paquetico junto al peine y le dirige al Bisa un<br />

166


LITERATURA POLICIAL<br />

saludo que no tiene respuesta, como siempre.<br />

Es de uso —dice—, pero lo engrasé un poco y quedó bueno.<br />

Ya sabes —contesta el<strong>la</strong>—: hasta el fin de año.<br />

Sí. No dejes de pagármelo. ¿Dónde está el animalito?<br />

Allá afuera.<br />

Mientras Orencio sale al patio, Soligial acomoda <strong>la</strong> cafetera<br />

sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong>. Es lenta, y a veces el<strong>la</strong> comparaba aquel<strong>la</strong> <strong>la</strong>nguidez<br />

con <strong>la</strong> manera en que se desp<strong>la</strong>zan sus días, sus meses, su<br />

vida. Cuando los años le pasan a uno por arriba y lo revuelcan,<br />

te ponen que, al cruzar una calle, miras a <strong>la</strong> izquierda y, al mirar<br />

a <strong>la</strong> derecha, ya se te olvidó si viene un carro por <strong>la</strong> izquierda y<br />

tienes que volver a mirar.<br />

Desde el patio oye <strong>la</strong> voz de Orencio preguntándole azorado<br />

que qué le pasa al puerquito.<br />

Sale a ver. Y lo ve arrinconado en <strong>la</strong> corraleta, caído de los<br />

cuartos traseros, convulsionando. En el piso, restos de yucas mordisqueadas,<br />

y el saco que había olvidado poner al sol, boca abajo,<br />

picoteado por <strong>la</strong>s gallinas. Se lleva <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> cabeza.<br />

¡<strong>El</strong> viejo me desgració!<br />

Es su día trascendental, lo sabe desde ayer. Y mira al vecino<br />

con una súplica en los ojos:<br />

¿Se puede hacer algo?<br />

Orencio le tira un brazo por los hombros huesudos y le palmea<br />

<strong>la</strong> espalda, como quien da un pésame.<br />

Sí —dice—. Aprovecharlo. Pon bastante agua a calentar, que<br />

voy a cambiarme de ropa para ayudarte.<br />

Y <strong>la</strong> conduce en silencio al interior de <strong>la</strong> casa. <strong>El</strong> Bisa ha desenvuelto<br />

el paquetico y golpetea <strong>la</strong> mesa con el candado, del que<br />

cuelgan dos l<strong>la</strong>ves. Soligial apenas lo mira. Va hasta el fogón,<br />

donde <strong>la</strong> cafetera aún no ha comenzado a co<strong>la</strong>r.<br />

Solo necesita que Orencio esté con el<strong>la</strong> allí hasta <strong>la</strong>s siete, más<br />

o menos.<br />

167


Confesiones<br />

Obdulio Fenelo


LITERATURA POLICIAL<br />

La segunda vez que <strong>la</strong>nzó <strong>la</strong> mirada a <strong>la</strong> calle, <strong>la</strong> dejó rondar<br />

<strong>la</strong>s fachadas disparejas, elevarse sobre el montón de construcciones<br />

y caer de golpe contra el campanario de <strong>la</strong> iglesia.<br />

A esa hora del día el crepúsculo acentuaba el color amarillento<br />

de <strong>El</strong> Sagrado Corazón y lo tornaba irreal. Siempre rezaba<br />

antes de hacer un trabajo, así resolvía lo del arrepentimiento.<br />

Sería difícil lograr <strong>la</strong> salvación, tocar el paraíso, pero al menos<br />

Dios sabría sus intenciones. Nueve Padre Nuestro y un Ave María<br />

recitados casi poéticamente frente a <strong>la</strong> cruz, y luego <strong>la</strong> confesión.<br />

No subía <strong>la</strong> vista, le aterraba <strong>la</strong> mirada final de Cristo, <strong>la</strong> fuerza<br />

redentora.<br />

Le indicaron esperar allí, y llevaba varios minutos sentado en<br />

<strong>la</strong> antigua fondita china. <strong>El</strong> carro frenó discreto. Mercedes Benz<br />

antiguo, color marrón, cristales reservados. <strong>El</strong> conductor sacó<br />

una mano e hizo <strong>la</strong> contraseña: dejó caer el papel de confitura y<br />

continuó <strong>la</strong> marcha. Los tipos nunca daban <strong>la</strong> cara. No se apresuró.<br />

Bajó dos dedos más el refresco y salió.<br />

—Es mío —dijo el niño agachándose primero, burlón.<br />

De dónde carajo había salido. Quiso ser amable, aquellos<br />

pequeños diablillos podían desarmarte con una pregunta, joderte<br />

un buen negocio.<br />

—¿Podemos negociar? Te compro el papelito.<br />

—No es un papelito, es un tesoro.<br />

—Está bien, te compro tu tesoro.<br />

169


LITERATURA POLICIAL<br />

—Los tesoros no se venden, si no dejarían de ser tesoros.<br />

Perdía su precioso tiempo. Aún le faltaban <strong>la</strong>s oraciones y <strong>la</strong><br />

iglesia cerraría en media hora. Tuvo el impulso de sacar <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong><br />

y despacharlo, porque ya no veía a un adorable bebé, sino a un<br />

monstrico que se le reía en <strong>la</strong> cara. No, no disparaba a menores.<br />

En su historial contaban ancianos, hombres, mujeres, putas hermosas,<br />

enfermos, tullidos, maricones, jamás niños. Había perdido<br />

algunos clientes debido a aquel precepto invio<strong>la</strong>ble. Algún día, si<br />

llegaba vivo a los sesenta, se mudaría a otra ciudad, fundaría una<br />

familia y tendría a su pequeño salvaje.<br />

—Un peso y te compras veinte como ese.<br />

—Cinco, y me compro cien.<br />

<strong>El</strong> niño continuaba enseñando <strong>la</strong> sonrisa maligna. Metió <strong>la</strong><br />

mano en el bolsillo. <strong>El</strong> billete más pequeño era de diez.<br />

—Me vas a estafar, cabroncito.<br />

<strong>El</strong> niño tomó el dinero, soltó el papel y escapó corriendo.<br />

Retornó a <strong>la</strong> mesa. Lo abrió y se quedó mirando muy fijo. Nunca<br />

conocía a sus víctimas, Dios le evitaba esa prueba, y ahora de<br />

repente el nombre y el lugar le resultaban angustiosamente próximos,<br />

y hasta el rostro se le quiso construir en <strong>la</strong> memoria. No<br />

pudo terminar el refresco, estaba caliente. De no ser un día <strong>la</strong>borable<br />

hubiera preferido pedir aguardiente, salchichas chinas. No<br />

bebía antes de hacer un trabajo y de <strong>la</strong>s salchichas solo quedaba<br />

el recuerdo. Enfrentaba a <strong>la</strong> víctima cojonudo, contrario a <strong>otros</strong><br />

matones que se emborrachaban para darse valor y no recordar ni<br />

arrepentirse. No necesitaba el alcohol ni <strong>la</strong> droga, su deuda espiritual<br />

quedaba saldada, y al día siguiente, hombre nuevo.<br />

Guardó el escrito. Ma<strong>la</strong> suerte, dijo. Era una prueba, estaba<br />

seguro. Él se debía a su profesión, a su destino. La única sangre<br />

no derramada sería <strong>la</strong> de los ángeles–niños, aunque fueran pequeños<br />

bandidos como el reciente. Los demás quedaban condenados.<br />

Pidió otra co<strong>la</strong>. Bebió varios sorbos. Exigió <strong>la</strong> cuenta. Se paró<br />

170


LITERATURA POLICIAL<br />

en <strong>la</strong> acera y volvió a subir <strong>la</strong> vista hasta tocar <strong>la</strong> punta del campanario.<br />

No quiso seguir pensando en <strong>la</strong> cara conocida.<br />

Acostumbraba a cambiar de iglesia. Todos los párrocos terminaban<br />

confidentes de <strong>la</strong> policía. Quería liberarse. Confesaba el crimen<br />

no cometido aún y el cura de turno, aunque fingiera parsimonia,<br />

se sobresaltaba con <strong>la</strong> noticia y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras olorosas ya a<br />

muerte: Padre, debo matar a un desdichado, y a pesar del pecado<br />

mi alma se mantiene limpia, no hay rencor y ya estoy arrepentido.<br />

He sido elegido para mandar malos espíritus al infierno, ¿comprende?,<br />

un trabajo común, como carpintero o abogado. Ya recé<br />

varios Padre Nuestro y un Ave María. ¿Me absuelve? Absolvía, y<br />

salía disparado para <strong>la</strong> estación de los polis. Trompetas, traidores<br />

de sus juramentos. En <strong>El</strong> Sagrado Corazón encontró tolerancia, <strong>la</strong><br />

voz amable, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras piadosas del párroco, que no fue directo<br />

a los fianas sino a su casa. Quiso comprobar su integridad, el<br />

aguante, y repitió una vez más <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción criminal, <strong>la</strong>s mismas<br />

frases, y <strong>la</strong> actitud no cambió. Entonces decidió elegirlo confesor<br />

espiritual, sin fiarse del todo. Mantenía discreción y se transformaba<br />

en cada visita: a veces barba y gabán, a veces afeitado y<br />

sombrero, o gafas y bigote. La re<strong>la</strong>ción fluía natural, a través del<br />

confesionario.<br />

Caminaba comedido, como acostumbrándose a <strong>la</strong> idea.<br />

Llevaba <strong>la</strong> mano izquierda en el abrigo, el papelito apretado dentro.<br />

Entró a una florería. Llevar flores estaría bien, lo precisaban<br />

<strong>la</strong>s ocasiones especiales. Compró doce girasoles pensando en los<br />

doce apóstoles. Un girasol a cada mediador y todo resuelto. ¿Bajo<br />

qué santo había nacido? San Felipe Neri, confesor, un santo<br />

pequeño, olvidado.<br />

Miró <strong>la</strong>s flores comp<strong>la</strong>cido. Le seguía picando <strong>la</strong> garganta,<br />

pidiéndole a gritos el trago fuerte. La garganta o el miedo, porque<br />

inexplicablemente comenzó a sudar algo desmedido. ¿Miedo a<br />

quién? A Dios quizá. Lo probaba, quería verlo dudar, desfallecer.<br />

171


LITERATURA POLICIAL<br />

No puedes hacerme esto, Señor, sabes que es solo un trabajo más<br />

y debo cumplirlo bien o me autodespido del mundo.<br />

Volvió a <strong>la</strong> fonda. <strong>El</strong> mozo le sirvió un doble. Vio<strong>la</strong>ba un precepto<br />

sagrado. <strong>El</strong> ron desapareció a través de su boca y saboreó<br />

el ardor, el gusto añejo.<br />

Quedaban pocos minutos, pronto cerraría <strong>la</strong> parroquia. No<br />

era fecha de grandes santos, <strong>la</strong> encontraría deso<strong>la</strong>da. Mantuvo el<br />

paso medio, <strong>la</strong> vista fija en lo alto, posada en <strong>la</strong>s torres. Se le<br />

ocurrió silbar su melodía preferida, Más allá del cielo. Mi<strong>la</strong>gros<br />

Vocecita <strong>la</strong> cantaba magistral los domingos en el Ruiseñor, un bar<br />

de Oriente. Una negra con voz de mezzosoprano b<strong>la</strong>nca, aunque<br />

no le gustaba que le dijeran eso. Las voces eran incoloras y el<strong>la</strong><br />

no tenía culpa. Cierto, no se podía culpar de impostora, porque<br />

hasta cuando hab<strong>la</strong>ba dejaba escapar el timbre filtrado, y quien<br />

<strong>la</strong> escuchase sin ver<strong>la</strong> creería estar oyendo a una jovencita b<strong>la</strong>nca<br />

y no una negra camino a los cincuenta. De haber tenido menos<br />

años le hubiera propuesto matrimonio. La voz lo cautivó. Se<br />

pensó alguna vez cambiando de oficio, de matón a empresario<br />

musical, promotor de <strong>la</strong> sin igual Mi<strong>la</strong>gros, talento le sobraba.<br />

Conquistarían Europa, los Estados Unidos. ¿Qué pasó con<br />

Mi<strong>la</strong>gros Vocecita? No se supo. Apareció muerta en un hotel, dos<br />

puña<strong>la</strong>das le rompieron el corazón. No creyó que lo molestara<br />

tanto una muerte; él, acostumbrado a tantas. Intentó averiguar<br />

entre matones y gente baja. Nadie sabía. ¿Por qué venía Mi<strong>la</strong>gros<br />

Vocecita a sus pensamientos? Quizá porque todas <strong>la</strong>s muertes<br />

fatales se re<strong>la</strong>cionaban, y esta de hoy también lo inquietaría.<br />

Recordó que no había insta<strong>la</strong>do el silenciador. Pensó pasar a<br />

un baño público y colocarlo, sin embargo allí podría encontrar a<br />

algún mirón insistente. <strong>El</strong> confesionario podía servir, lo utilizó en<br />

otras ocasiones, su sangre fría lo acompañaba.<br />

Los dos policías apostados en <strong>la</strong> esquina de Rosario y San<br />

Rafael lo escudriñaron indiscretos. Cambió de acera. Los policías<br />

172


LITERATURA POLICIAL<br />

siguieron velándolo. ¿Qué coño miraban? A lo mejor los girasoles<br />

gigantes. Se detuvo a ojear dos o tres vidrieras y espió <strong>la</strong> esquina.<br />

Los agentes reanudaron el diálogo y le quitaron <strong>la</strong> vista.<br />

Cuando llegó a <strong>la</strong> iglesia, el sudor le corría de <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong>s<br />

pantorril<strong>la</strong>s. La vida colocaba trampas, entrecruzaba los caminos.<br />

¿La vida o Dios? Daba igual, alguien torcía <strong>la</strong>s cosas e impedía su<br />

flujo normal, inventaba el dolor y se gozaba en <strong>la</strong> tragedia. <strong>El</strong>egía<br />

a hombres como él y los utilizaba como instrumentos ¿Con qué<br />

fin? Dios sabría. Muchas cosas no tenían explicación, y buscar<strong>la</strong><br />

significaba perder el juicio, descreer, confundirse.<br />

Dos mujeres rezaban de<strong>la</strong>nte y un hombre detrás. Una tercera<br />

aguardaba junto al altar. Demasiadas personas, tendría que esperar<br />

<strong>la</strong> hora del cierre y ve<strong>la</strong>r que ninguna devota fanática se quedara<br />

rondando. Debía de ser adentro, los demás lugares engendraban<br />

mayores complicaciones. Se persignó y respiró profundo.<br />

Sin levantar <strong>la</strong> vista, se arrodilló a los pies de <strong>la</strong> cruz y colocó los<br />

girasoles. Se misericordioso, Señor, tu hijo viene a ti humilde y<br />

confundido. No quiero profanar tu casa, solo hago mi trabajo.<br />

Pronunció nueve Padre Nuestro y un Ave María, ni más ni menos.<br />

Se retiró a <strong>la</strong>s últimas fi<strong>la</strong>s, cerca del hombre que tenía <strong>la</strong> cabeza<br />

apoyada en el asiento. Parecía dormido o borracho, vestía mal.<br />

Pobre diablo, pensó.<br />

La iglesia no demoró en despejarse, solo quedaba el hombre,<br />

que seguía inmutable. <strong>El</strong> cura salió del confesionario y él se le<br />

ade<strong>la</strong>ntó.<br />

—Necesito unos minutos, padre, no demoraré.<br />

Miró de sos<strong>la</strong>yo al Cristo y entró persignándose. <strong>El</strong> confesor<br />

no lo reconoció hasta que empezó a hab<strong>la</strong>r:<br />

—Debo matar a un desdichado...<br />

Sacó el silenciador y lo fue enroscando sin ganas. Tuvo que<br />

secarse el sudor de <strong>la</strong> cara, contro<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s manos, tomar fuerzas<br />

para seguir hab<strong>la</strong>ndo. Pensó en el hombre de <strong>la</strong> última fi<strong>la</strong>, <strong>la</strong><br />

173


LITERATURA POLICIAL<br />

distancia le impediría escuchar.<br />

—...comprenda, solo hago mi trabajo, Padre, un oficio más,<br />

como carpintero o abogado. Usted sabe entender porque cumple<br />

su misión como nadie, lo he comprobado: dos confesiones de<br />

trabajos de muerte y se va a casa a guardarse el secreto. Es muy<br />

duro mi empleo en un país como este, quedan muy pocos curas<br />

dignos, ¿sabía que <strong>la</strong> mayoría son confidentes de <strong>la</strong> policía? Dios<br />

los juzgará, y a mí, a lo mejor, llegue a perdonarme, y usted no<br />

deberá hacer menos. Sepa que no hay rencor en mi corazón y ya<br />

estoy arrepentido. ¿Me absuelve?<br />

Terminado el “en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu<br />

Santo. Amén”, dos ba<strong>la</strong>s atravesaron el cráneo frontal del clérigo<br />

y se alojaron en su cerebro.<br />

Buscó rápido el fondo, los bancos finales. Notó <strong>la</strong> ausencia del<br />

hombre. Apenas puso un pie fuera del confesionario, descubrió <strong>la</strong><br />

punta del cañón apuntándole entre dos brazos firmes, provenientes<br />

del hombre en harapos. Miró al Cristo. Recuperaba cierta paz,<br />

cesaba el sudor, <strong>la</strong> leve culpa. La voz imperativa le ordenó tirar el<br />

arma. Intentó levantar<strong>la</strong>, pero los disparos no llegaron a cruzarse,<br />

el otro se ade<strong>la</strong>ntó. Mientras caía, se sorprendió pensando en<br />

Mi<strong>la</strong>gros Vocecita. Más allá del cielo.<br />

Los curiosos invadieron <strong>la</strong> iglesia. <strong>El</strong> policía vestido de ma<strong>la</strong>vida<br />

habló como si se disculpara:<br />

—Nunca creímos que el cura fuera el próximo. No le dio tiempo<br />

a salir del confesionario, a hacer <strong>la</strong> señal acordada.<br />

Llegaron más policías a despejar <strong>la</strong> muchedumbre. Una ambu<strong>la</strong>ncia<br />

se llevó los cuerpos. De una de <strong>la</strong>s manos cayó el papel de<br />

confituras. Nadie lo advirtió excepto un niño. Lo agarró sigiloso<br />

y lo guardó en su bolsillo. Reía.<br />

174


CIENCIA FICCIÓN


Castigo y crimen<br />

Yonnier Torres


CIENCIA FICCIÓN<br />

“los rusos… son vastos,<br />

vastos como <strong>la</strong> tierra en que viven,<br />

y sumamente proclives a lo fantástico y lo desordenado”.<br />

F. Dostoievski<br />

<strong>El</strong> inspector Iliá Petróvich encendió <strong>la</strong> luz y Raskólnikov se<br />

cubrió los ojos con <strong>la</strong>s manos. La habitación era pequeña,<br />

estaba compuesta por una mesa y dos sil<strong>la</strong>s, del techo colgaba<br />

un foco b<strong>la</strong>nco, <strong>la</strong>s paredes estaban cubiertas de cristales,<br />

sobre el picaporte de <strong>la</strong> puerta resaltaban los botones rojos de un<br />

intercomunicador, que conectaba <strong>la</strong> Sa<strong>la</strong> de Interrogatorios con el<br />

Departamento de Análisis y a espaldas del inspector, en el extremo<br />

derecho de <strong>la</strong> pared, una cámara encerraba el rostro de<br />

Raskólnikov, intentando registrar cada una de sus expresiones.<br />

Petróvich miró <strong>la</strong> hora en su reloj de pulsera y dijo:<br />

—Durante varios años, San Petersburgo ha sido <strong>la</strong> ciudad más<br />

violenta de Europa: robos, asaltos, vio<strong>la</strong>ciones, atentados, homicidios,<br />

secuestros. La pobreza se agolpaba en <strong>la</strong>s calles, como ese<br />

polvo arremolinado en <strong>la</strong>s esquinas cuando está a punto de llover.<br />

Pero gracias a los esfuerzos del Gobierno y al interés de <strong>la</strong><br />

Comisaría Central, <strong>la</strong> situación ha cambiado.<br />

Se acercó a los cristales como si quisiera inspeccionar <strong>la</strong> limpieza,<br />

volvió a mirar <strong>la</strong> hora en su reloj y tomó asiento frente a<br />

Raskólnikov:<br />

—Usted estudiaba leyes.<br />

—Estudio leyes —respondió Raskólnikov.<br />

—Hace dos semanas que no asiste a <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses en <strong>la</strong> Universidad.<br />

177


CIENCIA FICCIÓN<br />

—Hace dos semanas que estoy enfermo.<br />

—¿Ha tomado medicinas?<br />

—Para <strong>la</strong> fiebre no <strong>la</strong>s necesito. Me basta <strong>la</strong> sopa de coles que<br />

prepara Nastacia y el té amargo. Dentro de poco estaré recuperado<br />

y volveré a <strong>la</strong> Universidad. ¿Por qué me han traído hasta<br />

aquí?, a nadie lo interrogan por faltar a c<strong>la</strong>ses.<br />

—Esto no es un interrogatorio —dijo Petróvich—, esos son<br />

métodos arcaicos, digamos que <strong>la</strong>s acciones de interrogar, descubrir<br />

o investigar, han pasado de moda. ¿Ha oído usted hab<strong>la</strong>r de<br />

<strong>la</strong> psicología conductista?<br />

—No, nunca. Me está haciendo perder el tiempo, no tengo<br />

motivos para estar aquí. Ustedes deberían encargarse de tareas<br />

útiles, atrapar a <strong>la</strong>drones y criminales.<br />

—Eso hacemos, eso hacemos —el inspector se recostó al espaldar<br />

de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, se acarició suavemente <strong>la</strong>s cejas con <strong>la</strong> punta de los<br />

dedos y luego cruzó <strong>la</strong>s manos sobre el pecho. Raskólnikov, sin<br />

dudas, comenzaba a perder <strong>la</strong> paciencia.<br />

—La señora Nastacia es muy buena con usted —dijo<br />

Petróvich—, ve<strong>la</strong> por su salud como si fuera su madre…<br />

—¡¿Qué importa eso ahora?! —gritó Raskólnikov— Exijo que<br />

explique por qué me tiene encadenado a esta sil<strong>la</strong> de mierda.<br />

—No se altere joven. En <strong>la</strong> psicología conductista hay dos<br />

cosas fundamentales: los motivos y <strong>la</strong>s reacciones. Usted coincide<br />

plenamente con el patrón de pruebas para <strong>la</strong>s monomanías de<br />

tipo A, o sea, <strong>la</strong>s más comunes. Está hundido en <strong>la</strong> miseria, no<br />

posee nada a su favor, debe dos meses de alquiler, solo se alimenta<br />

con lo que le prepara <strong>la</strong> buena de Nastacia y para colmo, le ha<br />

vendido sus libros de leyes al estudiante Razumijin, para pagar<br />

sus deudas de juego. Usted está, sencil<strong>la</strong>mente, acabado.<br />

—Eso no es cierto —respondió Raskólnikov—, dentro de<br />

poco recibiré veinte rublos, voy a empeñar el reloj p<strong>la</strong>teado de mi<br />

padre. Pagaré el alquiler, recuperaré los libros y volveré a <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>-<br />

178


CIENCIA FICCIÓN<br />

ses en <strong>la</strong> Universidad.<br />

—Pero se quedará sin el reloj. Es el único recuerdo que posee<br />

de su padre, ¿qué pensarían su madre y su hermana si se enteraran<br />

que lo ha empeñado? No le quedan salidas, ya lo indica <strong>la</strong><br />

psicología conductista: usted cometerá un crimen.<br />

—Eso es absurdo —dijo Raskólnikov y tuvo deseos incluso de<br />

echarse a reír, pero no lo hizo. La risa, generalmente, es un símbolo<br />

de debilidad—. ¿Cómo puede dar por sentado que me convertiré<br />

en un criminal? Podría ofrecer lecciones para chicos retrasados<br />

en Aritmética, en Derecho Civil, incluso en Biología.<br />

Ganaría diez rublos por semana. Razumijin me podría ofrecer<br />

algún trabajo de traducción, conozco el alemán y el francés…<br />

—No se esmere —interrumpió el inspector—, el conductismo<br />

es infalible. ¿Sabe qué es esto?<br />

Extrajo un pequeño aparato de su bolsillo y lo colocó encima<br />

de <strong>la</strong> mesa.<br />

—¿Un teléfono móvil?<br />

-No, mírelo bien.<br />

—¿Un IPod?<br />

—¡No! ¡Por Dios! —gritó Petróvich— Este es el resultado de<br />

años de psicología conductista. Nuestro Gobierno invirtió medio<br />

millón de rublos en su construcción. Este aparato, pequeño, sencillo,<br />

es capaz de captar y trasmitir con una semana de ante<strong>la</strong>ción,<br />

los actos criminales que sucederán en cincuenta mil<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> redonda.<br />

—¿Cómo en <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de Spielberg?<br />

—¡Por Dios! —gritó de nuevo Petróvich—, pero qué dice,<br />

mejor que en <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de Spielberg. Esto no posee margen de<br />

error, es portátil, viene acompañado por un Manual de<br />

Instrucciones, un estuche de puro caucho con el logotipo del producto<br />

en líneas doradas y por si fuera poco, tiene una garantía de<br />

seis meses.<br />

179


CIENCIA FICCIÓN<br />

Raskólnikov quedó impresionado, <strong>la</strong> cámara pudo captar con<br />

precisión sus gestos y el repentino cambio de semb<strong>la</strong>nte. Su expresión<br />

de asombro se trocó por miedo y confusión. ¿Cómo es posible?,<br />

pensó, ¿dentro de una semana seré un criminal?<br />

<strong>El</strong> inspector encendió con orgullo el aparato y disfrutó cada<br />

segundo el gesto estupefacto del joven. Se puso de pie y dando<br />

paseítos de una pared de cristal a <strong>la</strong> otra, dijo:<br />

—<strong>El</strong> próximo lunes con <strong>la</strong> caída de <strong>la</strong> tarde comenzará a llover.<br />

Por <strong>la</strong> avenida del río Neva, una muchacha completamente<br />

ebria será seguida de cerca por un hombre que intentará aprovecharse<br />

de <strong>la</strong> situación, pero usted aparecerá en una de <strong>la</strong>s esquinas,<br />

descubrirá lo que sucede, armará un escándalo, el hombre<br />

correrá asustado y usted, haciendo ga<strong>la</strong> de gentileza y buenos<br />

sentimientos, le entregará los únicos tres kopeks de su bolsillo a<br />

<strong>la</strong> muchacha, para que tome un coche hasta su casa —Raskólnikov<br />

respiró aliviado y <strong>la</strong> cámara captó una media sonrisa—, luego<br />

caminará en dirección contraria hasta llegar al apartamento de <strong>la</strong><br />

usurera Aliona Ivánova, a quien le había entregado el día anterior<br />

el reloj p<strong>la</strong>teado de su padre. Entrará al recibidor y <strong>la</strong> matará con<br />

un hacha; y no solo a el<strong>la</strong>, sino además a <strong>la</strong> sobrina Lizabeta, que<br />

tendrá <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte de llegar a casa en ese justo instante.<br />

—¿Con un hacha?—preguntó Raskólnikov.<br />

—Sí, con un hacha.<br />

—Pero es que yo no tengo hacha.<br />

—Veamos —dijo Petróvich y presionó algunos botones—. <strong>El</strong><br />

aparato no lo seña<strong>la</strong>. Sería pedir demasiado. A fin de cuentas eso<br />

es lo de menos, en todas <strong>la</strong>s tiendas de herramientas de San<br />

Petersburgo <strong>la</strong>s venden, además es probable que en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja<br />

de su edifico, cerca de <strong>la</strong> cocina, encuentre una pequeña.<br />

Se acercó al intercomunicador, pidió que le alcanzaran un<br />

modelo oficial y un <strong>la</strong>picero, le puso pausa al aparato y dijo:<br />

—Tomemos dec<strong>la</strong>ración.<br />

180


CIENCIA FICCIÓN<br />

Raskólnikov intentó protestar, decir algo, pero <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras no<br />

le salían, estaba pálido, le faltaba el aire y mientras el inspector le<br />

sostenía con dureza <strong>la</strong> mirada, solo pudo balbucear y repetir en<br />

una letanía constante:<br />

—Yo no soy un criminal, yo no soy un criminal, yo no soy un<br />

criminal…<br />

Media hora después, completamente exhausto, aceptó su condición<br />

y se dec<strong>la</strong>ró culpable.<br />

Petróvich tomó <strong>la</strong> primera hoja del formu<strong>la</strong>rio y dijo:<br />

—Veamos, Rodión Románovich Raskólnikov. ¿Cuál es su<br />

edad?<br />

—23 años<br />

—Móvil de los crímenes.<br />

Raskólnikov se quedó un rato en silencio. No sabía con precisión<br />

por qué habría de matar a <strong>la</strong>s dos mujeres con el hacha.<br />

—Espera un segundo —dijo Petróvich— revisemos <strong>la</strong> memoria.<br />

Deslizó su pulgar por <strong>la</strong> superficie táctil. —Era de suponer,<br />

cuando <strong>la</strong>s mujeres caen al suelo revisas todas <strong>la</strong>s gavetas buscando<br />

el reloj de tu padre y de paso, te echas <strong>la</strong>s joyas en los bolsillos.<br />

Apuntó <strong>la</strong> información y cuando se disponía a realizar <strong>la</strong> pregunta<br />

siguiente, <strong>la</strong> imagen en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> del aparato comenzó a<br />

parpadear.<br />

—¿Y a esto qué le pasa? —dijo— quizás sea <strong>la</strong> cobertura,<br />

enseguida regreso. Abrió <strong>la</strong> puerta y fue corriendo al Departamento<br />

de Análisis.<br />

Raskólnikov quedó solo en <strong>la</strong> habitación, recostó su frente<br />

sobre <strong>la</strong> mesa y no dejó ni un instante de pensar: un criminal, me<br />

he convertido en un criminal.<br />

Al rato entró Petróvich a <strong>la</strong> habitación, tomó a Raskólnikov<br />

por el cuello de <strong>la</strong> camisa y comenzó a gritar:<br />

—¡Todos los estudiantes son iguales, tanto caldo de coles y té<br />

amargo solo produce debilidad! ¿Acaso no puedes golpear más<br />

181


CIENCIA FICCIÓN<br />

fuerte? ¿Acaso no sabes que Aliona Ivánova y su sobrina tienen<br />

prótesis craneales de acero? Con tal chapucería no hay quien<br />

trabaje. <strong>El</strong> aparato acaba de trasmitir <strong>la</strong>s últimas imágenes de esa<br />

noche. Mientras abarrotas tus bolsillos, <strong>la</strong>s mujeres se levantan,<br />

toman el hacha y te abren <strong>la</strong> cabeza a <strong>la</strong> mitad —Petróvich miró<br />

su reloj de pulsera—, ya es casi <strong>la</strong> hora de salida y tengo que<br />

comenzar todo de nuevo.<br />

Luego de <strong>la</strong> conmoción el joven se dejó caer sobre <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>,<br />

recobró el aliento y dijo:<br />

—Entonces no mueren. No soy un asesino.<br />

Petróvich presionó los botones rojos del intercomunicador:<br />

—Traigan a Aliona Ivánova y a Lizabeta.<br />

—¿Bajo qué cargos? —le preguntaron.<br />

—Homicidio.<br />

Guardó el aparato en su bolsillo. Salió por <strong>la</strong> puerta, apagó <strong>la</strong><br />

luz y Raskólnikov quedó nuevamente sumido en <strong>la</strong> oscuridad.<br />

182


En cande<strong>la</strong> con<br />

Ochosi<br />

Erick J. Mota


CIENCIA FICCIÓN<br />

Primero fue el dolor de mue<strong>la</strong>s. Y luego. Y luego también. <strong>El</strong><br />

dolor de mue<strong>la</strong>s persiste en todo momento y carece de posición<br />

de alivio. Los calmantes casi nunca funcionan y siempre<br />

<strong>la</strong> cura es mucho más dolorosa. No existe sentencia ni castigo<br />

en el mundo que supere a un dolor de mue<strong>la</strong>s.<br />

Después vinieron los aseres y me golpearon. Unos tipos de casi<br />

dos metros de alto con caras de cinta negra en varias artes marciales.<br />

Eran tipos de <strong>la</strong> calle, sin estilo, con ropas de colores chillones.<br />

De los que suelen contratar los maridos celosos para dar<br />

una golpiza, o <strong>la</strong>s putas de esquina para sentirse importantes con<br />

un guardaespaldas.<br />

Me golpearon con los puños, con el canto de <strong>la</strong> mano, con los<br />

pies y el mango de <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s. <strong>El</strong> dolor de mue<strong>la</strong>s era peor.<br />

Cuando creyeron que habían acabado conmigo, me arrastraron<br />

afuera. Rodé tres pisos de escalera hasta llegar a <strong>la</strong> calle. Tres<br />

pisos de escalera maloliente y estropeada.<br />

Hago notar que nadie en el so<strong>la</strong>r intervino o acudió en mi<br />

ayuda. Como nadie ayudó al jefe de <strong>la</strong> FULHA y al Machuca, mi<br />

socio en aquellos <strong>la</strong>rgos entrenamientos de <strong>la</strong> Siberia, cuando los<br />

acuchil<strong>la</strong>ron en <strong>la</strong> azotea del Focsa. Esta gente no cree en nadie.<br />

Ah, los barrios decentes… Eso dijo el que me alquiló el cuarto.<br />

Nadie se mete donde no lo l<strong>la</strong>man. Un lugar sin héroes. Sin demonios.<br />

Típico de Centro Habana. <strong>El</strong> sitio ideal para esconderse de<br />

<strong>El</strong>los. Cuanto necesitaba era dejar pasar el tiempo hasta que se<br />

184


CIENCIA FICCIÓN<br />

aburrieran de buscarme.<br />

Y pasara el dolor de mue<strong>la</strong>s.<br />

Todo fue por culpa de Diana. Había hecho más de quince<br />

l<strong>la</strong>madas a mi número, a pesar de mi pedido expreso para que no<br />

lo hiciera. Estaba en problemas con los Santeros, <strong>la</strong> línea no era<br />

segura y el<strong>la</strong> se ocupó de vio<strong>la</strong>r los veinte mil protocolos de seguridad<br />

que habíamos acordado.<br />

No es que Diana sea una ma<strong>la</strong> mujer, sólo está algo perturbada.<br />

Venir c<strong>la</strong>ndestina desde Miami fue traumático para el<strong>la</strong>.<br />

Hubo mal tiempo y <strong>la</strong> balsa se volcó. Los tiburones se despacharon.<br />

A el<strong>la</strong> <strong>la</strong> salvó una de <strong>la</strong>s patrul<strong>la</strong>s que custodian <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>taformas<br />

petroleras de los Testigos de Jehová. La rescataron y le<br />

permitieron llegar a La Habana sin informar a inmigración.<br />

Pasarse más de veinticuatro horas en una p<strong>la</strong>taforma de extracción<br />

rodeado de Testigos de Jehová puede ser traumático para<br />

cualquiera. Incluso si los tiburones no se hubiesen comido a tus<br />

compañeros de viaje. Sé cómo es, yo también llegué en balsa a La<br />

Habana. Pero mi historia es diferente. He visto cosas más peligrosas<br />

que el estrecho de <strong>la</strong> Florida.<br />

En <strong>la</strong> calle me estaba esperando Daniel, Sacerdote Iworo y<br />

brazo ejecutor del c<strong>la</strong>n de Ochosi: b<strong>la</strong>nco, caucásico y grande,<br />

aunque no tanto como los aseres. Uno de los tipos que más dinero<br />

había hecho con el hackeo de sistemas en <strong>la</strong> Red Global.<br />

—Te fuiste sin terminar el trabajo, Pablito. Dejaste vivo al<br />

punto.<br />

—Era un niño —y el dolor de mue<strong>la</strong>s que no se iba—, yo no<br />

mato niños.<br />

—Tiene 15 años. Estoy seguro de que ha tenido más jevas que<br />

tú y ya debe haber matado a alguien por ahí. Además, se atrevió<br />

a desafiar a los c<strong>la</strong>nes de <strong>la</strong> Reg<strong>la</strong> de Ocha. Debe morir.<br />

—No es mi estilo —intenté levantarme, pero el dolor era enorme—.<br />

Me dijiste que un novato entró en tus servidores y se llevó<br />

185


CIENCIA FICCIÓN<br />

una mierda sagrada de esas. No me dijiste que era un niño. Yo<br />

tengo mi ética, Daniel, igual que ustedes, los santeros tienen <strong>la</strong><br />

suya allá adentro, en <strong>la</strong> Red Global. No mato embarazadas.<br />

Tampoco a niños. Si quieres un psicópata contrata los servicios de<br />

<strong>la</strong> fundación Charles Manson.<br />

—Pablo, Pablo, nunca vas a aprender. <strong>El</strong> c<strong>la</strong>n llegó a sentir<br />

respeto por ti, por tu profesionalismo. Pensamos que tú eras el<br />

indicado para el trabajo. La ofrenda virtual que le robaron al<br />

altar de Ochosi no es cosa de juego. <strong>El</strong> Oricha aún lo está<br />

rec<strong>la</strong>mando pero el muchacho sigue sin conectarse. Hasta ahora<br />

eso le ha salvado <strong>la</strong> vida. En cambio <strong>la</strong> tuya no vale nada.<br />

Me incorporé y puse <strong>la</strong>s manos en <strong>la</strong> espalda, para estirarme.<br />

Mi pisto<strong>la</strong> no estaba allí. La busqué con disimulo haciendo un<br />

medio giro lentamente, como al azar. Entonces <strong>la</strong> encontré: en <strong>la</strong><br />

cintura del asere 1 que estaba detrás de mí.<br />

Tengo buenos recuerdos de esa pisto<strong>la</strong>, <strong>la</strong> copia china de<br />

beretta 9 mm. Se <strong>la</strong> quité a un infante de <strong>la</strong> marina mexicana.<br />

Estábamos en Old Texas cuando Mexicocalifornia atacó. Las<br />

defensas tejanas nunca fueron más allá de una milicia armada con<br />

viejos M-16 del extinto Army Force. Y c<strong>la</strong>ro, <strong>la</strong> brigada de pacificación<br />

rusa. Pero teníamos órdenes de no intervenir a menos que<br />

nos atacaran. Para cuando pudimos entrar en acción ya no estábamos<br />

en condiciones de ayudar a nadie. Las últimas órdenes del<br />

alto mando fueron resistir hasta <strong>la</strong> muerte. Al día siguiente deserté<br />

y me fui a Miami.<br />

—¿Qué hiciste con el dinero?<br />

—Lo gasté —el dolor de mue<strong>la</strong>s persistía—. Tengo muchas<br />

1 Saludo en dialecto bricamo que mezc<strong>la</strong> varias lenguas carabalíes, el<br />

efik y el ibibiú. Dentro de Cuba <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra se usa (en jerga) como vocativo:<br />

Asere, atiéndeme que te estoy hab<strong>la</strong>ndo.<br />

186


CIENCIA FICCIÓN<br />

deudas y el revendedor de municiones no me hace rebajas.<br />

—Ay, Pablo. ¿Qué voy a hacer contigo? Cuando empezaba a<br />

confiar en ti, te comportas como un pata e’ puerco. Ahora debo<br />

ordenar a estos tipos, que no te llegan ni a los tobillos, que te<br />

maten.<br />

Daniel hizo un gesto con <strong>la</strong> mano y los aseres asintieron.<br />

Por alguna razón que desconozco recordé los campos de entrenamiento<br />

spetznaz, en Siberia.<br />

<strong>El</strong> dolor de mue<strong>la</strong>s, mi<strong>la</strong>grosamente, se detuvo.<br />

Tres de los tipos estaban en mi campo visual, uno a cada <strong>la</strong>do<br />

y otro al <strong>la</strong>do de Daniel, el cuarto asere estaba tras de mí. Escuché<br />

el rastril<strong>la</strong>r cuando sacó su pisto<strong>la</strong>, o mejor dicho, <strong>la</strong> mía. Me<br />

volteé a toda velocidad mientras apartaba <strong>la</strong> cabeza de <strong>la</strong> línea de<br />

tiro y le torcí <strong>la</strong> muñeca en el segundo movimiento. Soltó el arma<br />

pero no <strong>la</strong> dejé que tocara el suelo. Acto seguido disparé contra<br />

el que estaba a <strong>la</strong> izquierda de Daniel. Los <strong>otros</strong> dos, también<br />

hicieron fuego.<br />

Sin dejar de torcer el brazo del asere, lo coloqué de<strong>la</strong>nte de mí<br />

a modo de escudo. Las ba<strong>la</strong>s se detuvieron en su cuerpo. Siempre<br />

usan chalecos rusos, pesados y gruesos. Le pegué un tiro a cada<br />

uno y otro extra para Daniel. Siempre que se choca con un santero<br />

hay que dejarlo bien muerto o el Oricha que lo protege te<br />

matará desde <strong>la</strong> Red. O hackeará <strong>la</strong> mente de alguien que lo haga,<br />

lo cual es peor.<br />

Para concluir, e imprimirle algo de estilo a <strong>la</strong> función, terminé<br />

de torcerle el brazo al asere que me quedaba hasta que se arrodilló<br />

de<strong>la</strong>nte de mí. Le puse el cañón en <strong>la</strong> espalda, bien pegado al<br />

chaleco antiba<strong>la</strong>s, y el proyectil le atravesó el pulmón. La presión<br />

de los gases contra <strong>la</strong> armadura rígida hizo que el arma cu<strong>la</strong>teara<br />

más de lo normal.<br />

Me acerqué a Daniel y vi que aún respiraba. Le apunté justo<br />

entre los ojos y me dispuse a apretar de nuevo el gatillo. Hasta me<br />

187


CIENCIA FICCIÓN<br />

daba gusto.<br />

Todos ellos son iguales. Entran en <strong>la</strong> hermandad para vestirse<br />

de b<strong>la</strong>nco, tener prendas de oro, relojes rusos y pasearse por<br />

Centro Habana en <strong>la</strong>das blindados a altas horas de <strong>la</strong> noche.<br />

Todos se creen tipos duros cuando en realidad eran niñitos nerds<br />

de una escuelita en el barrio de Los Sitios. Terminaron de hackers,<br />

pobres y sin jeva. Entregan cada día más neuronas a los Orichas,<br />

no por fe, sino para ser importantes. Tienen protección divina<br />

desde <strong>la</strong> red y caminan seguros por los barrios sin ley. Ahora los<br />

tipos grandes y fuertes que les quitaban <strong>la</strong> merienda en <strong>la</strong> primaria<br />

trabajan para ellos, son sus guardaespaldas.<br />

No hay fe en estos tipos.<br />

Solo son unos descarados.<br />

Y aquí, fuera de <strong>la</strong> red, lejos del Oricha, son unos cobardes.<br />

—No me mates, Pablo, por tu madre, no hay ninguna necesidad...<br />

te vas meter en cande<strong>la</strong> por gusto… mira, ¿sabes quién<br />

tiene <strong>la</strong> culpa? Diana, tu mujer... el<strong>la</strong> te chivateó. Le ofrecimos<br />

que se quedara con <strong>la</strong> casa cuando murieras y lo dijo todo. <strong>El</strong><br />

resto del C<strong>la</strong>n sabe que vine por ti, si me matas <strong>la</strong> Reg<strong>la</strong> de Ocha<br />

va a estar detrás de tu cabeza.<br />

En eso volvió el dolor y le disparé.<br />

No valía <strong>la</strong> pena contestarle.<br />

Yo todo lo que hice fue por el<strong>la</strong>. <strong>El</strong> muchacho era sobrino<br />

suyo. Quería dinero para montar una red neural y ponerse a quemar<br />

con un juego de esos de inmersión total. Diana habló algo de<br />

un premio que se daba al que ganara. <strong>El</strong> chama hizo lo único que<br />

sabía hacer, hackear. Y lo hizo con <strong>la</strong> gente equivocada. Porque es<br />

verdad que los santeros tienen mucho billete. Pero también es<br />

cierto que <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong>s cosas que poseen, o no son de ellos,<br />

o son sagradas. No debe ser fácil ganarse <strong>la</strong> vida dejando que un<br />

dios africano, residente en una red cibernética, posea tu mente<br />

para atravesar cortafuegos inteligentes.<br />

188


CIENCIA FICCIÓN<br />

<strong>El</strong> sobrino de Diana terminó robando algo que no podía vender<br />

a nadie sin que le metieran un tiro en <strong>la</strong> cabeza. Y tampoco<br />

podía conectarse y devolver<strong>la</strong>. Los Orichas no entienden de esas<br />

cosas. Te robas algo sacro y te castigan con un electroshock por<br />

el puerto de conexión en <strong>la</strong> nuca.<br />

Para cuando le pusieron precio a su cabeza estaba tan desesperado<br />

que acudió a su tía Diana. <strong>El</strong><strong>la</strong> me convenció de protegerlo<br />

pero se puso fatal y <strong>la</strong> Reg<strong>la</strong> de Ocha terminó por contratarme<br />

a mí para matarlo. Entonces le dije que se escondiera por un<br />

tiempo y me inventé lo de <strong>la</strong> ética del asesino profesional. En un<br />

final, ninguno de esos aseres ha saltado de helicópteros en medio<br />

de <strong>la</strong> ventisca o se ha tirado en rapel para atravesar paneles de<br />

vidrio y caer en una habitación llena de chechenios. Y <strong>la</strong> gente se<br />

cree que nos<strong>otros</strong>, los entrenados por los rusos tenemos normas<br />

éticas para matar. ¡Ni que fuésemos samuráis!<br />

Lo único que me faltaba para terminar el día, era ir por <strong>la</strong><br />

perra chivatona de Diana. Porque fue el<strong>la</strong> <strong>la</strong> que me metió en este<br />

problema para que venga a echarme pa<strong>la</strong>nte de esa manera. No<br />

es ético, vaya.<br />

Pero no me apuro... para el asesinato siempre hay tiempo y<br />

necesito ir cuanto antes a un dentista.<br />

No existe sentencia ni castigo en el mundo que supere a un<br />

dolor de mue<strong>la</strong>s.<br />

189


Fangio’s in<br />

memoriam big race<br />

Yoss


CIENCIA FICCIÓN<br />

For Pedro Ruslán Ruano Herrera, que me dio el “pie forzado”<br />

con <strong>la</strong>s pictures de su pre-tesis de artes plásticas.<br />

For el V<strong>la</strong>do, creator del concepto CH.<br />

For Erick Mota, por su Habana Underguater… an obvious precedent.<br />

For Mariane<strong>la</strong>, en Santa C<strong>la</strong>ra…<br />

te debía this short story, muchacha beautiful and sweet.<br />

Mi Nueva Ko<strong>la</strong><br />

My New Ko<strong>la</strong><br />

Tu Nueva Ko<strong>la</strong><br />

Your New Ko<strong>la</strong><br />

La Nueva Ko<strong>la</strong> del pueblo cubano<br />

The New Ko<strong>la</strong> of the cuban people<br />

Nuestra Nueva Ko<strong>la</strong><br />

Our New Ko<strong>la</strong><br />

Dulzura con sueños<br />

Olvida el Red Bull, el Shark, el Energy, <strong>la</strong> LS Co<strong>la</strong><br />

NU Ko<strong>la</strong><br />

Sabor inimitable<br />

Unique taste<br />

Euforizante alucinógeno no adictivo.<br />

Aprobado por <strong>la</strong> OMS y confeccionado a base de<br />

variedades endémicas de campanil<strong>la</strong> (datura sp)<br />

De venta autorizada sólo en el territorio de Cuba,<br />

191


CIENCIA FICCIÓN<br />

Estado Libre Asociado de <strong>la</strong> Unión Norteamericana.<br />

No admita sucedáneos<br />

Don’t accept surrogates<br />

The sweden Thor O<strong>la</strong>fssen, number one de <strong>la</strong> carrera, atravesó<br />

the colossal holograma publicitario bilingüe like a silver arrow<br />

y dobló around el Memorial Castro sin aminorar the speed, pero<br />

without neither derrapar por eso. Su máquina, puro state of the<br />

art, de conducción asistida por IA y tren de levitación magnética<br />

multipuntos, usó el stainless steel de <strong>la</strong>s old silhouettes del Che y<br />

Camilo en <strong>la</strong>s facades de los Ministerios de Orden Interior y<br />

Comunicaciones to obtain el apoyo extra que <strong>la</strong> salvó de salir<br />

despedida on the bend y le permitió to continue hacia <strong>El</strong> Vedado<br />

a de 420 km/h.<br />

The public howled, admirado, although <strong>la</strong> maniobra había<br />

sido so fast que very fews lograron seguir<strong>la</strong> in real time, mucho<br />

menos understand it; <strong>la</strong> mayoría only <strong>la</strong> pudo apreciar a full gracias<br />

a <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>sma megascreens insta<strong>la</strong>das por cortesía del<br />

Gobernador Ventura Aldama, que aspiraba a to be reelected the<br />

next year. Allí el giro apareció a bullet time, and even enriquecido<br />

con sofisticados exp<strong>la</strong>nation’s diagrams y shinings p<strong>la</strong>nos cenitales<br />

del circuito, taken by los diversos satélites y helip<strong>la</strong>taformas<br />

low-flying que cubrían the rally.<br />

Descontando los superfluos comentarys de los oficial’s<br />

speakers, aquello era exactamente the same que ofrecía <strong>la</strong> Wired<br />

Holovision Net, y además without the danger de convertirse en<br />

otro de los col<strong>la</strong>teral’s damages, si alguno de los bólidos se salía<br />

del circuito, como many times ocurría, pese a <strong>la</strong> absolut security<br />

que supuestamente conferían <strong>la</strong>s very tall kev<strong>la</strong>r fences, sin contar<br />

con los huge Thalos de <strong>la</strong> US Navy that were waiting vigi<strong>la</strong>nts<br />

casi en cada corner… aunque en opinión de lot of people, too<br />

armados hasta the teeth, más bien como en previsión of some<br />

terrorist action o algún ataque del even unforeseeable Abakuágang<br />

192


CIENCIA FICCIÓN<br />

que verdaderamente readys for intervenir in the eventuality of any<br />

accident.<br />

Anyway, no guts, no glory… quedarse full safe at home significaría<br />

perderse too el very atractive extra, so beyond his control<br />

para every criollo one hundred per cent, de poder fanfarronear<br />

after the facts diciendo “I was there, just s<strong>la</strong>m at the<br />

street”…<br />

After O<strong>la</strong>fssen pasó el jamaiquino nationalized norteamericano<br />

Robert Mc Pherson, en su modernísimo antigrav saucer; pese<br />

a toda <strong>la</strong> potencia de cálculo de su IA, the most advanced de todas<br />

<strong>la</strong>s p<strong>la</strong>taformas auxiliares informáticas in competition, él sí<br />

braked ligera y prudentemente for not taking the risk de que <strong>la</strong><br />

fuerza centrífuga del closed giro lo hiciera take off del suelo<br />

making him lost el control del vehículo discoidal.<br />

This dirty cowardice le ganó un chorus de abucheos de los<br />

merciless espectadores, most of them renuentes a que en the next<br />

elections <strong>la</strong> is<strong>la</strong> becoming finaly another state del poderoso vecino<br />

del norte y como tal all but anxious de que el representante norteamericano<br />

will gain the victory…<br />

—Tanta prudencia costed to Mc Pherson dos décimas de<br />

segundo. O<strong>la</strong>fssen continued increasing su ventaja y ya began to<br />

definirse como winner indiscutido —comentó cínicamente <strong>la</strong> voz<br />

del Apóstol en el auricu<strong>la</strong>r de Buka, en fluido spanglish cubano—.<br />

It’s not so bad, we can resist que gane el sueco asshole…<br />

actually, we can survive almost everybody mientras no sea ese<br />

nigger son of a bitch disfrazado de yanqui el que se lleve este año<br />

the Golden Bowl. And you, baby, como Dios u Olofi no intervengan<br />

personaly para tirarte un cabo, only can win the Lead’s<br />

Turtle.<br />

—Al carajo <strong>la</strong> jicotea… Shut up you and your big mouth,<br />

fucking toad, y ayúdame tú, so plomo… if you can —gruñó <strong>la</strong><br />

muchacha a través de su tight protector bucal de biogel of sugar<br />

193


CIENCIA FICCIÓN<br />

cane. The stress sweat apelmazaba su lightly golden hair, resbalándole<br />

luego for the cheeks: her helmet era so primitive que ni<br />

siquiera estaba climatizado—. Bloody hell, Apóstol, no seas aura,<br />

at least voy en third p<strong>la</strong>ce… ¿a que you never believe que lo hiciera<br />

so really good? And so far falta el Vedado, the water way del<br />

Malecón y sus muelles, y sobre todo The Maze de CH… ahí no<br />

one de esos strangers sanacos podrá moverse like me, que was<br />

grown in the neighborhood.<br />

Between <strong>la</strong> Facultad de Estomatología y <strong>la</strong> de Artes y Letras,<br />

Buka y su Montuno passed trough otro titánico advertisement,<br />

aunque este written only en el más ortodoxo castel<strong>la</strong>no:<br />

¿Ansioso por dejar el país a toda costa?<br />

¿Ni <strong>la</strong> Unión Europea ni Panasia le otorgan visa por ser<br />

<strong>la</strong>tino?<br />

¿Tan desesperado está que ha considerado incluso <strong>la</strong> emigración<br />

ilegal?<br />

Piénselo mejor. No ponga su vida en manos de los coyotes o<br />

balseros.<br />

En GENRAST tenemos <strong>la</strong> solución que tanto ha buscado.<br />

Según <strong>la</strong> recién aprobada Ley Mundial de <strong>la</strong> Memoria<br />

Genética, todo el que sea capaz de probar que posee antepasados<br />

europeos o asiáticos hasta en <strong>la</strong> quinta generación tiene derecho<br />

a solicitar <strong>la</strong> correspondiente nacionalidad.<br />

Cuba es un país de inmigrantes… y sólo un tercio llegaron de<br />

África. Nos<strong>otros</strong> rastrearemos su ADN para encontrar a sus tatatatarabuelos<br />

del Primer Mundo.<br />

Si funcionó para argentinos y chilenos, convirtiendo a dos<br />

prósperos países en eriales vacíos ¿por qué va a fal<strong>la</strong>r con usted?<br />

—¿Do you remember que existe algo l<strong>la</strong>m’do GPS? —acotó<br />

pesimista el Apóstol—. Y all esos dickheads lo tienen, I’m sure.<br />

Irás tercera, ricura, but your concrete probabilities de ganar <strong>la</strong><br />

Copa Fangio, my sttuborn and idealista darling, siguen siendo<br />

194


CIENCIA FICCIÓN<br />

apenas <strong>la</strong>s de a bloody snowball in the hell o un merengue en <strong>la</strong><br />

puerta de un colegio. Pero, be careful now: the next giro will be<br />

the good one, el de <strong>la</strong> verdad.<br />

Buka didn’t say anything, because her own máquina ya estaba<br />

turning around the big needle del Brothers Castro Memorial:<br />

trescientos metros de altura de puro diamante polimerizado challenging<br />

the sky with its blinder shine.<br />

Nothing de levitación magnética ni antigrav: su sloppy’s<br />

Montuno, a modern miracle del brico<strong>la</strong>je en vehículos de superficie,<br />

constructed with used parts de many differents autos, desde<br />

los old american c<strong>la</strong>ssics Pontiacs, Oldsmobiles y De Sotos hasta<br />

<strong>la</strong>s chinese’s modern shits Kia y Yutong, sin olvidarse de los wonderful<br />

russians Lada, Moskvich y Niva, tenía como tren de rodamiento<br />

a prediluvian sistema de colchón de aire, y era propulsado<br />

for the same powerfulls turbinas que lo mantenían soared a pocos<br />

centímetros over the road, para poder contar además with a little<br />

help from his friend el efecto suelo.<br />

Sad but truly, the top del artefacto eran los 400 km/h… y eso<br />

only con viento a favor. Not either podía mantener aquel<strong>la</strong> velocidad<br />

for more of veinte segundos, o corría el riesgo de literally<br />

desarmarse in a miriad of pieces.<br />

Con only 23 years, Buka, auténtica reve<strong>la</strong>tion pilot de <strong>la</strong> carrera<br />

convocada por el Gobernador Ventura Aldama in homage al<br />

centenario de <strong>la</strong> revolutionary abduction de Juan Manuel Fangio<br />

en el 1958, había crecido en the most marginal towns de La<br />

Habana: CH… aunque she was born in Santa C<strong>la</strong>ra City.<br />

Fuese como fuese, like any habanero will say: “<strong>la</strong> jevita tenía<br />

more tricks escondidos in her sleeve que un wizard en <strong>la</strong>s de su<br />

frac”.<br />

And, <strong>la</strong>st but not least, el Apóstol también <strong>la</strong> estaba supporting<br />

con los suyos.<br />

At the beginning del giro was precisely el Apóstol quien asu-<br />

195


CIENCIA FICCIÓN<br />

mió parcialmente the control del Montuno y lo hizo take out los<br />

turbof<strong>la</strong>ps de side frenado. Understanding the purpose de su<br />

misterioso partner, Buka <strong>la</strong>unched un arpón con stinky head que<br />

se adhirió at the diamond of the obelisc, dándole al bólido el<br />

punto de sujeción that she need… con lo que el whipping effect<br />

resultante, plus the force of Coriolis generada por <strong>la</strong>s little aletas,<br />

y aunque casi llevándo<strong>la</strong> al brain’s b<strong>la</strong>ckout por puro overdrive<br />

de aceleración, <strong>la</strong> hicieron to gain tres segundos enteros.<br />

<strong>El</strong> público shout like a p<strong>la</strong>toon of mad’s monkeys, animando<br />

a <strong>la</strong> única competidora del local team, aunque los locutores, tan<br />

bootlickers del gobierno yanqui as usual, comentaron que aquello<br />

shall be forbidded, porque había sido una falta de respeto a un<br />

Monumento Nacional and suggested even que Yorkana Mariane<strong>la</strong><br />

Del Valle (a. k. a. Buka, y sugirieron poisonous que el alias provenía<br />

de su secret past de street bitch, por su supossed unimitable<br />

habilidad para los blowjobs) must be disqualified por el ultraje,<br />

además de legalmente acusada por faltar al fair p<strong>la</strong>y.<br />

—Esto no va a ser easy. Corremos versus dos rivales and an<br />

army of traitors. No sé si vale <strong>la</strong> pena seguir helping you. Ni why<br />

te empeñas —siguió en su tónica psico-down el Apóstol—. Even<br />

ganes, que no ganarás, they will find a way de quitarte the award.<br />

Not even crazy van a dejar que a poor young cuban girl se lleve<br />

ese trofeo. Y aunque te lo den, I’m afraid that this jodida is<strong>la</strong>nd<br />

will continue being un feudo yanqui… es like with Puerto Rico<br />

hace décadas: todos los boricuas love a lot feeling big patriots<br />

saying shits de los americanos, pero very happy que estaban también<br />

de have the hated passport of the Empire. Y ya sabes: Cuba<br />

y Puerto Rico son de un pájaro <strong>la</strong>s dos a<strong>la</strong>s…<br />

—Y, Apóstol, si no te cal<strong>la</strong>s, lo haré yo con una pa<strong>la</strong> —menaced<br />

Buka a <strong>la</strong> voz, parafraseando <strong>la</strong> célebre cuarteta, mientras su<br />

Montuno traqueteaba like a thunderbird al atravesar el sello<br />

magnético de presión to enter al hightown de <strong>El</strong> Vedado, comple-<br />

196


CIENCIA FICCIÓN<br />

tamente cubierto por una dome climatizada e infrared and UV<br />

rays proof, copia exacta de <strong>la</strong>s old archologys de Houston y<br />

Miami.<br />

<strong>El</strong> Apóstol, seudónimo evidently chosen en honor al apodo<br />

que many years ago (before toda religiosidad se volviera a bit<br />

suspicious) tuvo el today almost forgeted héroe nacional of the<br />

is<strong>la</strong>nd, era the best known voice de <strong>la</strong> resistencia antiyanqui cubana.<br />

His truly identity era un misterio; sus patrióticos artículos y<br />

arengas denouncing the strong anexionismo que amenazaba with<br />

transforming ese mismo año the biggest de <strong>la</strong>s Antil<strong>la</strong>s en el estado<br />

cincuenta y dos de <strong>la</strong> Unión, broadcasted by varios servidores<br />

y proxys ilegales, was turned him en el subversivo most wanted<br />

por el FBI y <strong>la</strong> entreguista Policía Nacional… pero even now en<br />

vano.<br />

A real informatical genious, el Apóstol no sólo has deceived<br />

todas <strong>la</strong>s persecutions; también había conseguido to make contact<br />

con el primitivo sistema de guía cibernética del Montuno de<br />

Buka… y aunque at the start desde La Cabaña Fortress <strong>la</strong> corredora<br />

había intentado don’t hear su char<strong>la</strong>, lo cierto es que very<br />

soon había comenzado a to thank los consejos of the enigmatical<br />

activista… and, specially, el poder contar con un interlocutor que<br />

helped her a re<strong>la</strong>jarse del tremendo driving stress.<br />

A sun beam aparentemente random incidió entonces over her<br />

pupils, deslumbrándo<strong>la</strong>…<br />

HACHÍS DE MI DOLOR<br />

HASCHISCH OF MY PAIN<br />

Marihuana martiana<br />

Martian marihuana<br />

Las mejores cepas transgénicas<br />

The best transgenics cepas<br />

95% del peso seco en TetraHidroCannabinol.<br />

95% of dry weight in TetraHidroCannabinol.<br />

197


CIENCIA FICCIÓN<br />

Fugas garantizadas.<br />

Garanted fuges.<br />

Material imprescindible para resistir <strong>la</strong> realidad cotidiana.<br />

Indispensable material to resist the day-by-day reality<br />

Deje que sus problemas se hagan humo…<br />

Let your troubles smoke…<br />

Suavemente…<br />

Easily…<br />

Any otro driver habría frenado… pero, with suicidal selfconfidence,<br />

Buka simplemente close her eyes y condujo con los<br />

párpados apretados for more than doscientos metros, hasta que<br />

has surpassed el alcance efectivo del publicity beam.<br />

—Great, kamikaze… be careful in the future con esos anunciantes<br />

ilegales… pero <strong>la</strong> blinded conduction que acabas de hacer<br />

es even more dangerous. Estamos jugándonos<strong>la</strong> al canelo, mamita,<br />

be careful. Ojalá we can abduct a O<strong>la</strong>fssen o a McPherson,<br />

como hicieron los del M-26-7 en el 58 con Fangio —se permitió<br />

soñar el Apóstol, while circu<strong>la</strong>ban a 350 km/h por el tramo recto<br />

de 23, <strong>la</strong> main artery de <strong>El</strong> Vedado, ahora con sus anchas pedestrian<br />

sidewalks ais<strong>la</strong>das con tights hidraulics mattress para proteger<br />

the invaluables buildings circundantes de any accident—. Por<br />

mi madre que eso sí que would make a huge international<br />

salpa’fuera.<br />

—Ni así. We will be accused de terroristas… y en un par de<br />

meses they will present una súper holoserie showing the facts<br />

desde el punto de vista que más les conviniera: el del US State<br />

Department —sobbed Buka, aprovechando for drink un par de<br />

tragos de aguazúcar, para reponer energías; all the others competidores<br />

recibían directamente in his veins un suero de dextrosa…<br />

pero el<strong>la</strong> era cubana, ninguna corporación was sponsoringed her,<br />

y sólo por suscripción popu<strong>la</strong>r (promoted, entre <strong>otros</strong>, por el<br />

Apóstol, she supposed) había logrado cubrir ¡y bien apretada-<br />

198


CIENCIA FICCIÓN<br />

mente! <strong>la</strong> prohibitiva race’s inscription fee.<br />

—Cosa beatiful ¿perhaps tú viste “Operación Fangio” the<br />

movie que dirigió Alex Lecchi sobre los sucesos que inspired this<br />

award? —se interesó suddenly el Apóstol.<br />

—I have no time para ver esas holoshits de los brasileños y los<br />

yumas que twisted our history —se excusó Buka, que además de<br />

callgirl, antes de dedicarse a correr vehículos for money había<br />

también sido address distributor de holoseries ilegalmente descargadas…<br />

y never and ever abrió siquiera uno de los envoltorios<br />

that daily carried.<br />

Ya salían de 23 and heading towards CH por el Malecón.<br />

There el colchón de aire del Montuno resultó an unexpected (para<br />

los <strong>otros</strong> corredores) advantage: saliéndose out of the highway<br />

con un very dared acelerón, Buka pasó limpiamente over the wall<br />

del Malecón y aún en el aire shooted un par de oil charged rockets<br />

(price: un ojo de <strong>la</strong> cara every one, in the Army’s excedent b<strong>la</strong>ck<br />

market del barrio del Canal) que al instante convirtieron the<br />

waves under en un quietísimo mirror. Y desp<strong>la</strong>zándose entonces<br />

like a dolphin, casi sin alzar espuma, logró así to reduce en <strong>otros</strong><br />

tres segundos the disavantage con el sueco y el jamaiquino-norteamericano,<br />

crawling like a water snake por <strong>la</strong> intrincada maraña<br />

de los floating docks de GENRAST and the others corporations.<br />

In the holovisión, los comentaristas, more indignateds than<br />

before, si eso fuese posible, prácticamente pedían the head de <strong>la</strong><br />

bad tricky woman, ¡y además, una damned separatista! que<br />

without any experience en this c<strong>la</strong>ss of rallys solo podía estar<br />

teniendo an unbelieved good luck. Obedientes parrots, denostaron<br />

de this ungrateful cabrones independentistas, remembering<br />

que los Thalos de <strong>la</strong> US Navy habían sido the only force capaz de<br />

devolver the order at the country, en el 2028, after the hideous<br />

doce años de street’s riots, ¡casi una civil war! que sucedieron al<br />

199


CIENCIA FICCIÓN<br />

definitive fall del dying régimen comunista. ¿Acaso the assholes<br />

cubans wants que the chaos will to return? ¿Or don’t realized de<br />

que if esa Buka win, con todas sus ilegales acciones, the cause de<br />

aquellos terroristas se vería terrificly and very dangerously estimu<strong>la</strong>ted?<br />

¿Que until today el pueblo of the is<strong>la</strong>nd ni soñar con<br />

being ready para <strong>la</strong> selfgobernation? ¿And que únicamente the<br />

Washington’s administration aglutinator power mantenía the<br />

country far away de un tremendísimo bloodbath y en general, el<br />

despelote vigueta?<br />

—Very good… ya I was asked why coño do you have esos dos<br />

coheticos —aprobó <strong>la</strong>ughing el Apóstol, while continuaban surfing<br />

over the oiled water paralelos a <strong>la</strong> Avenida del Puerto, para<br />

to bend alzando a lot of foam frente al Castillo de <strong>la</strong> Fuerza y<br />

enfi<strong>la</strong>r to the ground para <strong>la</strong> etapa final de <strong>la</strong> Big Race: CH.<br />

—Oh, yeah… no te ocultaré que such film “Operación<br />

Fangio” was una reverenda bullshit, aunque no brasileña ni americana;<br />

coproducción cubanoargentina —continuó con his sudden<br />

obsession el Apóstol. —<strong>El</strong> argumento…<br />

EH, MUJER…<br />

No mires a los <strong>la</strong>dos.<br />

Sí, es contigo. A ti misma te hab<strong>la</strong>mos.<br />

¿Has sido esterilizada por el Programa de Prevención<br />

Pob<strong>la</strong>cional Obligatoria por no alcanzar <strong>la</strong> tasa mínima de<br />

ingreso anual?<br />

Lástima…. porque <strong>la</strong> operación es tan irreversible como necesaria<br />

para evitar <strong>la</strong> explosión demográfica.<br />

Todos lo sabemos.<br />

Pero eso no nos sirve de consuelo.<br />

Ni a nos<strong>otros</strong>, ni mucho menos a ti.<br />

La pregunta fundamental es:…<br />

¿TE SIENTES SOLA?<br />

¿Te parecen demasiado caros los perros, gatos y <strong>otros</strong> animales<br />

200


CIENCIA FICCIÓN<br />

de compañía resistentes a <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>gas transgénicas y de pedigree<br />

homologado?<br />

¿Piensas que tu vida sin un hijo carece de TODO SENTIDO?<br />

Nos<strong>otros</strong> también…<br />

Por eso mismo TE OFRECEMOS UNA OPCIÓN.<br />

A ti… y A ELLOS.<br />

A esos hijos que nadie quiso.<br />

A los nunca nacidos.<br />

A quienes fueron rechazados por sus propias madres.<br />

Tú puedes darles un lugar en el mundo.<br />

Simplemente…<br />

¡Compra un PELUSO tm!<br />

Completamente legales… y seguros.<br />

Desarrol<strong>la</strong>dos con tecnología bioinformática de última generación<br />

a partir de los fetos abortados en <strong>la</strong>s clínicas de Regu<strong>la</strong>ción<br />

Demográfica, nuestros bioandroides infantiles tienen todas <strong>la</strong>s<br />

ventajas de un auténtico niño… pero ¡lo mejor! ninguno de sus<br />

defectos.<br />

PELUSOS tm<br />

<strong>El</strong> remedio definitivo contra <strong>la</strong> soledad y el aburrimiento.<br />

Eidéticamente condicionados para no evacuar sus desechos<br />

corporales fuera de lugar ni de hora. Para no ingerir sustancias<br />

peligrosas. Para no llorar nunca más de dos minutos seguidos.<br />

Para no decir ma<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras ni hacer travesuras… salvo aquel<strong>la</strong>s<br />

que usted previamente elija y pueda soportar. Para ser inimitablemente<br />

cariñosos, obedientes, inteligentes…. BUENOS HIJOS.<br />

Y, LO MÁS IMPORTANTE:<br />

¡Para serlo PARA SIEMPRE!<br />

Para NO CRECER JAMÁS.<br />

Usted puede solicitar un PELUSO tm de <strong>la</strong> edad y el tamaño<br />

corporal que usted desee (sin límites*), con <strong>la</strong> seguridad de que<br />

permanecerá así…<br />

201


CIENCIA FICCIÓN<br />

¡ETERNAMENTE!<br />

Pruebe un PELUSO tm<br />

Y verá cuán rápidamente olvida el significado de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra<br />

“soledad”<br />

*En teoría; como es lógico, los precios se incrementan de<br />

modo exponencial al aumentar <strong>la</strong> edad de <strong>la</strong> unidad encargada,<br />

por encarecimiento del proceso de preparación. Un PELUSO tm<br />

de 12 años vale un millón de dó<strong>la</strong>res. Uno de 15, once millones.<br />

<strong>El</strong> costo de unidades con edades superiores a los 15 años se calcu<strong>la</strong><br />

en billones… aunque jamás se ha manufacturado ninguna.<br />

—Fucking Pelusos. Ese TM no es de Trade Mark, sino de<br />

Tremenda Mierda —grunted Buka, when <strong>la</strong> emisión direccional<br />

selectiva, activada automáticamente en español al read en su identity<br />

chip su condición de hispanic no kids woman, terminó de to<br />

excite su lóbulo auditivo. —Ojalá one of these days los crazy dogs<br />

del Abakuágang asaltaran the factory y se los llevaran even the<br />

<strong>la</strong>st, aunque luego los convirtieran en Mascualos… ¿What was<br />

you saying, papito?<br />

—Don’t say you tanta mierda, mi niña. Ya too mucho mess<br />

hay con un puñado de esos spawns sueltos por CH, imagínate tú<br />

with thousands and thousands…<br />

—Who knows, maybe acaba de sinked todo esto pa’l carajo<br />

—whispered <strong>la</strong> muchacha; lo más hard to hold del Apóstol era his<br />

allknowing and ever didactic attitude, como si el muy cabrón was<br />

the owner de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve de los thunders.<br />

Volviendo to the streets con otro jump, tomó el túnel under <strong>la</strong><br />

P<strong>la</strong>za de Armas y enfiló por Bishop Street, ahora ya menos de un<br />

segundo after McPherson.<br />

<strong>El</strong> Apóstol return to speak of “Operación Fangio”: —It´s not<br />

a holo, sino a 2D film, del 99, con Darío Grandinetti y Laura<br />

Ramos… and maybe you remember she de before <strong>la</strong> silicona, se<br />

hiciera <strong>la</strong> transexual and leaped to the gay hard porno. Pero a él<br />

202


CIENCIA FICCIÓN<br />

sure not… too old for you. Te preguntaba cause perhaps ese evil<br />

one del Gobernador o the think tank de sus canchanchanes que<br />

tuvieron the very brilliant idea de celebrar this year el centenario<br />

de su secuestro y <strong>la</strong>s tres décadas of american militar ocupation sí<br />

vieron <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>, and if you too… ¡CUIDADO!<br />

Sólo the warning del Apóstol y sus very quickly reflejos permitieron<br />

a the young piloto cubana no chocar with the debris del<br />

deslizador magnético del poor O<strong>la</strong>fssen, que una fracción de<br />

segundo before había saltado en pieces, envuelto in fire, por the<br />

mortal impact de un homemade misil tipo “Destimba<strong>la</strong>dor”.<br />

—Speaking about el Rey de Roma…—say el Apóstol.<br />

—… and appear sus nalgonas ¡Coño, los Mascualos…! —was<br />

comp<strong>la</strong>ined a su vez Buka, when decenas of greats siluetas humanoides,<br />

the doomsday weapon de <strong>la</strong>s pandil<strong>la</strong>s criminales de CH,<br />

began to emerge de <strong>la</strong>s alcantaril<strong>la</strong>s y desvanes and hanging down<br />

desde los restaurados buildings del Casco Histórico, making fire<br />

with all sus potentes and improvised armas contra los helicoaviones<br />

de <strong>la</strong> US Navy que ya estaban coming.<br />

If three decades ago los marines norteamericanos had pacified<br />

Cuba con sus Thalos (así bautizados in homage al mítico bronze<br />

giant construido por Dédalo for making the coastguard en <strong>la</strong><br />

Creta del Rey Minos) grandes exoesqueletos armados o combat<br />

mobile-suits, que por its movility and fire power eran prácticamente<br />

one man armies, los sparkly delincuentes cubanos del<br />

Abakuágang have learned very soon cómo make front a tales<br />

titanes metálicos tripu<strong>la</strong>ted by special force’s soldiers: <strong>la</strong> casi<br />

inmediata answer criol<strong>la</strong> fueron los Mascualos.<br />

So named tanto porque su mutated skin poseía a harsh quality<br />

muy semejante a <strong>la</strong> de ciertos sharks como por a very simple<br />

word’s game (Tales y Más-cuáles) los Mascualos were not simples<br />

trajes robóticos, sino real living ciborgs, basados in the same<br />

technology de los PELUSOS tm : seres humanoides breeded-cons-<br />

203


CIENCIA FICCIÓN<br />

tructed a base de fetuses ilegaly stolen off the abortive clinics y<br />

arrojados en cubas con beastly dosis of Growing Hormones para<br />

guarantee un desarrollo aceleradísimo, meanwhile los neurocirujanos-armeros<br />

del Abakuágang les injertaban cuánto artefacto de<br />

destrucción they had conceive and ensemble.<br />

De ese modo, in only a few months (contra el mínimo de dos<br />

años that was need to train un buen piloto de Thalos) salía del<br />

growing tank un titán: seis o siete metros de tall, giant muscles y<br />

pertrechados until the teeth con láser b<strong>la</strong>sters, heavy calibre<br />

machine guns y afustes múltiples de misiles… but with the mental<br />

age de un baby recién nacido, al que sus “padres-patronos” de <strong>la</strong><br />

mafia afrocubana trained like a puppy, hasta que they learned<br />

how to destroy manzanas enteras con el entusiasmo free of all<br />

remorse que sólo un niño pondría in his children’s games…<br />

Very few pilots de Thalos eran rivales para un Mascualo, one<br />

to one… aunque <strong>la</strong> capacidad de strategic coordination entre<br />

varias unidades that defined a los ciborg-suits del US Marine<br />

Corp les daba <strong>la</strong> ventaja when the number of contenders implicados<br />

en <strong>la</strong> refriega increased.<br />

Periodically <strong>la</strong> Policía Nacional and the yankee’s ocupation<br />

troops hacían auténticas batidas por the most dangerous towns of<br />

the city, tratando de seek and destroy los tanques donde were<br />

growed los bizarros monsters, único armamento made in Cuba<br />

del que los ocupantes were really afraid.<br />

But so many money have <strong>la</strong> mafia local del juego, <strong>la</strong> droga y<br />

<strong>la</strong> prostitución, and so extended eran el re<strong>la</strong>jo y <strong>la</strong> corrupción<br />

even in the lines of national order forces, que only rara vez capturaban<br />

anyone… the same cuban cops eran los primeros en to<br />

notify a los delincuentes, para que they can change the ubication<br />

de sus “stunts factories”<br />

The proof de aquel<strong>la</strong> complicity acababa de sentir<strong>la</strong> in his own<br />

flesh and blood el casi ganador del rally… Buka se alegró when<br />

204


CIENCIA FICCIÓN<br />

she realized que the viking había at least logrado escapar alive; his<br />

vehicle have cabina eyectable, que ahora hanging in the sky bajo<br />

the orange flower de su parachute, ba<strong>la</strong>nceándose over the roofs<br />

de Obispo and with the dome del Capitolio Nacional behind.<br />

Por lo visto, like usually after <strong>la</strong>rgas deliberaciones, the mobster’s<br />

c<strong>la</strong>ns del Abakuágang have decided too que preferían que<br />

the is<strong>la</strong>nd continous being ¡at least parcialmente! autónoma…<br />

and that was his way de transmitir the message al cabrón de<br />

Ventura Aldama and his masters, <strong>la</strong>s autoridades de ocupación.<br />

This time, excepcionally, y actuando coordinadamente, como<br />

exotics híbridos de mastodonte y acorazado, <strong>la</strong> escuadra de<br />

Mascualos del Abakuágang maintained the control de Obispo<br />

durante casi un minuto entero. Los Thalos del US Marine Corps<br />

temían aventurarse en el Casco Histórico, pues <strong>la</strong> profusión de<br />

recovecos and alleys en <strong>la</strong>s que might be hidden infantes with<br />

heavy wapons convertía al <strong>la</strong>beríntico town en una auténtica and<br />

huge trap para sus ciborgs. En cuanto a los helicoaviones de <strong>la</strong><br />

Navy, uncapable of flyed low except en <strong>la</strong>s raras p<strong>la</strong>zas, tampoco<br />

tenían gran tactic efectivity,<br />

But the almost miraculous alliance entre los Mascualos terminó<br />

very soon; niños al fin, even gigantescos, los ciborgs began to<br />

shoot unos a <strong>otros</strong>, like in a deadly game… Y en menos of thirty<br />

segundos, fighting all against all y contra <strong>la</strong>s fuerzas de ocupación<br />

yankees, balcanizaron the battle and finished alejándose de<br />

Obispo.<br />

McPherson, becoming sorpresivamente leader, había vaci<strong>la</strong>do,<br />

meanwhile su GPS contactaba con los satélites looking for an<br />

alternative path sin riesgo… di<strong>la</strong>ción de <strong>la</strong> que Buka made a good<br />

use, enfi<strong>la</strong>ndo for the O’Reilly street, prácticamente to reach al<br />

jamaiquino-norteamericano.<br />

Cierto que fue a really big risk el que corrió, pasando among<br />

at least cinco colossals Mascualos enzarzados en his defy contra<br />

205


CIENCIA FICCIÓN<br />

los helicoaviones de <strong>la</strong> Navy… pero, siguiendo the wise advice del<br />

Apóstol, desplegó el asta telescópica con the huge cuban f<strong>la</strong>g que<br />

había preparado para lucir<strong>la</strong> if she would win the race.<br />

This subterfuge no sólo le permitió to pass through the battle<br />

field con el pellejo sano, sino que even deserve her algunas popu<strong>la</strong>cheras<br />

words de aliento, proferidas por los ciborg con sus paradoxically<br />

childlikes voces de bajo:<br />

—¡Buka, the number one de to’a CH!<br />

—¡Viva Cuba Free, fucking shit!<br />

—¡Baby, that’s the way: a pulmón y cojones!<br />

—¡We are the champions, cosa rica!<br />

—¡Hazlos to bite the dust, que nos<strong>otros</strong> les arrancamos the<br />

fangs!<br />

De modo que, when they return to Prado a <strong>la</strong> altura del<br />

Parque Central, para <strong>la</strong> recta final until the very closed Parque de<br />

<strong>la</strong> Fraternidad, <strong>la</strong> cubana y el americano iban almost head to<br />

head.<br />

But even en aquel<strong>la</strong> short distance tenía que imponerse the<br />

technical superiority del vehículo antigrav de McPherson, que<br />

litte by little, step by step fue dejando atrás al Montuno de<br />

Buka…<br />

…hasta que, gushing del Capitolio like ants of the heart de su<br />

hormiguero, con deafening noise, una extraña tide de singu<strong>la</strong>res<br />

artiluges les cortó el paso.<br />

Both vehículos were forced to stop para evitar a deadly c<strong>la</strong>sh.<br />

—¡Apóstol, puñetero asshole! ¿What the hell es esta mierda?<br />

—no pudo contener her indignation Buka…but when she doesn’t<br />

receive any answer, no le quedó más que detal<strong>la</strong>r alucinada the<br />

strange invasion:<br />

Its looked like ¡viejísimos Fórmu<strong>la</strong> 1 racing vehicles! Todos<br />

idénticos: four wide wheels de radios entrejidos like webspiders,<br />

fijadas in two axis a los <strong>la</strong>dos of a red aerodinamic fuse<strong>la</strong>ge y con<br />

206


CIENCIA FICCIÓN<br />

the big número 2 in white en los <strong>la</strong>terales and before del compartimiento<br />

para el piloto, more closed to the end of the car’s body<br />

que del morro de <strong>la</strong> máquina. And there, tras el breve muñón of<br />

a windshield que dejaba entrever <strong>la</strong> parte superior of a circu<strong>la</strong>r<br />

steering wheel! se alzaba the head of a man, al que the leather<br />

helmet y the g<strong>la</strong>sses de aviador le otorgaban una expresión at the<br />

same time very concentrada and curiously anónima.<br />

Las decenas de antediluvianos racer’s cars, atronando and<br />

fullfilling with smoke the street con its internal combustion<br />

motors, iban de un <strong>la</strong>do para otro, ever out of c<strong>la</strong>shed… y Buka<br />

tardó unos segundos in realize que tal mi<strong>la</strong>gro se debía a que its<br />

passed one thru the others.<br />

Eran hologramas.<br />

She tried entonces de reanudar <strong>la</strong> marcha, but couldn’t; all the<br />

systems de su Montuno were completely dead. Buka raise her<br />

eyes… y se dió cuenta de que in spite of el evidente mess caused<br />

by the apparition of los hologramas, ningún helicoavión o Thalos<br />

yanqui has appeared yet.<br />

She could neither hear any word del Apóstol; por lo visto the<br />

radio estaba so dead como all the others systems.<br />

¿Maybe una especie de electromagnetic pulse continuo?<br />

Thats seems, coño.<br />

¿And now qué carajo she can do?<br />

Desperate al tener the goal so closed but no poder reach there,<br />

Buka opened <strong>la</strong> escotil<strong>la</strong> and with an agile jump se subió over <strong>la</strong><br />

cabina de su Montuno for to see más cómodamente <strong>la</strong> escena:<br />

behind her, when los demás competidores were approachinged,<br />

all of thems caían over the strange field que inutilizaba todos sus<br />

sistemas electrónicos and were inmobilized, one after other.<br />

Entonces, a group of white figures apareció and came running.<br />

Buka se tensó, afraid of the attack de algún c<strong>la</strong>n Abakuágang…<br />

if these mads pretendían even scratching su Montuno, they will<br />

207


CIENCIA FICCIÓN<br />

discover lo que valía una buena english wrench.<br />

But the strange men, aunque rodearon su vehículo, didn’t<br />

seem really interested in inflict her any damage. La muchacha,<br />

con the heavy herramienta en <strong>la</strong> mano, over the roof del bólido a<br />

colchón de aire, los miraba, very intrigued: just like before los<br />

hologramas, these are all very simi<strong>la</strong>rs: muy altos, almost eight<br />

feet, dressed in white, with faces, hands and hairs whites too… se<br />

dirían mimos, si no fuera porque all their surfaces have a strange<br />

cualidad casi estatuaria, maybe like marble.<br />

¿Androides? But además, their faces, con <strong>la</strong> alta, very wide<br />

forehead, sus ojos sad and bright, el pob<strong>la</strong>do mustache and the<br />

little “mosca” under the lip… le resultaba very familiar.<br />

Really conocidísima, qué coño.<br />

—Yo quiero que <strong>la</strong> ley primera de nuestra república sea el<br />

respeto a <strong>la</strong> dignidad plena del hombre —said entonces one de los<br />

“estatuos” y Buka smiled al reconocer the Apóstol’s voice… and<br />

even a <strong>la</strong> figura that he’d chosen para sus robots contro<strong>la</strong>dos a<br />

distancia:<br />

Of course… el Apóstol.<br />

The hero cuyo apodo he adopted… if le resultaba so familiar<br />

was because for many years his face appeared en tantos bills and<br />

coins de <strong>la</strong> is<strong>la</strong>, until the credit chip y el dinero electrónico finished<br />

them.<br />

—Con todos y para el bien de todos —agregó other of the<br />

Apóstoles, y como si aquel<strong>la</strong> sentence fuera an agreed signal,<br />

todos puts their hands bajo el chasis del Montuno, and in a sincronized<br />

effort que hizo chirriar even his potents mechanics muscles,<br />

lo arised con su piloto encima and began to walk to el<br />

Parque de <strong>la</strong> Fraternidad.<br />

Shyly, dos o tres at the beginning, luego tens, hundreds, any<br />

time con más confianza, los espectadores jumped the barrier and<br />

joined the group que avanzaba slowly. Many of them borrowed<br />

208


CIENCIA FICCIÓN<br />

their shoulders to help a los Apóstoles, y entre acc<strong>la</strong>ims and<br />

app<strong>la</strong>uses, <strong>la</strong> velocidad de su avance very soon became faster than<br />

before.<br />

And más y more cada second.<br />

—Cabroncito, son of a bitch… qué cal<strong>la</strong>dito te lo tenías… and<br />

so well p<strong>la</strong>ned; ¡el perfecto antisecuestro! —was saying Buka,<br />

fascinada, almost shouting para que los “estatuos” pudieran oír<strong>la</strong><br />

over the crowd noise—. En vez de disappear only one driver,<br />

pones en circu<strong>la</strong>ción decenas de hologramas of one that doesn’t<br />

exist…<br />

—Exactamente one hundred of them —dijo uno de los<br />

Apóstoles, sin que su voz sintética betrayed the effort que estaban<br />

haciendo he and his equals—. One for any year transcurrido after<br />

the abduction de Juan Manuel Fangio en el Gran Premio de<br />

Automovilismo de Cuba, el 24 de febrero de 1958.<br />

—Juan Manuel Fangio, born in 1911 —recited otro de los<br />

Apóstoles—. World absolute champion de Fórmu<strong>la</strong> 1 en 1951,<br />

1954, 55, 56 y 57. Died in 1995, hoy ha conducido his old Ferrari<br />

con el número 2 one more time… and forever.<br />

—Oye, men —asked Buka, curiosa—. Hay algo que I need to<br />

know, asere. ¿How the hell logras que estos androides sigan funcionando?<br />

If just now hay un pulso electromagnético active in<br />

this zone ¿or no?<br />

—No afecta a lo que no es mecánico —answered other de los<br />

Apóstoles. Era como si they were able to speak so<strong>la</strong>mente una<br />

vez… and never more—. And we no somos androides.<br />

—<strong>El</strong> Apóstol verdadero es una IA —revealed almost in a whisper<br />

otro—. De los olds russian controls systems para ICBM. Se<br />

les quedó aquí, and one day became autoconsciente… bueno, no<br />

fue así de easy, pero esa is a really long history y no tenemos<br />

much time. Nos fabricó specially for the ocassion en un growing<br />

tank que le prestaron los del Abakuágang… we are just clones<br />

209


CIENCIA FICCIÓN<br />

modificados. Not only Mascualos can be prepared en esas cubas.<br />

Just Cubas, mira tú… very patriotic ¿no crees?<br />

—And before you put the question, <strong>la</strong> textura marmórea es in<br />

homage al modelo: the original statue que por más de un siglo<br />

estuvo very close from here, en el Parque Central.<br />

—And we too have a little question for you, muchachona —<br />

añadió otro más—. Buka, this alias tuyo ¿why es? ¿The history de<br />

tu pasado de puta callejera… is true?<br />

—Bloody hell, pensé que era obvio —shrugged her shoulders<br />

<strong>la</strong> muchacha, touching full of proud the cuban f<strong>la</strong>g pintada con<br />

aerógrafo over the chest de su negro mono policarbonado de<br />

piloto—. Buka… Kuba. Very patriotic too ¿no?<br />

In this moment <strong>la</strong> proa del Montuno reach the finish line, y<br />

los apóstoles depositaron the heavy vehicle over the street, again.<br />

—Be careful, Buka —say uno.<br />

—Te estaremos… I’m watching you —dijo otro.<br />

—Como <strong>la</strong> vieja cancion de Police. Por si you need help —<br />

explicó el cuarto.<br />

—Esta fue only a battle —añadió el quinto.<br />

—The war continúa —afirmó el sexto.<br />

—Even seamos libres again… and forever —confió el séptimo.<br />

—¡Viva Cuba Libre! —gritaron al fin all of them, y en ese<br />

mismo momento fells por los suelos and began to disolve entre<br />

volutas of a white smoke with a very strong smell of ácido orgánico,<br />

while the first sones de <strong>la</strong> conga con que el pueblo habanero<br />

celebraba the unbelievable triumph de su representante began to<br />

sound en el Parque de <strong>la</strong> Fraternidad.<br />

*****<br />

Pese a the almost unánimes popu<strong>la</strong>r protests, Yorkana<br />

Mariane<strong>la</strong> Del Valle (a. k. a. Buka) was desqualified por “conduc-<br />

210


CIENCIA FICCIÓN<br />

ta antideportiva”.<br />

But she received un montón de interesantísimas propositions<br />

para trabajar como piloto de varios international level rally’s<br />

teams.<br />

After a very long deliberation del comité organizador, <strong>la</strong> Copa<br />

Fangio In Memorian agreed to el eslovaco Karel Nesvabda, que,<br />

driving un vehículo impulsado por biogás, was the only one que<br />

pudo atravesar the goal line por his owns efforts.<br />

En <strong>la</strong>s elecciones del 2059, fifty per cent de los cubanos voted<br />

a favor de que the is<strong>la</strong>nd continuara siendo Estado Libre Asociado<br />

de los EUA. Un 25% votó for the independence. Only a 15% por<br />

the full integration a <strong>la</strong> Unión.<br />

Hubo un 10% de abstenciones o boletas anu<strong>la</strong>das.<br />

In his blog y sus emisiones c<strong>la</strong>ndestinas, el Apóstol calificó the<br />

result of los comicios como “moral victory” y l<strong>la</strong>mó al pueblo<br />

cubano a continuar the fight sin desmayo even to reach the truly<br />

y definitiva independencia.<br />

The real identity de este activista continue being a defiant<br />

mistery para <strong>la</strong>s fuerzas de ocupación yanquis.<br />

211


<strong>El</strong> “Incidente<br />

Johnson-Muñoz”<br />

Gabriel J. Gil


CIENCIA FICCIÓN<br />

A Yoss, por el Voxl de “<strong>El</strong> equipo campeón”...<br />

<strong>El</strong> público aul<strong>la</strong>ba enardecido, atestando <strong>la</strong>s gradas de <strong>la</strong><br />

vieja sa<strong>la</strong> habanera Kid Choco<strong>la</strong>te, hace poco reacondicionada<br />

por completo para el pugilismo cerebral. Las apuestas,<br />

legales e ilegales, estaban por <strong>la</strong>s nubes.<br />

En <strong>la</strong> única pelea de <strong>la</strong> noche, esperada con ansiedad por <strong>la</strong><br />

afición cubano e internacional, se enfrentarían por segunda vez<br />

dos de <strong>la</strong>s mayores estrel<strong>la</strong>s internacionales de esta popu<strong>la</strong>rísima<br />

disciplina: el actual campeón del orbe, el estadounidense Michael<br />

“Mind-Boggler” Johnson, y su retador, el cubano Manuel “Sin-<br />

Cráneo” Muñoz, quien un año antes cayera en Baltimore ante el<br />

yanqui en el combate final por el título mundial profesional.<br />

Como toda disciplina de combate, el pugilismo mental profesional,<br />

pese a no ser propiamente “de contacto” no era ni mucho<br />

menos un inofensivo juego de niños. Aunque no se tocaran<br />

nunca, no resultaba raro que uno de los dos adversarios quedara<br />

lesionado de por vida o incluso resultara muerto antes de que<br />

concluyeran los doce rounds que componían cada encuentro del<br />

“deporte del siglo XXII”. Quizás por eso era que muchos médicos<br />

se oponían a los encuentros, considerándolos un espectáculo<br />

inhumano, bárbaro y de extremo mal gusto.<br />

Pero, pese a todos sus sensatos y humanitarios opositores, una<br />

morbosa atracción, tan antigua como el circo romano —si no<br />

213


CIENCIA FICCIÓN<br />

más—, convocaba a miles de espectadores a asistir virtual o personalmente<br />

a cada cartel de pugilismo mental, todos ansiosos de<br />

ver sangrar por <strong>la</strong> nariz, por los oídos y por los ojos a los luchadores…<br />

y muchos además de apostar hasta <strong>la</strong> camisa por uno de<br />

aquellos dos temerarios.<br />

A los que, lógicamente, nadie obligaba a participar en tan<br />

peligrosa contienda, por mucho dinero que hubiera en juego…<br />

<strong>El</strong> combate estaba a punto de comenzar. En el centro del cuadrilátero,<br />

con experta soltura, los técnicos electrónicos cubanos<br />

ya ponían a punto el complejo y carísimo MIO (intensificador de<br />

ondas mentálicas, por sus sig<strong>la</strong>s en voläpuk, <strong>la</strong> nueva lengua<br />

internacional). Comprobado su perfecto funcionamiento, cubrieron<br />

el inmenso bloque de inextricables circuitos con un chasis<br />

metálico y oblongo; <strong>la</strong> mesa sobre <strong>la</strong> que se enfrentarían los púgiles,<br />

mente contra mente, según el principio de neuro feed-back<br />

por mediación tecnológica.<br />

Meticulosos, los paramédicos del patio aseguraron los puntos<br />

de apoyo para <strong>la</strong> quijada y los brazos de ambos contendientes, y<br />

revisaron con cuidado <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s que, colocadas detrás y encima<br />

del sitio de cada “boxeador”, servían para que ambos pudieran<br />

visualizar al detalle <strong>la</strong> actividad cerebral de su contrario.<br />

Luego comprobaron por <strong>la</strong> misma parsimonia los neurocascos<br />

amortiguadores de los golpes mentálicos, que, según los ancianos<br />

que recordaban el “auténtico” pugilismo, no eran sino un sofisticado<br />

sucedáneo moderno de los antiguos guantes acolchados.<br />

Cada contacto fue probado varias veces, para que sólo los<br />

boxeadores pudiesen atacar y ser atacados mentalmente. Se<br />

corroboró que los botones de rendición funcionaran sin problemas;<br />

y por supuesto, también el circuito de transmisión y proyección<br />

de <strong>la</strong>s acciones mentales a <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s del jurado y a <strong>la</strong>s del<br />

público.<br />

Entretanto, en esquinas alternas del cuadrilátero, ambos<br />

214


CIENCIA FICCIÓN<br />

luchadores calentaban sus mentes con breves y sencillos ejercicios<br />

matemáticos… como calcu<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s raíces cuadradas, cúbicas, y<br />

quintas de varios números de diez cifras, para acto seguido someterse<br />

a un re<strong>la</strong>jamiento radical: usualmente con algún holograma<br />

de alto impacto erótico...<br />

Sólo entonces le tocaba el turno a <strong>la</strong> auténtica prueba de autocontrol:<br />

hal<strong>la</strong>r <strong>la</strong> raíz cuadrada de un par de números de cinco<br />

cifras. Si después de aquel brusco cambio en su actividad mental<br />

el púgil era aún capaz de calcu<strong>la</strong>r el primer dígito, se consideraba<br />

que sus procesos cerebrales funcionaban a <strong>la</strong> perfección.<br />

A juzgar por <strong>la</strong> rapidez de sus respuestas, tanto “Mind-<br />

Boggler”, el actual campeón, que peleaba esta vez fuera del patio,<br />

como el cubano “Sin-Cráneo”, novato del año en <strong>la</strong> muy competitiva<br />

Liga Nacional, se encontraban en óptima forma mental.<br />

“Mind-Boggler” tenía a sus espaldas un impresionante historial<br />

de golpes mentálicos: había desencadenado en sus oponentes<br />

desde esquizofrenia hasta autismo, pasando por tumoraciones<br />

varias y desconexión temporal entre los hemisferios cerebrales.<br />

Estaba en el cenit de su fama y forma mental. Por su parte, <strong>la</strong><br />

carrera del cubano, como demostraba el que se presentara por<br />

segundo año consecutivo a discutir el título en calidad de retador,<br />

aún estaba en pleno ascenso: si bien hasta ahora sólo había ganado<br />

por knock out un par de peleas, dejando en estado semivegetativo<br />

a sus contrincantes, casi siempre ocasionaba secue<strong>la</strong>s motoras<br />

irreversibles a quienes lo enfrentaban.<br />

Todos los pronósticos indicaban que sería un duelo cruento y<br />

reñido, de los que prefería <strong>la</strong> fiel afición del nuevo deporte. Según<br />

cálculos conservadores, varios miles de millones de eurodó<strong>la</strong>res<br />

podrían cambiar de mano al final del combate por concepto de<br />

apuestas.<br />

Sonó <strong>la</strong> campana. Los púgiles dejaron sus esquinas, se ajustaron<br />

los neurocascos y chocaron <strong>la</strong>s cabezas así protegidas, según<br />

215


CIENCIA FICCIÓN<br />

<strong>la</strong> tradición del antiguo y actualmente prohibidísimo box convencional.<br />

Luego, al nuevo estilo, tomaron asiento y apoyaron <strong>la</strong><br />

barbil<strong>la</strong> y <strong>la</strong>s manos en los soportes correspondientes.<br />

<strong>El</strong> árbitro activó el MIO a través de su conso<strong>la</strong> y dio inicio el<br />

primer round.<br />

Con fiero instinto, ambos boxeadores, maestros del neuro<br />

feed-back, buscaban <strong>la</strong>s zonas cerebrales más sensibles y menos<br />

protegidas de su contrario, amagaban y arremetían, como en<br />

cualquier otro deporte de lucha. No necesitan estudiarse mucho;<br />

ya se conocían más que bien...<br />

“Mind-Boggler” comenzó <strong>la</strong> ofensiva con un rápido ataque al<br />

lóbulo de <strong>la</strong> visión de su oponente, pero <strong>la</strong> enérgica riposta del<br />

cubano produjo en su encéfalo tal desorden hipotalámico que,<br />

tras una erección instantánea, empezó a sudar a chorros.<br />

Captando <strong>la</strong> velocidad de reflejos de su contrincante, mayor<br />

que en su primer enfrentamiento, el norteamericano optó por<br />

cambiar prudentemente de táctica hacia una pelea de desgaste:<br />

mientras amagaba con directos a <strong>la</strong> pituitaria, comenzó de manera<br />

subrepticia a hacer estal<strong>la</strong>r neuropéptidos en el cerebro del<br />

antil<strong>la</strong>no, que poco a poco fueron adormeciéndolo.<br />

Por suerte, justo antes de caer dormido, “Sin-Cráneo” apeló a<br />

sus reservas de autocontrol, y recobrándose, contraatacó interfiriendo<br />

<strong>la</strong>s vías neuronales más recurrentes de su rival, lo que lo<br />

entorpeció de manera notable.<br />

Y sonó <strong>la</strong> campana. La puntuación en el primer round había<br />

sido mezquina, pero pareja: 7 a 7, marcaba el jurado, y el público<br />

no lo cuestionó. Los modernos métodos de arbitraje neuroelectrónico<br />

hacían indiscutibles <strong>la</strong>s decisiones arbitrales, excepto para<br />

los fanáticos más obtusos y parciales.<br />

Los entrenadores del norteño corrieron en <strong>la</strong> conso<strong>la</strong> de su<br />

púgil algunos ejercicios MENSA, mientras le hacían un TAC cerebral<br />

con una máquina portátil. Los del criollo, por su parte, lo<br />

216


CIENCIA FICCIÓN<br />

sometieron a hipnosis y le hicieron tres regresiones; con muchos<br />

menos recursos económicos, no tenían el acceso a <strong>la</strong> tecnología de<br />

punta de sus rivales.<br />

Al terminar el tiempo de descanso, dos despampanantes mujeres<br />

desnudas salieron al cuadrilátero, ostentaron orgullosas y con<br />

seductores contoneos su filiación mamífera para anunciar así el<br />

comienzo del 2do round. Pero ninguna comisión feminista presentó<br />

protesta alguna: al fin y al cabo no se trataba de humanas<br />

auténticas, sino simples Afroditas, cyborgs de p<strong>la</strong>cer de última<br />

generación.<br />

Los luchadores tomaron asiento nuevamente en el MIO, ya<br />

sin saludarse.<br />

<strong>El</strong> árbitro activó por segunda vez los dispositivos.<br />

Ahora “Sin-Cráneo” tomó <strong>la</strong> de<strong>la</strong>ntera: envió una onda mentálica<br />

que destruyó a su oponente un par de axones esenciales,<br />

dejándolo anonadado durante casi un cuarto de segundo. Al<br />

americano incluso se le desorbitaron por un instante los ojos ante<br />

tan re<strong>la</strong>mpagueante ofensiva, pero unas cuantas pa<strong>la</strong>bras c<strong>la</strong>ves,<br />

oportunamente voceadas por su equipo técnico desde su esquina,<br />

le hicieron salir del shock a duras penas, despabi<strong>la</strong>rse y erigir<br />

nuevas conexiones neuronales.<br />

No obstante, ni así logró recuperarse lo suficiente como para<br />

<strong>la</strong>nzar el contraataque que necesitaba para nive<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s acciones en<br />

el segundo asalto; apenas pudo detener un sólido golpe sobre <strong>la</strong><br />

zona de <strong>la</strong> audición, que lo hizo tambalearse.<br />

Pero no era desequilibrarlo <strong>la</strong> estrategia del cubano: “Sin-<br />

Cráneo”, actuando improvisadamente, según <strong>la</strong> tradición de <strong>la</strong><br />

escue<strong>la</strong> antil<strong>la</strong>na de boxeo, había concluido con astucia que si <strong>la</strong>s<br />

funciones mentales de su contrincante se agudizaban con <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras<br />

de los entrenadores, entonces para ganar lo primero que<br />

debía hacer era impedir que pudiera oír<strong>la</strong>s. Por eso insistió en su<br />

ataque al lóbulo auditivo del norteño, una y otra vez.<br />

217


CIENCIA FICCIÓN<br />

Poco después ya resultaba obvio que el yanqui llevaba <strong>la</strong>s de<br />

perder: con dos puntos de ventaja, el caribeño seguía golpeándolo<br />

con vertiginosos ataques mentálicos, ora en <strong>la</strong> hipófisis, ora en<br />

el cerebelo y <strong>la</strong> audición.<br />

Ya se veía f<strong>la</strong>mante Campeón Mundial, el primero de Cuba en<br />

<strong>la</strong> historia del pugilismo mental. Ya estaba a punto de poner a<br />

“Mind-Boggler” fuera de combate. Sólo necesitaba un golpe decisivo,<br />

buscar el punto débil para el tercer knock out de su carrera…<br />

Pero, mientras tanteaba <strong>la</strong> maraña neuronal de su adversario<br />

en busca de su punto débil, sucedió algo tan insólito que le hizo<br />

dejar de enviar ondas mentálicas durante todo un cuarto de<br />

segundo:<br />

“Sin-Cráneo” captó una frase proveniente del cerebro de<br />

“Mind-Boggler”.<br />

Captó, sí, porque no fueron sus oídos los que <strong>la</strong> escucharon;<br />

el yanqui, groggy por <strong>la</strong> golpiza que le propinaban, ni siquiera<br />

había abierto <strong>la</strong> boca. Tampoco era una frase en voläpuk, sino en<br />

el más “callejero” español cubano, un dialecto local que el yanqui<br />

no tenía modo de conocer:<br />

Estoy roto.<br />

Dos pa<strong>la</strong>bras, insignificantes por sí mismas, pero a <strong>la</strong> vez muy<br />

importantes.<br />

Quizás otro deportista cualquiera habría pasado por alto el<br />

hecho, sin comprenderlo… pero “Sin-Cráneo”, que antes de descubrir<br />

su talento para el pugilismo mental trabajó por años como<br />

investigador adjunto en el Instituto de Neurofisiología Avanzada<br />

Félix Vare<strong>la</strong> de <strong>la</strong> capital cubana, sí que comprendió al vuelo el<br />

significado del evento.<br />

¿Si sería que, por pura casualidad…?<br />

Había que comprobarlo. Aunque ello significara arriesgarse a<br />

perder <strong>la</strong> ventaja…<br />

218


CIENCIA FICCIÓN<br />

Tanto el público como el jurado notaron bien pronto algo raro<br />

en el combate. Sorprendidos, observaban los gráficos cerebrales<br />

en <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s, sin entender nada. Y el más desconcertado de<br />

todos era el estadounidense.<br />

La extraña pasividad del púgil local se prolongaba; volvió a<br />

internarse en <strong>la</strong> mente de su contrario, ya sin intención de golpear…<br />

para escuchar, ahora de manera incluso más c<strong>la</strong>ra e<br />

inequívoca que antes:<br />

¿…qué sucede…?<br />

Consternado, pero increíblemente satisfecho, “Sin-Cráneo”<br />

retiró esta vez sus sentidos de <strong>la</strong> materia gris de “Mind-Boggler”<br />

durante todo un medio segundo.<br />

¡Entonces estaba en lo cierto! <strong>El</strong> estupor y el triunfo iluminaron<br />

tanto su rostro como <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s públicas.<br />

Por pura suerte, fuera del <strong>la</strong>boratorio, y en condiciones del<br />

todo inesperadas, Manuel “Sin-Cráneo” Muñoz acababa de comprobar<br />

<strong>la</strong> existencia de algo que miles de científicos habían buscado<br />

en vano durante <strong>la</strong>rgas décadas; <strong>la</strong> transmisión del pensamiento.<br />

Alteradas por el tremendo stress del combate, su mente y <strong>la</strong> de<br />

su adversario, de algún modo inimaginable, habían entrado en<br />

resonancia… y uno de los pensamientos del yanqui había pasado<br />

a su propio cerebro.<br />

Fue entonces cuando “Mind-Boggler”, curioso, decidió a su<br />

vez escudriñar en el cerebro de “Sin-Cráneo” <strong>la</strong>s mismas zonas.<br />

Y así fue como se vio de repente invadido por una intensa emoción.<br />

Un orgullo que no le pertenecía; <strong>la</strong> satisfacción de descubridor<br />

del cubano, por haber finalmente hal<strong>la</strong>do el por tantos años<br />

buscado secreto de <strong>la</strong> telepatía.<br />

Telepatía, sí. Ambos se hurgaron mutuamente en sus entramados<br />

neuronales. Llegaron, tras breves pero escalofriantes fracciones<br />

de segundo, a conversar de modo c<strong>la</strong>ro, sin hacer uso del<br />

219


CIENCIA FICCIÓN<br />

voläpuk, del inglés, del español o de ningún otro idioma sonoro.<br />

A <strong>la</strong>s cuatro décimas de segundo “Sin-Cráneo” logró contactar <strong>la</strong><br />

zona de emisión de sentimientos del encéfalo de su contrario y<br />

comenzó a sentir emociones foráneas. A <strong>la</strong>s seis décimas de segundo<br />

“Mind-Boggler” dio el paso crucial: estrechó el <strong>la</strong>zo cerebral<br />

que los unía, compartiendo memorias, a lo que correspondió el<br />

cubano lo mejor que pudo, compartiendo sensaciones. Primero<br />

táctiles, luego visuales, luego auditivas…<br />

Pasó un segundo, dos, tres… en <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s, los gráficos neurológicos,<br />

que el público seguía conteniendo el aliento, eran en<br />

verdad sui géneris. Algo nunca antes visto, que iba mucho más<br />

allá del simple neuro feed-back. Había circuitos neuronales que<br />

quedaban abiertos sólo para, según todas <strong>la</strong>s apariencias ¡cerrarse<br />

con <strong>otros</strong> simi<strong>la</strong>res en <strong>la</strong> mente del otro púgil!<br />

<strong>El</strong> grado de integración seguía creciendo. En <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s<br />

zonas activas en un cerebro mostraban perfecta simetría con <strong>la</strong>s<br />

del otro. Nada tenía sentido: <strong>la</strong> conso<strong>la</strong> del árbitro mostraba graves<br />

daños encefálicos en ambos adversarios, pero los luchadores<br />

parecían lúcidos, conscientes, en perfectas condiciones.<br />

Al quinto segundo, el público comenzó a gritar.<br />

Vítores, los pocos capaces de captar <strong>la</strong> trascendencia de aquel<br />

insólito evento.<br />

Reproches, quienes solo eran capaces de ver que su pasatiempo<br />

favorito se había visto inesperadamente interrumpido por<br />

algún oscuro motivo, y temían que sus apuestas pudieran ser<br />

anu<strong>la</strong>das si se decretaba un empate o se suspendía el desafío.<br />

Al sexto segundo, “Sin-Cráneo” y “Mind-Boggler” seguían<br />

impertérritos su mutua exploración mental. Intercambiaron pensamientos,<br />

recuerdos y sensaciones.<br />

A los seis segundos y tres décimas de establecido el contacto,<br />

Johnson comenzó a mover sus manos obedeciendo órdenes mentales<br />

del cerebro de Muñoz… como si fueran una so<strong>la</strong> mente, una<br />

220


CIENCIA FICCIÓN<br />

mente más sobrehumana que humana, en dos cuerpos.<br />

Fue demasiado.<br />

De súbito, el puente mental se quebró.<br />

Una neurona falló; luego otra, y cien, mil más se desconectaron,<br />

en incontenible reacción en cadena.<br />

Violentamente separados, abandonados de nuevo a sí mismos,<br />

ninguno de los dos cerebros pudo seguir manteniendo el control<br />

consciente… y los cuerpos desmadejados del cubano y el yanqui<br />

cayeron sobre el MIO, convulsionando con furibundos estertores.<br />

Sorprendidos por <strong>la</strong> rapidez con que todo había ocurrido, los<br />

paramédicos, técnicos y neurofisiólogos de ambos equipos de<br />

apoyo acudieron de inmediato a prestar ayuda, pero todo fue en<br />

vano. No pudieron sino corroborar el deterioro terminal e irreversible<br />

de los centros nerviosos de los inermes púgiles, ser impotentes<br />

testigos de sus muertes simultáneas.<br />

Las cuidadosas autopsias efectuadas en los cerebros de <strong>la</strong>s dos<br />

víctimas mostraron daños nerviosos masivos: miles y miles de<br />

sinapsis irremediablemente rotas. Fue así por completo imposible<br />

determinar dónde se encontraban los centros telepáticos que<br />

según suponían algunos testigos presenciales debían haber entrado<br />

en resonancia por puro azar, y de paso repetir el experimento<br />

para comprobar si su hipótesis era correcta.<br />

Serios investigadores, escépticos, hab<strong>la</strong>ron de alucinación<br />

colectiva, negando enconadamente que nada inusual hubiese<br />

sucedido. ¿Telepatía? Patrañas… al máximo, un error electrónico<br />

de los más comunes.<br />

Hubo <strong>otros</strong> que, aún sin creer, aconsejaron prohibir para<br />

siempre el pugilismo mental, so pena de enfrentar <strong>otros</strong> incidentes<br />

simi<strong>la</strong>res o peores en el futuro. Según su hipótesis, <strong>la</strong> conexión<br />

entre <strong>la</strong>s mentes de ambos deportistas sí se había producido; los<br />

registros de <strong>la</strong>s máquinas no mentían. Pero estaba c<strong>la</strong>ro que no<br />

era una experiencia por <strong>la</strong> que nadie en su sano juicio querría<br />

221


CIENCIA FICCIÓN<br />

pasar. Las pa<strong>la</strong>bras c<strong>la</strong>ves podrían ser sobrecarga y cambio irreversible:<br />

aquel<strong>la</strong> unión ¿telepática? que los convirtió por breves<br />

pero intensísimos segundos en una so<strong>la</strong> mente, también habría<br />

alterado sus cerebros de tal modo que, al ser luego separados,<br />

tales órganos simplemente no pudieran ya encargarse de coordinar<br />

<strong>la</strong>s funciones más elementales de sus propios cuerpos.<br />

<strong>El</strong> encuentro se dec<strong>la</strong>ró anu<strong>la</strong>do. Empate por doble muerte.<br />

Y como era de esperarse, al pasar los días y convertirse en<br />

semanas y meses, los comentarios nacieron y rodaron y <strong>la</strong>s teorías<br />

sobre lo sucedido en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> habanera Kid Choco<strong>la</strong>te y que<br />

muchos han comenzado a l<strong>la</strong>mar “Incidente Johnson-Muñoz” se<br />

han sucedido, negándose unas a otras, como suele ocurrir en <strong>la</strong><br />

ciencia… y no sólo.<br />

Para algunos neurofisiólogos, Michael “Mind-Boggler”<br />

Johnson y Manuel “Sin-Cráneo” Muñoz fueron, a <strong>la</strong> vez, inocentes<br />

víctimas y arriesgados, temerarios, pioneros dignos de culto,<br />

precursores en el seductor y promisorio campo de <strong>la</strong> telepatía y <strong>la</strong><br />

teleempatía, ciencia aún en pañales, pero que tal vez (si alguien<br />

suministra el presupuesto necesario para ciertas pequeñas investigaciones,<br />

c<strong>la</strong>ro…) algún día permita al hombre hacer realidad su<br />

sueño de comunicarse con especies inteligentes de <strong>otros</strong> p<strong>la</strong>netas…<br />

cuando <strong>la</strong>s encuentre… si <strong>la</strong>s encuentra.<br />

Para los incurables románticos que nunca faltan, el cubano y<br />

el norteamericano se han convertido en una especie de Tristán e<br />

Isolda: trágicos protagonistas de una leyenda contemporánea de<br />

comunión mental hasta <strong>la</strong> muerte… muchos (y no sólo gays)<br />

creen firmemente que debían ser amantes en secreto. De ahí que<br />

entraran en resonancia sus cerebros… o si no ¿por qué a ninguna<br />

pareja de pugilistas le ocurrió tal cosa antes… ni después?<br />

Para los místicos, que son cada vez menos en estos tiempos, el<br />

“Incidente Johnson-Muñoz” fue apenas el débil remedo humano<br />

mediado por máquinas b<strong>la</strong>sfemas de una conexión más profunda<br />

222


CIENCIA FICCIÓN<br />

con Dios (o el Absoluto, lo mismo da); pero de cualquier modo<br />

una señal de que su búsqueda tiene sentido y debe continuar,<br />

porque algún día será gloriosamente coronada por el éxito. Y<br />

amén.<br />

Para los ufólogos, el carácter único e irrepetible del “Incidente<br />

Johnson-Muñoz” es evidencia incuestionable de <strong>la</strong> intervención<br />

alienígena. ¿Cómo no?<br />

Entretanto, lo cierto es que <strong>la</strong> popu<strong>la</strong>ridad del pugilismo mental<br />

ha caído en picado: considerando <strong>la</strong>s muertes de “Mind-<br />

Boggler” y “Sin-Cráneo” como una advertencia definitiva, cada<br />

vez menos atletas se animan a calzarse en su cabeza el neurocasco<br />

y participar en el “deporte del siglo XXII”. Quizás dentro de muy<br />

poco acabe por ser definitivamente prohibido, para tranquilidad<br />

de sus humanitarios detractores y desilusión de sus fanáticos<br />

seguidores… y hampa del juego ilegal surgida y alimentada a <strong>la</strong><br />

sombra de sus jugosas apuestas.<br />

Lo curioso, aunque prácticamente nadie le ha prestado mucha<br />

atención a sus vehementes dec<strong>la</strong>raciones, es que hay un par de<br />

técnicos electrónicos habaneros que juran y perjuran que ellos no<br />

pensaron que todo acabaría así, y que <strong>la</strong> causa de todo fue sólo<br />

un par de “mejoritas” improvisadas que se les ocurrió hacerle por<br />

su cuenta al MIO a última hora, para compensar lo inestable que<br />

se pone a veces el voltaje en <strong>la</strong> capital cubana y ¿por qué no?<br />

probar a mejorar sus funciones…<br />

Aunque, en los últimos días, nadie sabe por qué, los dos electrónicos<br />

cubanos de marras han dejado de insistir en su responsabilidad<br />

en el incidente, e incluso se rumora que han desaparecido.<br />

Quizás, al fin y al cabo, algún personaje de <strong>la</strong> mafia internacional<br />

de <strong>la</strong>s apuestas decidió finalmente darle algo de crédito a su versión…<br />

223


Shift<br />

Juan Pablo Noroña


CIENCIA FICCIÓN<br />

Los cinco representantes esperaban sentados alrededor de <strong>la</strong><br />

mesa de reuniones.<br />

Esperaban.<br />

<strong>El</strong> de más edad se inclinó sobre <strong>la</strong> mesa para poder ver en<br />

dirección a <strong>la</strong> puerta. —<strong>El</strong> chino no viene, y son <strong>la</strong>s nueve —<br />

dijo—. Media hora aquí viéndonos <strong>la</strong>s caras.<br />

—Él vendrá —dijo el que estaba a <strong>la</strong> cabecera.<br />

—C<strong>la</strong>ro que sí, cuando crea que nos ha humil<strong>la</strong>do lo suficiente.<br />

Se hizo silencio.<br />

<strong>El</strong> único negro se limpió <strong>la</strong> garganta antes de hab<strong>la</strong>r. —¿Por<br />

qué sería tan hijo de puta como eso?<br />

—Es sólo su estilo de negociar —dijo el anfitrión.<br />

—No es un negociador —dijo el más joven—. La tarjeta dice<br />

“Persona de Contacto”.<br />

—Eso también es parte de su estilo, enviar a alguno de poco<br />

nivel.<br />

Volvió el silencio.<br />

—Es su forma de decirnos que no nos dan opción —dijo el que<br />

no había hab<strong>la</strong>do antes, un hombre de cabello castaño rizado.<br />

<strong>El</strong> negro apoyó <strong>la</strong> cabeza en <strong>la</strong> mano derecha. —¿Y de verdad<br />

no tenemos opción? —preguntó—. Siempre podemos seguir con<br />

Winux y <strong>la</strong> arquitectura propietaria.<br />

—<strong>El</strong> software no es el problema —dec<strong>la</strong>ró el joven—. Y <strong>la</strong><br />

225


CIENCIA FICCIÓN<br />

gente de Winux no nos ofrece nada para resolver nuestras deficiencias.<br />

Nada.<br />

—Porque no necesitamos nada —dijo el mayor de todos—.<br />

Hasta el otro día estábamos muy bien.<br />

—¿Bien? ¿Bien? <strong>El</strong> cuarenta por ciento de los recursos de <strong>la</strong><br />

red nacional se van en compatibilizarnos con el mundo. <strong>El</strong> cuaren-ta.<br />

<strong>El</strong> de pelo crespo se encogió de hombros. —No vamos a llorar<br />

por eso.<br />

—¡Pero además, el mercado interno está regado, con varios<br />

estándares a <strong>la</strong> vez!<br />

—Exacto —dijo el anfitrión—. Por esa razón los consumidores<br />

profesionales y privados estamos bajo un estrés adquisitivo<br />

tremendo. Nuestras decisiones de compra son el doble de difíciles,<br />

e igual tenemos que adquirir adaptadores y emu<strong>la</strong>dores.<br />

—Está bien, está bien —convino el negro—. Sólo quisiera que<br />

también nos<strong>otros</strong> pusiéramos condiciones, sólo eso.<br />

—No tenemos con qué. Saben que estamos necesitados, y está<br />

muy c<strong>la</strong>ro que ellos no nos necesitan a nos<strong>otros</strong>: ya tienen<br />

Jamaica y México.<br />

<strong>El</strong> negro suspiró pesadamente.<br />

—Tenemos que pasarnos ya a Taisun y <strong>la</strong> Arquitectura<br />

Dinámica, y eso para empezar —dijo el joven—. Y sólo los chinos<br />

nos darán el dinero para hacer el shift de toda <strong>la</strong> tecnología.<br />

—Debimos haber entrado en caja hace tres años —dijo el<br />

anfitrión—. Cuando valíamos como punta de <strong>la</strong>nza; ahora sólo<br />

somos un mercado más. No esperen que los chinos nos paguen<br />

caro y nos vendan barato. Además, ellos son prácticamente los<br />

dueños de este país, qué carajo, así que saben lo que valemos y lo<br />

que no.<br />

<strong>El</strong> lumínico del local de comida rápida anunciaba “Comida<br />

china” en grandes letras rojas cuya tipografía semejaba ideogra-<br />

226


CIENCIA FICCIÓN<br />

mas. Sin embargo, inmediatamente debajo, en el menú, <strong>la</strong> casa<br />

ofrecía tempura, tensuki soba y kitsune udón. Si algo aborrecía el<br />

joven Cheng era <strong>la</strong> tendencia occidental a asociar lo chino con lo<br />

japonés, y los nativos parecían sufrir<strong>la</strong> en grado insuperable.<br />

Además, ahí no paraba; Cheng pudo ver, en <strong>la</strong> caja abierta de un<br />

cliente que salía, que le echaban salsa de tomate a los fideos tensuki.<br />

Decidió no ordenar nada. Prefería pasar hambre a soportar<br />

una comida probablemente mal hecha y de seguro servida con<br />

obsequiosidad inepta. Levantó <strong>la</strong> cubierta del pad de control del<br />

auto para encenderlo y <strong>la</strong>rgarse; pero justo en el último instante<br />

antes de que apartara <strong>la</strong> vista del cartel de comida rápida, un<br />

grupo de putas pasó frente al local, y una de el<strong>la</strong>s hizo contacto<br />

visual con él.<br />

Cheng bajó <strong>la</strong> vista tan rápido como pudo, maldiciéndose por<br />

haber olvidado oscurecer los cristales del auto; ya era tarde. Las<br />

putas, tres, se acercaron ágilmente al vehículo. Una de el<strong>la</strong>s se<br />

corrió <strong>la</strong> incalificable pieza superior de su ropa y ap<strong>la</strong>stó ambos<br />

senos contra <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong>; otra adhirió <strong>la</strong> boca abierta contra el<br />

vidrio, succionando y moviendo <strong>la</strong> lengua en círculos; <strong>la</strong> tercera<br />

saltó a <strong>la</strong> capota, se subió <strong>la</strong> falda y se sentó en el parabrisas. Para<br />

asco de Cheng, fue evidente que en primer lugar <strong>la</strong> puta no llevaba<br />

ropa interior, y en segundo, que no era el<strong>la</strong> sino él.<br />

<strong>El</strong> pad de mando estaba abierto como una oportunidad, y<br />

Cheng encontró el switch de <strong>la</strong> descarga electrostática.<br />

La/el puta/puto saltó como una mosca de una mesa y cayó<br />

de<strong>la</strong>nte del auto. Cheng se echó a reír al momento, y rió con más<br />

ganas cuando vio al travestí levantarse quejoso y comenzar a<br />

gesticu<strong>la</strong>r y manotear con gran aspaviento y bravata, pero eso sí,<br />

sin tocar el vehículo. Como <strong>la</strong> insonorización del auto hacía <strong>la</strong><br />

escena silente, era doblemente hi<strong>la</strong>rante; Cheng se retorció agarrándose<br />

el vientre entre carcajadas y lágrimas. Era aun otra<br />

227


CIENCIA FICCIÓN<br />

muestra de que este era un país de segunda, se dijo Cheng: no sólo<br />

<strong>la</strong> gastronomía era de segunda, sino también <strong>la</strong> prostitución.<br />

Rayos, hasta los europeos tenían mejor ambas cosas. Cheng<br />

conectó el motor a toda potencia, sin liberar el embrague, y el<br />

travestí pasó corriendo a <strong>la</strong> acera, lo cual desató otra esca<strong>la</strong> de<br />

risotadas.<br />

Recuperando <strong>la</strong> compostura, Cheng tomó el vo<strong>la</strong>nte y miró al<br />

frente. Al hacerlo, vio que una de <strong>la</strong>s putas, <strong>la</strong> pez-limpiador-depeceras,<br />

sostenía un cuchillito amenazador ante el parabrisas. La<br />

descarga electrostática <strong>la</strong> habría alcanzado en <strong>la</strong> boca; algo seguramente<br />

muy molesto. Curioso y deseando más diversión, Cheng<br />

esperó.<br />

La puta, sin dejar de mirar a Cheng a <strong>la</strong> cara, bajó el cuchillo<br />

hasta que se perdió de vista en dirección a <strong>la</strong> rueda. Cheng sonrió<br />

cuando <strong>la</strong> mujer hizo un gesto de c<strong>la</strong>var, y volvió a <strong>la</strong>rgar <strong>la</strong> carcajada<br />

al ver<strong>la</strong> saltar hacia atrás haciendo ademanes de dolor y<br />

tomándose <strong>la</strong> mano, ya sin arma y con manchas de sangre. Es lo<br />

que consigues, pensó Cheng, si intentas perforar una rueda de alta<br />

resistencia con una navajita plegable.<br />

Cheng liberó el embrague y sacó el auto de allí sin soltar el<br />

vo<strong>la</strong>nte. En cualquier otro lugar hubiera puesto el piloto automático;<br />

con los conductores nativos, eso sería suicida, además de que<br />

también debía evitar los baches en <strong>la</strong> calle. Diversión aparte, estar<br />

destinado en este país era un infierno para Cheng. Odiaba tanto<br />

el lugar como a sus habitantes.<br />

Por esa razón no se dolía en lo más mínimo por quienes iban<br />

a morir en <strong>la</strong>s próximas horas.<br />

<strong>El</strong> Coco, Cintras y Marquito se habían pasado <strong>la</strong>s últimas<br />

horas de <strong>la</strong> tarde consiguiendo ba<strong>la</strong>s para el arma del último, y <strong>la</strong><br />

búsqueda los había llevado a reca<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> casa del Cansao, ya<br />

entrada <strong>la</strong> noche.<br />

<strong>El</strong> Cansao se había dec<strong>la</strong>rado en falta en cuanto le expusieron<br />

228


CIENCIA FICCIÓN<br />

su necesidad. Sin levantarse de <strong>la</strong> butaca les dijo, rascándose <strong>la</strong><br />

cabeza—: Hace meses que no se ven ba<strong>la</strong>s de calibres raros americanos.<br />

De ba<strong>la</strong>s rusas y normales, todo lo que quieran; pero no<br />

hay ese calibre especial de los Malos. Eso, si no quieres ir tirando<br />

con cuarenta y cinco <strong>la</strong>rgo, que sirve en tu hierro.<br />

—Quiero <strong>la</strong> de verdad y pago lo que sea, Cansao —dijo<br />

Marquito—. Yo sé que tú lo sacas de abajo de los muertos.<br />

—Te podría hacer una mierda y venderte ba<strong>la</strong>s rusas refundidas<br />

para esa munición en el patio de mi casa —dijo <strong>El</strong> Cansao—.<br />

Pero yo soy tu hermano. A ver, déjame ver <strong>la</strong> pieza, si <strong>la</strong> tienes<br />

arriba.<br />

Marquito se sacó el revólver Taurus de <strong>la</strong> espalda y se lo<br />

extendió al Cansao. Éste lo tomó con parsimonia. —Cuatro cincuenta<br />

y cuatro; tremendo hierro —olisqueó el cañón y al instante<br />

apartó el arma de sí—. Compadre, si vas a andar sin calzoncillos<br />

asegúrate de que el cañón del arma no te caiga entre <strong>la</strong>s nalgas.<br />

Coge, anda. Ustedes los jóvenes tienen cada moda...<br />

—¿Tienes o no, Cansao? —preguntó impaciente <strong>El</strong> Coco—.<br />

Dilo rápido, que nos vamos a ver a Jorge el de Be<strong>la</strong>scoaín, que se<br />

nos hace camino además.<br />

<strong>El</strong> Cansao se repantigó aún más en su butaca y abrió <strong>la</strong>s<br />

manos. —Dale, ve con él. Te va a vender fusibles de electricidad<br />

con baño de níquel de pesetas, metidos en cartuchos rellenos de<br />

cabecitas de fósforos.<br />

—Eso mismo —dijo Cintras—. Vamos, Marquito. Ya me tienes<br />

mal con <strong>la</strong>s balitas especiales para tu revolvito especial.<br />

Marquito se desasió de <strong>la</strong> mano de Cintras. —Mi revolvito<br />

especial, como tú lo l<strong>la</strong>mas, me ha salvado <strong>la</strong> vida más de una vez,<br />

y a ti también.<br />

—Te creo —intervino <strong>El</strong> Cansao—. ¿Qué precisión y alcance<br />

tiene, Marquito?<br />

<strong>El</strong> joven se dio <strong>la</strong> vuelta hacia el vendedor. —A una cuadra he<br />

229


CIENCIA FICCIÓN<br />

matado gente con esto.<br />

—Tremendas patadas que mete, ¿verdad?<br />

Marquito asintió. —Una vez le di en <strong>la</strong> cabeza a un tipo, y se<br />

<strong>la</strong> desaparecí. También dejé cojo a un tipo; le ripié el muslo de<br />

uno solo.<br />

—¿Y cómo conseguías <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s?<br />

—Una reservita que venía con el<strong>la</strong> cuando <strong>la</strong> compré. Después,<br />

como siempre guardo los casquillos originales, le ponía plomos<br />

hechos, pero hechos bien y con buenos materiales. Pero ya ni eso<br />

aparece, y me quedan <strong>la</strong>s puestas y tres más.<br />

<strong>El</strong> Cansao se llevó <strong>la</strong> mano a <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong> y pensó por unos<br />

segundos. —Te diré lo que voy a hacer por ti. Voy a mandar a<br />

buscar <strong>la</strong> pólvora de <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> que lleva con un tipo que lleva<br />

mercancía para el norte de vez en cuando, y yo mismo te fundo<br />

<strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s con buen plomo, te les doy el baño de <strong>la</strong>tón y te cargo<br />

los cartuchos. También voy a ver si te consigo casquillos nuevos.<br />

—Yo no acabo de entenderlos a ustedes los quemados a <strong>la</strong>s<br />

armas —dijo <strong>El</strong> Coco llevándose <strong>la</strong>s manos a los dreadlocks de <strong>la</strong>s<br />

sienes—. Si el hierro es bueno, ¿para qué tanta exquisitez con <strong>la</strong>s<br />

ba<strong>la</strong>s? Si no se traba, lo disparas y ya está.<br />

—La ba<strong>la</strong> es <strong>la</strong> mitad del tiro, Coco. Una ba<strong>la</strong> mal hecha sale<br />

sin puntería, además de que te hace mierda el cañón, si es que<br />

sale.<br />

—¿Y ese contacto tuyo no me pudiera traer <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s y ya?<br />

—preguntó Marquito.<br />

—Difícil —contestó <strong>El</strong> Cansao—. Es mucho más complicado<br />

traer ba<strong>la</strong>s enteras, sobre todo del norte, de los Malos malísimos.<br />

—De todas maneras no sirvió. Necesito <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s ahora; no se<br />

puede ir al fuego con ocho tiros.<br />

Cintras se acomodó <strong>la</strong> panza que le colgaba sobre el cinto y<br />

volvió a tomar a Marquito por el antebrazo. —Mi hermano, el<br />

tiempo pasa y tenemos cosas que hacer —dijo—. Agarra tu auto-<br />

230


CIENCIA FICCIÓN<br />

mática y vamos para allá.<br />

<strong>El</strong> Cansao hizo un gesto de aprobación. —Ba<strong>la</strong>s para automática<br />

tengo de todo, Marquito —dijo—. Nueve, nueve del ruso,<br />

nueve del ruso chiquito, tres cincuenta y siete, cuatro cinco, cinco<br />

siete... lo que quieran los señores.<br />

—La automática es para el diario —protestó Marquito—.<br />

Para <strong>la</strong>s cosas serias llevo el Taurus. Además, no tengo <strong>la</strong> automática<br />

arriba.<br />

—¡Acabáramos! —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong> Coco—. ¿A esta hora y con ese<br />

recado? Mira, cómprale un hierro al Cansao y partimos ya pero<br />

ya. ¿También tienes armas, Cansao?<br />

<strong>El</strong> Cansao asintió calmosamente.<br />

Marquito pareció pensarlo por un rato, y después pidió con<br />

decisión: —Dame algo alemán.<br />

No había nadie sentado en <strong>la</strong> mesa, y en el salón de reuniones<br />

quedaban sólo el negro y el hombre más joven, quienes acodados<br />

en el pullman de <strong>la</strong> ventana oeste disfrutaban una excelente vista<br />

de <strong>la</strong> Bahía.<br />

La Bahía era más negra que <strong>la</strong> noche, pero su superficie<br />

reflejaba <strong>la</strong>s luces de ambos <strong>la</strong>dos con un brillo aceitoso e irisado<br />

que no tenían <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s. En <strong>la</strong> parte del oeste, sin embargo, era<br />

menos vívida <strong>la</strong> iluminación y se quedaba más cerca de <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>.<br />

—Mira para allá —el joven señaló hacia <strong>la</strong> parte vieja de <strong>la</strong><br />

ciudad, <strong>la</strong> occidental—. <strong>El</strong> país de <strong>la</strong> ciguaraya; en cada cuadra se<br />

está cometiendo ahora al menos un asesinato, un robo, una vio<strong>la</strong>ción,<br />

una estafa, una pelea.<br />

—Eso siempre ha sido así, Fernando —dijo el negro—. Yo nací<br />

ahí, en Centro Habana.<br />

—Pero <strong>El</strong> Vedado no era así antes —dijo Fernando—. Ni<br />

Miramar, ni Boyeros. Todo desde <strong>la</strong> Bahía hasta Jaimanitas es una<br />

selva llena de fieras, Samuel.<br />

<strong>El</strong> negro se encogió de hombros. —Bueno, justicia poética. Ya<br />

231


CIENCIA FICCIÓN<br />

los niñitos del Vedado no se pueden hacer los finos con <strong>la</strong> gente<br />

de A<strong>la</strong>mar, como en mi época; ahora <strong>la</strong> gente bien vive aquí en <strong>El</strong><br />

Este. Mi hijo va a nacer aquí en <strong>El</strong> Este.<br />

—¿Y tú crees que <strong>la</strong> ciguaraya no sabe cruzar un túnel o no<br />

puede coger una <strong>la</strong>ncha? Esto aquí va a terminar como eso allá,<br />

y dónde nos vamos a meter yo, tú y tu hijo.<br />

—Batabanó o Alquízar. O Guanabo, para seguir con vista a <strong>la</strong><br />

costa norte.<br />

—Guanabo está lleno de putas y traficantes —dijo Fernando—.<br />

También vas a necesitar un ejército para quitarle el terreno a <strong>la</strong>s<br />

cadenas de turismo, o mucho dinero. Además, Batabanó es un<br />

fangal y Alquízar tiene central; ¿nunca has olido un central en<br />

zafra?<br />

—Pues hasta Matanzas llegamos.<br />

<strong>El</strong> joven meneó <strong>la</strong> cabeza. —Hay que pararlo ya, Samuel, hay<br />

que pararlo ya.<br />

—¿Parar qué?<br />

—Todo en este país va siempre a menos. Tenemos que estar<br />

empezando cosas para ir tirando antes de que <strong>la</strong>s echemos a perder.<br />

<strong>El</strong> negro se enderezó en el asiento y se cruzó de brazos mientras<br />

el joven seguía hab<strong>la</strong>ndo.<br />

—Siempre estamos atrás —dijo el joven—. Y nos enteramos<br />

cuando el golpe avisa. Por una vez tenemos que entrar en caja<br />

rápido, y entrar bien en algo bueno.<br />

—¿Como <strong>la</strong> Arquitectura Dinámica, supongo? —dijo Samuel.<br />

Fernando sonrió sardónicamente a <strong>la</strong> vez que extraía de un<br />

bolsillo del saco un objeto cuadrado y p<strong>la</strong>no no más grande que<br />

<strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano. —Toma —le alcanzó al negro.<br />

Samuel tomó el objeto.<br />

—Ábrelo —dijo Fernando.<br />

Samuel encontró el cierre del aparato y lo abrió en dos como<br />

232


CIENCIA FICCIÓN<br />

una ostra. La parte de arriba era <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, <strong>la</strong> de abajo tenía el<br />

pad y los periféricos. —Es como cualquier otra palmtop —dijo—<br />

. Los periféricos parecen estar mejor hechos, pero nada más.<br />

—Son mejores —afirmó Fernando—. Cada uno está hecho<br />

con <strong>la</strong> calidad que tendría en un ordenador personal orientado<br />

específicamente a su uso. <strong>El</strong> dispositivo de vídeo y sonido es profesional,<br />

el de datos, el Be-jack, <strong>la</strong>s interfases, todo.<br />

<strong>El</strong> negro se encogió de hombros. —Un todo en uno —dijo con<br />

desgana mientras le devolvía el aparato al joven—. La gente les<br />

tiene manía, no se vende. Recuerda, si de algo sé, es de ventas.<br />

Fernando se guardó el artefacto cuidadosamente. —Esto es<br />

más que un todo en uno, es un cualquier cosa en uno.<br />

—Yo sé, yo sé para lo que sirve <strong>la</strong> Arquitectura Dinámica. Si<br />

quiero que este aparato me sirva para procesamiento de sonido,<br />

el chipset se convierte en un procesador de sonido, si quiero una<br />

interfase total, se convierte en un Be-pad.<br />

—Como los mejores del mercado —dijo el joven, apuntando<br />

hacia arriba con el dedo índice—, como los mejores del mercado.<br />

Y también puede convertirse en un contro<strong>la</strong>dor central para<br />

varias unidades, simi<strong>la</strong>res o diferentes; por ejemplo, puedes integrar<br />

un estudio de televisión entero en esta cosa, sin perder ninguna<br />

capacidad, es más, ganando en velocidad y estabilidad. Sin<br />

contar que es lo más esca<strong>la</strong>ble que te puedas imaginar; cualquier<br />

pastil<strong>la</strong> virgen sirve para cualquier función: procesamiento,<br />

memoria, circuitos.<br />

—¿Y qué gano con eso? —preguntó Samuel—. Ni que comprarse<br />

<strong>la</strong>s cosas por separado fuera tan difícil, además de que lo<br />

que se hace de fábrica específicamente para algo es siempre, siempre<br />

mejor. Eso sin contar que con esta tecnología los vendedores<br />

tendrían una so<strong>la</strong> venta en vez de varias. No veo <strong>la</strong> ventaja ni para<br />

el consumidor ni para el proveedor.<br />

<strong>El</strong> joven hizo un gesto de perplejidad retórica. —Pues mira, el<br />

233


CIENCIA FICCIÓN<br />

mundo entero se está pasando a esto, como mismo se pasa a<br />

Taisun —dijo—. Olvídate, son demasiadas <strong>la</strong>s ventajas de explotación<br />

para los usuarios, y los proveedores no pierden tanto. Les<br />

queda <strong>la</strong> venta de pastil<strong>la</strong>s nuevas, licencias de software propietario,<br />

y <strong>la</strong>s refacciones; el ciclo de reposición es mayor que el ciclo<br />

de obsolescencia de <strong>la</strong>s piezas de arquitectura fija.<br />

—¿Y su propio ciclo de obsolescencia?<br />

—¡No tiene! ¿Cómo va a caducar algo que constantemente se<br />

cambia?<br />

—¿Y con tanto cambio no se pierde <strong>la</strong> continuidad del estándar,<br />

<strong>la</strong> compatibilidad entre <strong>la</strong>s generaciones de tecnología?<br />

—¿Por qué, si ni siquiera hay generaciones? ¿Para qué modificar<br />

el estándar cualitativamente si lo puedes esca<strong>la</strong>r casi hasta el<br />

infinito?<br />

Samuel descruzó los brazos y puso <strong>la</strong>s manos sobre los muslos.<br />

—Es <strong>la</strong> nanotecnología del futuro —concedió—. Pero sigo sin ver<br />

por qué es tan necesario para este país, como tú dices, al punto<br />

de correr tanto, y en los zapatos de los chinos nada menos.<br />

Fernando levantó una pierna y se sostuvo el zapato en alto con<br />

una mano, mostrando <strong>la</strong> sue<strong>la</strong>. —Made in China —dijo—. Los<br />

tuyos también, seguro.<br />

<strong>El</strong> negro imitó el gesto del joven. —No, mi hermano —dijo—<br />

. Made in Italy; aquí si hay nivel.<br />

Entre risas, ambos soltaron sus respectivas piernas.<br />

—Sobre tu pregunta —dijo el joven cuando terminó de reír—,<br />

es muy sencillo. La Arquitectura Dinámica es, al menos en los<br />

últimos años, el único shift tecnológico que une a <strong>la</strong>s ventajas de<br />

<strong>la</strong> tecnología en sí, <strong>la</strong>s de <strong>la</strong> inercia del estándar. Por tanto, no nos<br />

va a pasar lo de siempre, que en cuanto alcanzamos un estándar,<br />

el mundo se mueve al siguiente más rápido de lo que podemos<br />

seguirlo. La AD mantendrá una continuidad que nos permitirá<br />

estar a sólo un paso detrás del mundo, no a una cuadra como<br />

234


CIENCIA FICCIÓN<br />

siempre.<br />

—¿Y tú crees que realmente eso va a hacer diferencia? Igual<br />

nunca estaremos al día.<br />

—Cierto, pero ahora no estar al día va a dejar de ser tan malo<br />

como antes. La disparidad va a ser de un orden menor. Por ejemplo,<br />

tendremos un acceso mucho más rápido a <strong>la</strong> web.<br />

—Eso te duele, ¿verdad?<br />

—Y dilo. <strong>El</strong> día entero me lo paso leyendo quejas de clientes,<br />

inventando cómo compatibilizar <strong>la</strong>s redes y solucionando problemas<br />

de conexión; todo es culpa de <strong>la</strong> multiplicidad y el atraso.<br />

Samuel se quedó pensando por un rato. Fernando lo miraba<br />

con intensidad, como si esperara algo de él.<br />

—¿Cómo va el shift a parar a <strong>la</strong> ciguaraya? —dijo el negro al<br />

cabo de un rato—. En principio, esa era tu idea.<br />

—Así como el caos genera caos, el orden genera orden —respondió<br />

Fernando—, y el orden, por supuesto, niega al caos.<br />

—<strong>El</strong> orden es <strong>la</strong> famosa Arquitectura Dinámica, supongo.<br />

—Y el caos <strong>la</strong> ciguaraya.<br />

—Norinco, Norinco de mierda —dijo Marquito observando<br />

su nueva automática—; le ronca haberse comprado esto.<br />

—Mi hermano, <strong>la</strong> mía es Norinco —dijo Cintras—. ¿No te<br />

cuadran? Está bien. Pero no jodas más.<br />

Los tres estaban sentados en cajones plásticos en una esquina,<br />

bajo un arquitrabe ruinoso y medio vencido de <strong>la</strong>s columnatas<br />

corridas de Be<strong>la</strong>scoaín.<br />

Marquito apuntó a los soportales en penumbras al otro <strong>la</strong>do<br />

de <strong>la</strong> vacía avenida. —Me cago en el Cansao. Le pido algo alemán,<br />

y nada más que tiene copias chinas.<br />

—¿Y eso es malo? ¿Las pisto<strong>la</strong>s alemanas son mejores por<br />

qué? ¿Porque son rubias?<br />

—Por el control —dijo Marquito, <strong>la</strong> cabeza <strong>la</strong>deada y un ojo<br />

cerrado—. Los alemanes les hacen todas <strong>la</strong>s pruebas a <strong>la</strong>s piezas<br />

235


CIENCIA FICCIÓN<br />

y los chinos se saltan unas cuantas.<br />

—¿Y eso qué tiene? —preguntó <strong>El</strong> Coco.<br />

—Que una pisto<strong>la</strong> alemana es una garantía de por vida, y una<br />

china, un albur.<br />

Cintras y <strong>El</strong> Coco chistaron de fastidio, al unísono.<br />

—Échate qué tal<strong>la</strong> —dijo de repente Marquito—. Una vieja<br />

trasnochadora.<br />

Por los soportales de <strong>la</strong> acera opuesta caminaba una anciana,<br />

despacio y pegada a <strong>la</strong> pared. Los triángulos de luz definidos por<br />

<strong>la</strong>s columnas llegaban apenas con un vértice hasta sus f<strong>la</strong>cas rodil<strong>la</strong>s;<br />

el resto de el<strong>la</strong> se veía siempre entre sombras imprecisas.<br />

—Se saló <strong>la</strong> vieja —dijo Marquito, y apretó el gatillo.<br />

<strong>El</strong> ruido del disparo rebotó de acera a acera y cimbró <strong>la</strong>s tapas<br />

del alcantaril<strong>la</strong>do antes de morir entre <strong>la</strong>s columnatas.<br />

—¿Qué coño tu estás haciendo, Marquito? —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong><br />

Coco.<br />

—Afino <strong>la</strong> mira, que debe hacer falta —dijo Marquito, aun<br />

apuntando—. Fíjate que fallé.<br />

En efecto, <strong>la</strong> silueta de <strong>la</strong> anciana se veía en pie, inmóvil contra<br />

<strong>la</strong> pared.<br />

—¡Corra, mi vieja! —gritó Marquito—. ¡Le doy un chance!<br />

<strong>El</strong> Coco meneó <strong>la</strong> cabeza desaprobadoramente. —Yo <strong>la</strong> verdad<br />

que perdí el interés en <strong>la</strong>s viejas el día que descubrí a <strong>la</strong>s<br />

mujeres.<br />

Cintras echó una risotada.<br />

—Métele un tiro de susto —dijo Marquito—, para que se<br />

mueva; si no, no tiene gracia.<br />

Cintras comenzó a sacar <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>.<br />

En ese momento una enorme furgoneta negra frenó justo<br />

de<strong>la</strong>nte de los tres, con un estrepitoso chirrido de neumáticos.<br />

—La recogida, Marquito —dijo <strong>El</strong> Coco—. Ya deja eso.<br />

Los tres caminaron hacia <strong>la</strong> parte posterior de <strong>la</strong> furgoneta,<br />

236


CIENCIA FICCIÓN<br />

cuya portezue<strong>la</strong> trasera acababa de abrirse. <strong>El</strong> Coco y Cintras<br />

entraron apresuradamente y se acomodaron en uno de los asientos<br />

corridos a lo <strong>la</strong>rgo del costado del vehículo; Marquito se<br />

quedó indeciso, un pie en <strong>la</strong> moqueta y otro en <strong>la</strong> calle. Aún tenía<br />

<strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> en <strong>la</strong> mano. La alzó apurado y volvió a disparar hacia<br />

<strong>la</strong> acera de enfrente. —Mierda, otra vez fallé —gruñó; y con aire<br />

de disgusto guardó el arma, pasó adentro y se sentó.<br />

Dentro de <strong>la</strong> furgoneta, al final de los asientos, había un hombre<br />

alto, rubio, con ropa casual de marca. —¿Y ese tiroteo? —<br />

preguntó—. ¿Quién coño es el vaquero este, Coco?<br />

—Ese es Marquito —respondió <strong>El</strong> Coco—, uña y carne conmigo,<br />

hombre a todas, y el otro es Cintras, mi suegro, un tipo<br />

probado.<br />

—¿Y <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>cera que ustedes estaban formando, con quién<br />

era?<br />

—Marquito estaba probando el hierro, que es nuevo.<br />

—Acabaste conmigo, Coco —dijo el hombre de <strong>la</strong> furgoneta—.<br />

Me l<strong>la</strong>mas tarde, te apareces con dos tipos nada más, y uno<br />

de ellos se pone a tirar tiros a los <strong>la</strong>tones de basura.<br />

<strong>El</strong> Coco y Cintras intercambiaron una mirada de entendimiento;<br />

Marquito fijó <strong>la</strong> vista en sus zapatos.<br />

—Cara, mi hermano —dijo <strong>El</strong> Coco—, tú no estás obligado a<br />

nada conmigo, ni yo contigo; si tú quieres, nos bajamos y ya.<br />

—No te hagas, Coco, tú sabes bien que ahora no tengo más<br />

remedio —dijo el hombre y dio un golpe en <strong>la</strong> carcasa del auto—<br />

. ¡Arranca!<br />

La furgoneta se puso en movimiento.<br />

—Para terminar <strong>la</strong>s presentaciones —dijo <strong>El</strong> Coco—, este es<br />

mi socio <strong>El</strong> Cara.<br />

—¿Tú, te l<strong>la</strong>mas Marquito, no? —preguntó <strong>El</strong> Cara sin más<br />

preámbulo—. ¿Tu hierro no está alineado? Te lo cambio.<br />

Marquito hizo un gesto de afirmación.<br />

237


CIENCIA FICCIÓN<br />

<strong>El</strong> Cara metió <strong>la</strong> mano en un gran envoltorio que estaba a sus<br />

pies, sacó un arma y se <strong>la</strong> tiró a Marquito. Éste <strong>la</strong> tomó y le dio<br />

<strong>la</strong> vuelta para ver <strong>la</strong> marca. Al leer, dio un respingo.<br />

<strong>El</strong> Cara hizo un gesto que lograba expresar tanto curiosidad<br />

como desdén.<br />

—No le gustan <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s chinas —explicó <strong>El</strong> Coco.<br />

—¡No jodas! —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong> Cara—. ¡Aquí todo es chino, mi<br />

hermano! Fíjate que, si <strong>la</strong> mujer me pare un chinito, yo no me voy<br />

a poner bravo.<br />

<strong>El</strong> Coco y Cintras corearon ruidosamente <strong>la</strong>s risotadas del<br />

Cara; Marquito con media boca.<br />

<strong>El</strong> Cara volvió a meter <strong>la</strong> mano en el envoltorio y comenzó a<br />

sacar paquetes que después les tiraba a los demás. —Son todos<br />

ajustables —dijo—, pero los hay más anchos, más <strong>la</strong>rgos, para<br />

todos los cuerpos. Busquen el suyo. Los cascos vienen en dos<br />

tal<strong>la</strong>s nada más, gente y cabezones.<br />

Los demás comenzaron a manipu<strong>la</strong>r los paquetes, y tras descubrir<br />

que eran armaduras para tronco y muslos, comenzaron a<br />

probárse<strong>la</strong>s.<br />

—Hecho en China, mi socio —le dijo <strong>El</strong> Cara a Marquito con<br />

expresión burlona—; lo siento, no tengo otra marca.<br />

—Él se lo pone, no te preocupes —dijo Cintras, observando<br />

cómo Marquito le daba vueltas al chaquetón—. La cabeza es por<br />

ahí.<br />

—No hagan <strong>la</strong> noche conmigo —masculló Marquito—, que<br />

yo no soy maricón de nadie.<br />

<strong>El</strong> Cara <strong>la</strong>rgó una carcajada. —¡No importa, chama! A cualquiera<br />

lo vaci<strong>la</strong>n, y no por eso deja de ser hombre; el bugarrón<br />

que te metió ese cuento te engañó. Tremenda pena me da contigo<br />

que te hayan convencido tan fácil.<br />

Todos menos Marquito rieron con ganas.<br />

—Bueno, el baleiro —anunció <strong>El</strong> Cara—. Díganme los calibres.<br />

238


CIENCIA FICCIÓN<br />

—<strong>El</strong> nueve ruso —dijo Cintras.<br />

—Cinco con siete del gordo.<br />

Marquito miró <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> que le acababan de dar y levantó<br />

nueve dedos. —Del americano —explicó.<br />

<strong>El</strong> Cara asintió comp<strong>la</strong>cido. —Tengo, y bueno —dijo—.<br />

Aluminio con acero para todo el mundo, de <strong>la</strong>s rápidas que se<br />

pueden disparar en lo que sea.<br />

Comenzó a sacar cargadores de pisto<strong>la</strong>, que primero miraba a<br />

<strong>la</strong> luz cenital del techo de <strong>la</strong> furgoneta y después repartía o ponía<br />

en el suelo.<br />

<strong>El</strong> Coco y Cintras se pusieron como niños con juguetes nuevos;<br />

Marquito cambió <strong>la</strong> expresión.<br />

—Les voy dando de esto por si se cayó un conecto que tenemos<br />

—explicó <strong>El</strong> Cara—, para conseguir Akás en el camino allá;<br />

más ade<strong>la</strong>nte sabremos si hay o no. Ah, los Akás no son chinos,<br />

son del tiempo de los rusos, pero están en tal<strong>la</strong>.<br />

De repente <strong>El</strong> Cara se calló y miró por una ventana.<br />

—¡Yuzaima! —gritó—. ¿Por dónde tú me estás llevando?<br />

Desde el asiento del conductor respondió una voz de mujer.<br />

—Estoy buscando <strong>la</strong> autovía de Reg<strong>la</strong>, como me dijiste.<br />

<strong>El</strong> Cara agitó <strong>la</strong> cabeza. —¡No hay tiempo! —dijo—. Vamos<br />

por el túnel; coge por el cuarto conducto.<br />

—¿Qué tú quieres hacer en <strong>El</strong> Morro a estas horas? —<br />

preguntó <strong>la</strong> conductora—. Además, nos van a parar.<br />

—En esa carrilera y en este carro, no. Parece de reparticiones.<br />

A <strong>la</strong> salida del túnel nos arreg<strong>la</strong>mos; lo importante es cruzar <strong>la</strong><br />

bahía —<strong>El</strong> Cara se sumergió de nuevo en su saco de equipo.<br />

Mientras, los <strong>otros</strong> hombres cambiaban sus cargadores por los<br />

nuevos. —No me los mezcles, Cintras —pidió <strong>El</strong> Coco.<br />

—Vienen pintados —dijo Marquito—. No hay pérdida.<br />

<strong>El</strong> Coco se dio palmetazos en varios puntos del chaquetón,<br />

comprobando como por instantes el traje se ponía rígido con los<br />

239


CIENCIA FICCIÓN<br />

golpes, y después movió los brazos y <strong>la</strong>s piernas. —Cómodo, está<br />

cómodo.<br />

Cintras, por su parte, apuntó con el arma a través de <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong>,<br />

persiguiendo en su desp<strong>la</strong>zamiento aparente a los faroles<br />

más lejanos de <strong>la</strong> Avenida del Puerto. —Vamos a partirle <strong>la</strong> vida<br />

a unos cuantos. ¡Páwata, páwata, páwata!<br />

Marquito asintió, mirando de reojo al atareado Cara a <strong>la</strong> vez<br />

que acariciaba su pisto<strong>la</strong>.<br />

<strong>El</strong> anfitrión le sirvió café al hombre de cabello crespo en una<br />

taza de porce<strong>la</strong>na azul. —¿Así o más, Sergio?<br />

Sergio negó con <strong>la</strong> cabeza. —Poquito. De café ya tengo en<br />

vena lo suficiente para una semana; este poquito te lo tomo para<br />

no hacerte un feo.<br />

—Tú siempre tan amable —sonrió el anfitrión mientras echaba<br />

en su taza una generosa cantidad—. Yo sí que no puedo resistirme<br />

a <strong>la</strong> segunda mejor exportación colombiana.<br />

—¿Esta gente no querrá?<br />

—No, hubieran venido aquí a <strong>la</strong> cocina.<br />

Sergio se apoyó contra <strong>la</strong> meseta del fregadero. —¿No hay<br />

camareras aquí?<br />

—No a esta hora. A esta hora no hay nada; gracias a Dios mi<br />

tarjeta me da acceso para todo, hasta para sacar <strong>la</strong> cafetera del<br />

estante, y el café de marca lo guardo en mi oficina.<br />

—Qué chino más atravesado este Cheng —dijo Sergio—, mira<br />

que poner <strong>la</strong> reunión para esta hora, y aquí en vez de en <strong>la</strong> Lonja<br />

del Comercio.<br />

—Fui yo quien decidió <strong>la</strong> hora y el lugar. No me pongas esa<br />

cara; tengo mis razones. La que te puedo contar es que no conviene<br />

aún que se sepa de estas negociaciones, y <strong>la</strong> noche, ya sabes, es<br />

<strong>la</strong> madre del secreto...<br />

—... y <strong>la</strong> hermana del silencio. Yo también he oído <strong>la</strong> canción<br />

—Sergio tomó un sorbo de café.<br />

240


CIENCIA FICCIÓN<br />

—Entiendes, entonces.<br />

—Conmigo no tienes problema, Pedro.<br />

Los dos se concentraron en el café.<br />

Sergio puso cara de éxtasis. —Pedro, este café está bueno.<br />

<strong>El</strong> otro sonrió. —¿Bueno nada más?<br />

—Tú sabes cómo soy yo —dijo Sergio—, cuando exagero es<br />

que estoy siendo amable, y cuando digo <strong>la</strong>s cosas normal, sin<br />

inf<strong>la</strong>r, estoy diciendo lo que siento. Y lo que siento es que este café<br />

es el mejor que me he tomado en años.<br />

Pedro se frotó <strong>la</strong>s uñas de <strong>la</strong> mano derecha contra su chaqueta<br />

y luego se <strong>la</strong>s sopló. —Tú sabes que yo me muevo en Colombia<br />

—dijo.<br />

—Yo sé como tú te mueves en Colombia, y que conste que no<br />

le digo nada a tu mujer, ni a <strong>la</strong> mía, que es lo mismo.<br />

—Aparte de eso, aparte de eso; tú sabes que yo tengo mis<br />

negocios allá. No te voy a decir nada, pero este café me lo rega<strong>la</strong><br />

una personalidad colombiana que le pisa los callos al presidente<br />

y no le pide perdón.<br />

Sergio sonrió. —Tú eres el hombre del negocio.<br />

—Y tú el de <strong>la</strong> ciencia —dijo Pedro—, siempre ha sido así. Por<br />

eso yo te respeto; por eso y porque sé que tú me respetas desde<br />

los tiempos de <strong>la</strong> universidad, cuando todo el mundo decía que yo<br />

era un inútil. Todo el mundo menos tú.<br />

—Si eso me ha valido tomarme este café contigo —Sergio<br />

puso <strong>la</strong> mano izquierda sobre el hombro de Pedro—, fue el mejor<br />

juicio de carácter que he hecho en mi vida.<br />

Pedro levantó <strong>la</strong> mano en un ademán moderador. —La cuestión<br />

ahora no es de juicio de carácter —dijo—, pero igual necesito<br />

tu confianza; confianza en mí y en mi juicio.<br />

Sergio suspiró. —Y confío, confío. Es sólo cuestión de punto<br />

de vista. Hay cosas que tú simplemente nunca vas a ver.<br />

Pedro puso <strong>la</strong> taza sobre <strong>la</strong> meseta y se cruzó de brazos.<br />

241


CIENCIA FICCIÓN<br />

—¿Cómo qué, a ver? —preguntó—. De verdad me interesa saber.<br />

—Bueno, tú puedes ver todo este asunto del shift a <strong>la</strong> AD y<br />

Taisun, <strong>la</strong> compatibilidad con el mundo y los chinos, en términos<br />

de política y de economía; yo los veo en términos de resistencia.<br />

—¿Resistencia? ¿Qué es eso de resistencia?<br />

—La que tú quieras. Cultural, económica, política.<br />

—¿Pero resistencia a qué?<br />

—Resistencia a ser una provincia del mundo —dijo Sergio—,<br />

en vez de un país.<br />

—No te entiendo —Pedro agitó <strong>la</strong> cabeza nerviosamente—.<br />

¿Qué quieres decir con eso?<br />

—Que sería muy bonito ser parte del mundo si el mundo fuera<br />

un lugar bonito; pero no lo es. Y no lo digo yo; tú también lees <strong>la</strong><br />

prensa extranjera. Ahora mismo, hay más cosas ma<strong>la</strong>s que buenas<br />

ocurriendo, y precisamente <strong>la</strong>s cosas ma<strong>la</strong>s prefieren <strong>la</strong>s redes<br />

para moverse. Mucho fraude, mucho negocio incierto y desfavorable,<br />

contenido basura. Y a todas esas cosas se les traba el paraguas<br />

para entrar aquí; llega despacio, sin ganas.<br />

—También a <strong>la</strong>s cosas buenas, sabes —apuntó Pedro—, de<br />

entrada y de salida.<br />

—Es idea que te haces. Los turistas no vienen por cable ni por<br />

satélite, ni <strong>la</strong>s maquinarias; y los cítricos, el café, el tabaco, el<br />

níquel, los músicos, <strong>la</strong> mano de obra, todo sale por barco o avión.<br />

Pedro dio unos golpecitos con los dedos en el enlosado de <strong>la</strong><br />

meseta; el material no percutió en lo absoluto. —No es tan simple<br />

como tú dices. La inferioridad tecnológica respecto al resto del<br />

mundo no es sólo un problema de transmisión de datos; también<br />

tiene efectos económicos.<br />

—Inferioridad en informática de usuario, Pedro, nada más, y<br />

eso no tiene tanto peso en nuestra economía. No te sigas creyendo<br />

esa propaganda de “eleve <strong>la</strong> eficiencia de su empresa con los nuevos<br />

ordenadores Fu<strong>la</strong>no”. A <strong>la</strong> hora del cuajo, nuestra economía<br />

242


CIENCIA FICCIÓN<br />

no tiene sectores que dependan de <strong>la</strong> informática b<strong>la</strong>nda. La agricultura,<br />

el turismo y <strong>la</strong> minería llevan equipos que usan software<br />

integrado, propietario y para técnicos. Aquí no andamos moviendo<br />

de un <strong>la</strong>do para otro terabytes de marketing, consultorías y<br />

servicios en línea.<br />

—Sí lo movemos —afirmó Pedro—. Hay mucho trabajo de<br />

oficina, mucho trabajo de gerencia que hacer. No caigas en el<br />

error de pensar que no lo hay, o que no es importante.<br />

—Eso es comodidad para <strong>la</strong>s secretarias, y eso no da nada —<br />

dijo Sergio mientras dejaba <strong>la</strong> taza en <strong>la</strong> meseta—. En cambio,<br />

¿tienes idea de cuántos técnicos viven de hacer emu<strong>la</strong>dores o<br />

ensamb<strong>la</strong>ndo piezas incompatibles? ¿De cuántos talleres hay<br />

fabricando piezas multiestándar? ¿De cuántas soluciones técnicas<br />

para problemas extremos generamos aquí y vendemos fuera? Es<br />

una industria nacional orientada a un mercado nacional, que da<br />

empleo y mueve capital pequeño; eso no lo tiene ningún país, y lo<br />

lloran. Tú sabes que lo lloran. Todos los economistas dicen que<br />

ojalá que haya de nuevo economías nacionales, que haya fronteras<br />

de nuevo, y este país es de los pocos que nunca dejó de tener<strong>la</strong>.<br />

¿Qué es nuestra situación tecnológica sino <strong>la</strong> frontera más<br />

dura del mundo? No, mi hermano, yo no me quiero montar en el<br />

carro del mundo, no ahora que hay tanta gente que quiere bajarse—.<br />

Sergio levantó <strong>la</strong> taza y pa<strong>la</strong>deó el último sorbo con expresión<br />

reconcentrada, como si estuviera sopesando sus propias<br />

pa<strong>la</strong>bras.<br />

Pedro apuró el fondo de su café. —Ya salió —sonrió cómplice<br />

mientras sostenía <strong>la</strong> taza entre ambas manos.<br />

—¿Salió qué?<br />

—La industria nacional. Tu industria nacional —Pedro marcó<br />

el “tu” con tono sarcástico.<br />

Sergio acarició con displicencia el so<strong>la</strong>pín que colgaba del<br />

bolsillo superior de su chaqueta. Decía “Investigadores indepen-<br />

243


CIENCIA FICCIÓN<br />

dientes” en austeras letras rojas sobre fondo cobalto. —Bueno,<br />

tengo que ha<strong>la</strong>r para mi <strong>la</strong>do, para mi gente ¿no? Oye —dijo en<br />

aire de mofa— está bueno este título que inventaste; lo que más<br />

me gusta es <strong>la</strong> onda de <strong>la</strong> investigación.<br />

—Tengo que mantener el nombre de mi empresa; no puedo<br />

mandar a hacer un so<strong>la</strong>pín que diga “Informáticos merolicos y<br />

delincuentes a medio tiempo”.<br />

Ambos rieron discretamente.<br />

—Bien, Sergio —dijo Pedro tomando <strong>la</strong> cafetera—, en vista de<br />

que no te puedo convencer, te voy a dar más café, hasta que te<br />

vuelvas adicto y te pueda chantajear.<br />

—Tú sí sabes cómo. Pero espérate, que este café se merece mi<br />

taza especial.<br />

Sergio se llevó <strong>la</strong> mano a un bolsillo interior del chaleco y sacó<br />

un objeto compuesto de dos aros plásticos concéntricos, de cinco<br />

centímetros de diámetro el de afuera y algo menos el de adentro.<br />

<strong>El</strong> exterior era transparente y tenía por encima un reborde que<br />

cubría al interior; por debajo tenía adherida una pelícu<strong>la</strong> traslúcida<br />

de un material tenue, casi inexistente, que atrapaba al aro<br />

pequeño. —Echa en el medio, sin miedo —dijo presentando el<br />

objeto ante <strong>la</strong> cafetera.<br />

Pedro puso cara de fastidio mientras dejaba caer un chorro<br />

tímido de café. Para su sorpresa, en cuanto el líquido tocó el<br />

material traslúcido, este cedió como una te<strong>la</strong> de araña, sin romperse,<br />

y bajó llevándose consigo el aro interior hasta separarlo<br />

diez centímetros del aro. Pedro se quedó boquiabierto observando<br />

el jarro en que se había convertido el artilugio.<br />

—Es una macromolécu<strong>la</strong> con memoria de forma —explicó<br />

Sergio—. La presión hidrostática <strong>la</strong> hace cambiar de estructura, y<br />

se estira y se tensa; se puede tomar el líquido sin peligro de que se<br />

recoja porque no recupera <strong>la</strong> forma de inicio hasta que <strong>la</strong> carga<br />

no baja de un umbral.<br />

244


CIENCIA FICCIÓN<br />

Pedro sacudió <strong>la</strong> cabeza benévo<strong>la</strong>mente. —A ti te encantan los<br />

tarequitos.<br />

—Me privan —reconoció Sergio—, me vuelven loco.<br />

—Y tú eres el que no quiere el shift; con <strong>la</strong> cantidad de tarequitos<br />

que no entran por incompatibilidad de estándares.<br />

—Precisamente por eso. Si mañana todas <strong>la</strong>s pirujitas de<br />

secundaria fueran a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> con tacitas como ésta, me iba a<br />

deprimir cantidad. Ahora, yo soy una de <strong>la</strong>s cuatro o cinco personas<br />

en esta ciudad que tienen algo como esto. Dale, acaba de<br />

echarme el café.<br />

Marquito se acomodó <strong>la</strong>s cartucheras y pistoleras con ademanes<br />

viriles. Tenía el Ka<strong>la</strong>shnikov cruzado sobre el hombro, un pie<br />

ade<strong>la</strong>ntado para adoptar una pose perdonavidas y <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong> tan<br />

levantada que le debía ser incómodo mirar al frente. Llevaba dos<br />

fundas, una a <strong>la</strong> derecha para <strong>la</strong> nueve milímetros y otra a <strong>la</strong><br />

izquierda para el revólver, y cananas para <strong>la</strong>s tres armas.<br />

Cintras, de pie junto a él, rastril<strong>la</strong>ba una y otra vez el fusil,<br />

profiriendo expletivos y flexionando <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s cada vez que<br />

terminaba el ciclo del mecanismo. Llevaba el casco con los cierres<br />

sueltos y se le ba<strong>la</strong>nceaba con cada movimiento brusco.<br />

<strong>El</strong> Coco terminaba un cigarro sentado sobre <strong>la</strong> herrumbrosa<br />

cureña de uno de los grandes cañones españoles, con el Ka<strong>la</strong>shnikov<br />

en el regazo y cara de estar sacando cuentas; sus <strong>la</strong>bios musitaban<br />

números de vez en cuando.<br />

Alrededor de ellos, <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada exterior de <strong>la</strong> batería costera<br />

de tiempos coloniales estaba llena de vehículos y hombres armados<br />

o por armar, acompañando a los enormes cañones Ordóñez<br />

con un ajetreo guerrero que éstos no veían desde hacía más de un<br />

siglo. Por suerte para los hombres no había luna, y sus preparativos<br />

no eran visibles para <strong>la</strong> gente que estuviera en <strong>El</strong> Morro o en<br />

los primeros edificios de <strong>la</strong> urbanización del Este. Del reparto de<br />

La Cabaña y cercanías los tapaban <strong>la</strong> concavidad del terreno y <strong>la</strong><br />

245


CIENCIA FICCIÓN<br />

vieja mural<strong>la</strong> españo<strong>la</strong>; al norte no había sino el mar vacío, que<br />

además cubría todos los ruidos con su oleaje.<br />

<strong>El</strong> Coco terminó de arreg<strong>la</strong>r cuentas y se dedicó a observar a<br />

los demás. La mayoría galleaba, como Cintras y Marquito, o<br />

bromeaba peligrosamente. Unos pocos conversaban en grupos<br />

pequeños, menos estudiaban sus armas y su equipo. ¿Cómo rayos<br />

se había metido en tamaño brete con esta gente? Yunia; Yunia, <strong>la</strong><br />

muy puta desgraciada, ojalá y <strong>la</strong> mataran, pensó. Lo engañaba, se<br />

escapaba antes de que pudiera darle lo que se merecía, y lo dejaba<br />

sin un peso pero con <strong>la</strong>s deudas de sus caprichos. Tenía que salir<br />

bien de ésta, para encontrar a Yunia donde quiera se hubiera<br />

metido y meter<strong>la</strong> en una bañera con cal viva.<br />

—¿Pensando, Coco?<br />

<strong>El</strong> Coco levantó <strong>la</strong> vista. <strong>El</strong> Cara sí que estaba cargado de<br />

cosas, y eso que no llevaba AK.<br />

—No pienses tanto, Coco. <strong>El</strong> que piensa mucho se traba.<br />

—Estoy cogiendo fresco —sonrió <strong>El</strong> Coco—. Y nivelándome<br />

un poco; le quedan dos o tres patadas —le ofreció su cigarrillo al<br />

Cara.<br />

—No, qué va. Me hace falta estar c<strong>la</strong>ro. ¿Ves esto? —<strong>El</strong> Cara<br />

levantó en <strong>la</strong> mano derecha una semiesfera metálica del tamaño<br />

de una cabeza—. Tiene ruedas debajo —volteó el aparato—, y se<br />

mueve solo, pero yo lo tengo que guiar con un puntero láser.<br />

—¿Qué es, un juguete?<br />

<strong>El</strong> Cara negó con <strong>la</strong> cabeza. —Una bomba. Es para hacer un<br />

paso en un área minada.<br />

—Tremendo invento. ¿Y a donde vamos va a hacer falta?<br />

—Esto y más. Me dieron también <strong>la</strong>nzagranadas, <strong>la</strong>nzacohetes,<br />

bo<strong>la</strong> de inventos cómicos.<br />

—No me digas que vamos a tumbar al gobierno.<br />

<strong>El</strong> Cara se echó a reír. —No, es más serio. Vamos a quemar el<br />

edificio de una gran empresa. No tenemos que hacer nada espe-<br />

246


CIENCIA FICCIÓN<br />

cial, nada más que dejarlo inhabitable por un <strong>la</strong>rgo rato.<br />

<strong>El</strong> Coco dio un respingo. —Contra, mi hermano. Eso es grave.<br />

¿Y se supone que lo hagamos con esta gente?<br />

<strong>El</strong> rubio se dio <strong>la</strong> vuelta y observó a los hombres. —No importa<br />

—dijo volviendo a encarar al Coco—. Sólo tienen que hacer<br />

bulto. Yo y tú somos los que vamos a hacer esto. Yo llevo lo<br />

pesado y tú me cubres.<br />

—¿Y si se te rajan?<br />

—Tengo cuatro tipos haciendo <strong>la</strong> pa<strong>la</strong> —dijo <strong>El</strong> Cara—, repartiendo<br />

Yerba Negra, coca, hongo, Pata Caimán, Seboruca, pastil<strong>la</strong>s,<br />

de todo. No se va a rajar nadie. A ti no te ofrezco porque no<br />

es lo tuyo.<br />

<strong>El</strong> negro sonrió, dio <strong>la</strong> última cachada al cigarrillo y botó el<br />

extremo casi inexistente.<br />

Cuando <strong>la</strong> ínfima colil<strong>la</strong> cayó entre los matojos, <strong>El</strong> Cara se<br />

aproximó al otro hombre. —Coco, mi hermano, ¿de dónde tú<br />

sacaste a estos dos?<br />

<strong>El</strong> Coco se echó hacia atrás, poniendo <strong>la</strong>s manos ante sí como<br />

si temiera que el rubio fuera a desplomarse sobre él. —No te me<br />

pegues tanto, que me parece que me vas a dar un beso o cualquier<br />

mariconada.<br />

—Yo confiaba en que al menos tú me ibas a conseguir gente<br />

seria.<br />

—No se pudo, mi socio —dijo <strong>El</strong> Coco—. Es que estoy arrancado,<br />

no tengo ni para pagar el cuarto. Y así no te respetan, los<br />

duros de verdad no te siguen.<br />

<strong>El</strong> Cara puso una mano sobre el hombro del otro. —No hay<br />

problema. Cuando esto se acabe, vas a nadar en dinero. Ven —<br />

señaló hacia atrás con un movimiento de cabeza—, ayúdame a<br />

ponerle el blindaje a los carros.<br />

<strong>El</strong> Coco se cruzó el fusil a <strong>la</strong> espalda y siguió al Cara hasta <strong>la</strong><br />

parte posterior de una furgoneta, contento de tener algo físico que<br />

247


CIENCIA FICCIÓN<br />

hacer. Al llegar junto al vehículo <strong>El</strong> Cara abrió <strong>la</strong> puerta. —<br />

Ayúdame, que esto pesa —dijo seña<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> carga, unos rollos<br />

gruesos de un material mate pero per<strong>la</strong>do, de centelleos metálicos<br />

por <strong>la</strong> luz interior de <strong>la</strong> furgoneta. <strong>El</strong> Coco se acomodó <strong>la</strong> correa<br />

del Ka<strong>la</strong>shnikov y se inclinó para tomar el extremo de un pliego<br />

en lo que el rubio entraba y se ponía a empujarlo hacia fuera.<br />

—Puede tocar el piso, pero no dejes que se arrastre —dijo <strong>El</strong><br />

Cara.<br />

Sacaron trabajosamente seis rollos grandes y seis pequeños. Al<br />

terminar, <strong>El</strong> Coco dijo, secándose <strong>la</strong> frente: —Mi hermano, con <strong>la</strong><br />

cantidad de manganzones que hay aquí.<br />

—Son capaces de romperlo, y eso que es blindaje —<strong>El</strong> Cara<br />

salió del vehículo cargando una cesta plástica con tubos de spray<br />

de varios colores—. Pero para ponerlos sí van a tener que ayudar,<br />

al menos sostenerlos en lo que tú y yo echamos el spray.<br />

—¿Cómo funciona esto? —dijo <strong>El</strong> Coco acercando una mano<br />

curiosa a los tubos de spray.<br />

—<strong>El</strong> rojo es para <strong>la</strong> parte de adentro, para que pegue; el azul,<br />

para <strong>la</strong> parte de afuera, para que fragüe.<br />

<strong>El</strong> Coco tomó uno de los rojos. —¿Y con esto se pega en pintura<br />

de carro? ¿No se supone que no se le pegue nada?<br />

—Se pega, se pega. Se pega en cualquier cosa, y si no hay<br />

polvo, mejor todavía.<br />

—Bárbaro, entonces —reconoció el negro—. ¿Y el spray amarillo?<br />

—Sirve para zafarlo después; también para limpiarle <strong>la</strong> sangre.<br />

<strong>El</strong> Coco hizo un gesto de sorpresa. —¿Limpia <strong>la</strong> sangre?<br />

—Una pasada, y nada queda —dijo orgullosamente <strong>El</strong> Cara—<br />

. Ni gota.<br />

<strong>El</strong> Coco repuso en <strong>la</strong> canasta el spray rojo y tomó uno amarillo<br />

que sopesó caviloso. —Mi socio —dijo—, si al final te sobra<br />

uno de éstos, ¿me lo podrías pasar?<br />

248


CIENCIA FICCIÓN<br />

<strong>El</strong> hombre grueso y de mediana edad caminaba de un extremo<br />

a otro del pasillo llevándose de vez en cuando una mano al móvil<br />

que rodeaba su oreja. A <strong>la</strong> enésima vuelta, el hombre se detuvo,<br />

levantó <strong>la</strong> cabeza y dejó <strong>la</strong> mano fija apretando el aparato contra<br />

su cráneo. —¿Ricardo? —dijo—. Soy yo, Julio. Sí, todavía estoy<br />

aquí con <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> informática y el chino no ha llegado. No,<br />

no me parece que venga —hizo un gesto de impaciencia y cólera<br />

cuyo objetivo parecía ser su interlocutor—. ¿Para qué carajo...?<br />

—Su cara mostró duda. —No hay nada de qué hab<strong>la</strong>r, aquí todo<br />

el mundo tiene su idea hecha —dijo exasperado—. ¿Y eso te<br />

importa tanto como para tenerme a esta hora dando sánsara con<br />

esta gente? Además de que estoy muy cansado y cabrón para<br />

tirarle de <strong>la</strong> lengua a nadie, yo nunca he servido para sacarle cosas<br />

a <strong>la</strong> gente. ¿Cómo? —puso una expresión de incredulidad furiosa—<br />

¿Cómo que para qué yo sirvo? Eso es lo más desagradecido<br />

que me han dicho en años en <strong>la</strong> política, y mira que me han dicho<br />

cada cosa. Oye, yo soy un diputado elegido y no tengo por qué<br />

aguantarte esas cosas, ni mucho menos servirte de espía. No, no,<br />

óyeme tú a mí, bien c<strong>la</strong>ro: en este país tú no eres el único que tiene<br />

un grupo par<strong>la</strong>mentario, y yo sí que soy el único que manda en<br />

Cienfuegos; a ver qué me dice Cabreras de eso. —<strong>El</strong> hombre se<br />

puso en jarras—. No, yo me pongo como tú me pongas —y<br />

marcó <strong>la</strong> frase seña<strong>la</strong>ndo con el índice un punto culpable del<br />

piso—. Sí, yo sé lo que es <strong>la</strong> informática en el mundo moderno,<br />

estoy en <strong>la</strong> cabrona comisión nacional de eso. Sí, aquí se pueden<br />

decidir cuestiones muy importantes; mejor dicho, se podían, porque<br />

a esta hora ya el chino nos está vaci<strong>la</strong>ndo, haciéndole chistes<br />

a alguna puta, de que tiene a cinco guanajos desve<strong>la</strong>dos esperándolo.<br />

¿Hab<strong>la</strong>r con <strong>la</strong> gente? ¿De qué, Ricardo, de qué, dime, de<br />

qué que no se pueda hab<strong>la</strong>r en otro momento? Otra reunión se<br />

arreg<strong>la</strong> fácil, no jodas. —Escuchó con paciencia forzada durante<br />

dos minutos enteros—. Está bien, está bien; pero me <strong>la</strong> debes,<br />

249


CIENCIA FICCIÓN<br />

buena que me <strong>la</strong> debes.<br />

<strong>El</strong> hombre l<strong>la</strong>mado Julio tocó el móvil con <strong>la</strong> punta de un<br />

dedo, se metió ambas manos en los bolsillos y tomó por el corredor<br />

hacia <strong>la</strong> puerta del salón de conferencias. Al asomarse vio a<br />

Fernando y a Samuel sentados en extremos opuestos de <strong>la</strong> mesa.<br />

<strong>El</strong> primero lo invitó a entrar con un gesto, en tanto el otro mascul<strong>la</strong>ba<br />

expletivos. Julio rodeó <strong>la</strong> mesa por el <strong>la</strong>do de Fernando,<br />

rumbo al pullman.<br />

—<strong>El</strong> shift es tanto o más en interés de los chinos que nuestro<br />

—dijo Julio, dejándose desplomar en el pullman—. No debiéramos<br />

hacer ninguna concesión ni pactar condiciones de pago que<br />

no nos convengan.<br />

—¿Cómo así? —preguntó Samuel desde <strong>la</strong> mesa.<br />

—<strong>El</strong> shift nos va a poner maduritos para recoger. Después del<br />

shift, será muy fácil para ellos apoderarse del país entero. Y nos<br />

van a comer, fácil, como una galletica de crema; y nos van a<br />

comer tan bien, tan bien les vamos a sentar, tan digestivos, que ni<br />

van a dar <strong>la</strong>s gracias.<br />

—¿Por qué no van a dar <strong>la</strong>s gracias?<br />

—Porque ellos son así de hijos de puta.<br />

Samuel rió sardónicamente. —¿Qué tú crees de eso que dice<br />

Julio? —dijo girándose hacia Fernando.<br />

Fernando bajó el brazo en que descansaba <strong>la</strong> cabeza para<br />

poder hab<strong>la</strong>r. —Que a cualquiera se le va <strong>la</strong> mujer con un chino<br />

—masculló desganado.<br />

—Qué simpático —gruñó Julio—. Mi mujer está en mi casa,<br />

gracioso, que el<strong>la</strong> es decente. Además, yo no sé para qué hab<strong>la</strong> de<br />

mujeres alguien que no <strong>la</strong> ha visto pasar en años.<br />

—¿Y tú estás seguro que eso que tienes en casa es una mujer<br />

y no una caguama disfrazada?<br />

Julio se irguió en el pullman como si fuera a pararse. —¿A ti<br />

qué te pasa, tú quieres problemas conmigo? —dijo apoyando el<br />

250


CIENCIA FICCIÓN<br />

reto con manoteos.<br />

—No, ¿qué te pasa a ti? —dijo Fernando, también agresivo y<br />

gesticu<strong>la</strong>nte—. Uno viene aquí a hab<strong>la</strong>r de asuntos serios, y tú<br />

hab<strong>la</strong>ndo que si hijos de puta, que si galleticas de crema...<br />

<strong>El</strong> negro dio un manazo en <strong>la</strong> mesa. —¡Yo no me puedo creer<br />

esto! —dijo colérico—. Un diputado y el administrador de <strong>la</strong> red<br />

nacional metiendo guapería como si fueran un par de muchachitos<br />

—se levantó de un tirón, dejando los puños apoyados en <strong>la</strong><br />

mesa—. Si se van a entrar a gaznatones o a jalones de pelo, me<br />

avisan, que a mí no me gusta meterme estos shows.<br />

Los <strong>otros</strong> dos hombres se recogieron, apocados y en vergüenza.<br />

Samuel se sentó de nuevo, contro<strong>la</strong>ndo con sendas miradas <strong>la</strong><br />

paz que acababa de imponer. —Esto es serio, señores —advirtió—,<br />

así que hay que tratarlo con seriedad —se llevó <strong>la</strong> mano a<br />

<strong>la</strong> frente en un gesto de agobio—. Y el cabrón chino de mierda,<br />

que no llega.<br />

—Le he puesto un generador de mensajes automáticos —<strong>la</strong><br />

voz de Fernando era calma y conciliadora—. Cada diez minutos,<br />

con un programa de frases. No responde.<br />

—No le da <strong>la</strong> gana —dijo Julio.<br />

—O no tiene encima ningún receptor.<br />

—O lo tiene metido en los mismísimos...<br />

—¡Cago en diez cabrón! —gritó Samuel, derribando <strong>la</strong> sil<strong>la</strong><br />

para ponerse de pie—. ¿Quién carajo aquí tiene ganas de fajarse<br />

de verdad? ¿Quién carajo? —dijo, el rostro descompuesto y los<br />

ojos b<strong>la</strong>ncos—. ¡Yo sí estoy loco por meterle <strong>la</strong>s manos a alguien!<br />

—Si te vas a comer a alguien —intervino Sergio desde <strong>la</strong> puerta—,<br />

que sea al chino. En fin de cuentas, él es el culpable de que<br />

<strong>la</strong> gente esté como está.<br />

—No jodas —dijo Samuel, <strong>la</strong> cabeza hundida entre los hombros<br />

como si intentara tragarse algo imposible—. <strong>El</strong> chino no es<br />

251


CIENCIA FICCIÓN<br />

el que está acabándome <strong>la</strong> paciencia; son acá el señor político y el<br />

señor tecniquito.<br />

—¿Qué te hicieron?<br />

—Me sacan de quicio. Llevan <strong>la</strong> noche entera tirándose escupidas<br />

y no han empezado <strong>la</strong> piñacera todavía, le ronca <strong>la</strong> berenjena,<br />

con <strong>la</strong>s ganas que le tengo yo al gordo este, que me tiene<br />

seco a punta de sobornos.<br />

Julio hizo un intento por levantarse del pullman. —Samuel, yo<br />

no te puedo permitir...—dijo luchando por acercar el trasero al<br />

borde—...una cuestión de respeto...<br />

Sergio se llevó el índice a los <strong>la</strong>bios, mirando fijamente al<br />

diputado mientras se acercaba al pullman por el <strong>la</strong>do de Samuel.<br />

Al pasar palmeó suavemente el hombro del negro. —Esa es <strong>la</strong><br />

idea —dijo con voz suave—, que nos fajemos entre nos<strong>otros</strong> y no<br />

con él. Todo está pensado.<br />

—¿Pero por qué? —preguntó Fernando—. ¿Por qué tiene que<br />

ser el señor Cheng un hijo de puta? ¿A ver, es porque todos los<br />

chinos lo son?<br />

—No, ni remotamente —Sergio se dejó caer junto a Julio y le<br />

dio una palmada en <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong> al enrojecido político—. Pero te<br />

puedo asegurar que nunca has visto nada más degenerado y cruel<br />

que un chino con dinero o poder. Les hace peor efecto que a nos<strong>otros</strong>,<br />

por mi madre.<br />

—¿Y por qué? ¿Porque tú lo dices?<br />

—Bueno, yo los vengo estudiando desde el otro gobierno y<br />

algo les sé. Yo te digo que son diferentes a nos<strong>otros</strong>, que piensan<br />

cosas muy diferentes de <strong>la</strong> vida, y esas diferencias se hacen más<br />

evidentes en los negocios.<br />

Samuel volteó <strong>la</strong> cabeza hacia Sergio. —¿Y a ti quién te hizo<br />

el experto en chinos?—. Aun tenía un tono iracundo.<br />

—Yo mismo. Yo leo en chino bastante bien y me he leído sus<br />

libros y sus periódicos, y sus páginas web, todo lo que escriben<br />

252


CIENCIA FICCIÓN<br />

cuando no hay extranjeros mirando. Y te repito, lo que a nos<strong>otros</strong><br />

nos vira al revés a ellos los deja fríos, y lo que a ellos les da<br />

asco a nos<strong>otros</strong> nos parece natural.<br />

—Eso es racismo, mi hermano. Tú nunca me has dicho nada<br />

ni me has hecho una mierda, pero parece que a los chinos no los<br />

llevas tan bien como a los negros.<br />

—Lo de racismo es re<strong>la</strong>tivo; si tú vieras lo que ellos dicen de<br />

los extranjeros —Sergio se llevó <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> nuca—. Mira, no<br />

digo que sean peores ni mejores, ni que haya que tratarlos así ni<br />

asá, ni mucho menos echarlos a los perros. Es sólo que en negocios<br />

grandes, donde <strong>la</strong> gente ni siquiera tiene <strong>la</strong> decencia o <strong>la</strong><br />

moral de su cultura, sí conserva <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> entraña; y <strong>la</strong> de ellos es<br />

diferente a <strong>la</strong> nuestra.<br />

Quedaron en silencio, cavilosos, como atrapados. Los cuatro<br />

estuvieron así por unos minutos, hasta que de repente irrumpió<br />

en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> el anfitrión.<br />

—No me lo van a creer —dijo Pedro con azoro—. Hay una<br />

gente atacando el edificio.<br />

Fernando, Samuel y Julio levantaron simultáneamente <strong>la</strong> vista<br />

hacia Pedro; Sergio resopló y se encogió de hombros sin alzar <strong>la</strong><br />

vista.<br />

—¿Cómo? —preguntó Samuel—. ¿Atacando?<br />

—¡Pero qué es esto! –dijo Fernando—. ¿Adónde va a parar<br />

este país?<br />

—Tengan calma —dijo Pedro—, el edificio es imposible de<br />

penetrar. Además, tenemos una nueva sorpresa para intrusos;<br />

china, por más señas.<br />

<strong>El</strong> puño izquierdo del saco de Cheng emitió un leve zumbido<br />

que más que ruido era cosquil<strong>la</strong>, sacándolo de su ensimismada<br />

observación de <strong>la</strong> Bahía.<br />

Cheng frotó el índice de <strong>la</strong> mano derecha en <strong>la</strong> te<strong>la</strong> del puño y<br />

esta se cubrió de cuadros de líneas luminiscentes, que a su vez se<br />

253


CIENCIA FICCIÓN<br />

llenaron de caracteres alfanuméricos formando un mensaje en<br />

español. “¿Le ha ocurrido algún percance, señor? ¿Le pudiéramos<br />

ayudar en algo?”, leyó Cheng con frustración. Era el tercero de<br />

los correos del maldito negociador nativo. En el primero se había<br />

interesado por su salud y en el segundo le ofreció un auto. Qué<br />

persistencia, qué inútil y molesta persistencia. Si tan sólo supieran.<br />

Cheng rozó con los dedos el área de interfase del puño,<br />

introduciendo comandos para bloquear al emisor de los mensajes,<br />

y finalmente presionó el meñique sobre el espacio correspondiente<br />

al reloj.<br />

Ya debía haber empezado.<br />

Después de sacar unos binocu<strong>la</strong>res de <strong>la</strong> guantera, Cheng salió<br />

del auto, fue hacia <strong>la</strong> capota y se sentó de frente al fondo de <strong>la</strong><br />

Bahía y <strong>la</strong> urbanización de Reg<strong>la</strong>. Gracias a <strong>la</strong> altura de <strong>la</strong> Loma<br />

de La Cabaña tenía buena perspectiva tanto de <strong>la</strong> zona vieja, más<br />

cercana, de casitas antiguas y apretadas entre sí, como de <strong>la</strong><br />

moderna, emergente en áreas más abiertas y con algunas recientes<br />

construcciones elevadas. Entre estas últimas estaría el edificio de<br />

<strong>la</strong> reunión. Lo halló después de una breve búsqueda y levantó el<br />

<strong>la</strong>rgavista con un suspiro impaciente.<br />

Ahí estaban; seis furgonetas en <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada abierta a un costado<br />

del edificio, haciendo una media luna con el seno apuntado<br />

hacia <strong>la</strong> entrada del parqueo interior. Detrás de los vehículos,<br />

hombres parapetados hacían fuego sin orden ni coraje aparentes.<br />

Cheng rió: a su <strong>la</strong>rga lista de defectos, los nativos añadían <strong>la</strong><br />

cobardía y <strong>la</strong> ineptitud militar. No obstante, pronto <strong>la</strong> fuerza del<br />

número dio a los asaltantes <strong>la</strong> victoria sobre los guardias de <strong>la</strong><br />

garita. Comenzaron a acercarse a <strong>la</strong> puerta, hasta que de repente<br />

varios de ellos cayeron al suelo en el intervalo de unos segundos,<br />

como figuras de cartón sop<strong>la</strong>das, y el resto volvió en desorden al<br />

refugio de los carros. Cheng pensó que alguno de los guardias de<br />

<strong>la</strong> garita había podido activar <strong>la</strong>s armas automáticas de <strong>la</strong> entrada<br />

254


CIENCIA FICCIÓN<br />

del parqueo antes de caer muerto o herido, tomando a los atacantes<br />

por sorpresa.<br />

Para entender mejor <strong>la</strong> situación, Cheng hizo el intento por<br />

acercar <strong>la</strong> imagen, pero se le hizo borrosa e imprecisa. Las sofisticadas<br />

lentes de aceite graduables por micro electricidad, corregidas<br />

mediante láser y probadas en Indochina y en el Ártico, no<br />

funcionaban bien en <strong>la</strong> combinación local de presión, temperatura,<br />

humedad y composición del aire. Un asco de país, se dijo<br />

Cheng reenfocando <strong>la</strong> vista.<br />

Algo se podía ver, no obstante, gracias sobre todo a <strong>la</strong> iluminación<br />

de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>zoleta. Cheng se centró en uno de los hombres, al<br />

cual vio saltar de <strong>la</strong> protección de una furgoneta a <strong>la</strong> de otra, y<br />

que cayó tirado en el suelo y haciendo grandes aspavientos.<br />

Seguramente lo habría herido alguna de <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras autoapuntadas,<br />

así como a los demás que yacían en <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada. Un<br />

par de semanas antes <strong>la</strong> firma de Cheng había vendido e insta<strong>la</strong>do<br />

tecnología de vigi<strong>la</strong>ncia y defensa por armas automáticas a <strong>la</strong><br />

empresa dueña del inmueble, y por supuesto, los asaltantes no<br />

habían tenido tiempo de enterarse, o tan siquiera <strong>la</strong> precaución de<br />

investigar. ¿Por qué todos en este país tenían que ser tan chapuceros<br />

y descuidados? ¿Por qué lo dejaban todo para el final, o<br />

incluso para el momento de <strong>la</strong> verdad, cuando ya nada podía<br />

hacerse? Todo al desgano, improvisado. En ese sentido eran aún<br />

peores que el resto de los occidentales, que ya era mucho decir. Si<br />

al menos tuvieran algún rasgo que los redimiera de <strong>la</strong> desidia, de<br />

<strong>la</strong> incuria rampante... pero en seis meses entre los naturales Cheng<br />

no había hal<strong>la</strong>do tal cosa.<br />

La situación en <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada no se definía; los hombres permanecían<br />

tras los vehículos, blindados al parecer. Dos pobres<br />

ametral<strong>la</strong>doras automáticas los mantenían c<strong>la</strong>vados al suelo, sin<br />

posibilidad de avanzar o retroceder, como perros callejeros en<br />

espera del carro de sanidad urbana. Cheng pensó en todo cuanto<br />

255


CIENCIA FICCIÓN<br />

hubiera hecho un equipo de asalto realmente profesional, incluso<br />

con muy poco equipo. Desde cegar los sensores ópticos con punteros<br />

láser como el que le viera a uno de los atacantes, a quemar<br />

los neumáticos de repuesto y un tanque de gasolina para crear<br />

pantal<strong>la</strong>s de calor y humo. Incluso les hubiera ido mejor intentando<br />

agujerear <strong>la</strong> pared exterior con explosivos.<br />

De repente un estallido de luz entró por <strong>la</strong> izquierda de <strong>la</strong><br />

visión de Cheng, haciendo que los binocu<strong>la</strong>res se ennegrecieran<br />

para proteger sus ojos. Cheng esperó un segundo a recuperar <strong>la</strong><br />

c<strong>la</strong>ridad, y desp<strong>la</strong>zó su perspectiva en busca del origen de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>marada.<br />

Tras un paneo, descubrió a un hombre alto y rubio,<br />

escudado tras <strong>la</strong> última furgoneta, que llevaba un <strong>la</strong>nzacohetes.<br />

Después de todo, al menos uno tiene recursos y agal<strong>la</strong>s, pensó<br />

Cheng; pero no los había mostrado a tiempo, pues desde <strong>la</strong> carretera<br />

se escuchaba el ulu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong>s sirenas policiales. Los atacantes<br />

estaban en <strong>la</strong> clásica situación de sitiadores sitiados.<br />

Cheng dirigió los binocu<strong>la</strong>res hacia <strong>la</strong> gran puerta metálica del<br />

parqueo, a los <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> cual estaban <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras, y<br />

descubrió divertido que ambas seguían incólumes. De seguro<br />

habían detectado y destruido el cohete en pleno vuelo. La<br />

tecnología se derivaba del sistema de protección de vehículos de<br />

combate gracias al cual <strong>la</strong>s fuerzas blindadas chinas habían<br />

ap<strong>la</strong>stado al ejército indio con pérdidas ínfimas. Debían hacer<br />

algo mejor los asaltantes, si querían neutralizar a <strong>la</strong>s armas<br />

automáticas para al menos escapar con calma.<br />

Justo entonces Cheng escuchó un fortísimo estruendo proveniente<br />

de <strong>la</strong> carretera; una explosión tan potente que <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas<br />

de sus pies sintieron <strong>la</strong> vibración del suelo. “Sí que hicieron un<br />

p<strong>la</strong>n”, pensó Cheng, “al menos esto previeron”. Si los atacantes<br />

lograban obstruir por completo el paso por <strong>la</strong> estrecha carretera,<br />

habrían ganado unos quince minutos, el tiempo que demoraría en<br />

llegar una compañía del próximo cuartel de <strong>la</strong> policía especial, en<br />

256


CIENCIA FICCIÓN<br />

Cojímar. No obstante, aun estaban en una situación complicada,<br />

y ciertamente no le veía <strong>la</strong> salida.<br />

—¡Dime qué carajo hacemos ahora! —gritó <strong>El</strong> Coco—. ¡Tú<br />

inventa cómo sacarme de aquí!<br />

—¡Cál<strong>la</strong>te, Coco! —dijo <strong>El</strong> Cara—. ¡Déjame pensar, por tu<br />

madre!<br />

En el suelo, detrás del negro, Marquito lloraba quejoso, sin<br />

casco, con <strong>la</strong> espalda contra <strong>la</strong> furgoneta y aferrándose desesperadamente<br />

<strong>la</strong> pierna derecha, sangrante. —Coco, me muero —<br />

decía—. Me mataron, Coco. Sálvame, mi hermano; sálvame que<br />

me mataron.<br />

—¡Me cago en tu madre, Marquito! ¡No me jodas más!<br />

Marquito prorrumpió en sollozos.<br />

<strong>El</strong> Cara hizo ademán de descansar el tubo del <strong>la</strong>nzacohetes<br />

contra su hombro, pero en cuanto el metal se acercó a su rostro<br />

lo apartó de sí. —Esta mierda quema —dijo sorprendido—. Debe<br />

ser por los guantes que no me doy cuenta, pero está que jode.<br />

Furioso, <strong>El</strong> Coco le arrebató el arma tomándo<strong>la</strong> por el órgano<br />

de puntería y <strong>la</strong> <strong>la</strong>nzó lo más lejos que pudo. —¡No comas más<br />

mierda con los coheticos y piensa algo!<br />

<strong>El</strong> Cara desenfundó su pisto<strong>la</strong> y <strong>la</strong> pegó al visor del Coco.<br />

—¿A ti que coño te pasa? —<strong>la</strong>dró—. ¡Yo soy hombre hasta para<br />

morirme!<br />

<strong>El</strong> cañón del AK del Coco se pegó al pecho del rubio. —Aquí<br />

todos somos hombres, Cara —dijo <strong>El</strong> Coco—, pero nadie quiere<br />

morirse. Después, si tú quieres, nos vemos <strong>la</strong>s caras; pero ahora<br />

inventa algo, que para algo tienen que servir ustedes los b<strong>la</strong>nquitos.<br />

Los <strong>otros</strong> cuatro hombres que compartían con ellos <strong>la</strong> protección<br />

de <strong>la</strong> furgoneta observaban <strong>la</strong> escena sin decir pa<strong>la</strong>bra.<br />

Tras unos segundos de inmovilidad, <strong>El</strong> Cara guardó el arma<br />

con movimientos lentos y cautelosos. —Está bien, ya habrá tiem-<br />

257


CIENCIA FICCIÓN<br />

po para resolver <strong>la</strong>s cosas —dijo—. Pero haz que se calle el guanajo<br />

ese, que no me deja pensar.<br />

<strong>El</strong> Coco bajó el arma y se dio <strong>la</strong> vuelta arrodillándose junto a<br />

Marquito, quien seguía llorando ruidosamente.<br />

La sangre del joven le manchaba toda <strong>la</strong> pernera derecha y<br />

ambos antebrazos, pero parecía brotar lentamente, no a chorros.<br />

<strong>El</strong> Coco hizo el intento de apartar <strong>la</strong>s manos de Marquito del área<br />

encima de <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>, lo cual provocó gritos de dolor y más l<strong>la</strong>nto.<br />

—¡Estate quieto, maricón! —gritó <strong>El</strong> Coco y le dio una bofetada<br />

al herido—. ¡Que te calles! —y repitió el manotazo con más<br />

fuerza—. ¡Déjame ver!<br />

Marquito paró de llorar y comenzó a jadear roncamente, pero<br />

puso <strong>la</strong>s manos a ambos <strong>la</strong>dos del cuerpo, dejando al otro plena<br />

libertad.<br />

—¿Dónde es? —preguntó <strong>El</strong> Coco.<br />

Marquito se señaló <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong> con el mentón.<br />

—¿Y por qué hay tanta sangre más arriba? —se preguntó el<br />

negro—. Déjame ver —se fijó en el faldón de <strong>la</strong> armadura, que<br />

caía sobre el muslo. Justo bajo <strong>la</strong> cadera, había un pequeño agujero,<br />

circundado por una pequeña hinchazón del material, como<br />

un ínfimo volcán. <strong>El</strong> Coco levantó <strong>la</strong> pieza y tanteó el ensangrentado<br />

pantalón en <strong>la</strong> zona debajo del agujero. <strong>El</strong> herido <strong>la</strong>nzó un<br />

grito de dolor.<br />

<strong>El</strong> Coco hizo un gesto de comprensión, y bajó <strong>la</strong> mano hasta<br />

cerca de <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>. Se veía un desgarro de <strong>la</strong> te<strong>la</strong> y mayor profusión<br />

de sangre. —Chif<strong>la</strong>ste, Marquito —dijo—. Una ba<strong>la</strong> loca, te<br />

entró por <strong>la</strong> cadera y te salió por abajo, pero sin tocar el hueso ni<br />

<strong>la</strong>s venas gordas. La verdad que no hay dos ba<strong>la</strong>zos iguales. Va y<br />

te salvas.<br />

—Si tuviera un arma de ba<strong>la</strong>s pesadas y de mucha puntería<br />

—dijo de repente <strong>El</strong> Cara—, podría intentar darle a <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras<br />

y echarles a perder una pieza; el<strong>la</strong>s mismas se romperían<br />

258


CIENCIA FICCIÓN<br />

disparando. Puedo apuntar<strong>la</strong> sin peligro con una pieza especial<br />

del puntero láser.<br />

—¡Bárbaro! —<strong>El</strong> Coco se olvidó de Marquito y se volvió hacia<br />

<strong>El</strong> Cara—. Vamos, yo mismo tiro con el aparato ese.<br />

—Pero no sé con qué —dudó <strong>El</strong> Cara—. Estos AK están ya<br />

viejos, no le darían a nada, sin contar que se calientan tanto que<br />

va y les tiran. Y <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s que trajimos, dudo que alguna les<br />

pueda hacer algo; esas ametral<strong>la</strong>doras son de tanque, creo, y<br />

aguantan golpe.<br />

<strong>El</strong> Coco regresó a Marquito, e ignorando <strong>la</strong>s quejas y protestas<br />

de éste, le sacó el Taurus de <strong>la</strong> pistolera donde lo tenía mal<br />

embutido a <strong>la</strong> fuerza. —¿Sirve este hierro? —preguntó—. ¿Sirve?<br />

Pedro guardó el móvil con expresión sombría. —Señores, muy<br />

ma<strong>la</strong>s noticias. Los atacantes se <strong>la</strong>s ingeniaron para destruir <strong>la</strong>s<br />

armas automáticas y les están metiendo explosivos a <strong>la</strong>s puertas.<br />

—¡Chinas tenían que ser! —exc<strong>la</strong>mó Julio—.¿Lo ven?<br />

—No jodas con eso ahora —dijo Fernando—. ¿Qué hacemos?<br />

—No teman —dijo Pedro—, aun después de derribar <strong>la</strong> puerta<br />

del parqueo, que no va ser tan fácil, se <strong>la</strong>s verán con <strong>la</strong> guarnición<br />

interna y todas <strong>la</strong>s puertas interiores.<br />

—¿Cuántos son? —dijo Sergio.<br />

—Buena pregunta.<br />

Pedro hizo un gesto de anuencia y levantó el móvil otra vez.<br />

Tras dictar el contacto, le dio <strong>la</strong> espalda a los demás. Cuando se<br />

volvió, dos minutos después, tenía expresión muerta y los <strong>la</strong>bios<br />

caídos. —<strong>El</strong> jefe de <strong>la</strong> guarnición dice que ellos son demasiados y<br />

tienen armamento pesado. No garantiza seguridad al ciento por<br />

ciento.<br />

—¿Y <strong>la</strong> policía?<br />

—No esperamos a <strong>la</strong> unidad de Cojímar hasta dentro de diez<br />

minutos, como mínimo —suspiró Pedro—. Pudiéramos pedir<br />

ayuda a <strong>la</strong> guarnición del Complejo Morro Cabaña, pero no me<br />

259


CIENCIA FICCIÓN<br />

llevo bien con el dueño de <strong>la</strong> cadena que lo maneja. En mi opinión,<br />

debemos tomar el ascensor ejecutivo antes de que tomen el<br />

parqueo interior, para poder llegar bien tranquilos al bunker del<br />

pánico.<br />

—¿Cuál pánico? –preguntó Sergio.<br />

—Muy gracioso —gruñó Fernando—. Vámonos ya, coño —y<br />

se levantó de <strong>la</strong> mesa camino al pasillo; los demás lo siguieron,<br />

Sergio de último.<br />

En el corredor Pedro tomó <strong>la</strong> de<strong>la</strong>ntera. —Yo los guío; vamos<br />

a tomar el elevador ejecutivo —anunció—. No tengan miedo,<br />

desde que se dio <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma de ataque y mientras no se dec<strong>la</strong>re<br />

incendio o derrumbe, ningún elevador llega al primer piso o al<br />

garaje, excepto el de <strong>la</strong> guarnición. Sólo yo puedo cambiar eso,<br />

desde el bunker del pánico. No llegarán a nos<strong>otros</strong> tan fácilmente,<br />

—¿Y <strong>la</strong>s escaleras? —preguntó Fernando.<br />

—Co<strong>la</strong>psaron automáticamente algunos tramos y bajaron <strong>la</strong>s<br />

rejas.<br />

—Esto es una fortaleza, señores —dijo apaciguador Sergio—.<br />

Ni les puedo empezar a decir todas <strong>la</strong>s medidas de seguridad que<br />

tiene.<br />

—Sí, pero esa gente se tiró a pesar de eso —dijo Julio—.<br />

Seguro vienen preparados para romper esto como un coco seco.<br />

Sergio dio un bufido de impaciencia y le dio un codazo a<br />

Samuel, que caminaba a su <strong>la</strong>do; el negro le respondió con un<br />

ademán molesto, sin virar el rostro serio y tenso.<br />

—Ah, señores —dijo Sergio—. A ustedes les faltan aventuras<br />

en La Habana.<br />

—Tú eres mi hermano, pero si vas a hab<strong>la</strong>r tanta mierda en el<br />

bunker —dijo Pedro—, te juro que te dejo fuera, ¿me oíste?<br />

¿Sergio?<br />

Sergio estaba parado varios pasos más atrás en el pasillo y se<br />

llevaba <strong>la</strong> mano al bolsillo interior del chaleco, hurgando nervio-<br />

260


CIENCIA FICCIÓN<br />

samente. —Caramba, se me quedó <strong>la</strong> taza en <strong>la</strong> cocina.<br />

Fernando se giró hacia él sin dejar de caminar. —Por tu madre,<br />

Sergio, al ascensor.<br />

Sergio sacudió <strong>la</strong> cabeza. —Ná, ni loco. Si yo dejo esa taza ahí,<br />

más nunca <strong>la</strong> vuelvo a ver, por hache o por be. Vayan de<strong>la</strong>nte, que<br />

después yo bajo solo.<br />

—Ni se te ocurra —Samuel se dio vuelta en el umbral del<br />

ascensor—. Bajamos todos juntos.<br />

Mientras, el guardia de seguridad había entrado al ascensor y<br />

se colocaba ante el panel de mando. Sergio vio <strong>la</strong> desesperación<br />

enjau<strong>la</strong>da en sus ojos. —Bajen, bajen —insistió—. Total, qué<br />

puede pasar.<br />

—No estoy para esto, te lo juro —protestó Julio, apenas visible<br />

desde una esquina del ascensor—. Hay gente ahí abajo con<br />

armas <strong>la</strong>rgas, Sergio.<br />

—Igual que <strong>la</strong> guarnición, señores —dijo Sergio—. Y hay<br />

muchas barreras, ¿no es verdad, Pedro?<br />

—Haz lo que te dé <strong>la</strong> gana —respondió Pedro, que ya estaba<br />

con el resto dentro del aparato—. Nos<strong>otros</strong> bajamos; te vamos a<br />

dejar <strong>la</strong> puerta del bunker abierta por cinco minutos, fíjate, cinco<br />

minutos —y pasando el brazo por sobre el hombro del guardia,<br />

rozó el panel de mando.<br />

—Cualquier cosa me escondo en el baño —aseguró Sergio<br />

saludando con <strong>la</strong> mano mientras <strong>la</strong>s puertas se deslizaban; justo<br />

antes de que llegaran a cerrarse, escuchó a Julio decir algo acerca<br />

de un imbécil que no se tomaba nada en serio.<br />

Sergio rió para sus adentros y se dio vuelta para ir a <strong>la</strong> cocina.<br />

Dio tres pasos.<br />

De pronto sintió a sus espaldas un fragor como de metales<br />

muriendo, mientras un golpe instantáneo de viento ardiente y<br />

seco le quemaba <strong>la</strong> nuca. Quedó atontado por unos segundos,<br />

suspendido en un estupor, con <strong>la</strong> vista nub<strong>la</strong>da y temblores por<br />

261


CIENCIA FICCIÓN<br />

todo el cuerpo; el instinto le decía que sus sentidos habían sido<br />

conmocionados y que <strong>la</strong> aparente ausencia de sensaciones era una<br />

sobrecarga. En breve recuperó <strong>la</strong> percepción de su piel, agostada<br />

e hipersensible como si se hubiera inso<strong>la</strong>do; de sus oídos, apelmazados<br />

por una presión que ni recordaba; y de <strong>la</strong> vista, un tanto<br />

errática en los bordes. <strong>El</strong> equilibrio no quiso reaparecer. Reuniendo<br />

fuerzas, se dio <strong>la</strong> vuelta trabajosamente y miró en dirección a <strong>la</strong><br />

puerta del ascensor.<br />

La humareda, tenue y poca, se deshacía rápidamente, y al<br />

fondo <strong>la</strong>s hojas del ascensor estaban entreabiertas, lo suficiente<br />

para que una persona pudiera meter los hombros. Sergio se acercó<br />

cautelosamente, percibiendo <strong>la</strong> calidez que emanaba de los<br />

metales, y miró por <strong>la</strong> abertura. <strong>El</strong> piso de <strong>la</strong> caja había desaparecido,<br />

al menos en <strong>la</strong> sección que él alcanzaba, y allá abajo se<br />

veían <strong>la</strong> oscura pared del pozo y los raíles de guía. Al subir <strong>la</strong> vista<br />

asustado por <strong>la</strong> inesperada negrura, descubrió algo que no había<br />

notado antes en <strong>la</strong> mampara del ascensor.<br />

Asqueado, se tiró contra <strong>la</strong> pared del pasillo, refugiando <strong>la</strong><br />

espalda en el frescor del falso mármol; los ojos cerrados, <strong>la</strong>s<br />

manos crispadas, <strong>la</strong> mente en un ciclo de sangre y colgajos chamuscados.<br />

Alguien había p<strong>la</strong>neado muy detal<strong>la</strong>damente cómo matarlo de<br />

<strong>la</strong> forma más inevitable posible: destrozado y quemado vivo con<br />

una explosión de alto calor primero, y arrojado luego desde un<br />

piso dieciocho por el pozo de un ascensor. Probablemente gracias<br />

a un sensor de presión calcu<strong>la</strong>do para cinco personas en <strong>la</strong> caja<br />

del elevador, que activaría cargas de chorro térmico en los soportes<br />

del suelo. Cinco personas; todos y cada uno de los invitados a<br />

<strong>la</strong> reunión. <strong>El</strong> guardia de seguridad había tomado su lugar.<br />

Una técnica de dim mok. Preparar <strong>la</strong> bomba, un toque, atacar<br />

un punto afuera, el otro; los verdaderos b<strong>la</strong>ncos, como el chino,<br />

se mueven hacia un punto donde les dan el golpe final, <strong>la</strong> explo-<br />

262


CIENCIA FICCIÓN<br />

sión. Que en vez de simplemente reventarlos les vo<strong>la</strong>ran el suelo<br />

bajo los pies, podría ser un toque de sadismo, o un mensaje.<br />

Y el tal Cheng nunca había llegado a <strong>la</strong> reunión.<br />

Hijos de <strong>la</strong> gran puta, pensó Sergio. Solo ellos.<br />

Escapar.<br />

No había cómo.<br />

Sólo desde el bunker o el centro de mando se podría cambiar<br />

el status de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma de asalto a incendio o algún otro tipo de<br />

catástrofe, y sólo bajo otro status de a<strong>la</strong>rma podría usar los <strong>otros</strong><br />

ascensores o <strong>la</strong>s escaleras; el mismo Sergio había diseñado el sistema,<br />

por trasmano. <strong>El</strong> único medio de moverse a través del edificio<br />

durante un asalto era el elevador ejecutivo, y estaba inutilizado.<br />

¿Lo estaba?<br />

Si <strong>la</strong>s cargas térmicas se habían colocado con profesionalidad,<br />

el chorro sería muy direccional; si acaso un poco se habría desviado,<br />

como evidenciaba <strong>la</strong> sangre en <strong>la</strong>s paredes. La maquinaria y<br />

<strong>la</strong> electrónica bien podrían haber salido indemnes. Sergio se apartó<br />

de <strong>la</strong> pared e hizo el esfuerzo de estudiar el estado del aparato<br />

metiendo <strong>la</strong> cabeza entre <strong>la</strong>s puertas. <strong>El</strong> panel de controles y el<br />

techo estaban intactos, <strong>la</strong>s paredes y puertas no parecían muy<br />

dañadas, en tanto del suelo incluso quedaban restos triangu<strong>la</strong>res<br />

en <strong>la</strong>s esquinas. Sergio apartó <strong>la</strong>s puertas, estiró un pie para colocarlo<br />

en <strong>la</strong> sección de p<strong>la</strong>ca próxima al panel y se <strong>la</strong>nzó hacia el<br />

asidero que iba a lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong>s paredes. Quedó a medias en el<br />

vacío, con un pie en una superficie menor que su zapato, otro<br />

colgando sobre el pozo, <strong>la</strong> mano derecha aferrada a <strong>la</strong> barandil<strong>la</strong><br />

y todo el cuerpo y <strong>la</strong> cara contra <strong>la</strong> pared <strong>la</strong>teral.<br />

Sergio estiró cuidadoso <strong>la</strong> mano izquierda hacia atrás y tanteó<br />

por instinto el panel de control, que veía de reojo. Las puertas se<br />

cerraron; con dificultad, pero era una victoria. Sergio siguió presionando<br />

<strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca sensible hasta que el ascensor se estremeció<br />

263


CIENCIA FICCIÓN<br />

ligeramente y comenzó a bajar. <strong>El</strong> movimiento lo desequilibró y<br />

casi lo hizo caer hacia atrás, pero se recuperó tirando del agarradero<br />

y apoyando <strong>la</strong> mano izquierda en el propio panel de mando.<br />

Fue una <strong>la</strong>rga bajada.<br />

Cuando el ascensor se detuvo y se abrieron <strong>la</strong>s puertas, Sergio<br />

maniobró para salir, con extrema caute<strong>la</strong>. Más que a <strong>la</strong> caída en<br />

sí, que no sería grande, le temía a encontrarse entre los restos de<br />

los demás allá en el fondo del pozo. Sólo de pensarlo le daban<br />

escalofríos, y ya estaba bastante trastornado.<br />

Había llegado a un nivel del garaje.<br />

Sergio miró en todas direcciones sin apartarse mucho de <strong>la</strong><br />

puerta. Pensó que era una suerte que <strong>la</strong> salida del elevador del<br />

piso ejecutivo diera a un área apartada del parqueo. Probablemente<br />

ningún asaltante habría llegado hasta ahí. Sergio comenzó a caminar<br />

con sigilo hacia una pequeña puerta metálica en <strong>la</strong> gran pared<br />

del fondo; quizás lo llevaría a una pequeña habitación donde<br />

esconderse o a un corredor de salida. Entonces salió un negro de<br />

detrás de una columna.<br />

<strong>El</strong> negro era alto, nilótico, fuerte. Llevaba armadura semicompleta,<br />

un Ka<strong>la</strong>shnikov y arnés militar, pero su equipo era un personaje<br />

secundario: los protagonistas eran los ojos, desfachatadamente<br />

indiferentes a <strong>la</strong> muerte propia y <strong>la</strong> vida ajena. Miraba a<br />

Sergio como si fuera el último p<strong>la</strong>to de un buen banquete.<br />

Sergio vio <strong>la</strong> cara del negro y se preguntó por qué no estaba<br />

muerto aun. <strong>El</strong> otro, por su parte, no movía un músculo.<br />

Había algo en los extravagantes dreadlocks que salían bajo el<br />

casco, como correas de sujeción, algo en aquel<strong>la</strong> fealdad más allá<br />

de raza; Sergio creyó encontrarlos en algún rincón de su memoria.<br />

¿Negocios, conflictos, mero encuentro? ¿Lo que fuese, valdría<br />

clemencia?<br />

<strong>El</strong> negro agitó el cañón del Ka<strong>la</strong>shnikov, apuntando hacia <strong>la</strong><br />

puerta metálica del fondo. Sergio comenzó a andar despacio, sin<br />

264


CIENCIA FICCIÓN<br />

darle <strong>la</strong> espalda. Sólo tras unos cuantos pasos se atrevió a caminar<br />

de frente, sin mover los brazos ni dar señales de apuro; apenas<br />

respiraba.<br />

Después de llegar a <strong>la</strong> puerta y abrir<strong>la</strong> sin problemas con su<br />

tarjeta universal, Sergio se volteó hacia atrás. <strong>El</strong> negro estaba<br />

arrodil<strong>la</strong>do junto a una gran columna y se dedicaba a aplicarle<br />

módulos de explosivo que sacaba de una mochi<strong>la</strong>. Sergio se quedó<br />

fascinado por <strong>la</strong> meticulosidad con que el hombre adhería los<br />

rectángulos grises a <strong>la</strong> pared, hasta que una voz lo sacó de <strong>la</strong><br />

contemp<strong>la</strong>ción:<br />

—¡Coco! —gritó alguien desde <strong>la</strong> entrada del garaje—. Ponlo<br />

ahí al trozo, no seas tan perfecto, que eso es lo de menos ahora.<br />

Sergio cerró <strong>la</strong> puerta tras de sí con el mayor cuidado posible<br />

para no hacer ruido; no llegó a escuchar respuesta ninguna del<br />

negro.<br />

Cheng vio a los hombres salir de vuelta por <strong>la</strong> puerta del garaje.<br />

Se notaba que se iban por propia voluntad, después de haber<br />

terminado cuanto iban a hacer y sin que nadie los echara. Resopló<br />

de asombro; al parecer lo habían logrado después de todo, al<br />

menos <strong>la</strong> parte de tomar el edificio y colocar <strong>la</strong>s bombas. A tiempo,<br />

también, pues ya se veían <strong>la</strong>s luces de los carros policiales,<br />

llegando por <strong>la</strong> carretera más allá de <strong>la</strong> urbanización del Este.<br />

Cheng se imaginó al soñoliento jefe del cuartel de Cojímar arreando<br />

autos y hombres a medianoche para una salida imprevista, y<br />

se echó a reír.<br />

Ahora los asaltantes se irían en sus vehículos, harían estal<strong>la</strong>r<br />

<strong>la</strong>s bombas a distancia segura, y entonces los representantes quedarían<br />

atrapados en una ruina incendiada. Era lo mismo si caían<br />

desde un piso dieciocho o si dieciocho pisos les caían encima.<br />

Difícil salvarse de algo así, incluso dentro de un bunker. En última<br />

instancia, no era asunto suyo, ya no más.<br />

No era siquiera su p<strong>la</strong>n decapitar a <strong>la</strong> informática local matan-<br />

265


CIENCIA FICCIÓN<br />

do a los líderes y coordinadores; él hubiera resuelto el problema<br />

con negociaciones de fuerza. Sin embargo, si alguien más sabio<br />

había decidido tomar este curso de acción, Cheng no se consideraba<br />

apto para juzgarlo. Además, era divertido utilizar a los<br />

hampones locales contra su propia elite social y tecnológica; y si<br />

él mismo hubiera muerto en el incidente, incluso se volverían<br />

locos buscando un culpable entre ellos mismos, aumentando así<br />

sus ya profundas divisiones.<br />

La división era buena. <strong>El</strong> mejor p<strong>la</strong>n del mundo es usar <strong>la</strong>s<br />

debilidades del enemigo contra él mismo, y no hay mayor debilidad<br />

que <strong>la</strong> división. División entre los de arriba y los de abajo, y<br />

además división entre los de arriba y división entre los de abajo.<br />

Y en el país tenían <strong>la</strong> suficiente de cualquiera de <strong>la</strong>s tres como<br />

para manipu<strong>la</strong>rlos durante siglos, revolviéndolos a unos contra<br />

<strong>otros</strong> como frutas en una licuadora. Cheng se imaginó a sí mismo<br />

variando a p<strong>la</strong>cer <strong>la</strong>s velocidades de un aparato de esos y visualizó<br />

un vaso lleno de mangos con forma y aspecto de caras <strong>la</strong>rgas,<br />

angulosas, de estúpidos ojos redondos y demasiado vello facial.<br />

Pero en realidad, él no estaba al control de <strong>la</strong> licuadora. Desde<br />

esta noche ni siquiera estaba en <strong>la</strong> cocina.<br />

Ah, qué noche, pensó Cheng. Debía dormir lo que quedaba de<br />

el<strong>la</strong> para mañana enfrentar fresco al Director General Jiang. Pero<br />

no en su casa; un hotel sería mejor. Cheng entró al auto, guardó<br />

los binocu<strong>la</strong>res en <strong>la</strong> guantera y ordenó al vehículo cerrar <strong>la</strong> puerta<br />

y partir.<br />

—¡Recojan los muertos y heridos, y <strong>la</strong>s armas! —ordenó <strong>El</strong><br />

Cara agitando pesadamente el revólver—. ¡Rápido!<br />

Un b<strong>la</strong>nco alto de facciones bastas se encogió de hombros a <strong>la</strong><br />

vista del Cara. —¿Para qué los muertos? —dijo con una mueca de<br />

despreocupación.<br />

<strong>El</strong> Cara levantó el revólver y le disparó al hombre a <strong>la</strong> cabeza;<br />

el retroceso por poco le hace darse un golpe con el arma en el<br />

266


CIENCIA FICCIÓN<br />

hombro del otro brazo. —Recójanlo a él también —dijo—, lo que<br />

queda —miró con asombro el cadáver casi descabezado.<br />

Los demás se movieron con premura, cargando cuerpos entre<br />

tres y hasta cuatro personas, torpemente y sin consideración con<br />

los que aún podían quejarse.<br />

—¡Los muertos en el de Yuzaima! —dijo <strong>El</strong> Cara—. Y que<br />

nadie se monte ahí. Tú sí, Coco, tú vienes conmigo.<br />

<strong>El</strong> negro estaba ensimismado observando al hombre tendido<br />

en el suelo, pero hizo un gesto de que había oído al jefe.<br />

—¡Coño! —gritó de repente el rubio—. ¡Somos unos locos!<br />

¡Somos los mejores! ¡Aquí sí hay! —y disparó el revólver al aire.<br />

Los hombres se movieron más rápido, en tanto <strong>El</strong> Cara y <strong>El</strong><br />

Coco supervisaban al buen tuntún. Cuando <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada estuvo<br />

vacía, en unos minutos, ambos se montaron en <strong>la</strong> furgoneta<br />

donde habían colocado a los muertos, cinco en total.<br />

—Contra, ¿de verdad hay que llevarse a los muertos? —dijo<br />

<strong>El</strong> Coco mientras intentaba acomodarse; tuvo que poner los pies<br />

sobre un cadáver, en una parte limpia del cuerpo—. ¿Para qué,<br />

para abono?<br />

—Para que <strong>la</strong> policía no busque a los que saben que son amigos<br />

de los muertos, cuando los identifiquen —explicó <strong>El</strong> Cara—.<br />

Ahora, bueno, se van a demorar un poco más, van a tener que<br />

hacer análisis de <strong>la</strong> sangre.<br />

<strong>El</strong> Coco asintió, comp<strong>la</strong>cido. —Y hoy llueve —afirmó—. ¿No<br />

lo sabías? —dijo al ver asombro en el otro—. Pensé que lo sabías.<br />

—No, no sabía —dijo sorprendido el rubio—. Qué suerte, mi<br />

socio. Qué suerte hemos tenido—. <strong>El</strong> Cara bajó <strong>la</strong> vista y comenzó<br />

a cal<strong>la</strong>r.<br />

<strong>El</strong> Coco se palmeó los muslos. —Cara, nos <strong>la</strong> vimos cerca —<br />

dijo—. Aquí mismo —sostuvo <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano a centímetros<br />

del rostro.<br />

Del otro <strong>la</strong>do del vehículo, <strong>El</strong> Cara jugueteaba en silencio con<br />

267


CIENCIA FICCIÓN<br />

el revólver de Marquito.<br />

—De madre estuvo aquello —<strong>El</strong> Coco suspiró pesadamente<br />

mientras pegaba <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong> mampara del auto—. Por momentos<br />

me pasó mi vida entera por de<strong>la</strong>nte.<br />

<strong>El</strong> rubio asintió despacio. <strong>El</strong> Coco se quedó mirando el arma<br />

en <strong>la</strong>s manos de su compañero de viaje, pensativo, durante unos<br />

minutos. Pero de repente se inclinó hacia el otro y dijo: —¿Cara,<br />

por qué a ti te dicen así?<br />

<strong>El</strong> Cara levantó <strong>la</strong> vista. —¿Cómo dijiste?<br />

—Que por qué te dicen “Cara”. No sé, <strong>la</strong> curiosidad —explicó<br />

<strong>El</strong> Coco—; es que por poco me muero sin saberlo nunca. ¿Por<br />

papi o por feo?<br />

Negando con <strong>la</strong> cabeza, <strong>El</strong> Cara esbozó una sonrisa divertida.<br />

—Ni por feo ni por lindo —dijo—. Es que, con <strong>la</strong> piel de yogurt<br />

que tengo y este pelo vikingo, tengo cara de negro. Antes me<br />

decían Cara de Negro, ahora me dicen Cara y ya.<br />

<strong>El</strong> Coco se estiró, asombrado. —¿Cara de negro? De negro<br />

sueco, ¿no?<br />

—Mira bien —dijo <strong>El</strong> Cara y se señaló el rostro—. Fíjate en<br />

los detalles.<br />

<strong>El</strong> Coco observó los rasgos del otro con detenimiento—.<br />

Contra, verdad que sí. Usted tiene cara de negro; usted es más<br />

bembón y más chato de cara que yo —se echó a reír.<br />

<strong>El</strong> rubio lo acompañó en <strong>la</strong> risa. —Sí, compadre —dijo al<br />

cabo—, debe ser un bisabuelo mandinga como mínimo, porque<br />

esta jeta es pura África.<br />

—Y dilo —corroboró <strong>El</strong> Coco—. Tu familia tenía tapada esa<br />

mancha en el expediente hasta que naciste tú y los echaste para<br />

a<strong>la</strong>nte.<br />

—Qué vergüenza —<strong>El</strong> Cara hizo una mueca falsamente contrita—,<br />

por poco mi padre se divorcia.<br />

<strong>El</strong> Coco echó una carcajada. —Este país está lleno de negros<br />

268


CIENCIA FICCIÓN<br />

—dijo con seriedad pedante.<br />

<strong>El</strong> Cara miró al otro con sorpresa por unos segundos, y luego<br />

se sonrió. —Coco, tú sabes que tú eres negro, ¿no?<br />

—¿Negro yoooooooo...?<br />

Entre carcajadas, el rubio dio un cu<strong>la</strong>tazo en <strong>la</strong> pared divisoria.<br />

La furgoneta echó a andar enseguida y se vieron obligados a<br />

maniobrar para contrarrestar <strong>la</strong> aceleración y los giros cerrados,<br />

lo cual les cortó <strong>la</strong> risa.<br />

—Ya venía <strong>la</strong> policía —dijo serio <strong>El</strong> Coco, apoyándose en los<br />

brazos extendidos a los <strong>la</strong>dos para no ba<strong>la</strong>ncearse—. Se oían <strong>la</strong>s<br />

sirenas.<br />

—Habrá que correr —se encogió de hombros <strong>El</strong> Cara, a quien<br />

no parecía importarle el zarandeo—. ¿Cuándo no?<br />

<strong>El</strong> negro asintió con expresión de haber reconocido una verdad<br />

profunda.<br />

—¿Lo dejaste ir, verdad, Coco? —preguntó de repente el<br />

rubio—. Al tipo del garaje.<br />

La cara del Coco se volvió pétrea.<br />

—Lo dejaste ir —afirmó <strong>El</strong> Cara—. No hay problema, te<br />

entiendo. La gente de a pie no puede ser tan sanguinaria como los<br />

de arriba; tenemos que tirarnos un cabo unos a <strong>otros</strong> de vez en<br />

cuando.<br />

<strong>El</strong> Coco se encogió de hombros a <strong>la</strong> que vez que chasqueaba<br />

<strong>la</strong> lengua.<br />

—Yo también, yo también —continuó el rubio—; se puede<br />

decir que yo también le salvé <strong>la</strong> vida a un hombre esta noche. <strong>El</strong><br />

agradecimiento de ese tipo puede valer mucho, o poco, no sé; el<br />

caso es que lo perdoné, como tú perdonaste a ese. ¿Qué tú crees,<br />

habrá valido <strong>la</strong> pena?<br />

Con un suspiro y una mueca de duda, <strong>El</strong> Coco se dec<strong>la</strong>ró incapaz<br />

de responder.<br />

269


CIENCIA FICCIÓN<br />

<strong>El</strong> señor Jiang estaba sentado en silencio tras el buró de su<br />

oficina.<br />

Un <strong>la</strong>rgo silencio.<br />

Cheng, que estaba en una sil<strong>la</strong> del <strong>la</strong>do sumiso del escritorio,<br />

sabía que no le tocaba a él romper el hielo. <strong>El</strong> señor Jiang era en<br />

extremo rígido en cuanto a <strong>la</strong>s normas de comportamiento entre<br />

subordinados y superiores.<br />

<strong>El</strong> Director General Jiang tenía el aspecto de inclemente severidad<br />

que se veía en los mandarines imperiales de <strong>la</strong>s pinturas<br />

antiguas. Incluso bajo el traje occidental, se traslucía <strong>la</strong> misma<br />

vocación inflexible de servicio a los superiores por encima de<br />

cualquier debilidad o sentimentalismo. Y Cheng conocía a su jefe<br />

el tiempo suficiente como para saber que su continente era apenas<br />

un atisbo de cuán despiadado e inhumano podía ser, especialmente<br />

temprano en <strong>la</strong> mañana.<br />

Al cabo, el señor Jiang dijo: —Usted debe asumir <strong>la</strong> responsabilidad.<br />

Cheng sintió cómo <strong>la</strong> sangre se le iba a los pies. —No entiendo,<br />

señor Jiang —dijo secamente.<br />

—¿Qué no entiende? —dijo el jefe de Cheng—. Su ausencia<br />

durante el incidente con los delegados de <strong>la</strong> industria informática<br />

local nos ha dejado en muy ma<strong>la</strong> posición.<br />

—Fui demorado por imprevistos.<br />

<strong>El</strong> señor Jiang resopló. —No, Cheng, usted no fue demorado<br />

por imprevistos —afirmó—. Usted demoró primero y canceló<br />

después su salida para <strong>la</strong> reunión, con plena voluntad. Hemos<br />

hab<strong>la</strong>do con su servicio doméstico.<br />

Cheng arrugó <strong>la</strong> frente. —¿Qué dijeron? No sé qué puede ser,<br />

qué mentira...<br />

—No persista, Cheng. No nos va a convencer.<br />

<strong>El</strong> subordinado bajó <strong>la</strong> cabeza. —Está bien —aceptó—. ¿Qué<br />

debo hacer, señor Director?<br />

270


CIENCIA FICCIÓN<br />

—Ya se lo he dicho; asumir <strong>la</strong> responsabilidad.<br />

—¿Pero de qué manera?<br />

<strong>El</strong> Director se inclinó hacia de<strong>la</strong>nte, y al hacerlo, el sol mañanero<br />

salió por detrás de su hombro. —Usted será degradado y<br />

expulsado sin recomendaciones —anunció—. La documentación<br />

ya fue expedida, al igual que <strong>la</strong>s notas de prensa. No tema, le<br />

daremos un buen paquete de salida: acciones en alguna compañía<br />

ajena a nos<strong>otros</strong>, de su elección. Esto último quedará en secreto,<br />

por supuesto.<br />

Cheng alzó <strong>la</strong> vista evitando el sol, molesto aun a pesar de los<br />

filtros de <strong>la</strong> ventana. —Pero eso me hará aparecer como único<br />

culpable; <strong>la</strong>s autoridades locales pueden detenerme.<br />

—Será su responsabilidad evadir<strong>la</strong>s, así como fue su voluntad<br />

evadir <strong>la</strong> reunión con los representantes.<br />

—Usted sabe muy bien que si yo hubiera ido...<br />

—Nos<strong>otros</strong> no sabemos nada, Cheng —dijo el señor Jiang—.<br />

No empeore su situación con infundios. Ya bastante mal ha hecho<br />

intentando atemorizar a los negociadores locales.<br />

—Yo no... —comenzó a decir Cheng, pero lo interrumpió el<br />

amenazador dedo índice del señor Jiang.<br />

—Si usted hubiera ido a <strong>la</strong> reunión y hubiera muerto —continuó<br />

el Director—, hubiéramos podido culpar a alguno de los<br />

sobrevivientes como instigador de un p<strong>la</strong>n para abortar los contactos<br />

y tuviéramos ahora una excelente posición negociadora.<br />

Como usted no fue, se ha hecho evidente que fue usted quien<br />

p<strong>la</strong>neó todo con el fin de intimidar a los representantes y conseguir<br />

el cierre de <strong>la</strong>s negociaciones estancadas. Si no estaba obteniendo<br />

resultados simplemente debió haberlo informado en vez<br />

de forzar <strong>la</strong>s cosas; hubiéramos entendido.<br />

<strong>El</strong> joven ejecutivo se mordió los <strong>la</strong>bios con fuerza.<br />

Jiang se echó hacia atrás en su asiento y se llevó dos dedos a<br />

<strong>la</strong> casi inexistente barbil<strong>la</strong>. —Por suerte, por lo menos se cumplie-<br />

271


CIENCIA FICCIÓN<br />

ron en parte sus objetivos, Cheng; al menos dos de <strong>la</strong>s agrupaciones<br />

representadas han enviado mensajes explicando que no tuvieron<br />

nada que ver en el incidente. Es obvio que están tan atemorizados<br />

que están dispuestos a no incriminarnos. Podemos seguir<br />

negociando el shift de estas personas.<br />

Volvió a hacerse el silencio. <strong>El</strong> señor Jiang cavi<strong>la</strong>ba en tanto<br />

Cheng dejaba escapar su alteración en pequeñas y contro<strong>la</strong>das<br />

dosis.<br />

Al rato, el Director hizo un ademán displicente con <strong>la</strong> mano<br />

izquierda. —Puede irse, Cheng —dijo—. Piense en cómo evadirse,<br />

pero por favor no nos comprometa más.<br />

Cheng se levantó lentamente e hizo una estudiada reverencia.<br />

Después se detuvo por unos segundos, como si fuera a decir algo;<br />

pero enseguida dio <strong>la</strong> vuelta y se encaminó hacia <strong>la</strong> puerta.<br />

—Ah, Cheng —escuchó el joven a sus espaldas en el momento<br />

en que iba a tocar el abridor de <strong>la</strong> puerta—. ¿Quién cometió <strong>la</strong><br />

indiscreción?<br />

Cheng se sonrió, y sin decir nada apoyó un dedo en el pad<br />

sensible de <strong>la</strong> puerta. En el perfecto silencio escuchó cómo el<br />

mecanismo se ponía en movimiento y <strong>la</strong> puerta comenzaba a deslizarse.<br />

—¿Cheng?<br />

<strong>El</strong> joven ejecutivo dio el paso que lo ponía fuera de <strong>la</strong> oficina<br />

y sin darse <strong>la</strong> vuelta dijo: —No sé a qué se refiere, señor. Y si lo<br />

supiera, ¿cree usted que yo traicionaría a quien me avisó lo que<br />

usted había preparado para esa reunión?<br />

No hubo respuesta.<br />

Cheng echó a andar por el pasillo silbando una melodía local.<br />

272


Arbitrio judicial<br />

Jeffrey López Dueñas


CIENCIA FICCIÓN<br />

A <strong>El</strong>aine, por su cuento “Selección Natural”.<br />

A <strong>la</strong> “C-10” por los cinco años estudiando juntos <strong>la</strong> carrera.<br />

A mis compañeros del Bufete…<br />

En el estrado, con <strong>la</strong> negra toga ondeándole alrededor del<br />

cuerpo y el birrete graciosamente <strong>la</strong>deado sobre <strong>la</strong> cabeza,<br />

dejaba de ser un hombre común para transformarse en<br />

alguien único…<br />

Había nacido para <strong>la</strong>s Leyes, no le cabía duda.<br />

O al menos eso creía él.<br />

Cada vez que defendía a un hombre, y poco importaba si era<br />

culpable o no, se transformaba en el Aquiles griego o el Napoleón<br />

francés. Sus facilidades oratorias y el carisma con que trataba a<br />

todos le hacían ganar de inmediato el favor de los jueces y a<br />

menudo también <strong>la</strong> inmediata antipatía de los fiscales… y de<br />

algún que otro colega envidioso.<br />

Pero lo que contaba era que cada vez eran más los que buscaban<br />

sus servicios: asesinos, estafadores, genocidas… sin importar<br />

lo que hubieran hecho, todos se sentían seguros con él. No en<br />

balde su <strong>la</strong>rga lista de casos ganados lo había convertido en uno<br />

de los defensores mejor cotizados de <strong>la</strong> Tierra.<br />

Sin embargo, su suerte podría cambiar a partir de ahora.<br />

<strong>El</strong> Consejo Gubernativo había puesto en vigor el Decreto Ley<br />

P<strong>la</strong>netario 381/3029, donde se constituían como jueces a moder-<br />

274


CIENCIA FICCIÓN<br />

nísimas IAs cuyo fallo, basado en <strong>la</strong> pura lógica de los hechos<br />

probados, haría que <strong>la</strong>s injusticias, y sobre todo los innumerables<br />

casos de corrupción de magistrados, terminasen de una vez y para<br />

siempre...<br />

Al menos en teoría.<br />

Como ciudadano y operador de <strong>la</strong> Ley durante muchos años,<br />

entendía que aquel cambio era necesario y para bien.<br />

Pero, como abogado defensor, veía en grave peligro su futuro<br />

profesional. Se terminarían <strong>la</strong>s causas justificativas y los atenuantes;<br />

ya no podría jugar con <strong>la</strong>s emociones del jurado, ni manipu<strong>la</strong>rlo<br />

hasta confundirlo.<br />

No, ahora todo sería preciso. Daría lo mismo que el acusado<br />

tuviera toda una familia que alimentar, una infancia p<strong>la</strong>gada de<br />

maltratos domésticos o unos antecedentes impecables... si era<br />

culpable, sería condenado y sentenciado a <strong>la</strong> esc<strong>la</strong>vitud en <strong>la</strong>s<br />

colonias p<strong>la</strong>netarias, extrayendo minerales y alimentos para los<br />

habitantes de <strong>la</strong> vieja Tierra.<br />

Y el destino había querido que <strong>la</strong> primera audiencia de nuevo<br />

tipo correspondiera a un proceso en el que él intervenía como<br />

defensor.<br />

Miró casi con lástima hacia el banquillo de los acusados. Allí,<br />

escoltados por un par de cyborgs, gendarmes comunes en juzgados<br />

y prisiones, (por aquello de que un humano siempre será<br />

mucho más cruel con otro humano que cualquier máquina), estaban<br />

sus dos clientes.<br />

Temía que muy poco iba a poder hacer esta vez para lograr su<br />

absolución. Porque aquellos dos hombres, grises, pero bien alimentados,<br />

habían cometido el Pecado Capital, el peor crimen<br />

imaginable en aquel<strong>la</strong> sociedad:<br />

Robar gallinas.<br />

Seis gallinas.<br />

Todo comenzó en el 2012, cuando el Estado de Guyana atacó<br />

275


CIENCIA FICCIÓN<br />

con armas nucleares a <strong>la</strong> República Popu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong>s Is<strong>la</strong>s Caimán…<br />

como represalia a que, días antes y en visita oficial, <strong>la</strong> limusina<br />

del presidente caimanero atropel<strong>la</strong>ra por accidente a Patato, el<br />

perro sato y adorada mascota de <strong>la</strong> Primera Dama guyanesa.<br />

Aquel<strong>la</strong> “escaramuza” atómica por muy poco no se convierte<br />

en <strong>la</strong> Tercera Guerra Mundial (por tantos años vaticinada y esperada<br />

que ya nadie <strong>la</strong> creía posible)<br />

Aunque al final se navegó con suerte: pese a tantos pronósticos,<br />

el mundo no se destruyó en el holocausto definitivo.<br />

“La Ultima Guerra”, como se le conoció después, apenas si<br />

duró tres horas y no involucró a <strong>otros</strong> países… pero <strong>la</strong>s consecuencias<br />

fueron casi tan graves e irreversibles como si hubiese<br />

tratado de un conflicto global.<br />

Se tardó un par de años en comprender que <strong>la</strong>s grandes cantidades<br />

de polvo radiactivo que <strong>la</strong> explosión de varias ojivas atómicas<br />

<strong>la</strong>nzaron a <strong>la</strong> atmósfera de <strong>la</strong>s dos naciones beligerantes, y que<br />

luego el viento dispersó por todo el p<strong>la</strong>neta, habían provocado <strong>la</strong><br />

esterilidad de más del noventa por ciento de <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción mundial,<br />

por atrofia de sus célu<strong>la</strong>s reproductoras.<br />

Peor aún; <strong>la</strong> abrumadora mayoría de los niños nacidos a partir<br />

de entonces tampoco eran capaces de tener descendencia, al llegar<br />

a <strong>la</strong> pubertad.<br />

<strong>El</strong> número de personas capaces de replicar <strong>la</strong> especie disminuía<br />

vertiginosamente con cada nueva generación; <strong>la</strong> humanidad estaba,<br />

más que asustada, aterrorizada. Surgieron sectas catastrofistas,<br />

hubo motines masivos y o<strong>la</strong>s de suicidios. Los más bril<strong>la</strong>ntes<br />

biólogos y médicos del mundo dedicaban todos sus esfuerzos a<br />

buscar una solución…<br />

Pero todavía pasó medio siglo de natalidad decreciente antes<br />

de que un investigador cubano, el posteriormente tan célebre y<br />

a<strong>la</strong>bado Pepe “<strong>El</strong> Wao” Pérez, descubrió en el organismo de <strong>la</strong>s<br />

gallinas unas hormonas que, inyectadas en grandes dosis a <strong>la</strong>s<br />

276


CIENCIA FICCIÓN<br />

gónadas humanas, <strong>la</strong>s volvían viables… aunque momentáneamente.<br />

La humanidad respiró aliviada… y acto seguido comenzó a<br />

protestar, incómoda.<br />

<strong>El</strong> nuevo método permitía reproducirse, sí… pero como el<br />

efecto de <strong>la</strong>s hormonas era de muy limitada duración, también<br />

implicaba un número engorrosamente grande de molestas y continuas<br />

inyecciones. Así que los <strong>la</strong>boratorios farmacéuticos y biogenéticos<br />

se <strong>la</strong>nzaron a buscar un modo más sencillo para que <strong>la</strong>s<br />

valiosas hormonas gallináceas pudiesen ser asimi<strong>la</strong>das en <strong>la</strong>s<br />

cantidades necesarias por los sistemas reproductivos humanos.<br />

Por ejemplo, directamente de <strong>la</strong> carne de estas aves, al comer<strong>la</strong>s.<br />

Así surgió muy pronto una nueva raza de gallinas mutantes,<br />

con todos sus tejidos rezumando <strong>la</strong>s mi<strong>la</strong>grosas hormonas… lo<br />

que trajo aparejado un extraordinario incremento en el consumo<br />

y <strong>la</strong> demanda de un tipo de carne que hasta ese momento no<br />

había sido de <strong>la</strong>s más apreciadas por los seres humanos.<br />

Por suerte, inmediatamente después de enterarse del descubrimiento<br />

de Pepe, el gobierno central de los Estados Confederados<br />

de <strong>la</strong> Tierra tomó medidas para evitar el consumo desorbitado de<br />

esos animales… y su rápida extinción, en consecuencia.<br />

Todas <strong>la</strong>s gallinas del p<strong>la</strong>neta fueron ipso facto dec<strong>la</strong>radas<br />

propiedad federal, y apresuradamente reunidas y resguardadas en<br />

centros hiperprotegidos donde grupos de especialistas bien entrenados<br />

y seleccionados se encargaban de que los volátiles se reprodujeran<br />

constantemente, para así garantizar a cada habitante del<br />

p<strong>la</strong>neta el consumo de cuotas adecuadas de su valiosa carne,<br />

mediante su distribución normada.<br />

Por absurdo que hubiera podido parecer en el siglo anterior,<br />

resultaba lógico, entonces, que en un mundo en el que <strong>la</strong> supervivencia<br />

de <strong>la</strong> raza humana dependía por completo de <strong>la</strong>s gallinas y<br />

277


CIENCIA FICCIÓN<br />

sus hormonas, el delito de robar una de estas aves estuviera aún<br />

más duramente penalizado que el de homicidio.<br />

Las modernas cámaras de holovisión, ubicadas en lo más alto<br />

de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, captaban todos sus rincones. Los banquillos estaban<br />

repletos de curiosos; aquel caso contaba con doble atractivo. Por<br />

el crimen de que eran acusados los reos, y por <strong>la</strong>s IAs que los<br />

juagarían.<br />

Todos los ojos estaban centrados en el abogado defensor, al<br />

que correspondía ahora presentar su alegato definitivo.<br />

Con calma se puso de pie.<br />

Deslizó su mirada por todos en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />

Sonrió con amabilidad a sus clientes, luego con ironía al fiscal,<br />

y finalmente, poniendo su atención en <strong>la</strong>s cinco IAs jueces,<br />

comenzó a hab<strong>la</strong>r:<br />

—Presidente; demás respetables jueces que conforman este<br />

tribunal; digna representación del ministerio fiscal; público presente<br />

y observadores en general: Defendemos en el día de hoy, en<br />

<strong>la</strong> Causa 215/3029 a Mijail Kasparov y Joan D’ Bergerath, acusados<br />

del delito de Terrorismo Biológico, Crimen de Lesa<br />

Humanidad y Sabotaje a los Intereses de los Estados Confederados<br />

de <strong>la</strong> Tierra.<br />

“Jueces, han ustedes escuchado ya a mis representados y despachado<br />

<strong>la</strong>s instrucciones del expediente. Mis defendidos son dos<br />

ciudadanos conscientes de <strong>la</strong>s necesidades especiales que p<strong>la</strong>ntea<br />

<strong>la</strong> difícil situación reproductora de <strong>la</strong> raza humana, y en absoluto<br />

incapaces, por tanto, de cometer los delitos que hoy se les imputan.<br />

Comencemos considerando que Mijail Kasparov es miembro<br />

activo del CDPAE (Comité de Defensa contra Posibles Ataques<br />

Extraterrestres), donde realiza puntualmente sus guardias mensuales<br />

para descubrir y evitar cualquier posible acción de infiltración<br />

de nuestro p<strong>la</strong>neta por fuerzas alienígenas. No constan en su<br />

historial antecedentes penales ni policíacos y fungió además<br />

278


CIENCIA FICCIÓN<br />

durante un periodo de cinco años como profesor emergente,<br />

abandonando su región natal y a sus familiares en <strong>la</strong> deso<strong>la</strong>da y<br />

tranqui<strong>la</strong> Rusia, para prestar servicio en esta capital tan populosa<br />

donde, sin embargo, nadie quería ejercer profesión tan importante<br />

para <strong>la</strong> formación de <strong>la</strong>s futuras generaciones, como es el<br />

magisterio”.<br />

“Por su parte, Joan D’ Bergerath, además de también cumplir<br />

cabalmente con sus funciones en el CDPAE, es asimismo miembro<br />

del PUT (Partido Unitario Terrestre), milita en <strong>la</strong>s Milicias<br />

Territoriales y prestó ayuda interp<strong>la</strong>netaria en Marte como miembro<br />

de <strong>la</strong>s Brigadas Solidarias Médicas Los Waitos, cuando nuestros<br />

hermanos de esa colonia se vieron infectados por <strong>la</strong> Fiebre<br />

del Conejo, esa extraña enfermedad que tantas muertes y dolor<br />

trajo a <strong>la</strong> humanidad”.<br />

“Todo esto nos hace analizar que lo que ellos alegan en su<br />

defensa no tiene por qué ser necesariamente falso. Ambos han<br />

reconocido que tenían <strong>la</strong>s seis gallinas en <strong>la</strong>s manos, sí… pero los<br />

hechos probados en el caso que atendemos hoy no demuestran<br />

que por eso mis defendidos hayan cruzado el muro, altamente<br />

vigi<strong>la</strong>do, para apropiarse de el<strong>la</strong>s. Lo cierto es que, conforme a<br />

sus dec<strong>la</strong>raciones, mis dos clientes deambu<strong>la</strong>ban por <strong>la</strong> calle<br />

donde se encuentra <strong>la</strong> ECDH (Empresa para el Correcto Desarrollo<br />

de <strong>la</strong> Humanidad) cuando observaron un árbol de mangos”.<br />

“Respetables jueces, ¿cuántas veces nos<strong>otros</strong> mismos, operadores<br />

de <strong>la</strong> ley, no hemos visto estas apetitosas frutas sobre <strong>la</strong>s<br />

calles y <strong>la</strong>s hemos tomado, haciendo uso de nuestro derecho ciudadano,<br />

conforme al artículo 345.4 de <strong>la</strong> Ley de Propiedad de los<br />

Estados Confederados de <strong>la</strong> Tierra, donde se dice que todo<br />

comestible —y noten que el legis<strong>la</strong>dor no diferenció entre frutas<br />

o animales— que se encuentre sobre <strong>la</strong>s avenidas u <strong>otros</strong> senderos<br />

públicos pertenece al pueblo terráqueo en general?”.<br />

“Pues mis representados no hicieron más que atenerse a esta<br />

279


CIENCIA FICCIÓN<br />

misma fórmu<strong>la</strong>. Con el c<strong>la</strong>ro propósito de derribar los mangos<br />

para luego saborearlos, tomaron piedras y <strong>la</strong>s <strong>la</strong>nzaron… Sólo<br />

que, ¿y cuál no sería su sorpresa al descubrirlo?, al impacto de sus<br />

proyectiles contra <strong>la</strong>s ramas, en lugar de caer mangos, comenzaron<br />

a caer... ¡gallinas!”.<br />

“En efecto: arrojaron una piedra y cayó una gallina; luego aún<br />

otra piedra y cayó todavía otra gallina, y así sucesivamente…<br />

hasta que tuvieron seis aves a sus pies”.<br />

“Mi pregunta lógica es, entonces: ¿Qué culpa tienen ellos de<br />

que estos valiosos pero impredecibles animales se hubieran subido<br />

sobre el árbol y permanecieran ocultos en <strong>la</strong>s ramas?”.<br />

“Pues <strong>la</strong> respuesta está c<strong>la</strong>ra: ¡Ninguna, respetables Jueces!”.<br />

“Debido a lo cual, y esta es mi opinión definitiva, insisto en<br />

que sería por completo injusto castigar a mis defendidos por <strong>la</strong><br />

acción de estos animales. Por tanto, solicitamos <strong>la</strong> inmediata liberación<br />

de los ciudadanos Mijail Kasparov y Joan D’ Bergerath<br />

mediante un fallo absolutorio, así como <strong>la</strong> devolución de sus<br />

bienes confiscados en carácter de depósito; en concreto, de esas<br />

seis gallinas, que según <strong>la</strong> legis<strong>la</strong>ción citada pertenecen con toda<br />

propiedad a mis representados. Es todo. Muchas gracias.”<br />

Terminado el alegato miró a <strong>la</strong>s IAs; le habían informado que<br />

con el cambio de los humanos por máquinas ya no tendría que<br />

esperar <strong>la</strong>rgos minutos y hasta horas por el fallo. Los poderosísimos<br />

cerebros artificiales no sólo funcionaban a gran velocidad,<br />

sino que además se decía en que, como también podían comunicarse<br />

electrónicamente entre ellos, podían dictar cualquier sentencia<br />

en cuestión de segundos.<br />

Sin embargo, los jueces no hab<strong>la</strong>ban… y tuvo que pasar casi<br />

un minuto entero para que una voz metálica resonara en <strong>la</strong> Sa<strong>la</strong>:<br />

—A todos los presentes le informamos que debido sabotajes<br />

realizados por grupúsculos contrarios a nuestros principios, así<br />

como al injusto bloqueo económico interpuesto por los Estados<br />

280


CIENCIA FICCIÓN<br />

Agrupados de Neptuno a nuestro p<strong>la</strong>neta, se nos hace necesario<br />

sustituir a <strong>la</strong>s presentes IAs jueces, fabricadas en Urano, por otras<br />

máquinas manufacturadas en el hermano municipio de China. La<br />

transmisión de todos los datos del proceso actual a los nuevos<br />

magistrados durará veinte minutos. Lamentamos cualquier inconveniente<br />

o incomodidad que este <strong>la</strong>mentable hecho pueda ocasionarles.<br />

La noticia provocó algunos comentarios, pero como cosas<br />

semejantes sucedían a diario, rápidamente los medios informativos<br />

decidieron aprovechar el inevitable tiempo muerto interrogando<br />

a los presentes sobre sus opiniones acerca del caso.<br />

Para <strong>la</strong> mayoría <strong>la</strong> solución era sencil<strong>la</strong>: los acusados sólo<br />

podían ser dec<strong>la</strong>rados culpables del delito. La lógica y el sentido<br />

común así lo indicaban.<br />

—Es una defensa sosa —comentó alguien que no quiso ser<br />

identificado—. Una mentira que ningún juez se creería.<br />

Por su parte, Abel “<strong>El</strong> Prisionbreik” Solá, abogado defensor<br />

famoso por sus bur<strong>la</strong>s profesionales al sistema judicial, agregó:<br />

—¡Gallinas en los árboles! Esos dos merecen ser dec<strong>la</strong>rados<br />

culpables aunque sólo sea por no haber tenido suficiente imaginación<br />

como para inventar un cuento más creíble.<br />

Sólo el abogado defensor y el fiscal permanecían en silencio y<br />

apartados de todos. En varias ocasiones distintos reporteros<br />

intentaron acercárseles, pero ambos los despacharon sin aceptar<br />

<strong>la</strong> entrevista. Como en los clásicos y legendarios duelos del Viejo<br />

Oeste, permanecían inmóviles, expectantes, mirándose a los ojos<br />

con los rostros tensos, como si sus mismas vidas dependieran del<br />

arbitrio judicial.<br />

Las nuevas juezas entraron a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> pasados unos cincuenta<br />

minutos. Sus movimientos eran más mecánicos que <strong>la</strong>s de sus<br />

antecesoras, y sobre su pecho bril<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s sig<strong>la</strong>s: ATEC PANDA<br />

“NUEVA GENERACIÓN”.<br />

281


CIENCIA FICCIÓN<br />

Una vez sentadas, <strong>la</strong> presidenta del tribunal tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />

—Mijail Kasparov, Joan D’ Bergerath, pónganse de pie —los<br />

dos hombres se levantaron, nerviosos—. Este tribunal, a <strong>la</strong> hora<br />

de dictar el fallo, ha tenido en cuenta tanto lo referido en el expediente<br />

investigativo, lo dicho aquí en sa<strong>la</strong> por ustedes, <strong>la</strong> acusación<br />

del Ministerio Fiscal, como <strong>la</strong> reflexión hecha por el letrado<br />

de <strong>la</strong> Defensa. Al amparo del Artículo 3 de <strong>la</strong> Ley Penal de los<br />

Estados Confederados de <strong>la</strong> Tierra se presume <strong>la</strong> inocencia de<br />

todos los acusados hasta tanto no se pruebe <strong>la</strong> comisión del delito.<br />

En este caso se les atrapó a ustedes con <strong>la</strong>s gallinas en <strong>la</strong> mano,<br />

pero nadie les vio atravesar el perímetro de seguridad de <strong>la</strong><br />

ECDH, y atendiendo a que ciertamente estos animales, en tanto<br />

que pertenecientes al phylum zoológico de <strong>la</strong>s aves, tienen a<strong>la</strong>s y<br />

pueden por tanto vo<strong>la</strong>r, aunque no a gran altura ni a <strong>la</strong>rgas distancias,<br />

consideramos que bien pudieron subirse al árbol en cuestión<br />

y estar sobre <strong>la</strong> rama a <strong>la</strong> que <strong>la</strong>nzaron <strong>la</strong>s piedras los acusados.<br />

De ahí que decretemos su completa absolución por los delitos<br />

de Terrorismo Biológico, Atentado contra Lesa Humanidad y<br />

Sabotaje a los Intereses de los Estados Confederados de <strong>la</strong> Tierra.<br />

POR TANTO, se dispone <strong>la</strong> liberación inmediata de los acusados,<br />

así como <strong>la</strong> devolución de los bienes ocupados, entiéndase <strong>la</strong>s seis<br />

gallinas, toda vez que haciendo tenor a <strong>la</strong> legis<strong>la</strong>ción antes citada<br />

por el letrado de <strong>la</strong> defensa, le pertenecen a dichos ciudadanos.<br />

“Por otra parte, este tribunal condena a de los Dirigentes de <strong>la</strong><br />

ECDH, así como a los miembros del cuerpo de vigi<strong>la</strong>ncia que<br />

montaban guardia esa noche en <strong>la</strong>s insta<strong>la</strong>ciones, por no tomar<br />

<strong>la</strong>s medidas necesarias para el correcto cuidado de bienes indispensables<br />

para el desarrollo humano y los sentencia a quince años<br />

de trabajos forzados en <strong>la</strong>s lunas de Marte… y sin derecho a<br />

libertad condicional”.<br />

“La manera de ejecución del fallo es en el acto, y el Tribunal<br />

se retira. Es todo.”<br />

282


CIENCIA FICCIÓN<br />

Aún no creía en el veredicto, cuando ya los dos clientes le<br />

abrazaban con amplias muestras de alegría y satisfacción. La sa<strong>la</strong><br />

era pura algarabía: algunos protestaban, <strong>otros</strong> reían… pero todos<br />

venían a felicitarlo.<br />

Cansado, aunque finalmente convencido de <strong>la</strong> realidad de su<br />

victoria, se dejó caer sobre el asiento mientras sonreía….<br />

Esa noche estaría de fiesta. Junto con sus recién absueltos<br />

clientes, celebrarían por todo lo alto el veredicto de inocencia tan<br />

inesperadamente conseguido.<br />

Con un festín de carne de gallina.<br />

283


Dioses a <strong>la</strong> carta<br />

Carlos A. Duarte Cano


CIENCIA FICCIÓN<br />

Tener fe significa no querer saber <strong>la</strong> verdad<br />

Friedrich Nietzsche<br />

Hacía muchos años que vagaba por <strong>la</strong> vida con <strong>la</strong> sensación<br />

de albergar un vacío absoluto en alguna parte de mi<br />

organismo.<br />

Comía y comía pero no lo llenaba, ergo no era en el estómago.<br />

Respiraba fuerte y hondo pero nada: obvio, <strong>la</strong> cosa no era en<br />

los pulmones.<br />

Leí mucho, todo lo que cayó en mis manos, hasta <strong>El</strong> Capital;<br />

pero el vacío persistió, como un móvil perpetuo. Tampoco estaba<br />

en mi cabeza, o eso pensaba.<br />

Entonces, un atípico día de invierno, mientras paseaba por el<br />

malecón, vi el anuncio.<br />

No era neón ni tampoco incluía niños, pero sí dioses.<br />

Era un anuncio idílico, expectorante, genial.<br />

Si está hastiado del vacío postmodernista o del exceso de<br />

materialismo, fabrique aquí sus propios dioses.<br />

Me recordó un libro de Asimov. Y allí mismo comencé a vislumbrar<br />

donde estaba mi vacío de ateo secu<strong>la</strong>r: no creía en ni<br />

cojones. Era <strong>la</strong> esencia misma de mi irreductible descreimiento <strong>la</strong><br />

que me tornaba tan infeliz.<br />

Me preguntaba para qué coño estaba en este mundo que no<br />

fuera para pasar mil y un trabajos por cada instante que valiera<br />

285


CIENCIA FICCIÓN<br />

<strong>la</strong> pena. Y todo para que al final mi ser se fuera a ninguna parte,<br />

to nowhere, a disolverse en <strong>la</strong> nada hemingwayana.<br />

Cierta vez leí que <strong>la</strong> humanidad era algo así como el cerebro<br />

que había creado el universo para conocerse a sí mismo. Muy<br />

poético, pero el papel de efímera neurona tampoco me comp<strong>la</strong>cía<br />

y continuaba sin verle <strong>la</strong> punta a todo el asunto de <strong>la</strong> muerte.<br />

Como dije antes, yo ya no creía en nada, pero fui víctima de<br />

un impulso súbito, una corazonada o qué sé yo: entré.<br />

La vieja me aferró con una sonrisa protésica. Era una mezc<strong>la</strong><br />

de astróloga maya con sacerdotisa de Yemayá.<br />

—Por aquí mijo, todo es automático. Muuuuy fácil —me dijo<br />

y, como no había confusión posible, <strong>la</strong> seguí.<br />

Abrió una cortinil<strong>la</strong> circu<strong>la</strong>r parecida a esas donde desaparecen<br />

<strong>la</strong>s bel<strong>la</strong>s ayudantes de circo y me sentó frente a lo que parecía<br />

una mismísima Pentium 15.<br />

—Haga clic en el icono, ya verá como lo puede hacer solito.<br />

Pago al final solo si el servicio lo satisface.<br />

Cerré <strong>la</strong> puerta y me senté, temiendo que llegara Mandrake.<br />

Hice clic en un icono fálico.<br />

BIENVENIDO A DIOSES A LA CARTA<br />

RESPONDA CADA PREGUNTA PINCHANDO LA<br />

RESPUESTA DE SU ELECCIÓN<br />

Pregunta 1. Le gustaría una religión:<br />

A. monoteísta B. politeísta<br />

¿Monoteístas? Jehová, Alá, Dios padre madre y espíritu santo.<br />

Nada que ver, demasiado aburridas.<br />

Para divertida <strong>la</strong> grecorromana con toda esa caterva de dioses<br />

pegándose los tarros los unos a los <strong>otros</strong> y seduciendo a bel<strong>la</strong>s o<br />

bellos mortales.<br />

Ni hab<strong>la</strong>r.<br />

Pinché el B.<br />

Pregunta 1b. ¿Cuántos dioses le gustarían?<br />

286


CIENCIA FICCIÓN<br />

En esta pregunta me daban más opciones pues era posible<br />

marcar cualquier número entre el uno y el treinta. Había incluso<br />

una opción de más de treinta dioses. Mmm, tampoco hay que<br />

exagerar, luego va a ser un dolor de huevos aprenderse los nombres<br />

y <strong>la</strong> historia de todos.<br />

Pinché el diez.<br />

Pregunta 2 ¿Dónde le gustaría adorarlos?<br />

A. En templos B. En <strong>la</strong> naturaleza C. Dentro de su casa<br />

Los templos son muy opresivos. Tanta solemnidad y <strong>la</strong> musiquita<br />

esa de los órganos debe dar tremendo sueño —pensé.<br />

Pero tampoco me hace gracia que se me empiece a co<strong>la</strong>r <strong>la</strong><br />

gente en mi casa para formar esos quilombos religiosos donde<br />

aúl<strong>la</strong>n y se atracan de toda sarta de bazofias repulsivas.<br />

De manera que marqué <strong>la</strong> B. Eso me sonaba a druidas y dioses<br />

paganos.<br />

Pregunta 3. Prefiere dioses<br />

A. Guerreros B. Pacíficos<br />

Marqué el B, un poco de acción no estaría mal, pero sin exagerar<br />

que yo ni me acordaba de lo que era tirar un piñazo.<br />

Todavía a cada rato me movilizaban por <strong>la</strong> reserva, pero a lo<br />

cierto es que a los tres días ya se me olvidaba toda <strong>la</strong> teoría que<br />

se empeñaban en enseñarme para matar más eficientemente a mis<br />

semejantes.<br />

Pregunta 4. Prefiere dioses<br />

A. Sibaritas B. Beatos<br />

Por razones obvias pinché el A.<br />

Pregunta 5. ¿Qué tipo de adoración preferiría brindar a sus<br />

dioses?<br />

A. Rezos y plegarias B. Bacanales y orgías<br />

C. Sacrificios animales D. Sacrificios humanos<br />

Pero ¡qué c<strong>la</strong>se de pregunta! <strong>la</strong> B to’ el tiempo.<br />

Pregunta 7. ¿Qué le gustaría para después de <strong>la</strong> muerte?<br />

287


CIENCIA FICCIÓN<br />

A. Vida eterna de paz como recompensa por su buena conducta<br />

B. Reencarnación en otra persona y animal<br />

C. Una eternidad de tormento por una vida pecaminosa<br />

D. Disfrute eterno del paraíso por servir fielmente a <strong>la</strong> causa<br />

de su(s) Dios(es)<br />

Esta sí que es un chícharo, a ver, si tomo <strong>la</strong> C vacilo <strong>la</strong> vida y<br />

luego me <strong>la</strong> hacen pagar por toda <strong>la</strong> eternidad, mmm problemático.<br />

Si elijo <strong>la</strong> A, me paso <strong>la</strong> vida machuca’o para luego meterme<br />

<strong>la</strong> eternidad comiendo mierda entre angelitos y serafines, como en<br />

el cielo cristiano, ni hab<strong>la</strong>r. La B, por otra parte, me da espanto,<br />

eso de ser cualquier animal no me hace ninguna gracia, ya me<br />

imagino de mosca: todo el tiempo revoloteando entre <strong>la</strong> mierda.<br />

Creo que me voy por <strong>la</strong> D. Esa me suena a is<strong>la</strong>m y <strong>la</strong> historia de<br />

ve y muérete feliz por Alá, pero <strong>la</strong> verdad es que es preferible a<br />

<strong>la</strong>s demás.<br />

Clic.<br />

Todo desapareció a mi alrededor y quedé envuelto en una<br />

neblina. No era capaz de verme ni <strong>la</strong> punta de <strong>la</strong> nariz. Pasó un<br />

tiempo incalcu<strong>la</strong>ble donde no estuve ni dormido ni en vigilia; no<br />

me pregunten cómo coño estaba porque no lo sé, como tampoco<br />

sé si duró un minuto o una eternidad.<br />

Cuando recuperé el control de mis sentidos estaba en un calvero<br />

en el medio de <strong>la</strong> jung<strong>la</strong>. Vestía una túnica color salmón y, a<br />

mi alrededor, una multitud de figuras desnudas con genitales<br />

multicolores interpretaban una <strong>la</strong>sciva danza ritual.<br />

Una veintena de parejas y tríos copu<strong>la</strong>ban apasionadamente.<br />

Una muchacha de pelo <strong>la</strong>rgo y mirada dulce se me acercó.<br />

Sostenía ente sus manos una vasija de barro. Me dio un <strong>la</strong>rgo<br />

trago de una bebida cuyo sabor evocaba al ajenjo.<br />

Tuve una erección inmediata.<br />

Por puro instinto, mi mano derecha intentó moverse con afán<br />

288


CIENCIA FICCIÓN<br />

onanista, pero algo lo impedía.<br />

En mi espalda sentí <strong>la</strong>s duras formas de un poste de madera y<br />

me percaté de que estaba atado a él. Era yo el centro de aquel<br />

espectáculo sicalíptico.<br />

Sin embargo, en lugar de preocuparme el hecho, por primera<br />

vez en mi vida me sentí rebosante de fe.<br />

Casi lloré de devoción cuando una de <strong>la</strong>s danzantes procedió<br />

a extraer <strong>la</strong> simiente de mi cuerpo para abonar <strong>la</strong> tierra consagrada<br />

a Matrix-Aya, diosa de <strong>la</strong> fecundidad y <strong>la</strong> abundancia.<br />

Tampoco sentí <strong>la</strong> menor preocupación cuando, acto seguido,<br />

una figura masculina me desató del poste y procedió a sembrar en<br />

mi cuerpo su semil<strong>la</strong>, ni cuando miré hacia atrás, algo adolorido<br />

pero exultante de fe, y divisé un grupo de acólitos de ambos sexos<br />

que esperaban su turno para consumar el sagrado rito de <strong>la</strong> posesión<br />

carnal del nuevo iniciado.<br />

No puedo decir que era un novato en cuestiones sexuales.<br />

Había hecho lo mío. Pero esto era diferente. Aunque una escena<br />

de este tipo pudiera parecer una cuestión de <strong>la</strong> más pura lujuria,<br />

les aseguro que no era ese el caso. Había amor en cada uno de<br />

aquellos actos. Un amor generoso desprovisto del <strong>la</strong>stre del egoísmo<br />

y <strong>la</strong> vanidad. Como se supone que se ama a los dioses o como<br />

estos deben amar a sus creaciones.<br />

En uno de los momentos culminantes de <strong>la</strong> jornada presenciamos<br />

un mi<strong>la</strong>gro: Matrix-Aya hizo brotar una ceiba en el centro<br />

del c<strong>la</strong>vero. Un pequeño arbusto que creció ante nuestros ojos,<br />

primero con <strong>la</strong> timidez de un recién nacido y luego con <strong>la</strong> acelerada<br />

desfachatez de un adolescente, hasta convertirse en un gigante<br />

que nos cobijó a todos bajo su sombra.<br />

Cuando terminó y regresé a <strong>la</strong> irrealidad ¿o era <strong>la</strong> realidad?<br />

todo había cambiado para mí.<br />

Uno de mis nuevos compañeros me llevó de vuelta a “Sus<br />

propios Dioses”. Entramos en La Habana por un camino que no<br />

289


CIENCIA FICCIÓN<br />

había conocido antes. Era mi misma ciudad pero al mismo tiempo<br />

diferente. Como <strong>la</strong> realidad mutada de los sueños. La vieja se<br />

abanicaba en una mecedora de mimbre. Me dedicó una mirada<br />

cargada de empatía.<br />

—¿Dime mijo, vale o no <strong>la</strong> pena?<br />

—¿Cuándo puedo volver? —fue toda mi respuesta.<br />

—Si pagas <strong>la</strong> tarifa completa ya no tendrías que volver —contestó—.<br />

Y tu vida habrá cambiado para siempre.<br />

Pagué gustoso <strong>la</strong> suma exigida e indagué sobre el tipo de tecnología<br />

que usaban para crear esa realidad virtual o lo que fuera.<br />

La mujer negó con <strong>la</strong> cabeza, sonriendo:<br />

—Acabas de pagar por tu fe —me dijo—, disfrúta<strong>la</strong> y no <strong>la</strong><br />

enturbies tratando de razonar<strong>la</strong>.<br />

¡Y qué coño!, tenía toda <strong>la</strong> razón.<br />

Regresé a mi casa, que estaba más o menos en el mismo lugar<br />

en que <strong>la</strong> recordaba. Durante un tiempo continué trabajando en<br />

el mismo trabajo y asistiendo con frecuencia a <strong>la</strong>s siempre renovadas<br />

ceremonias del culto. Ya nunca tuvieron <strong>la</strong> inigua<strong>la</strong>ble<br />

intensidad de aquel<strong>la</strong> primera, pero igual se disfrutaban.<br />

Y los dioses se turnaban para rega<strong>la</strong>rnos mi<strong>la</strong>gros dos veces al<br />

año, por aquello de que no hay nada como un buen mi<strong>la</strong>gro para<br />

sostener <strong>la</strong> fe.<br />

Lo más extraño es que <strong>la</strong> gente de mi entorno asumió mis<br />

nuevas creencias como algo propio. Tal parece que así hubiese<br />

sido toda <strong>la</strong> vida. Yo mismo tenía solo instantes de lucidez, cada<br />

vez más esporádicos, en los que recordaba pasajes de mi oscuro<br />

estado anterior. Por eso escribo esto; para no olvidar por completo<br />

<strong>la</strong> persona que fui hasta hace muy poco.<br />

Pero lo cierto es que el vacío misterioso había desaparecido.<br />

En su lugar quedó imp<strong>la</strong>ntada una fe inquebrantable, mística. No<br />

sé bien como lo lograron pero es real, palpable, y en el<strong>la</strong> radica <strong>la</strong><br />

esencia de mi dicha actual. Primero sospeché que todo era una<br />

290


CIENCIA FICCIÓN<br />

realidad virtual. Pero no hay tecnología que conozca capaz de<br />

imbuirte en un mundo virtual tan vívido como este. Y por tiempo<br />

tan prolongado, además.<br />

Luego pensé que me habían <strong>la</strong>nzado a un universo paralelo,<br />

pero también deseché <strong>la</strong> idea: tampoco era lógico que me enviarán<br />

a un mundo diseñado a mi medida.<br />

Mientras más pensé en el asunto más me trastorné con un<br />

sinnúmero de soluciones imposibles o improbables. Al final terminé<br />

por hacer caso a <strong>la</strong> vieja. Si vivía en un universo virtual o<br />

había sido secuestrado en una realidad parale<strong>la</strong>, no lo sabía, pero<br />

tampoco debía importarme. Ya estaba preparado para morir contento<br />

por mis dioses y me estaría esperando una vida sin límites<br />

de gozos en el más allá. Ni siquiera me asustaba que un buen día<br />

alguien pusiera en mis manos un cinturón de explosivos y me<br />

ordenara <strong>la</strong> inmo<strong>la</strong>ción contra <strong>la</strong> embajada yanqui o <strong>la</strong> sede del<br />

gobierno.<br />

Lo haría sin pensarlo dos veces.<br />

Es probable que algunos de los que lean esto piensen que me<br />

engañaba a mí mismo.<br />

And so what?<br />

Si yo era feliz, o al menos eso creía.<br />

Así todo andaba sobre ruedas hasta que una típica tarde de<br />

verano, mientras paseaba por el malecón, vi otro anuncio.<br />

Era vibrante y descongestionante, como un chuchazo de <strong>la</strong><br />

220.<br />

Si usted quiere abrir los ojos y escapar de <strong>la</strong> enajenante irrealidad<br />

en que vive, no deje que le sigan inventando su mundo:<br />

descubra aquí <strong>la</strong> única verdad: <strong>la</strong> de <strong>la</strong> ciencia.<br />

Ya dije que mi fe era absoluta e inquebrantable: continué<br />

andando.<br />

Pero recién me doy cuenta de que hay algo en mí que está<br />

cambiando: un extraño desasosiego ha comenzado a invadirme<br />

291


CIENCIA FICCIÓN<br />

otra vez.<br />

A menudo mis pasos me llevan hacia esa misma calle.<br />

Contemplo el cartel y titubeo.<br />

Y una voz interior me dice que un buen día terminaré por<br />

entrar allí.<br />

Después de todo ya lo dijo el viejo John: La felicidad, amigos,<br />

no es más que una pisto<strong>la</strong> caliente.<br />

292


LOS AUTORES


LOS AUTORES<br />

Jorge Enrique Lage. (La Habana, Cuba, 1979). Narrador,<br />

editor, Licenciado en Bioquímica, especialista del Centro de<br />

Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y jefe de redacción de<br />

<strong>la</strong> revista de narrativa <strong>El</strong> Cuentero. Ha publicado los libros de<br />

<strong>cuentos</strong>: Yo fui un adolescente <strong>la</strong>drón de tumbas (Editorial<br />

Extramuros, 2004); Fragmentos encontrados en La Rampa (Casa<br />

Editora Abril, 2004); Los ojos de fuego verde (Casa Editora<br />

Abril, 2005); <strong>El</strong> color de <strong>la</strong> sangre diluida (Editorial Letras<br />

Cubanas, 2008) y Vultureffect (Ediciones UNIÓN, 2011). Es<br />

autor, además, de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> Carbono 14. Una nove<strong>la</strong> de culto<br />

(Ediciones Altazor, Perú 2010). Cuentos suyos han aparecido en<br />

antologías y revistas de Cuba y el extranjero.<br />

Rafael de Águi<strong>la</strong>. (La Habana, 1962). Narrador. Ha publicado<br />

los libros: Último viaje con Adriana, Premio Pinos Nuevos 1996<br />

(Editorial Letras Cubanas, 1997); <strong>El</strong>los orinan de pie (Editorial<br />

Letras Cubanas, 2006) y Del otro <strong>la</strong>do (Editorial Letras Cubanas,<br />

2010) que obtuvo el Premio Alejo Carpentier de Cuento ese<br />

mismo año. Su re<strong>la</strong>to “Patas al aire” mereció el Premio La Gaceta<br />

de Cuba 2011.<br />

Emerio Medina. (Mayarí, Holguín, 1966) es el narrador cubano<br />

más premiado de los últimos años. Con Rendez-vous nocturno<br />

para espacios abiertos obtuvo el Premio de <strong>la</strong> Ciudad de Holguín<br />

2006; con el re<strong>la</strong>to “Los días del juego” el Iberoamericano de<br />

Cuento Julio Cortázar 2009; y ese mismo año el Premio UNEAC<br />

de Cuento Luis Felipe Rodríguez por su volumen Café bajo sombril<strong>la</strong>s<br />

junto al Sena. En enero de este año (2011) obtuvo el<br />

Premio Casa de <strong>la</strong>s Américas por su libro La bota sobre el toro<br />

muerto.<br />

294


LOS AUTORES<br />

Miguel Terry Valdespino. (La Habana, 1963). Narrador.<br />

Licenciado en Periodismo. Premio Pinos Nuevos 1993 por<br />

Laberinto de lobos (Editorial Letras Cubanas, 1994). Tercer<br />

Premio del Concurso Internacional Casa de Teatro 2003,<br />

República Dominicana, por <strong>la</strong> pieza teatral Los duros pierden con<br />

Humphrey Bogart. Premio Literario Félix Pita Rodríguez 2009<br />

por No me hables de <strong>la</strong> ira (Editorial Unicornio, 2010). Ha publicado<br />

además Ángeles y cenizas (Editorial La Puerta de Papel,<br />

1992), La piedra en <strong>la</strong> boca (Editorial Unicornio, 2005) y Ajuar<br />

de guerra (Editorial Unicornio, 2001). Su re<strong>la</strong>to “Las lecciones<br />

del vampiro” mereció <strong>la</strong> Primera Mención en el Concurso<br />

Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2010.<br />

Ahmel Echevarría. (La Habana, 1974). Narrador. Obtuvo el<br />

Premio David 2004 con los <strong>cuentos</strong> de Inventario y el Pinos<br />

Nuevos 2005 con <strong>la</strong> noveleta Esquir<strong>la</strong>s (Editorial Letras Cubanas,<br />

2006) y menciones en el Cirilo Vil<strong>la</strong>verde de nove<strong>la</strong> 2008 por<br />

Días de entrenamiento y el Luis Felipe Rodríguez de cuento 2009<br />

por Pastel para pit bulls. Incluido en <strong>la</strong>s antologías Los que cuentan<br />

y La ínsu<strong>la</strong> fabu<strong>la</strong>nte. Editor del sitio web del Centro de<br />

Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y de <strong>la</strong> página digital<br />

Vercuba.<br />

Jorge Ángel Pérez. (Encrucijada, Vil<strong>la</strong> C<strong>la</strong>ra, 1963). Narrador.<br />

Obtuvo el Premio David 1995 con Lapsus ca<strong>la</strong>mi (cuento). Ha<br />

publicado además <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s <strong>El</strong> paseante Cándido (Premio<br />

UNEAC 2002) y Fumando espero (primer finalista del Premio<br />

Internacional de Nove<strong>la</strong> Rómulo Gallegos 2005). Su re<strong>la</strong>to “Una<br />

estrofa de agua”, mereció el Premio Iberoamericano de Cuento<br />

Julio Cortázar 2006, y con el volumen de <strong>cuentos</strong> En La Habana<br />

no son tan elegantes ganó el Premio Alejo Carpentier 2009.<br />

295


LOS AUTORES<br />

Yonnier Torres. (P<strong>la</strong>cetas, 1981). Sociólogo y narrador.<br />

Egresado del XI Curso de Técnicas Narrativas del Centro de<br />

Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Tiene en proceso de<br />

edición los libros de <strong>cuentos</strong> Delicados procesos (Premio Luis<br />

Rogelio Nogueras de Ciencia Ficción, por Editorial Extramuros);<br />

<strong>El</strong>ementos comunes (Premio Félix Pita Rodríguez de Narrativa,<br />

por Editorial Unicornio); Esto funciona como una caja cerrada<br />

(Premio Calendario 2011, por Casa Editora Abril); y <strong>la</strong> nove<strong>la</strong><br />

C<strong>la</strong>var los ojos al cielo (Premio de Nove<strong>la</strong> Fernandina de Jagua<br />

2011, por Editorial Mecenas). <strong>El</strong> presente re<strong>la</strong>to da título a su<br />

libro <strong>El</strong>ementos comunes, de pronta aparición.<br />

Yamilet García Zamora. (La Habana, 1965). Narradora.<br />

Licenciada en Letras por <strong>la</strong> Universidad de La Habana. Maestra<br />

en Museos por <strong>la</strong> UIA de México, DF y Doctora en Teoría<br />

Literaria por <strong>la</strong> UAM de Iztapa<strong>la</strong>pa, México. Trabaja como<br />

Profesora de Redacción y Literatura en <strong>la</strong> Universidad<br />

Panamericana, <strong>la</strong> UNITEC y el CAM, donde también imparte<br />

cátedra a <strong>la</strong> maestría en museos.<br />

Leopoldo Luis. (La Habana, 1961). Periodista y narrador.<br />

Editor del sitio web de <strong>la</strong> revista cultural <strong>El</strong> Caimán Barbudo.<br />

Obtuvo en 2008 el Premio de <strong>la</strong> Ciudad de Holguín con el libro<br />

de <strong>cuentos</strong> Adiós, Habana (Ediciones Holguín, 2009 y Editorial<br />

Atom Press, 2011).<br />

Lorenzo Lunar Cardedo. (Santa C<strong>la</strong>ra, 1958) es una de <strong>la</strong>s<br />

voces imprescindibles de <strong>la</strong> narrativa cubana contemporánea. Ha<br />

ganado dos veces el prestigioso concurso de re<strong>la</strong>tos policiales<br />

Semana Negra de Gijón, en los años 1999 y 2001 respectivamente.<br />

Tiene publicadas varias nove<strong>la</strong>s en Cuba y en el extranjero,<br />

entre <strong>la</strong>s que descuel<strong>la</strong>n Échame a mí <strong>la</strong> culpa, La vida es un<br />

tango, Cuesta abajo, Polvo en el viento, La casa de tu vida y Que<br />

en vez de infierno encuentres gloria, ga<strong>la</strong>rdonada como “<strong>la</strong> mejor<br />

nove<strong>la</strong> negra publicada en España durante el año 2003”.<br />

296


LOS AUTORES<br />

Rafael Grillo. (La Habana, 1970), periodista y escritor, ha<br />

publicado los libros de ensayo Ecos en el <strong>la</strong>berinto (Ediciones<br />

Extramuros, 2005) y La revancha de Sísifo (Ediciones Unicornio,<br />

2010). En 2008 ganó el Premio Fundación de <strong>la</strong> Ciudad de Santa<br />

C<strong>la</strong>ra en <strong>la</strong> categoría de Periodismo Literario por el volumen Las<br />

armas y el oficio. Es autor de <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s Asesinos ilustrados<br />

(Premio Luis Rogelio Nogueras 2009) e Historias del Abecedario<br />

(Casa Editora Abril, 2011). Artículos suyos han aparecido en<br />

diversos medios de prensa nacionales y extranjeros.<br />

Rebeca Murga. (La Habana, 1973). Narradora y crítica literaria.<br />

En el Concurso Internacional de Re<strong>la</strong>tos Policíacos de <strong>la</strong><br />

Semana Negra de Gijón, España, recibió el Accésit en 2003 y en<br />

2004 obtuvo el Premio. Ha co<strong>la</strong>borado con <strong>la</strong> revista especializada<br />

en literatura negra La Gangsterera, de España. Tiene publicados,<br />

entre <strong>otros</strong>, los libros: La enfermedad del beso y otras dolencias<br />

de amor (Ediciones Unión, La Habana, Cuba, 2008) y <strong>El</strong><br />

esc<strong>la</strong>vo y <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra (Ediciones San Librario, Bogotá, Colombia,<br />

2008).<br />

Mario Brito. (Manicaragua, 1955). Licenciado en Español y<br />

Literatura por el Instituto Superior Pedagógico Félix Vare<strong>la</strong> de<br />

Santa C<strong>la</strong>ra. Narrador. Tiene publicados los títulos de narrativa<br />

En torno al equilibrio, Fuegos fatuos y Dile al corazón que ame<br />

en voz baja, así como <strong>otros</strong> textos en diferentes órganos de prensa<br />

del país. Ha sido antologado por <strong>la</strong> Editorial Letras Cubanas<br />

en Otra vez todo el amor (1999) por su premio en el Concurso<br />

Cuentos de Amor de Las Tunas, 1994. Ha publicado re<strong>la</strong>tos del<br />

género policial en <strong>la</strong> revista especializada La Gangsterera, de<br />

España.<br />

297


LOS AUTORES<br />

Obdulio Fenelo. (Florida, Camagüey, 1971). Narrador.<br />

Licenciado en Letras por <strong>la</strong> Universidad de Oriente. Premio de <strong>la</strong><br />

Ciudad de Camagüey en el género cuento, 2002. Premio en el<br />

concurso nacional Vértice,de <strong>cuentos</strong> cortos, Bayamo, 2001.<br />

Premio del concurso Celestino de Cuentos, Holguín,2003. Premio<br />

de Narrativa Joven Reina del Mar, Cienfuegos, 2004. Premio<br />

Beca decreación de La Gaceta de Cuba en el género cuento, 2004.<br />

Ha publicado: Quemar <strong>la</strong>s naves (<strong>cuentos</strong>), Editorial Ácana,<br />

2002; Un día después de <strong>la</strong> tristeza (<strong>cuentos</strong>), Editorial Oriente,<br />

2007; y Háb<strong>la</strong>me de Estambul (<strong>cuentos</strong>), Editorial Letras<br />

Cubanas, 2010.<br />

Erick J. Mota. (La Habana, 1975). Licenciado en Física.<br />

Egresado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro de<br />

Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha obtenido los premios<br />

Juventud Técnica 2004, La Edad de Oro de Ciencia Ficción<br />

para jóvenes, 2007, TauZero de Nove<strong>la</strong> Corta de Fantasía y<br />

Ciencia Ficción, Chile, 2008 y Calendario de Ciencia Ficción,<br />

2009. Además de re<strong>la</strong>tos en diversas antologías, ha publicado los<br />

libros Bajo Presión (noveleta, Editorial Gente Nueva, 2008);<br />

Algunos recuerdos que valen <strong>la</strong> pena (<strong>cuentos</strong>, Casa Editora<br />

Abril, 2010); La Habana Underguater, los <strong>cuentos</strong> (Editorial<br />

Atom Press, 2010) y La Habana Underguater, <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> (Editorial<br />

Atom Press, 2010).<br />

Yoss. (La Habana, 1969) es uno de los escritores cubanos más<br />

leídos dentro y fuera de Cuba. Obtuvo el Premio David 1988 con<br />

Timshel y ha publicado desde entonces nove<strong>la</strong>s y volúmenes de<br />

cuento entre los que se destacan W (1997); Los pecios y los náufragos<br />

(Premio Luis Rogelio Nogueras 1998); Al final de <strong>la</strong> senda<br />

(Letras Cubanas, 2003); Precio justo (Premio Calendario 2004);<br />

Pluma de león (Letras Cubanas, 2007) y diversos títulos en<br />

298


LOS AUTORES<br />

Europa, entre ellos <strong>la</strong> cuentinove<strong>la</strong> I sette pecatti nazionali<br />

(cubani) en Italia (1999) y Se alqui<strong>la</strong> un p<strong>la</strong>neta en España<br />

(2001). Cultiva también el ensayo y es autor de diversas antologías<br />

dedicadas a <strong>la</strong> literatura de ciencia-ficción. Junto con Raúl<br />

Aguiar compiló Escritos con guitarra. Cuentos cubanos sobre el<br />

rock (Ediciones UNIÓN, 2005).<br />

Gabriel J. Gil. (La Habana, 1987). Narrador. Estudiante de<br />

Física en <strong>la</strong> Universidad de La Habana. Pertenece al Grupo de<br />

Creación de Género Fantástico y Ciencia Ficción Espiral. Egresado<br />

del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha<br />

impartido conferencias en los eventos Ansible 2006 y 2007, <strong>la</strong>s<br />

cuales han sido publicadas en el e-zine Disparo en Red. Obtuvo<br />

una mención en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio<br />

Cortázar 2010 con su re<strong>la</strong>to de ciencia ficción “La culpa <strong>la</strong> tiene<br />

Menard”. “<strong>El</strong> incidente ‘Johnson-Muñoz’” forma parte de <strong>la</strong><br />

antología En sus marcas, listos, futuro, publicada por <strong>la</strong> Editorial<br />

Gente Nueva.<br />

Juan Pablo Noroña. (La Habana, 1973). Narrador. Licenciado<br />

en Filología. Cuentos suyos han aparecido en <strong>la</strong>s antologías Reino<br />

Eterno (Letras Cubanas, 2000); Dimension Latine (Francia,<br />

2007); Secretos del futuro (Extramuros, 2007) y Crónicas del<br />

mañana (Letras Cubanas, 2009). Ha co<strong>la</strong>borado para el fanzine<br />

de literatura fantástica miNatura y varios medios dedicados a <strong>la</strong><br />

ciencia ficción en Internet como <strong>la</strong> revista Axxón (Argentina),<br />

Disparo en Red y Tercera Fundación.<br />

Jeffrey López Dueñas. (La Habana, 1982). Narrador.<br />

Licenciado en Derecho. Graduado del Centro de Formación<br />

Literaria Onelio Jorge Cardoso. Director del e-zine La voz de<br />

Alnader; fundador del Proyecto DIALFA-Hermes; fundador y cocoordinador<br />

del Taller de Creación Literaria Espacio Abierto.<br />

299


LOS AUTORES<br />

Coantologador del libro de <strong>cuentos</strong> de fantasía Axis Mundis. Ha<br />

organizado y dirigido los eventos Behíque 2008 y 2009, así como<br />

<strong>la</strong>s tres ediciones del Evento Teórico de Fantasía y Ciencia Ficción<br />

Espacio Abierto, participando además como conferenciante.<br />

Carlos Duarte. (La Habana, 1962). Narrador. Doctor en<br />

Ciencias Biológicas. Premio en el Primer Concurso Internacional<br />

Sinergia, Realidades Alteradas, 2008. Un re<strong>la</strong>to suyo fue seleccionado<br />

para Fabricantes de Sueños 2008, de <strong>la</strong> AECFT. Primer<br />

Premio del Concurso de CF de <strong>la</strong> revista Juventud Técnica, 2008.<br />

Mención Especial en el Concurso Luis Rogelio Nogueras de<br />

Ciencia Ficción, 2010. Finalista en el III Certamen Internacional<br />

de Poesía Fantástica miNatura 2011. Es uno de los fundadores<br />

del Taller de Literatura Fantástica Espacio Abierto y uno de los<br />

editores de <strong>la</strong> revista digital Korad. Cuentos suyos han aparecido<br />

en antologías de Argentina y Cuba, en diferentes ezines.<br />

300


EL MARTILLO Y LA HOZ<br />

Y OTROS CUENTOS<br />

~ ~<br />

Un muestrario de temas, tendencias, estilos y autores que<br />

caracterizan el panorama literario de Cuba durante <strong>la</strong> nueva<br />

centuria, es lo que ofrece <strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> y <strong>otros</strong> <strong>cuentos</strong>.<br />

L<strong>la</strong>mado a ser el Volumen I de <strong>la</strong> “Colección 21 Cuentos Cubanos<br />

del Siglo XXI”, esta compi<strong>la</strong>ción se realizó a partir de los textos<br />

publicados, entre junio y octubre de 2011, en <strong>Isliada</strong>.com.<br />

Literatura Cubana Contemporánea y los propios lectores del sitio<br />

web se encargaron de hacer <strong>la</strong> selección mediante una encuesta<br />

on-line.<br />

Acompañados por otras tantas ilustraciones de artistas<br />

cubanos, encontrarán aquí siete piezas de Narrativa de tema<br />

general, siete del género Policial y siete de Ciencia Ficción/<br />

Fantasía. Los autores de los <strong>cuentos</strong> son: Jorge E. Lage, Rafael de<br />

Águi<strong>la</strong>, Emerio Medina, Miguel Terry Valdespino, Ahmel<br />

Echevarría, Jorge Ángel Pérez, Yonnier Torres, Yamilet García<br />

Zamora, Leopoldo Luis, Lorenzo Lunar, Rafael Grillo, Rebeca<br />

Murga, Mario Brito, Obdulio Fenelo, Yonnier Torres, Erick J.<br />

Mota, Yoss, Gabriel J. Gil, Juan Pablo Noroña, Jeffrey López<br />

Dueñas y Carlos A. Duarte Cano.

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