El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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EL MARTILLO<br />
Y LA HOZ<br />
Y OTROS CUENTOS<br />
VARIOS AUTORES
EL MARTILLO Y LA HOZ<br />
Y OTROS CUENTOS<br />
VARIOS AUTORES
EDICIÓN:<br />
Rafael Grillo, Leopoldo Luis.<br />
DISEÑO:<br />
Hector Otero.<br />
COMPOSICIÓN:<br />
Escael Marrero.<br />
ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA:<br />
Amilkar Feria.<br />
ILUSTRACIONES INTERIORES:<br />
Acebo (pág. 152, 190, 273), Amilkar Feria (pág. 10, 40, 48, 116, 168, 212,<br />
284), Alfredo Rosales (pág. 25), Boligán (pág. 65), Aramís Santos (pág. 79,<br />
176), Luis Lamothe (pág. 108, 183), Javier Guerra (pág. 126, 134), Niels Reyes<br />
(pág. 145), Yaumil Hernández (pág. 224), Zardoyas (pág. 99).<br />
© Todos los autores incluidos en el libro, 2011.<br />
© Sobre <strong>la</strong> presente edición: <strong>Isliada</strong> Editores, 2011.<br />
COLECCIÓN 21CUC-SXXI<br />
Web: http://www.isliada.com<br />
Email: isliada@isliada.com
ÍNDICE<br />
INTRODUCCIÓN / 7<br />
NARRATIVA<br />
15 000 <strong>la</strong>tas de atún y no tenemos cómo abrir<strong>la</strong>s / 10<br />
Jorge Enrique Lage<br />
Patas al aire / 25<br />
Rafael de Águi<strong>la</strong><br />
<strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> / 40<br />
Emerio Medina<br />
Las lecciones del vampiro / 48<br />
Miguel Terry Valdespino<br />
La lista del cubo / 65<br />
Ahmel Echevarría<br />
En menudos pedazos / 79<br />
Jorge Ángel Pérez<br />
<strong>El</strong>ementos comunes / 99<br />
Yonnier Torres
ÍNDICE (Continuación)<br />
LITERATURA POLICIAL<br />
Sinfonía para un crimen / 108<br />
Yamilet García Zamora<br />
<strong>El</strong> último jonrón / 116<br />
Leopoldo Luis<br />
Disles que no me maten / 126<br />
Lorenzo Lunar<br />
Hierve <strong>la</strong> sangre / 134<br />
Rafael Grillo<br />
Con <strong>la</strong>s manos limpias / 145<br />
Rebeca Murga<br />
<strong>El</strong> viejo que se comía <strong>la</strong> suerte / 152<br />
Mario Brito<br />
Confesiones / 168<br />
Obdulio Fenelo
ÍNDICE (Continuación)<br />
CIENCIA FICCIÓN<br />
Castigo y crimen / 176<br />
Yonnier Torres<br />
En cande<strong>la</strong> con Ochosi / 183<br />
Erick J. Mota<br />
Fangio’s in memoriam big race / 190<br />
Yoss<br />
<strong>El</strong> “Incidente Johnson-Muñoz” / 212<br />
Gabriel J. Gil<br />
Shift / 224<br />
Juan Pablo Noroña<br />
Arbitrio judicial / 273<br />
Jeffrey López Dueñas<br />
Dioses a <strong>la</strong> carta / 284<br />
Carlos A. Duarte Cano<br />
LOS AUTORES / 293
INTRODUCCIÓN<br />
COLECCIÓN 21CUC-SIGLO XXI:<br />
EL VERDADERO LIBRO DE TUS CUENTOS FAVORITOS<br />
¿Acaso nunca desearon ustedes, lectores como tantos<br />
<strong>otros</strong>, tener <strong>la</strong> oportunidad de hojear un libro que<br />
reuniera sus <strong>cuentos</strong> predilectos? Hab<strong>la</strong>mos de recorrer<br />
unas páginas de narrativa elegidas por ustedes mismos y no<br />
por alguien que lo hiciera en su lugar… A ustedes, lectores entre<br />
tantos, de seguro ese sueño les ha perseguido de modo recurrente.<br />
Ese es el propósito principal de <strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> y <strong>otros</strong><br />
<strong>cuentos</strong>, volumen con el que inauguramos lo que nos<strong>otros</strong>, los<br />
editores de <strong>Isliada</strong>.com, quisiéramos que llegara a ser toda una<br />
colección: <strong>la</strong> “Colección 21CUC-Siglo XXI”.<br />
¿Por qué “21CUC-SXXI”? Sencillo: significa “21 <strong>cuentos</strong><br />
cubanos del siglo XXI”. La misma cantidad de re<strong>la</strong>tos que de<br />
centurias: en <strong>la</strong> cifra no se esconde cába<strong>la</strong> alguna. 21 <strong>cuentos</strong> que<br />
eligen ustedes, los usuarios de <strong>Isliada</strong>.com. Sitio Web sobre literatura<br />
cubana contemporánea, a través de una encuesta on-line que<br />
permite conformar un libro digital para ser descargado y leído de<br />
forma gratuita.<br />
Como <strong>la</strong> narrativa de ficción ocupa tres secciones de <strong>Isliada</strong><br />
(Narrativa General, Literatura Policial y Ciencia Ficción y<br />
Fantasía), actualizadas con regu<strong>la</strong>ridad, los editores creímos adecuado<br />
que en <strong>la</strong> encuesta se votara para elegir 7 re<strong>la</strong>tos por cada<br />
categoría.<br />
Y dado que el sitio web nació el 20 de junio, y ya para <strong>la</strong> fecha<br />
del 20 de octubre se había reunido una suficiente cantidad (y<br />
calidad) de textos narrativos, decidimos el cierre en esa fecha para<br />
que el primer volumen recogiera una selección de los primeros<br />
cuatro meses de vida de <strong>Isliada</strong>.com.<br />
La otras intenciones que persigue esta “Colección 21CUC-<br />
Siglo XXI” y el modo de hacer <strong>la</strong>s compi<strong>la</strong>ciones por <strong>la</strong> vía del<br />
voto de los lectores, se desprenden del objetivo primordial de<br />
7
<strong>Isliada</strong>.com, aquel por el cuál surgimos, que es el de contribuir a<br />
<strong>la</strong> divulgación a esca<strong>la</strong> global, con los recursos de Internet, de <strong>la</strong><br />
literatura que hoy están haciendo los escritores cubanos.<br />
¿De qué manera, nos preguntábamos, se puede incentivar a los<br />
usuarios a ir más allá de lo ofrecido en Portada y que se adentren,<br />
además, en los <strong>otros</strong> textos literarios que se van almacenando en<br />
<strong>la</strong> base de datos del sitio?<br />
¿Por qué otras vías, además de <strong>la</strong> frías estadísticas sobre visitantes<br />
y entradas, podemos retroalimentarnos mejor sobre cuánto<br />
nos leen, qué prefieren o qué buscan los lectores de <strong>Isliada</strong>.com?<br />
¿Cómo hacer más consistente <strong>la</strong> finalidad promocional de <strong>la</strong> página<br />
web y diversificar<strong>la</strong> también mediante otras maneras de ofrecer<br />
los contenidos?<br />
Por el momento, <strong>la</strong> “Colección 21CUC-Siglo XXI” y su método<br />
de <strong>la</strong> encuesta, ha servido como respuesta a esas interrogantes<br />
nuestras. Y para ustedes, lectores como tantos <strong>otros</strong>, esta ha sido<br />
una maravillosa, y también poco usual, oportunidad de participar<br />
en <strong>la</strong> confección del libro de sus <strong>cuentos</strong> favoritos.<br />
Los re<strong>la</strong>tos que aparecen a continuación, 7 por cada categoría,<br />
son entonces aquellos a los que ustedes otorgaron <strong>la</strong> mayor cantidad<br />
de votos. Disfrútenlos.<br />
EDITORES DE ISLIADA.COM<br />
NOTA DE LOS EDITORES<br />
En <strong>la</strong> encuesta realizada en el sitio web de <strong>Isliada</strong>.com para<br />
escoger los <strong>cuentos</strong> que conformarían este libro, aparece el re<strong>la</strong>to<br />
“Saxo” entre los más votados de <strong>la</strong> sección Narrativa. Sin embargo,<br />
el cuento no fue incluido en este volumen por voluntad expresa<br />
de su autor, Alberto Guerra. En su lugar, incluimos “<strong>El</strong>ementos<br />
comunes” de Yonnier Torres, que fue el octavo cuento más votado<br />
dentro de Narrativa, y así mantuvimos <strong>la</strong> cifra de siete re<strong>la</strong>tos<br />
por cada sección.<br />
8
NARRATIVA
15 000 <strong>la</strong>tas de atún y no<br />
tenemos cómo abrir<strong>la</strong>s<br />
Jorge Enrique Lage
NARRATIVA<br />
Cuando terminé mi primera nove<strong>la</strong> <strong>la</strong> llevé a <strong>la</strong> editorial<br />
Letras Cubanas (oigan cómo suena: Letras Cubanas) y allí<br />
me dijeron que no estaban recibiendo originales. Más<br />
exactamente: que no estaban publicando libros.<br />
Visité otras editoriales: Unión, Abril, Zona Franca, Extramuros,<br />
Beri-Beri, Unicornio, Sed de Belleza, La Ratonera, y en todas<br />
recibí <strong>la</strong> misma negativa: ¿Libros? No, ya no tenemos nada que<br />
ver con eso.<br />
Mi última esperanza era una casa editora alternativa cuyo<br />
nombre omitiré. Pero hasta allí habían llegado <strong>la</strong>s ronchas de <strong>la</strong><br />
epidemia. O <strong>la</strong>s orientaciones del Ministerio. En <strong>la</strong> entrada, un<br />
puercoespín disfrazado de recepcionista me explicó que se había<br />
tomado una decisión ante el éxodo masivo de autores. Cada vez<br />
quedaban menos autores en el país.<br />
Me pareció una ligereza afirmar algo semejante, pero no quise<br />
discutir.<br />
Una cosa era cierta: los rumores de viajes sin retorno, aunque<br />
nunca se convertían en noticias oficiales, tenían <strong>la</strong> periodicidad y<br />
el tedio de los partes meteorológicos. Recientemente, vía Feria del<br />
Libro de Guada<strong>la</strong>jara, había llegado a Texas un poeta que usaba<br />
<strong>la</strong>s dendritas y los axones como si fueran a<strong>la</strong>mbres de púas.<br />
Mientras tanto aterrizaba en Europa un crítico recién graduado<br />
cuyas ideas eran del tipo de ideas que hacen enloquecer: a él<br />
mismo y a los demás. (Pensar todo el tiempo en Lorenzo García<br />
11
NARRATIVA<br />
Vega: eso no puede ser bueno.)<br />
Ya me iba cuando <strong>la</strong> vi entrar.<br />
Demasiada realidad por una puerta.<br />
Tenía todo lo que un día quisiste ver y nunca te atreviste a<br />
mirar. Un cuerpo hecho para nadie. <strong>El</strong> pelo exacto. Ojos que<br />
golpean. Le dije:<br />
—De todas formas, aquí no se publicaba lo que yo quería leer.<br />
Me miró, sorprendida o leyéndome como se lee un manifiesto,<br />
y miró el manuscrito bajo mi brazo. La sonrisa esperada. Una voz<br />
suave que dijo: Pobrecito.<br />
Yo seguí: ¿Cuándo hubiéramos tocado esos libros de los que<br />
todos hab<strong>la</strong>n y que hace cinco, diez, veinte años, pasaron por <strong>la</strong>s<br />
manos del resto del mundo? ¿Dónde están los libros de tus<br />
contemporáneos, todo lo que se está escribiendo ahora mismo<br />
fuera de aquí? <strong>El</strong> verdadero sistema editorial nos queda lejos, y<br />
nos queda grande.<br />
—Ese sistema editorial es un negocio —atacó el<strong>la</strong>.<br />
—De acuerdo. Pero en ese negocio está el papel, y por ahora <strong>la</strong><br />
literatura se va a seguir imprimiendo.<br />
—<strong>El</strong> 90% de lo que se imprime hoy en el mundo, es mierda.<br />
—C<strong>la</strong>ro. También el 90% de lo que se imprimía aquí.<br />
Agregué que el 90% de cualquier cosa, es mierda.<br />
—Aunque quizás tú seas una excepción.<br />
—Por supuesto que lo soy —dijo, y señaló mi manuscrito—.<br />
¿Me dejas verlo?<br />
Instantes después estábamos metidos en una oficina pequeña<br />
donde todo parecía desmontable o improvisado. Un venti<strong>la</strong>dor<br />
chirriaba en el techo. Un montón de números de Esquire en el<br />
suelo. Vi en portada a Charlize Theron (Libido, Ergo Sum) de<br />
blúmer negro con encajes y blusa b<strong>la</strong>nca y en <strong>la</strong> blusa, <strong>la</strong> famosa<br />
foto de Einstein sacándonos <strong>la</strong> lengua.<br />
<strong>El</strong> tipo de imágenes en <strong>la</strong>s que creo.<br />
—Me l<strong>la</strong>mo Laura. Trabajo aquí.<br />
12
NARRATIVA<br />
También había una computadora. Laura se sentó frente a el<strong>la</strong><br />
y me invitó a sentarme donde yo quisiera.<br />
—Soy editora. Y además escribo. Pero en Internet. Mira.<br />
Era una blogger con categoría. De culto, podría decirse.<br />
Mantenía una web con récord de visitas y actualizaciones diarias,<br />
en<strong>la</strong>zada por los mejores entre los mejores y devenida punto de<br />
referencia.<br />
O línea de referencias.<br />
Su nombre: Carbono 14.<br />
Piezas para armar una hipercopiadora, o algo así.<br />
Miré <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> y miré mi nove<strong>la</strong> y miré a Laura.<br />
Por alguna razón, aquí nos besamos.<br />
Sin mucho énfasis, es cierto.<br />
Sin puntuación.<br />
Le pregunté a qué se dedicaban ahora <strong>la</strong>s editoriales, cuál era<br />
el trabajo de una editora además de asaltar <strong>la</strong> boca de los<br />
desconocidos.<br />
Entonces el<strong>la</strong> dijo una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra: Contrabando, y yo pensé<br />
un conjunto rápido de posibilidades:<br />
contrabando de polil<strong>la</strong>s,<br />
de revistas pornográficas,<br />
canciones de los 90,<br />
caimanes disecados,<br />
pentobarbital,<br />
etcéteras.<br />
—¿Contrabando de qué?<br />
—Ven. Quiero presentarte a unos amigos. Dos hermanos que<br />
son como hermanos para mí. Les dicen los Mellizos.<br />
Caminamos por un pasillo. Laura tocó una puerta y nadie le<br />
abrió.<br />
—Seguro están ocupados —dijo, y metió una l<strong>la</strong>ve en <strong>la</strong><br />
cerradura.<br />
Había dos hombres allá adentro y sí estaban ocupados. Uno<br />
13
NARRATIVA<br />
yacía acostado sobre una mesa en el centro de <strong>la</strong> oficina, con los<br />
pantalones y los calzoncillos bajados hasta <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>. Sobre su<br />
entrepierna se movía, hacia arriba y hacia abajo, <strong>la</strong> cabeza del<br />
otro.<br />
—Un segundito, Laura —gimió el de <strong>la</strong> mesa—. Ya estoy a<br />
punto de terminar.<br />
Eran idénticos. Como dos gotas de agua que encima se<br />
pusieran iguales ropas. Un sencillo cerrar y abrir de ojos bastaba<br />
para ver con c<strong>la</strong>ridad los roles inversos: el que estaba acostado<br />
ahora estaría con el pene del otro en <strong>la</strong> garganta, y el que daba<br />
lengüetazos en el g<strong>la</strong>nde del otro ya habría introducido su erección<br />
en <strong>la</strong> boca que antes jadeaba bocarriba y así. Sucesivamente.<br />
—Tenemos visita, muchachos —los apuró Laura.<br />
Terminaron. <strong>El</strong> primero se acercó a mí, me tendió <strong>la</strong> mano y se<br />
presentó, luego de vomitar medio litro de semen al <strong>la</strong>do de una<br />
caja entreabierta.<br />
—Yo soy A —dijo—. Por Arlt.<br />
<strong>El</strong> otro se abrochaba el pantalón al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> mesa.<br />
—Y yo soy B —dijo—. Por Borges.<br />
—A y B. Para diferenciarlos —Laura señaló hacia mí—: <strong>El</strong><br />
muchacho es escritor.<br />
A era diseñador y B corrector. O al revés, no sé bien. Ya habían<br />
variado sus posiciones re<strong>la</strong>tivas cuando lo dijeron y yo tampoco<br />
presté mucha atención. Estaba mirando <strong>la</strong> caja, tratando de<br />
averiguar qué era lo que había dentro.<br />
Estaba mirando <strong>la</strong>s cajas, preguntándome por qué había tantas<br />
allí dentro: casi un centenar.<br />
—¿Este cargamento es para hoy? —preguntó Laura y los<br />
Mellizos me miraron desconfiados y respondieron que sí.<br />
—¿Cargamento de qué? —pregunté yo y los Mellizos no<br />
respondieron nada. Laura tampoco. <strong>El</strong><strong>la</strong> sólo dijo:<br />
—Esta medianoche. Si de verdad te interesa saberlo.<br />
Esa medianoche regresé a <strong>la</strong> editorial. A o B me esperaba<br />
14
NARRATIVA<br />
afuera con el cargamento. Curioso: lo primero que hice fue<br />
preguntar por Laura.<br />
—Supongo que en su casa, durmiendo el sueño de <strong>la</strong>s pin-ups<br />
—dijo A o B—. Espérame aquí. Que nadie vea esto.<br />
Cualquiera que pasara por allí cerca lo iba a ver aunque<br />
cerrara los ojos. Eran muchas. Eran demasiadas.<br />
Cuando me quedé solo, abrí una.<br />
No puedo ni describir lo que encontré en su interior.<br />
(Hay límites de sensación y límites de lógica.)<br />
Al rato apareció una camioneta con los Mellizos adentro.<br />
—Hay que apurarse —corearon—. Estamos atrasadísimos.<br />
Entre los tres subimos <strong>la</strong>s cajas.<br />
Fue fácil. Las cajas no pesaban lo que yo temía.<br />
En realidad, no pesaban nada. Fuera cual fuera el contenido<br />
era pura levedad.<br />
Partimos. Los Mellizos iban vestidos de ninjas. Yo no sabía<br />
cuál era cuál, y como nunca lo voy a saber en lo ade<strong>la</strong>nte me<br />
referiré a ellos como A o B sin distinción alguna.<br />
A conducía, yo iba a su <strong>la</strong>do y B atrás, haciéndose un espacio<br />
en el reducido espacio de carga.<br />
—¿Adónde vamos? —pregunté.<br />
—Al punto de entrega, por supuesto. Esto es un trabajo serio.<br />
En <strong>la</strong> radio empezaron a promocionar nuestra banda sonora.<br />
Me decidí a preguntar otra obviedad: qué demonios era lo que<br />
yo había visto, qué pa<strong>la</strong>bra o pa<strong>la</strong>bras usar para entender<br />
aproximadamente lo que había dentro de <strong>la</strong>s cajas.<br />
Me dijeron: Piezas.<br />
Piezas que sirven para armar.<br />
¿Para armar qué?<br />
Pregunta mal p<strong>la</strong>nteada.<br />
Me dijeron: Sabemos que hay cosas que NO se pueden armar,<br />
pero...<br />
Silencio. La camioneta avanzaba en silencio por callejue<strong>la</strong>s<br />
15
NARRATIVA<br />
sucias y desiertas y avenidas desiertas y sucias y de pronto<br />
escuchamos, a lo lejos, el ulu<strong>la</strong>r de una sirena.<br />
—La policía —anuncié, y los Mellizos estuvieron<br />
inmediatamente de acuerdo en que se trataba de una sucísima<br />
ce<strong>la</strong>da. A pisó a fondo el acelerador y me dijo:<br />
—Pásate para atrás.<br />
—No hay espacio.<br />
—Ya lo hay —dijo B, que estaba vaciando cajas y arrojando<br />
cajas vacías a <strong>la</strong> calle.<br />
Las piezas flotando en el aire. Todo un espectáculo. Por<br />
supuesto que me pasé para atrás.<br />
B agarró unas cuantas piezas y armó algún tipo de fusil o<br />
ametral<strong>la</strong>dora grande.<br />
—Cuando se acerquen <strong>la</strong>s patrul<strong>la</strong>s —advirtió, poniéndome en<br />
<strong>la</strong>s manos aquel armatoste—. No tienes que apuntar mucho.<br />
Mientra <strong>la</strong> camioneta cortaba <strong>la</strong>s esquinas a mil por hora,<br />
levantándose con todos los baches de Centro Habana, me tomé <strong>la</strong><br />
libertad de usar <strong>la</strong>s piezas yo mismo.<br />
Libertad a <strong>la</strong> que B no pareció darle mayor importancia.<br />
—No te entretengas que ya deben estar al alcanzarnos —se<br />
frotó <strong>la</strong>s manos—. Y creo que esta noche vienen con todo.<br />
Las sirenas se escuchaban cada vez más cerca pero yo<br />
rápidamente dejé de escuchar<strong>la</strong>s.<br />
Primero intenté armar algo así como una calcu<strong>la</strong>dora y me<br />
salió una tableta de choco<strong>la</strong>te Nestlé. Cuando terminé de<br />
comérme<strong>la</strong> ya había logrado armar una espalda y un par de<br />
zapatos de tacón, tras varios intentos fallidos en que me salieron,<br />
sucesivamente, un párrafo de Thomas Pynchon, dos rocas<br />
marcianas Spirit y una rata de <strong>la</strong>boratorio que saltó disparada<br />
contra un poste en el primer salto de <strong>la</strong> camioneta.<br />
Cuando <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong> policía llegaron a nos<strong>otros</strong>, ya yo me<br />
sentía un experto.<br />
—Deténganse, Ninjas —dijo un altavoz—. No tienen<br />
16
NARRATIVA<br />
escapatoria.<br />
—Comemierdas —dijo A—. ¿Oyeron esa pa<strong>la</strong>bra?<br />
Escapatoria…<br />
—Dispara, cojones —me dijo B, y yo comencé a disparar.<br />
<strong>El</strong> gatillo de mi arma cediendo a presiones mínimas de mi<br />
dedo.<br />
<strong>El</strong> más ligero temblor de mi dedo amplificándose en ráfagas<br />
b<strong>la</strong>ncas.<br />
Las ráfagas b<strong>la</strong>ncas reventando patrul<strong>la</strong>s a izquierda y derecha.<br />
C<strong>la</strong>ro que con el ajetreo de <strong>la</strong> persecución el 90% de los<br />
disparos salieron desviados.<br />
Sin querer le di a puertas y ventanas, mendigos y <strong>la</strong>tones de<br />
basura. Debo haber acabado con varias formas de vida inocente.<br />
Pero aquel fusil era una maravil<strong>la</strong>.<br />
Los disparos de <strong>la</strong> policía repiqueteaban alrededor de nos<strong>otros</strong><br />
como una lluvia metálica y constante.<br />
Le tiraron a <strong>la</strong>s gomas pero al parecer los Mellizos habían<br />
armado gomas blindadas.<br />
B <strong>la</strong>nzaba, una tras otra, esas estrellitas que suelen <strong>la</strong>nzar los<br />
ninjas: una tras otra explotando al dar en el b<strong>la</strong>nco y no se le<br />
acababan nunca: patrul<strong>la</strong>s explotando y patrul<strong>la</strong>s nuevas que<br />
aparecían detrás, como si tampoco se fueran a acabar nunca.<br />
DETÉNGANSE<br />
RÍNDANSE<br />
ENTREGUEN LAS PIEZAS Y LES PERDONAREMOS LA<br />
VIDA<br />
A subió el volumen de <strong>la</strong> radio. Alguna sinfonía vienesa para<br />
dormitar.<br />
Aparecieron helicópteros. Nos alumbraron desde arriba. Nos<br />
tiraron cohetes. A hizo todo tipo de curvilíneas con el timón y<br />
escapamos por un pelo.<br />
Empezaron a caernos del cielo unos tropas especiales. Mientras<br />
B se ocupaba de ellos a patadas y golpes de sable y todas esas<br />
17
NARRATIVA<br />
cosas que suelen hacer los ninjas, yo armé una ráfaga de viento<br />
que mandó al carajo con <strong>la</strong>s hélices enredadas a los helicópteros y<br />
a los tropas especiales que saltaban de ellos.<br />
Y armé barreras de humo para ocultarnos.<br />
Y un visor de infrarrojos para seguir disparando a pesar del<br />
humo, a través de él.<br />
Creo que también armé un motor fuera de borda que nos<br />
permitió saltar del Malecón y ade<strong>la</strong>ntarnos por mar a una<br />
velocidad que generaba o<strong>la</strong>s de tres y cuatro metros.<br />
Cuando regresamos a tierra parecía que ya no nos iban a<br />
alcanzar.<br />
Las calles se sucedían desiertas, sucias, oscuras, silenciosas.<br />
—Menos mal —resopló A, apagando <strong>la</strong> radio—. Ya casi<br />
llegamos.<br />
B, todo cubierto de sangre, salpicones rojos sobre el traje<br />
negro, se movió para el asiento de a<strong>la</strong>nte y abrazó el cuello de su<br />
hermano y<br />
—¿Estás tenso, mi amor?<br />
Le dio un hambriento beso en <strong>la</strong> boca.<br />
La camioneta con el piloto automático.<br />
Los Mellizos con <strong>la</strong>s lenguas soldadas.<br />
De pronto, un resp<strong>la</strong>ndor amarillo atravesó el parabrisas para<br />
iluminar <strong>la</strong> escenita. Los Mellizos no se percataron hasta que yo<br />
los separé. No me dio tiempo a decirles nada.<br />
—Alto o disparamos. No les va a quedar una so<strong>la</strong> pieza para<br />
hacer el cuento.<br />
A reaccionó con un oportuno frenazo. Las gomas chil<strong>la</strong>ron. <strong>El</strong><br />
altavoz también:<br />
—Ninjas, díganle a su socio que suelte el juguete donde<br />
podamos verlo y salgan los tres con <strong>la</strong>s manos en alto. Ahórrense<br />
cualquier otro movimiento.<br />
Luego de cegarnos, <strong>la</strong> luz dio paso a <strong>la</strong> visión del problema.<br />
Cuatro cañones de cuatro tanques apuntaban hacia nos<strong>otros</strong>, dos<br />
18
NARRATIVA<br />
por el frente y uno a cada <strong>la</strong>do. Un quinto cañón se acercaba de<br />
manera concluyente por detrás. Llenaban los espacios unos<br />
cuantos jeeps y un ejército de policías con aspecto de cyborgs.<br />
Tiré el fusil a <strong>la</strong> calle.<br />
Qué poco dura <strong>la</strong> realidad.<br />
Los Mellizos hab<strong>la</strong>ron rápido y en voz baja:<br />
—Arma algo —y cuando me di cuenta de que estaban<br />
hab<strong>la</strong>ndo conmigo, para lo cual debo haber demorado unas dos<br />
horas, les pregunté si tenían alguna sugerencia.<br />
—Tú eres el que lleva dos horas usando <strong>la</strong>s piezas. Mira a ver<br />
si puedes resolver esto. Si no, estamos jodidos.<br />
Abrí una caja. No se me ocurría nada. Cerré los ojos y respiré.<br />
Rápidamente, mi cerebro ejecutó un movimiento de<br />
comprensión.<br />
—Ninjas, si a <strong>la</strong> cuenta de tres los tres siguen dentro de <strong>la</strong><br />
camioneta, sus pedazos van a ir a parar a Argentina.<br />
Era posible armar algo (cualquier cosa) que nos sacara del<br />
callejón sin salida,<br />
UNO<br />
pero también era posible armar, directamente, <strong>la</strong> salida del<br />
callejón: extender <strong>la</strong>s piezas hacia un movimiento de lenguaje.<br />
DOS<br />
De modo que fabriqué <strong>la</strong> salida y escapamos.<br />
O no: el hecho de fabricar <strong>la</strong> salida supuso el escape, nos<strong>otros</strong><br />
no nos dimos cuenta de nada. Puedo referir <strong>la</strong> sensación de haber<br />
escapado, pero no puedo resolver el evidente sinsentido que arroja<br />
sobre el asunto.<br />
(Hay límites de sentido porque el sentido deja de ser narrativo.)<br />
En fin. <strong>El</strong> caso es que estábamos de nuevo en marcha.<br />
On the road movie bajo <strong>la</strong> luna urbana.<br />
Música Miramar. Putas y mansiones.<br />
Los Mellizos dijeron: Menos mal que viniste con nos<strong>otros</strong>.<br />
Y siguieron: Al principio pensamos que el<strong>la</strong> se había vuelto<br />
19
NARRATIVA<br />
loca. Amnésica. Anorgásmica. Mira que invitar a un escritor al<br />
contrabando...<br />
Y terminaron: Pues parece que sabe adivinar el talento. Seguro<br />
le gustas.<br />
—¿Les dijo algo de mí? —pregunté.<br />
—¿Estás enamorado? —preguntaron.<br />
Pregunta respuesta reflejo: ¿De quién?<br />
—De quién va a ser, cojones, de Laura.<br />
—Por Dios —dije—, <strong>la</strong> acabo de conocer.<br />
—¿Te dijo que somos como hermanos para el<strong>la</strong>?<br />
Asentí.<br />
—¿Y te dijo por qué?<br />
En este punto llegamos al punto de entrega.<br />
Tenía que ser <strong>la</strong> embajada de Argentina.<br />
Lo demás es rápido y sencillo. Después de parquear y<br />
componerse el atuendo, los Mellizos se dirigieron a una figura<br />
embozada que emergió de <strong>la</strong> copa de un árbol. Yo debía esperar<br />
oculto. De lejos, vi a unos funcionarios de <strong>la</strong> embajada descargando<br />
<strong>la</strong> camioneta. Los Mellizos regresaron con un maletín y dinero en<br />
efectivo. La p<strong>la</strong>ta para el regreso, explicaron.<br />
En Quinta Avenida paramos un taxi.<br />
<strong>El</strong> taxista elogió los disfraces, habló con entusiasmo de ninjitsu<br />
y de animación japonesa, me preguntó por qué yo no había ido a<br />
<strong>la</strong> fiesta de samurai o de mutante o de algo por el estilo.<br />
Yo trataba de mirar el maletín con rayos X, y puede que en<br />
algún momento lo haya logrado. Conté unos mil fajos de billetes<br />
de a mil.<br />
Amanecía cuando llegamos a <strong>la</strong> editorial.<br />
<strong>El</strong> maletín entró con los Mellizos a <strong>la</strong> oficina. Yo me metí en el<br />
baño y me <strong>la</strong>vé <strong>la</strong>s manos y <strong>la</strong> cara de incrustaciones y manchas<br />
que no supe identificar, y vomité, creo, una mezc<strong>la</strong> compleja.<br />
Sorprendí a los Mellizos a <strong>la</strong> mitad, ya totalmente desnudos.<br />
Como dos perros clones. <strong>El</strong> pene A entrando y saliendo<br />
20
NARRATIVA<br />
rítmicamente de entre <strong>la</strong>s nalgas B. A jadeando y B gimiendo y al<br />
revés también, c<strong>la</strong>ro, el pene B entrando y saliendo percutoramente,<br />
etcétera.<br />
—Disculpen —dije—, ¿ustedes hacen eso todo el tiempo?<br />
Entonces me di cuenta de que <strong>la</strong> oficina seguía repleta de cajas,<br />
<strong>la</strong>s cuatro paredes hasta el techo, no sé si eran <strong>la</strong>s mismas que<br />
montamos en <strong>la</strong> camioneta porque no había forma de diferenciar<br />
unas de otras, quizás eran otras, quizás <strong>la</strong>s del próximo<br />
contrabando, el contrabando de piezas que no se acabarían<br />
nunca.<br />
Esquivé <strong>la</strong> cópu<strong>la</strong> y fui hasta <strong>la</strong> mesa. <strong>El</strong> maletín me l<strong>la</strong>maba.<br />
Lo abrí sin dificultad. Había dos cheques del Banco<br />
Metropolitano.<br />
Derechos de autor, decían. Millones. Millones. Estuve mirando<br />
esos dos pedazos de papel hasta que escuché <strong>la</strong> voz de B a mis<br />
espaldas, diciéndome que no tuviera pena, que me quedara con<br />
uno.<br />
—Para que lo guardes —ac<strong>la</strong>ró A—. Ni se te ocurra ir a<br />
cobrarlo.<br />
—Si te apareces con eso en un banco —explicó B—,<br />
inmediatamente se ponen a investigar de dónde salió y ahí mismo<br />
nos <strong>la</strong> cortan.<br />
—¿Quieren decir que no se pueden…? —empecé a preguntar,<br />
poniendo mi sonrisa de cansancio, y entonces los Mellizos me<br />
enseñaron todos los cheques que tenían acumu<strong>la</strong>dos.<br />
No los pude contar.<br />
Era demasiado para un día.<br />
—Pero un día podremos cobrarlos —dijo A, solemne.<br />
—Seremos ricos, escritor —dijo B—. Hay mucha p<strong>la</strong>ta<br />
guardada en estos papelitos.<br />
Yo recordé el animado de los dos tiburones hambrientos que<br />
entran a <strong>la</strong> bodega de un barco hundido imaginando el atracón<br />
que se van a dar. La bodega está repleta. Al final, uno de los<br />
21
NARRATIVA<br />
tiburones dice: Quince mil <strong>la</strong>tas de atún y no tenemos cómo<br />
abrir<strong>la</strong>s.<br />
—Gracias, pero quédense ustedes con los cheques —les dije—.<br />
Yo prefiero quedarme con otra cosa.<br />
Nos despedimos en <strong>la</strong> calle. <strong>El</strong>los desnudos y yo con una caja<br />
de piezas. Quisieron saber si podían contar conmigo para <strong>la</strong><br />
próxima aventura. Me dio risa.<br />
—Ya no hay aventuras —rectifiqué—. Sólo parodias.<br />
Idénticos rostros serios. No <strong>la</strong> cogieron.<br />
—Ricardo Piglia —informé—. Un escritor argentino.<br />
Al llegar a mi casa, me repetí: Donde antes había<br />
acontecimientos, experiencias, pasiones, hoy quedan sólo parodias.<br />
Increíble. Esas pa<strong>la</strong>bras habían sido escritas casi treinta años<br />
atrás.<br />
Después de desayunar, me senté a escribir pensando en el<br />
futuro.<br />
No duré treinta minutos frente a <strong>la</strong> computadora.<br />
(Las piezas eran una tentación de lujo y una tentación de<br />
fuerza.)<br />
Armé una conexión a Internet y me leí el blog de Laura<br />
completo.<br />
No era un diario. No era íntimo. Pero <strong>la</strong> última actualización<br />
hab<strong>la</strong>ba de mí.<br />
Hurgué en los catálogos de Alfaguara, Anagrama, Axxxesinas,<br />
Sirue<strong>la</strong>, Mondadori, Monte Ávi<strong>la</strong>, Letras Japonesas, Ediciones<br />
JE… Todos esos libros pasándome por de<strong>la</strong>nte (algunos de los<br />
cuales, sin saberlo, yo necesitaba leer con urgencia). Pero yo sólo<br />
tenía <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> del monitor.<br />
Y no tenía dónde encontrarlos.<br />
Y no tenía cómo leerlos.<br />
Volví a <strong>la</strong>s piezas.<br />
Y créanme: lo intenté hasta que me sangraron <strong>la</strong>s manos.<br />
Pude armar ambientes locos, post-absurdos, underground,<br />
22
NARRATIVA<br />
<strong>la</strong>rgas tiras de pensamiento, reflexiones, teorías, imágenes,<br />
trazos de personajes, sensaciones, incluso el recuerdo de haber<br />
leído, <strong>la</strong>s huel<strong>la</strong>s de un contacto físico con <strong>la</strong> escritura, y armé los<br />
libros,<br />
y los libros me salían con <strong>la</strong>s páginas en b<strong>la</strong>nco, o con <strong>la</strong>s<br />
páginas llenas de lenguaje al azar, no encontré <strong>la</strong> manera de reunir<br />
una cosa y otra en una misma organización de piezas.<br />
Por más que armara-desarmara, comprendí, toda esa literatura<br />
publicada en otro lugar seguiría siendo literatura-pantal<strong>la</strong>,<br />
literatura-lejos.<br />
Al final lo que hice fue armar a Laura.<br />
Laura tendida sobre el sofá.<br />
Y <strong>la</strong> armé desnuda.<br />
Y <strong>la</strong> armé excitada.<br />
Necesitaba re<strong>la</strong>jarme.<br />
Necesitaba una editora.<br />
Un rato después, tocaron a <strong>la</strong> puerta.<br />
Me vestí. Laura estaba dormida.<br />
Fui a abrir. Era Laura.<br />
<strong>El</strong> manuscrito de mi nove<strong>la</strong> debajo del brazo.<br />
<strong>El</strong> título de mi nove<strong>la</strong> circu<strong>la</strong>do en rojo: CARBONO 14.<br />
Es buena, fue lo primero que dijo, es muy buena, y entonces se<br />
dio cuenta de que era el<strong>la</strong> <strong>la</strong> que dormía en el sofá, y sonrió:<br />
—¿Qué me hiciste?<br />
—Contarte historias —dije, con un gesto vago que intentaba<br />
decir Ade<strong>la</strong>nte, pasa y siéntate. Pero también: No des un paso<br />
más.<br />
Por si acaso.<br />
Quizás debamos pensar otro modo. Pensarlo de otro modo.<br />
—Vine a devolverte tu manuscrito —me dio el manuscrito—.<br />
Y me voy, que ahora estás ocupado conmigo —me dio un número<br />
de teléfono—. Llámame, ¿sí? Quizás te invite a alguna parte.<br />
—¿Cómo sé que <strong>la</strong> policía no nos va a estar esperando para<br />
23
NARRATIVA<br />
caernos atrás?<br />
Se rió. Más que bellísima. Era <strong>la</strong> imagen misma de <strong>la</strong><br />
posibilidad, el principio, <strong>la</strong> ruptura. Puso <strong>la</strong>s manos alrededor de<br />
su boca a <strong>la</strong> manera de un altavoz, dijo:<br />
TRES<br />
y luego señaló para el<strong>la</strong> misma, que acababa de despertar en<br />
ese momento, que se estiraba desnudamente en el sofá, y dijo:<br />
—Primero vas a tener que rega<strong>la</strong>rme algo de ropa. Cualquier<br />
disfraz estaría bien.<br />
La vi alejarse. Después cerré <strong>la</strong> puerta y me volví para mirar<strong>la</strong>.<br />
Un sueño.<br />
—Tuve un sueño en que te mataban a ti y a los <strong>otros</strong> dos —<br />
sonreía—. ¿Me dices dónde está el baño, escritor?<br />
24
Patas al aire<br />
Rafael de Águi<strong>la</strong>
NARRATIVA<br />
26<br />
“Tot quant es ge<strong>la</strong>.<br />
Mas ieu non posse frezir”.<br />
Arnaut Daniel de Ribeirac<br />
Cuando llegué Roger hab<strong>la</strong>ba con alguien, un tipo alto y<br />
pelirrojo. Me fui a <strong>la</strong> terraza, el piso estaba lleno de hojas<br />
secas, y flores, unas flores rojas y pequeñas con manchas<br />
b<strong>la</strong>ncas. Siempre me gustó sentarme allí, uno se sentaba y <strong>la</strong> paz<br />
bajaba quién sabe de dónde, pero bajaba, uno <strong>la</strong> sentía llegar, dar<br />
vueltas y vueltas hasta echarse ahí, a los pies, como lo haría un<br />
perro. Roger me abrazó, nos quedamos así un rato, él sin mover<br />
un dedo, yo le acariciaba los cabellos, ralos encima de <strong>la</strong> nuca,<br />
siempre me había gustado hacerlo. La paz nos miraba hacer y se<br />
estaba muy quieta. Gracias. ¿Por qué? Por venir. Roger era muy<br />
tonto, apenas ayer me había l<strong>la</strong>mado: me voy el martes. ¿Adónde?<br />
Me voy a Gaewtzee. Me reí: ¿y eso… dónde es? En Ho<strong>la</strong>nda,<br />
quiero verte. Por eso estaba yo ahora acá, y lo abrazaba y dejaba<br />
que <strong>la</strong> palma de mi mano regresara una vez y otra a pincharse con<br />
los ralos cabellos encima de su nuca. Al fin nos separamos, nos<br />
acodamos a <strong>la</strong> baranda de <strong>la</strong> terraza, debajo había todavía más<br />
hojas y basura, mucha basura. La paz quedó detrás, mirándonos.<br />
¿Cuánto tiempo vas a estar en Ho<strong>la</strong>nda? Tres meses…, en principio.<br />
En principio los amigos se iban, en principio era tan sólo por<br />
unos meses, después, en principio, no regresaban, en principio<br />
una se iba quedando so<strong>la</strong>, todo eso en principio. Por eso volví a<br />
abrazarlo, a llevar <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano sobre los cabellos ralos,<br />
allí, encima de <strong>la</strong> nuca. Él estuvo oliendo mi cabello hasta adver-
NARRATIVA<br />
tir una fragancia nueva. Cambié de champú. Maravillosos los<br />
cambios, dijo, y aquello, evidentemente, era una ironía. La paz<br />
hizo una mueca. Siete meses antes yo había dejado a Roger. Lo<br />
había dejado por otro hombre. Un hombre mayor. Un tipo que<br />
parecía muy interesante. Parecía. Aquello duró poco pero después<br />
ya no tuve deseos de regresar a Roger, en realidad no tuve deseos<br />
de regresar a hacer algo. Y ahora Roger se iba a un sitio raro.<br />
G<strong>la</strong>esky, o como se l<strong>la</strong>mara. Y <strong>la</strong> paz hacía una mueca. ¿Qué es<br />
ese lugar donde vas? Un pueblo, pequeño, en <strong>la</strong> frontera con<br />
Bélgica. Sonrió: hay molinos de viento, vacas y mucho queso.<br />
Seguro también hay lienzos de Van Gogh, dije yo. También. Y<br />
cerveza. C<strong>la</strong>ro, hectolitros de cerveza, de <strong>la</strong> negra. Yo entorné los<br />
ojos como alucinando y Roger me l<strong>la</strong>mó borracha. La paz también<br />
lo era porque se re<strong>la</strong>mió los <strong>la</strong>bios. Roger era abstemio, casi<br />
totalmente abstemio, alguna que otra vez accedía a tomar del<br />
vaso de alguien, eso ante <strong>la</strong> insistencia, después sonreía y mencionaba<br />
<strong>la</strong> úlcera. Una úlcera inexistente. ¿A quién conoces allí? A<br />
Matty, dijo. Yo no sabía quién demonios podría ser Matty pero<br />
tenía nombre de vaca, una vaca lechera, se le ordeñaba y daba<br />
muy buena leche, excelente queso, una vaca que pastaba muy<br />
cerca de un molino de viento, un molino del que colgaba un lienzo.<br />
Uno de Van Gogh. ¿Quién es Matty? La paz enarcó <strong>la</strong>s cejas.<br />
La conocí chateando. La, advertí, no me faltaba razón, Matty era<br />
femenino, y era una vaca. Chateamos unos dos meses, después<br />
el<strong>la</strong> vino acá, ahora voy yo. La paz enarcó todavía más <strong>la</strong>s cejas.<br />
La vaca se había alejado del pasto, en principio, todo eso para<br />
venir acá, un sitio donde no había molinos, ni viento, ni pasto. Un<br />
sitio donde el<strong>la</strong> sería <strong>la</strong> única res. Todo eso en principio. No quise<br />
seguir preguntando, era obvio que Roger y <strong>la</strong> vaca tenían una<br />
re<strong>la</strong>ción. Roger con una vaca, ho<strong>la</strong>ndesa, leche de calidad superior.<br />
Top quality. Y queso. A mí me gustaba a morirme el queso.<br />
Gruyère, Gouda, azul, el que fuera. ¿Vive en ese sitio de nombre<br />
27
NARRATIVA<br />
raro? En Gaewtzee, sí, vive allí, tiene un coffee shop con Internet.<br />
La vaca pastaba en un coffee shop y consultaba twitter, colocaba<br />
su foto en facebook, administraba un blog en el que explicaba<br />
cómo ingerir tone<strong>la</strong>das de hierba y evitar deposiciones verdes.<br />
Una vaca cibernética. Yo no sabía qué mierda de idioma se hab<strong>la</strong>ría<br />
en Ho<strong>la</strong>nda, imaginé a Roger tratando de tirar de <strong>la</strong> vaca,<br />
tiraba de Matty con una soga, una muy gruesa, de cáñamo, una<br />
buena soga de cáñamo, no una de esas, sintéticas, <strong>la</strong> vaca tenía<br />
una campana colgante del cuello, ding dong, se ponía terca y se<br />
negaba a avanzar. Ding dong, era una vaca muy tozuda. Ven, dijo<br />
Roger. La paz nos miró, desilusionada al saber que perdería el<br />
resto de <strong>la</strong> historia. Nos fuimos al cuarto, allá todo estaba igual,<br />
todo salvo <strong>la</strong> foto de una rubia, <strong>la</strong> foto estaba encima de <strong>la</strong> mesa<br />
de noche, una rubia muy rosada y algo adiposa, una rubia de<br />
pechos enormes. También había una bandera, una te<strong>la</strong> a tres bandas,<br />
roja, b<strong>la</strong>nca y azul, <strong>la</strong> te<strong>la</strong> colgaba de un extremo del cuarto,<br />
encima habían unas letras, me esforcé en leer Koninkrijk der<br />
Neder<strong>la</strong>nden, vaya Dios a saber lo que podría significar aquello.<br />
Del cuello de <strong>la</strong> rubia en <strong>la</strong> foto no colgaba campana alguna.<br />
Tampoco una soga. Ni de cáñamo ni sintética. La rubia sería <strong>la</strong><br />
vaca. Matty. Y <strong>la</strong> bandera, ho<strong>la</strong>ndesa. Quiero dejarte todos mis<br />
libros, o los que quieras llevarte. Bueno, dije, me los llevo todos.<br />
<strong>El</strong> viento movía <strong>la</strong> bandera y yo <strong>la</strong>menté haber dejado a Roger<br />
por aquel tipo, el tipo era un estúpido, el muy anormal era casi<br />
impotente y siempre estaba dispuesto a hab<strong>la</strong>r de cualquier mierda,<br />
eso durante horas. También puedes llevarte mis CD. Simulé<br />
alegría, Roger tenía muy buena música, y montones de films de<br />
culto, <strong>la</strong> colección completa de Von Tiers y Tarantino, casi todo<br />
Kaurismäki, un tesoro pero yo habría preferido que Roger no se<br />
fuera a sitio alguno, llegar alguna noche acá para volver a ver<br />
juntos Breaking the waves o Anticrist, <strong>la</strong> jarra de té con hielo<br />
encima de <strong>la</strong> mesita, <strong>la</strong> terraza abierta, <strong>la</strong> paz acurrucada en algún<br />
28
NARRATIVA<br />
sitio, todo eso aunque al final le diera un beso en <strong>la</strong> frente y me<br />
fuera a dormir a casa. Si quieres también puedes llevarte el equipo<br />
de música, <strong>la</strong> PC necesito que <strong>la</strong> vendas, pueden darte seiscientos,<br />
tal vez más, el disp<strong>la</strong>y no es aquél que se nos ponía negro, es<br />
nuevo, lo trajo Matty, y el disco duro es de 500 Gb. La vaca<br />
Matty no sólo pastaba, también era un animal de carga, cruzaba<br />
el Atlántico cargada de vitual<strong>la</strong>s y mugía, todo el Atlántico lo<br />
cruzaba a puros mugidos. Tengo un amigo que puede ayudarme<br />
a vender<strong>la</strong>, a buen precio. Si quieres te quedas con el modem. No,<br />
tengo uno, bueno. Éste lo trajo Matty, míralo, tal vez sea mejor<br />
que el tuyo. Yo no tenía deseo alguno de quedarme con algo que<br />
hubiera traído una vaca, por eso insistí en que el mío era mejor.<br />
No sé, dijo él, dime de alguna otra cosa con <strong>la</strong> que quieras quedarte.<br />
Estuve a punto de decir que sólo deseaba quedarme con él<br />
pero no tenía derecho. No tenía el menor derecho. Eso <strong>la</strong> paz lo<br />
sabía, yo lo sabía, él lo sabía. Puede que el viejo impotente y <strong>la</strong><br />
vaca también lo supieran. Era algo que en principio sabíamos<br />
todos. ¿No vas a volver? Roger demoró bastante en responder:<br />
no… no creo, dijo. Fue un error haber dejado a Roger, todo eso<br />
por un viejo, un viejo impotente, una va por <strong>la</strong> vida cometiendo<br />
errores y después <strong>la</strong> gente se va a Gaewtzee o a cualquier sitio. En<br />
principio. Se van y una no puede enmendar los errores. ¿Tienes<br />
donde vivir allá? Al viejo no se le paraba y tenía aquello bastante<br />
chico. Viviré con Matty, el<strong>la</strong> vive so<strong>la</strong>, encima del coffee shop. Yo<br />
había dejado a Roger por un imbécil, tuve deseos de quitarme un<br />
zapato y darme con él. Duro. En <strong>la</strong> cabeza. Una. Dos. Muchas<br />
veces. La vaca y el viejo impotente habrían hecho buena pareja,<br />
el queso y los molinos de viento alcanzarían a solucionar los problemas<br />
de erección del viejo. Hasta podrían ahorcarse juntos, con<br />
<strong>la</strong> soga de cáñamo. O con una sintética, eso no importaba. ¿Y<br />
trabajo?, ¿tienes trabajo? Presumí que aludiría a alguna faena en<br />
el coffee shop, Roger era experto en computadoras, no tendría <strong>la</strong><br />
29
NARRATIVA<br />
vaca que enviar<strong>la</strong>s a algún taller o comprar nuevas, Roger crearía<br />
un taller a un <strong>la</strong>do del molino de viento, cambiaría motherboards<br />
mientras contemp<strong>la</strong>ba pastar a <strong>la</strong>s amigas de Matty, todo el rebaño<br />
ahí, Roger miraría a través de <strong>la</strong> ventana y <strong>la</strong>s vacas harían lo<br />
suyo. Crunch, crunch, vacas pastando. Y muuuuuu, mugiendo.<br />
Las vacas siempre mugen. Eso es lo suyo. Voy a trabajar en el<br />
coffee shop, dijo. Quise saber en qué idioma se entendía con <strong>la</strong><br />
vaca. Hab<strong>la</strong>mos inglés, Matty estudió hotelería en Londres. Vaca<br />
Picadilly Circus, vaca Trafalgar Square, vaca Buckingham Pa<strong>la</strong>ce,<br />
vaca que engullía verde pasto y se so<strong>la</strong>zaba con el herbaje, una<br />
hierba muy verde, inglesa, pasto del alegre bosque de Sherwood.<br />
Todo verde Lincoln. <strong>El</strong> inglés de Roger no era bueno y quizá no<br />
haya logrado entenderse a derechas con <strong>la</strong> vaca, el<strong>la</strong>: te vas a mi<br />
coffee shop de esc<strong>la</strong>vo, fucking boy, él: no importa abunden en<br />
Ho<strong>la</strong>nda los es<strong>la</strong>vos, honey; el<strong>la</strong>: a <strong>la</strong> noche dormirás en el cepo,<br />
fucking boy, él: dormir junto a tu pecho será romántico,<br />
sweetheart, Roger llegaba a Ho<strong>la</strong>nda y terminaba grilletes a los<br />
pies, camina sudaca de mierda, fucking boy, gritaba <strong>la</strong> vaca, y<br />
Roger: no soy sudaca, anormal, soy del Caribe, y <strong>la</strong> vaca Matty<br />
se deshacía gritando que todos éramos sudacas, todos <strong>la</strong> misma<br />
mierda, sudaca, you are sudaca, all of you are sudacas, fucking<br />
boy, aul<strong>la</strong>ba, y el viejo impotente tomaba viagras junto al molino<br />
y <strong>la</strong>s vacas todas se regodeaban felices, y el pasto era de lujo, buen<br />
pasto verde Lincoln, toda Europa luce buen pasto verde Lincoln,<br />
todo eso hasta que Roger lograba enviarme un mail ayúdame,<br />
coño, y del cielo caía un grupo especial dispuesto a rescatarlo. Me<br />
gustaría quedarme con <strong>la</strong> butaca, dije. Es tuya, concedió él. Era<br />
una butaca de te<strong>la</strong> rosada con listas verdes, de tono p<strong>la</strong>yero, muy<br />
cómoda, yo solía sentarme ahí horas, a veces me dormía y Roger<br />
me cargaba para llevarme a <strong>la</strong> cama. Me senté, seguía siendo muy<br />
cómoda, rogué para que Roger no dijera que <strong>la</strong> vaca se había<br />
sentado allí. ¿Qué otra cosa quieres llevarte? Negué con <strong>la</strong> cabeza<br />
30
NARRATIVA<br />
y cerré los ojos. Quería llevarlo a él, en mi mochi<strong>la</strong>, tenerlo allí, a<br />
salvo, lejos de <strong>la</strong> vaca Matty, lejos del coffee shop, de todos los<br />
coffee shops del mundo. Pero no tenía ese derecho. No lo tenía.<br />
¿Qué te pasa? Cité mi clásica migraña. Roger se sentó al borde de<br />
<strong>la</strong> cama: acá no resistía más, dijo, tengo que irme. Yo estaba segura<br />
de no resistir más en sitio alguno, ni acá, ni encima de un<br />
molino de viento allá en Ho<strong>la</strong>nda. O donde fuera. Todo podría<br />
verse de un exuberante verde Lincoln pero en realidad era un<br />
espejismo. Todo era <strong>la</strong> misma hediondez. Con molinos o sin ellos.<br />
Todo negro. Gris mortuorio. En cualquier sitio abundaban <strong>la</strong>s<br />
vacas Mattys y los tipos Roger, tipos que se marchaban para compartir<br />
<strong>la</strong> vida con reses. Reses seductoras. Y viejos impotentes. Si<br />
un tipo estaba obligado a tomar viagras para tener sexo prefería<br />
cortarme <strong>la</strong>s venas. O cortárse<strong>la</strong>s al tipo. Un buen corte en <strong>la</strong>s<br />
venas. En <strong>la</strong>s venas del g<strong>la</strong>nde. Eso en principio. Y que se desangrara<br />
el muy energúmeno. O tal vez una buena soga. De cáñamo.<br />
Nunca de <strong>la</strong>s sintéticas. Suelen partirse. Roger se sentó en el<br />
suelo, frente a <strong>la</strong> butaca bicolor: no quiero que estés triste, dijo,<br />
voy a escribir, mandaré fotos. Roger a lomo de <strong>la</strong> vaca; Roger a<br />
un <strong>la</strong>do del molino; Roger junto a un lienzo de Van Gogh; Roger<br />
sentado en el coffee shop, a los <strong>la</strong>bios una sonrisa que era un SOS.<br />
Divina sonrisa Morse de Roger. También yo voy a mandarte<br />
fotos, prometí, chica encima de butaca (masturbándose); chica<br />
encima de butaca (amago de sonrisa); chica encima de butaca<br />
(llorando). Acaricié el <strong>la</strong>do izquierdo de <strong>la</strong> cara de Roger, con el<br />
envés de los dedos, así me gustaba antes hacerlo, estaba muy bien<br />
afeitado, quise pensar que se había afeitado así para mí, siempre<br />
me gustó aquel rasurado perfecto. Ven, dijo. Nos sentamos ahí,<br />
en el piso, nos abrazamos muy fuerte, <strong>la</strong> cabeza de Roger entre mi<br />
greña, entre mi greña y mi cuello, yo triste, muy triste entre Roger<br />
y una vaca. Nos apretamos muy duro. Si yo no te hubiera dejado<br />
por ese viejo de mierda… no te irías ahora, dije. Él que no era mi<br />
31
NARRATIVA<br />
culpa, <strong>la</strong>s culpas son un tema recurrente para los cubanos, encontrar<br />
culpas y culpables, así había sucedido siempre, todo eso<br />
explicó él. Tal vez fuera aquél<strong>la</strong> una tesis vacuna, <strong>la</strong> vaca <strong>la</strong> habría<br />
expuesto en su chat, en Ho<strong>la</strong>nda no urgía andar buscando culpables,<br />
en Ho<strong>la</strong>nda todo cuanto sucedía era maravilloso, verde<br />
Lincoln, el mejor de los mundos posibles, el mejor queso, <strong>la</strong> mejor<br />
leche, <strong>la</strong>s mejores vacas, <strong>la</strong> felicidad, Dios lo sabe, no tiene culpables,<br />
o tal vez acaecieran multitud de hechos terribles, el queso<br />
con un regusto a hiel; en los molinos una pestilencia de muerte;<br />
<strong>la</strong>s vacas todas con brucelosis, pero los ho<strong>la</strong>ndeses <strong>la</strong>s miraban<br />
pastar, y los culpables miraban <strong>la</strong>s aspas hendiendo el aire, idílicas<br />
<strong>la</strong>s aspas, monísimas, y el queso no tenía ya ese sabor ni los<br />
molinos olían tan mal, y <strong>la</strong>s vacas sanas que era un primor, y los<br />
ho<strong>la</strong>ndeses muy primorosos ellos y cero culpas, de culpables ni el<br />
olor. Todos absueltos. Inocentes que era un primor. Es cierto, dije,<br />
no hay culpables. O todos lo somos, pensé. Todos. De haber estado<br />
juntos pudo haber ocurrido cualquier otra barbaridad, dijo, es<br />
<strong>la</strong> vida. C<strong>la</strong>ro, volví a decir: <strong>la</strong> vida. No es precisamente un primor<br />
<strong>la</strong> vida. Pero de haber estado juntos no habría optado él por<br />
irse, irse con una vaca, una vaca ho<strong>la</strong>ndesa, unos cuartos traseros<br />
poderosos, el mejor solomillo. Aunque quizá sí. Y es que eso era<br />
<strong>la</strong> vida. Una porquería <strong>la</strong> vida. De este <strong>la</strong>do. Del otro. Siempre se<br />
opta por el mejor solomillo. <strong>El</strong> mejor solomillo borra <strong>la</strong>s culpas.<br />
<strong>El</strong> mejor solomillo favorece hacer elección. De este <strong>la</strong>do había<br />
sólo una mísera chica, una chica sin leche ni cuartos traseros. Una<br />
chica que nunca había comido solomillo. Una chica llena de culpas.<br />
Una chica no elegida. Roger me besó, casi no moví <strong>la</strong> lengua,<br />
respiré profundo para dejar entrar su olor, bien adentro, y no<br />
cerré los ojos, lo miré desde muy cerca, él movía <strong>la</strong> lengua dentro<br />
de mi boca y yo respiraba, el olor de Roger entraba y entraba y<br />
<strong>la</strong> vaca Matty se me hacía un nudo sobre el ombligo. Y más arriba.<br />
También abajo, sobre todo más abajo. La vida era experta en<br />
32
NARRATIVA<br />
hacer nudos. Gordianos. Y no cabalgan ya Alejandros capaces de<br />
cortarlos. Una los busca y los busca y no existen. Ni en<br />
Macedonia. Roger quiso besarme los pechos, o verlos por última<br />
vez, postrera visión de mis pechos, podía l<strong>la</strong>marse aquello, pechos<br />
estos b<strong>la</strong>ncos, mucho más pequeños que <strong>la</strong>s ubres de una vaca,<br />
Roger los miró un rato, después quiso saber si deseaba jugo.<br />
¿Jugo? Sí, de tamarindo, anunció él, no creo que lo haya en<br />
Gaetwzee. Quedé sobre el suelo, pechos descubiertos, <strong>la</strong> bandera<br />
b<strong>la</strong>nca, roja y azul a tres listas moviéndose, el viento entraba por<br />
<strong>la</strong> ventana y <strong>la</strong> movía y yo pensé en Bonifacio Byrne, aquello de<br />
“no deben flotar dos banderas donde basta con una, <strong>la</strong> mía”, esos<br />
versos, uno los aprende desde <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>, quise saber si Roger se<br />
llevaría a Ho<strong>la</strong>nda una bandera cubana, una bien grande, una<br />
que ondeara cuando el aire gélido del norte moviera <strong>la</strong>s aspas del<br />
molino de viento y el pasto cabeceara, un pasto que engullirían<br />
<strong>la</strong>s vacas. Muuuuuuuu. Todo verde Lincoln. La bandera cubana<br />
y el pasto verde Lincoln. Me cerré <strong>la</strong> blusa y Roger regresó con el<br />
jugo. Estaba muy ácido, montones de gramos de vitamina C, una<br />
vitamina maravillosa que no obstante no movía un jodido dedo<br />
para que Roger no se fuera a rumiar con una res. Roger cerró <strong>la</strong><br />
ventana y reincidió en zafarme <strong>la</strong> blusa, en mirar mis pechos. Lo<br />
dejé hacer. Me eché al suelo, <strong>la</strong> cabeza sobre sus piernas, Roger se<br />
quejó del calor, se levantó para activar un artilugio en <strong>la</strong> pared,<br />
un aire acondicionado, Hitachi. Nunca hubo aire acondicionado<br />
allí, sólo venti<strong>la</strong>dor, uno viejo, un General <strong>El</strong>ectric muy sucio,<br />
hacía ruido y Roger se mataba poniéndole lubricante, troc, troc,<br />
así sonaba, ahora era un Hitachi, un equipo pequeño, b<strong>la</strong>nco, casi<br />
no hacía ruido. Seguramente lo había traído Matty. La vaca. Toda<br />
una caravana de acémi<strong>la</strong>s cruzando el Atlántico. Una caravana<br />
mugiente. Voy a dejárselo a <strong>la</strong> vieja, dijo, y daba vueltas y vueltas<br />
con el dedo índice a mi ombligo. Vueltas en el sentido de <strong>la</strong>s<br />
manecil<strong>la</strong>s del reloj. Yo quería que mi vida girara en sentido<br />
33
NARRATIVA<br />
inverso. Vueltas y vueltas a <strong>la</strong> vida hasta llegar al preciso instante<br />
en que tomaba yo <strong>la</strong> decisión de no dejar a Roger. No dejarme<br />
seducir por <strong>la</strong>s artes de un viejo. No dejar que <strong>la</strong> vida fuera <strong>la</strong><br />
mierda que es. Que no enfríe mucho, por favor, sabes que me<br />
llega <strong>la</strong> alergia. Roger volvió a pararse para correr el mecanismo<br />
a low. Una <strong>la</strong>stima no alcanzar a hacer lo mismo con <strong>la</strong> vida,<br />
correr<strong>la</strong> a low. Después me contó que en el coffee shop era legal<br />
fumar marihuana, en Ho<strong>la</strong>nda era legal aquello, de toda Europa<br />
llegaban tipos a Gaewtzee, cruzaban <strong>la</strong> frontera para visitar el<br />
coffee shop de Matty, <strong>la</strong> vaca los recibía a puros mugidos, los ding<br />
dong de <strong>la</strong> campana, el pueblito muy cerca de <strong>la</strong> frontera belga y<br />
todos llegaban a fumar hierba, buena hierba marroquí y fuerte<br />
moka negro de Etiopía, al rato todos estaban muy felices con los<br />
mugidos de Matty, y <strong>la</strong> vida estaba en high. C<strong>la</strong>ro, era Ho<strong>la</strong>nda.<br />
En Ho<strong>la</strong>nda <strong>la</strong> vida siempre está en high. Y no hay culpables. Tú<br />
no vayas a tocar <strong>la</strong> jodida hierba, dije. Roger se rió: sabes que yo<br />
ni cerveza, de ser tú en Gaewtzee… habría que tomar precauciones.<br />
Nos reímos, Roger tenía razón, el vicio asomaba vestidito de<br />
frac y se anunciaba: buenas noches, y yo sin reparos abría todas<br />
<strong>la</strong>s puertas, albricias, Alvar Fáñez, como profiriera un día el Cid,<br />
el vicio y yo nos dábamos los mil abrazos, emocionadísimos. Me<br />
imaginé sentada en el coffee shop allá en Gaewtzee, navegando en<br />
Google, el humo de cannabis llenando deliciosamente el local, un<br />
tazón de moka etíope aderezado con choco<strong>la</strong>te suizo, Nestlé,<br />
mixtura ésa de <strong>la</strong>s más raras, los ho<strong>la</strong>ndeses me miraban con los<br />
ojos muy grandes y los belgas cruzaban <strong>la</strong> frontera para conocerme<br />
y <strong>la</strong> vaca mugía de rabia, de tanta sorda envidia, alguien<br />
acudía a ordeñar<strong>la</strong> y se llevaba una garrafa humeante de leche<br />
ácida, y los belgas reían, y los ho<strong>la</strong>ndeses reían, y cada vez el<br />
humo de cannabis era más denso, un humo que se religaba con<br />
música ho<strong>la</strong>ndesa, una música rarísima, unos acordes como para<br />
provocar migraña, en un extremo había un jukebox, una de aque-<br />
34
NARRATIVA<br />
l<strong>la</strong>s cajas ridícu<strong>la</strong>s de los años 50, llena de luces de colores, luces<br />
que hacían guiños, yo me levantaba y ahora era Love in an elevator,<br />
de Aerosmith, verdad ésa mayor que un templo, y después<br />
Stairway to heaven, de Led Zeppelin, escalera como no hubo ni<br />
habrá jamás otra, y más tarde Angie, de los Rolling, un Jagger<br />
todavía más grande que todas <strong>la</strong>s escaleras y todos los templos, y<br />
los ho<strong>la</strong>ndeses ap<strong>la</strong>udían, y los belgas ap<strong>la</strong>udían, todos ap<strong>la</strong>udían<br />
como locos, y <strong>la</strong> vaca Matty, de pésimo gusto, miraba con sus<br />
muy vacuos ojos y volvía a mugir. Si te hiciera falta algo me lo<br />
dices, ya veré yo como mandártelo. Lo abracé, tuve deseos de<br />
pedirle que no se fuera, pero sólo lo abracé, dije (él, desde luego,<br />
lo sabía) que mis necesidades eran muy reducidas, pocas veces<br />
necesitaba yo algo, ahora, por ejemplo, necesitaba no seguir acá,<br />
en el suelo, mis posaderas, en Ho<strong>la</strong>nda puede que el suelo fuera<br />
menos duro, muy ho<strong>la</strong>ndés él, mullido, acá el suelo era duro, acá<br />
era mejor <strong>la</strong> cama, acá siempre <strong>la</strong> cama había resultado <strong>la</strong> mejor<br />
de <strong>la</strong>s opciones, el mejor sitio, tal vez no fuera así en Ho<strong>la</strong>nda,<br />
acá siempre lo había sido, el mejor de los mundos posibles, mi<br />
reino por una cama, dadme una cama y moveré el mundo, dejad<br />
que <strong>la</strong>s camas vengan a mí, camas de todos los países, uníos,<br />
cama que estás en los cielos, bienaventurada seas. La cama is an<br />
elevator. ¿Quieres que lo hagamos?,… por última vez. ¿Hacer<br />
qué?, quise saber. Desde luego, yo sabía muy bien de qué se trataba.<br />
Él sonrió: pues, eso… No entiendo. Roger me tomó de <strong>la</strong><br />
mano: ven. No sé cuánto podría gustarle a Roger <strong>la</strong> vaca Matty,<br />
a mí me gustaba mucho Roger, quedamos en <strong>la</strong> cama, sentados,<br />
desnudos, <strong>la</strong>s piernas recogidas a lo hindú, mirándonos. Mientras<br />
más se acercan los días más… difícil es, confesó él. Yo quise saber<br />
qué era difícil. Que cada día sea un día menos, dijo, como un<br />
canceroso, el médico dice al tipo que le quedan tres meses, el tipo<br />
los va contando, uno, dos… Yo me reí: es Gaewtzee, tonto, no es<br />
cáncer. Nos abrazamos. Y Matty, volví a decir. En realidad estuve<br />
35
NARRATIVA<br />
muy cerca de decir y <strong>la</strong> vaca. Matty es buena, dijo él. Pasta bien,<br />
pensé yo, una rumiante de lujo, tiene el estómago dividido en <strong>la</strong>s<br />
conocidas cuatro partes; panza, bonete, libro y cuajar, así estaba<br />
dividido el estómago de un rumiante. Y me quiere, volvió a decir<br />
él. También yo te quiero, anormal, me dije, muy bajito, también<br />
yo, pero cometí <strong>la</strong> torpeza de dejarte, por un tipo, un viejo impotente<br />
que adoptaba poses, un viejo que me había parecido interesante.<br />
Por supuesto, el viejo no era culpable. Nadie era culpable.<br />
Los cubanos debemos dejar de creer que existen culpables. Los<br />
cubanos debemos dec<strong>la</strong>rarnos libres de culpas. Exculparnos. Los<br />
monos se espulgan todo el tiempo. Nos<strong>otros</strong> debemos exculparnos.<br />
Sobre <strong>la</strong>s camas. Sobre <strong>la</strong>s camas no hay culpables. Sobre <strong>la</strong>s<br />
camas todos inocentes. Not guilty. <strong>El</strong> sexo de Roger estaba <strong>la</strong>xo,<br />
un sexo que había tenido yo muy dentro para después adentrarse<br />
en <strong>la</strong>s entrañas de una vaca. Zoofilia, se l<strong>la</strong>maba aquello. Creo<br />
que no voy a poder hacerlo, discúlpame. Expliqué que no tenía<br />
importancia, era lindo estar así, los dos, por última vez. ¿Tú no<br />
quieres irte?, quiso saber. No, no quiero. ¿Por qué? Porque en<br />
cualquier sitio es <strong>la</strong> misma mierda. Roger no dijo nada, se quedó<br />
así, <strong>la</strong>xo, arrebujado en mi regazo, los ojos tan cerrados que parecía<br />
un muerto. Quizá pueda venir cada dos o tres años. Acaricié<br />
con <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano aquellos cabellos ralos encima de <strong>la</strong><br />
nuca. Tal vez para ese entonces alcanzara yo a estar con alguien,<br />
y Roger nos invitaba a cenar, y mira X te presento a Roger, y<br />
mira, Roger, éste es X, tanto gusto, el gusto es mío, <strong>la</strong>ngosta thermidor<br />
y mucha cerveza, y nos divertíamos a morirnos, y él se<br />
deshacía en infinitas historias sobre <strong>la</strong> mierda que era Ho<strong>la</strong>nda, y<br />
al final me decía: me encanta X, de verdad, estoy contento de que<br />
hal<strong>la</strong>ras a alguien como él. Se lo dije. Ojalá sea así, mereces un<br />
tipo bueno, dijo él. Tú no mereces una vaca, pensé. La foto de<br />
Matty estaba en el mismo sitio, Matty que lo miraba todo con<br />
aquellos ojos de res, vacuos ojos de vacuno, Roger se fue al baño<br />
36
NARRATIVA<br />
y aproveché para sacarle <strong>la</strong> lengua, mentarle <strong>la</strong> madre, nunca le<br />
había sacado <strong>la</strong> lengua a un retrato. Roger se demoraba y me<br />
vestí, estar so<strong>la</strong> sobre aquel<strong>la</strong> cama era muy triste, mirar alrededor,<br />
allá mi butaca, aquel<strong>la</strong> bandera rara colgando allí, y el viento,<br />
sop<strong>la</strong>ndo afuera, uuuuuuuuu, el viento que no alcanzaba ya a<br />
mover <strong>la</strong> bandera, y <strong>la</strong> vaca que miraba desde su sitio encima de<br />
<strong>la</strong> mesa de noche. Koninkrijk der Neder<strong>la</strong>nden, volví a leer. Roger<br />
regresó, también se había vestido. Trata de lograr el mejor precio<br />
para <strong>la</strong> PC, dijo, me preocupa mucho mi madre, no sé cuándo<br />
pueda yo mandarle algún dinero. Roger tenía los ojos bril<strong>la</strong>ntes,<br />
y no quise pensar en lo qué había estado haciendo tanto tiempo<br />
en el baño. En <strong>la</strong> casa sólo había un baño, podríamos llorar y<br />
<strong>la</strong>varnos <strong>la</strong> cara, todo eso por turnos. Me voy, dije. Roger me<br />
miró sin atreverse a decir algo, al rato ac<strong>la</strong>ró que el viaje sería el<br />
martes, a <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> tarde, Iberia, a Madrid, de ahí a<br />
Amsterdam, en Air France. No tenía <strong>la</strong> intención de ir al aeropuerto<br />
y lo dije. No quiero que vayas, dijo él. Fuimos hasta <strong>la</strong><br />
puerta, <strong>la</strong> paz estaba todavía echada allí, en <strong>la</strong> terraza, al principio<br />
<strong>la</strong> creí dormida pero después abrió los ojos y se puso a mirarnos.<br />
¿Cuando vengo a buscarlo todo?, quise saber. Te dejo <strong>la</strong><br />
l<strong>la</strong>ve, cuando logres vender <strong>la</strong> PC y llevarte lo que desees le llevas<br />
<strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve a <strong>la</strong> vieja. Estuve segura de que sería muy difícil regresar<br />
a aquel lugar, Roger estaría con una vaca allá en Gaewtzee y yo<br />
acá, sentada en mi butaca. So<strong>la</strong>. Muy injusto eso. Una mierda.<br />
Pero el mundo lo era. Casi todo el mundo. Y <strong>la</strong> vida. La vida a <strong>la</strong><br />
que no le bastaba estar en low, <strong>la</strong> muy puta se regodeaba en off.<br />
La paz me miró y estuvo de acuerdo. La vida colgaba del cuello,<br />
y pataleaba, y <strong>la</strong> soga era de cáñamo. No nos veremos más, dijo<br />
él. Por Dios, no seas dramático, suena como si fueras a morirte,<br />
te vas a Ho<strong>la</strong>nda, allá te espera una muchacha, comerás queso,<br />
regresarás en dos o tres años, y estarás muy gordo y muy b<strong>la</strong>nco<br />
y serás adicto a <strong>la</strong> marihuana. Nos reímos. A <strong>la</strong> paz aquello no le<br />
37
NARRATIVA<br />
hizo gracia y quedó muy seria. En <strong>la</strong> puerta volvimos a abrazarnos,<br />
yo acaricié otra vez los cabellos ralos encima de su nuca y<br />
maldije al viejo impotente, el muy imbécil se ponía siempre gel en<br />
el cabello y tenía b<strong>la</strong>ncos los vellos del pubis, hasta entonces<br />
había ignorado yo que un pubis alcanzara a ponerse b<strong>la</strong>nco.<br />
Cuídate, pidió él. Cuídate tú, acá no hay vacas y <strong>la</strong> marihuana es<br />
ilegal. La paz se puso de pie, no logré saber cuantas patas. Otra<br />
vez nos reímos. Cuídate de <strong>la</strong>s vacas, de los molinos de viento, de<br />
los lienzos de Van Gogh, de los belgas y de los ho<strong>la</strong>ndeses, cuídate<br />
mucho, todo eso lo pensé y una vez más quise sacarle <strong>la</strong> lengua<br />
a <strong>la</strong> foto de Matty, mentarle <strong>la</strong> madre, en realidad deseaba cagarme<br />
estrepitosamente en su madre. Vamos a separarnos como si<br />
fuéramos a vernos mañana, propuse. La paz gritó que aquello era<br />
una farsa. ¿Y cómo se hace eso? No puede hacerse, gritó <strong>la</strong> paz.<br />
Pues… me das un beso, suave, acá, sin aspavientos, y yo uno<br />
suave, aquí, sin aspavientos, y entonces yo digo chao, y tú chao,<br />
y abres <strong>la</strong> puerta y yo salgo y te miro y te hago así con <strong>la</strong> mano y<br />
ya está. La paz que yo era una imbécil. Él sonrió, una tristeza que<br />
dejaría sin leche a <strong>la</strong>s vacas allá en Gaewtzee, sin una gota de<br />
leche en <strong>la</strong>s cabronas ubres. ¿Y entonces te vas? Entonces. Ahí<br />
está mi beso, dijo. Y el mío. Habían sido dos los besos, dos muy<br />
suaves, dos sin aspavientos y <strong>la</strong> paz aul<strong>la</strong>ba, casi no se entendía<br />
cuanto decía. Chao, dije yo. Él quedó mirándome con aquel<strong>la</strong><br />
tristeza aniqui<strong>la</strong>dora de ubres. Ahora tú abres <strong>la</strong> puerta, advertí.<br />
No, no <strong>la</strong> abras, no, gritaba <strong>la</strong> paz. Lo hizo y yo salí. Tocaba<br />
mirarlo, y no supe qué otra cosa hacer, quedé allí, en aquel pasillo<br />
de mierda, mirándolo, sabiendo que Ho<strong>la</strong>nda estaba más lejos<br />
que Dios, que una vaca l<strong>la</strong>mada Matty se llevaba así de lejos a mi<br />
hombre. Ahora tú mueves <strong>la</strong> mano, anunció él. Sonreí: ¿cómo <strong>la</strong><br />
muevo? Así. Roger decía adiós con <strong>la</strong> mano. No, anormal, no, no<br />
hagas eso, chil<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> paz. No supe cómo pero también yo dije<br />
adiós. También yo moví <strong>la</strong> mano. Se trataba de mover <strong>la</strong> mano y<br />
38
NARRATIVA<br />
<strong>la</strong> moví. Era un gesto sencillo y lo hice. Ése era el guión, de acuerdo<br />
con el guión <strong>la</strong> puerta ahora debía cerrarse y se cerró, yo debía<br />
caminar por el pasillo y caminé. La paz quedó del otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong><br />
puerta, gritando. <strong>El</strong> guión no explicaba algo más, y es que así son<br />
los guiones, mierderos, uno los sigue hasta un punto, después<br />
hacen mutis y todo se queda b<strong>la</strong>nco. O negro. Como <strong>la</strong> vida.<br />
Colgando de una soga. De cáñamo. En off. Y uno mira, se mira<br />
<strong>la</strong>s manos sin saber qué demonios hacer. Uno también en off. La<br />
paz quedó detrás, gritando, tirándose de los cabellos. Afuera<br />
había sol y el calor era horrible, miré arriba, <strong>la</strong> ventana de Roger<br />
estaba cerrada. En Gaewtzee Matty servía un moka muy negro y<br />
el humo de <strong>la</strong> marihuana era denso, <strong>la</strong> música horrible, más allá<br />
de <strong>la</strong> ventana el viento movía trigales, pasto verde Lincoln, y <strong>la</strong>s<br />
aspas de los molinos daban vueltas y vueltas, los belgas y los<br />
ho<strong>la</strong>ndeses discutían, de fútbol, el Ajax se medía con un equipo<br />
de <strong>la</strong> Bundesligue, y hacía frío, mucho frío. Koninkrijk der<br />
Neder<strong>la</strong>nden, ¿qué carajo querría decir aquello? Roger abrió <strong>la</strong><br />
ventana pero no quise mirar arriba, Roger que ahora mismo gritaba<br />
mi nombre, yo que corrí, sin mirar, corrí hasta dob<strong>la</strong>r <strong>la</strong><br />
esquina, más allá había un parque y me senté. Al centro, de piedra<br />
gris, un patriota a caballo. De niña mi padre explicaba que si el<br />
caballo elevaba <strong>la</strong>s patas de<strong>la</strong>nteras al aire el patriota había muerto<br />
en combate, así estaba éste, patas al aire. En Gaewtzee <strong>la</strong>s<br />
nubes eran densas y no dejaban ver el sol, el frío arreciaba y <strong>la</strong>s<br />
vacas mugían. Montones de vacas. Acá hacía cada vez más calor,<br />
el sol era una enorme bo<strong>la</strong> de fuego y nos habíamos quedado sin<br />
vacas, nos habíamos quedado sin amigos, todos se habían ido,<br />
todos se iban, a Gaewtzee, a cualquier sitio, todos patas al aire.<br />
Así estaban todos acá, patas al aire. Así estaba <strong>la</strong> estatua del<br />
héroe, una mole de piedra gris, y yo no recordaba quién coño<br />
podría ser, no recordaba, el héroe me miraba llorar, muy serio me<br />
miraba y no decía nada.<br />
39
<strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong><br />
Emerio Medina
NARRATIVA<br />
Comunistón, le dijo Fello. Por lo del <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> colgados<br />
en <strong>la</strong> pared de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, cruzados como en <strong>la</strong> bandera,<br />
en simetría perfecta sobre el fondo azul opaco. Y a él no<br />
le importó que le dijeran comunista. Que se rieran, si querían,<br />
pero no iba a renunciar al p<strong>la</strong>cer de contemp<strong>la</strong>rlos, no le importaba<br />
que le dijeran ruso, o comemierda, que para Fello era lo<br />
mismo, y para los <strong>otros</strong> también, los amigos de siempre.<br />
Fello preguntó de dónde había sacado esos hierros, y él dijo<br />
que compró el <strong>martillo</strong> en <strong>la</strong> calle, pero no habló de aquel<strong>la</strong><br />
mañana de domingo, cansado después de una noche sin sueño,<br />
con Sandra desnuda en <strong>la</strong> cabeza. Había dicho el vendedor que<br />
era un <strong>martillo</strong> con historia, de los que ya no vienen, dos libras<br />
de acero bien moldeado con su cabo de madera liso, dijo el vendedor<br />
que tan antiguo como el acero mismo, que mirara <strong>la</strong> buena<br />
condición y le cogiera el peso, buen <strong>martillo</strong> que era ese, y el<br />
precio no era malo. Y lo compró por eso, porque gustaba de <strong>la</strong>s<br />
cosas antiguas, y no por otra cosa. Y de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> habló también<br />
porque a Fello le parecía cosa rara. Un <strong>martillo</strong> estaba bien, aunque<br />
antiguo, pero era familiar a Fello y a los <strong>otros</strong>. La <strong>hoz</strong>, en<br />
cambio, no era cosa conocida, salvo quizá por <strong>la</strong> bandera comunista,<br />
y él explicó que <strong>la</strong> compró también. En una tienda, dijo, un<br />
viejo que vendía cosas raras, antiguas decía, cencerros de cobre y<br />
utilería extraña, como ese mismo caso de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong>, objeto poco útil,<br />
raro podía decirse, que a <strong>la</strong> vista ofreciera un brillo curvo, temible<br />
41
NARRATIVA<br />
por el filo y por <strong>la</strong> forma misma, peligroso quizá. Había dicho el<br />
viejo de <strong>la</strong> tienda que lo daba en buen precio si se atendía a su<br />
condición de reliquia usada hacía mil años por los druidas para<br />
cortar el muérdago, para <strong>la</strong>s iniciaciones decía, y él preguntó<br />
riendo si no lo usaban acaso para cortar cabezas, por lo de <strong>la</strong><br />
forma, y el viejo dijo que sí, que se podía cortar fácilmente un<br />
cuello ancho, de un solo tajazo se iban al suelo el cuello y <strong>la</strong> cabeza,<br />
y después <strong>la</strong> sangre. Pero dijo que sin sangre se podía, si se<br />
untaba <strong>la</strong> hoja con el zumo de una p<strong>la</strong>nta, azaleas decía, maceradas<br />
en vino. Eso dijo el vendedor pero él no pudo repetirlo. Dijo<br />
sólo que era una <strong>hoz</strong> antigua para cortar arroz, o trigo, o sémo<strong>la</strong>.<br />
Y se quedó ahí <strong>la</strong> explicación porque Fello preguntó por Sandra.<br />
En el trabajo, dijo, y fingió no ver <strong>la</strong> sonrisa oculta en los ojos de<br />
Fello, una inflexión que pugnaba por abrirse paso, bur<strong>la</strong> contenida<br />
y cal<strong>la</strong>da, risa que le oprimía el corazón y lo empujaba hacia<br />
abajo, pensaba él que hasta el suelo.<br />
Porque Fello sabía. Fello y los <strong>otros</strong>. Los amigos. Y lo trataban<br />
con frialdad, atentos a sus respuestas torpes, a sus explicaciones<br />
de por qué y por cuánto. Y qué podía hacer él sino quedarse<br />
cal<strong>la</strong>do. Y pensar. Imaginar que Sandra era una historia ajena.<br />
Que eso no le estaba pasando a él. Mantenía los ojos fijos en <strong>la</strong><br />
<strong>hoz</strong> y el <strong>martillo</strong>, <strong>la</strong> simetría perfecta en <strong>la</strong> pared, el brillo del<br />
acero sobre el fondo azul opaco. Y pensaba en Sandra.<br />
Sólo le hab<strong>la</strong>ba para pedir dinero. O para insultar. Para mal- maldecir<br />
por <strong>la</strong> comida escasa. Y él sólo podía cal<strong>la</strong>r. Esperaba <strong>la</strong><br />
noche como un refugio último. La hora de acostarse. Y se acostaban<br />
juntos. Sandra cerca. Cerca. Sólo estirar <strong>la</strong> mano. Pero con <strong>la</strong><br />
mano ni atreverse. Tocar era prohibido. A veces, si el<strong>la</strong> lo quería.<br />
Pero pocas veces. Pocas. Pocas veces y <strong>la</strong> noche. La <strong>la</strong>rga noche<br />
en que los ojos se cerraban a <strong>la</strong> fuerza. Los ojos húmedos, que en<br />
<strong>la</strong> oscuridad veían dibujarse figuras de mujeres. Figuras. Rostros<br />
y cuerpos. Curvas y pe<strong>la</strong>mbres. Vientres calientes donde los dedos<br />
42
NARRATIVA<br />
podían resba<strong>la</strong>r a gusto. Muslos delicados y entrepiernas semiabiertas.<br />
Oquedades tibias y pechos como astas. Pechos. Pero nada<br />
era Sandra. Allí, tan cerca, y no era Sandra. Imposible, diríase,<br />
porque no podía. No podía, y eso era un hecho. Una verdad asimi<strong>la</strong>da<br />
con los años. Los duros años de impotencia. De esperanza.<br />
De súplica. De ayúdame y de entiéndeme. Y Sandra lo entendió<br />
un tiempo. Lo ayudó. Le buscó soluciones. A veces era Sandra <strong>la</strong><br />
mujer cercana. Y a veces era simplemente Sandra. Un cuerpo<br />
ajeno.<br />
Con el tiempo el<strong>la</strong> fue sólo una voz que decía no me toques.<br />
Una respiración que a<strong>la</strong>rgaba <strong>la</strong>s horas. Las <strong>la</strong>rgas horas.<br />
Difíciles. Y empezaron <strong>la</strong>s reuniones. Las salidas nocturnas y <strong>la</strong>s<br />
llegadas con el olor de otro hombre. Y todo fue peor por lo de<br />
Fello y los <strong>otros</strong>. Porque ellos sabían. La veían pasar y hab<strong>la</strong>ban.<br />
Estaba seguro de que hab<strong>la</strong>ban. Sabía lo que hab<strong>la</strong>ban. Lo adivinaba.<br />
Lo podía sentir en <strong>la</strong> piel de <strong>la</strong> cara. En el estómago. Una<br />
ira contenida que iba tomando otra forma. Una tristeza íntima<br />
que se fuera convirtiendo en otra cosa. Un sentimiento que cambiaba<br />
rápido desde el amor hasta el odio. Y los ojos se detenían<br />
una vez más sobre <strong>la</strong> simetría perfecta en <strong>la</strong> pared de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />
<strong>El</strong> <strong>martillo</strong>. Un arma ideal para ap<strong>la</strong>star cabezas. Para triturar<strong>la</strong>s<br />
quizá. Un p<strong>la</strong>cer que subía por <strong>la</strong> muñeca, nervio a nervio,<br />
como sangre. <strong>El</strong> golpe saboreado noche tras noche. Un único<br />
golpe calcu<strong>la</strong>do para romper el cráneo. Para desmenuzarlo. Un<br />
huracán de hierro que descendiera rápido y terminara todo. <strong>El</strong><br />
golpe era eso. Pero podía ser más, o podía ser menos. <strong>El</strong> golpe<br />
podía fal<strong>la</strong>r, y, en ese caso, un segundo martil<strong>la</strong>zo era preciso. O<br />
un tercero.<br />
Decidió probar. Los cocos del patio remedaron cabezas. Los<br />
cocos secos. Se rompían con un chasquido. Con uno solo. Pero<br />
inmóviles. Una cabeza puede moverse de repente, si los ojos avisan,<br />
o si un sexto sentido, como aquel caso de <strong>la</strong> mujer del carni-<br />
43
NARRATIVA<br />
cero, que <strong>la</strong> dio por muerta por el golpe en <strong>la</strong> cabeza y se ahorcó<br />
él mismo después, pensando en que iban juntos, y nada, viva que<br />
está, ahí, con otro, con el mismo, riéndose, y el infeliz carnicero<br />
allá, podrido, bajo tierra. Historias que oía en <strong>la</strong> casa de Fello.<br />
Cuentos que hacían para reírse. Como antes. Y ahora vivir el<br />
cuento propio, seguro le decían verraco en lo de Fello, se cal<strong>la</strong>ban<br />
cuando él llegaba, decían que no era el mismo. Ni Fello era el<br />
mismo, ni nadie. Tan amigos siempre, lo rehuían. Lo esquivaban<br />
como el coco al martil<strong>la</strong>zo. Fello tú coño no me jodas amigo que<br />
eras amigos que fuimos martil<strong>la</strong>zo coco seco cabeza partida en<br />
dos en tres como antes no me hab<strong>la</strong>n resbalosos cocos estos <strong>la</strong><br />
cabeza puede girar moverse gritar espera un poco el grito <strong>la</strong> gente<br />
oye gente que oye el grito corre corre corre corre l<strong>la</strong>ma y corre <strong>la</strong><br />
mujer del carnicero <strong>la</strong> muy puta lo jodió con otro el<strong>la</strong> encima<br />
como antes el<strong>la</strong> encima de otro ajá ajá ajá quejidos espasmos puta<br />
de arribabajo el martil<strong>la</strong>zo puta se resba<strong>la</strong> y el grito se resba<strong>la</strong><br />
como antes conmigo los olores y <strong>la</strong> ropa como antes con otro te<br />
quería el coco se resba<strong>la</strong> el grito no es el mismo Fello ni los <strong>otros</strong><br />
el<strong>la</strong> encima de mí el<strong>la</strong> encima de mí el<strong>la</strong> encima de mí coco seco<br />
martil<strong>la</strong>zo <strong>la</strong> cabeza se resba<strong>la</strong> el<strong>la</strong> encima de otro el<strong>la</strong> encima de<br />
otro el<strong>la</strong> encima de otro.<br />
Y probó otra vez. Llenó el patio de pedazos. Partió cráneos<br />
hasta lograr <strong>la</strong> puntería necesaria. Hasta saciar <strong>la</strong> sed de cabezas<br />
trituradas. La cabeza de Sandra, rota y sangrante, ap<strong>la</strong>stada con<br />
un solo martil<strong>la</strong>zo, un solo golpe, el único, un vendaval liberador<br />
propinado con fuerza, un aluvión de acero que hundiera el cráneo<br />
y llegara hasta el centro del cerebro, materia gris materia b<strong>la</strong>nca,<br />
sesos esparcidos en el suelo, <strong>la</strong>s paredes salpicadas con <strong>la</strong> rojez<br />
sanguinolenta, qué bárbaro, Dios mío, este p<strong>la</strong>cer que ha subido<br />
por <strong>la</strong> mano, nervio a nervio, como sangre.<br />
Sandra preguntó qué haces y quiso probar también. Porque el<br />
chasquido le gustó, seguro. Como cabeza rota dijo él, y el<strong>la</strong> rió <strong>la</strong><br />
44
NARRATIVA<br />
frase sin sospechar <strong>la</strong> muerte. <strong>El</strong> trancazo y <strong>la</strong> muerte. Él preguntó<br />
otra vez si le gustaba y el<strong>la</strong> dijo que sí, que estaba bueno.<br />
Y <strong>la</strong> duda después. Por lo de <strong>la</strong> sospecha. La eterna duda.<br />
Miedo podía decirse. Si en el último momento <strong>la</strong> intención se<br />
descubre. O si el brazo fal<strong>la</strong>ra en el instante preciso. O si el grito.<br />
Un grito es cosa poco soportable. Un grito puede ser de ma<strong>la</strong><br />
suerte. Muerte con grito. No. Mejor <strong>la</strong> muerte limpia. La silenciosa<br />
muerte. Pero no con el <strong>martillo</strong>. Con ese no. Con otra cosa.<br />
Y los ojos fueron a buscar <strong>la</strong> simetría de <strong>la</strong> pared. Allá, junto<br />
al <strong>martillo</strong>, en el lugar donde <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> bril<strong>la</strong>ba, de puro acero <strong>la</strong><br />
hoja, que a los ojos pareciera de oro puro, de muérdago cortar<br />
según había dicho el viejo de <strong>la</strong> tienda, el mango liso incrustado<br />
en hueso de alce, hoces no faltarán en <strong>la</strong> vida de un hombre, y a<br />
qué mirar el brillo puro de <strong>la</strong> hoja, b<strong>la</strong>nca curva inflexible que<br />
podía cortar de un solo tajo una garganta, según dijera el viejo.<br />
La sopesó otra vez. Peso perfecto. Surcaba el aire a <strong>la</strong> derecha<br />
y a <strong>la</strong> izquierda. Golpe perfecto. Pero probar en qué. Los plátanos<br />
del patio. Los tallos fueron cuellos. Y los cuellos fueron cortados<br />
de un solo golpe. Y el p<strong>la</strong>cer era mayor. Subía también, pero nacía<br />
en el vientre, más abajo, nervio a nervio. Pero no como sangre.<br />
No. Como semen diríase. Como eyacu<strong>la</strong>ción a voluntad. Como<br />
dominio. Más que el p<strong>la</strong>cer anterior. <strong>El</strong> del <strong>martillo</strong>. Porque con<br />
un solo golpe de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> podía terminar todo. Recto hasta el cuello,<br />
de un solo tajo. Y sin el riesgo de resba<strong>la</strong>rse. Sin un segundo<br />
golpe. Para que Fello no dijera. Que lo contaran después. Que se<br />
dijeran viste eso, un solo tajo. Para que eso dijeran. Uno solo.<br />
Cortó los tallos como cuellos. Y los cuellos podían ser tomados<br />
como tallos si era preciso no pensar en que de un cuello se trataba.<br />
Por si al final, en el último segundo, le fal<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s fuerzas.<br />
Volvió a preguntar Sandra qué haces. Y él dijo nada, estos<br />
plátanos enfermos, cortarlos es preciso. <strong>El</strong><strong>la</strong> no quiso ver. No le<br />
gustó, seguro. Por lo del filo y el corte rápido. Algo que se inter-<br />
45
NARRATIVA<br />
pone entre <strong>la</strong>s mujeres y <strong>la</strong> sangre. Dijo que para plátanos estaba.<br />
Y se fue otra vez. De una reunión le dijo. De un comité de algo.<br />
Y Fello seguro se reía. La vería pasar vestida con el último sueldo<br />
del amigo. Ahí va <strong>la</strong> puta, diría, y el verraco está en <strong>la</strong> casa. Ah,<br />
Fello, un golpe. Un solo golpe. Pero después <strong>la</strong> sangre.<br />
No pensada. A borbotones, dicen, si <strong>la</strong> cabeza cae. Así lo<br />
había visto en <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s. Sangre hasta el techo. Pero había<br />
dicho el viejo que sin sangre se podía. Puta <strong>la</strong> madre del viejo.<br />
Vendedor <strong>la</strong>toso. Cómo hacerlo sin <strong>la</strong> sangre. Sin mucha, sería,<br />
porque el torrente se libera cuando se cortan de cuajo <strong>la</strong>s arterias.<br />
Noventa litros por minuto han dicho. Puede que noventa más si<br />
el cuerpo está cansado, como el de Sandra. Porque llegaba de una<br />
reunión, decía.<br />
Pero podía ser sin sangre. Dijo el viejo que con el zumo de una<br />
p<strong>la</strong>nta. Puede que azaleas. O algo. Se lo encontró en <strong>la</strong> misma<br />
tienda vendiendo cosas antiquísimas, cencerros y cosas de tintines.<br />
Preguntó si recordaba. Y el viejo dijo que sí, lo de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> y el<br />
muérdago, con zumo de azaleas por si <strong>la</strong> sangre. Preguntó que si<br />
seguro, y el viejo lo miró con lástima. Seguro, dijo. Porque <strong>la</strong><br />
sangre no puede ser peor que el grito. Si sale en chorro, acaso. <strong>El</strong><br />
grito no, porque se esparce y queda en los oídos para siempre. Por<br />
eso prefirió <strong>la</strong> <strong>hoz</strong>, porque pensó que era mejor vivir sin el grito<br />
en <strong>la</strong> cabeza.<br />
Y una noche <strong>la</strong> esperó acostado. Desgranó <strong>la</strong>s horas hasta que<br />
oyó abrirse <strong>la</strong> puerta. Pero no desesperaba. No. Tenía los nervios<br />
en quietud perfecta. Re<strong>la</strong>jados quizá. Seguros. Los sentidos atentos,<br />
pero en calma. La oyó entrar y caminar por <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. La imaginó<br />
desvestirse y correr al baño. No pensó en el sudor de otro<br />
hombre impregnado en el cuerpo. Ya no. No le importaba el<br />
cuerpo ni le importaba el sudor. Se levantó cuando oyó correr el<br />
agua. Caminó hasta <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, despacio, hacia <strong>la</strong> pared semioscura<br />
donde <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> bril<strong>la</strong>ba. Extendió <strong>la</strong> mano convencido del acto.<br />
46
NARRATIVA<br />
Demasiadas penas le había deparado el mundo. Y el mundo era<br />
Sandra. Pero ya no. Los dedos casi se cerraron sobre el mango<br />
incrustado en hueso, pero quedaron inmóviles por el golpe en <strong>la</strong><br />
cabeza. Un segundo golpe fue preciso para hacerlo caer. Y un<br />
tercero. Y los ojos, en esfuerzo último, descubrieron <strong>la</strong> simetría<br />
rota en <strong>la</strong> pared. Porque <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> bril<strong>la</strong>ba en su lugar, pero el <strong>martillo</strong>...,<br />
el <strong>martillo</strong> faltaba.<br />
47
Las lecciones del<br />
vampiro<br />
Miguel Terry Valdespino
NARRATIVA<br />
Tú eres <strong>la</strong> culpable de este juego sangriento.<br />
Pablo Neruda<br />
Para Alberto Guerra, por sus amantes del segundo piso.<br />
Una semana antes de que yo cumpliera los cuarenta y<br />
nueve, mi esposa armó sus maletas y se fue a vivir con un<br />
tío que decidió dejarle su casa en herencia. <strong>El</strong> viejo no<br />
viviría demasiado. La herencia vino a acelerar el fin de un matrimonio<br />
muerto. C<strong>la</strong>ra se llevó <strong>la</strong> mayor parte de sus cosas y aseguró<br />
que muy pronto vendría por el resto. También me sugirió<br />
escribir a Hamburgo para contarle a Marce<strong>la</strong>, nuestra hija, que<br />
nos habíamos separado. En breve retornó con una camioneta<br />
para cargar “el resto de sus cosas”, entre <strong>la</strong>s cuales no incluyó un<br />
poemario donde yo le había escrito un par de décadas antes:<br />
Estos veinte poemas de Neruda no alcanzan para decirte cuánto<br />
te amo. Contemplé <strong>la</strong> soledad de mis pa<strong>la</strong>bras. <strong>El</strong> tiempo puede<br />
hacer añicos <strong>la</strong> más sentida dedicatoria. Concluyó nuestro matrimonio<br />
de veintisiete años. Concluyó nuestra carrera de resistencia.<br />
Tanto desamor acumu<strong>la</strong>do nos hacía boquear.<br />
Cuando tuve conciencia de mi soledad, de <strong>la</strong> falta de compañía<br />
en mi cama, primero vino <strong>la</strong> depresión, una especie de etapa<br />
invernal en <strong>la</strong> que solo ves nubes grises y no dejan de atacarte<br />
pequeños y grandes rencores y <strong>la</strong> eterna pregunta sobre cómo será<br />
<strong>la</strong> próxima mujer que se acueste o viva contigo. Y siempre llega<br />
49
NARRATIVA<br />
<strong>la</strong> próxima mujer. La mujer que no perdura. Era una cuarentona<br />
simpática, se teñía de rubio cada tres semanas y tenía un hijo<br />
obeso de catorce años. Vestida lucía estupenda. Desnuda lucía<br />
fatal: una suma de carnes fláccidas con manchas oscuras que<br />
sabía disimu<strong>la</strong>r, como una artista del engaño, debajo de sus ropas.<br />
<strong>El</strong><strong>la</strong> buscaba un marido, un padre para su muchacho enfermo, y<br />
yo buscaba el amor. En esa frase envolví el pretexto para pedirle<br />
que se fuera. Después llegó <strong>la</strong> segunda. Otro desastre, pero con<br />
mal aliento, incapaz de disimu<strong>la</strong>r su barriga debajo de <strong>la</strong>s ropas.<br />
Me negué a buscar <strong>la</strong> tercera. Quizás yo estaba destinado a cumplir<br />
los cincuenta, los cincuenta y cuatro, los sesenta y ocho…sin<br />
que otra mujer entrara a mi vida. Pa<strong>la</strong>bras. Necias pa<strong>la</strong>bras. En<br />
breve no sería un hombre resignado a <strong>la</strong> soledad y <strong>la</strong> abstinencia,<br />
sino un lobo hambriento, carente de alguna presa, vulgar o decorosa,<br />
para practicar el sexo. Pasaron los días y ninguna mujer<br />
interesante volteó <strong>la</strong> cabeza cuando yo cruzaba por su <strong>la</strong>do, ninguna<br />
me comió con <strong>la</strong> vista, ninguna confesó de pronto que siempre<br />
me había deseado. Comencé a desesperarme. Quizás estaba<br />
en hora de comprender que ya era un hombre insignificante para<br />
cualquiera de <strong>la</strong>s mujeres que en realidad me atraían. Fue entonces<br />
que apareció el<strong>la</strong>…Tenía apenas diecisiete años, un cuerpo<br />
para perturbar al ser más indiferente y una sonrisa espléndida, y<br />
andaba en busca del profesor Aramís, ¿es usted?, porque ya se le<br />
venían encima, como una tragedia, los últimos exámenes de matemáticas<br />
en el Preuniversitario. Le dijeron que yo era un experto<br />
en <strong>la</strong> materia, que había dado c<strong>la</strong>ses en <strong>la</strong> Universidad y que<br />
ahora trabajaba en un Instituto muy importante. Me disparó<br />
aquellos elogios en el portal de mi casa, sosteniendo contra su<br />
cuerpo una bicicleta montañesa. ¿Usted cree que pueda ayudarme,<br />
profe? ¡C<strong>la</strong>ro que sí, muchacha! C<strong>la</strong>ro que puedo ayudarte.<br />
¿Cuál es tu nombre? Rebeca. Lo más importante, Rebeca, es no<br />
tenerle miedo a <strong>la</strong> asignatura. Y si te ataca el miedo, pues dale el<br />
50
NARRATIVA<br />
frente, igual que un capitán a una tormenta, igual que un torero<br />
al toro que lo embiste. Rió con ganas Rebeca, le saltaron los<br />
pechos como rocas vivas bajo un pulóver color mamoncillo, resp<strong>la</strong>ndecieron<br />
sus dientes y unas gotas de sudor en su barbil<strong>la</strong>. La<br />
sangre se me animó en <strong>la</strong>s venas. La invité a sentarse y abrí <strong>la</strong><br />
puerta de <strong>la</strong> calle para evitar <strong>la</strong>s incómodas sospechas de cualquier<br />
vecino. Fui a mi cuarto por papel y lápiz. Rebeca me siguió<br />
sin pedir permiso y se detuvo sorprendida ante mi librero, inclinado<br />
por el peso de tantos ejemp<strong>la</strong>res, casi ninguno de matemáticas.<br />
¿A usted le gusta <strong>la</strong> literatura, profe? Me encantan <strong>la</strong>s matemáticas<br />
y el cine, y soy un fanático de <strong>la</strong> literatura, me gustan<br />
desde Homero hasta esos muchachos que escriben <strong>cuentos</strong> eróticos,<br />
le dije con sorpresivo descaro. A el<strong>la</strong> no le gustaba Homero,<br />
pero sí los <strong>cuentos</strong> eróticos, tanto como los poemas de amor, <strong>la</strong>s<br />
nove<strong>la</strong>s policíacas, juveniles, y <strong>la</strong>s de García Márquez. ¿Y a usted<br />
no le ha dado por escribir nove<strong>la</strong>s, <strong>cuentos</strong>, no sé? Siempre he<br />
querido, pero comienzo a escribir y entonces me asusto. ¿De qué<br />
se asusta, profe? Me asusta convertirme en un mal escritor.<br />
Reímos. Yo más alto que Rebeca. Confesó haberse leído un cuento<br />
erótico donde <strong>la</strong> autora ponía a todos encueros, metidos en un<br />
gran re<strong>la</strong>jo en el patio de un museo colonial. Un cuento que pasó<br />
de mano en mano por cada grupo del Pre y ya algunos de sus<br />
amigos se lo sabían de memoria. Sí, Rebeca, los <strong>cuentos</strong> eróticos<br />
tienen su encanto, se le meten a uno por el cuerpo del mismo<br />
modo en que le gusta meterse al Diablo. ¿Y usted ya se leyó toda<br />
esa biblioteca? Le respondí que no leía, sino que releía por tercera,<br />
quinta ocasión, aquellos ejemp<strong>la</strong>res infinitos. Abrió <strong>la</strong> boca<br />
sorprendida. Rebeca también tenía decenas libros que le compraba<br />
su madre o que compraba el<strong>la</strong> misma. Pero no tantos. No<br />
tantos como usted, profe. Me aseguró que vendría el sábado<br />
siguiente, a <strong>la</strong>s diez de <strong>la</strong> mañana. No preguntó si yo estaría dispuesto<br />
a recibir<strong>la</strong> a esa hora. <strong>El</strong><strong>la</strong> misma decidió mi horario de<br />
51
NARRATIVA<br />
servicio, como una patrona; yo afirmé como un obrero obediente.<br />
Salió dejándome con una erección indomable. Un lobo comenzó<br />
a pasearse dentro de mí. Escuché cómo aul<strong>la</strong>ba. Un lobo hambriento<br />
devorando <strong>la</strong>s carnes de Rebeca debía ser un espectáculo<br />
inolvidable.<br />
<strong>El</strong> reloj fue una tortura hasta el sábado a <strong>la</strong>s diez. Apenas<br />
amaneciendo, limpié <strong>la</strong> casa, sacudí los muebles, preparé un jugo<br />
de naranja y compré unos dulces. P<strong>la</strong>nché un pulóver y un pantalón,<br />
me bañé y vestí cuando aún el reloj no daba <strong>la</strong>s nueve, y me<br />
senté a esperar. Mil veces abrí y cerré una revista de ciencias, sin<br />
que pudiera concluir <strong>la</strong> lectura de un solo párrafo. Dentro de una<br />
hora <strong>la</strong> tendría enfrente. Fue imposible que en ese tiempo no tramara<br />
<strong>la</strong>s una y mil estrategias para <strong>la</strong> conquista. Nada de apuros.<br />
Mi lobo debía ser precavido, saltar en el momento exacto, no con<br />
<strong>la</strong> rapidez de un lobo, sino con <strong>la</strong> precisión de un tigre. Rebeca<br />
llegó con nueve minutos de retraso. Traía el pelo recogido en una<br />
co<strong>la</strong>, un cuaderno y un bolígrafo, unas sandalias de cuero, un<br />
vestido corto, bajo el cual resp<strong>la</strong>ndecían sus muslos y sus vellos,<br />
y se había perfumado con una colonia para bebitos. ¿Y <strong>la</strong> bicicleta?<br />
Solo viajaba en bicicleta cuando estaba apurada. Y ese sábado<br />
no tenía ninguna prisa. Dejé a medio cerrar <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> calle y<br />
<strong>la</strong> invité a sentarnos en <strong>la</strong> terraza. Comencé por explicarle lo que<br />
cualquier profesor de matemáticas debía enseñar a sus alumnos<br />
en el primer día de c<strong>la</strong>ses: que en el antiguo Egipto está el origen<br />
de esta ciencia, con mucho de magia, que en 1600 Antes de Cristo<br />
se redactó el Papiro del Rhind, primer texto matemático de <strong>la</strong><br />
Historia, que con <strong>la</strong>s matemáticas se han resuelto problemas<br />
sociales, económicos, políticos y hasta religiosos, que hasta los<br />
escritores necesitan emplear<strong>la</strong> cuando componen un soneto, una<br />
décima o cualquier obra con rima…Si un alumno recibe una<br />
explicación humana, Rebeca, comienza a mirar <strong>la</strong>s matemáticas<br />
como una ciencia agradable y muy necesaria. Rebeca me atendió<br />
52
NARRATIVA<br />
con interés y después escribió de prisa. ¿Comenzaba a impresionarse<br />
con mi inteligencia? Mientras escribía, <strong>la</strong> observé sin pudor.<br />
Rebeca es un número perfecto que los egipcios nunca descubrieron.<br />
Llegaría el instante en que pudiera decírselo. A <strong>la</strong>s doce<br />
menos siete <strong>la</strong> escuché resop<strong>la</strong>r y le pedí hacer un alto. Rebeca me<br />
lo agradeció. La invité a los pasteles y al jugo de naranja… Jugo<br />
de naranja, sí; pasteles, no, dijo Rebeca. ¿Engordan demasiado,<br />
verdad?, pregunté. Sí, los pasteles eran fatales, aunque se volvía<br />
loca por los dulces de frutas, <strong>la</strong>s merme<strong>la</strong>das…, igual que les pasa<br />
a mami y Alicia, una amiguita suya que también le tenía pánico a<br />
los números y por eso contrató a un profesor privado. Pero yo no<br />
soy privado, Rebeca, no voy a cobrarle a nadie por darle una<br />
ayuda. Yo estaba intentando ser Dios, dibujando un personaje<br />
perfecto, tras el cual se ocultaba el demonio que pretendía seducir<strong>la</strong><br />
y tener<strong>la</strong>, en el siguiente minuto, prendida del cuello, invitándolo<br />
a vibrar, a sacarle del cuerpo <strong>la</strong> soledad y <strong>la</strong> derrota a quien<br />
casi tocaba <strong>la</strong>s puertas del medio siglo, una edad en que los hombres<br />
ya han perdido el atractivo para <strong>la</strong>s hembras hermosas.<br />
Rebeca tomó el refresco y secó los <strong>la</strong>bios con un pase de lengua.<br />
Un gesto delicioso. Estaba terminando nuestra primera cita.<br />
Parece que me entendiste bien, Rebeca, ¿viste que <strong>la</strong>s matemáticas<br />
no son tan terribles? Rebeca dijo que yo enseñaba de manera fácil<br />
los ejercicios más complicados. Me dio <strong>la</strong>s gracias y se dirigió a <strong>la</strong><br />
puerta de calle. Entonces le pedí detenerse y le entregué, sin rubores,<br />
Lolita, de V<strong>la</strong>dimir Nabokov, y una antología con varios<br />
<strong>cuentos</strong>, entre ellos uno, el que más me conmovía, de amores<br />
imposibles, como son en verdad, Rebeca, los grandes amores:<br />
Rapsodia para los amantes del segundo piso. Hojeó los dos ejemp<strong>la</strong>res,<br />
los guardó en su mochi<strong>la</strong> y dijo que me traería su opinión<br />
el sábado próximo. Si Rebeca no regresaba, podría dar por seguro<br />
que veía en mi persona a un viejo decadente, a un tarado que,<br />
de un momento a otro, comenzaría a sobarle los muslos por<br />
53
NARRATIVA<br />
debajo de <strong>la</strong> mesa. Viví <strong>la</strong> semana en ascuas, comiendo apenas,<br />
proyectando en mi cerebro una pelícu<strong>la</strong> interminable: imaginaba<br />
y volvía a imaginar a Rebeca desnuda, abierta entre los azulejos<br />
de <strong>la</strong> bañera, abierta de par en par en mi cama, abierta sobre <strong>la</strong><br />
mesa del comedor…y no paré de masturbarme como en mis años<br />
de adolescencia.<br />
Perdí de pronto el interés por asistir al Instituto y l<strong>la</strong>mé a <strong>la</strong><br />
dirección para contarle una mentira: no andaba bien de salud, me<br />
dolía como rayos <strong>la</strong> columna y padecía de mareos con frecuencia.<br />
¿Podía tomarme al menos una semana para reponerme un poco?<br />
No se preocupe, Aramís, <strong>la</strong> dirección lo autoriza, resuelva sus<br />
problemas de salud, que eso sí es importante para usted y para<br />
nos<strong>otros</strong>. ¡Yo, que bufaba como un toro, con dolores de columna<br />
y mareos con frecuencia! Me aislé del mundo. No quise hab<strong>la</strong>r ni<br />
con amigos ni conocidos. La mayoría son viejos, o empiezan a<br />
serlo. Y <strong>la</strong> vejez sólo inspira lástima y asco. Pretendía no inspirarle<br />
a Rebeca ni <strong>la</strong> una ni lo otro. Quería tener su cuerpo como el<br />
último acto decente de mi vida. Después podría morirme. Las<br />
matemáticas, mis libros y C<strong>la</strong>ra no iban a echarme de menos. Y<br />
el dolor que sufriría mi hija era un asunto distante. Rebeca volvió<br />
al sábado siguiente. Pantalones ajustados, pelo suelto, una colonia<br />
más fuerte sobre <strong>la</strong> piel. Aunque viniera vestida con harapos,<br />
yo perdería el aliento. Para el<strong>la</strong> guardé refresco y merme<strong>la</strong>da de<br />
mango. Había leído Lolita, aunque algunas partes, profe, eran<br />
aburridas y tuvo que saltar<strong>la</strong>s, y Rapsodia para los amantes del<br />
segundo piso. Pero no trajo los libros porque Alicia se los estaba<br />
leyendo. <strong>El</strong><strong>la</strong> los cuida, profe, no se preocupe. Miró hacia el techo<br />
para pensar lo que iba a decirme. Esos dos hombres, el profesor<br />
de Lolita y el profesor de Rapsodia, tienen el diablo en el cuerpo,<br />
profe, no pueden ni respirar porque el sexo los tiene como enloquecidos.<br />
Si tienen sexo, sufren, y si no tienen ninguno, sufren<br />
también. No es el sexo por el sexo, Rebeca, es <strong>la</strong> pasión por el<br />
54
NARRATIVA<br />
sexo. <strong>El</strong> hombre es una pasión. Si no existe una pasión, no existe<br />
el hombre. Rebeca hizo el gesto de quien no supo entender <strong>la</strong><br />
diferencia. Es que los hombres son así: aun cuando parece que<br />
están dormidos, gastados por <strong>la</strong> edad, son como un volcán: cuando<br />
despiertan lo incendian todo porque nunca dejaron de llevar<br />
por dentro el fuego más imp<strong>la</strong>cable. ¿Entiendes lo que te digo?<br />
Rebeca afirmó y me di por satisfecho. Sentada en <strong>la</strong> terraza resolvió<br />
hábilmente algunos ejercicios. Le aseguré que iba muy bien,<br />
que no me extrañaría si de pronto se convirtiera en una fanática<br />
de los números y <strong>la</strong>s ecuaciones. No, no, ni pensarlo, profe. ¿Y<br />
qué tú crees, Rebeca, si dejamos un poquito para el sábado que<br />
viene? Aceptó con p<strong>la</strong>cer <strong>la</strong> merme<strong>la</strong>da y mientras comía le entregué<br />
otro libro: Historia sexual de <strong>la</strong> nación. No estaba tan excitado<br />
como <strong>la</strong> primera vez. Quizás el miedo al fracaso maltrató<br />
mis erecciones. Le di otra cita llena de angustias y deseos. Y al<br />
terminar<strong>la</strong>, le di otra…. De pronto me decidí a voltear <strong>la</strong> página.<br />
¿En qué locura me estaba enredando? Debía mirarme al espejo,<br />
viejo decadente, recordar quién era, cerdo pervertido, contar mis<br />
arrugas, cuarentón corrupto…y hasta pensar en <strong>la</strong> cárcel. Para <strong>la</strong><br />
cuarta cita Rebeca llegó ojerosa, espantada, como si presintiera el<br />
rumbo que tomarían mis instintos. ¿Te sientes mal, Rebeca? Negó<br />
con un susurro poco convincente. No me preocupé por eso. Los<br />
jóvenes también se cansan. Para <strong>la</strong> quinta ocasión, apenas dormí<br />
un par de horas. Pasé <strong>la</strong> madrugada escuchando rock de los años<br />
60 y 70. La voz de Mick Jagger se oía más vital que nunca en esas<br />
horas: I can’t get no satisfaction/ I can’t get no satisfaction…<br />
Seguro que todavía el rockero inglés se acostaba con muchachitas<br />
como Rebeca y después ni <strong>la</strong>s columnas más sensacionalistas se<br />
atrevían a l<strong>la</strong>marlo viejo verde. Con <strong>la</strong> primera luz del día, me<br />
afeité, perfumé y me puse una camisa b<strong>la</strong>nca, pensando que el<br />
b<strong>la</strong>nco incidiría de forma favorable en <strong>la</strong> opinión de Rebeca, en<br />
hacer que viera en mí el ejemplo más exacto de <strong>la</strong> ternura, <strong>la</strong><br />
55
NARRATIVA<br />
transparencia y el amor profundo, y comprendiera que es imposible<br />
dejar pasar de <strong>la</strong>rgo a un tipo de mi c<strong>la</strong>se. Compré merme<strong>la</strong>da<br />
de guayaba y queso amarillo. Pasaron <strong>la</strong>s diez y cuarenta y cinco<br />
y Rebeca continuaba ausente. <strong>El</strong> lobo sentía que lo habían enjau<strong>la</strong>do.<br />
Cuando <strong>la</strong> vi pararse en el umbral de <strong>la</strong> puerta, mi cara se<br />
iluminó con una mezc<strong>la</strong> de miedo y alegría. Pero Rebeca era el<br />
desgano con cuerpo de persona. Comencé a sentir que un muro<br />
invisible nos distanciaba. No traté de congraciarme, no traté de<br />
impresionar<strong>la</strong>. No era, definitivamente, un día para el lobo. La<br />
invité a sentarnos en <strong>la</strong> terraza. Dejé a medio cerrar, como siempre,<br />
<strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> calle. Rebeca se desplomó en una sil<strong>la</strong>.<br />
Entonces me dijo que no volvería más, que le era suficiente con<br />
cuatro o cinco sesiones, que nadie era tan bueno como yo para<br />
enseñar matemáticas, que en unas semanas aprendió más conmigo<br />
que en un curso completo con cualquier profesor de su escue<strong>la</strong>,<br />
y me extendió <strong>la</strong> Historia sexual de <strong>la</strong> nación. Está simpático,<br />
profe, pero no entiendo por qué se l<strong>la</strong>ma así. No tomé el libro de<br />
vuelta, le dije que era un regalo, que si no se lo dedicaba era porque<br />
solo el autor debía hacerlo. Mi corazón galopaba. Cerré los<br />
ojos. Se me fue el mundo. No me di cuenta que estaba de rodil<strong>la</strong>s,<br />
vencido frente a Rebeca, como un cristiano pecador ante <strong>la</strong> cruz<br />
redentora. No pude hab<strong>la</strong>r. No me salieron <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. Rebeca<br />
apretó mi cara contra su vientre y yo estreché su cintura. La fui<br />
mordiendo sin hacerle daño. Hundí más mi nariz entre sus piernas<br />
y mis manos se aferraron a sus nalgas. Un olor salvaje y limpio<br />
me provocó escalofríos. Salté y le chupé los <strong>la</strong>bios. Rebeca me<br />
devolvió el impulso con maestría. Quise aspirar su aliento, sorberlo<br />
de un modo tan fuerte que acabara por tragarme hasta sus<br />
vísceras. Me desprendí de su cuerpo y corrí a cerrar <strong>la</strong> puerta de<br />
<strong>la</strong> calle. Volví tembloroso al cuarto. No me atreví a tocar a<br />
Rebeca mientras se desnudaba. La ayudé a <strong>la</strong>nzar al piso <strong>la</strong> sobrecama<br />
de flores y se dejó caer sobre el colchón. Respiró excitada,<br />
56
NARRATIVA<br />
se alborotó el pelo, abrió <strong>la</strong>s piernas igual que en mis fantasías y<br />
se desplegó ante mí un paisaje rosa, carnoso, protegido por un<br />
diminuto campo de vellos castaños. Rebeca esperó que me desnudara<br />
y nos trenzamos en un abrazo. Lamí sus senos firmes, su<br />
axi<strong>la</strong>, su ombligo, los lunares repartidos a lo <strong>la</strong>rgo del vientre,<br />
chupé su sudor, aspiré, penetré…Rebeca pasó al ataque con una<br />
agilidad de matrona. Su inocencia le dio paso libre a una maestra<br />
del arte porno. Dios existía para mí esa mañana. Jamás estuvo mi<br />
verga tan hermosamente recta, tan bárbara y eficaz sobre el<br />
campo de batal<strong>la</strong>. Al despedirnos, Rebeca me prometió que volvería<br />
a <strong>la</strong> semana siguiente. Esperé aturdido. No pude concentrarme<br />
en algo que no fuera mi última batal<strong>la</strong> de sexo. Rebeca cumplió<br />
su promesa. Pero su cara estaba mustia. Le pregunté si tenía<br />
algún malestar o si habían descubierto nuestra re<strong>la</strong>ción. Juró que<br />
nadie sospechaba ni sospecharía. Nos arrancamos <strong>la</strong> ropa y acabamos<br />
en el piso, gozando sobre <strong>la</strong>s mesas, <strong>la</strong>s sil<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> cama...<br />
Cien veces <strong>la</strong> penetré por donde quise y Rebeca gimió sin temor<br />
a que <strong>la</strong> escucharan. ¡Ay, Rebeca, Mi Carmencita, mi trigueñita<br />
fogosa del segundo piso! Entonces ocurrió lo inesperado: un hilo<br />
de sangre comenzó a escurrirse entre sus muslos hasta manchar <strong>la</strong><br />
sábana. Al darse cuenta, rompió a llorar. No es nada, muchacha,<br />
intenté explicarle. Pero Rebeca lloró sin consuelo. No es nada,<br />
Rebeca, eso le pasa a cualquier mujer, cambiamos <strong>la</strong> sábana y<br />
punto. Si tú no quieres, paramos por hoy, le dije con el temor de<br />
que quisiera parar. Pero el l<strong>la</strong>nto de Rebeca tomó altura y el sexto<br />
sentido me ordenó silencio. Entonces se puso de pie y vi que el<br />
hilo de sangre le llegaba hasta el tobillo. Rebeca se fue descalza<br />
hasta el baño y se sentó en <strong>la</strong> taza del inodoro. Al pararme frente<br />
a el<strong>la</strong>, estaba ya convencido que no era <strong>la</strong> menstruación <strong>la</strong> causa<br />
de su l<strong>la</strong>nto. Le entregué un cubo con agua, un jabón y una toal<strong>la</strong><br />
limpia, revisé en el botiquín, saqué un pedazo de algodón y se lo<br />
di con el blúmer. Regresé al cuarto. La mancha de sangre se había<br />
57
NARRATIVA<br />
vuelto negruzca. Rebeca volvió para acurrucarse en una esquina<br />
del colchón. No quiso hab<strong>la</strong>r sobre el tema. Yo tampoco. Me puse<br />
a acariciar<strong>la</strong> como a un cristal muy fino. Tenía miedo de que el<br />
cuento hubiera terminado apenas en su comienzo. Rebeca, con<br />
voz muy pálida, contó que estaba sorprendida, que debía caer con<br />
el periodo después del dieciocho y apenas estábamos a nueve,<br />
hizo una pausa, cambió su tono a una nota más dramática, pero<br />
evitando ser ridícu<strong>la</strong>, y dijo que yo parecía un hombre especial,<br />
distinto, y por eso iba a contarme lo que en verdad le ocurrió, que<br />
si yo no <strong>la</strong> entendía no <strong>la</strong> entendería nadie… Rebeca me confesó<br />
estar loca por Alicia, <strong>la</strong> amiga que pretendía alqui<strong>la</strong>r un profesor<br />
de matemáticas, que <strong>la</strong>s dos se estuvieron encontrando en un<br />
cuarto donde el dueño les cobraba a treinta pesos <strong>la</strong> hora, pero<br />
Alicia ya no <strong>la</strong> quería, o no sabía querer<strong>la</strong>, porque llevaba una<br />
vida promiscua donde cabían alumnas, alumnos, cocineros, profesores<br />
y cualquiera que le hiciera un cuento chino y <strong>la</strong> invitara a<br />
meterse en <strong>la</strong> cama. Es verdad que decenas actuaban como Alicia<br />
en el Preuniversitario. Pero no Rebeca. No. Imposible. No podría.<br />
Y por culpa de esas diferencias estaban separadas y no tendrían<br />
forma de reconciliarse. Y no tener el amor de Alicia y sentirse<br />
muerta era casi lo mismo.<br />
Yo también, de pronto, comencé a morir. No porque Rebeca<br />
fuera lesbiana… o bisexual, una tendencia en auge. Tampoco<br />
porque esperara amor eterno. Ni siquiera temporal, sino porque<br />
sentía, de un modo inevitable, que una montaña de piedras se<br />
estaba derrumbando sobre mi suerte. Rebeca, ¡Dios mío!, ¿qué<br />
hiciste?, recoge ya mi cadáver, envuélvelo en una bolsa, quémalo<br />
donde mejor te parezca, no dejes ni un mínimo rastro para que <strong>la</strong><br />
justicia no te obligue a responder por <strong>la</strong> muerte de un tipo sucio<br />
hasta los huesos. Desde mi desconcierto le sugerí calmarse y que<br />
volviera a vestirse. Rebeca saltó hacia mí, pegó su cara a <strong>la</strong> mía y<br />
se mantuvo respirando fuerte contra mi oído. Una escena tierna,<br />
58
NARRATIVA<br />
entre ridícu<strong>la</strong> y paternal. ¿Cuánto duró? ¿Dos minutos, tres minutos,<br />
diecinueve? Debíamos separarnos, olvidarnos de esta locura,<br />
tomar cada uno por caminos que no volvieran a juntarse… Pero<br />
una idea re<strong>la</strong>mpagueó en mi cerebro. Yo no sería un rival para<br />
Alicia. Ningún macho lo sería: ni el Marlon Brando de Nido de<br />
ratas, ni el Richard Gere de Gigoló americano o el John Travolta<br />
de Pulp fiction. Pero una criatura exótica y repulsiva sí podría.<br />
Aparté de mi cuerpo el cuerpo de Rebeca, <strong>la</strong> tomé por los hombros<br />
y <strong>la</strong> recosté al colchón. Intentó ofrecer resistencia cuando vio<br />
que mis manos tiraban del blúmer, pero después desistió. Tiré a<br />
un <strong>la</strong>do el blúmer y el algodón y abrí sus piernas de par en par.<br />
¡Bel<strong>la</strong> obra! ¡Bellísima! Rugiente obra de orfebre. Rebeca debió<br />
pensar que solo <strong>la</strong> penetraría. Pero no pudo contener un grito de<br />
sorpresa cuando vio que mi lengua se hundía en el canal descompuesto<br />
de su vulva, adonde entró y salió sin remilgos, volvía a<br />
entrar y salir, investigaba ciegamente arriba, analizaba locamente<br />
abajo, en el fondo, libando y gozando el dulzón salitre de <strong>la</strong> sangre,<br />
el estado esponjoso de <strong>la</strong> vulva en días como aquel. Disfruté<br />
sus jugos más íntimos, tragué sus coágulos veloces. Hice un alto<br />
para mirar a Rebeca. Puro espanto. Lo esperaba. Parece sangre<br />
del grupo AB. Tomé un respiro. Lo digo porque tu sangre,<br />
Rebeca, no tiene tanto salitre, es una sangre con un sabor más<br />
suave, por eso eres tan me<strong>la</strong>ncólica; estoy seguro que <strong>la</strong> de Alicia<br />
pertenece al grupo A, que es una sangre con más salitre y con más<br />
demonio. Cerró temerosa <strong>la</strong>s piernas y protegió su sexo con <strong>la</strong>s<br />
dos manos. Usted está loco, profesor, ¿qué está diciendo?, ¿no<br />
siente asco? Y por qué habría de sentirlo, Rebeca, si en <strong>la</strong> sangre<br />
viajan juntos, en absoluta armonía, <strong>la</strong> vida y <strong>la</strong> muerte; nada en<br />
el mundo pesa más que <strong>la</strong> sangre. ¿Nunca leíste <strong>El</strong> paciente inglés,<br />
de Michael Ondaatje? ¡Qué lástima no tener <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>! Mordí sus<br />
manos, sus pechos, su ombligo, volví con mi lengua a hurgar en<br />
el centro de sus muslos y <strong>la</strong> sangre estalló en su vulva, contra mis<br />
59
NARRATIVA<br />
<strong>la</strong>bios ¿De verdad que no <strong>la</strong> leíste? Usted está loco, profesor, usted<br />
está loco. No estoy loco, Rebeca, soy un vampiro, déjame curarte,<br />
vida, déjame darte todo mi amor. ¿No dice así una canción de<br />
Maná? ¡Oh, rojísimo y glorioso maná de Rebeca! ¡Oh, glorioso<br />
maná a <strong>la</strong> altura de mi hambre! ¿Tenía esta mujercita un mínimo<br />
de conciencia acerca del gran poema que se escurría entre sus<br />
muslos? ¿Del gran poema que un vampiro estaba <strong>la</strong>miendo?<br />
Permanecimos abrazados y desnudos <strong>la</strong> tarde entera, envueltos<br />
en un suave silencio, entre caricias y besos <strong>la</strong>rgos, en una<br />
fiesta para mis cinco sentidos. Pero no nos engañamos con discursos<br />
amorosos ni promesas fatuas. Rebeca se despidió al caer <strong>la</strong><br />
noche. Se despidió sin mirarme a los ojos. No dijo que volvería el<br />
próximo sábado, ni el martes, ni el jueves… ni nunca. No le pregunté<br />
ni le exigí nada. Pasé <strong>la</strong> noche en insomnio, saboreando en<br />
mis instintos su sangre generosa. “<strong>El</strong> corazón es un órgano de<br />
fuego”, escribió Michael Ondaatje… La lengua también. Las lenguas<br />
buscan, bucean, descubren, trasmiten decepciones…y hasta<br />
se enamoran, como escribió el poeta Luis Cernuda o dijo el catalán<br />
Serrat. No sentí asco. No me sentí un tipo perverso. Quizás<br />
amar deba ser un arte muy sucio si en realidad pretende ser un<br />
arte hermoso. Seguí masturbándome con una dignidad invencible.<br />
No es tan desastroso masturbarse cuando uno está más cerca<br />
de los húmedos banquetes del profesor de Lolita que de <strong>la</strong>s húmedas<br />
hambrunas del profesor de Rapsodia…<br />
<strong>El</strong> lunes salí temprano en busca de un librero. Hallé al más<br />
prestigioso: un moreno de frases lentas que juraba hacer lo imposible<br />
para comp<strong>la</strong>cer a los clientes. ¿Usted quiere libros que<br />
hablen de vampiros? Sí, quiero algo; pero, por favor, que no sea<br />
Drácu<strong>la</strong>, esa historia ya pasó de moda. <strong>El</strong> moreno asintió con <strong>la</strong><br />
cabeza. Anne Rice, ¿<strong>la</strong> conoce?, tiene una nove<strong>la</strong> extraordinaria:<br />
Entrevista con el vampiro. No es difícil de conseguir. ¿La que<br />
llevaron al cine? Sí, esa misma… Es una obra fabulosa, pero, si<br />
60
NARRATIVA<br />
me da un p<strong>la</strong>zo aceptable, puedo buscarle joyas mejores. ¿<strong>El</strong><br />
paciente inglés, por ejemplo? Pero esa nove<strong>la</strong> no es de vampiros,<br />
ni <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> tampoco. Óigame, yo <strong>la</strong> vi dos veces, y no creo que<br />
sea una pelícu<strong>la</strong> de vampiros. ¿Quién sabe?, no esté tan seguro: el<br />
arte se presta para múltiples lecturas y múltiples usos. <strong>El</strong> moreno<br />
se encogió de hombros y me pidió un p<strong>la</strong>zo de tres días para cumplir<br />
el encargo. Me pareció un tiempo razonable. Pues en tres días<br />
le lleno <strong>la</strong> bolsa de vampiros y de sangre, ¡ah!, señor, ese tipo de<br />
obras cuesta caro, ¿sabe? Por supuesto, lo que sirve cuesta caro.<br />
Me alegro, señor, que lo sepa. Lo que cueste no es importante,<br />
puedo darle hasta propina. Caminé sin rumbo toda <strong>la</strong> mañana,<br />
tropezando con los transeúntes y pidiendo disculpas. Sobre <strong>la</strong> una<br />
encendí <strong>la</strong> computadora y vi de pronto <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> en b<strong>la</strong>nco,<br />
esperando por mis primeras pa<strong>la</strong>bras, por mi a<strong>la</strong>rgado debut<br />
como escritor de ficciones. Mis manos se enredaron en el tec<strong>la</strong>do<br />
antes de que pudiera escribir <strong>la</strong> primera frase: “Soy un vampiro”.<br />
Escribí sin parar durante seis horas y, desde el amanecer siguiente,<br />
continué inventando fábu<strong>la</strong>s grotescas sobre los grupos sanguíneos,<br />
sobre <strong>la</strong> estrecha re<strong>la</strong>ción entre el color de los ojos y el sabor<br />
de <strong>la</strong> sangre, conté vidas y sobrevidas de vampiros que jamás<br />
existieron, fui amontonando historias que un crítico literario<br />
haría trizas, pero que Rebeca leería con asombro. Tomé un descanso<br />
al sentir un mareo. Estaba hambriento. Compré pollo y<br />
frijoles y comí con apetito. Sentí que tomaba por los cuernos mi<br />
re<strong>la</strong>ción con Rebeca. ¡Ah, Rebeca, cuántos p<strong>la</strong>ceres te dará este<br />
vampiro! Entre un hombre y una lesbiana, una lesbiana; entre una<br />
lesbiana y un vampiro, ya lo veremos, Rebeca. Nada puede ser<br />
más exótico, deseable y repulsivo que un vampiro. Nada esc<strong>la</strong>viza<br />
más que <strong>la</strong>s perversiones. <strong>El</strong> día seña<strong>la</strong>do busqué <strong>la</strong> encomienda.<br />
<strong>El</strong> moreno me entregó <strong>El</strong> paciente inglés, <strong>la</strong> Entrevista… de Anne<br />
Rice, <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> Vampiresas, descarga light de una escritora puertorriqueña,<br />
y el cuento La dama pálida, de Alejandro Dumas, con<br />
61
NARRATIVA<br />
una foto en portada de una mujer exangüe, con un siniestro atractivo,<br />
muy parecida a <strong>la</strong> actriz Mary Astor. Pagué con entusiasmo<br />
aquel<strong>la</strong> carga de chupasangres y fui a poner<strong>la</strong> junto a mis re<strong>la</strong>tos.<br />
Estarían a disposición de Rebeca en nuestro próximo encuentro.<br />
Comencé a preparar una actuación conmovedora: Rebeca, tú eres<br />
me<strong>la</strong>ncólica porque tu grupo sanguíneo…. Entonces abriría para<br />
el<strong>la</strong> <strong>la</strong> página inolvidable de <strong>El</strong> paciente inglés, en <strong>la</strong> que el conde<br />
Almasy descarga sus instintos (bellísimos instintos) de animal<br />
enamorado en <strong>la</strong> vagina de su amante muerta: ¿Qué tiene de<br />
terrible lo que hice? En cierta ocasión el<strong>la</strong> me chupó <strong>la</strong> sangre de<br />
un corte en <strong>la</strong> mano, como yo había probado y tragado su sangre<br />
menstrual. Imaginé <strong>la</strong> cara de Rebeca mientras escuchaba <strong>la</strong><br />
angustia de Almasy. Imaginé <strong>la</strong> cara sórdida de Alicia mientras<br />
escuchaba contar a Rebeca <strong>la</strong> angustia alucinante de Almasy a<br />
través de mi angustia.<br />
Ensayé el performance y esperé por el<strong>la</strong>. Pero no regresó. Un<br />
desánimo cósmico comenzó a invadirme. Crucé varias veces frente<br />
a su casa, pero <strong>la</strong> puerta nunca estuvo abierta. Sentí que ya no<br />
iba a volver. Sentí que se desmoronaba mi papel idiota de vampiro.<br />
Volví a ocultarme en mi soledad como un vampiro se oculta<br />
de <strong>la</strong> luz. Una tarde me tiré vestido en <strong>la</strong> cama, dormí mal durante<br />
una hora, y después fui a <strong>la</strong> cocina para freírme unos huevos,<br />
meterlos dentro de un pan, untarle catsup y mostaza, y acompañarlos<br />
con un té de limón. Cuando me disponía a comer, sonó con<br />
insistencia el teléfono. Desde el otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> línea llegó <strong>la</strong> voz<br />
de C<strong>la</strong>ra. Preguntó por mi salud y mi estado de ánimo. Le respondí<br />
cualquier cosa. Me dijo que había enviado fotos suyas a<br />
Hamburgo, que Marcelita <strong>la</strong> encontró muy bien, más joven y<br />
bel<strong>la</strong> que de costumbre. <strong>El</strong> tono almibarado de C<strong>la</strong>ra pretendía<br />
irritarme. Tal vez estaba teniendo sexo del bueno, o no tenía sexo<br />
de ninguna c<strong>la</strong>se, dos pretextos distintos, pero igual de válidos,<br />
para <strong>la</strong>nzar ataques contra tu antigua pareja. Le respondí que yo<br />
62
NARRATIVA<br />
no había enviado ninguna foto a Hamburgo, pero también haría<br />
lo imposible por acabar siendo más joven y bello que de costumbre.<br />
C<strong>la</strong>ra se rió con gusto. Su risa me provocó náuseas. No pude<br />
impedir que cruzaran por mi cerebro mis últimos años de matrimonio<br />
con el<strong>la</strong>, años repletos de desganos, depresiones, sexo mal<br />
hecho… Entonces decidí agredir<strong>la</strong>: te ríes con risa de vieja menopáusica,<br />
con risa de mujeres que están secas. C<strong>la</strong>ra enmudeció. Mi<br />
estocada le había atravesado el pecho. Mujer decadente, inservible,<br />
mujer sin brillo en los ojos, mujer en guerra con <strong>la</strong> pasión y<br />
el sexo y, casi seguro, con <strong>la</strong> felicidad, ¿de quién pretendes bur<strong>la</strong>rte?,<br />
debí gritarle al teléfono, pero C<strong>la</strong>ra fue muy veloz en el contraataque.<br />
Sí, ya no le daba <strong>la</strong> menstruación, pero estaba viva y<br />
no estaba seca, chilló en mi oído y continuó los insultos sin tomar<br />
aire. No me hagas caso, soy un vampiro, perdona que te pregunte<br />
por <strong>la</strong> sangre, logré a duras penas interca<strong>la</strong>r mis pa<strong>la</strong>bras entre<br />
su rabieta. No eres un vampiro, eres un imbécil. Me harté de<br />
escuchar insultos, colgué el teléfono y terminé de comer. Sobre <strong>la</strong>s<br />
ocho tocaron a <strong>la</strong> puerta. Abrí sin apuro. No imaginé que fuera<br />
Rebeca. De pronto tuve ante mí a una muchacha con el cabello<br />
pintado de rojo estridente, una figura de atleta y un cuaderno<br />
esco<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> mano. Buscaba al profesor Aramís, ¿es usted?, me da<br />
pena molestarlo; pero tengo problemas con <strong>la</strong>s matemáticas. Si<br />
me dices que eres Alicia, te digo que soy Aramís y que puedo<br />
ayudarte con <strong>la</strong>s matemáticas. Sí, c<strong>la</strong>ro que era Alicia, ¿cómo lo<br />
supo? Los vampiros siempre saben quién es quién. Alicia se<br />
cubrió <strong>la</strong> boca con el cuaderno para que no <strong>la</strong> viera reírse.<br />
¿Entonces?, preguntó bajando el cuaderno. Puedo ayudarte, c<strong>la</strong>ro<br />
que puedo. Alicia se acarició <strong>la</strong> cabeza con orgullo. Un color<br />
especial, le dije en un susurro morboso. Me han dicho, profe, que<br />
es un tinte muy agresivo, que parece sangre, ¿qué usted cree?,<br />
¿está muy escandaloso? Estoy por pensar, Alicia, que el escándalo<br />
es lo único que salva al hombre, lo único que lo mejora. Alicia<br />
63
NARRATIVA<br />
pareció no comprender <strong>la</strong> frase, o quizás <strong>la</strong> comprendió a <strong>la</strong><br />
mitad, o <strong>la</strong> entendió como quiso. Tocaba entonces preguntar por<br />
Rebeca. No me decidí. O quizás ya no me interesaba preguntar.<br />
Sin embargo, Alicia me leyó el pensamiento. Rebeca es muy<br />
buena, profe, pero es muy cobarde. No respondí ni a favor ni en<br />
contra. Y tú, por supuesto, Alicia, sí eres muy valiente. Alicia<br />
aseguró que sí, que de haber nacido hombre sería alpinista, o<br />
corredora de motos, o intentaría atravesar en camello el desierto<br />
del Sahara. ¿Te gustan <strong>la</strong>s historias de vampiros, Alicia? Le encantaban<br />
<strong>la</strong>s historias de vampiros. Pues hoy sacaste tu número de<br />
suerte: en esta casa vas a encontrar <strong>la</strong>s mejores, y hasta podrías<br />
leerte <strong>la</strong>s que yo estoy escribiendo. ¿Y qué cuentan sus vampiros,<br />
profe? Mis vampiros se chif<strong>la</strong>n por <strong>la</strong>s personas con sangre del<br />
grupo A, que es sangre de personas atléticas, aventureras y provocadoras.<br />
Alicia me corrigió de inmediato. Entonces es muy<br />
posible que mi sangre no les guste porque mi sangre es del grupo<br />
B positivo. No me perturbó mi desacierto, puse una mano sobre<br />
su cabeza y le di unos golpecitos amables. No te preocupes, los<br />
vampiros de mis <strong>cuentos</strong> son muy flexibles. Alicia comenzó a<br />
mirarme, estoy seguro, con el hechizo macabro de Mary Astor. La<br />
sangre B no está mal, se lo juro, profe. Sobraban ya <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras.<br />
Entonces cerré <strong>la</strong> puerta y pasé el cerrojo sin preocuparme de<br />
nadie.<br />
64
La lista del cubo<br />
Ahmel Echevarría
NARRATIVA<br />
Agradecí haber escuchado <strong>la</strong> bendita a<strong>la</strong>rma del despertador.<br />
La había programado para que tuviera una melodía<br />
grata y al menos fuera dulce mi despertar. A <strong>la</strong>s cinco de<br />
<strong>la</strong> mañana, <strong>la</strong>s notas musicales de The London Bridge is falling<br />
down interrumpieron <strong>la</strong> sucesión de imágenes y sonidos que se<br />
sucedieron dentro de <strong>la</strong>s paredes de mi cabeza durante casi toda<br />
<strong>la</strong> noche.<br />
Me sentía agotado, tenía un <strong>la</strong>rgo día de trabajo con Bob<br />
Esponja y <strong>El</strong> Mexicano, debía estar al vo<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> furgoneta en<br />
un viaje de doscientos ochenta kilómetros y había decidido acostarme<br />
temprano <strong>la</strong> noche anterior. Me fui a <strong>la</strong> cama poco antes de<br />
<strong>la</strong>s nueve de <strong>la</strong> noche y sin <strong>la</strong> ayuda de somníferos caí en el sueño<br />
con el peso de un bloque de acero y concreto. Pero cuando se está<br />
verdaderamente agotado no bastan ocho horas de sueño. Debes<br />
considerar los imprevistos aunque tu p<strong>la</strong>n sea irte a <strong>la</strong> cama y<br />
dormir. Y un imprevisto es <strong>la</strong> hora de despertarse, por más que te<br />
prepares te toma por sorpresa. Por esa razón escogí <strong>la</strong> melodía de<br />
<strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma: The London Bridge is falling down. La bendita a<strong>la</strong>rma.<br />
La dejé sonar. Eran <strong>la</strong>s 5:00 a.m., me quedé acostado boca arriba<br />
tamborileando <strong>la</strong>s notas musicales ejecutadas por el despertador,<br />
hasta que Jane<strong>la</strong> me dio un codazo:<br />
—Ten un poco de piedad, por amor de Dios. Apága<strong>la</strong>… hoy<br />
es domingo.<br />
A pesar de haber elegido <strong>la</strong> melodía de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma, cuando sonó<br />
66
NARRATIVA<br />
el despertador mi corazón <strong>la</strong>tió a mil golpes por minuto, como<br />
tantas veces a lo <strong>la</strong>rgo de mi vida pasé toda <strong>la</strong> noche soñando. Y<br />
al igual que tantas veces a lo <strong>la</strong>rgo de toda mi vida, podía recordar<br />
el sueño. Pero esa vez amanecí con dolor de cabeza —uno de<br />
los que te ta<strong>la</strong>dra el cráneo de <strong>la</strong>do a <strong>la</strong>do—, y <strong>la</strong> clásica transpiración<br />
que mana del cuerpo cuando tienes el papel protagónico<br />
en una buena pesadil<strong>la</strong>. Era un agudo dolor. Como si un caballo<br />
me estuviera pateando <strong>la</strong> sien.<br />
Fui al baño.<br />
Del botiquín tomé un par de calmantes y me miré en el espejo.<br />
Intenté sonreír pero solo alcancé a duplicar una horrible mueca.<br />
Me <strong>la</strong>vé <strong>la</strong> cara. De <strong>la</strong> repisa tomé mi kit mágico: Gillette Mach<br />
3 Turbo, crema hidratante Gillette y colonia Nivea. Tras el rasurado<br />
intenté una segunda sonrisa frente al espejo: lucía como <strong>la</strong><br />
mierda, para colmo tenía un raro sabor en <strong>la</strong> boca.<br />
Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora. Respiro. Y exhalo.<br />
No estoy solo, hay un hombre cruzado de brazos. Al parecer está<br />
esperando por mí. Hay poco menos de diez metros entre él y yo.<br />
Es negro. Una prenda cuelga del brazo de ese hombre, quizá sea<br />
un saco. Un saco gris. <strong>El</strong> negro no lleva corbata y mueve una de<br />
sus manos. Mientras camino a su encuentro ese hombre repite el<br />
mismo gesto. Al parecer me está pidiendo que hue<strong>la</strong>, que respire<br />
profundo. Le devuelvo un gesto a manera de respuesta. Entonces<br />
inhalo, repleto así mis pulmones. Y suavemente exhalo toda<br />
aquel<strong>la</strong> mezc<strong>la</strong>. Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora. Conozco<br />
el color, el olor y hasta el sabor de <strong>la</strong> arena del desierto. Pero<br />
nunca olí el ozono, al menos eso creo, tampoco he escuchado de<br />
alguien que lo haya pa<strong>la</strong>deado. <strong>El</strong> negro camina hacia mí. Su saco<br />
cuelga del hombro. Los días de tormenta huelen a ozono, eso<br />
dicen, es el olor que se siente justo antes de comenzar <strong>la</strong> lluvia. A<br />
electricidad dicen que huele el ozono, el aroma azul de <strong>la</strong> descarga<br />
eléctrica. Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora. Los perros<br />
67
NARRATIVA<br />
no se atreven a comer <strong>la</strong> carne podrida. Ese negro parece tener<br />
más de 60 años, lo de<strong>la</strong>tan <strong>la</strong>s canas y <strong>la</strong>s pocas arrugas de su<br />
rostro. Cuando un negro tiene canas y arrugas ya está bien maduro.<br />
Me saluda con un guiño y una palmada en el hombro. Lo<br />
conozco de algún lugar. Caminamos en silencio, despacio. He<br />
visto a los perros huir con un pedazo de carne en <strong>la</strong> boca. Los he<br />
visto apurar el paso. Cierro los ojos, el negro viejo y yo y un par<br />
de perros estamos en una calle desierta. Es mediodía en<br />
Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya. Estamos en una calle donde solo se<br />
escucha el sonido del viento. Arrastra finos granos de arena, <strong>la</strong>dridos<br />
y el lejano estallido de <strong>la</strong>s bombas. Buena parte de <strong>la</strong>s viviendas<br />
están destruidas. Y los perros huyen con un pedazo de carne<br />
en <strong>la</strong> boca, pero no está podrida. Lo puedo asegurar. Los vi acercarse<br />
a los cuerpos sin vida de los civiles, <strong>la</strong>s bajas del Ejército de<br />
Resistencia o a los soldados muertos. Dan un pequeño rodeo,<br />
olfatean el aire y el suelo. Lamen <strong>la</strong> sangre derramada en el asfalto<br />
cuando se aseguran de que no hay ningún peligro. Y también<br />
<strong>la</strong>men <strong>la</strong>s heridas. Devoran coágulos de sangre, los trozos de sesos<br />
o arrancan un pedazo de carne del cuerpo de los muertos. Como<br />
chacales. Como hienas. Pero es una carne que el calor del asfalto<br />
y el sol de Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya todavía no han descompuesto.<br />
—¿Encontraste <strong>la</strong> felicidad en tu vida…? —dice el negro viejo;<br />
está parado frente a mí, vestido con una camisa b<strong>la</strong>nca, pantalón<br />
gris, el saco lo lleva colgado del hombro; ese negro es Morgan<br />
Freeman, estaba seguro de que lo conocía de algún lugar—, ¿<strong>la</strong><br />
encontraste?<br />
Mientras sonríe miro a los <strong>la</strong>dos. Arena. Ozono. Carne podrida.<br />
Pólvora. Estamos, Morgan y yo, sentados en unas butacas<br />
muy cómodas. Todo es silencio. Solo hay nubes a nuestro alrededor.<br />
<strong>El</strong> cielo, o lo que se alza sobre nuestras cabezas, tiene una<br />
tonalidad que alterna el gris y el amarillo tenue. Arena. Ozono.<br />
68
NARRATIVA<br />
Carne podrida. Pólvora. Respiro profundo. Y exhalo. Espero a<br />
que pasen <strong>la</strong>s nubes. Si digo que impresiona cuanto alcanzo a ver<br />
no es justamente por <strong>la</strong> belleza del panorama. Es solo por <strong>la</strong> altura.<br />
Desde mi butaca todo Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya es un horrible<br />
escenario. Las nubes van a <strong>la</strong> deriva unas detrás de otras, es una<br />
suerte, avanzan despacio, muy despacio. ¿Cúmulos, nimbos,<br />
cirros? Qué más da, son solo nubes muy gruesas y es una verdadera<br />
suerte que apenas permitan ver cuanto sucede abajo. Pero a<br />
nuestras butacas llega el olor de Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya. Sé del<br />
acre olor de <strong>la</strong> pólvora.<br />
—¿Tu vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>…? —dice; debo volver <strong>la</strong><br />
cabeza hacia atrás, Morgan está parado detrás de mi butaca, el<br />
saco cuelga de una de sus manos.<br />
¿Mi vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>?<br />
Pienso en Guni<strong>la</strong> y un dolor muy agudo se c<strong>la</strong>va en mi sien.<br />
“Guni<strong>la</strong>” —digo—. Mi enorme y dulce gata tirada en un callejón,<br />
a media noche; su falda desgarrada, los moretones en los brazos<br />
y muslos, una herida en su cuello. Como un fogonazo, <strong>la</strong> imagen<br />
de esta mujer llega a mi memoria. ¿Por qué <strong>la</strong> muerte de Guni<strong>la</strong><br />
estal<strong>la</strong> en mi memoria? ¿Acaso es cierto que no hice nada por<br />
el<strong>la</strong>? Dios tiene un p<strong>la</strong>n para cada uno de nos<strong>otros</strong> y no nos pone<br />
ante pruebas que no seamos capaces de superar. Eso dicen. Y<br />
siento unas palmadas en mi hombro. Siento un leve apretón.<br />
Morgan me guiña un ojo. Y sonríe. Pienso en Jane<strong>la</strong> da Alma y el<br />
mismo dolor me ta<strong>la</strong>dra <strong>la</strong> cabeza. “Jane<strong>la</strong>” —digo—. Sus <strong>la</strong>rgas<br />
uñas pintadas de rojo, tirabuzones de falso cabello rubio, un feto<br />
sanguinolento en sus manos. Como un fogonazo <strong>la</strong> imagen de<br />
esta mujer llega a mi memoria. Vuelvo a crisparme. Jane<strong>la</strong> me<br />
l<strong>la</strong>mó hiena y asesino cuando intenté convencer<strong>la</strong> de que por el<br />
momento en nuestra re<strong>la</strong>ción no cabía una tercera persona y era<br />
mejor un aborto. ¿Habrá servido para algo que uno de los caimanes<br />
b<strong>la</strong>ncos de ojos azules <strong>la</strong> mirara directamente a los ojos?<br />
69
NARRATIVA<br />
Jane<strong>la</strong> me pidió visitar La Tierra de los Caimanes y así lo hice.<br />
Una amiga le comentó lo de <strong>la</strong> buena fortuna que podrías recibir<br />
si uno de esos caimanes te mira a los ojos. Si te miran debes pedirles<br />
algo, y tu petición se cumplirá. Jane<strong>la</strong> insistió. Le pedí el Ford<br />
a <strong>El</strong> Mexicano. Y <strong>la</strong> llevé a ese parque. Eran cuatro caimanes de<br />
color marfil y unos ojos de un profundo azul. Cuatrocientos kilos<br />
de puro músculo y más de tres metros de <strong>la</strong>rgo. Colmillos, garras,<br />
una piel como de escamas de piedra reseca y b<strong>la</strong>nca. Unos ojos de<br />
un profundo y frío azul. ¿Cómo es posible que un animal tan bien<br />
parecido pueda darte buena fortuna? No éramos los únicos que<br />
habían ido a visitar a los caimanes b<strong>la</strong>ncos. Nos costó llegar y<br />
pararnos junto al enrejado que rodea al estanque de Los Cuatro<br />
Fantásticos. Una de esas bestias se movió en dirección a nos<strong>otros</strong><br />
y levantó su enorme cabeza. Primero miró a Jane<strong>la</strong>, luego a mí.<br />
Vi el rostro de Jane<strong>la</strong> luego de que el caimán <strong>la</strong> mirara; parecía<br />
haber hab<strong>la</strong>do con el mismo Jesús. Y me abrazó. De regreso a<br />
casa me confesó lo que había pedido al caimán: estar juntos por<br />
siempre, tener un bebé. ¿Exactamente cuándo se está listo para <strong>la</strong><br />
llegada de un bebé? Una vez estuve enamorado de una mujer tres<br />
años mayor que yo. Y el<strong>la</strong> de mí. O quizá estuvimos viviendo<br />
dentro de una burbuja de gas alucinógeno durante poco menos de<br />
ocho meses el mismo año en que regresé de Al-Jumhuriya al-<br />
‘Iraqiya. Cierro los ojos y me veo en un apartamento en <strong>la</strong>s afueras<br />
de <strong>la</strong> ciudad. “Jazmín” —digo, y su imagen es un fogonazo en<br />
mi memoria—. Una bel<strong>la</strong> mujer con un nombre de flor; árabe o<br />
persa su nombre, a tono con <strong>la</strong> mitad de sus genes. Pero no éramos<br />
so<strong>la</strong>mente el<strong>la</strong> y yo. Tenía una camada: dos hijos. Me habló<br />
de Dios, de su familia, de su realidad —su realidad era el trabajo<br />
como veterinaria en el Departamento de Control y Cuidado de<br />
Animales, su realidad también era su camada—. Me habló del<br />
sacrificio. Solo pude hab<strong>la</strong>rle de mi realidad y de lo que yo entendía<br />
por sacrificio —mi realidad era mis primeros trabajos con <strong>El</strong><br />
70
NARRATIVA<br />
Mexicano, el ojo de cristal y <strong>El</strong> Albatros; ¿mis sacrificios?: mis<br />
primeros trabajos con <strong>El</strong> Mexicano, el ojo de cristal y <strong>El</strong><br />
Albatros—. Estábamos enamorados y dijo que bien podía rega<strong>la</strong>rme<br />
<strong>la</strong> posibilidad de tener un hijo si pensábamos en serio nuestra<br />
re<strong>la</strong>ción. ¿Estábamos listos para hacer más grande su camada?<br />
En caso de arrepentirme el aborto no era una opción a tener en<br />
cuenta. Jazmín me volvió a comentar <strong>la</strong> posibilidad de tener un<br />
hijo. Solo le pregunté si estaba segura de cuanto me proponía.<br />
Aquel<strong>la</strong> mujer sonrió: “Tener un bebé es un regalo de Dios. Dios<br />
no creó <strong>la</strong> muerte, Dios nos da vida abundante” —dijo cuando<br />
quisimos definir qué tipo de re<strong>la</strong>ción teníamos y hacia dónde nos<br />
estábamos moviendo—. Estábamos enamorados. Pero una burbuja<br />
de gas alucinógeno es solo una burbuja de gas. “Jazmín”<br />
—digo para que en mi memoria perdure el halo de luz tras el<br />
fogonazo.<br />
La mano de Morgan Freeman palmea suavemente mi hombro,<br />
también me rega<strong>la</strong> un suave apretón. Pero qué es el amor. ¿<strong>El</strong><br />
amor es elección? ¿Es libre elección? Y ante mí sonríen Jane<strong>la</strong>,<br />
Guni<strong>la</strong> y Jazmín. ¿Y qué es <strong>la</strong> soledad? ¿Es libre elección el amor?<br />
Pienso en <strong>la</strong> fatalidad. “Jane<strong>la</strong>, Guni<strong>la</strong>, Jazmín” —digo—. <strong>El</strong><br />
amor sería algo así como <strong>la</strong> libre elección de <strong>la</strong> fatalidad.<br />
“Fatalidad” —digo—. Es el haber dado de cara con nuestra parte<br />
más secreta y fatal y jodida de nuestra existencia, de nuestro torcido<br />
ser. ¿Qué es <strong>la</strong> soledad? Es una burbuja de gas el amor. Gas<br />
alucinógeno. O aparentemente alucinógeno. Entrar en <strong>la</strong> burbuja.<br />
Repletar tus pulmones. ¿De eso se trata <strong>la</strong> felicidad? Jazmín,<br />
Guni<strong>la</strong> y Jane<strong>la</strong> caminan alrededor de mí. “Jazmín, Guni<strong>la</strong>,<br />
Jane<strong>la</strong>” —digo—. Me acerco a el<strong>la</strong>s. Con el índice trato de tocar<br />
el rostro de cada una. Pero mi mano <strong>la</strong>s atraviesa. Como si sus<br />
cuerpos estuviesen hechos de gas. Cuando Jane<strong>la</strong> pasa frente a mí<br />
doy un salto hacia el<strong>la</strong>. Entro en el<strong>la</strong>. Respiro profundo. “Jane<strong>la</strong>”<br />
—digo—. Repletar mis pulmones con ese gas que es mi Jane<strong>la</strong> del<br />
71
NARRATIVA<br />
alma. Creo que el amor es pura mezc<strong>la</strong> química. Creo que <strong>la</strong> felicidad<br />
es pura mezc<strong>la</strong> química. Ketamina y cerveza, mi amor.<br />
Special K y Beck’s, mi amor.<br />
—¿Por qué me preguntas? —digo—, ¿a qué viene todo eso de<br />
<strong>la</strong> felicidad?<br />
Morgan sonríe. Está parado frente a mí, poniéndose el saco.<br />
Este viejo me pregunta si luce bien y no solo quiere saber si el saco<br />
está cortado a su medida. Me confesó que estaba a punto de<br />
patear el cubo. Cáncer terminal en los pulmones. Le queda poco<br />
tiempo de vida y tiene una lista de dieciocho deseos a cumplir.<br />
Morgan quiere completar su Lista del Cubo y al parecer lo hará<br />
con estilo. Con mucho estilo. Debería darse un salto hasta La<br />
tierra de los Caimanes para visitar a Los Cuatro Fantásticos.<br />
Cuatrocientos kilos de puro músculo, más de tres metros de <strong>la</strong>rgo,<br />
una piel como de conchas de piedra b<strong>la</strong>nca y ojos de un profundo<br />
y frío azul. Algo pasa cuando te miran.<br />
—Luces estupendo, Morgan. ¿Por qué me preguntas?<br />
Se atreve con unos pasos de baile. No lo hace mal para su<br />
edad, para el cáncer que le está devorando los pulmones. En realidad<br />
no es Morgan Freeman, sino Carter Chambers, uno de los<br />
protagonistas de The Bucket List, pero entiende que es consigo.<br />
Solo estamos él y yo.<br />
Morgan levanta el índice, con un gesto me pide mirar a nuestro<br />
alrededor: dos butacas muy cómodas, nubes y cielo —o lo que<br />
se alza sobre nuestras cabezas.<br />
—Los antiguos egipcios creían que al morir, cuando <strong>la</strong>s almas<br />
llegaban al cielo, los dioses le preguntaban dos cosas —dice, está<br />
sentado en el brazo de mi butaca—. Las respuestas determinaban<br />
si el difunto entraba o no al cielo.<br />
Sonrío.<br />
—Hay dos butacas, nubes y cielo —digo; también intento<br />
mirar hacia abajo, pero no consigo ver a través de <strong>la</strong>s nubes.<br />
72
NARRATIVA<br />
¿Entonces dónde estamos Morgan y yo? <strong>El</strong> cielo tiene una<br />
tonalidad que alterna el gris y el amarillo tenue. Morgan se alisa<br />
el pantalón, también el saco y me pide, con un gesto, respirar<br />
profundo.<br />
Arena. Ozono. Carne podrida. Pólvora.<br />
Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Respiro profundo. Y<br />
despacio libero cuanto hay en mis pulmones. No estoy solo, hay<br />
un hombre sentado en el medio de <strong>la</strong> calle. Es b<strong>la</strong>nco. Un saco<br />
beige cuelga de su hombro. Hay poco menos de diez metros entre<br />
ese hombre y yo. Espera por mí. Hace un gesto con el que me pide<br />
ir a su encuentro. No sé cómo puede soportar, sentado en el<br />
medio de <strong>la</strong> calle, el sol del mediodía. Con otro gesto me pide<br />
respirar profundo. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Aspiro.<br />
Y exhalo despacio. Estoy frente a él, los rasgos de su cara dicen<br />
que además de tener poco más de 60 años es Jack Nicholson o<br />
alguien muy parecido. Es el leve viento de Al-Jumhuriya al-<br />
‘Iraqiya al mediodía y entra por <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s del todoterreno.<br />
Somos cinco: cuatro soldados y Jack. Vamos despacio. Arena,<br />
sudor, carne podrida y ozono es cuanto trae <strong>la</strong> brisa. Vamos en<br />
una pequeña caravana que avanza por una calle desierta.<br />
Escombros a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> de <strong>la</strong> calle. Fachadas destruidas. Cuerpos<br />
inertes bajo el sol. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono. Se escucha<br />
el <strong>la</strong>drido de algún perro, el monótono sonido del motor,<br />
lejanos estallidos.<br />
—¿Encontraste <strong>la</strong> felicidad en tu vida…? —dice Jack; está<br />
sentado al <strong>la</strong>do del chofer, viste una camisa b<strong>la</strong>nca a medio abrochar,<br />
pantalón beige; el saco lo lleva sobre <strong>la</strong>s piernas—, ¿<strong>la</strong><br />
encontraste?<br />
Con un gesto nos pide que hagamos silencio y que miremos<br />
cuanto acontece fuera del todoterreno. Al parecer hay combatientes<br />
del Ejército de Resistencia apostados entre <strong>la</strong>s ruinas, en <strong>la</strong>s<br />
azoteas. Avanzamos despacio. No nos quedaba otro remedio. Si<br />
73
NARRATIVA<br />
hay algo peor que el combate tal vez lo sea <strong>la</strong> aparente quietud en<br />
un terreno desconocido, donde hay quienes desean no verte jamás<br />
y están dispuestos a vestir una muda de ropas cortada o no a <strong>la</strong><br />
medida, pero que sí incluye un par de accesorios: un detonador y<br />
explosivos —<strong>la</strong> combinación ideal para invitarte a un último<br />
baile.<br />
Miro a los <strong>la</strong>dos mientras Jack sonríe. Hay tres todoterrenos<br />
abandonados. A través de <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> examino <strong>la</strong>s fachadas y lo<br />
que puedo ver de algunas azoteas. <strong>El</strong> viento de Al-Jumhuriya al-<br />
‘Iraqiya penetra en mi nariz. Arena. Sudor. Carne podrida.<br />
Ozono. Cuento ocho soldados caídos. Para el chofer son nueve.<br />
Varios cuerpos están destrozados. Quizá le dispararon con un<br />
RPG-7 desde alguna azotea o una bocacalle. Algunos cuerpos se<br />
pudren dentro de los hierros torcidos de los tres todoterreno destruidos.<br />
Otros se hinchan al sol, sobre <strong>la</strong> calle. De los soldados<br />
muertos, dos aún agarran sus M16A2; aprietan los fusiles contra<br />
el pecho. Como si tras <strong>la</strong> muerte esperaran un nuevo combate,<br />
otra emboscada antes de ganar el cielo o lo que sea esperaban<br />
ganar.<br />
Jack está parado en medio de <strong>la</strong> calle y mira a <strong>la</strong>s azoteas, al<br />
cielo. Abre los brazos y sonríe. Respira profundo. Y traga una<br />
gran bocanada. Lleva el saco colgado al hombro. Me pide respirar<br />
profundo, basta con un gesto suyo para entenderlo. Conozco<br />
ese olor, el viento lo deja impregnado en <strong>la</strong> piel. Cierro los ojos y<br />
pienso entonces en Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya. “Al-Jumhuriya al-<br />
‘Iraqiya’ —digo—. “Sam” —digo—. Y como si fuera un fogonazo<br />
a mi memoria llega <strong>la</strong> imagen de una mezquita al mediodía, el<br />
lejano estallido de una bomba, y ese a<strong>la</strong>rido en el que se escucha:<br />
“Al<strong>la</strong>hu akbar…” ¿Dios es grande? ¿Pero quién soy para negarlo?<br />
¿O quién soy, sino un homúnculo, para negar que estamos hechos<br />
a su imagen y semejanza, que Él antepuso su muerte para darnos<br />
<strong>la</strong> vida a nos<strong>otros</strong>?<br />
74
NARRATIVA<br />
Muchas gargantas gritan: “Al<strong>la</strong>hu akbar”. Un dolor agudo<br />
detona entre <strong>la</strong>s paredes de mi cabeza. Siento unos golpecitos en<br />
mi casco, luego un apretón en mi hombro. Jack está sentado a mi<br />
derecha dentro del todoterreno, el saco cuelga sobre uno de sus<br />
hombros.<br />
—¿Tu vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>…? —dice; con un gesto<br />
me pide que esté atento, que preste mucha atención a <strong>la</strong>s azoteas.<br />
—¿Por qué me lo preguntas?<br />
En realidad este sesentón no es Jack Nicholson, sino Edward<br />
Cole, uno de los protagonistas de The Bucket List, pero entiende<br />
que es consigo. Lo he l<strong>la</strong>mado de ese modo desde que me pidió ir<br />
a su encuentro. Jack se arreg<strong>la</strong> el cabello y vuelve a sonreír.<br />
¿Mi vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>? Entonces cierro los ojos y<br />
pienso en Sam. “Sam” —digo—. Y me sorprende un estallido. Un<br />
fogonazo. Quizá fue una mina sembrada en <strong>la</strong> calle. Quizá fue un<br />
disparo de un RPG-7 desde cualquier azotea. Jack me lo advirtió.<br />
Debíamos estar atentos. Ni los Abrams escapan al disparo de esos<br />
<strong>la</strong>nzacohetes.<br />
<strong>El</strong> todoterreno pierde el rumbo y se impacta contra una fachada.<br />
<strong>El</strong> chofer es un amasijo de carnes, huesos, te<strong>la</strong> y sangre mezc<strong>la</strong>do<br />
con trozos de acero. También el copiloto. <strong>El</strong> estallido viene<br />
acompañado de un fogonazo. Me ta<strong>la</strong>dran <strong>la</strong> memoria. Siento<br />
unas palmadas y un apretón. Me vuelvo. Jack está junto a mí:<br />
—¿Tu vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>…?<br />
Apenas puedo verlo. Logro quitar un poco del líquido que me<br />
nub<strong>la</strong> <strong>la</strong> vista. Sangre. La sangre es <strong>la</strong> sede de <strong>la</strong> vida —eso dice<br />
<strong>El</strong> Mexicano—, <strong>la</strong> sangre no debe ser derramada; perder sangre<br />
es perder algo de vida. Pero <strong>la</strong> fe no es c<strong>la</strong>ra con <strong>la</strong> vida eterna.<br />
¿O sí? Es sangre y quizá fue un chorro que manó de <strong>la</strong> cabeza del<br />
chofer o del cuerpo del copiloto. Y siento un agudo dolor. Es mi<br />
ojo. Ahora lo sé. Una esquir<strong>la</strong> se c<strong>la</strong>vó en mi ojo derecho. Con un<br />
leve gesto Jack me dice que debo salir del todoterreno, seña<strong>la</strong><br />
75
NARRATIVA<br />
hacia una puerta abierta y corro hacia allí. <strong>El</strong> resto de <strong>la</strong> caravana<br />
ha sido destruida. Unos pocos logramos salir medio vivos.<br />
Estamos dispersos, medio vivos y solos, cada cual parapetado<br />
donde alcanzó a refugiarse. ¿Dios está con nos<strong>otros</strong>? ¿Quién soy<br />
para decir lo contrario? Dios no creó <strong>la</strong> muerte. Dios nos da vida,<br />
vida abundante. Eso dicen. Y Jack me mira. Sonríe. Eso sí, el<br />
trance de <strong>la</strong> vida a <strong>la</strong> muerte es bien doloroso —eso dice <strong>El</strong><br />
Mexicano—. Disparos. Arena. Sudor. Carne podrida. Ozono.<br />
Conozco el olor y el sabor de <strong>la</strong> arena de Al-Jumhuriya al-<br />
‘Iraqiya. La calma en un lugar como Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya<br />
tiene un raro y tenue olor. Así debe oler el ozono. La calma que<br />
se rompe tiene el aroma azul del arco eléctrico. Conozco el agrio<br />
sudor cuando el sol cae vertical y nos va cocinando desde <strong>la</strong>s tripas.<br />
Es bien sa<strong>la</strong>do el sudor. Olemos como si ya estuviéramos<br />
muertos. Cuerpos que se agarrarán a sus fusiles incluso después<br />
de <strong>la</strong> muerte. Cuerpos a <strong>la</strong> espera de <strong>la</strong> última emboscada, esa que<br />
quizá nos impida ganar el cielo o lo que creemos vamos a ganar.<br />
“Sam” —digo cuando Jack me da un codazo e indica que algo se<br />
mueve allá en el todoterreno—. Sam grita. Intento salir para<br />
sacarlo del todoterreno y traerlo conmigo, pero el sesentón y <strong>la</strong>s<br />
ba<strong>la</strong>s que estal<strong>la</strong>n en <strong>la</strong> fachada me lo impiden. Sam grita. No<br />
puede moverse. Está atorado entre los hierros. Dios nos da vida<br />
en abundancia, pero es muy doloroso el tránsito de <strong>la</strong> vida a <strong>la</strong><br />
muerte. Eso dicen. Y Sam parece estar varado en <strong>la</strong> mitad del<br />
camino entre <strong>la</strong> vida y <strong>la</strong> muerte. ¿Acaso no es justo que <strong>El</strong> Padre,<br />
<strong>El</strong> Hijo, o <strong>El</strong> Espíritu Santo hagan algo por este chico? Solo bastaría<br />
un rápido pase de manos de <strong>la</strong> Santísima Trinidad para que<br />
saque a Sam de ese atol<strong>la</strong>dero. Pero Sam me mira a mí. Sus a<strong>la</strong>ridos<br />
están dirigidos a mí. ¿Por qué a mí? ¿Por qué no le pide a su<br />
Dios? ¿Acaso este era el p<strong>la</strong>n de Dios diseñado para este chico?<br />
Quizá no fue dócil, quizá no se dejó guiar. Pobre Sam pecador.<br />
Dice <strong>El</strong> Mexicano que los cristianos tienen mesa común, pero no<br />
76
NARRATIVA<br />
lecho o cama común. ¿Qué habrás hecho, Sam? Dios escribe derecho<br />
pero con renglones torcidos. Es muy jodido el re<strong>la</strong>to que Dios<br />
ha escrito para ti, Sam. ¿Qué habrás hecho? Siento un puntapié<br />
en mi pantorril<strong>la</strong>. Jack está de pie. Las ba<strong>la</strong>s impactan contra el<br />
todoterreno y <strong>la</strong> fachada de <strong>la</strong> casa donde nos hemos ocultado.<br />
Con un gesto Jack me pregunta cómo luce. Este sesentón no solo<br />
quiere saber si el saco está cortado a su medida. Me confesó estar<br />
a punto de patear el cubo. Cáncer terminal en los pulmones. Le<br />
queda poco tiempo de vida y tiene un amigo que ha hecho una<br />
lista de dieciocho deseos a cumplir. Se l<strong>la</strong>ma Carter Chamber.<br />
Jack quiere que a su amigo se le cump<strong>la</strong>n cada uno de los deseos.<br />
Lo ayudará, lo acompañará, y al parecer lo hará con estilo. Con<br />
mucho estilo.<br />
—Luces estupendo —digo—, ¿pero por qué me has hecho esas<br />
preguntas sobre <strong>la</strong> felicidad?<br />
Se alisa el pelo. Sonríe. Y se atreve con unos pasos de baile.<br />
No lo hace nada mal para su edad, para el cáncer que le está<br />
devorando los pulmones. Levanta el índice y con un gesto me pide<br />
mirar otra vez hacia el todoterreno. Tomo el fusil. Dios escribe<br />
derecho pero con renglones torcidos. Y como soy zurdo y me han<br />
jodido el ojo derecho no necesito esforzarme para hacer un buen<br />
disparo. Es una vieja rutina. Aguantar <strong>la</strong> respiración, colimar,<br />
apretar el gatillo un par de veces. Y reviento <strong>la</strong> cabeza y el pecho<br />
de dos árabes que iban por Sam. ¿Acaso este era el p<strong>la</strong>n de Dios<br />
diseñado para este chico? Aguantar <strong>la</strong> respiración, colimar, apretar<br />
el gatillo. Y con un par de disparos termino <strong>la</strong> agonía de Sam.<br />
—Los antiguos egipcios creían que al morir, cuando <strong>la</strong>s almas<br />
llegaban al cielo, los dioses le preguntaban dos cosas —dice, Jack<br />
está parado bajo el umbral de <strong>la</strong> entrada—. Las respuestas determinaban<br />
si el difunto entraba o no al cielo.<br />
Sonrío. ¿Dónde estamos Jack y yo? Aspiro profundo. Dice <strong>El</strong><br />
Mexicano que el temor a Dios debe ser traducido como temer<br />
77
NARRATIVA<br />
alejarse de Dios, apartarse, olvidar sus consejos y ser un irremediable<br />
pecador. <strong>El</strong> Mexicano también dice que el pecado es una<br />
obra de muerte. Y exhalo todo el aire apresado en mis pulmones.<br />
<strong>El</strong> Dios que nos ha tocado en suerte debe ser todo amor. Quién<br />
soy para negarlo. Qué soy sino un homúnculo. Y Jack hace un<br />
gesto de negación mientras vuelve a sonreír, porque ve cómo<br />
aprieto el fusil contra mi pecho.<br />
Terminé el desayuno: yogurt de frutas, café, un par de huevos<br />
y tostadas. Incluso me serví un pedazo de pastel de manzanas<br />
horneado por Jane<strong>la</strong>. Pero a lo <strong>la</strong>rgo del desayuno persistió en mi<br />
cabeza el dolor, retazos del sueño y <strong>la</strong>s preguntas de Jack y<br />
Morgan.<br />
Fui al baño. Puse bastante Colgate de eucalipto en el cepillo e<br />
insistí sobre mi lengua. <strong>El</strong> sabor a carne podrida, arena, pólvora<br />
y ozono al levantarme era una ma<strong>la</strong> pasada que quería jugarme<br />
mi cerebro. Incluso me cepillé dos veces <strong>la</strong> boca y tragué un poco<br />
de Colgate. Me esperaba una <strong>la</strong>rga jornada de doscientos ochenta<br />
kilómetros tras el vo<strong>la</strong>nte de una furgoneta y temía que volviera<br />
a sentir toda aquel<strong>la</strong> mezc<strong>la</strong> de sabores y con el<strong>la</strong> el recuerdo de<br />
cada fragmento de mi sueño.<br />
78
En menudos pedazos<br />
Jorge Ángel Pérez
NARRATIVA<br />
A quienes, en La Habana, están desechos.<br />
Cuando Ramón queda conforme con el cierre de un negocio<br />
aprieta bien los ojos, respira fuerte y levanta su brazo<br />
derecho, sonríe mirando los dedos tan abiertos, los que<br />
forman, como dice, cuatro uves de Victoria. Ramón sonríe y se<br />
persigna. Es rápido el movimiento de su diestra para hacer <strong>la</strong><br />
cruz. Ramón sueña que saltó bien alto auxiliado por <strong>la</strong> pértiga,<br />
imagina que fue rápido el arranque y que avanzó preciso:<br />
subiendo, ascendiendo más, que afirmó <strong>la</strong> vara y traspasó el<br />
listón. A Ramón le habría gustado saltar mejor que Bubka, ir<br />
veinte centímetros más allá de los seis metros. Ramón sueña,<br />
imagina, pero solo por un rato, mientras aleja con sus párpados<br />
<strong>la</strong> luz. La felicidad de Ramón esta emparejada con <strong>la</strong> cinta<br />
horizontal y muy altamente levantada, su felicidad, su suerte,<br />
dura solo los segundos que coinciden con <strong>la</strong> cerrada oscuridad. Es<br />
que Ramón está deshecho, a Ramón le faltan <strong>la</strong>s dos piernas, a<br />
Ramón le falta un brazo, es el izquierdo.<br />
Ramón anda y desanda <strong>la</strong>s calles de La Habana, muletea, pega<br />
fuerte en el asfalto y se luce en el golpeteo de adoquines. A veces<br />
se bur<strong>la</strong> de su paso cuando avanza, dice que el ritmo es parecido<br />
al de <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ves: madera contra madera. Cuando sale de su casa de<br />
Aguiar, de su cuarto de entresuelo, lo que menos le gusta es bajar<br />
<strong>la</strong>s escaleras, cada vez le parece que pierde el equilibrio y que va<br />
80
NARRATIVA<br />
a romperse <strong>la</strong>s narices. Nunca dijo nada pero mucho se le nota el<br />
temor a perder <strong>la</strong> armonía que precisa su descenso, que al levantar<br />
<strong>la</strong> muleta no pueda reafirmar<strong>la</strong> sobre el suelo. No pide ayuda,<br />
pero a Crema, el aguador, le permite que lo auxilie. Es que el<br />
Crema sabe muy bien restarle patetismo a aquel<strong>la</strong> escena. <strong>El</strong><br />
Crema lo toma entre sus brazos para hacerlo bajar <strong>la</strong>s escaleras y<br />
dice, mientras desciende, que Ramón está igualito a <strong>la</strong> bandera de<br />
Bonifacio Byrne; deshecho en menudos pedazos, entonces Ramón<br />
se carcajea y asegura que cualquier día lo ayuda en el negocio de<br />
vender el agua, si quiere sube dos cubos hasta <strong>la</strong> casa de Esteban,<br />
y muestra su manquera, levanta <strong>la</strong> muleta. A veces lo ayudan<br />
<strong>otros</strong> a bajar, pero no le gusta tanto, le parecen muy solemnes, y<br />
<strong>la</strong>s voces que ofrecen el auxilio se le antojan rimbombantes.<br />
Ramón rechaza a quien le ofrece compasión y rápido se aleja, a<br />
veces se le olvida dar <strong>la</strong>s gracias. Únicamente Esteban, el obsesionado<br />
con el agua, quedó sin enterarse del accidente que dejara sin<br />
piernas a Ramón.<br />
Ramón anda y desanda por <strong>la</strong> calle del Obispo y da vueltas en<br />
<strong>la</strong> p<strong>la</strong>za que prefiere, <strong>la</strong> de Armas. Ramón se exhibe frente a <strong>la</strong><br />
Catedral y se deja retratar haciendo saltos, piruetas muy pequeñas.<br />
Ramón no pide una moneda y mucho menos un billete, pero<br />
a veces se lo dan. Ramón dice que no muestra <strong>la</strong> tristeza porque<br />
entonces le huyen los turistas, y que sus muti<strong>la</strong>ciones son ahora<br />
su fortuna. Sonríe y muestra lo perfecto de sus dientes; son b<strong>la</strong>ncos,<br />
parejitos y posando en <strong>la</strong> sonrisa. Cualquier día encuentra<br />
una mujer, a fin de cuentas le queda aún <strong>la</strong> pértiga, dice y vuelve<br />
a sonreír.<br />
Fue siempre el salto su obsesión, y parecía que iba a conseguirlo.<br />
Ramón saltaba sobre sus pies e impulsado con sus manos y <strong>la</strong><br />
pértiga. <strong>El</strong> muchacho era feliz <strong>la</strong>nzándose hacia el cielo. “Voy a<br />
ser mejor que Bubka”, y parecía que iba a conseguirlo. Ramón<br />
estuvo siempre encandi<strong>la</strong>do con los brincos y estaba harto del<br />
81
NARRATIVA<br />
so<strong>la</strong>r, de <strong>la</strong> indigencia, él sería un triunfador. Para su primer salto<br />
a <strong>la</strong> gloria lo esperaba Nueva York, <strong>la</strong> tierra en La Habana no era<br />
firme para fijar <strong>la</strong> pértiga. Él soñaba con <strong>la</strong> vara arqueada y el<br />
impulso último, los pies sobre <strong>la</strong> cinta, su cuerpo en arco y <strong>la</strong><br />
caída. Ramón soñaba con sus manos levantadas, abiertas, como<br />
en <strong>la</strong> V de <strong>la</strong> Victoria, sus pies hundidos en el colchón. Mucho<br />
más de seis metros en el salto, veinte centímetros, quizá otro<br />
poco. Un fuerte impulso, un perfecto brinco. Ramón imaginaba<br />
sus eventos neoyorquinos y a su madre ga<strong>la</strong>na en medio de <strong>la</strong>s<br />
gradas, ap<strong>la</strong>udiendo, dando vivas; y a su muchacha ataviada,<br />
muy florida en el vestido, protegida del sol con espejuelos oscurísimos.<br />
Una noche estuvo dibujando hasta muy tarde, no lo hacía tan<br />
mal. Entonces se dibujó sosteniendo <strong>la</strong> vara <strong>la</strong>rga: era muy alta,<br />
bien arqueada, y era él quien se elevaba, quien bordeaba con sus<br />
curvas un rascacielos en Nueva York. Para que no aparecieran<br />
dudas escribió su nombre en <strong>la</strong> camiseta del muñeco saltador, y<br />
Nueva York en lo más alto del rascacielos. En <strong>la</strong> mesa apostó el<br />
dibujo, era <strong>la</strong> señal de que se había marchado. Prefirió no despedirse<br />
de su madre, temía que intentara disuadirlo. Largas <strong>la</strong>s<br />
piernas que lo llevaron al camino. Alto, erguido, ágil el muchacho.<br />
Y Ramón regresó, ya no ágil, ya no erguido.<br />
Bien sabía que Nueva York estaba lejos y que no sería muy<br />
fácil hacer el viaje. No fue vencer el trecho por el mar lo que<br />
escogió. <strong>El</strong> mar era furioso, era inasible. Ramón entendía mejor<br />
al viento, a <strong>la</strong>s alturas. Viajó a Oriente, hasta Guantánamo llegó.<br />
A fin de cuentas, él podía traspasar <strong>la</strong> val<strong>la</strong> sin tocar<strong>la</strong>; entre <strong>la</strong><br />
varil<strong>la</strong> y el a<strong>la</strong>mbre del cercado no había tanta diferencia, <strong>la</strong>s dos<br />
estaban tendidas en <strong>la</strong> altura y él tenía una pértiga en sus manos.<br />
Nada le resultaba más gustoso que andar asido a su asta <strong>la</strong>rga.<br />
Prefería el salto, y no tenía otra opción que no fuera <strong>la</strong> escapada,<br />
82
NARRATIVA<br />
pero nunca por el mar. Ramón estudió el viento y tomó un extremo<br />
de <strong>la</strong> pértiga, se aferró a el<strong>la</strong>, levantado el extremo más lejano<br />
se puso a andar. Sabía que era importante <strong>la</strong> destreza, <strong>la</strong> concentración<br />
y el salto. Ramón se movilizó ligero, más que el viento,<br />
con <strong>la</strong> sutileza de un soplido. Ramón escogió afincarse con <strong>la</strong><br />
pértiga y saltó.<br />
<strong>El</strong> extremo afirmado de <strong>la</strong> vara activó el dispositivo de <strong>la</strong><br />
mina, y no se ade<strong>la</strong>ntó el saltarín, no fue al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cerca,<br />
no llegó a donde quería, él se elevó y cayó en pedazos menudos,<br />
muy cerca de donde comenzara su carrera. Y no pensó en el fracaso<br />
mientras se elevaba. Supuso un salto altísimo, el mayor, y<br />
que los dioses de su madre lo ayudaban, que en unos días estaría<br />
en Nueva York. Ramón hizo rápido <strong>la</strong> cruz sobre su pecho, mientras<br />
<strong>la</strong> altura lo encumbraba, y cerró los ojos creyendo que caería<br />
apoyado en sus dos pies. No hubo dolor, al menos al principio, y<br />
no hubo l<strong>la</strong>nto, ni un quejido. Ramón creyó que había ganado,<br />
que estaba al otro <strong>la</strong>do del a<strong>la</strong>mbre. Ramón creyó que el salto era<br />
el inicio del camino a Nueva York, pero sus sueños fueron rotos,<br />
se hicieron trizas en <strong>la</strong> altura.<br />
Cada vez hace <strong>la</strong> cruz antes de ponerse a caminar aferrado a<br />
su sostén. Entendió <strong>la</strong> muleta como pértiga: fiel a su afición se fijó<br />
a <strong>la</strong> de madera. Ramón no se dejó ver en jimiqueo, y dio gracias<br />
a los dioses de su madre porque lo alejaron de <strong>la</strong> muerte, a fin de<br />
cuentas <strong>la</strong> muleta era familia de <strong>la</strong> pértiga, y él un hijo de San<br />
Lázaro. Fue Babalú quien le quitó <strong>la</strong>s piernas y le alejó <strong>la</strong> muerte,<br />
eso arguyó <strong>la</strong> madre, y él asintió, y anduvo osci<strong>la</strong>ndo, tambaleándose,<br />
vaci<strong>la</strong>nte. Ramón no dejó que notaran su tristeza, escogió<br />
<strong>la</strong>s noches para el l<strong>la</strong>nto y estuvo triste mucho tiempo, quizá lo<br />
esté todavía. ¿Qué iba a hacer en lo ade<strong>la</strong>nte? ¿Qué iba a ser? A<br />
Ramón se le truncó tanta esbeltez, tanta apostura.<br />
“No soy pa’ ti”. Decía Ramón al maricón de al <strong>la</strong>do mientras<br />
bajaba o subía de a tres los escalones y caía firme. “No soy pa’<br />
83
NARRATIVA<br />
ti”, dijo siempre para responder a Jorge Ángel, a sus coqueteos.<br />
“¿Y ahora eres pa’ mi?” Pregunta su vecino cuando lo ve bajar de<br />
a trancos dudosos, pequeñitos. “¿No eres pa’ mi? Pregunta el<br />
maricón que también responde, “C<strong>la</strong>ro que no, llegaste tarde, yo<br />
no como picadillo”. Ramón sonríe con <strong>la</strong>s ocurrencias del vecino,<br />
él y Crema son los únicos que no le muestran compasión. Ramón<br />
prefiere que lo traten como antes, y si es preciso que hagan bromas<br />
aunque lo enfrenten a una realidad a <strong>la</strong> que teme, que le<br />
duele mucho. Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba antes merme<strong>la</strong>da y ahora<br />
picadillo. Todo cambió, nada es igual, antes era campana y ahora<br />
mucho silencio, piensa Ramón, se dice él mismo, y recuerda sus<br />
gemelos perfectos, sus talones, los pies <strong>la</strong>rgos y de arcos pronunciados.<br />
¿A qué lugar fueron a dar los metatarsianos y sus dedos<br />
de <strong>la</strong> mano izquierda? Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba antes merme<strong>la</strong>da,<br />
y ahora picadillo.<br />
Ramón altísimo saltó, y cayó profundo, desarmado. Y extraña<br />
un montón de cosas; el balón sobre el empeine de su pie derecho,<br />
luego en el izquierdo, y el golpeteo incesante que ejercita. Siempre<br />
en <strong>la</strong> puerta del so<strong>la</strong>r, y los vecinos pidiendo cada día que saltara,<br />
y hasta improvisaban; <strong>la</strong> varil<strong>la</strong> era una soga altamente amarrada<br />
en sus extremos, y consiguieron también un colchón viejo para<br />
amortiguar el golpe, para que el saltador no se dañara en <strong>la</strong> caída.<br />
Siempre los brazos abiertos, como en <strong>la</strong> V de Victoria, porque en<br />
triunfo terminaba cada salto, porque Gloria era el nombre de su<br />
madre, y Victoria el de su hermana. Ramón saltaba y salían los<br />
curiosos, se llenaban los balcones, y había ap<strong>la</strong>uso, algarabía.<br />
Solo su madre protestaba; asomada a un balcón y desgreñada,<br />
daba a<strong>la</strong>ridos, se quejaba, anunciaba un accidente, impugnaba el<br />
salto.<br />
Ramón adoró siempre <strong>la</strong>s apuestas, más <strong>la</strong>s que involucraban<br />
sus brincos; de cada ganancia le tocaba un poco, a fin de cuentas<br />
era él quien arriesgaba más. Ramón decía que en eso aventajaba<br />
84
NARRATIVA<br />
a los caballos. Entonces se paraba el tráfico, y los apostadores<br />
hacían mediciones, gritaban sin recato, sin temor a que apareciera<br />
un policía que mandara parar <strong>la</strong> fiesta. Ramón saltaba y abría los<br />
brazos después de <strong>la</strong> caída, sonreía, tomaba a<strong>la</strong>rdeando su dinero.<br />
“Mucho más tendré en Nueva York”, y se l<strong>la</strong>maba campeón él<br />
mismo, y todo el vecindario vitoreaba. Por esos días muchos envidiaron<br />
los saltos de Ramón y el dinero que metía en sus bolsillos.<br />
Muchos lo invitaban a saltar y él aceptó siempre con <strong>la</strong> única<br />
condición de ser quien contro<strong>la</strong>ra <strong>la</strong>s apuestas. Era conocido en<br />
cada rincón de La Habana Vieja, en toda <strong>la</strong> ciudad, y <strong>la</strong>s apuestas<br />
crecían cada vez, cambiaban de barrio. Ramón era feliz en medio<br />
de sus saltos, y después. Cada noche iba a bai<strong>la</strong>r, si algo añora,<br />
eso es el baile, y a <strong>la</strong> muchacha que desapareció después del accidente.<br />
Su madre dice que lo advirtió pero que a él le tocaba decidir.<br />
Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba merme<strong>la</strong>da y ahora picadillo. Jorge<br />
Ángel, que no cesa, lo invita a bai<strong>la</strong>r c<strong>la</strong>qué, insiste, quiere saber<br />
si no se aburre, si quiere lo invita a un trago. “Entra, acompáñame<br />
en el c<strong>la</strong>qué. Si tú haces de Fred Astaire yo seré tu Ginger<br />
Rogers”. Tanto insistió Jorge Ángel, que Ramón terminó aceptando<br />
y tomó el trago que el maricón sirvió, luego admitió uno más,<br />
y muchos. Después de tanto beber le apareció <strong>la</strong> tristeza. <strong>El</strong> alcohol<br />
trajo una angustia recia que Jorge Ángel no esperaba, y vino<br />
también el l<strong>la</strong>nto, contó de su dolor. Jorge Ángel no es bueno para<br />
el consuelo, y conoce que a Ramón no le gusta que sea compasivo.<br />
A Jorge Ángel también le dieron ganas de llorar pero prefirió<br />
el escarnio; si no podría saltar alto, si nunca sería mejor que<br />
Bubka el ucraniano, mejor se lucía reposando sobre una mesa de<br />
centro, él le ofrecía <strong>la</strong> suya, aunque fuera estrecha, su cuerpo no<br />
iba a sobrepasar <strong>la</strong>s dimensiones. “Te verías muy bien de adorno.<br />
¡Qué rareza para mi sa<strong>la</strong>! ¡<strong>El</strong> torso del Belvedere! ¡La Venus de<br />
Milo aún más amputada! De no ser Bubka puedes ser búcaro o<br />
bugarrón. ¿La mina te dañó <strong>la</strong> pértiga?”, pregunta Jorge Ángel y<br />
85
NARRATIVA<br />
también sonríe, muestra su lengua, asegura que le rega<strong>la</strong>rá zapatos<br />
si le muestra lo que le gusta. Ramón se sentiría mejor si su<br />
vecino no hiciera chistes. <strong>El</strong> alcohol lo puso triste y hab<strong>la</strong> del<br />
camino a Guantánamo, de sus p<strong>la</strong>nes, de <strong>la</strong>s esperanzas que tenía,<br />
de Nueva York, del dinero que pensaba ganar, de sus pantalones<br />
recortados, de los zapatos que vendió <strong>la</strong> madre, y del miedo que<br />
tiene a caerse en medio de <strong>la</strong> calle. En <strong>la</strong>s noches le duelen <strong>la</strong>s<br />
axi<strong>la</strong>s, le duelen los recuerdos. Antes tuvo mujeres a montón y<br />
ahora se masturba cada día. Con <strong>la</strong> pérdida de sus piernas y del<br />
brazo izquierdo se le fueron todos los sueños. ¿Cómo va a llegar<br />
a Nueva York? Ramón perpetúa su esbeltez, lo hace en voz alta y<br />
pregunta a Jorge Ángel si recuerda, incita su pa<strong>la</strong>bra. Largos sus<br />
extremos inferiores, muslos duros, definidos en su muscu<strong>la</strong>tura,<br />
titánicas <strong>la</strong>s piernas de gemelos pronunciados, <strong>la</strong>rgos los pies; en<br />
empeines altos, y altos también los arcos. Ramón recuerda los<br />
pantalones ajustados que mostraron <strong>la</strong>s bondades de su cuerpo.<br />
—Aún te quedan <strong>la</strong>s nalgas —dice Jorge Ángel y lo invita a<br />
que <strong>la</strong>s muestre—. Es solo curiosidad —insiste el maricón.<br />
Jorge Ángel rec<strong>la</strong>ma y quiere que Ramón entienda, con semejantes<br />
muti<strong>la</strong>ciones mejor abandona tanta moralidad. Y entonces<br />
sí que hab<strong>la</strong> en serio el vecino de Ramón. Si quiere le ofrece<br />
ayuda, pero solo si él lo quiere, intenta convencerlo de que ya no<br />
está para escoger. “Dios te dejó <strong>la</strong> pértiga”. Se esmera para que<br />
entienda, no será el primero que viva de su cuerpo, y para colmo<br />
el suyo está desarmado. Son muy pocas <strong>la</strong>s opciones que le quedan.<br />
Ya no salta, no hay apuestas y <strong>la</strong> vida está muy dura, se lo<br />
dice él que conoce muy bien La Habana y sus rincones. Si se lo<br />
permite puede ayudarlo, sabe de algunos que no lo dudarían.<br />
Conoce muy bien <strong>la</strong> perversión. Jorge Ángel quiere que le muestre<br />
<strong>la</strong> pértiga, que le dé un ade<strong>la</strong>nto y él se encargará del resto. Dice<br />
que podría ganar mucho dinero, y que tiene amigos que estarían<br />
prestos a pagar sus asistencias, mucho más que los apostadores.<br />
86
NARRATIVA<br />
Sería un negocio como otro cualquiera, que con él podría entrenarse<br />
y que no le cobraría un centavo. “Si quieres pruebo primero.<br />
Muéstrame <strong>la</strong> pértiga, el saxofón, soy bueno improvisando,<br />
me dicen Charlie Parker”. Y no deja de insistir, de cualquier<br />
forma quiere convencer al muti<strong>la</strong>do, él es bueno en los negocios,<br />
bien lo sabe el que está lisiado. “Permíteme que haga un conciertillo.<br />
Deja que mis manos sostengan el peso del instrumento y que<br />
mi boca sople, déjame sacarte música”.<br />
Ramón odia a Jorge Ángel en su obstinación, si pudiera incorporarse<br />
lo agarraba por el cuello, pero no puede y no quiere<br />
armar escándalo, ya es bastante que lo visite, qué pensarán en el<br />
so<strong>la</strong>r, qué dirían si lo vieran en casa del maricón, él no va a dejarse<br />
seducir y con pa<strong>la</strong>bras exige que se detenga, y también con los<br />
ojos, y con <strong>la</strong> mano que le queda. De buena gana Ramón aceptaría<br />
otro negocio, podía ser el de <strong>la</strong>s pinturas que vende Jorge<br />
Ángel, podía ser cualquier cosa que no fuera convertirse en maricón,<br />
pero su vecino insiste, quiere que acepte. “No es tan difícil,<br />
solo tienes que probar”. Podría ponerlo en contacto con el chupadedos,<br />
quien tiene una imaginación muy generosa, tanto que<br />
sería capaz de invitarlo al cine Payret y a sentarse muy cerquita<br />
de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, alejados del tumulto, lugar preferido de los disolutos<br />
y a donde llegan menos <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>doras de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. <strong>El</strong> hombre<br />
prefiere los dedos de los pies, los talones, los empeines, <strong>la</strong> piel<br />
muy suave de los arcos. Allí le iba a quitar los zapatos y luego <strong>la</strong>s<br />
medias, le encanta ir descubriendo poco a poco <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura en<br />
medio de <strong>la</strong> oscuridad del cine, y tiemb<strong>la</strong> si <strong>la</strong> piel es suave, si es<br />
resbalosa y lubricada, y le iba a hacer cosquil<strong>la</strong>s en los pies, y<br />
también iba a olerlos, a besarlos. “¡Qué maravil<strong>la</strong>!”, dice siempre<br />
y queda olfateando por un rato. <strong>El</strong> chupadedos huele, hace cosquil<strong>la</strong>s<br />
en los pies, se masturba y pide al efebo que se ría, pone<br />
diez dó<strong>la</strong>res en el bolsillo del amante ocasional antes de abandonar<br />
el cine. “Dime si no es negocio. La pértiga no interesa. Solo<br />
87
NARRATIVA<br />
los pies. ¿Tu hombría está en los calcañales? Decide tú”.<br />
Ramón sonríe y dice que no, exige que no insista porque siempre<br />
va a decir lo mismo. Que nada va a ganar con mostrarle sus<br />
limitaciones, él <strong>la</strong>s conoce mejor que nadie. Bien sabe que es dificilísima<br />
su vida, y que puede ser peor, sabe que su madre hace de<br />
todo para procurarle <strong>la</strong> comida, y que pelea muchísimo, que él<br />
pocas cosas puede inventar con una mano aferrada a <strong>la</strong> muleta.<br />
Insiste en que lo ayude de otra forma, conoce de sus variadísimos<br />
negocios. En el so<strong>la</strong>r se sabe todo, muchas veces ha visto cuando<br />
llegan sus visitas y cuando se van más tarde, siempre se llevan<br />
algo que no trajeron. Escuchó muchos comentarios. En el so<strong>la</strong>r<br />
todos dicen que vende cuadros de artistas de gran fama y que por<br />
eso recibe muchísimo dinero, que es un traficante de joyas, que<br />
todo aquel que en el mundo quiere comprar algo Art Dèco viene<br />
a Cuba y se encuentra con Jorge Ángel, que hizo <strong>la</strong>rgos recorridos<br />
por <strong>la</strong> is<strong>la</strong> comprando, por muy poco, todo el marfil y el cristal<br />
trabajado por Lalique. Es por eso que Ramón quiere entrar en el<br />
negocio, alguna cosa puede conseguir, y cumplir mandados, hacer<br />
de recadero. Ramón casi suplica antes de marcharse y vuelve al<br />
día siguiente. Se le ocurrió una buena idea. Conoce a alguien que<br />
puede construirle una muleta nueva, hueca, donde puedan guardar<br />
el cuadro si lo enrol<strong>la</strong>n bien, pero Jorge Ángel se ríe y le<br />
recomienda no ver tantas pelícu<strong>la</strong>s, también que el negocio está<br />
completo. “Otro no cabe”.<br />
Si Ramón tuviera articu<strong>la</strong>ciones se habría puesto de rodil<strong>la</strong>s,<br />
aunque no fuera devoto ni servil, pero de nada serviría. <strong>El</strong> vecino<br />
estaba decidido y puso en <strong>la</strong> mesa cada carta. “Lo tomas o lo<br />
dejas”, dijo el día anterior, al siguiente, en el tercero, y lo siguió<br />
diciendo, y mantuvo su promesa de ayudarlo de otra forma, de <strong>la</strong><br />
manera en que no quería Ramón que lo ayudara, porque él no era<br />
maricón, y no iba a serlo, aunque se muriera de hambre y cada<br />
vez se preguntara qué hacer para ganar dinero, de dónde sacar<br />
88
NARRATIVA<br />
billetes para pagarse <strong>la</strong> comida. Aunque estuviera dispuesto no<br />
iba a resultar; su masculinidad no reaccionaba frente a un hombre<br />
ni aunque estuviera de espaldas y empinado. Aunque el maricón<br />
hab<strong>la</strong>ra de <strong>la</strong> teoría de Darwin para <strong>la</strong> evolución de <strong>la</strong>s especies<br />
que se enfrentaban a nuevas circunstancias, no cambiarían sus<br />
gustos. Nada podía hacer que no fuera ajustarse a su muleta, que<br />
ya era mucho, y salir a <strong>la</strong> calle a trabajar.<br />
Armonizar <strong>la</strong> muleta con su cuerpo sí que era muy difícil,<br />
parecía imposible que pudiera levantarse. Al muchacho le faltaban<br />
<strong>la</strong>s dos piernas, <strong>la</strong> mano izquierda y también el antebrazo.<br />
Era un prodigio, parecía una quimera. Sentado en <strong>la</strong> cama tomaba<br />
<strong>la</strong> muleta, aferrado a el<strong>la</strong> con su derecha hacía apoyar <strong>la</strong> axi<strong>la</strong><br />
y comenzaba a incorporarse, suavemente, solo así era capaz de<br />
conseguir el equilibrio, por eso no le permitía a nadie que viniera<br />
en su auxilio. Jorge Ángel decía que a Ramón le subió el apoyo,<br />
de los pies pasó a <strong>la</strong> axi<strong>la</strong>, quizá sea verdad, y él también lo reconoce,<br />
por eso insiste en levantarse sin ayuda, con <strong>la</strong> muleta inclinada,<br />
subiendo poco a poco, y él casi colgando, enganchado a su<br />
soporte. <strong>El</strong> peor momento es cuando <strong>la</strong> madera queda recta, bien<br />
fijada al suelo, entonces es cuando precisa más del equilibrio; el<br />
mejor agarre; el único posible es cuando toma el tronco pequeñito<br />
de madera, el cilindro horizontal fijado al centro, esa es <strong>la</strong><br />
única posibilidad que tiene de aferrarse a <strong>la</strong> muleta. Al principio<br />
fue a dar muchas veces contra el suelo y se desesperaba.<br />
Incontables veces terminó llorando. Era muy difícil, casi imposible,<br />
mantenerse erguido y sujeto a <strong>la</strong> muleta para quien no tiene<br />
pies, hay que ser un maestro en <strong>la</strong> armonía, buscar el punto exacto,<br />
mantenerse un poco inclinado, una minucia, sobre el <strong>la</strong>do en<br />
que se afirma; lo peor es levantar <strong>la</strong> madera y devolver<strong>la</strong> al suelo<br />
en justo apoyo y mantener el ángulo que hace <strong>la</strong> muleta con el<br />
suelo. Ramón debe conseguir <strong>la</strong> precisión de un relojero en cada<br />
movimiento. Ahora sabe que ha sido más difícil que vencer <strong>la</strong><br />
89
NARRATIVA<br />
altura ayudado por <strong>la</strong> pértiga. Nunca lo abandonan los temores,<br />
supone que es el miedo quien lo mantiene concentrado, si se re<strong>la</strong>ja,<br />
si olvida el riesgo, cae al suelo. Ramón es un acróbata a toda<br />
hora, mejor que cualquier cirquero. Para mortificarlo, insiste<br />
Jorge Ángel, dice que sus propuestas siguen en pie y sin muletas,<br />
a menos que logre un buen contrato con el Cirque du Soleil. Por<br />
eso sale a <strong>la</strong> calle esperando el pago, esa es su gran proeza, y bien<br />
sabe que merece reverencias. Él es un artista del equilibrio y su<br />
carpa son <strong>la</strong>s calles, él trabaja a toda hora. Algunas veces tiene<br />
suerte y siente que le reconocen el sacrificio cuando le dejan caer<br />
una moneda en su bolsillo, y en ocasiones un billete. Si algo le<br />
incomoda en serio es que se aglomeren para verlo, que vengan los<br />
turistas a indagar y que hagan fotos, que se vayan y no paguen.<br />
Alguna vez se golpeó fuerte, olvidó que su único sostén era <strong>la</strong><br />
muleta y con el<strong>la</strong> quiso romper una cámara de hacer fotos. <strong>El</strong><br />
fotógrafo turista miraba conmovido, se reía, y también <strong>la</strong> esposa,<br />
y los dos hijos. “Ma, look how funny”, dijo <strong>la</strong> niña ha<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong><br />
blusa de su madre, y señaló a Ramón, y aunque no entendiera<br />
pa<strong>la</strong>bra alguna del inglés, le molestaron <strong>la</strong> expresión de <strong>la</strong> niña y<br />
<strong>la</strong> mirada de <strong>la</strong> madre, <strong>la</strong> sonrisa del hermano, el f<strong>la</strong>shazo de <strong>la</strong><br />
cámara del padre. Le molestó toda <strong>la</strong> familia, tan perfecta, equilibrada,<br />
y que <strong>la</strong> niña tuviera dos manos, una para ha<strong>la</strong>r <strong>la</strong> blusa<br />
de <strong>la</strong> madre y otra para seña<strong>la</strong>rlo, le molestó que el padre tuviera<br />
también dos auxilios con cinco dedos cada uno, que lo enfocara,<br />
que apretara el obturador intentando llevarse lejos su imagen<br />
amputada, <strong>la</strong> fotografía de un animal de feria. No pudo soportar<br />
e intentó romper <strong>la</strong> cámara con <strong>la</strong> madera antes apoyada sobre el<br />
suelo, esa vez Ramón no tuvo miedo y perdió <strong>la</strong> concentración,<br />
olvidó lo de su apoyo y cayó al suelo sin que pudiera averiar el<br />
aparato del fotógrafo, se derrumbó, muy parecido a como lo<br />
hacía cuando traspasaba <strong>la</strong> soga auxiliándose de <strong>la</strong> pértiga, solo<br />
que esa vez no tuvo un colchón donde hundir el cuerpo sin gol-<br />
90
NARRATIVA<br />
pearse, Ramón cayó sobre su espalda y contra el asfalto, tan<br />
rápida e inesperada <strong>la</strong> caída que no le dio tiempo a levantar <strong>la</strong><br />
cabeza, que chocó contra el suelo, que se abrió en un surco, que<br />
sangró muchísimo. Esa vez no pudo levantarse solo. Lo alzaron<br />
<strong>otros</strong>, y lo metieron en un auto, y aceptaron los veinte dó<strong>la</strong>res que<br />
ofreció tímido el turista de <strong>la</strong> cámara, y lo dejaron en el hospital,<br />
sin compañía, y entre ellos se repartieron los veinte dó<strong>la</strong>res: diez<br />
para cada uno. “Buena jornada”, dijo quien repartió, y el otro<br />
respondió con una sonrisa breve. En el hospital le quitaron <strong>la</strong><br />
camisa que estaba bañada en sangre, y también el menudo que<br />
tenía en el bolsillo y el billete con <strong>la</strong> cara de Washington, y no<br />
pudo volver esa vez apoyado en su muleta. Cuando llegó <strong>la</strong><br />
ambu<strong>la</strong>ncia a <strong>la</strong> puerta del so<strong>la</strong>r fue el Crema quien cargó el peso<br />
de Ramón. Gloria subió <strong>la</strong> muleta, <strong>la</strong>stimosa por <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte<br />
de su hijo. “Estás como <strong>la</strong> bandera de Bonifacio Byrne”, dijo el<br />
Crema y Ramón no permitió que continuara, se echó a llorar, le<br />
pidió que no hiciera chistes, le dolía <strong>la</strong> cabeza, <strong>la</strong> vida entera.<br />
Jorge Ángel se apareció con un pollo para <strong>la</strong> sopa, con fideos, con<br />
papas, Gloria le agradeció, Ramón volvió a llorar y culpó al vecino<br />
de su desgracia, le recordó <strong>la</strong>s veces que le había pedido auxilio,<br />
todo cuanto suplicó para que lo dejara entrar en algún negocio.<br />
Esa vez no hizo bromas el maricón.<br />
Ramón siente que cada vez se le hace más difícil sobrevivir,<br />
después del último accidente se volvió más receloso. Sentado en<br />
un quicio de <strong>la</strong> calle del Obispo se queda tranquilo muchas horas,<br />
hasta ahora se ha negado a poner una <strong>la</strong>ta cerca y esperar dinero.<br />
No le gustan <strong>la</strong>s limosnas. No le gusta <strong>la</strong> quietud de los mendigos.<br />
Es preferible pedir, usar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra es ya un trabajo, por eso pide<br />
para comer y hab<strong>la</strong> de su madre enferma, y sugiere que le vendría<br />
muy bien un vaso de leche. Algunas veces consigue <strong>la</strong> compasión<br />
de algún turista que le ofrece ayuda. Aunque prefiera que le den<br />
el dinero, hay días en los que cede ante <strong>la</strong> desconfianza de sus<br />
91
NARRATIVA<br />
benefactores, para eso también se ha preparado. La vendedora<br />
muestra el sobre con <strong>la</strong> leche y anuncia el precio: diez dó<strong>la</strong>res el<br />
kilogramo. Hay quien paga sin chistar, hay quien dice que no hay<br />
en el mundo leche más cara y Ramón entorna muy bien los ojos,<br />
muestra una imagen suplicante, mira el desecho que es su cuerpo.<br />
Ramón aprendió a aceptar <strong>la</strong> lástima y se marcha con el sobre de<br />
<strong>la</strong> leche, ya tiene una jabita que cuelga en el hombro del <strong>la</strong>do<br />
derecho y donde guarda los obsequios. Luego vuelve, cuando el<br />
turista se ha marchado. La vendedora es solícita, es veloz, lo<br />
ayuda a descolgar <strong>la</strong> jaba, saca el sobre con <strong>la</strong> leche y lo repone<br />
en su lugar. Seis dó<strong>la</strong>res son para Ramón, a <strong>la</strong> vendedora le tocan<br />
cuatro. Algunos días tiene suerte y <strong>otros</strong> no, es mucha <strong>la</strong> competencia<br />
y él se mueve muy despacio. Hay contrincantes en todas<br />
partes, en el parque central, en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za de Armas, en <strong>la</strong> calle del<br />
Obispo, en <strong>la</strong> Catedral; hay mujeres jóvenes, saludables, que salen<br />
con sus hijos y piden leche y carne, y lo que sea, y que igual<br />
devuelven a <strong>la</strong> tendera; hay hombres que venden discos de conga<br />
y salsa, y tabacos, y marihuana, y pueden correr cuando viene el<br />
policía. Hay un ejército de contrarios; vo<strong>la</strong>tineros montados<br />
sobre zancos, vendedores de cacahuetes, de agua, de yelmos y<br />
jofainas de barbero, de mobiliario francés del rococó y renacimiento<br />
florentino, y estilo imperio, y Art Déco, hay quien vende<br />
marfil trabajado por Lalique y también cristal; hay quien da p<strong>la</strong>cer<br />
si se le paga, hay un ejército de historiadores patrañeros e<br />
improvisados que muestran <strong>la</strong> ciudad y sus rincones. Están los<br />
que, parados frente al Capitolio, seña<strong>la</strong>n el edificio con el índice<br />
y aseguran que solo hay dos en todo el mundo: el Capitolio de La<br />
Habana y La Casa B<strong>la</strong>nca, ambos idénticos, el primero copiando<br />
al segundo, que <strong>El</strong> Castillo de los Tres Reyes del Morro se ve<br />
desde lo más alto de los Alcázares, que <strong>la</strong> Catedral de La Habana<br />
fue proyectada en el mismo estilo, y por el mismo arquitecto, que<br />
<strong>la</strong> de Sevil<strong>la</strong>. Difícil se le hace a Ramón sobrevivir sentado sobre<br />
92
NARRATIVA<br />
un quicio de <strong>la</strong> calle del Obispo. Al principio lo auxiliaban sus<br />
contrarios, después se aburrieron de ayudar tanto al lisiado y lo<br />
ade<strong>la</strong>ntan en cualquier negocio.<br />
Ramón siente que se acabó toda su fortuna, aunque Jorge<br />
Ángel diga que le queda <strong>la</strong> belleza de sus ojos y <strong>la</strong> fuerza que tiene<br />
en <strong>la</strong> mirada. “Parecen sinceros. ¿Cómo mirarás cuando te excitas?”.<br />
Aún le queda su cara de huesos prominentes, aún le quedan<br />
algunas cosas, y lo mejor es que también le faltan, <strong>la</strong> calle está<br />
llena de pervertidos. A veces, cuando escucha a su madre peleando<br />
en <strong>la</strong> cocina porque no tiene nada que poner en los calderos,<br />
se pregunta cómo sería si acepta lo que Jorge Ángel le propone, a<br />
veces piensa que va a ceder, tiene miedo cuando imagina el<br />
momento en que asiente y le pide que sea discreto, que si es prudente<br />
le muestra <strong>la</strong> pértiga, le deja tocar el saxofón. Ramón piensa<br />
y se toca en <strong>la</strong> entrepierna. Cierra los ojos y se toca, recuerda<br />
a sus muchachas, se masturba.<br />
En cualquier momento tendrá que aceptar.<br />
Cada día intenta imaginar cómo será y se toquetea y siente<br />
asco, siente miedo, y a su madre peleando en <strong>la</strong> cocina. Preferiría<br />
que Jorge Ángel no existiera, que no insistiera, que se fuera al<br />
diablo, y se toca, y tiene <strong>la</strong> certeza de que nunca será como tener<br />
debajo a su muchacha o como saltar auxiliado de una garrocha.<br />
A veces Jorge Ángel llega y lo sorprende, anuncia que le trajo un<br />
refresquito y mira lo que tiene levantado en su entrepierna, se<br />
acaricia el pecho con su mano enjoyada, chupa su boquil<strong>la</strong> de<br />
ámbar de Groen<strong>la</strong>ndia, suelta el humo. “Te traje un refresquito,<br />
te lo tomas cuando termines”, dice y le da <strong>la</strong> espalda, luego se<br />
voltea para mirar al que se queda en <strong>la</strong> cama, y baja los ojos para<br />
ver su pértiga.<br />
Muchas veces ha pensado en <strong>la</strong> insistencia del vecino. Siempre<br />
hizo lo mismo, cuando Ramón tenía piernas y era esbelto; cuando<br />
era bello y saltador le rec<strong>la</strong>mó, y después también. ¿Qué será de<br />
93
NARRATIVA<br />
Sergei Bubka?, ¿dónde estará?, se pregunta el muti<strong>la</strong>do y escucha<br />
<strong>la</strong> cantaleta de su madre asegurando que hace calor, como si él no<br />
lo supiera, y que nada tiene para cocinar. Gloria asegura que esa<br />
tarde tomarán sopa, con concentrado de bacon o de pollo, solo<br />
un cuadrito para el agua bien caliente, nada más. Gloria le recuerda<br />
que <strong>la</strong> herida en <strong>la</strong> cabeza le ha servido de pretexto cuatro<br />
meses, que ya es hora de que salga a trabajar. Ramón se toca,<br />
recuerda <strong>la</strong>s piernas que le faltan, piensa en Jorge Ángel.<br />
Cuando el Crema lo ayudó a bajar <strong>la</strong>s escaleras le contó que<br />
el maricón tenía fiesta. Era dos de agosto y estaba celebrando el<br />
cumpleaños, había llegado mucha gente, todos jóvenes. Él mismo<br />
ayudó a subir varias cajas de cerveza, y por los olores parecía que<br />
<strong>la</strong> comida era buenísima, preguntó si no lo habían invitado y él<br />
respondió que no, se alejó por Aguiar; muleteando, muleteando.<br />
Fue su madre quien vino a darle <strong>la</strong> noticia, estaba muy nerviosa,<br />
lloraba sin consuelo, lo poco que tenía se esfumó, se convirtió<br />
en polvo de cenizas. La mujer quiso describir <strong>la</strong> fuerza de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas,<br />
habló de los bomberos, lloró. Se preguntaba en qué lugar<br />
irían a vivir, exigió a Ramón que dijera algo, que no se quedara<br />
tan cal<strong>la</strong>do, necesitaba una pa<strong>la</strong>bra. “Grita coño”. Gloria lo<br />
l<strong>la</strong>mó insensible e intentó pegarle, Ramón se defendió con <strong>la</strong><br />
muleta, y el<strong>la</strong> volvió a llorar, a preguntarse dónde iban a vivir, en<br />
qué lugar, y habló de Esteban, el que pasó toda su vida obsesionado<br />
con el agua para terminar achicharrado. “Ovidio está muerto,<br />
dicen que <strong>la</strong> hija lo encerró en el cuarto”, pero Ramón no se<br />
inmutó, ni siquiera cuando su madre habló de Jorge Ángel. Nadie<br />
lo había visto después del incendio, debió entretenerse intentando<br />
resguardar <strong>la</strong>s cosas de valor, tenía muchas; se comentaba que<br />
podía estar sepultado entre los escombros, quizá le quedaba algo<br />
de vida.<br />
Ramón permaneció sentado, sin chistar, y vio a su madre<br />
correr llorando hacía <strong>la</strong> calle de Aguiar. Ramón se tocó <strong>la</strong> pértiga,<br />
94
NARRATIVA<br />
recordó a Jorge...<br />
...Cuando le llevó el refresco el día anterior, también le dijo<br />
que tenía un regalo para él, que cuando quisiera podía pasar a<br />
buscarlo. Ramón salió en <strong>la</strong> noche de su casa, entró en <strong>la</strong> de Jorge<br />
Ángel y notó muy nervioso a su vecino. Fumaba aferrado al<br />
ámbar de Groen<strong>la</strong>ndia de su pipa, y le ofreció algo de beber; si<br />
quería le servía un whisky, un vodka con naranja, una cerveza.<br />
Por el whisky se decidió Ramón, con hielo, y en los vasos, anchos<br />
y redondos.<br />
—Pensé que tomarías vodka, seguro que Bubka le ponía<br />
naranja —le dijo Jorge Ángel cuando le alcanzó el vaso y mostró<br />
el regalo.<br />
Era una fotografía a todo color, enmarcada y cubierta por un<br />
cristal; Ramón muy levantado en el podio más alto, roja <strong>la</strong> camiseta<br />
y rojo el short, colgando del cuello una medal<strong>la</strong> muy dorada<br />
y los brazos abiertos, levantados, como en <strong>la</strong> V de Victoria. En el<br />
segundo pedestal apareció Bubka, el ucraniano luciendo ga<strong>la</strong>rdón<br />
de p<strong>la</strong>ta, y otro más en el tercero, uno que Ramón no reconoció<br />
y que, por el apellido que Jorge Ángel dec<strong>la</strong>mó afectado, le parecía<br />
italiano.<br />
Ramón agradeció mucho, se reía nervioso, miraba al cuadro,<br />
al vecino, y otra vez al cuadro, tomaba un trago, se reía, le brindó<br />
al vecino de su vaso, le dijo que era feliz, y no se preocupó por <strong>la</strong><br />
manera en que el amigo había conseguido una farsa tan real.<br />
“Solo un fake, obra de un amigo, me costó mi dinerito”.<br />
Si hubiera tenido piernas no dudaría en levantarse y abrazar a<br />
Jorge Ángel, pero no pudo subir y volvió a beber, y escuchó a <strong>la</strong><br />
cantante que escogió el vecino, le gustaba mucho, estaba de moda<br />
entre <strong>la</strong> gente de buen gusto, eso decía el dueño de <strong>la</strong> casa, y que<br />
se l<strong>la</strong>maba Lhasa, era mexicana, vivía en Canadá, <strong>la</strong> canción que<br />
se escuchaba era <strong>la</strong> que prefería; y ponía su voz para acompañar<br />
a <strong>la</strong> mujer, tenía buen tono, empastaba muy bien su voz con <strong>la</strong> de<br />
95
NARRATIVA<br />
Lhasa, y se exaltaba más en una estrofa que en <strong>la</strong>s otras: Y es el<br />
hombre al fin como sangría/ que a veces da salud y a veces mata.<br />
Jorge Ángel sentía que Ramón le daba <strong>la</strong>s dos cosas, salud y<br />
muerte; muerte y salud, pero no dejó que lo notara. Esa noche no<br />
hizo chistes, no lo provocó, no al menos como otras veces.<br />
Ramón estaba esperando los embates, los juegos, los coqueteos,<br />
<strong>la</strong>s propuestas y promesas. Ramón miraba su regalo, miraba al<br />
dadivoso, y el otro fue tierno, muy cortés, casi silencioso; apoyaba<br />
o rebatía discretísimo, elegante, haciendo ver que era inteligente.<br />
Era solícito, y Ramón aceptó quitarse <strong>la</strong> camisa, había mucho<br />
calor, el whisky era muy fuerte. Jorge Ángel miró su pecho. Le<br />
habría gustado verlo intacto, como lo miró en sus carreras con <strong>la</strong><br />
pértiga y luego en el salto, en <strong>la</strong> caída. Ya no era igual. Jorge<br />
Ángel no vio anunciarse los pectorales definidos, él esperaba un<br />
pecho helénico, el mismo que antes disfrutara con miradas, el<br />
mismo que antes añoró tocar, pero no fue lo que encontró, ni<br />
siquiera le pareció cercano al torso del Belvedere; <strong>la</strong> estatua<br />
muti<strong>la</strong>da mantuvo el pecho fuerte y definido, el de Ramón no era<br />
ya elegante y musculoso, era esmirriado, casi enteco, y pálido.<br />
Jorge Ángel tuvo ganas de llorar por los recuerdos y por lo que<br />
entonces vio, tuvo ganas de besar al muti<strong>la</strong>do.<br />
Ramón esperó a que dijera algo, bien notaba sus miradas pero<br />
esperaba <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, estaba feliz, agradecido, y olvidó todo lo que<br />
había afuera, se concentró en el trago, en <strong>la</strong> conversación,<br />
respondió a <strong>la</strong>s miradas, se tocó y levantó sus fuerzas, se miró,<br />
observó al otro cuando lo despojaba de sus pantalones recortados<br />
y sintió un escozor cuando le acarició sus cicatrices, cuando<br />
recorrió el pecho, cuando fue gozón y maternal, cuando lo<br />
escuchó decir que también era un pervertido y se prendió a <strong>la</strong><br />
pértiga, se encajó en el<strong>la</strong> como si detrás tuviera el hoyo pequeñito<br />
donde debía ajustarse antes del salto; y Ramón se empinó<br />
imaginando que saltaba después de afincar en el hoyo <strong>la</strong> garrocha,<br />
96
NARRATIVA<br />
y cerró los ojos, los apretó fuerte, primero los pies por sobre <strong>la</strong><br />
varil<strong>la</strong>, y también el arco que hizo con su cuerpo, y cayó sobre sus<br />
pies, con <strong>la</strong>s manos levantadas, como en <strong>la</strong> V de Victoria, y l<strong>la</strong>mó<br />
al contrario por su nombre. Jorge, le dijo, y también mi ángel, le<br />
dio todo, todo, todo, lo cercó con su brazo derecho, el único, y le<br />
besó el cuello, le beso <strong>la</strong> espalda, quedó quietísimo metido en el<br />
huequito, con su pértiga.<br />
Ninguno de los dos se atrevió a hab<strong>la</strong>r después. Solo cuando<br />
Ramón se marchaba, Jorge Ángel le puso en el bolsillo un billete<br />
de diez dó<strong>la</strong>res, lo invitó a su fiesta de cumpleaños que sería al día<br />
siguiente y en <strong>la</strong> tarde, vendrían sus amigos, los más íntimos, dijo<br />
en medio de una sonrisa socarrona. Ramón contestó que no,<br />
prefería volver cuando estuviera solo. “C<strong>la</strong>ro, si tú quieres”.<br />
Y ahora <strong>la</strong> madre le anunciaba del incendio en el so<strong>la</strong>r, y <strong>la</strong><br />
muerte de Esteban, <strong>la</strong> de Ovidio, y para colmo, le contó que no<br />
aparecía Jorge Ángel. Ramón pensó en su suerte, recordó el<br />
cuadro que le rega<strong>la</strong>ra <strong>la</strong> noche anterior, el que colgó detrás de su<br />
cama y que debió quemarse. Ramón pensó en el traqueo del<br />
cristal, en <strong>la</strong> caída, y caminó <strong>la</strong> Habana Vieja. Ramón pensaba en<br />
Jorge Ángel, en lo que pasó entre ellos unas horas antes. Muchas<br />
veces deseó que no insistiera, que no existiera. Ahora no volvería<br />
a insistir. Ya no existía y lo extrañaba. No debió dejarse embaucar.<br />
Debió resistir pero no lo consiguió, ya era tarde, y lo extrañaba.<br />
Habría resultado mejor el incendio un día antes. Ramón cree que<br />
nunca es tarde, al menos <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas contendrían <strong>la</strong> lengua al<br />
maricón, nadie se iba a enterar de todo lo que ocurrió. Ramón<br />
camina La Habana y piensa en Jorge Ángel, quisiera tocarse <strong>la</strong><br />
entrepierna pero tiene su mano aferrada a <strong>la</strong> muleta. Piensa en <strong>la</strong>s<br />
l<strong>la</strong>mas. ¿Quién volvería a ayudarlo con diez dó<strong>la</strong>res? ¿Quién iba<br />
a levantarle <strong>la</strong> fuerza de su pértiga?<br />
Ramón salió muleteando. La madre supone que está metido<br />
en algún negocio, y que hace bien, cualquier cosa es buena si se<br />
97
NARRATIVA<br />
trata de comer, dice que <strong>la</strong> noche anterior al incendio le ofreció<br />
diez dó<strong>la</strong>res, por suerte Gloria los guardó cuando vio crecer <strong>la</strong>s<br />
l<strong>la</strong>mas, todavía están entre sus pechos, resguardados. Nadie sabe<br />
dónde está Ramón. Al Crema le gusta especu<strong>la</strong>r, insiste en que<br />
debió hacer el trecho de mar al que temía tanto montado en una<br />
balsa, que quizá algún día llegaba a Nueva York, que no pudo<br />
cerrar los ojos y levantar el brazo mientras se marchaba, que su<br />
mano estuvo aferrada al remo para batir el mar, que Ramón<br />
avanzaba, muleteando, muleteando...<br />
98
<strong>El</strong>ementos comunes<br />
Yonnier Torres
NARRATIVA<br />
A Julio Cortázar, Roberto Bo<strong>la</strong>ño y Lewis Carroll.<br />
A Legna, Anisley y Raúl.<br />
Primavera 2010. La Habana, Cuba. Llueve.<br />
<strong>El</strong> agua mancha <strong>la</strong> ciudad. La gente cruza <strong>la</strong> calle con<br />
bolsas de nylon atadas a <strong>la</strong> cabeza.<br />
<strong>El</strong> tren se detiene sobre el puente. Los pasajeros miran hacia<br />
abajo, hacia arriba. A través de <strong>la</strong>s ventanas el tiempo parece<br />
detenerse mientras <strong>la</strong>s gotas tatúan el cristal y los charcos se<br />
extienden en los desniveles del asfalto.<br />
Abro el libro de Cortázar. Cuento <strong>la</strong>s páginas que me faltan<br />
por leer, hago cálculos, inferencias, me detengo por unos segundos<br />
en <strong>la</strong>s piernas de <strong>la</strong> ferromoza que atraviesa el pasillo, pide<br />
los boletos sin hab<strong>la</strong>r, con un gesto de <strong>la</strong> mano que se me antoja<br />
suave y a <strong>la</strong> vez violento, cual si le estuviera haciendo un favor a<br />
cada uno de los pasajeros, un favor que luego le fuera a pesar en<br />
<strong>la</strong> conciencia. Imagino que con doce horas de viaje sea suficiente<br />
para terminar de leer <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>. La ferromoza cruza hasta el<br />
vagón del fondo. Sus piernas se pierden entre <strong>la</strong> luz, <strong>la</strong> lluvia y <strong>la</strong><br />
estrecha puerta de hierro. Abro <strong>la</strong> mochi<strong>la</strong>, saco el libro de<br />
Bo<strong>la</strong>ño, el de Carroll y me propongo no perder tiempo en cavi<strong>la</strong>ciones<br />
tontas. Si logro mantener <strong>la</strong> concentración podré leer a los<br />
tres y bajar del tren, al término del viaje, con un estilo bestial:<br />
<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirán los poetas que se sientan cada tarde<br />
100
NARRATIVA<br />
en <strong>la</strong>s mesas del Café.<br />
<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirán los miembros del Jurado.<br />
<strong>El</strong> tipo es una bestia, dirá <strong>la</strong> escritora y solo entonces se verá<br />
desarmada, no le quedará otro remedio que abrirme <strong>la</strong> puerta del<br />
cuarto, quitarse <strong>la</strong> ropa y apagar <strong>la</strong> luz.<br />
Una apuesta es una apuesta, le diré, como hice el día que nos<br />
conocimos en <strong>la</strong> Casa de Cultura. Me sacaré los zapatos, los pantalones,<br />
pondré encima de <strong>la</strong> mesita de noche los tres libros, cual<br />
si formaran parte del ritual y sus autores, comp<strong>la</strong>cidos, pudieran<br />
ver los resultados de mi esfuerzo.<br />
<strong>El</strong> tren reanuda <strong>la</strong> marcha. <strong>El</strong> puente queda atrás, entre <strong>la</strong><br />
cortina de lluvia y <strong>la</strong>s fachadas de los edificios. Salimos de <strong>la</strong> ciudad<br />
y entramos de a poco en el descampado. Afuera el paisaje se<br />
repite idéntico: un desierto interminable de rocas b<strong>la</strong>ncas, a ratos<br />
algún conejo, un caballo o un grupo de cangrejos carreteros, de<br />
esos que se cue<strong>la</strong>n entre <strong>la</strong>s vías del tren y atraviesan los rieles<br />
cuando va a caer <strong>la</strong> noche.<br />
Me duele el pecho, repaso <strong>la</strong>s líneas que acabo de leer. Busco<br />
un vínculo, algo que me una a Cortázar y solo encuentro kilómetros<br />
entre mis intenciones y su ilusión, entre sus litros de vino y<br />
los tragos que me despacho directamente de <strong>la</strong> caneca, siempre<br />
que rebaso una docena de páginas. <strong>El</strong> alcohol baja como lenguas<br />
de fuego y me alivia por unos minutos. Luego vuelve <strong>la</strong> humedad,<br />
<strong>la</strong> lluvia, <strong>la</strong> fiebre y el sudor.<br />
Registro cada uno de los bolsillos hasta que encuentro <strong>la</strong><br />
tableta de pastil<strong>la</strong>s, ya solo me quedan dos. En cuanto se detenga<br />
el tren debo ir directo a una farmacia, sin <strong>la</strong>s pastil<strong>la</strong>s los dolores<br />
son incontro<strong>la</strong>bles.<br />
La escritora no sabe de mis dolores, yo tampoco sé de los<br />
suyos. Así es mejor. Solo intercambiamos elementos comunes,<br />
cuestiones de interés para los dos.<br />
Siempre hemos hab<strong>la</strong>do de literatura. Nos colgamos del telé-<br />
101
NARRATIVA<br />
fono los miércoles de doce a cuatro de <strong>la</strong> mañana. Yo le cuento lo<br />
que dicen de el<strong>la</strong> en La Habana. <strong>El</strong><strong>la</strong> me cuenta lo que dicen de<br />
mí en Santa C<strong>la</strong>ra, en Cienfuegos, en Camagüey. Dicen horrores.<br />
Los mismos horrores que dicen de Legna y de Raúl, pero a ellos<br />
no les importa, a nos<strong>otros</strong> tampoco.<br />
La ferromoza regresa al vagón, reparte <strong>la</strong> merienda justo en el<br />
momento en que Cortázar vomita el primer conejo. Miro el pan<br />
con <strong>la</strong> misma cara que Cortázar mira al conejo vomitado, lo guardo<br />
en <strong>la</strong> mochi<strong>la</strong>, él lo pone sobre el armario y piensa dónde<br />
esconderlo para que <strong>la</strong> señorita de París no lo encuentre. En el<br />
patio de <strong>la</strong> Casa de Cultura siempre hay sol, <strong>la</strong>s paredes derruidas<br />
no arrojan sombra, <strong>la</strong> escritora me dijo que era una imagen muy<br />
sugerente, una suerte de acción de resistencia, castigo preconcebido,<br />
algo así como una autof<strong>la</strong>ge<strong>la</strong>ción. Nos encontramos de<br />
repente y de pura casualidad, como se encontraron Legna y Raúl<br />
en el medio del patio, bajo el sol del mediodía, rodeados de<br />
escombros, en una Casa de Cultura que antes había sido un colegio<br />
de monjas y ahora era el escenario para un recital de poesía<br />
performática. <strong>El</strong> poeta ajustó el micrófono sobre el podio, miró al<br />
público con un gesto muy parecido al que usaba <strong>la</strong> madre superiora<br />
para mirar a sus monjas y con un girasol en <strong>la</strong> mano recitó<br />
un poema vulgar que hab<strong>la</strong>ba sobre una traición, un par de conejos<br />
b<strong>la</strong>ncos y un pez. A Legna y a Raúl les hubiera encantado,<br />
pero a nos<strong>otros</strong> nos pareció horrendo y salimos de <strong>la</strong> Casa de<br />
Cultura.<br />
<strong>El</strong> tren se detiene, va marcha atrás. Siento fatiga. Creo que voy<br />
a vomitar. Cierro los ojos pero el sonido del movimiento a <strong>la</strong><br />
inversa me penetra. Saco <strong>la</strong> cabeza por <strong>la</strong> ventana, vomito y entre<br />
hilos de alcohol, sobre los rieles, comienzan a caer conejos.<br />
Algunos dicen que debemos salirnos del camino, darle paso a<br />
varios vagones llenos de soldados que van a hacer entrenamientos<br />
a los campos de Conso<strong>la</strong>ción del Sur. Miro a través del cristal,<br />
102
NARRATIVA<br />
tengo <strong>la</strong> impresión de que el paisaje crece a medida que retrocedemos<br />
y en cámara lenta, como en esa pelícu<strong>la</strong> de Tarvskosky, el<br />
humo lo cubre todo.<br />
Caminamos hasta el parque. La voz del poeta atravesaba <strong>la</strong><br />
calle, chocaba contra el muro. No paraba de decir en un continuo<br />
letargo:<br />
Los geranios crecen…<br />
Los geranios crecen…<br />
Los geranios crecen…<br />
Quise invitar<strong>la</strong> a tomar he<strong>la</strong>do o café, como hizo Raúl con<br />
Legna, pero no habían he<strong>la</strong>derías alrededor del parque, cafeterías<br />
tampoco. Las calles estaban desiertas. <strong>El</strong> sol mantenía enc<strong>la</strong>ustrada<br />
a <strong>la</strong> gente y solo dos viejos, en un banco del parque, miraban<br />
con insistencia el reloj de <strong>la</strong> catedral. Las manecil<strong>la</strong>s se habían<br />
detenido a <strong>la</strong>s siete y cuarto, ciento setenta años atrás, cuando <strong>la</strong><br />
Casa de Cultura era un colegio de monjas y <strong>la</strong>s paredes del patio<br />
arrojaban sombras sobre <strong>la</strong> imagen de un Cristo benévolo; un<br />
Cristo dibujado por los artistas plásticos de <strong>la</strong> localidad a cambio<br />
de cinco pesos y unas cuantas estampitas de <strong>la</strong> Virgen María.<br />
Después de pensarlo muchas veces le dije a <strong>la</strong> escritora que<br />
mejor que un he<strong>la</strong>do o un café, era una pizza y de haber tenido<br />
cinco pesos más, <strong>la</strong> hubiéramos comprado, pero ninguno de los<br />
dos sabía dibujar a Cristo.<br />
Los soldados pasan a gran velocidad, apenas logro ver sus<br />
rostros cansados bajo los cascos. Dejan a su paso un ruido terrible.<br />
Mientras <strong>la</strong> tristeza se empoza con hedor a muerte, el tren<br />
reanuda <strong>la</strong> marcha. Afuera dejó de llover, algunas vacas tragan <strong>la</strong><br />
hierba como si fuera un purgante, miran con sus ojos tristes, con<br />
sus ojos de vaca. La gente se acomoda sobre los asientos, sacan<br />
almohadas, sábanas y toal<strong>la</strong>s. Retomo <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de Cortázar,<br />
intento ade<strong>la</strong>ntar en <strong>la</strong> lectura, pero hay una chica en el asiento<br />
de enfrente que no me quita <strong>la</strong> vista de encima. Subió en <strong>la</strong> última<br />
103
NARRATIVA<br />
estación y desde entonces no ha hecho otra cosa que observarme.<br />
Yo me incomodo, trato de taparme el rostro con el libro pero<br />
resulta peor porque no puedo ver lo que hace, hacia dónde mira.<br />
Quizás si le doy a leer el libro de Carroll se entretenga un rato, se<br />
deje llevar a través del túnel en el suelo y desaparezca tras un<br />
conejo b<strong>la</strong>nco, pero entonces perdería mi libro.<br />
Los viejos mantienen <strong>la</strong> vista en el reloj de <strong>la</strong> catedral con una<br />
fuerza tenaz. Decidimos sentarnos en un banco del extremo<br />
opuesto del parque, el<strong>la</strong> me dijo que <strong>la</strong> imagen era muy sugerente,<br />
tiene <strong>la</strong> manía de hacer literatura con elementos comunes. Traté<br />
de enseñarle el juego de los Beatles, como mismo me lo habían<br />
enseñado Legna y Raúl. Debía mencionar una primera canción y<br />
yo otra que comenzara con <strong>la</strong> última letra de su título. <strong>El</strong><strong>la</strong> dijo<br />
que solo dejaría de ser aburrido si apostábamos algo. La primera<br />
vez aposté mi disco de Red Hot Chili Peppers contra un beso que<br />
rebasara los dos minutos, perdí el disco cuando me quedé sin<br />
canciones después de Yellow Submarine. Las apuestas fueron<br />
cada vez mayores. Perdí muchas cosas y solo gané un striptease<br />
muy básico, de alguien que no sabe desnudarse con gracia.<br />
La ferromoza anuncia que haremos una parada de treinta<br />
minutos en <strong>la</strong> estación.<br />
Salgo a <strong>la</strong> calle y pregunto por <strong>la</strong> farmacia más cercana.<br />
Los dolores en el pecho vuelven como estacas c<strong>la</strong>vadas a golpe<br />
de <strong>martillo</strong>.<br />
Camino una, dos, tres cuadras.<br />
La dependienta me dice que hace un mes no entran esas pastil<strong>la</strong>s,<br />
que pruebe suerte en <strong>la</strong> otra farmacia, queda como a un<br />
kilómetro bajando por <strong>la</strong> calle principal.<br />
Le pido al mensajero que me lleve en su bicicleta.<br />
Me mira.<br />
Lo piensa.<br />
Me mira.<br />
104
NARRATIVA<br />
Lo piensa.<br />
Sale pedaleando.<br />
Le digo que acelere.<br />
Vamos a toda velocidad.<br />
La dependienta me dice que hace un mes no entran esas pastil<strong>la</strong>s,<br />
que pruebe suerte en <strong>la</strong> otra farmacia, queda como a un<br />
kilómetro subiendo por <strong>la</strong> calle principal.<br />
Le pido al mensajero que me lleve de regreso.<br />
Lo piensa.<br />
Me mira.<br />
Lo piensa.<br />
Me mira.<br />
Sale pedaleando.<br />
Se oye el silbato del tren.<br />
Subo al vagón.<br />
La ferromoza anuncia que saldremos en un minuto. Estoy<br />
empapado en sudor. Tomo el último trago de <strong>la</strong> caneca y <strong>la</strong>s lenguas<br />
de fuego, por unos segundos, ap<strong>la</strong>can el estruendo de los<br />
martil<strong>la</strong>zos en el pecho.<br />
Abro el libro de Cortázar, <strong>la</strong>s gotas ruedan por mi frente, caen<br />
sobre <strong>la</strong>s hojas manchando algunas pa<strong>la</strong>bras que se desdibujan,<br />
como si contuvieran dentro un significado especial. Los dolores<br />
regresan. Trato de olvidar. Recuesto mi cabeza al cristal de <strong>la</strong><br />
ventana.<br />
Cerré los ojos y <strong>la</strong> escritora me dijo: ese juego es una mierda.<br />
Vamos a hacer una apuesta de verdad. Nos fuimos del parque. <strong>El</strong><br />
recital de poesía performática en <strong>la</strong> Casa de Cultura había terminado.<br />
Esa noche durmió en mi apartamento, sostuvo una terca<br />
resistencia, probé con el incienso, con <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s aromáticas, con el<br />
contacto por descuido pero el<strong>la</strong> estableció a tiempo una línea<br />
imaginara en el centro de <strong>la</strong> cama. No pude dormir. <strong>El</strong><strong>la</strong> tampoco.<br />
Despertamos hab<strong>la</strong>ndo de literatura. Le unté mantequil<strong>la</strong> al<br />
105
NARRATIVA<br />
pan. <strong>El</strong><strong>la</strong> escribió unos cuantos versos en <strong>la</strong> servilleta sobre un<br />
conejo b<strong>la</strong>nco, un pez p<strong>la</strong>teado y unos cangrejos carreteros. La<br />
dobló con elegancia. Extendí el mantel sobre <strong>la</strong> mesa. Escribió<br />
una dedicatoria y bajamos <strong>la</strong>s escaleras.<br />
Me aprieto el pecho con ambas manos. Creo que voy a morir<br />
y pienso en los Beatles, en <strong>la</strong> sonrisa de Paul, en los ojos de<br />
Lennon. Me gustaría llegar al cielo con esa imagen. <strong>El</strong> tren está<br />
por detenerse en <strong>la</strong> última estación, el<strong>la</strong> quizás me espere impaciente,<br />
quizás le haya telefoneado a Legna y a Raúl para decirles<br />
que estoy por llegar, que iremos directo para el Café, que guarden<br />
<strong>la</strong> mejor mesa y compren una botel<strong>la</strong> de vino. Quizás mire hacia<br />
<strong>la</strong> curva cuando oiga el silbato del tren. Sostengo el libro de<br />
Cortázar, tiro al suelo <strong>la</strong> tableta sin pastil<strong>la</strong>s, agarro <strong>la</strong> sonrisa de<br />
Paul, los ojos de Lennon y me detengo unos segundos en <strong>la</strong>s piernas<br />
de <strong>la</strong> ferromoza, que atraviesa el pasillo para decir: hemos<br />
llegado al destino final.<br />
106
LITERATURA POLICIAL
Sinfonía para un<br />
crimen<br />
Yamilet García Zamora
LITERATURA POLICIAL<br />
Oyes el sonido del cañonazo —todavía se puede escuchar<br />
en Centro Habana, caray— y entonces, solo entonces,<br />
apuras el paso. No hay crimen perfecto, y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de<br />
tu amiga, <strong>la</strong> escritora policíaca, resuenan en tus oídos. Sí, sí lo<br />
hay, solo hay que pensar un poco <strong>la</strong>s cosas, saber hacer<strong>la</strong>s. Y<br />
sonríes. Hoy es el día, nadie podrá cogerte nunca, porque te vas<br />
en una balsa, a <strong>la</strong> Yuma, a vivir bien, Yo, asere, voy a ser millonario,<br />
le dijiste a tu “amigo”, el mismo que vas a despachar esta<br />
noche. La de tu partida.<br />
Dob<strong>la</strong>s por Lealtad y enfi<strong>la</strong>s Reina. La calle está oscura y sorteas<br />
los posibles huecos en <strong>la</strong> acera. <strong>El</strong> 314 se perfi<strong>la</strong> entre <strong>la</strong>s<br />
sombras, los socios jugando dominó afuera, sin camisas, <strong>la</strong> botel<strong>la</strong><br />
de ron, <strong>la</strong> gritería. Hoy le están dando al Pulgas unas pastil<strong>la</strong>s<br />
con ron y el pobre perro se revuelca, intentando huir. Qué sociedad<br />
protectora de animales ni qué carajo, estas bestias no saben<br />
de eso. Saludas a todos y entras al so<strong>la</strong>r. Un rama<strong>la</strong>zo de pestes te<br />
alcanza: mierda, meao, sudor. Alguien hace el amor en el segundo<br />
cuarto y no les importa gritar, que <strong>la</strong>s paredes se muevan y todo<br />
el so<strong>la</strong>r se entere que <strong>la</strong> singueta es de padre y señor mío. Ni que<br />
los niños oigan. Ni que los ancianos sientan envidia y los jóvenes<br />
se masturben con el inconfundible hedor —porque aquí no es<br />
olor, ni siquiera el sexo huele bien— de los cuerpos desnudos.<br />
Una rata pasa a tu <strong>la</strong>do y se detiene. No huye. No se esconde. Te<br />
reta. Me cago en tu madre, puta rata, vete pal carajo. Das una<br />
109
LITERATURA POLICIAL<br />
patada en el piso y el animal te enseña los dientes. Pero un olor a<br />
comida llega del cuarto del medio y <strong>la</strong> rata sale corriendo. Frijoles<br />
negros y arroz, dices, olfateando. Hoy tienen todo un banquete<br />
los b<strong>la</strong>nquitos.<br />
Entre <strong>la</strong>s sombras, te escondes de los curiosos. ¿Curiosos?<br />
Todos te miran con indiferencia, los que están haciendo co<strong>la</strong> para<br />
bañarse. Atraviesas el patio, saltando los charcos de sustancias<br />
innombrables y llegas al último cuarto. Sabes que Julio está ahí,<br />
el mariconcito de carroza más conocido de La Habana. <strong>El</strong> que te<br />
armó un show hace ya varias semanas en medio del camello, No<br />
te hagas, bugarrón, no te hagas. Tú eres mi macho, lo sabes. Y<br />
eso, asere, no se le hace a un hombre. Desde tu muscu<strong>la</strong>tura de<br />
mu<strong>la</strong>to estibador de los muelles, acostumbrado al alcohol, <strong>la</strong><br />
mariguana y <strong>la</strong>s jevas, sentiste una punzada en <strong>la</strong> cabeza y te<br />
bajaste del camello, rojo, furioso. Ya verás, maricón, ya verás. Y<br />
esperaste. Tres meses. Más meloso que nunca. Como si lo hubieras<br />
olvidado todo. Pero estabas maquinando tu venganza. Y <strong>la</strong><br />
huída. Me piro y nadie podrá achacarme al muerto. Porque,<br />
asere, sí hay crímenes perfectos.<br />
La puerta está entreabierta —como siempre— esperando por<br />
los posibles clientes, cubanos, extranjeros, no importa. Un altar a<br />
Yemayá en una esquina. <strong>El</strong> olor a incienso —sí, papito, yo jineteo<br />
por <strong>la</strong>s cosas buenas, no solo por <strong>la</strong>s buenas pingas. Aquí no se<br />
sienten <strong>la</strong>s pestes. Hay baño dentro del cuarto. Y barbacoa. Y<br />
cocina con gas. Julio está acostado, con <strong>la</strong> grabadora pegada al<br />
oído, escuchando música, quizás, <strong>El</strong> bolero de Ravel. Sí, Julio me<br />
<strong>la</strong> enseñó porque yo no oigo música clásica, ni sabía nada, de<br />
verdá, el mariconcito me enseñó algunas cosas, menos leer literatura<br />
policíaca, eso siempre lo he hecho, me gusta eso de los asesinatos.<br />
Por eso, recuerdas, empezó tu amistad con Telimay, <strong>la</strong><br />
gordita rara de <strong>la</strong> secundaria, que escribía <strong>cuentos</strong> policíacos a los<br />
14 años. Tu amiga, a pesar de ser el<strong>la</strong> toda una doctora en esa<br />
110
LITERATURA POLICIAL<br />
idiotez de Ciencias Filológicas y tú, un estibador. <strong>El</strong><strong>la</strong> me presentó<br />
a Julio, su primo, porque, vaya, yo nunca le he dicho que me<br />
gusta singarme a los hombres, soy macho, me acuesto con mujeres<br />
pero creo que el<strong>la</strong> adivinó esa debilidad.<br />
Julio, en <strong>la</strong> oscuridad, no te oye llegar. La música lo ensordece.<br />
Lo embobece. Un movimiento, uno solo, le tapa <strong>la</strong> boca, <strong>la</strong> nariz.<br />
Lo ahoga. Lentamente. Manotea en el aire y tú te separas, no<br />
vaya a arañarte o arrancarte algún pelo que te pueda incriminar.<br />
No te das cuenta que <strong>la</strong>s manos del otro se han aferrado a <strong>la</strong><br />
grabadora. Lo arrastras hasta <strong>la</strong> cocina. Le metes <strong>la</strong> cabeza dentro<br />
del horno. Suspiras. Qué hambre tengo, este maricón de mierda<br />
hace tres meses que no me invita a comer, Porque estoy bravo<br />
contigo, papito, lo que te dije en el camello era verdad, solo me<br />
pegué un poquito a ti, para sentirte, mi mu<strong>la</strong>tón. Y me empujaste.<br />
Por eso te dije lo que te dije, papichurri. Y estoy bravo contigo.<br />
Nada de comida, porque si alimento tus tripas, alimento tu pinga.<br />
Y también estoy bravo con tu pinga. Sientes un ligero vahído, no<br />
sabes si de miedo, hambre o triunfo. Abres el gas. Un tenue tufillo<br />
sale, muy tenue, pero no le das importancia. Adiós, amorcito, a<br />
los hombres no se les arma esos shows. Aquí, en Los Sitios, eso<br />
cuesta <strong>la</strong> vida. Lo piensas. ¿Lo piensas? ¿Lo susurras? Te dejo <strong>la</strong><br />
música porque me enseñaste que “es sacrilegio apagar una buena<br />
melodía”. Con cuidado, le muerdes el cuello —sin dejar huel<strong>la</strong>s<br />
de dientes—, le das un chupetón, limpias <strong>la</strong> saliva. <strong>El</strong> crimen perfecto,<br />
Julito, te suicidaste. Cierras <strong>la</strong> puerta y te vas.<br />
Ay, mi prima, tremendo show, niña. Le grité en medio del<br />
camello, una pataleta de maricón despechado. Pero ese mu<strong>la</strong>tón<br />
me gusta y no tiene que hacerme eso en público, rechazarme así.<br />
No, si lloro de despecho, de ganas de acostarme con él pero lo<br />
estoy llevando de <strong>la</strong> mano y corriendo. No, déjame a mí, preparo<br />
un té en <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong> eléctrica, niña, si no tengo gas. <strong>El</strong> mismo día<br />
de <strong>la</strong> bronca con Ciriaco, fue un día perro. Nada, que <strong>la</strong> gente de<br />
111
LITERATURA POLICIAL<br />
este so<strong>la</strong>r es apestosa, cochina y envidiosa, me echaron pa’ <strong>la</strong>nte,<br />
que tenía una toma c<strong>la</strong>ndestina de gas y ná, me lo cortaron. Eso<br />
sí, lo sabe todo el mundo menos Ciriaco, no lo invito a comer y<br />
le digo que es una venganza. Sí, mi prima, voy a fumarme un pito<br />
porque estoy muy nerviosa, imagínate, sin gas, pasando trabajo<br />
con <strong>la</strong> comida, sin macho. ¿Vas a hacer eso? ¿Como a <strong>la</strong>s once?<br />
Sí, no te preocupes, te espero, al menos, comeré caliente. Ay, niña,<br />
vales un millón de pesos… no, me daba pena decirte todo esto, y<br />
como no venías… vaya, pensé que estabas en una de tus bajadas<br />
de musa…<br />
Sí, <strong>la</strong> acompañaste porque estabas aburrido. Porque era sábado<br />
por <strong>la</strong> noche, ya habías visto <strong>la</strong>s pelícu<strong>la</strong>s y el<strong>la</strong> te insistió<br />
tanto, Vamos, Ciriaco, no seas así, bai<strong>la</strong>mos un poquito, dale,<br />
hazme <strong>la</strong> media, es en Los Sitios y no quiero ir so<strong>la</strong>. Te reíste de<br />
sus miedos de b<strong>la</strong>nquita-doctora-asesina-en-broma. Mijita, te<br />
pasas el día escribiendo de <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> calle y no te atreves a ir<br />
a una fiesta. Dale, vamos.<br />
Lealtad abajo, atravesando todo Los Sitios, hasta llegar a<br />
Be<strong>la</strong>scoaín. La fiesta, en su apogeo. Alguien l<strong>la</strong>mó a Telimay y tú<br />
te quedaste solo, en una esquina de <strong>la</strong> atiborrada sa<strong>la</strong>. Te pasaron<br />
un vaso que aceptaste y un cigarro que rechazaste, Ahora no,<br />
compay, más tarde… si te queda, No te preocupes, asere, aquí al<br />
<strong>la</strong>do venden. Parejas sudorosas, bai<strong>la</strong>ndo con frenesí, lujuria, sin<br />
tapujos ni permisos. <strong>El</strong> pegajoso calor de La Habana. Ron.<br />
Hierba. Sudor. Perfumes que se escapan porque no aguantan el<br />
embate de <strong>la</strong>s gotas, chorros, que corren por los rostros. Telimay<br />
se acercó con un hombre alto, delgado, de sonrisa amplia.<br />
Ciriaco, mira, mi primo, Mucho gusto, yo soy Julito, al que le<br />
gustan los palitos por el culito. Lo miraste, un poco extrañado<br />
por <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del otro, Qué loca de carroza, pensaste, pero una<br />
corriente te atenazó <strong>la</strong> pierna, los muslos… el estómago. Lo siento,<br />
asere, yo no tengo palito, yo tengo una tranca. De ahí a <strong>la</strong><br />
112
LITERATURA POLICIAL<br />
cama, pasaron veinte minutos.<br />
Mira, Teli, yo sé que tú eres, vaya, una gente mechá, siempre<br />
lo fuiste, desde <strong>la</strong> secundaria, pero yo, <strong>la</strong> verdá, me quedo con La<br />
Gata Triste y Arturito, el del col<strong>la</strong>r doble. Y el<strong>la</strong> te miró con roña,<br />
No hables así de los clásicos, no son tus amigos, C<strong>la</strong>ro que sí,<br />
Teli, igual que tú, eres mi asere, hablo contigo aun cuando no<br />
estás, discuto de crímenes contigo, con ellos. Están en <strong>la</strong> casa de<br />
el<strong>la</strong>, un apartamento pequeño, al <strong>la</strong>do del so<strong>la</strong>r de Julito. Y sabes<br />
que <strong>la</strong> mamá está en el trabajo y llegará tarde porque tú no le<br />
gustas a <strong>la</strong> vieja, esa amistad con un mu<strong>la</strong>to mariguanero, borracho<br />
y quién sabe cuántas cosas más. Pero tú quieres a Telimay, es<br />
tu gran amiga y el<strong>la</strong> te adora, te presta libros. Vaya, Teli, a mí me<br />
gusta que me prestes libros pero algunos son tan aburridos, el<br />
Máscaras ese no me lo pude meter, hay libros que no entiendo. La<br />
Gata, sí. Y ves que el<strong>la</strong> suelta <strong>la</strong> carcajada, no lo puede evitar, tus<br />
desp<strong>la</strong>ntes literarios <strong>la</strong> hacen reír. Pero ni siquiera La Gata escribe<br />
crímenes perfectos, te dice, tu teoría se desmorona. Cualquier<br />
detalle, el más insignificante, el que no se p<strong>la</strong>neó, lo echa abajo<br />
todo, porque, Ciri, los asesinos no son máquinas, son personas.<br />
Tomas un buche de ron mientras el<strong>la</strong> se prepara su té, Tan intelectual<br />
bebida, Teli, <strong>la</strong> fastidias siempre. Te digo, Teli, mi asere<br />
más leída y escribida, sí hay crímenes perfectos, escribe una nove<strong>la</strong><br />
de eso, te lo he dicho una pi<strong>la</strong> de veces, yo te ayudo, vaya, yo<br />
invento todo el crimen y tú le pones <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras bonitas esas de<br />
<strong>la</strong> pos mierdera o como carajo se l<strong>la</strong>me. <strong>El</strong><strong>la</strong> se dob<strong>la</strong> de <strong>la</strong> risa y<br />
te sientes bien, en un ambiente donde eres oído por una persona<br />
muy inteligente, alguien que escribe de ti, de <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> calle,<br />
de los crímenes de esta ciudad, espejo de todo lo negro, llámese<br />
género, raza, amor, política o sexo. Está bien, Ciri, vamos a<br />
meterle mano a <strong>la</strong> obra: piensa en cómo hacer el crimen perfecto<br />
y yo lo escribo, Pero pronto, Teli, porque yo me voy. Ves cómo<br />
el<strong>la</strong> se entristece, tantas veces ha discutido contigo eso, No, Ciri,<br />
113
LITERATURA POLICIAL<br />
esa no es <strong>la</strong> salida. Pero ya no te dice nada. Un crimen perfecto,<br />
Teli, pasional, como todo en este país porque, vaya, tu nove<strong>la</strong> está<br />
buena, pero, asere, eso de los fantasmas y <strong>la</strong> historia es muy elevado<br />
para <strong>la</strong>… ¿cómo dijiste el otro día? Coño, me gustó <strong>la</strong> frasecita…<br />
sicología tropical del cubano. De pinga, Teli, eso de<br />
matar. ¿Crees que los escritores policíacos puedan ser asesinos?<br />
¿La Gata? ¿Arturito? Te miró, esperando <strong>la</strong> pregunta que no<br />
hiciste. Pero el<strong>la</strong> sí. Y tú, Ciri, ¿podrías matar a alguien?<br />
Sales del so<strong>la</strong>r, caminando lentamente y silbando una canción.<br />
Ya nadie juega dominó, el Pulgas está endrogado, dando vueltas<br />
sobre sí mismo y tratando de morderse el rabo. Nadie te mira.<br />
Sigues por toda Reina, entre el silencio y <strong>la</strong> oscuridad. Coño,<br />
deberían tirar de una vez este cabrón edificio, lleva como veinte<br />
años apunta<strong>la</strong>do, a ver si le cae arriba a Yumurí, o a un pobre<br />
infeliz que venga caminando, y después, se jodió el muerto y La<br />
Habana seguirá apunta<strong>la</strong>da. Dob<strong>la</strong>s por Be<strong>la</strong>scoaín, rumbo al<br />
malecón. No le dijiste a nadie, solo a Teli, Me voy mañana,<br />
amiga, en una balsa con unos socios del Canal. Me van a recoger<br />
en el Malecón, para salir de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ya del Chivo, como a <strong>la</strong>s doce<br />
de <strong>la</strong> noche. No te preocupes, <strong>la</strong> gente está saliendo por montones,<br />
hay que aprovechar <strong>la</strong> racha, no paran a nadie y te recogen<br />
los guardacostas yanquis apenas sales de <strong>la</strong>s aguas de Cuba.<br />
C<strong>la</strong>ro, asere, en cuanto llegue te l<strong>la</strong>mo pero antes tengo que arreg<strong>la</strong>r<br />
un brete. Le viste los ojos llenos de lágrimas, quizás <strong>la</strong> única<br />
persona que realmente te quería. Te abrazó con fuerza, Cuídate<br />
mucho, Ciri, todavía me debes el crimen perfecto para mi nove<strong>la</strong>,<br />
Y tú, me debes el Nobel.<br />
Le digo, compañero, es mi primo. Le traje comida caliente,<br />
porque no tiene gas. Encontré <strong>la</strong> puerta cerrada, lo que me pareció<br />
raro, porque él nunca cierra <strong>la</strong> puerta. Y como tengo l<strong>la</strong>ve…<br />
No, compañero, todo estaba oscuro, tuve que encender <strong>la</strong> luz y<br />
entonces lo vi, de rodil<strong>la</strong>s, medio tirado, con <strong>la</strong> cabeza dentro del<br />
114
LITERATURA POLICIAL<br />
horno. Me asusté mucho y corrí a sacarlo. Me di cuenta que estaba<br />
muerto y entonces, los l<strong>la</strong>mé… Pero, bueno, compañero, ¿qué<br />
va a hacer con <strong>la</strong> cabeza dentro del horno, si no tenía gas hacía<br />
unos meses? C<strong>la</strong>ro que no puede ser un suicidio, mire, hay señales<br />
de asfixia, ¿ve?, marcas de dedos que trataron de esconder con<br />
esos chupones de enamorado. ¿Yo? No, compañero, soy escritora<br />
policíaca, por eso me doy cuenta de los detalles. Y, fíjese, estaba<br />
escuchando <strong>la</strong> grabadora. Pero <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s que estaban encendidas<br />
eran <strong>la</strong>s de grabar, no <strong>la</strong>s de reproducir. No, no oí lo que se grabó,<br />
me dio miedo, no sé por qué. Pero usted es <strong>la</strong> autoridad, puede<br />
escuchar<strong>la</strong>.<br />
La noche era cerrada por completo y apenas se veían entre<br />
ellos. No te diste cuenta de <strong>la</strong> cercanía de <strong>la</strong> policía. <strong>El</strong> “¡Arriba<br />
<strong>la</strong>s manos!” te paralizó. Viste como los <strong>otros</strong> se echaban a correr<br />
pero el cerco policial los detuvo. Como a través de una neblina,<br />
oíste una voz preguntar: ¿Quién es Ciriaco? Crees que diste un<br />
paso ade<strong>la</strong>nte. O levantaste <strong>la</strong> mano. No recuerdas. Las esposas<br />
cayeron sobre tus muñecas y apenas pudiste balbucear ¿Qué<br />
pasa? Y otra vez, a través de <strong>la</strong> neblina, o del tiempo, oíste tu<br />
propia voz, accionada desde una grabadora: “Adiós, amorcito, a<br />
los hombres no se les arma esos shows. Aquí, en Los Sitios, eso<br />
cuesta <strong>la</strong> vida. Te dejo <strong>la</strong> música porque me enseñaste que ‘es<br />
sacrilegio apagar una buena melodía’. <strong>El</strong> crimen perfecto, Julito,<br />
te suicidaste”.<br />
115
<strong>El</strong> último jonrón<br />
Leopoldo Luis
LITERATURA POLICIAL<br />
Martincito estaba en el comedor mirando el juego de<br />
pelota entre Vil<strong>la</strong> C<strong>la</strong>ra e Industriales cuando sintió un<br />
ruido extraño en <strong>la</strong> terraza. Recién terminaba de<br />
almorzar, pasadas <strong>la</strong>s dos de <strong>la</strong> tarde, como acostumbra a hacer<br />
cada domingo después de beber unos tragos con el primero que<br />
aparezca y le acompañe.<br />
La casa le resultaba demasiado grande. La había construido él<br />
mismo, bloque a bloque, guiado únicamente por su instinto para<br />
los trabajos manuales y, en cuanto a diseño, atendiendo a <strong>la</strong>s<br />
preferencias arquitectónicas de su esposa.<br />
Martincito no es albañil, sino soldador. Un excelente soldador.<br />
Soldador A. En realidad técnico medio en construcciones mecánicas,<br />
dedicado a <strong>la</strong> soldadura durante veintidós años. Los mismos<br />
que estuvo casado con Helena, antes de que el<strong>la</strong> y su hija de diecinueve<br />
lo abandonaran en agosto del 94. Casi un año pasaron en<br />
<strong>la</strong> base de Guantánamo, en el que apenas supo de ambas; más<br />
dieciséis en Miami, de donde escasamente recibe una que otra<br />
información intrascendente sobre el destino de su familia. Ma<strong>la</strong><br />
pata <strong>la</strong> de Martincito, acabar solo.<br />
Eso sí: conserva <strong>la</strong> casa. La propiedad, como corresponde en<br />
estos asuntos, rezaba a nombre de ambos, pero tras <strong>la</strong> partida<br />
Martincito adquirió del estado cubano <strong>la</strong> mitad que perteneció a<br />
<strong>la</strong> ausente, llegando a convertirse en propietario absoluto. De<br />
inmediato hizo algunos cambios. Vendió los muebles innecesarios<br />
117
LITERATURA POLICIAL<br />
y compró televisores para colocar en <strong>la</strong>s habitaciones que efectivamente<br />
ocupaba: <strong>la</strong> cocina, el comedor y el cuarto. Tres televisores<br />
GoldStar de diecinueve pulgadas con una antena ubicada a<br />
suficiente altura. Estuviera donde estuviera —en <strong>la</strong> cocina, en el<br />
comedor o en el cuarto— Martincito tenía garantizado su partido<br />
de béisbol. Es un gran fanático. Como que fue un jugador magnífico.<br />
Le daba duro a <strong>la</strong> bo<strong>la</strong>, Martincito. A cualquiera le bateaba<br />
un jonrón. Ahora disfruta el juego que transmitan por <strong>la</strong> tele, sin<br />
importar los contendientes, porque para él <strong>la</strong> liga cubana consta<br />
de dos equipos so<strong>la</strong>mente: los Industriales de La Habana y el que<br />
integran el resto de <strong>la</strong>s catorce provincias del país, a favor de <strong>la</strong>s<br />
cuales apuesta siempre en su lidia con los del bando azul.<br />
Ya dije que Martincito acababa de almorzar un exquisito filete<br />
cuando escuchó ruido en el patio. ¿No había dicho lo del filete?<br />
Lo que sucede es que Martincito no cocina. C<strong>la</strong>ro, puede darse<br />
ese lujo porque gana buen dinero con <strong>la</strong> soldadura, haciendo<br />
encargos particu<strong>la</strong>res. Unas veces fuera del horario de trabajo, en<br />
<strong>la</strong> parte trasera de su vivienda, donde tiene los aparatos. Otras<br />
veces se los lleva al taller y aprovecha <strong>la</strong> menor oportunidad para<br />
eludir sus deberes y enfocarse en lo suyo. Es así.<br />
Martincito compra víveres y surte el refrigerador de <strong>la</strong> vecina<br />
del fondo, una mu<strong>la</strong>ta cincuentona que perdió al marido en un<br />
accidente de trenes. La mu<strong>la</strong>ta cocina para ambos y Martincito<br />
recoge <strong>la</strong> cantina por <strong>la</strong> tarde, en cuanto llega de <strong>la</strong> fábrica. No<br />
siempre <strong>la</strong> recoge, porque en ocasiones se baña y come en casa de<br />
<strong>la</strong> vecina y luego espera también <strong>la</strong> noche para mirar <strong>la</strong> pelota.<br />
Como los dos están solos han hecho buenas migas, Martincito y<br />
<strong>la</strong> mu<strong>la</strong>ta. Una vez por quincena Martincito se queda a dormir.<br />
La mu<strong>la</strong>ta no se queja: el soldador es un hombre de sesenta años.<br />
Ya está viejo, pero tremendo pelotero fue Martincito. Integró<br />
más de una vez <strong>la</strong> preselección de <strong>la</strong> provincia. Jugó con Huelga,<br />
con Macías, con B<strong>la</strong>ndino y con José Pérez. Conoció a <strong>la</strong>s grandes<br />
118
LITERATURA POLICIAL<br />
estrel<strong>la</strong>s de Azucareros, cuando Azucareros era el mejor equipo<br />
de Cuba. Hay que oírle contar sus historias. Para todos los gustos<br />
<strong>la</strong>s tiene Martincito. La mañana en que le bateó de jonrón al<br />
“Duke” durante una práctica. La tarde en que Montejo y él<br />
cubrieron los jardines, ellos solos, porque faltaron los demás<br />
jugadores al entrenamiento. Qué tarde, recuerda Martincito,<br />
Montejo en el leftcenter y Martincito en el right, capturando lo<br />
que fuera. Y eso que era cátcher. Pudo haber llegado lejos<br />
Martincito, pero <strong>la</strong> competencia era mucha. ¿Cuántos receptores<br />
buenos no tuvo Azucareros? Lázaro Pérez, Albertico Martínez,<br />
José Gómez “<strong>El</strong> látigo”...<br />
La decimosegunda serie fue su mejor momento. Estuvo a<br />
punto de entrar en <strong>la</strong> reserva. Pudieron haber incluido a cuatro<br />
cátchers en el equipo, con tal de dar un chance a Martincito. Él<br />
habría sabido aprovecharlo, sin lugar a dudas. Pero no lo hicieron<br />
y así son <strong>la</strong>s cosas. Ese fue también su último año. La depresión<br />
le dio por casarse y alejarse poco a poco del juego. Fue un error.<br />
Las mujeres van y vienen, pero el béisbol se queda. Ahí tienen a<br />
Martincito, ¿no lo abandonó su propia hija?<br />
<strong>El</strong> domingo en que oyó el ruido Martincito estaba solo. Se<br />
había llevado el filete a casa, el congrí y <strong>la</strong> yuca hervida aderezada<br />
con mojo de ajo y empellitas de puerco. Yo estuve dándome<br />
unos buches con él por <strong>la</strong> mañana, pero al mediodía lo dejé con<br />
su almuerzo y su juego de pelota y me fui a acostar un rato. Me<br />
gusta descansar los fines de semana.<br />
Parece que, por algún motivo, Martincito bajó el volumen del<br />
televisor y se percató de que alguien entraba en su terraza.<br />
Martincito está orgulloso de esa terraza, que en verdad no es una<br />
terraza sino un patio con piso de cemento en el a<strong>la</strong> derecha de <strong>la</strong><br />
casa, donde cae sombra por <strong>la</strong> tarde y donde Martincito tiene<br />
unos sillones de aluminio pintados de azul y varias p<strong>la</strong>ntas. Es un<br />
sitio agradable <strong>la</strong> terraza de Martincito. Yo mismo he pasado<br />
119
LITERATURA POLICIAL<br />
espléndidos ratos allí, compartiendo un dominó y unos rones con<br />
los muchachos del barrio. (Lo de muchachos es solo un eufemismo,<br />
todos pasamos de <strong>la</strong> media rueda).<br />
<strong>El</strong> caso es que Martincito bajó el volumen y descubrió al intruso.<br />
Tal vez fue lo contrario: descubrió primero al intruso y acto<br />
seguido apagó el GoldStar. Lo que sí es seguro es que Martincito<br />
no salió sin echar mano al bate que le regaló el “Duke” al terminar<br />
<strong>la</strong> decimosegunda serie. ¿No mencioné lo del bate? Fue en el<br />
73 o en el 74 cuando el “Duke” se lo regaló; el bate con que<br />
Martincito le dio jonrón en el entrenamiento y también <strong>la</strong> pelota,<br />
donde escribió con tinta: # 13, “Duke” Hernández. No el “Duke”<br />
de los Industriales y de los New York Yankees, sino el de verdad,<br />
el de los Azucareros, que también fue pitcher y jugó segunda. Se<br />
l<strong>la</strong>maba Arnaldo y no Or<strong>la</strong>ndo, como el de los Industriales y de<br />
los New York Yankees. Martincito era fan al primer “Duke”, no<br />
al segundo, por cuestiones de afinidad generacional. <strong>El</strong> bate tenía<br />
como treinta años y también <strong>la</strong> pelota, y Martincito los guardaba<br />
como si fueran un tesoro.<br />
Pues Martincito agarró el madero y salió a <strong>la</strong> terraza dispuesto<br />
a romperle el espinazo a quien fuera. No es un tipo violento<br />
Martincito, ni cosa ni que se le parezca. Pero no es fácil que te<br />
sientes a almorzar frente al televisor y se te cuele un desconocido<br />
en el patio sin pedir permiso, como si tu casa fuera el so<strong>la</strong>r de <strong>la</strong><br />
esquina y no una casa particu<strong>la</strong>r que, por demás, has levantado<br />
con tus propias manos. Justificado está, sí señor, que Martincito<br />
saliera armado. Le dio un empujón a <strong>la</strong> puerta y se le paró de<strong>la</strong>nte<br />
al sujeto, al que encontró arrel<strong>la</strong>nado en uno de los sillones de<br />
aluminio como si estuviera en <strong>la</strong> piscina de un hotel y le dijo nada<br />
más quién coño eres y qué coño haces en mi casa.<br />
Es fácil suponer lo que sucedió después, aunque ni el propio<br />
Martincito recuerde los detalles. Todo parece indicar que el individuo<br />
se negó a moverse; es más, ni siquiera se dignó a contestar.<br />
120
LITERATURA POLICIAL<br />
Martincito se puso a increparlo y a gritarle cosas sin que el tipo<br />
se diera por enterado. Como si con él no fuera. Bueno, a cualquiera<br />
se <strong>la</strong> va <strong>la</strong> rosca en una situación como esa. Sin embargo,<br />
Martincito actuó con previsión y ahí es donde entro yo a formar<br />
parte de <strong>la</strong> historia. Sin soltar el bate y sin que el individuo se<br />
moviera de su asiento, Martincito tomó el teléfono y me l<strong>la</strong>mó<br />
enseguida.<br />
¿Un extraño durmiendo <strong>la</strong> siesta en tu terraza? No jodas,<br />
Martincito, ¿qué tengo que ver? Dile simplemente que se marche.<br />
¿No hace caso? No jodas, Martincito, ¿cómo no va a marcharse?<br />
¿Está borracho el tipo? ¿Es una especie de loco, de retrasado<br />
mental? L<strong>la</strong>ma a <strong>la</strong> policía. ¿Pegarle con el bate? No, espera,<br />
espera, Martincito, no te atolondres. No con el bate, no jodas. A<br />
puño limpio. Vas a buscarte un rollo, deja el bate. Ya salgo,<br />
Martincito, ya salgo.<br />
Me vestí y salí para casa de Martincito: son como dos cuadras.<br />
En el barrio todas <strong>la</strong>s casas están más o menos a <strong>la</strong> misma distancia<br />
unas de otras. En una cuadra puede haber cuatro o cinco de<br />
el<strong>la</strong>s. Todas tienen su patio cercado y desde allí se puede ver el<br />
patio de los vecinos, y los vecinos ven el de los <strong>otros</strong> vecinos y así.<br />
Es una buena estructura. Una magnífica zona para mudarse.<br />
Siempre hay tranquilidad. Los atardeceres son divinos, qué silencio.<br />
Yo viví quince años en Centrohabana y no hay quien soporte<br />
aquello. Pareciera que nadie trabaja. Antes de <strong>la</strong>s nueve o <strong>la</strong>s diez<br />
de <strong>la</strong> mañana no se siente un alma, pero después de esa hora <strong>la</strong><br />
calle es un infierno. Empiezan a despertarse los vagos, a recuperarse<br />
de <strong>la</strong> borrachera de <strong>la</strong> noche anterior. Al mediodía los ves en<br />
los pa<strong>la</strong>dares, luchando su almuerzo. Quién sabe de dónde sacan<br />
el dinero, el caso es que no les falta. Por <strong>la</strong> tarde se dedican a sus<br />
negocios y luego vuelven a coger <strong>la</strong> borrachera. Un círculo vicioso.<br />
A <strong>la</strong>s dos o <strong>la</strong>s tres de <strong>la</strong> madrugada se restablece <strong>la</strong> calma. No<br />
121
LITERATURA POLICIAL<br />
hay quien pueda descansar en esas condiciones.<br />
Llegué a casa de Martincito en menos de diez minutos y me lo<br />
encontré súper alterado, empuñando el bate y profiriendo horrores<br />
frente al sillón de aluminio. Desaforado Martincito, fuera de<br />
sí por completo. Qué coño te pasa, le dije, estás borracho que no<br />
ves que no hay nadie en el sillón, que se ha marchado el sujeto.<br />
¿Cómo que se ha marchado?, me miró con rabia. Y yo: tranquilízate<br />
Martincito que ya se ha ido el hombre, no te das cuenta.<br />
Que no se ha ido a ningún <strong>la</strong>do, me dice entonces Martincito,<br />
míralo coño, mira al cabrón riéndose en mi cara. Y amenazando<br />
con el bate al sillón de aluminio: que te rompo <strong>la</strong> vida hijoepueta,<br />
lárgate de mi casa, y yo aferrando por el brazo a Martincito y él<br />
más descontro<strong>la</strong>do que nunca tratando de zafarse, y yo que deja<br />
eso Martincito que no te vuelvas loco, que si hubo alguien en tu<br />
patio se apendejó en cuanto te vio con el bate y se <strong>la</strong>rgó, no jodas.<br />
Pero Martincito a no hacerme caso y a continuar amenazando al<br />
hombre-invisible y yo en un trance cada vez más difícil porque no<br />
había manera de sujetarlo más tiempo, que no sé de dónde saca<br />
tanta fuerza <strong>la</strong> gente cuando le da un arrebato y ya no pude<br />
aguantarlo y Martincito <strong>la</strong> emprende a golpes contra el sillón de<br />
aluminio y si no lo destruye del todo es porque le falló el bate, que<br />
aunque muy bien conservado era un bate de treinta y pico de<br />
años, que lo guardaba Martincito como reliquia desde que se lo<br />
regaló el “Duke” en <strong>la</strong> decimosegunda serie. Y se partió en pedazos<br />
el bate contra el metal, primero se astilló <strong>la</strong> madera y luego se<br />
le hizo trozos en <strong>la</strong>s manos a Martincito, que ya no soportó el<br />
esfuerzo y respiró profundo y se dejó caer sobre el cemento de <strong>la</strong><br />
terraza entre <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas revolcadas y los restos del sillón de aluminio.<br />
Entonces me le acerqué por detrás y me senté junto a él en<br />
el piso y le eché un brazo sobre el hombro y le dije coño<br />
Martincito tranquilo viejo ya pasó, lo del sillón se arreg<strong>la</strong> pero el<br />
bate, compadre, un verdadero crimen lo del bate, qué pasa mi<br />
122
LITERATURA POLICIAL<br />
hermano, si te hizo daño el ron vas a tener que dejar de beber o<br />
vaya usted a saber qué coño le puso <strong>la</strong> mu<strong>la</strong>ta a los frijoles que te<br />
encendió los sesos, no llores Martincito que ya se arreg<strong>la</strong> todo. Y<br />
lo ayudé a levantarse y le traje un poco de agua y en eso el patrullero<br />
apareciendo porque l<strong>la</strong>maron los del comité diciendo que<br />
unos hombres se mataban en <strong>la</strong> terraza de Martincito y los mirones<br />
llegado, todo el mundo a comentar, no sé, como si Martincito<br />
fuera un delincuente habitual, que si hay un hombre trabajador<br />
en este barrio y educado es Martincito, puedo dar fe de ello, si<br />
toda <strong>la</strong> vida lo he tenido de vecino menos los quince años que<br />
estuve viviendo en Centrohabana.<br />
Por eso me levanté y abrí de par en par <strong>la</strong> verja que separa el<br />
patio de Martincito y les dije ade<strong>la</strong>nte que no pasa nada, el bueno<br />
de Martincito que se tomó unos tragos mirando el juego y todo<br />
el tiempo los comentaristas dando por favorito a Industriales, no<br />
digo yo si iba a perder <strong>la</strong> tab<strong>la</strong>. No hay nada que <strong>la</strong>mentar si no<br />
el escándalo, perdonen todos, y el bate legendario que el “Duke”<br />
le regaló cuando <strong>la</strong> decimosegunda serie.<br />
Y entró todo el que quiso y pudo ver el leño formidable reducido<br />
a fragmentos, como si hubiera dado Martincito un jonrón<br />
<strong>la</strong>rguísimo, un último bambinazo sobre <strong>la</strong>s gradas del jardín central<br />
en el noveno inning para dejar al campo a Industriales, porque<br />
debió confundir Martincito al equipo de <strong>la</strong> capital con el<br />
sillón azul de <strong>la</strong> terraza. Un hombre de su edad no debe andar<br />
bebiendo solo, se lo tengo dicho. Miren como han quedado los<br />
muebles.<br />
Y <strong>la</strong> gente a reírse del pobre Martincito, como si no se emborracharan<br />
también los hijos de puta, que no pasa fin de semana<br />
sin que se forme bronca en <strong>la</strong> esquina y a llover <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>brotas<br />
como en mi época de Centrohabana. Que no faltó quien recogiera<br />
los ba<strong>la</strong>ncines del sillón de aluminio y los restos del espaldar,<br />
sabrá Dios con qué intenciones (lo que no deja de ser robo).<br />
123
LITERATURA POLICIAL<br />
Y Martincito avergonzado por su conducta irracional, pidiendo<br />
disculpas, porque los hombres como él rectifican sus errores y<br />
salvan <strong>la</strong> dignidad bajo cualquier circunstancia. Y los allegados:<br />
tranquilo Martincito que el sillón te lo arreg<strong>la</strong>mos y en dos días<br />
ya nadie recuerda el pape<strong>la</strong>zo, lástima del bate, una verdadera<br />
pieza de colección, hermano, que ya no tiene remedio.<br />
Eso fue, más que menos, lo que ocurrió. Los policías desalojaron<br />
a los curiosos y se llevaron a Martincito al hospital donde<br />
puede que le inyectaran un sedante. Me fui a dormir y al otro día<br />
me enteré de que los Industriales habían ganado el campeonato.<br />
No en balde tanto silencio en el barrio. Más que de costumbre.<br />
Vil<strong>la</strong> C<strong>la</strong>ra siempre se atasca en los finales. No son los tiempos<br />
del “Duke”, ni de Huelga y de Macías. Ni de B<strong>la</strong>ndino, Montejo<br />
y José Pérez. ¿Ya conté que fui jugador de pelota? Siempre lo<br />
olvido. Martincito y yo jugamos primera categoría juntos. Nunca<br />
fui gran bateador, pero también di mi jonrón de vez en cuando.<br />
Me gustaban los jardines. Martincito era cátcher. Siempre le atrajeron<br />
<strong>la</strong>s máscaras. Por eso se metió a soldador.<br />
En Centrohabana <strong>la</strong> celebración sería grandiosa, por lo del<br />
campeonato. Si les gustará <strong>la</strong> pelota a esos vagos. Se irían en<br />
manada hasta el estadio, a disfrutar de lo lindo. No me arrepiento<br />
de haberme ido, aquel lugar apesta. No importa si ganan o<br />
pierden los Industriales.<br />
Como a <strong>la</strong> semana supe que Martincito estaba preso. Nos<br />
come <strong>la</strong> rutina, nos mastica y nos traga. Cuando vengo a ver han<br />
pasado siete días y de nuevo es domingo. Me digo coño y dónde<br />
está Martincito para echar un dominó y me dicen Martincito está<br />
preso. ¿Preso Martincito? Preso Martincito, así mismo. ¿Y qué<br />
hizo? Mató a un tipo. ¿Mató a un tipo Martincito, a qué tipo? A<br />
un tipo, no se sabe, Martincito lo dejó irreconocible.<br />
Y usted dice, oficial, que tal vez consigan identificar el cadáver<br />
y que no fue en defensa propia porque se extralimitó Martincito,<br />
124
LITERATURA POLICIAL<br />
y que habría estado bien un estacazo, incluso dos, para obligarlo<br />
a salir de <strong>la</strong> terraza; pero que nada justifica que le triturara el<br />
cráneo hasta que el bate dijo hasta aquí y se le rompió entre <strong>la</strong>s<br />
manos, el bate que con tanto celo guardaba Martincito, regalo del<br />
“Duke” en <strong>la</strong> decimosegunda serie, con los Azucareros disputando<br />
el título.<br />
Que me hable de asesinato y me diga que conservan conge<strong>la</strong>do<br />
el cuerpo en lo que <strong>la</strong> investigación avanza, y que si quiero puedo<br />
echar un ojo y apreciar cómo le puso Martincito el rostro al infeliz,<br />
créame, no me convence. Habrán sacado al muerto de otra<br />
parte, porque en <strong>la</strong> terraza de Martincito ese individuo no estaba<br />
y el bate se quebró contra los muebles de aluminio.<br />
Yo lo vi. Todos lo vieron. Puedo testificar, si quiere.<br />
125
Disles que no me<br />
maten<br />
Lorenzo Lunar
LITERATURA POLICIAL<br />
Es probable que usted no haya leído mi primera nove<strong>la</strong> policiaca.<br />
La tirada fue apenas de dos mil ejemp<strong>la</strong>res y eso, en<br />
un país donde todo el mundo sabe leer y escribir, es apenas<br />
una gota de agua en el mar; sobre todo si se tiene en cuenta que<br />
me gasté todo el dinero de mis derechos de autor en comprar <strong>la</strong><br />
edición casi completa.<br />
Esto de comprar gran cantidad de ejemp<strong>la</strong>res de mi nove<strong>la</strong> lo<br />
hice con un noble objetivo: llevar el libro al público a quien en<br />
realidad estaba dirigido. Me daba lástima ver mi nove<strong>la</strong>, tan<br />
linda, con su encuadernación en cartulina cromada y todo cuento,<br />
en medio de <strong>la</strong> Feria del Libro, pasando inadvertida ante <strong>la</strong>s miradas<br />
de los turistas indiferentes.<br />
Como <strong>la</strong> trama de mi nove<strong>la</strong> ocurre en los bajos fondos de un<br />
barrio marginal de mi ciudad, decidí llevar a <strong>la</strong> práctica eso que<br />
alguna gente dice hacer desde una oficina y a lo que han puesto<br />
el nombre de Cultura Comunitaria. Y me fui con mi nove<strong>la</strong> al<br />
barrio.<br />
Una tarde me senté en <strong>la</strong> esquina más concurrida del barrio y<br />
me aventuré a leerle algunos fragmentos a un grupo de muchachos<br />
que bebían algo que según supe después era aguardiente<br />
hecha a partir de miel de purga fermentada con mierda de niño<br />
chiquito. Me fue algo difícil sacarlos del sano entretenimiento que<br />
encontraban en el juego de <strong>la</strong> chapa, sin embargo, cuando logré<br />
leerles el primer fragmento se entusiasmaron tanto que insistieron<br />
127
LITERATURA POLICIAL<br />
en que les dejara el libro que llevaba conmigo a cambio de un litro<br />
de aquel<strong>la</strong> bebida exótica. “Pa que se inspire, asere”, me dijo uno<br />
que parecía ser el líder del grupo porque convenió conmigo <strong>la</strong><br />
presentación de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> <strong>la</strong> tarde siguiente en el mismo lugar.<br />
“Yo me ocupo de <strong>la</strong> promoción”, aseguró, “y al que no venga de<br />
<strong>la</strong> gente que yo invite le rompo el culo a patadas, no se preocupe.”<br />
La tarde siguiente, cuando llegué a <strong>la</strong> esquina, me sorprendió<br />
un molote de gente que se disputaba un lugar lo más cerca posible<br />
del poste donde ocupaban una evidente presidencia los muchachos<br />
que <strong>la</strong> tarde anterior habían estado conversando y bebiendo<br />
conmigo. “No se preocupe, escritor, todo está organizado”, me<br />
dijo Dignoser, que así se l<strong>la</strong>maba el líder del grupo. “¿Trajo los<br />
libros?”<br />
—Traje cinco o seis —le dije.<br />
—Con eso no alcanza para el <strong>la</strong>nzamiento.<br />
—¿Lanzamiento?<br />
—C<strong>la</strong>ro, ¿no es así como se le dice a cuando se vende un libro?<br />
—Sí...— contesté y miré al molote que se revolvía ante mi<br />
presencia.<br />
—¡Con orden, caballero! ¡Con orden que <strong>la</strong> gente que está<br />
rectificando <strong>la</strong> co<strong>la</strong> aquí desde por <strong>la</strong> mañana no se va a quedar<br />
sin ná! —gritó una negra con tipo de campeona panamericana de<br />
<strong>la</strong>nzamiento de <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>, con unas chancletas ap<strong>la</strong>stadas por el<br />
excesivo peso y el excesivo uso y los calcañales más sucios que <strong>la</strong><br />
conciencia de Poncio Pi<strong>la</strong>tos.<br />
—<strong>El</strong> tipo trae nada más que siete libritos de mierda —exc<strong>la</strong>mó<br />
decepcionado un maricón con siete col<strong>la</strong>res de santería al cuello,<br />
y el molote volvió a revolverse como una anaconda después de<br />
zamparse un toro.<br />
Yo pedí calma a <strong>la</strong> multitud que respetuosamente se organizó<br />
al escuchar mi voz.<br />
—Voy a mi casa a buscar más —dije.<br />
128
LITERATURA POLICIAL<br />
Un rubio alto, sin dientes, con <strong>la</strong> camiseta rota y peor aspecto<br />
que un músico de heavy metal se ade<strong>la</strong>ntó a decirme algo, pero<br />
Dignoser lo detuvo con un gesto de su mano.<br />
—Tiene media hora, escritor —me dijo con solemnidad y yo<br />
supe que de mi puntualidad dependía no solo el prestigio del<br />
muchacho en el barrio sino también mi integridad física.<br />
Solté el bofe en <strong>la</strong> bicicleta, pero a los veinte minutos ya estaba<br />
de regreso con cien ejemp<strong>la</strong>res de mi exitosa nove<strong>la</strong>. Otros veinte<br />
minutos más tarde regresaba a mi casa sin un solo libro. En el<br />
bolsillo tres dó<strong>la</strong>res y cincuenta pesos cubanos y amarrados a<br />
diferentes partes de mi bicicleta dos mazos de lechuga, una cabeza<br />
de puerco, dos jabones Lux, un pomo de champú por <strong>la</strong> mitad,<br />
tres sábados cortos del aguardiente de marras y un jarrón de<br />
porce<strong>la</strong>na china de <strong>la</strong> dinastía Ming con su chapil<strong>la</strong> de inventario<br />
del Museo de Artes Decorativas. Comparado con los derechos de<br />
autor era un buen negocio. Además, mi nove<strong>la</strong> había caído en<br />
manos de su verdadero público.<br />
Pero <strong>la</strong> historia no concluye aquí. Reencontrarme con un<br />
barrio parecido al de mi infancia, cuyos recuerdos me habían<br />
servido para <strong>la</strong> construcción de mi primera nove<strong>la</strong>, era toda una<br />
tentación. Las buenas re<strong>la</strong>ciones que había establecido con<br />
Dignoser y sus amigos me permitían conversar con personajes de<br />
tremenda riqueza y colorido y, quizás, hasta encontrar historias<br />
que me permitieran acometer una segunda nove<strong>la</strong> más veraz que<br />
<strong>la</strong> recién concluida. Qué lejos estaba yo de imaginar el precio que<br />
habría de pagar. Comencé a darme cuenta cuando noté que a<br />
Dignoser habían comenzado a l<strong>la</strong>marlo en el grupo por el nombre<br />
de Gravil<strong>la</strong>. Gravil<strong>la</strong> era el bautismo de uno de los delincuentes<br />
de mi primera nove<strong>la</strong>. Pero aquello era so<strong>la</strong>mente un botón de<br />
muestra, poco a poco fui conociendo personalmente a cada uno<br />
de los personajes que yo había creado: Pedro Pechoemulo, Chago<br />
el Buey, Frank <strong>la</strong> Puerca, <strong>El</strong> Puchy, Pedrusco el Rey del Brillo y <strong>El</strong><br />
129
LITERATURA POLICIAL<br />
Gordillo acudían a <strong>la</strong> esquina cuando yo visitaba el barrio, a<br />
compartir conmigo el aguardiente. Increíble era <strong>la</strong> manera en que<br />
habían encarnado mis personajes, baste decirles que <strong>El</strong> Gordillo,<br />
que antes se l<strong>la</strong>maba Robin Díaz Hurtado, engordó más de quince<br />
libras para asumir su personaje y esto le costó que su novia lo<br />
dejara. Sin embargo, él sentía que el sacrificio estaba recompensado;<br />
era famoso, su nuevo nombre aparecía en un libro. Y esto<br />
so<strong>la</strong>mente fue el inicio. Como mi objetivo fundamental era escribir<br />
una segunda nove<strong>la</strong> tuve <strong>la</strong> infausta decisión de discutir el<br />
desarrollo de <strong>la</strong> trama con mis nuevos amigos en <strong>la</strong> esquina. <strong>El</strong><br />
asunto de <strong>la</strong> nueva nove<strong>la</strong> era una serie de crímenes que ocurrirían<br />
después de un robo de gafas en un almacén de una corporación.<br />
La policía debía ubicar <strong>la</strong> mercancía en el barrio a través de<br />
un informante y ahí comenzaba <strong>la</strong> pesquisa. Lo que nunca imaginé<br />
fue que al día siguiente de haberle expuesto <strong>la</strong> idea a mis amigos<br />
ocurriera un robo simi<strong>la</strong>r en los almacenes de <strong>la</strong> TRD de <strong>la</strong><br />
ciudad. Coincidencia, pensé. Otra tarde tuve una penosa discusión<br />
con <strong>El</strong> Gordillo. <strong>El</strong> muchacho no aceptaba <strong>la</strong> condición de<br />
informante que yo le quería imponer en mi proyecto de nove<strong>la</strong> y<br />
armó un tremendo escándalo en <strong>la</strong> esquina, hasta quería fajarse<br />
conmigo porque eso de chivato no le servía a él. Dignoser, o sea<br />
Gravil<strong>la</strong>, intervino a mi favor y entre <strong>El</strong> Puchy y él le dieron una<br />
mano de patadas al Gordillo por chivato y por traste y le prohibieron<br />
que volviera por <strong>la</strong> esquina. Aquel<strong>la</strong> noche el complejo de<br />
culpa no me dejó dormir.<br />
La tarde siguiente llegué bien temprano a <strong>la</strong> esquina. Todavía<br />
no estaba ninguno de los muchachos, pero me esperaba Leonardo,<br />
el Jefe del Sector de <strong>la</strong> Policía en el barrio. Era un joven de treinta<br />
y tantos años, igual que el personaje de mi nove<strong>la</strong>, de hab<strong>la</strong>r<br />
pausado y buenos modales como mi héroe. Su verdadero nombre<br />
era Raúl, pero ustedes ya saben.<br />
—Vamos a hab<strong>la</strong>r de hombre a hombre, escritor —me dijo.<br />
130
LITERATURA POLICIAL<br />
—¿Qué es lo que pasa?<br />
—Como usted verá, yo me encuentro en una situación muy<br />
difícil. Tengo que actuar y en este enredo hay dos o tres socios de<br />
aquí del barrio. <strong>El</strong> Puchy es como mi hermano, estuvimos juntos<br />
en Ango<strong>la</strong> antes de hacerme policía y todo eso que usted sabe. Yo<br />
sé que él tiene que ver con esto y anda huyéndome. También me<br />
preocupa lo de Pechoemulo.<br />
—¿Qué pasa con Pedro Pechoemulo?<br />
—<strong>El</strong> cadáver no aparece.<br />
—¡<strong>El</strong> cadáver!<br />
—C<strong>la</strong>ro, el cadáver. Se supone que lo hayan asesinado. Si<br />
Chago el Buey es el que tiene <strong>la</strong>s gafas y Pechoemulo lo sabe y<br />
quiere joderlo en el negocio, es lógico que lo mate... C<strong>la</strong>ro, que<br />
eso no lo va a hacer el mismo Chago, él se cuida mucho de esas<br />
cosas. Seguramente va a usar a alguna de su gente... No, al<br />
Gordillo no, ese es un infeliz que hasta yo le saco información y<br />
lo que hace es enredarse cada vez más con Chago y esa gente...<br />
Pero... puede usar a Tanganica. Tanganica acaba de salir de <strong>la</strong><br />
cárcel y es incondicional de Chago el Buey. Además, en el barrio<br />
se comenta que estando él allá adentro, Pechoemulo andaba con<br />
su mujer, Mabel <strong>la</strong> Rubia, ¡tremendo cuero!<br />
¡Todo un argumento! La verdadera solución para mi nove<strong>la</strong>.<br />
Yo había soltado <strong>la</strong> idea y los personajes se me habían ido de <strong>la</strong>s<br />
manos. Eso cuando ocurre en <strong>la</strong> hoja de papel es magnífico, pero<br />
cuando <strong>la</strong> creación literaria y <strong>la</strong> realidad se revuelven una con <strong>la</strong><br />
otra, y <strong>la</strong> vida de un hombre está en juego ya es harina de otro<br />
costal. Sin embargo, a Leonardo no parecía importarle nada <strong>la</strong><br />
tragedia. Él estaba en lo suyo, y para él y para todo el barrio si<br />
Pedro Pechoemulo no estaba muerto le faltaba poco.<br />
Traté de explicarle que todo aquello era una locura, que había<br />
que hacer algo para detenerlo.<br />
—Detenerlo, sí —me dijo—, hay que detenerlo. Voy para <strong>la</strong><br />
131
LITERATURA POLICIAL<br />
Unidad de <strong>la</strong> Policía a buscar una orden de detención a nombre<br />
de Inocente Ascuy, alias Tanganica... Ese tiene que ser el asesino<br />
—y me dejó solo en <strong>la</strong> esquina.<br />
Los muchachos no aparecieron aquel<strong>la</strong> tarde. Cuando <strong>la</strong> cosa<br />
se pone ma<strong>la</strong> en el barrio es normal que todo el mundo se pierda.<br />
Casi era de noche cuando decidí volver a mi casa. Deseaba con<br />
toda el alma un trago de aguardiente y allá todavía me quedaba<br />
un poco de <strong>la</strong> que había negociado por mis libros. Al pasar frente<br />
a <strong>la</strong> casa del maceta del barrio, o sea Chago el Buey, vi salir a un<br />
negro grandísimo vistiendo un pitusa y camiseta azul, tenía un<br />
col<strong>la</strong>r de cuentas b<strong>la</strong>ncas y rojas en el cuello y <strong>la</strong> barba arreg<strong>la</strong>da<br />
en forma de candado. Me saludó con un gesto y una sonrisa malévo<strong>la</strong>.<br />
Mi primer impulso al llegar a <strong>la</strong> casa fue deshacerme de <strong>la</strong><br />
nove<strong>la</strong>. Romper<strong>la</strong>, quemar<strong>la</strong>, desaparecer<strong>la</strong>.<br />
No podía convertirme en un asesino a través de mi literatura.<br />
Decidí darle una última lectura antes de hacerlo, cuando terminé<br />
me di cuenta que no podía. Hubiera sido otro crimen. Tenía una<br />
excelente nove<strong>la</strong> y Leonardo me había dado <strong>la</strong> solución perfecta<br />
de <strong>la</strong> trama. Traté de reconciliarme con mi conciencia pensando<br />
que lo que estaba pasando en el barrio no eran más que coincidencias<br />
de <strong>la</strong> vida y que si aquello tenía que ver con mi nove<strong>la</strong> no<br />
era por mi culpa; eran ellos quienes habían decidido asumirlo así.<br />
<strong>El</strong> conflicto interno fue una batal<strong>la</strong> difícil, pero hay momentos en<br />
<strong>la</strong> vida de los hombres en que deben tomarse determinaciones<br />
crueles. Era mi nove<strong>la</strong> y no iba a ceder por un muertecito más o<br />
menos. Y no cedí. No cedí ni cuando aquel<strong>la</strong> noche se apareció<br />
Pedro Pechoemulo a <strong>la</strong> puerta de mi casa a pedir clemencia.<br />
—¡Disles que no me maten, escritor! Anda, vete a decirles eso.<br />
Que por caridad. Disles así. Disles que lo hagan por caridad.<br />
—No puedo. Chago el Buey no quiere saber nada de ti.<br />
—Tú sí puedes, escritor. Puedes decirles que eso no es así. Haz<br />
132
LITERATURA POLICIAL<br />
que te oigan. Tú tienes tus mañas. Disles que ya con este susto<br />
está bueno.<br />
—No se trata de sustos, parece que te van a matar de verdad.<br />
Y yo ya no quiero volver más allá.<br />
—Anda, escritor, disles que tengan un poquito de lástima de<br />
mí.<br />
—Vete —le dije.<br />
—Yo le puedo pagar a Chago, yo le puedo pagar. La cosa<br />
puede ser así.<br />
—Ya no hay remedio —le dije y cerré <strong>la</strong> puerta.<br />
Él debió quedarse un rato ahí parado. Quizás antes de irse al<br />
bar escuchó el tecleo de mi máquina de escribir.<br />
—Ponme otro doble —dijo Pechoemulo al dependiente. <strong>El</strong><br />
hombre lo miró indeciso. Pedro Pechoemulo estaba bien borracho.<br />
—Sírvele, que se emborrache más. Que beba todo lo que le dé<br />
<strong>la</strong> gana —le dijo el negro grande, y se pasó <strong>la</strong> mano por <strong>la</strong> barba<br />
cuidadosamente recortada a manera de «candado».<br />
Pedro Pechoemulo terminó el último trago de su vida y salió<br />
del bar dando tumbos. Tanganica le siguió los pasos. Cuando<br />
entraron al barrio, por un callejón oscuro y estrecho, Pechoemulo<br />
cayó arrodil<strong>la</strong>do sobre el asfalto. Tanganica lo sintió llorar.<br />
—Por favor, Tanga, mírame, yo ya no valgo nada. ¡No me<br />
mates!<br />
<strong>El</strong> negro se inclinó sobre él y le abrazó el cuello. Luego hizo<br />
un gesto breve y se oyó un chasquido.<br />
Leonardo lo encontró arrinconado al pie del poste de <strong>la</strong> esquina.<br />
Por fin se había apaciguado.<br />
—No tendrá nadie que lo extrañe —dijo bajito. Después se<br />
montó en su bicicleta y salió a buscar un teléfono.<br />
133
Hierve <strong>la</strong> sangre<br />
Rafael Grillo
LITERATURA POLICIAL<br />
“Qué hermosa”, piensa, con los ojos henchidos por los destellos<br />
de p<strong>la</strong>ta, sus dedos acariciando <strong>la</strong> curva de luna mahometana.<br />
Delgada en el nacimiento junto a los gavi<strong>la</strong>nes en<br />
forma de S y ensanchándose en el recodo hacia <strong>la</strong> punta. Hoja de<br />
unos cuarenta centímetros, calcu<strong>la</strong> a golpe de vista; <strong>la</strong> mitad de<br />
<strong>la</strong>rgo que sus hermanos mayores, debe ser un alfanje del tipo<br />
empleado en abordajes, adivina. Y sólo así, dejándose hechizar<br />
por lo singu<strong>la</strong>r del objeto en que se materializó <strong>la</strong> sorpresa anunciada,<br />
procura que se desinfle <strong>la</strong> irritación precedente. Ausculta<br />
los bordes de <strong>la</strong> iracunda arma morisca y <strong>la</strong> descubre tajante por<br />
un solo costado, hasta su terminación en un triángulo; este sí<br />
afi<strong>la</strong>do en el vértice y los dos cantos… ¿Detalles, no? Buscas<br />
detalles…. Presumo que tú eres el mismo que publicó aquel<br />
artículo en una revista. Recuerdo el título: “Novelista asesina a su<br />
esposa porque no lo dejaba escribir”… Es cierto, que eso fue lo<br />
que confesé a <strong>la</strong> policía… pero puesto de esa manera, parece<br />
totalmente irracional, absurdo, hasta para mí. ¿Quieres oír <strong>la</strong><br />
historia completa? O te conformas con que yo, para justificarme,<br />
te salga con un par de citas ingeniosas, de <strong>la</strong>s que el público<br />
espera de todo escritor. Por ejemplo, esta de Oscar Wilde: “Las<br />
mujeres nos inspiran a hacer <strong>la</strong>s mas grandes obras, pero son el<strong>la</strong>s<br />
mismas quienes nos impiden hacer<strong>la</strong>s”… “Hermosa… ¡La espada<br />
de Mahoma!”, se dice. Y para completar el conjuro que pueda<br />
tragarse los restos de fastidio, hace inventario: “Un astro<strong>la</strong>bio, el<br />
135
LITERATURA POLICIAL<br />
modelo de navío español del siglo XVI, una pisto<strong>la</strong> de chispa, el<br />
mapa con <strong>la</strong> Ruta de los Galeones, el macahuitl de los aztecas…”<br />
<strong>El</strong><strong>la</strong> cumple su pa<strong>la</strong>bra de propiciarle una ambientación de época<br />
en el estudio y a él debiera bastarle ese argumento para olvidar el<br />
pecado de intromisión y los minutos interminables fuera de su<br />
rincón de trabajo, forzado a esperar en el dormitorio, mientras<br />
el<strong>la</strong> pretexta que algo tiene que hacer en <strong>la</strong> habitación de arriba,<br />
algo que no puede decirle, una sorpresa es una sorpresa… Parece<br />
que sólo te interesa reconstruir <strong>la</strong> escena, <strong>la</strong> circunstancia… Es<br />
verdad que entonces dije que “me hervía <strong>la</strong> sangre y <strong>la</strong> maté”,<br />
pero eso no es suficiente, no, somos seres complejos, lo sabes, y<br />
cada acto de un hombre resume su entera existencia. Sólo te pido<br />
un poco de paciencia, no demasiada, que no voy arrancar en <strong>la</strong><br />
infancia como si esto fuera un psicoanálisis… Yo me figuro que<br />
antes de venir a entrevistarme a <strong>la</strong> prisión te hayas leído La palmera<br />
doméstica, mi nove<strong>la</strong>, con <strong>la</strong> que gané el Premio Carpentier.<br />
¿Sí? Pues desde ahí partiremos… Él aguarda, cónyuge domado, <strong>la</strong><br />
autorización para retomar su faena. Contemp<strong>la</strong> revuelto el espacio<br />
de el<strong>la</strong>, indemne el suyo; y elucubra que ha dejado así <strong>la</strong> cama<br />
adrede, como queriendo restregarle <strong>la</strong> noche, otra noche más, en<br />
que no acudió al lecho y prefirió pernoctar con los fantasmas de<br />
<strong>la</strong> nove<strong>la</strong>, el proyecto irresuelto, interminable… Ya conoces <strong>la</strong><br />
historia de mi libro. Nada original, como suele ser <strong>la</strong> norma en<br />
<strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s infalibles, apenas <strong>la</strong> variación de un drama de todos<br />
los tiempos: un matrimonio y el contraste entre su cara pública y<br />
el ámbito privado. De trasfondo: <strong>la</strong> realidad de hoy, donde <strong>la</strong>s<br />
dobleces y <strong>la</strong>s <strong>la</strong>cras internas conviene enmascarar<strong>la</strong>s tras adhesiones<br />
políticamente correctas y el lustre que aportan los cargos<br />
prominentes. Los protagonistas: el marido, diseñado a sí mismo<br />
para promover <strong>la</strong> imagen del tipo cabal, responsable ante <strong>la</strong> profesión<br />
y el entorno social, pero que es un tirano en <strong>la</strong> vida del<br />
hogar. Y su mujer, que es <strong>la</strong> víctima insospechada; a <strong>la</strong> que poda<br />
136
LITERATURA POLICIAL<br />
constantemente <strong>la</strong>s aspiraciones de crecimiento individual, a <strong>la</strong><br />
cual arrancó de su tronco familiar y encima le cercena <strong>la</strong> ilusión<br />
de parir <strong>la</strong>s ramas de posibles descendencias. A <strong>la</strong> que ha dejado<br />
convertida en muñeca hermosa para ostentar en citas mundanas…<br />
Como <strong>la</strong> palmera africana, exacto, regada con celo y bel<strong>la</strong>mente<br />
recortada para que no desborde <strong>la</strong> maceta, por una esposa<br />
que no se ha dado cuenta de que su obsesión con el árbol miniaturizado<br />
es <strong>la</strong> venganza desp<strong>la</strong>zada de su objeto verdadero, una<br />
desviación inconsciente de sus frustraciones y de su rabia íntima…<br />
<strong>El</strong> episodio sexual en el clímax de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>, cuando luego<br />
de sodomizaciones forzadas y otras vejaciones nocturnas, <strong>la</strong><br />
mujer bonsái es aporreada por el marido hasta obligar<strong>la</strong> a encamarse<br />
con él y un desconocido, representa <strong>la</strong> vejación extrema, el<br />
evento que hará inf<strong>la</strong>mar <strong>la</strong>s venas hasta el punto de ebullición.<br />
Y aunque yo preferí narrar el desen<strong>la</strong>ce desde una perspectiva<br />
onírica, de todos modos se admite <strong>la</strong> interpretación de que al<br />
verse el<strong>la</strong> ensangrentada, con <strong>la</strong>s tijeras de jardinería en mano, es<br />
porque se haya producido el pasaje al acto, <strong>la</strong> reconstrucción en<br />
<strong>la</strong> realidad de <strong>la</strong> escena de muti<strong>la</strong>ción que entreveía en sus pesadil<strong>la</strong>s…<br />
Pega mandobles al aire, inundado de excitación, con el<br />
rostro contraído como vil<strong>la</strong>no de pelícu<strong>la</strong>. “Hermosa”, repite,<br />
completamente rendido a <strong>la</strong> seducción de <strong>la</strong> espada. Sospecha que<br />
ambos, el alfanje y él, recuerdan su primitiva naturaleza y gozan<br />
el acople perfecto, con los surcos del mango acana<strong>la</strong>do amoldándose<br />
a <strong>la</strong> carne de <strong>la</strong> mano. Al examinar el agarre es que se percata<br />
de <strong>la</strong> cabeza de negro, esculpida en el pomo de prieto bronce.<br />
<strong>El</strong> enigma sobre el pasado incognoscible de <strong>la</strong> espada revierte <strong>la</strong><br />
batal<strong>la</strong> desde los mandos activos de su cuerpo hacia el campo frío<br />
del pensamiento. “¿Fuiste prenda de un berebere con oficio de<br />
negrero? ¿O te hizo forjar el esc<strong>la</strong>vo que reviró <strong>la</strong> suerte y pretendió<br />
inmortalizar su ejemplo de espíritu irredento?”... Disculpa<br />
que me haya desviado; mi intención no era <strong>la</strong> recitación de <strong>la</strong><br />
137
LITERATURA POLICIAL<br />
nove<strong>la</strong>, sino aludir a mi situación personal en el período que <strong>la</strong><br />
escribí… En aquel<strong>la</strong> época yo era gerente de Recursos Humanos<br />
en una empresa importante y <strong>la</strong> gente me creía afortunado. Falsa<br />
apariencia. En mis adentros gemía un fracasado, porque mi ilusión<br />
secreta era dedicarme a <strong>la</strong> literatura, y en cambio el tiempo<br />
pasaba, y mis esbozos de <strong>cuentos</strong> y nove<strong>la</strong>s dormían en los márgenes<br />
de <strong>la</strong> agenda que portaba en <strong>la</strong>s reuniones. Por eso, justo el<br />
día en que cumplí los treinta años y aún sabiendo cuánto ponía<br />
en riesgo, me dije: “Mi reino por una nove<strong>la</strong>”... “¡<strong>El</strong> acero del<br />
pirata!”, se ilumina. Cinco siglos ade<strong>la</strong>nte, a través de un hueco<br />
negro de <strong>la</strong> Historia, viajó aquel<strong>la</strong> pieza perentoria en el dibujo<br />
de su personaje. Sobre cubierta el capitán de piel oscura, con el<br />
puño asido al alfanje que reposa en <strong>la</strong> cintura, desconfiado<br />
todavía, aunque en <strong>la</strong> mar negrísima no resp<strong>la</strong>ndezca el fanal del<br />
enemigo. Acodado a <strong>la</strong> banda de estribor, el mestizo congratu<strong>la</strong> al<br />
cielo por su luna creciente, esa zanjita tímida al despachar<br />
c<strong>la</strong>ridad, arqueada y estrecha como <strong>la</strong> silueta de su sable, aliada<br />
súbita de Lucifer, el temible bergantín. Diego Grillo siente orgullo<br />
de su bajel de dos palos, el más lóbrego y siniestro, al que tiñó con<br />
alquitrán en toda <strong>la</strong> tab<strong>la</strong>zón y el trapo para que en noches como<br />
esta, un espectro invisible surcara los mares… Quise arrancar con<br />
mi proyecto más querido y antiguo: una nove<strong>la</strong> basada en Diego<br />
Grillo, un personaje real, el primer pirata cubano, quien fue<br />
mu<strong>la</strong>to, hijo de esc<strong>la</strong>va africana y soldado español. Pero ese<br />
empeño requería que me consagrara a <strong>la</strong> investigación histórica y<br />
necesitaba el apoyo, <strong>la</strong> comprensión, que no encontré en Palmira,<br />
mi primera esposa. Yo creía que mi decisión le traería alivio al<br />
eliminarse el motivo de sus quejas más frecuentes; sin embargo,<br />
mi mayor permanencia en el hogar no compensaba para el<strong>la</strong> el<br />
desca<strong>la</strong>bro que sufriría <strong>la</strong> economía familiar. Le rogué paciencia,<br />
pero Palmira enarboló a favor de su desacuerdo el tic tac biológico.<br />
Al cabo, tras cinco años de vida en común, el cada cual a lo<br />
138
LITERATURA POLICIAL<br />
suyo era <strong>la</strong> única solución: el<strong>la</strong> a procrear su hijo, yo a parir mi<br />
nove<strong>la</strong>. <strong>El</strong> impacto de <strong>la</strong> soledad, agobiante en los primeros días,<br />
poco a poco se convirtió en bálsamo, y si bien no continué con <strong>la</strong><br />
historia de piratas, enseguida me surgió en <strong>la</strong> mente una trama<br />
nueva. Escribí en cinco meses La palmera doméstica, y el envío a<br />
<strong>la</strong> convocatoria del Premio Carpentier fue un atrevimiento que,<br />
inesperadamente, resultó. Al <strong>la</strong>nzamiento del libro asistí internamente<br />
dividido todavía entre el júbilo y <strong>la</strong> incredulidad. Estaba<br />
nervioso a <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong>s firmas, garabateando cualquier nadería,<br />
hasta que llegó el turno del hada bienhechora, aquel<strong>la</strong> muchacha<br />
de blusa b<strong>la</strong>nca y ancha como gavia de fragata. Me dijo su nombre<br />
y encabecé <strong>la</strong> dedicatoria: “Hermosa Cleo”… Despunta el<br />
alba y el bucanero tuerce <strong>la</strong> derrota hacia Campeche, a toda ve<strong>la</strong><br />
y con el viento asistiéndole a barlovento, sabiendo que a su favor<br />
tercia <strong>la</strong> sorpresa y el que <strong>la</strong> p<strong>la</strong>za extrañe a sus defensores más<br />
avezados; esos que ahora, desconcertados, andan rebuscando a<br />
Lucifer en <strong>la</strong> plena gigantez del Golfo. Un exultante Diego Grillo<br />
agita a <strong>la</strong> horda de curtidos saqueadores. Pero no es el oro y <strong>la</strong><br />
p<strong>la</strong>ta de Nueva España lo que agranda su ánimo, sino <strong>la</strong> hermosa<br />
Isabel, por fin al alcance de su sed, separada de su amuleto, el<br />
capitán Monasterio. “¿Puedo pasar?”, y pasa sin esperar <strong>la</strong><br />
anuencia. “En <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> está Santiago, tu amigo español. Dice que<br />
pasó a saludarte. ¿Le digo que ya vas a bajar?”, indaga <strong>la</strong> consorte<br />
y el pirata enamorado habrá de ap<strong>la</strong>zar su entrada a puerto…<br />
Me expuso que el<strong>la</strong> también escribía, aunque su piel de nieve y los<br />
ojos verde mar ya eran señuelos suficientes. Es innegable que<br />
había en Cleo verdadero potencial y no por l’amour fou a<strong>la</strong>bé yo<br />
sus <strong>cuentos</strong>; pero lo que consumó en propiedad mi encantamiento,<br />
lo que me hizo repugnar súbitamente <strong>la</strong> soledad en que no<br />
había encontrado ma<strong>la</strong> compañía, fue su simpatía con el cauce<br />
supremo de mi vida y el arresto con que p<strong>la</strong>nteó el designio de<br />
sujetar sus ímpetus de escritora para ofrecerse a sustentar los<br />
139
LITERATURA POLICIAL<br />
míos. Apenas con aseverar que adoraba mi boceto de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de<br />
piratas, consiguió que yo rubricara risueño <strong>la</strong> alianza. De aquel<br />
prólogo como de ilusión hollywoodense sólo conservo una reminiscencia<br />
de ma<strong>la</strong> espina: La imagen de un despertar de luna de<br />
miel, con <strong>la</strong> hermosa Cleo narrándome el sueño suyo, en el que<br />
una feliz pareja recorre el museo llevando de <strong>la</strong> mano a Dieguito,<br />
nuestro hijo… Se demora en bajar. Preferiría quedarse en compañía<br />
de los Hermanos de <strong>la</strong> Costa y evocar juntos <strong>la</strong> contienda en<br />
alta mar del día en que el espadón del Caballero de Ca<strong>la</strong>trava<br />
inauguró el pugi<strong>la</strong>to contra el acero del renegado. “Santiago…”,<br />
recuerda y se sonríe. Lo había conocido hace un par de años en<br />
<strong>la</strong> Universidad de La Habana, cuando asistió a <strong>la</strong>s conferencias<br />
del reputado arqueólogo. Él se acercó al perito con <strong>la</strong> intención<br />
de conquistarlo para que le franqueara el acceso a los fondos<br />
documentales del Museo de Historia de Madrid. Mas el interés<br />
profesional devino a <strong>la</strong> postre en camaradería auténtica, o así<br />
llegaría a creerlo él; y hoy no fal<strong>la</strong> que en <strong>la</strong>s frecuentes viajes de<br />
trabajo a <strong>la</strong> is<strong>la</strong>, el español saque tiempo para al menos una visita<br />
a <strong>la</strong> casa del escritor. Lástima que <strong>la</strong> amable cosecha de <strong>la</strong> amistad<br />
haya comenzado a malograrse por culpa del gusano de <strong>la</strong> sospecha:<br />
“¡Santiago!”, repite con acento de reve<strong>la</strong>ción y se dispara<br />
escalera abajo. La daga mora desciende consigo, colgándole del<br />
puño apretado… Atrapa esta otra cita de Wilde: “Si usted quiere<br />
saber lo que una mujer dice realmente, míre<strong>la</strong>, no <strong>la</strong> escuche”…<br />
Luego de esos primeros meses en que <strong>la</strong>s horas enteras fueron<br />
devoradas por los espejismos del deseo o <strong>la</strong> tempestad del amor,<br />
cuando el reloj perezoso de <strong>la</strong> vida cotidiana, el que impone su ley<br />
de mesura y vista ade<strong>la</strong>nte, empezó a marcar el paso, yo quise<br />
empeñarme a tiempo completo en <strong>la</strong> escritura de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>.<br />
Entonces Cleo me sacó <strong>la</strong> coartada de <strong>la</strong> pareja para arrastrarme<br />
hacia otras prioridades, como atajar el deterioro de <strong>la</strong> casa que<br />
ahora habitábamos en común, y tuve que enro<strong>la</strong>rme en una p<strong>la</strong>za<br />
140
LITERATURA POLICIAL<br />
de editor y además tributar cientos de horas extra a faenas de<br />
traducción… ¡Hasta que me harté, y con el pa<strong>la</strong>cio a medio terminar<br />
todavía monté <strong>la</strong> rebelión, dec<strong>la</strong>rándole al hada falsa que<br />
ni portaba el<strong>la</strong> vara mágica ni era yo el magnífico A<strong>la</strong>dino asegurado<br />
por el djin de <strong>la</strong> lámpara!... “¿Este alfanje no es el original,<br />
eh?”. La pregunta, caída inmediatamente después de un frío<br />
saludo, toma a Santiago desprevenido. <strong>El</strong> experto pide tenerlo en<br />
sus manos, como si precisase hacerle el examen. “Vamos, que esto<br />
llegó aquí por ti...”, indica él y detecta el miramiento de los cómplices.<br />
Cuando Santiago encara al amigo transformado en inquisidor,<br />
no logra evitar que a su sonrisa de gentil se arrime el fastidio.<br />
Y el<strong>la</strong> suelta un “¡¿Y ya tú te habías dado cuenta?!”, que<br />
dispersa en <strong>la</strong> atmósfera el equívoco perfume de <strong>la</strong> candidez mal<br />
simu<strong>la</strong>da. Lo huele enseguida el que por viejo y diablo se sabe el<br />
truco de mover <strong>la</strong> conversación hacia el renglón de <strong>la</strong> curiosidad<br />
ilustrada para temp<strong>la</strong>r <strong>la</strong> tirantez en ambientes de intelectuales:<br />
“Es una réplica excelente. La traje como parte de un lote que mi<br />
museo va a donar a <strong>la</strong> Oficina del Historiador de La Habana…<br />
¿No te gustó el regalo?”. Pero el escritor resucita el tono de fiscal:<br />
”¿También <strong>la</strong> espada azteca es falsa, no?”; y el español asiente, ya<br />
con cara de enterado de que el otro no va a dejarse embaucar. <strong>El</strong><strong>la</strong><br />
está mirando muy seria: ¿Qué hay detrás de aquellos ojos verdes?<br />
¿Chasco… desilusión… contrariedad… caute<strong>la</strong>…? Él encubre sus<br />
apetencias de averiguar: “Tengo que dejarlos… Ya saben cómo es<br />
el asunto cuando uno está inspirado… Gracias por tu… tus<br />
regalos Santiago”… Cleo pareció ceder, comprimida por el peso<br />
de <strong>la</strong> realidad y de mis razones. Incluso se comprometió a imp<strong>la</strong>ntarme<br />
un decorado de época en lo que renombró como “gabinete<br />
de escritura”. De modo que en el cuarto construido a medias,<br />
donde nuestro Dieguito dormiría en el mañana, establecí lo que<br />
debió ser mi coto privado, <strong>la</strong> guarida de <strong>la</strong> que sólo saldría el día<br />
en que hubiera concluido mi gran nove<strong>la</strong>, esa que nos serviría el<br />
141
LITERATURA POLICIAL<br />
maná en un futuro… Pero lo que de veras acaeció después, el<br />
recuento total hasta <strong>la</strong> fecha a <strong>la</strong> que tú quisieras que yo acabara<br />
de llegar, sería interminable y tedioso, repleto de aparentes nimiedades,<br />
<strong>la</strong>s goticas insidiosas del día a día. Que si los deberes de<br />
marido, que si <strong>la</strong>s tareas del hombre de <strong>la</strong> casa, y <strong>la</strong>s frecuentes<br />
interrupciones para poner orden en el “gabinete”: <strong>la</strong>s mil y una<br />
menudencias amargas que un día, un día cualquiera te hacen<br />
estal<strong>la</strong>r… Sólo <strong>la</strong> gente como tú, los que no han liquidado a persona<br />
alguna, puede juzgar que matar es un acto extravagante. Te<br />
invito a indagar una estadística: ¿Qué hay en el mundo más escritores<br />
o asesinos? Matar, te lo aseguro, no es más difícil que escribir<br />
una nove<strong>la</strong>… Escribir para no pensar en… Eso… Se salta<br />
episodios, ya los escribirá más ade<strong>la</strong>nte; <strong>la</strong> catarsis lo imp<strong>la</strong>nta en<br />
el fragor del combate librado en los callejones de <strong>la</strong> vil<strong>la</strong>, su jactancia<br />
de pendenciero diestro incitándolo a toparse con un rival a<br />
su altura. Preferiría que se entrometiera de<strong>la</strong>nte el mismísimo<br />
Santiago Monasterio, aunque esa ya oportunidad ya no puede<br />
darse, porque el filibustero optó por dejar al padre de Isabel descarriado<br />
en el ancho mar, evitando que su alfanje arrancase de un<br />
tajo los dos corazones fundidos por el cordón de sangre. Los ojos<br />
de azor marinero divisan en el centro del tropel a un bajito y<br />
corajudo que derribó a tres de los salteadores con <strong>la</strong> saña de un<br />
macauitl. Diego Grillo saca celeridad de su sangre hirviente y<br />
aparta a empujones a <strong>otros</strong> posibles g<strong>la</strong>diadores. No es <strong>la</strong> furia<br />
desnuda de <strong>la</strong> pelea, ni el ansia de venganza por <strong>la</strong> pérdida de los<br />
suyos, lo que hace al mu<strong>la</strong>to arrol<strong>la</strong>r hasta el encontronazo con el<br />
montante de los Guerreros Águi<strong>la</strong>. Sino su color de mestizo, el<br />
semb<strong>la</strong>nte de un raza turbia como él. Enervado por el malinchismo<br />
del indiano que rinde <strong>la</strong> espada del abuelo azteca al mandato<br />
de Su Majestad Católica, alza el infiel su sable hostil a Castil<strong>la</strong>,<br />
esquiva los filos de obsidiana y atina a traspasar con el hierro <strong>la</strong><br />
madera quebradiza del arma contrincante. <strong>El</strong> traidor no se queja<br />
142
LITERATURA POLICIAL<br />
a pesar de <strong>la</strong> frente rajada; hinca <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s en <strong>la</strong> tierra mexica y<br />
muere en silencio, adherido a su sombra de indio. Un grito. Aguza<br />
los oídos. Otro grito, y entiende su nombre. Ya va descendiendo<br />
cuando se percata que b<strong>la</strong>nde todavía el acero del pirata… “<strong>El</strong><strong>la</strong><br />
se murió. Después sí me entró rencor en contra de el<strong>la</strong> por eso,<br />
por haberse muerto”. ¿Esto te dice algo? Es del cuento Cleotilde<br />
de Juan Rulfo. A continuación, el mexicano escribió: “Ahora el<strong>la</strong><br />
me persigue. Ahí está su sombra, arriba de mi cabeza”. Lo mismo<br />
que me ha pasado a mi… Yo creí que recuperar <strong>la</strong> soledad me<br />
traería consuelo; y no fue así, desde que el espíritu de Cleo se posó<br />
en el techo de mi celda para estorbarme el sosiego. Me ha salvado<br />
<strong>la</strong> providencia del escritor, <strong>la</strong> capacidad de sup<strong>la</strong>ntar los espectros<br />
de <strong>la</strong> realidad con personajes de fantasía. Cada vez que Cleo volvía,<br />
yo me enfocaba en <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> y retomé el hábito de escribir<strong>la</strong><br />
en <strong>la</strong>s viejas agendas. Los domingos, aprovechando <strong>la</strong>s visitas de<br />
mi amigo Alejandro, <strong>la</strong> transcribía en su <strong>la</strong>ptop. Ahora ya está<br />
concluida, y como título le puse <strong>El</strong> c<strong>la</strong>mor de <strong>la</strong> sangre… ¿Esta<br />
entrevista <strong>la</strong> vas a publicar de verdad en <strong>la</strong> revista? ¿Crees que eso<br />
pueda ayudar a que <strong>la</strong> Asociación de Escritores se solidarice conmigo<br />
y publique <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>?... C<strong>la</strong>ro, qué vas a saber tú… Está<br />
bien, ya vamos a Eso, a lo que pasó aquel miércoles… Mira de<br />
refilón hacia <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>: Santiago sigue ahí, muy cómodo sobre el<br />
sofá recién tapizado con vinilo rojo; y él continúa hacia <strong>la</strong> cocina<br />
con andares de rufián sigiloso. “Invité a tu amigo a comer”, dice<br />
el<strong>la</strong> sin volverse, ocupada en <strong>la</strong>var <strong>la</strong>s verduras. “Tu amigo”,<br />
replica él para sus adentros, doblemente fastidiado con el<strong>la</strong>, porque<br />
adivinó su arribo y por el énfasis que p<strong>la</strong>ntó en su expresión.<br />
Atrás viene <strong>la</strong> demanda: “Puse a desconge<strong>la</strong>r el pedazo de carne<br />
que nos quedaba. Hace falta que me lo piques en trocitos”.<br />
“Carne”, piensa él, con <strong>la</strong> imagen de una vaca desol<strong>la</strong>da y sin<br />
cabeza adhiriéndosele a una sentencia que no puede determinar<br />
ahora si le está llegando de <strong>la</strong> imaginación o desde <strong>la</strong> memoria:<br />
143
LITERATURA POLICIAL<br />
“Yo sé que todo lo que uno mata, mientras uno siga vivo, sigue<br />
viviendo”. ¿Proviene de un libro leído o acaso de páginas que él<br />
escribirá? Lo acomete un temblor de adentro, que afuera apenas<br />
se hace perceptible en <strong>la</strong> inquietud de <strong>la</strong> mano que sobrelleva el<br />
alfanje. “Hermosa”, hace una loa sin voz a <strong>la</strong> dama de espaldas.<br />
Sabe él que nació estropeado el intento por <strong>la</strong> inabordable lejanía<br />
de <strong>la</strong> mirada verde mar y barrunta que ya no alcanzará a corregir<br />
<strong>la</strong> erupción… Prospera el estallido de <strong>la</strong> sangre; sigue ampliándose<br />
hasta salpicarle los dedos. Esos que no podrán resistirse al<br />
frenesí de <strong>la</strong> cuchil<strong>la</strong> atroz. Náufrago a <strong>la</strong> deriva, el otrora terror<br />
de los mares <strong>la</strong>nza el alfanje sobre <strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca y ancha te<strong>la</strong>. Como<br />
para atraer hacia sí <strong>la</strong> nostalgia de una hermosa sing<strong>la</strong>dura, pincha<br />
una vez, penetra… Sustentando el trozo que perpetuará el<br />
recuerdo de <strong>la</strong> nave en boga, pincha de nuevo, y pincha. Hasta<br />
que en sus brazos cae el ve<strong>la</strong>cho de fragata.<br />
144
Con <strong>la</strong>s manos<br />
limpias<br />
Rebeca Murga
LITERATURA POLICIAL<br />
Aquiles Rosales no espera para ver cómo su madre se desangra;<br />
tampoco oye sus gritos, encendidos por el dolor.<br />
Sale del cuarto con <strong>la</strong>s manos limpias, como un ser libre<br />
que comienza a vivir el nuevo día. Ya no habría más bur<strong>la</strong>s, ya<br />
no. Ahora puede andar tranquilo, hasta que venga a buscarlo el<br />
hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>.<br />
Camina, sin prisa.<br />
En <strong>la</strong> memoria una tonada que aún cuelga de los <strong>la</strong>bios de su<br />
madre. Él <strong>la</strong> cantará ahora, solo, como hacen los hombres. Ya es<br />
grande, se lo dijo <strong>la</strong> maestra cuando él defendió a <strong>la</strong> niña Laura<br />
de los golpes de los <strong>otros</strong>, los hijos de los hombres de <strong>la</strong>s esposas<br />
y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que también serán hombres de esposas y pisto<strong>la</strong> cuando<br />
crezcan, para imponer el orden.<br />
La niña Laura lo defendió cuando ellos se reían de él y le gritaban<br />
bobo. Por eso, un día le pedirá que sea su novia.<br />
A él le gusta el orden, y su madre le ha dicho que eso es bueno,<br />
pero con Laura es diferente. Laura será su novia, y él no quiere<br />
una novia loca y de huesos jorobados.<br />
Llega a <strong>la</strong> calzada. Hay muchos carros hoy y tendrá que atravesar<strong>la</strong><br />
de un extremo al otro; pero él sabe que con <strong>la</strong> luz roja no<br />
se cruza, ahora seguro ponen <strong>la</strong> verde y entonces sí, su mamá se<br />
lo enseñó desde el primer día de c<strong>la</strong>ses. Repasa <strong>la</strong> sentencia: el<br />
niño debe portarse bien al cruzar <strong>la</strong> calle. Una y otra vez: el niño<br />
debe portarse bien, para que no venga el hombre de <strong>la</strong>s esposas y<br />
146
LITERATURA POLICIAL<br />
<strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, decía <strong>la</strong> madre mientras él pensaba en sus tres grillos,<br />
atados sobre láminas de aluminio al sol para que aprendieran a<br />
ser mejores niños y comerse toda <strong>la</strong> comida. Las luces son como<br />
sus grillos, y si no se portan bien para que él pueda cruzar <strong>la</strong> calle,<br />
<strong>la</strong>s sacará de esa caja y les hará escribir cien veces en una hoja: yo<br />
debo portarme bien.<br />
Ha cruzado. Fue muy fácil, bastó cerrar los ojos para no ver<br />
<strong>la</strong> escena y salir corriendo entre los gritos y los c<strong>la</strong>xon desesperados.<br />
Camina.<br />
La culpa es de <strong>la</strong> maestra, que escribió <strong>la</strong> nota.<br />
Y de su madre, que fue a <strong>la</strong> Iglesia de <strong>El</strong> Cobre a ver a <strong>la</strong> virgen:<br />
—Vuelvo pronto, macho, sé bueno.<br />
La madre lo dejó al cuidado de <strong>la</strong> maestra, pero los días lo<br />
esquivaron y Aquiles Rosales vio caer los <strong>la</strong>grimones. Ya no quería<br />
más regaños, ni los huevos crudos en ayunas para ponerse<br />
fuerte y que el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> no se lo llevara.<br />
Además, extrañaba a sus grillos, y un poco a su madre.<br />
¿Es tonta <strong>la</strong> maestra? A él no le gusta bañarse, y <strong>la</strong> odia como<br />
nunca cuando frota <strong>la</strong> piel hasta dejar<strong>la</strong> ardiendo y llena de<br />
espuma. Eso no volverá a pasar, ya no, el niño es feliz ahora. Pero<br />
si <strong>la</strong> maestra otra vez se porta mal él comenzará a cantar y <strong>la</strong><br />
asustará con sus dientes. <strong>El</strong> orden, porque el niño debe tener sus<br />
cosas en orden, es siempre el mismo: <strong>la</strong> tonada se eleva al cielo y<br />
<strong>la</strong> saliva cubre sus dientes; <strong>la</strong> tonada se hace ritmo caótico y <strong>la</strong><br />
saliva, como una nata b<strong>la</strong>nca, opaca el frenillo, <strong>la</strong> encía y <strong>la</strong><br />
lengua; <strong>la</strong> tonada se refugia en su mente cuando él cierra los ojos<br />
para no ver <strong>la</strong> escena y c<strong>la</strong>va el punzón en el abdomen. Él respeta<br />
el orden, será el<strong>la</strong> <strong>la</strong> que rompa <strong>la</strong> armonía con sus chirridos y sus<br />
movimientos de elefante en una cuerda floja cuando <strong>la</strong> golpee.<br />
La madre, en cambio, le veía revolcarse por el fango vestido<br />
147
LITERATURA POLICIAL<br />
de hombre indio, cazaba gusarapos para él y le permitía comerse<br />
los mocos. Pero se fue a <strong>El</strong> Cobre en busca de <strong>la</strong> virgen, y estar<br />
con <strong>la</strong> maestra era como estar solo.<br />
La soledad le gusta, sí, para jugar a que tiene una novia y le<br />
besa los <strong>la</strong>bios, le roza el cuello con su lengua y sigue bajando a<br />
los pezones, que <strong>la</strong>me y pellizca hasta ver cómo abre sus piernas<br />
y se entrega señorita para él, que <strong>la</strong> penetra arriba y abajo como<br />
en <strong>la</strong>s telenove<strong>la</strong>s, mientras siente <strong>la</strong> tonada explotar en su entrepierna.<br />
Pero despreciar su soledad con <strong>la</strong> maestra es una penitencia,<br />
y él no lo permitirá otra vez.<br />
Camina, ya falta menos. <strong>El</strong> recuerdo de <strong>la</strong> madre se limita a lo<br />
que le contara de <strong>la</strong> virgen, aunque él también puede sentirlo. Son<br />
unos verdugos que llegan, le hacen <strong>la</strong> reverencia quitándose el<br />
sombrero y lo toman por <strong>la</strong> oreja para decirle:<br />
—Vamos, macho, <strong>la</strong> pasarás tan bien como tu madre.<br />
Entonces lo golpean y cae al suelo, vencido por el cansancio<br />
de los días. Como su madre. Gritos. Golpes. Está desnudo. Los<br />
verdugos se quitan <strong>la</strong>s capas, ellos también están desnudos.<br />
Sucios. Lo ponen de rodil<strong>la</strong>s y atragantan su garganta. Olor a<br />
orine. Lo toman por <strong>la</strong> cintura y lo dominan. Gritos. Golpes.<br />
Sangre. Confusión y fiebre. <strong>El</strong> empujón que arde insolente, uno<br />
tras otro hasta el cansancio. Sudor y saliva hasta el final. Y <strong>la</strong>s<br />
pa<strong>la</strong>bras del hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que aturden al<br />
oído:<br />
—Macho… así, macho.<br />
Luego, como a su madre, el golpe en <strong>la</strong> cabeza.<br />
Se ha detenido. Por un momento los verdugos le llenaron de<br />
musarañas <strong>la</strong> cabeza y pensó que le colocaban <strong>la</strong>s esposas; pero él<br />
ya es grande, como dice <strong>la</strong> maestra, y echa a correr con todas sus<br />
fuerzas en busca de un escondite.<br />
Una cueva. Esa fue <strong>la</strong> suerte de su madre, cuando los verdugos<br />
<strong>la</strong> dieron por muerta y el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que<br />
148
LITERATURA POLICIAL<br />
él sabe bien que es policía aunque se disfrace de hombre malo, dio<br />
<strong>la</strong> orden de escapar. Una cueva. Uno de esos refugios que se construyeron<br />
porque ya venía <strong>la</strong> guerra y luego, cuando se quedaron<br />
con <strong>la</strong>s ganas de jugar a los soldados, como le explicó en voz baja<br />
a su madre <strong>la</strong> maestra, han quedado para meaderos y cagaderos<br />
popu<strong>la</strong>res. Una cueva que le permitiría sanar sus huesos y su<br />
cabeza para seguir en busca de <strong>la</strong> virgen mi<strong>la</strong>grosa; unos huesos<br />
que se joroban y una cabeza que se vuelve un espantajo delirante<br />
por los golpes y <strong>la</strong> obsesión de <strong>la</strong> memoria. Él presiente que una<br />
cueva puede ser <strong>la</strong> salvación; pero en el pueblo no hay ninguna,<br />
no importa, porque el hombre malo, que él sabe que es un policía,<br />
ya se ha ido.<br />
¿Se fue o eran de nuevo <strong>la</strong>s musarañas de sus pensamientos?<br />
¡Qué furia cuando <strong>la</strong> maestra dice que todo es un invento de su<br />
mente, unos bichos que le nub<strong>la</strong>n su inteligencia! Él los ha visto,<br />
son unos verdugos con <strong>la</strong> cara triste, no han encontrado novia y<br />
aún se orinan en los pantalones. Unos verdugos que no se dejan<br />
montar por el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que se pone<br />
bravo y les apunta; pero no dispara, sino que se vuelve para<br />
atorarle <strong>la</strong> frase en el oído:<br />
—Macho… así, macho.<br />
Pero no, <strong>la</strong> maestra tiene razón. La maestra es buena. Son los<br />
bichos. No hay nadie en <strong>la</strong> calle, no está el hombre de <strong>la</strong>s esposas<br />
y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> para detenerlo. Puede caminar sin prisa, cuando lo<br />
hace <strong>la</strong>s musarañas se espantan.<br />
Silba una tonada y recuerda a su madre, que regresó con <strong>la</strong> paz<br />
de todas <strong>la</strong>s virgencitas juntas. Su niño estaba a salvo, <strong>la</strong> virgen<br />
hacía el mi<strong>la</strong>gro: una vida por <strong>la</strong> otra. Lo abraza, pero él no <strong>la</strong><br />
reconoce. Está muy fea su madre con los huesos jorobados. Y<br />
loca, muy loca.<br />
Esas piedras. Los amigos le tiran piedras a <strong>la</strong> loca del pueblo.<br />
Él también tira, tira con todas sus fuerzas. No quiere ver en esos<br />
149
LITERATURA POLICIAL<br />
ojos a su madre. Está furioso con esa musaraña que procura alimentarlo<br />
y que agradece a <strong>la</strong> virgen <strong>la</strong> salvación de un inocente.<br />
No más enfermedad para Aquiles Rosales. Piedras. Piedras y gritos<br />
para <strong>la</strong> loca. Vergüenza. Él tira, tira y da en el b<strong>la</strong>nco. Y<br />
reparte <strong>la</strong> hazaña entre sus amigos, aunque después se obligue a<br />
escribir cien veces en una hoja: yo debo portarme bien.<br />
Él es inteligente, lo dice <strong>la</strong> maestra. Cuando <strong>la</strong>s piedras<br />
rebotan sobre el cuerpo de su madre y el<strong>la</strong> grita que ya llegan los<br />
verdugos con el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, él escupe en el<br />
piso y emprende el canto para que <strong>la</strong> loca no sienta dolor.<br />
Dolor. Cuando nadie lo ve llora por el<strong>la</strong>, y <strong>la</strong> saliva es una nata<br />
que le cubre los dientes.<br />
Camina, ya falta menos. Sabe que el hombre de <strong>la</strong>s esposas y<br />
<strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> exigirá un culpable, y no lo dejará en paz hasta oírle<br />
de<strong>la</strong>tar a todas sus musarañas. Pero él no puede hacerlo, qué<br />
pensará <strong>la</strong> niña Laura si él se vuelve un chivato, no querrá ser su<br />
novia ni lo besará en <strong>la</strong> boca. Un culpable.<br />
Golpes, piedras y verdugos.<br />
Musarañas de sus pensamientos.<br />
Ya viene el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>. Un culpable,<br />
hace falta un culpable. ¿Y si el niño corre, si se esconde en una<br />
cueva hasta que no haya más verdugos en el mundo y nadie lo<br />
recuerde? La culpa es de <strong>la</strong> maestra, que escribió <strong>la</strong> nota y sus<br />
amigos conocieron <strong>la</strong> historia de <strong>la</strong> loca, y al hijo de <strong>la</strong> loca. Por<br />
el<strong>la</strong> olvidó a sus grillos, que murieron tostados sobre láminas de<br />
aluminio sin que nadie se acordara de zafarlos. Sí, <strong>la</strong> culpa es de<br />
<strong>la</strong> maestra. <strong>El</strong><strong>la</strong> se ha portado mal, no más baños ni huevos crudos<br />
en ayuna para él. La maestra merece una tonada.<br />
Aquiles Rosales, con <strong>la</strong>s manos limpias, corre para su cueva;<br />
pero ha visto a los verdugos y se detiene. Tristeza. Sudor. Los<br />
verdugos <strong>la</strong>nzan golpes al aire, lo amenazan. Comienza <strong>la</strong> tonada.<br />
¿Y <strong>la</strong> niña Laura? ¿Se casará con otro? No, él vendrá a buscar<strong>la</strong><br />
150
LITERATURA POLICIAL<br />
para <strong>la</strong>merle el cuello y pellizcarle los pezones. Tristeza. Olor a<br />
orine. Los verdugos hacen unas señas feas con <strong>la</strong>s manos, se besan<br />
entre ellos y lo invitan a acercarse. Sangre. Ve <strong>la</strong>s manos de los<br />
verdugos, rebosantes de sangre. Ya llegan, casi lo tocan. <strong>El</strong> punzón<br />
resp<strong>la</strong>ndece, a <strong>la</strong>s órdenes de <strong>la</strong> tonada. Llora, y <strong>la</strong> saliva es<br />
una nata que le cubre los dientes.<br />
Aquiles Rosales corre, el niño se porta bien. Pero el hombre de<br />
<strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> se multiplica, muchas pisto<strong>la</strong>s le apuntan<br />
y suenan <strong>la</strong>s esposas al cerrarse.<br />
151
<strong>El</strong> viejo que se comía<br />
<strong>la</strong> suerte<br />
Mario Brito
LITERATURA POLICIAL<br />
Soligial llora por no ser como debía ser. Llora por no haber<br />
sido nunca como siempre quiso. Por su ma<strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>. Llora<br />
con rabia. Por haber sentido rabia. Por haber sido siempre<br />
un animal. Porque de un animal femenino de trabajar y fornicar,<br />
había degenerado en un animal doméstico, aguantón y resignado.<br />
¡Margarita!<br />
Por ser vieja y viuda, llora: <strong>la</strong> vieja más viuda y <strong>la</strong> viuda más<br />
vieja. Por haberle tenido miedo a <strong>la</strong> muerte, cuando en realidad<br />
debió temer a <strong>la</strong> soledad, al desamor y a <strong>la</strong> vejez.<br />
¡Laura!<br />
Soligial llora por el día siguiente y por el anterior y por este.<br />
Su l<strong>la</strong>nto no es desgarrador ni estrepitoso. Apenas tiene lágrimas.<br />
Es una mueca de sufrimiento y una apretazón en el pecho, unas<br />
ganas de no vivir atravesadas en <strong>la</strong> garganta.<br />
¡Mongo!<br />
Más parecen maullidos que sollozos. Llora para sí, en suspiros<br />
entrecortados por los mocos. Llora por culpa del Bisa, que repite<br />
el l<strong>la</strong>mado a Laura, a Margarita y a Mongo y que saquen ese buey<br />
de <strong>la</strong> punta de yuca, pero Mongo no puede contestarle porque<br />
hace años se hundió en el estrecho de <strong>la</strong> Florida, y Margarita y<br />
Laura tampoco, porque están allá internas en un sanatorio desde<br />
que lo vieron hundirse. Solo queda el<strong>la</strong>, con ojeras de muchos<br />
días; el<strong>la</strong>, que enciende <strong>la</strong> luz y mira el reloj: ya en el ateje está al<br />
cantar el gallo de <strong>la</strong>s cinco.<br />
Se asoma por tercera vez al cuarto de donde viene <strong>la</strong> voz, y<br />
debe recibir<strong>la</strong> el vaho pestilente de los amaneceres —<strong>la</strong> mierda de<br />
153
LITERATURA POLICIAL<br />
viejo tiene más peste que <strong>la</strong> otra, será que el olor es una reve<strong>la</strong>ción<br />
de cómo se hal<strong>la</strong> uno por dentro—, pero el Bisa está sentado en<br />
el borde de <strong>la</strong> cama y <strong>la</strong> mira con los ojos inexpresivos de siempre,<br />
como si fueran de plástico, mas no ve manchas ni pegotes pestilentes<br />
en sus manos ni en <strong>la</strong> sábana. <strong>El</strong> viejo pide el tibor, que<br />
tiene deseos de orinar y de hacer caca y Soligial se asusta. Vuelve<br />
el presentimiento de ayer, cuando no había derramado <strong>la</strong> comida,<br />
se había <strong>la</strong>vado <strong>la</strong>s manos, echó <strong>la</strong> ceniza y el cabo de tabaco en<br />
<strong>la</strong> basura y había preguntado por <strong>la</strong> hora del baño. Soligial pronosticó<br />
que debía suceder algo grande. “Va a llover”, estaría lloviendo<br />
una quincena y le saldría moho a <strong>la</strong>s toal<strong>la</strong>s. Todo un<br />
acontecimiento… ¿o el Bisa se iría a morir? Quizás lo trascendente<br />
era eso, pues <strong>la</strong> repentina mejoría de los enfermos graves es un<br />
mal síntoma, y lo trascendental era que el<strong>la</strong> se vería al fin libre de<br />
aquel azote, Jesús, María y José, <strong>la</strong> mejor premonición de su vida.<br />
Pone el tibor sobre el cajón y sienta allí al viejo. Ya no tiene<br />
aquel<strong>la</strong> apretazón en el pecho, sino un atisbo de euforia, aunque<br />
sabe que el ajetreo con el Bisa no ha comenzado. Comenzará un<br />
poco más tarde, cuando tenga que conducirlo hasta el patio a<br />
cepil<strong>la</strong>rle esas prótesis hediondas. Después a bañarlo, afeitarlo, el<br />
desayuno, se orina, cambiarlo, sacarlo al colgadizo, <strong>la</strong> merienda,<br />
atajarlo, el almuerzo, se orina, cambiarlo, se escapa sin rumbo, a<br />
buscarlo —¡si tuviera un candado para <strong>la</strong> reja del patio!— se<br />
caga, bañarlo y se dormirá. Una hora. Pero un sueñecito aun sin<br />
oscuridad marca el ayer. <strong>El</strong> Bisa despertará y pedirá café y desayuno<br />
creyendo que ya es mañana ¡a <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde!, no<br />
importa, él se orina, merienda, se escapa, a buscarlo, se orina,<br />
comida, se caga, ¡tantos infartos que les dan a gente buena y sana,<br />
carajo, si cuando uno llega a viejo, que Dios <strong>la</strong> perdone, lo que<br />
deben darle es un toletazo por <strong>la</strong> cabeza! Cierta vez pensó que si<br />
autorizaran a deshacerse de todo ser humano que constituyera un<br />
engorro familiar o social, debían procesar a este y convertirlo en<br />
154
LITERATURA POLICIAL<br />
algo útil, digamos, en pienso para animales, y esa idea ha seguido<br />
tomando forma en su cabeza. Cuánto iba a disfrutar viendo <strong>la</strong>s<br />
tiras de carne sa<strong>la</strong>da del Bisa desti<strong>la</strong>ndo salmuera al sol, deshidratándose<br />
en los cordeles del patio, Jesús, María y José; cuánto<br />
p<strong>la</strong>cer al mezc<strong>la</strong>r proteína de viejo en <strong>la</strong> canoa del cerdo o al<br />
<strong>la</strong>nzar<strong>la</strong> a <strong>la</strong>s gallinas en el pollero, y degustar después un contramuslo,<br />
saborear una sopa o triturar chicharrones con <strong>la</strong> certeza<br />
de que el Bisa se ha convertido — ¡al fin!— en algo útil y agradable.<br />
Solo así podrá dormir <strong>la</strong>s noches de un tirón, podrá evitar el<br />
atascamiento diario de sábanas, frazadas y todo tipo de ropa<br />
saturadas de meao en <strong>la</strong> batea; podrá vivir a plenitud cada hora<br />
del día o de <strong>la</strong> noche con <strong>la</strong> seguridad de que ese viejo solo es un<br />
kilogramo de huesos entalcados en una cajita metálica y veinte<br />
libras de excelente masa proteica para cebadero en el ranchito de<br />
desahogo, que se convertirán después en unos nailitos con carne<br />
de primera en el frigidaire. Virgen Santa, está hasta el último pelo<br />
de lidiar con mierda, pero hoy cojo y lo amarro en el taburete y<br />
voy a ver quién se escapa.<br />
<strong>El</strong> viejo termina y se baja del cajón. “Tengo sueño”, dice con<br />
voz gargajosa, como si siempre tuviera flemas en <strong>la</strong> garganta a<br />
punto de salir, pero no tose y se <strong>la</strong>s traga. Soligial continúa sorprendida.<br />
Lo limpia con papel periódico y luego con un paño<br />
húmedo. Aguarda con resignación toda <strong>la</strong> lentitud y torpeza de<br />
los movimientos hasta que lo arropa de nuevo en el camastro.<br />
“Apaga <strong>la</strong> luz”, dice el viejo y cierra los ojos. Antes de salir,<br />
Soligial percibe <strong>la</strong> respiración acompasada y flemosa. <strong>El</strong> Bisa se<br />
ha dormido y para el<strong>la</strong> recién comienza su día trascendental.<br />
Soligial limpia <strong>la</strong>s cagadas de mosca y polvo a <strong>la</strong>s hojas de su<br />
ma<strong>la</strong>nguita. Frota con suavidad <strong>la</strong> mota enchumbada en agua con<br />
azúcar. Son cinco hojas. Y antes de exprimir el hisopo para proceder<br />
al secado, vuelve a contar<strong>la</strong>s. Cinco. Ayer eran siete.<br />
155
LITERATURA POLICIAL<br />
Escudriña <strong>la</strong> tierra del macetero buscando un cachazudo. Ni<br />
siquiera hay cagarruticas negras. Solo en el tallo el espacio vacío<br />
como evidencia de los despojos.<br />
Le habían rega<strong>la</strong>do aquel tallito pelón con muy buenas recomendaciones<br />
el mismo día que compró el puerco: “Tú verás; a<br />
medida que prospere <strong>la</strong> matica, prosperas tú”. Y con <strong>la</strong> falta que<br />
le hacían unos meses, qué unos meses, unos días de bonanza…<br />
Pero no solo demoraba en crecer, sino que estaba perdiendo lo<br />
que con tanta esperanza y angustia había logrado.<br />
Termina el aseo con desaliento y saca el choncho al patio, ya<br />
majadero por el hambre, para amarrarlo a uno de los parales del<br />
colgadizo. “Si haces lo que te digo, verás que aumenta a libra por<br />
día. Primero tienes que desparasitarlo y después… échale comida”.<br />
Unas gallinas acuden a los ronroneos del cerdo y rodean <strong>la</strong><br />
calderita aún vacía. “Anota <strong>la</strong> fecha y fíjate: el cochinato y <strong>la</strong><br />
matica te van a sacar ade<strong>la</strong>nte. Juntos”. <strong>El</strong> puerco tan esmirriado<br />
y pelón como el gajito. En serio, tenía muy poca fe, pero no le fue<br />
difícil incorporar a <strong>la</strong>s otras <strong>la</strong> rutina de suministrarle <strong>la</strong> dosis de<br />
sol recién nacido, el bueno para los tallitos tiernos. “Ten mucho<br />
cuidado en no echarle yuca atrasada. La vianda cruda le hace bien<br />
si está fresca, pero es mejor que te acostumbres a salcochar<strong>la</strong>. La<br />
yuca atrasada los mata redondos, porque desprende cianuro. Ten<br />
mucho cuidado…” En tantos años, qué no sabría el<strong>la</strong> de criar<br />
puercos.<br />
Siente chirriar <strong>la</strong> puerta desvencijada que da a <strong>la</strong> calle en el<br />
patio del frente y levanta <strong>la</strong> cabeza. “Otro predicador”, se dice<br />
cuando ve al hombre que traspasa el jardín desde <strong>la</strong> acera hasta<br />
el portal, sorteando a duras penas <strong>la</strong>s pilitas de mierda de gallina<br />
en <strong>la</strong>s <strong>la</strong>jas de cemento.<br />
Los predicadores venían todos los sábados, muy correctos y<br />
educados, a hacer<strong>la</strong> perder el tiempo. Aunque hoy no era sábado,<br />
ni aquel hombre parecía predicador, a menos que ahora los<br />
156
LITERATURA POLICIAL<br />
Testigos de Jehová estuvieran usando pulovitos pingueros, riñoneras,<br />
gorras de los Yankees de New York, gafas de <strong>la</strong> shopping<br />
y portafolios negro colgado al hombro.<br />
Buenos días —dice el hombre desde el umbral. No ha tenido<br />
que tocar porque <strong>la</strong> voz y <strong>la</strong> mirada atraviesan todas <strong>la</strong>s puertas<br />
en línea hasta el patio, donde el<strong>la</strong> acaba de mezc<strong>la</strong>r el alimento<br />
para el cerdo. Tampoco tiene estampa ni uniforme de trabajador<br />
social.<br />
Ya va —contesta sin perderlo de vista. Si es un listero, igual lo<br />
va a despachar. Lleva meses apostando, pero cuando le anota al<br />
viejo, tiran <strong>la</strong> tragedia; cuando le juega a <strong>la</strong> tragedia y al viejo,<br />
sale <strong>la</strong> mierda, y si se arriesga con <strong>la</strong> mierda, sale el viejo, como<br />
afirmación de que <strong>la</strong> mayor tragedia de un ser humano es convertirse<br />
en un viejo de mierda. Confirmación irrevocable también de<br />
que el<strong>la</strong> no tiene suerte. Pone <strong>la</strong> calderita de<strong>la</strong>nte del choncho,<br />
que <strong>la</strong> ataca con glotonería, azora <strong>la</strong>s gallinas y se dirige a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />
Entre y siéntese —y el<strong>la</strong> espera de pie. No había visto hasta ese<br />
momento el Mercedes parqueado en <strong>la</strong> calle. Le echa una ojeada<br />
de curiosidad y, ¿por qué no? de reconocimiento. Es el mismo que<br />
ayer en <strong>la</strong> mañana estaba más o menos allí y ahora recuerda,<br />
¡vaya memoria!, que el hombre había permanecido sentado en un<br />
mogote, siempre de frente a su casa y el<strong>la</strong> le cruzó muy cerca <strong>la</strong><br />
segunda vez que regresaba con el Bisa a remolque después de una<br />
escapada. Pero ni siquiera atendió cuando el hombre dijo:<br />
“Pobrecito el viejito”, porque su mente estaba puesta allá adentro<br />
donde rechinaba <strong>la</strong> leche al derramarse sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong>.<br />
Solo quiero que me dedique unos minutos, señora, para hab<strong>la</strong>r<br />
de lo que me trae aquí con <strong>la</strong> seriedad que lleva —el hombre se<br />
esmera en hab<strong>la</strong>r despacio, pronunciando <strong>la</strong>s eses para denotar<br />
refinamiento—. No he venido por casualidad, sino porque conozco<br />
algunas cosas acerca de usted y del ancianito.<br />
Perdone, es que estaba atendiendo <strong>la</strong> cría…<br />
157
LITERATURA POLICIAL<br />
Se ve estupendo, ¿come bien?<br />
Soligial mira al puerquito, que tira tajos con el hocico a <strong>la</strong>s<br />
gallinas alrededor del recipiente. Debió haberlo metido en <strong>la</strong><br />
corraleta. En realidad, el<strong>la</strong> no lo veía avanzar. Se mantenía ante<br />
sus ojos casi como <strong>la</strong> misma rabuja de hacía tres meses. Pudiera<br />
alimentarlo mejor, pero el pienso resultaba demasiado caro, escaso<br />
y perseguido. Era menos peligroso fabricarlo deshidratando y<br />
moliendo yucas, cáscaras de viandas, desechos de frutas, cascarones<br />
de huevo, piel de ajos y vainas de leucaena, ya que no siempre<br />
disponía de maíz, y mucho menos de soja. Para completar con<br />
proteína, le añadía un porciento de harina de pescado que también<br />
secaba al sol en perenne disputa con <strong>la</strong>s auras.<br />
Sí, tiene buena boca —y recuerda que debe hervir con sal una<br />
parte del rastrojo de yucas que había conseguido el día anterior<br />
en <strong>la</strong> Cooperativa. La otra parte, junto a <strong>la</strong>s cáscaras, los cogoticos<br />
y <strong>la</strong>s puntas, <strong>la</strong>s machacaría para secar<strong>la</strong>s al sol. Era algo que<br />
debía hacer sin falta esa tarde.<br />
Por lo limpio, se ve que usted se preocupa por él.<br />
Lo baña tres veces a <strong>la</strong> semana, porque no puede soportar<br />
aquel hedor dentro de <strong>la</strong> casa por <strong>la</strong>s noches, y una de sus tareas<br />
cotidianas, apenas se levanta, es baldear <strong>la</strong> cocina, aunque el animal<br />
duerme, como un dócil perro, sobre un saco de yute. Contesta<br />
que sí, que el<strong>la</strong> se encarga de eso, sin abundar en explicaciones.<br />
Le ocupa mucho tiempo de su vida, ¿verdad?<br />
Responde que no, sin titubeos. En realidad, solo hay que ser<br />
sistemático.<br />
¿Y ya quisiera salir de él?<br />
No, no. Todavía no. Quiero que coja unas libritas más —se ha<br />
propuesto cebarlo hasta <strong>la</strong>s doscientas. Solo así podrá “llegarle”<br />
a <strong>la</strong>s varas de madera y a los caballos de guano—cana que requiere<br />
<strong>la</strong> reparación de <strong>la</strong> cobija, pagar el trabajo y guardar algún<br />
dinerito. Pero eso será a finales del año. Ahora no.<br />
158
LITERATURA POLICIAL<br />
<strong>El</strong> hombre se quita <strong>la</strong>s gafas y <strong>la</strong> mira moviendo <strong>la</strong> cabeza.<br />
No le estoy hab<strong>la</strong>ndo del puerco, señora, le estoy hab<strong>la</strong>ndo del<br />
viejo.<br />
¡¿Del viejo?!<br />
Del viejo. Vengo a buscar al viejo.<br />
¡Era eso! Lo trascendental tiene que ser eso. Al fin comienzan<br />
a abrírsele los caminos, ma<strong>la</strong>nguita linda, y el<strong>la</strong> que había sospechado<br />
otra cosa… Este hombre viene enviado por alguna institución<br />
benéfica a través de <strong>la</strong> trabajadora social, está segura. Y<br />
quiere llevarse al Bisa a un Hogar de Ancianos. Sí. <strong>El</strong> Bisa y el<strong>la</strong><br />
se merecen una vejez tranqui<strong>la</strong>.<br />
Pero él…no está en sus cabales… —y como el hombre se quedara<br />
mirándo<strong>la</strong>, argumenta—: Que tiene los cabales malos —<br />
como si se refiriera a piezas de un equipo electrónico y aquello<br />
resultara un requisito en contra. No obstante, el corazón retoma<br />
los saltitos de por <strong>la</strong> madrugada.<br />
Lo sé. Estuve observándolo ayer y me conviene. A todos nos<br />
conviene, señora. A mí, a usted,… a Dundee.<br />
Soligial se sienta.<br />
¿Y quién es usted?<br />
Digamos que un facilitador.<br />
Pero… ¿viene de parte de algún hospital especializado…una<br />
iglesia…una logia…?<br />
No precisamente. Prepárele sus cosas que a <strong>la</strong> noche vengo a<br />
buscarlo.<br />
¿Para llevarlo a un asilo… o algo?<br />
Pudiéramos hacerlo creer, pero no. Esto es un asunto particu<strong>la</strong>r.<br />
Soligial no entiende para qué algún “particu<strong>la</strong>r” puede querer<br />
a alguien así. Quizás unos nietos… Entonces el tal Dundee debe<br />
ser un niño que se ha antojado de tener un abuelo. Pero se lo<br />
devolverán antes de <strong>la</strong>s veinticuatro horas.<br />
159
LITERATURA POLICIAL<br />
¿Y por qué a él?<br />
Ya le dije. Entre <strong>la</strong>s cosas que investigué, señora, supe que es<br />
su suegro; que su nieta (<strong>la</strong> biznieta de él) no está con ustedes y que<br />
demorará en estar; que padece de demencia senil y que usted ha<br />
renunciado a todo por atenderlo. Además, señora, con esa enfermedad,<br />
sé también que ya constituye un estorbo.<br />
No diga eso, tampoco así.<br />
Así y todo, le ofrezco quinientos dó<strong>la</strong>res por el viejo.<br />
¿Cómo?<br />
Que me lo llevo.<br />
Espérese… —Soligial tartamudea. Tanto tiempo de plegarias y<br />
ve<strong>la</strong>s en pos de embonar un giro de <strong>la</strong> suerte, para que ahora<br />
alguien se presente a comprarle al Bisa—. Espérese, ¿eso es legal?<br />
<strong>El</strong> hombre sonríe por primera vez y el<strong>la</strong> se fija en un casquillo<br />
bril<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> dentadura. Extrae del portafolio tres libros y los va<br />
turnando ante sus ojos.<br />
Mire, en estos libros está toda <strong>la</strong> legalidad que se necesita para<br />
que <strong>la</strong>s cosas salgan bien: el Código Civil, el Código Penal y el<br />
<strong>El</strong>e-Pecal.<br />
¿<strong>El</strong> qué?<br />
Son sig<strong>la</strong>s: Ley de Procedimiento Civil, Administrativo y<br />
Laboral. Está todo previsto para que no aparezca como abandono<br />
a un incapacitado.<br />
Pero…<br />
Se puede prever dentro de <strong>la</strong> Ley. Aquí está lo que usted quiera<br />
saber. La Ley y <strong>la</strong> Trampa.<br />
¿Usted toma café?<br />
Se demora más que nunca en enjuagar <strong>la</strong> taza y el p<strong>la</strong>tillo,<br />
destapar el termo, servir el café y regresar a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. Piensa con<br />
turbulencia en <strong>la</strong> propuesta. Pero, ¿cómo justificar <strong>la</strong> ausencia?<br />
Que se perdió, diría, mas habría que denunciar <strong>la</strong> pérdida, insistir<br />
infinitamente en <strong>la</strong> búsqueda. Que fue de visita a unos familiares<br />
160
LITERATURA POLICIAL<br />
(¿dónde, cuáles, por cuánto tiempo?). Que lo internó en un asilo<br />
y allí murió al cabo de los meses (¿trámites a través de quién, en<br />
cuál ciudad, cuál asilo, por qué nunca fue a visitarlo?). Esta es <strong>la</strong><br />
gran oportunidad… pero está el dinero.<br />
Desde <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> le llega <strong>la</strong> voz del hombre.<br />
Usted nunca ha expresado su pesar en voz alta. Nadie tiene<br />
que sospechar que su mano está en esto.<br />
La taza se hunde en el agua del p<strong>la</strong>tón. Se percata de los temblores<br />
cuando <strong>la</strong> frota en el pañito de <strong>la</strong>s manos. Y regresa con <strong>la</strong><br />
convicción de que solo cinco minutos y lo despacha. Hay algo que<br />
no anda c<strong>la</strong>ro. Nada anda c<strong>la</strong>ro.<br />
¿Usted está seguro de lo que está diciendo? —y le alcanza el<br />
p<strong>la</strong>tillo tintineante.<br />
Es lógica esa primera reacción suya. Yo sabía que sería de esa<br />
manera, por eso le hice <strong>la</strong> propuesta de precio. Su entrega y su<br />
dedicación a ese hombre merecen una recompensa.<br />
Desde el patio siente el revoloteo de <strong>la</strong>s gallinas, que siguen<br />
asediando <strong>la</strong> comida del cerdo.<br />
Hay cosas que no entiendo…<br />
Usted no tiene que entender muchas cosas, señora. Solo deje<br />
<strong>la</strong> puerta abierta esta noche a <strong>la</strong>s siete, que haya testigos de que<br />
se escapó. Del resto yo me encargo.<br />
Yo no puedo hacer eso.<br />
Lo que no puede hacer es perder <strong>la</strong> oportunidad. No es el<br />
primer enfermo mental que viene a nuestras manos porque se<br />
extravía. Con <strong>la</strong> diferencia de que en ese caso ya vienen gratis.<br />
Usted no tiene a nadie a quien rendir cuentas, por eso no tiene que<br />
darle explicaciones a nadie. Los vecinos, los amigos, <strong>otros</strong> viejos,<br />
saben que él se escapaba. Y quinientos dó<strong>la</strong>res son quinientos<br />
dó<strong>la</strong>res.<br />
¿Y a dónde lo llevaría, si es que se lo lleva?<br />
A <strong>la</strong> residencia del Jefe —y escurre <strong>la</strong> taza—. Muy buen café.<br />
161
LITERATURA POLICIAL<br />
Me encanta el café criollo.<br />
Y eso… ¿es lejos?<br />
Es mejor que usted no sepa muchas cosas, señora. Sepa solo<br />
que va a aliviar su vida.<br />
Las manos temblorosas de Soligial reciben el p<strong>la</strong>tillo, que<br />
sigue tintineando.<br />
¿<strong>El</strong> Jefe es Dundee?<br />
<strong>El</strong> hombre comienza a guardar los libros en el portafolio.<br />
Corre después <strong>la</strong> cremallera despacio, como si comenzara a incomodarse.<br />
Dundee es <strong>la</strong> mascota del hijo del Jefe.<br />
¿Y no es un niño?<br />
No, señora. Dundee es un cocodrilo.<br />
La taza deja el canto del fondo marcado en el piso de tierra.<br />
¿Cómo?<br />
Que le doy <strong>otros</strong> quinientos por su discreción.<br />
Soligial recoge <strong>la</strong> taza y lo mira a <strong>la</strong> cara. Nota una gran frialdad<br />
en los ojos de aquel hombre. Y seguridad. <strong>El</strong> tipo está confiado.<br />
Siente un erizamiento repentino desde <strong>la</strong>s piernas, un hormigueo<br />
por <strong>la</strong> espalda hacia arriba, hasta <strong>la</strong> cabeza, un mareo que<br />
le impide volver a incorporarse. Se apoya en el taburete.<br />
¿Para qué quiere al viejo? —y se da cuenta de que su voz está<br />
deformada por el espanto. Siempre le ha resultado rechinante <strong>la</strong><br />
pa<strong>la</strong>bra cocodrilo, pero ahora <strong>la</strong> encuentra terrible.<br />
Es que <strong>la</strong> mascota cumple diez años y por esa fecha siempre se<br />
le hace un regalito.<br />
Váyase —articu<strong>la</strong> con palidez.<br />
No es usted <strong>la</strong> primera que se niega en una situación semejante,<br />
señora.<br />
¿No se da cuenta de que es inhumano?<br />
Inhumano es que no haya podido usted volver a casarse por<br />
atenderlo a él; que le haya dedicado todo el tiempo para tenerlo<br />
162
LITERATURA POLICIAL<br />
limpio y sano y que ahora ni él sepa en el mundo que está viviendo,<br />
ni <strong>la</strong> deje a usted vivir el suyo.<br />
A Soligial se le vuelve a nub<strong>la</strong>r <strong>la</strong> vista. Aparece el Bisa con<br />
aquellos ojos inexpresivos, viendo de<strong>la</strong>nte suyo un <strong>la</strong>garto sin<br />
saber que es un <strong>la</strong>garto; que se le encima amenazador sin saber<br />
que es una amenaza; que le destroza una pierna sin saber que es<br />
un peligro y que lo arrastra hasta el agua sin saber que será el<br />
final. Mil dó<strong>la</strong>res no pagan el cargo de conciencia.<br />
Es un asesinato.<br />
¿Y cómo se l<strong>la</strong>ma lo que está cometiendo él con usted? Aún<br />
está en pie, pero mañana puede estar encamado y, si no padece de<br />
otra enfermedad, aparte de <strong>la</strong> mental, puede durar diez o quince<br />
años, de los cuales no va a querer acordarse nunca cuando transcurran,<br />
si ya no está usted misma loca. Evite eso hoy, señora, que<br />
todavía está a tiempo.<br />
Soligial sigue apoyada en el respaldar del taburete. Ve el reguero<br />
de vísceras, agua ensangrentada, burbujas de mierda.<br />
Eso es cruel.<br />
La crueldad es un mecanismo de defensa, señora. Para vivir<br />
hay que ser cruel.<br />
Váyase —repite—. No puedo hacerle eso a nadie, y menos a<br />
un familiar.<br />
<strong>El</strong> hombre se pone de pie. Acomoda el portafolio en el hombro,<br />
se insta<strong>la</strong> <strong>la</strong>s gafas y acentúa el cinismo en otra sonrisa breve<br />
cuando suelta <strong>la</strong> vulgaridad:<br />
Recuerde, señora, que ni el chicharrón es carne, ni el plátano<br />
burro es vianda, ni <strong>la</strong> suegra es familia. Búsquese un testigo, que<br />
a <strong>la</strong>s siete estoy aquí.<br />
En ese momento el Bisa l<strong>la</strong>ma diciendo que ya es hora de dar<br />
de comer a los animales.<br />
<strong>El</strong> resto del día transcurre en un puro sobresalto. No tiene que<br />
<strong>la</strong>var <strong>la</strong> trapera del camastro y es peor: dispone de más tiempo<br />
163
LITERATURA POLICIAL<br />
para pensar en <strong>la</strong> muerte. La de su marido debió haber sido trágica,<br />
pero rápida: minutos debatiéndose entre <strong>la</strong>s fauces de los<br />
tiburones, y ya. Estar muerto no es difícil, lo difícil es estar vivo.<br />
Morir es un proceso corto; estar muerto es un resultado <strong>la</strong>rgo,<br />
sobre todo para los que quedan vivos, se dice. La del Bisa puede<br />
ser parecida. Rápida y servir para algo: para alimentar a un caimán<br />
o a un cocodrilo, no está c<strong>la</strong>ra de <strong>la</strong> diferencia, y para un<br />
espectáculo recreativo. Abrirán <strong>la</strong> jau<strong>la</strong>. Él entrará con ingenuidad,<br />
lento, con sus pasitos inseguros, y <strong>la</strong> familia de Dundee y los<br />
curiosos alrededor, expectantes, hasta que gritan, ríen y ap<strong>la</strong>uden<br />
como cuando explota una piñata al tirar de <strong>la</strong>s cintas. Quizás<br />
hasta fotos o vídeos. Terminará así el Bisa, aquel que en su juventud<br />
fue un muchacho taciturno, luego un adulto introvertido y<br />
después un viejo zocato, tan zocato que no hacía muecas al afeitarse,<br />
según observó un día Yiskiyelki, <strong>la</strong> primera vez que el<strong>la</strong><br />
regañó a <strong>la</strong> nieta por faltarle el respeto al bisabuelo. Soligial no<br />
recuerda haberlo visto borracho, ni moviendo el cuerpo al compás<br />
de ningún ritmo, o silbando una melodía. Aseguraría que no<br />
supo silbar, y si lo había visto carcajear era contadas veces, muy<br />
pocas veces, cree que ninguna vez.<br />
A cada momento escudriña <strong>la</strong> calle, esperando ver el automóvil<br />
estacionado en los alrededores. Extrema <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia sobre el<br />
viejo. En pueblos grandes hay lugares para atender y cuidar ancianos,<br />
pero en Ríos de Primavera el lugar del Bisa es bajo el colgadizo,<br />
recostado en un taburete. Allí fuma y escupe contra <strong>la</strong>s<br />
tab<strong>la</strong>s aquel<strong>la</strong> saliva ambarina, mientras, con <strong>la</strong> misma tranquilidad<br />
que se le consume el tabaco apretado contra los dientes y se<br />
le escapa el humo por <strong>la</strong> nariz, le chorrea el orine por los pantalones<br />
para encharcarle los zapatos y <strong>la</strong>s medias, siempre con <strong>la</strong><br />
mirada de maniquí triste perdida en un tiempo impredecible, y<br />
dispuesto a traspasar <strong>la</strong> puerta en cualquier descuido. Por eso<br />
Yiskiyelki se había ido, porque era un viejo cunculil<strong>la</strong>nte.<br />
164
LITERATURA POLICIAL<br />
“¿Cun… qué?” se le había encarado Soligial: “Cun-jodedor; cunatravesao;<br />
cun-decrépito; cun-culeco; cagalitroso… ¡eso es cunculil<strong>la</strong>nte!<br />
¡No puedo ni con él, ni contigo, ni con este pueblo!”.<br />
Imagina también diálogos con el tipo, a sabiendas de que no<br />
supo manejar <strong>la</strong> situación. <strong>El</strong> hombre <strong>la</strong> intimidó con sus insolencias.<br />
Debía haberle dicho: “¿Y si usted tuviera un papá…?”, pero<br />
él no iba a dejar<strong>la</strong> terminar: “Señora, esto siempre se hace con el<br />
viejo de otro”, y lo peor es que tendría razón. La había escogido<br />
a el<strong>la</strong> porque el Bisa, con re<strong>la</strong>ción a Soligial, era “el viejo de<br />
otro”. ”Verdad que no es familia mía ni casuncarajo…”, pero le<br />
diría que no, siempre que no, hasta le auguraría un final semejante,<br />
en el cual aquel<strong>la</strong> prepotencia de joven saludable se convertiría<br />
en impotencia con <strong>la</strong> llegada de <strong>la</strong> vejez y quizás alguien se creyera<br />
con derecho a disponer de su vida. “De un viejo de mierda<br />
nadie se acuerda”, le contestaría el tipo. Por miedo a <strong>la</strong> muerte<br />
arrastra el<strong>la</strong> ese calvario no recuerda desde cuándo y está hoy en<br />
esta encrucijada. Si el corredor (porque no era otra cosa que un<br />
intermediario corredor de viejos) le hubiera propuesto solo el<br />
dinero… pero estaba el cocodrilo. De nuevo, NO. Aún le queda<br />
confiar en <strong>la</strong> prosperidad que le pueden acarrear los cuidados a<br />
su ma<strong>la</strong>nguita y al cerdo. Dentro de pocos meses verá el resultado.<br />
Pero, crueldad aparte, aquello también era un soplo de <strong>la</strong><br />
suerte, qué un soplo, ¡una ráfaga!, que Dios <strong>la</strong> perdone, cuántas<br />
cosas puede hacer con mil dó<strong>la</strong>res. Y vuelve a darle vueltas a <strong>la</strong><br />
advertencia del corredor: de no aceptar el<strong>la</strong>, si el viejo se escapa,<br />
adiós Bisa y adiós dinero.<br />
Es en este punto donde toma <strong>la</strong> determinación. No va a permitir<br />
que <strong>la</strong>s fotos del viejo se desgajen amarillentas, como otras<br />
que ha visto en los postes del tendido eléctrico o en <strong>la</strong>s paredes de<br />
<strong>la</strong> tienda.<br />
Por eso aprovecha el horario de siesta para hacer una gestión<br />
en el barrio y ya a <strong>la</strong>s cuatro está de vuelta.<br />
165
LITERATURA POLICIAL<br />
Lo encuentra sentado a <strong>la</strong> mesa, de espaldas a el<strong>la</strong>, prematuramente<br />
levantado. Tiene que prepararle <strong>la</strong> merienda y baldear el<br />
charco de orine que <strong>la</strong> tierra aún no ha absorbido bajo el taburete.<br />
Le parece más indefenso que nunca, encorvado y con el pelo<br />
canoso revuelto por <strong>la</strong> almohada, esperando. ¿Esperando, qué?<br />
Nada, se dice, o todo. En fin, a ambos ya solo les resta vegetar.<br />
Busca un peine y se le acerca para organizarle un poco el cabello.<br />
Es cuando le ve <strong>la</strong> boca, de donde le cuelga un hilillo de saliva<br />
oscura.<br />
¿Qué estás comiendo? —no recuerda <strong>la</strong> fecha exacta en que<br />
había dejado de tratarlo de usted, pero debía coincidir con el<br />
pau<strong>la</strong>tino resquebrajamiento mental del Bisa—. ¿Qué tienes ahí?<br />
Entonces ve el macetero de barro sin <strong>la</strong>s últimas tres hojas y el<br />
cogollo partido en redondo.<br />
¡Abre <strong>la</strong> boca! —pero el viejo le riposta con <strong>la</strong> misma estupidez<br />
de siempre en <strong>la</strong> mirada y traga. <strong>El</strong><strong>la</strong> se queda mirándolo—. ¡Qué<br />
barbaridad! —hasta que mueve <strong>la</strong> cabeza como si negara algo<br />
incomprensible—. Eras tú.<br />
Agarra el macetero y contemp<strong>la</strong> el muñón desamparado.<br />
Pone el peine en <strong>la</strong> mesa y se va a <strong>la</strong> cocina.<br />
Ya comió —dice el viejo con aquel<strong>la</strong> voz catarrienta. Debe<br />
llorar, pero solo deja el recipiente con el tallo muti<strong>la</strong>do en el fregadero<br />
y se pasa <strong>la</strong>s manos por el pecho, donde se le han vuelto<br />
a atravesar <strong>la</strong>s ganas de no vivir. Tres meses de esperanza convertidos<br />
en un gargajo verde.<br />
Los toques en <strong>la</strong> puerta y <strong>la</strong> pregunta: “Sol, ¿ya está el café?”,<br />
no <strong>la</strong> sorprenden. Sabía que Orencio llegaría casi tras el<strong>la</strong> por <strong>la</strong><br />
golosina.<br />
Entra —le dice mecánicamente, porque ya él ha entrado. Le ve<br />
un pequeño envoltorio en <strong>la</strong>s manos y piensa que por fin algo está<br />
saliendo bien. Suspira—. Siéntate.<br />
Orencio pone el paquetico junto al peine y le dirige al Bisa un<br />
166
LITERATURA POLICIAL<br />
saludo que no tiene respuesta, como siempre.<br />
Es de uso —dice—, pero lo engrasé un poco y quedó bueno.<br />
Ya sabes —contesta el<strong>la</strong>—: hasta el fin de año.<br />
Sí. No dejes de pagármelo. ¿Dónde está el animalito?<br />
Allá afuera.<br />
Mientras Orencio sale al patio, Soligial acomoda <strong>la</strong> cafetera<br />
sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong>. Es lenta, y a veces el<strong>la</strong> comparaba aquel<strong>la</strong> <strong>la</strong>nguidez<br />
con <strong>la</strong> manera en que se desp<strong>la</strong>zan sus días, sus meses, su<br />
vida. Cuando los años le pasan a uno por arriba y lo revuelcan,<br />
te ponen que, al cruzar una calle, miras a <strong>la</strong> izquierda y, al mirar<br />
a <strong>la</strong> derecha, ya se te olvidó si viene un carro por <strong>la</strong> izquierda y<br />
tienes que volver a mirar.<br />
Desde el patio oye <strong>la</strong> voz de Orencio preguntándole azorado<br />
que qué le pasa al puerquito.<br />
Sale a ver. Y lo ve arrinconado en <strong>la</strong> corraleta, caído de los<br />
cuartos traseros, convulsionando. En el piso, restos de yucas mordisqueadas,<br />
y el saco que había olvidado poner al sol, boca abajo,<br />
picoteado por <strong>la</strong>s gallinas. Se lleva <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> cabeza.<br />
¡<strong>El</strong> viejo me desgració!<br />
Es su día trascendental, lo sabe desde ayer. Y mira al vecino<br />
con una súplica en los ojos:<br />
¿Se puede hacer algo?<br />
Orencio le tira un brazo por los hombros huesudos y le palmea<br />
<strong>la</strong> espalda, como quien da un pésame.<br />
Sí —dice—. Aprovecharlo. Pon bastante agua a calentar, que<br />
voy a cambiarme de ropa para ayudarte.<br />
Y <strong>la</strong> conduce en silencio al interior de <strong>la</strong> casa. <strong>El</strong> Bisa ha desenvuelto<br />
el paquetico y golpetea <strong>la</strong> mesa con el candado, del que<br />
cuelgan dos l<strong>la</strong>ves. Soligial apenas lo mira. Va hasta el fogón,<br />
donde <strong>la</strong> cafetera aún no ha comenzado a co<strong>la</strong>r.<br />
Solo necesita que Orencio esté con el<strong>la</strong> allí hasta <strong>la</strong>s siete, más<br />
o menos.<br />
167
Confesiones<br />
Obdulio Fenelo
LITERATURA POLICIAL<br />
La segunda vez que <strong>la</strong>nzó <strong>la</strong> mirada a <strong>la</strong> calle, <strong>la</strong> dejó rondar<br />
<strong>la</strong>s fachadas disparejas, elevarse sobre el montón de construcciones<br />
y caer de golpe contra el campanario de <strong>la</strong> iglesia.<br />
A esa hora del día el crepúsculo acentuaba el color amarillento<br />
de <strong>El</strong> Sagrado Corazón y lo tornaba irreal. Siempre rezaba<br />
antes de hacer un trabajo, así resolvía lo del arrepentimiento.<br />
Sería difícil lograr <strong>la</strong> salvación, tocar el paraíso, pero al menos<br />
Dios sabría sus intenciones. Nueve Padre Nuestro y un Ave María<br />
recitados casi poéticamente frente a <strong>la</strong> cruz, y luego <strong>la</strong> confesión.<br />
No subía <strong>la</strong> vista, le aterraba <strong>la</strong> mirada final de Cristo, <strong>la</strong> fuerza<br />
redentora.<br />
Le indicaron esperar allí, y llevaba varios minutos sentado en<br />
<strong>la</strong> antigua fondita china. <strong>El</strong> carro frenó discreto. Mercedes Benz<br />
antiguo, color marrón, cristales reservados. <strong>El</strong> conductor sacó<br />
una mano e hizo <strong>la</strong> contraseña: dejó caer el papel de confitura y<br />
continuó <strong>la</strong> marcha. Los tipos nunca daban <strong>la</strong> cara. No se apresuró.<br />
Bajó dos dedos más el refresco y salió.<br />
—Es mío —dijo el niño agachándose primero, burlón.<br />
De dónde carajo había salido. Quiso ser amable, aquellos<br />
pequeños diablillos podían desarmarte con una pregunta, joderte<br />
un buen negocio.<br />
—¿Podemos negociar? Te compro el papelito.<br />
—No es un papelito, es un tesoro.<br />
—Está bien, te compro tu tesoro.<br />
169
LITERATURA POLICIAL<br />
—Los tesoros no se venden, si no dejarían de ser tesoros.<br />
Perdía su precioso tiempo. Aún le faltaban <strong>la</strong>s oraciones y <strong>la</strong><br />
iglesia cerraría en media hora. Tuvo el impulso de sacar <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong><br />
y despacharlo, porque ya no veía a un adorable bebé, sino a un<br />
monstrico que se le reía en <strong>la</strong> cara. No, no disparaba a menores.<br />
En su historial contaban ancianos, hombres, mujeres, putas hermosas,<br />
enfermos, tullidos, maricones, jamás niños. Había perdido<br />
algunos clientes debido a aquel precepto invio<strong>la</strong>ble. Algún día, si<br />
llegaba vivo a los sesenta, se mudaría a otra ciudad, fundaría una<br />
familia y tendría a su pequeño salvaje.<br />
—Un peso y te compras veinte como ese.<br />
—Cinco, y me compro cien.<br />
<strong>El</strong> niño continuaba enseñando <strong>la</strong> sonrisa maligna. Metió <strong>la</strong><br />
mano en el bolsillo. <strong>El</strong> billete más pequeño era de diez.<br />
—Me vas a estafar, cabroncito.<br />
<strong>El</strong> niño tomó el dinero, soltó el papel y escapó corriendo.<br />
Retornó a <strong>la</strong> mesa. Lo abrió y se quedó mirando muy fijo. Nunca<br />
conocía a sus víctimas, Dios le evitaba esa prueba, y ahora de<br />
repente el nombre y el lugar le resultaban angustiosamente próximos,<br />
y hasta el rostro se le quiso construir en <strong>la</strong> memoria. No<br />
pudo terminar el refresco, estaba caliente. De no ser un día <strong>la</strong>borable<br />
hubiera preferido pedir aguardiente, salchichas chinas. No<br />
bebía antes de hacer un trabajo y de <strong>la</strong>s salchichas solo quedaba<br />
el recuerdo. Enfrentaba a <strong>la</strong> víctima cojonudo, contrario a <strong>otros</strong><br />
matones que se emborrachaban para darse valor y no recordar ni<br />
arrepentirse. No necesitaba el alcohol ni <strong>la</strong> droga, su deuda espiritual<br />
quedaba saldada, y al día siguiente, hombre nuevo.<br />
Guardó el escrito. Ma<strong>la</strong> suerte, dijo. Era una prueba, estaba<br />
seguro. Él se debía a su profesión, a su destino. La única sangre<br />
no derramada sería <strong>la</strong> de los ángeles–niños, aunque fueran pequeños<br />
bandidos como el reciente. Los demás quedaban condenados.<br />
Pidió otra co<strong>la</strong>. Bebió varios sorbos. Exigió <strong>la</strong> cuenta. Se paró<br />
170
LITERATURA POLICIAL<br />
en <strong>la</strong> acera y volvió a subir <strong>la</strong> vista hasta tocar <strong>la</strong> punta del campanario.<br />
No quiso seguir pensando en <strong>la</strong> cara conocida.<br />
Acostumbraba a cambiar de iglesia. Todos los párrocos terminaban<br />
confidentes de <strong>la</strong> policía. Quería liberarse. Confesaba el crimen<br />
no cometido aún y el cura de turno, aunque fingiera parsimonia,<br />
se sobresaltaba con <strong>la</strong> noticia y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras olorosas ya a<br />
muerte: Padre, debo matar a un desdichado, y a pesar del pecado<br />
mi alma se mantiene limpia, no hay rencor y ya estoy arrepentido.<br />
He sido elegido para mandar malos espíritus al infierno, ¿comprende?,<br />
un trabajo común, como carpintero o abogado. Ya recé<br />
varios Padre Nuestro y un Ave María. ¿Me absuelve? Absolvía, y<br />
salía disparado para <strong>la</strong> estación de los polis. Trompetas, traidores<br />
de sus juramentos. En <strong>El</strong> Sagrado Corazón encontró tolerancia, <strong>la</strong><br />
voz amable, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras piadosas del párroco, que no fue directo<br />
a los fianas sino a su casa. Quiso comprobar su integridad, el<br />
aguante, y repitió una vez más <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción criminal, <strong>la</strong>s mismas<br />
frases, y <strong>la</strong> actitud no cambió. Entonces decidió elegirlo confesor<br />
espiritual, sin fiarse del todo. Mantenía discreción y se transformaba<br />
en cada visita: a veces barba y gabán, a veces afeitado y<br />
sombrero, o gafas y bigote. La re<strong>la</strong>ción fluía natural, a través del<br />
confesionario.<br />
Caminaba comedido, como acostumbrándose a <strong>la</strong> idea.<br />
Llevaba <strong>la</strong> mano izquierda en el abrigo, el papelito apretado dentro.<br />
Entró a una florería. Llevar flores estaría bien, lo precisaban<br />
<strong>la</strong>s ocasiones especiales. Compró doce girasoles pensando en los<br />
doce apóstoles. Un girasol a cada mediador y todo resuelto. ¿Bajo<br />
qué santo había nacido? San Felipe Neri, confesor, un santo<br />
pequeño, olvidado.<br />
Miró <strong>la</strong>s flores comp<strong>la</strong>cido. Le seguía picando <strong>la</strong> garganta,<br />
pidiéndole a gritos el trago fuerte. La garganta o el miedo, porque<br />
inexplicablemente comenzó a sudar algo desmedido. ¿Miedo a<br />
quién? A Dios quizá. Lo probaba, quería verlo dudar, desfallecer.<br />
171
LITERATURA POLICIAL<br />
No puedes hacerme esto, Señor, sabes que es solo un trabajo más<br />
y debo cumplirlo bien o me autodespido del mundo.<br />
Volvió a <strong>la</strong> fonda. <strong>El</strong> mozo le sirvió un doble. Vio<strong>la</strong>ba un precepto<br />
sagrado. <strong>El</strong> ron desapareció a través de su boca y saboreó<br />
el ardor, el gusto añejo.<br />
Quedaban pocos minutos, pronto cerraría <strong>la</strong> parroquia. No<br />
era fecha de grandes santos, <strong>la</strong> encontraría deso<strong>la</strong>da. Mantuvo el<br />
paso medio, <strong>la</strong> vista fija en lo alto, posada en <strong>la</strong>s torres. Se le<br />
ocurrió silbar su melodía preferida, Más allá del cielo. Mi<strong>la</strong>gros<br />
Vocecita <strong>la</strong> cantaba magistral los domingos en el Ruiseñor, un bar<br />
de Oriente. Una negra con voz de mezzosoprano b<strong>la</strong>nca, aunque<br />
no le gustaba que le dijeran eso. Las voces eran incoloras y el<strong>la</strong><br />
no tenía culpa. Cierto, no se podía culpar de impostora, porque<br />
hasta cuando hab<strong>la</strong>ba dejaba escapar el timbre filtrado, y quien<br />
<strong>la</strong> escuchase sin ver<strong>la</strong> creería estar oyendo a una jovencita b<strong>la</strong>nca<br />
y no una negra camino a los cincuenta. De haber tenido menos<br />
años le hubiera propuesto matrimonio. La voz lo cautivó. Se<br />
pensó alguna vez cambiando de oficio, de matón a empresario<br />
musical, promotor de <strong>la</strong> sin igual Mi<strong>la</strong>gros, talento le sobraba.<br />
Conquistarían Europa, los Estados Unidos. ¿Qué pasó con<br />
Mi<strong>la</strong>gros Vocecita? No se supo. Apareció muerta en un hotel, dos<br />
puña<strong>la</strong>das le rompieron el corazón. No creyó que lo molestara<br />
tanto una muerte; él, acostumbrado a tantas. Intentó averiguar<br />
entre matones y gente baja. Nadie sabía. ¿Por qué venía Mi<strong>la</strong>gros<br />
Vocecita a sus pensamientos? Quizá porque todas <strong>la</strong>s muertes<br />
fatales se re<strong>la</strong>cionaban, y esta de hoy también lo inquietaría.<br />
Recordó que no había insta<strong>la</strong>do el silenciador. Pensó pasar a<br />
un baño público y colocarlo, sin embargo allí podría encontrar a<br />
algún mirón insistente. <strong>El</strong> confesionario podía servir, lo utilizó en<br />
otras ocasiones, su sangre fría lo acompañaba.<br />
Los dos policías apostados en <strong>la</strong> esquina de Rosario y San<br />
Rafael lo escudriñaron indiscretos. Cambió de acera. Los policías<br />
172
LITERATURA POLICIAL<br />
siguieron velándolo. ¿Qué coño miraban? A lo mejor los girasoles<br />
gigantes. Se detuvo a ojear dos o tres vidrieras y espió <strong>la</strong> esquina.<br />
Los agentes reanudaron el diálogo y le quitaron <strong>la</strong> vista.<br />
Cuando llegó a <strong>la</strong> iglesia, el sudor le corría de <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong>s<br />
pantorril<strong>la</strong>s. La vida colocaba trampas, entrecruzaba los caminos.<br />
¿La vida o Dios? Daba igual, alguien torcía <strong>la</strong>s cosas e impedía su<br />
flujo normal, inventaba el dolor y se gozaba en <strong>la</strong> tragedia. <strong>El</strong>egía<br />
a hombres como él y los utilizaba como instrumentos ¿Con qué<br />
fin? Dios sabría. Muchas cosas no tenían explicación, y buscar<strong>la</strong><br />
significaba perder el juicio, descreer, confundirse.<br />
Dos mujeres rezaban de<strong>la</strong>nte y un hombre detrás. Una tercera<br />
aguardaba junto al altar. Demasiadas personas, tendría que esperar<br />
<strong>la</strong> hora del cierre y ve<strong>la</strong>r que ninguna devota fanática se quedara<br />
rondando. Debía de ser adentro, los demás lugares engendraban<br />
mayores complicaciones. Se persignó y respiró profundo.<br />
Sin levantar <strong>la</strong> vista, se arrodilló a los pies de <strong>la</strong> cruz y colocó los<br />
girasoles. Se misericordioso, Señor, tu hijo viene a ti humilde y<br />
confundido. No quiero profanar tu casa, solo hago mi trabajo.<br />
Pronunció nueve Padre Nuestro y un Ave María, ni más ni menos.<br />
Se retiró a <strong>la</strong>s últimas fi<strong>la</strong>s, cerca del hombre que tenía <strong>la</strong> cabeza<br />
apoyada en el asiento. Parecía dormido o borracho, vestía mal.<br />
Pobre diablo, pensó.<br />
La iglesia no demoró en despejarse, solo quedaba el hombre,<br />
que seguía inmutable. <strong>El</strong> cura salió del confesionario y él se le<br />
ade<strong>la</strong>ntó.<br />
—Necesito unos minutos, padre, no demoraré.<br />
Miró de sos<strong>la</strong>yo al Cristo y entró persignándose. <strong>El</strong> confesor<br />
no lo reconoció hasta que empezó a hab<strong>la</strong>r:<br />
—Debo matar a un desdichado...<br />
Sacó el silenciador y lo fue enroscando sin ganas. Tuvo que<br />
secarse el sudor de <strong>la</strong> cara, contro<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s manos, tomar fuerzas<br />
para seguir hab<strong>la</strong>ndo. Pensó en el hombre de <strong>la</strong> última fi<strong>la</strong>, <strong>la</strong><br />
173
LITERATURA POLICIAL<br />
distancia le impediría escuchar.<br />
—...comprenda, solo hago mi trabajo, Padre, un oficio más,<br />
como carpintero o abogado. Usted sabe entender porque cumple<br />
su misión como nadie, lo he comprobado: dos confesiones de<br />
trabajos de muerte y se va a casa a guardarse el secreto. Es muy<br />
duro mi empleo en un país como este, quedan muy pocos curas<br />
dignos, ¿sabía que <strong>la</strong> mayoría son confidentes de <strong>la</strong> policía? Dios<br />
los juzgará, y a mí, a lo mejor, llegue a perdonarme, y usted no<br />
deberá hacer menos. Sepa que no hay rencor en mi corazón y ya<br />
estoy arrepentido. ¿Me absuelve?<br />
Terminado el “en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu<br />
Santo. Amén”, dos ba<strong>la</strong>s atravesaron el cráneo frontal del clérigo<br />
y se alojaron en su cerebro.<br />
Buscó rápido el fondo, los bancos finales. Notó <strong>la</strong> ausencia del<br />
hombre. Apenas puso un pie fuera del confesionario, descubrió <strong>la</strong><br />
punta del cañón apuntándole entre dos brazos firmes, provenientes<br />
del hombre en harapos. Miró al Cristo. Recuperaba cierta paz,<br />
cesaba el sudor, <strong>la</strong> leve culpa. La voz imperativa le ordenó tirar el<br />
arma. Intentó levantar<strong>la</strong>, pero los disparos no llegaron a cruzarse,<br />
el otro se ade<strong>la</strong>ntó. Mientras caía, se sorprendió pensando en<br />
Mi<strong>la</strong>gros Vocecita. Más allá del cielo.<br />
Los curiosos invadieron <strong>la</strong> iglesia. <strong>El</strong> policía vestido de ma<strong>la</strong>vida<br />
habló como si se disculpara:<br />
—Nunca creímos que el cura fuera el próximo. No le dio tiempo<br />
a salir del confesionario, a hacer <strong>la</strong> señal acordada.<br />
Llegaron más policías a despejar <strong>la</strong> muchedumbre. Una ambu<strong>la</strong>ncia<br />
se llevó los cuerpos. De una de <strong>la</strong>s manos cayó el papel de<br />
confituras. Nadie lo advirtió excepto un niño. Lo agarró sigiloso<br />
y lo guardó en su bolsillo. Reía.<br />
174
CIENCIA FICCIÓN
Castigo y crimen<br />
Yonnier Torres
CIENCIA FICCIÓN<br />
“los rusos… son vastos,<br />
vastos como <strong>la</strong> tierra en que viven,<br />
y sumamente proclives a lo fantástico y lo desordenado”.<br />
F. Dostoievski<br />
<strong>El</strong> inspector Iliá Petróvich encendió <strong>la</strong> luz y Raskólnikov se<br />
cubrió los ojos con <strong>la</strong>s manos. La habitación era pequeña,<br />
estaba compuesta por una mesa y dos sil<strong>la</strong>s, del techo colgaba<br />
un foco b<strong>la</strong>nco, <strong>la</strong>s paredes estaban cubiertas de cristales,<br />
sobre el picaporte de <strong>la</strong> puerta resaltaban los botones rojos de un<br />
intercomunicador, que conectaba <strong>la</strong> Sa<strong>la</strong> de Interrogatorios con el<br />
Departamento de Análisis y a espaldas del inspector, en el extremo<br />
derecho de <strong>la</strong> pared, una cámara encerraba el rostro de<br />
Raskólnikov, intentando registrar cada una de sus expresiones.<br />
Petróvich miró <strong>la</strong> hora en su reloj de pulsera y dijo:<br />
—Durante varios años, San Petersburgo ha sido <strong>la</strong> ciudad más<br />
violenta de Europa: robos, asaltos, vio<strong>la</strong>ciones, atentados, homicidios,<br />
secuestros. La pobreza se agolpaba en <strong>la</strong>s calles, como ese<br />
polvo arremolinado en <strong>la</strong>s esquinas cuando está a punto de llover.<br />
Pero gracias a los esfuerzos del Gobierno y al interés de <strong>la</strong><br />
Comisaría Central, <strong>la</strong> situación ha cambiado.<br />
Se acercó a los cristales como si quisiera inspeccionar <strong>la</strong> limpieza,<br />
volvió a mirar <strong>la</strong> hora en su reloj y tomó asiento frente a<br />
Raskólnikov:<br />
—Usted estudiaba leyes.<br />
—Estudio leyes —respondió Raskólnikov.<br />
—Hace dos semanas que no asiste a <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses en <strong>la</strong> Universidad.<br />
177
CIENCIA FICCIÓN<br />
—Hace dos semanas que estoy enfermo.<br />
—¿Ha tomado medicinas?<br />
—Para <strong>la</strong> fiebre no <strong>la</strong>s necesito. Me basta <strong>la</strong> sopa de coles que<br />
prepara Nastacia y el té amargo. Dentro de poco estaré recuperado<br />
y volveré a <strong>la</strong> Universidad. ¿Por qué me han traído hasta<br />
aquí?, a nadie lo interrogan por faltar a c<strong>la</strong>ses.<br />
—Esto no es un interrogatorio —dijo Petróvich—, esos son<br />
métodos arcaicos, digamos que <strong>la</strong>s acciones de interrogar, descubrir<br />
o investigar, han pasado de moda. ¿Ha oído usted hab<strong>la</strong>r de<br />
<strong>la</strong> psicología conductista?<br />
—No, nunca. Me está haciendo perder el tiempo, no tengo<br />
motivos para estar aquí. Ustedes deberían encargarse de tareas<br />
útiles, atrapar a <strong>la</strong>drones y criminales.<br />
—Eso hacemos, eso hacemos —el inspector se recostó al espaldar<br />
de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, se acarició suavemente <strong>la</strong>s cejas con <strong>la</strong> punta de los<br />
dedos y luego cruzó <strong>la</strong>s manos sobre el pecho. Raskólnikov, sin<br />
dudas, comenzaba a perder <strong>la</strong> paciencia.<br />
—La señora Nastacia es muy buena con usted —dijo<br />
Petróvich—, ve<strong>la</strong> por su salud como si fuera su madre…<br />
—¡¿Qué importa eso ahora?! —gritó Raskólnikov— Exijo que<br />
explique por qué me tiene encadenado a esta sil<strong>la</strong> de mierda.<br />
—No se altere joven. En <strong>la</strong> psicología conductista hay dos<br />
cosas fundamentales: los motivos y <strong>la</strong>s reacciones. Usted coincide<br />
plenamente con el patrón de pruebas para <strong>la</strong>s monomanías de<br />
tipo A, o sea, <strong>la</strong>s más comunes. Está hundido en <strong>la</strong> miseria, no<br />
posee nada a su favor, debe dos meses de alquiler, solo se alimenta<br />
con lo que le prepara <strong>la</strong> buena de Nastacia y para colmo, le ha<br />
vendido sus libros de leyes al estudiante Razumijin, para pagar<br />
sus deudas de juego. Usted está, sencil<strong>la</strong>mente, acabado.<br />
—Eso no es cierto —respondió Raskólnikov—, dentro de<br />
poco recibiré veinte rublos, voy a empeñar el reloj p<strong>la</strong>teado de mi<br />
padre. Pagaré el alquiler, recuperaré los libros y volveré a <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>-<br />
178
CIENCIA FICCIÓN<br />
ses en <strong>la</strong> Universidad.<br />
—Pero se quedará sin el reloj. Es el único recuerdo que posee<br />
de su padre, ¿qué pensarían su madre y su hermana si se enteraran<br />
que lo ha empeñado? No le quedan salidas, ya lo indica <strong>la</strong><br />
psicología conductista: usted cometerá un crimen.<br />
—Eso es absurdo —dijo Raskólnikov y tuvo deseos incluso de<br />
echarse a reír, pero no lo hizo. La risa, generalmente, es un símbolo<br />
de debilidad—. ¿Cómo puede dar por sentado que me convertiré<br />
en un criminal? Podría ofrecer lecciones para chicos retrasados<br />
en Aritmética, en Derecho Civil, incluso en Biología.<br />
Ganaría diez rublos por semana. Razumijin me podría ofrecer<br />
algún trabajo de traducción, conozco el alemán y el francés…<br />
—No se esmere —interrumpió el inspector—, el conductismo<br />
es infalible. ¿Sabe qué es esto?<br />
Extrajo un pequeño aparato de su bolsillo y lo colocó encima<br />
de <strong>la</strong> mesa.<br />
—¿Un teléfono móvil?<br />
-No, mírelo bien.<br />
—¿Un IPod?<br />
—¡No! ¡Por Dios! —gritó Petróvich— Este es el resultado de<br />
años de psicología conductista. Nuestro Gobierno invirtió medio<br />
millón de rublos en su construcción. Este aparato, pequeño, sencillo,<br />
es capaz de captar y trasmitir con una semana de ante<strong>la</strong>ción,<br />
los actos criminales que sucederán en cincuenta mil<strong>la</strong>s a <strong>la</strong> redonda.<br />
—¿Cómo en <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de Spielberg?<br />
—¡Por Dios! —gritó de nuevo Petróvich—, pero qué dice,<br />
mejor que en <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de Spielberg. Esto no posee margen de<br />
error, es portátil, viene acompañado por un Manual de<br />
Instrucciones, un estuche de puro caucho con el logotipo del producto<br />
en líneas doradas y por si fuera poco, tiene una garantía de<br />
seis meses.<br />
179
CIENCIA FICCIÓN<br />
Raskólnikov quedó impresionado, <strong>la</strong> cámara pudo captar con<br />
precisión sus gestos y el repentino cambio de semb<strong>la</strong>nte. Su expresión<br />
de asombro se trocó por miedo y confusión. ¿Cómo es posible?,<br />
pensó, ¿dentro de una semana seré un criminal?<br />
<strong>El</strong> inspector encendió con orgullo el aparato y disfrutó cada<br />
segundo el gesto estupefacto del joven. Se puso de pie y dando<br />
paseítos de una pared de cristal a <strong>la</strong> otra, dijo:<br />
—<strong>El</strong> próximo lunes con <strong>la</strong> caída de <strong>la</strong> tarde comenzará a llover.<br />
Por <strong>la</strong> avenida del río Neva, una muchacha completamente<br />
ebria será seguida de cerca por un hombre que intentará aprovecharse<br />
de <strong>la</strong> situación, pero usted aparecerá en una de <strong>la</strong>s esquinas,<br />
descubrirá lo que sucede, armará un escándalo, el hombre<br />
correrá asustado y usted, haciendo ga<strong>la</strong> de gentileza y buenos<br />
sentimientos, le entregará los únicos tres kopeks de su bolsillo a<br />
<strong>la</strong> muchacha, para que tome un coche hasta su casa —Raskólnikov<br />
respiró aliviado y <strong>la</strong> cámara captó una media sonrisa—, luego<br />
caminará en dirección contraria hasta llegar al apartamento de <strong>la</strong><br />
usurera Aliona Ivánova, a quien le había entregado el día anterior<br />
el reloj p<strong>la</strong>teado de su padre. Entrará al recibidor y <strong>la</strong> matará con<br />
un hacha; y no solo a el<strong>la</strong>, sino además a <strong>la</strong> sobrina Lizabeta, que<br />
tendrá <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte de llegar a casa en ese justo instante.<br />
—¿Con un hacha?—preguntó Raskólnikov.<br />
—Sí, con un hacha.<br />
—Pero es que yo no tengo hacha.<br />
—Veamos —dijo Petróvich y presionó algunos botones—. <strong>El</strong><br />
aparato no lo seña<strong>la</strong>. Sería pedir demasiado. A fin de cuentas eso<br />
es lo de menos, en todas <strong>la</strong>s tiendas de herramientas de San<br />
Petersburgo <strong>la</strong>s venden, además es probable que en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>nta baja<br />
de su edifico, cerca de <strong>la</strong> cocina, encuentre una pequeña.<br />
Se acercó al intercomunicador, pidió que le alcanzaran un<br />
modelo oficial y un <strong>la</strong>picero, le puso pausa al aparato y dijo:<br />
—Tomemos dec<strong>la</strong>ración.<br />
180
CIENCIA FICCIÓN<br />
Raskólnikov intentó protestar, decir algo, pero <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras no<br />
le salían, estaba pálido, le faltaba el aire y mientras el inspector le<br />
sostenía con dureza <strong>la</strong> mirada, solo pudo balbucear y repetir en<br />
una letanía constante:<br />
—Yo no soy un criminal, yo no soy un criminal, yo no soy un<br />
criminal…<br />
Media hora después, completamente exhausto, aceptó su condición<br />
y se dec<strong>la</strong>ró culpable.<br />
Petróvich tomó <strong>la</strong> primera hoja del formu<strong>la</strong>rio y dijo:<br />
—Veamos, Rodión Románovich Raskólnikov. ¿Cuál es su<br />
edad?<br />
—23 años<br />
—Móvil de los crímenes.<br />
Raskólnikov se quedó un rato en silencio. No sabía con precisión<br />
por qué habría de matar a <strong>la</strong>s dos mujeres con el hacha.<br />
—Espera un segundo —dijo Petróvich— revisemos <strong>la</strong> memoria.<br />
Deslizó su pulgar por <strong>la</strong> superficie táctil. —Era de suponer,<br />
cuando <strong>la</strong>s mujeres caen al suelo revisas todas <strong>la</strong>s gavetas buscando<br />
el reloj de tu padre y de paso, te echas <strong>la</strong>s joyas en los bolsillos.<br />
Apuntó <strong>la</strong> información y cuando se disponía a realizar <strong>la</strong> pregunta<br />
siguiente, <strong>la</strong> imagen en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> del aparato comenzó a<br />
parpadear.<br />
—¿Y a esto qué le pasa? —dijo— quizás sea <strong>la</strong> cobertura,<br />
enseguida regreso. Abrió <strong>la</strong> puerta y fue corriendo al Departamento<br />
de Análisis.<br />
Raskólnikov quedó solo en <strong>la</strong> habitación, recostó su frente<br />
sobre <strong>la</strong> mesa y no dejó ni un instante de pensar: un criminal, me<br />
he convertido en un criminal.<br />
Al rato entró Petróvich a <strong>la</strong> habitación, tomó a Raskólnikov<br />
por el cuello de <strong>la</strong> camisa y comenzó a gritar:<br />
—¡Todos los estudiantes son iguales, tanto caldo de coles y té<br />
amargo solo produce debilidad! ¿Acaso no puedes golpear más<br />
181
CIENCIA FICCIÓN<br />
fuerte? ¿Acaso no sabes que Aliona Ivánova y su sobrina tienen<br />
prótesis craneales de acero? Con tal chapucería no hay quien<br />
trabaje. <strong>El</strong> aparato acaba de trasmitir <strong>la</strong>s últimas imágenes de esa<br />
noche. Mientras abarrotas tus bolsillos, <strong>la</strong>s mujeres se levantan,<br />
toman el hacha y te abren <strong>la</strong> cabeza a <strong>la</strong> mitad —Petróvich miró<br />
su reloj de pulsera—, ya es casi <strong>la</strong> hora de salida y tengo que<br />
comenzar todo de nuevo.<br />
Luego de <strong>la</strong> conmoción el joven se dejó caer sobre <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>,<br />
recobró el aliento y dijo:<br />
—Entonces no mueren. No soy un asesino.<br />
Petróvich presionó los botones rojos del intercomunicador:<br />
—Traigan a Aliona Ivánova y a Lizabeta.<br />
—¿Bajo qué cargos? —le preguntaron.<br />
—Homicidio.<br />
Guardó el aparato en su bolsillo. Salió por <strong>la</strong> puerta, apagó <strong>la</strong><br />
luz y Raskólnikov quedó nuevamente sumido en <strong>la</strong> oscuridad.<br />
182
En cande<strong>la</strong> con<br />
Ochosi<br />
Erick J. Mota
CIENCIA FICCIÓN<br />
Primero fue el dolor de mue<strong>la</strong>s. Y luego. Y luego también. <strong>El</strong><br />
dolor de mue<strong>la</strong>s persiste en todo momento y carece de posición<br />
de alivio. Los calmantes casi nunca funcionan y siempre<br />
<strong>la</strong> cura es mucho más dolorosa. No existe sentencia ni castigo<br />
en el mundo que supere a un dolor de mue<strong>la</strong>s.<br />
Después vinieron los aseres y me golpearon. Unos tipos de casi<br />
dos metros de alto con caras de cinta negra en varias artes marciales.<br />
Eran tipos de <strong>la</strong> calle, sin estilo, con ropas de colores chillones.<br />
De los que suelen contratar los maridos celosos para dar<br />
una golpiza, o <strong>la</strong>s putas de esquina para sentirse importantes con<br />
un guardaespaldas.<br />
Me golpearon con los puños, con el canto de <strong>la</strong> mano, con los<br />
pies y el mango de <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s. <strong>El</strong> dolor de mue<strong>la</strong>s era peor.<br />
Cuando creyeron que habían acabado conmigo, me arrastraron<br />
afuera. Rodé tres pisos de escalera hasta llegar a <strong>la</strong> calle. Tres<br />
pisos de escalera maloliente y estropeada.<br />
Hago notar que nadie en el so<strong>la</strong>r intervino o acudió en mi<br />
ayuda. Como nadie ayudó al jefe de <strong>la</strong> FULHA y al Machuca, mi<br />
socio en aquellos <strong>la</strong>rgos entrenamientos de <strong>la</strong> Siberia, cuando los<br />
acuchil<strong>la</strong>ron en <strong>la</strong> azotea del Focsa. Esta gente no cree en nadie.<br />
Ah, los barrios decentes… Eso dijo el que me alquiló el cuarto.<br />
Nadie se mete donde no lo l<strong>la</strong>man. Un lugar sin héroes. Sin demonios.<br />
Típico de Centro Habana. <strong>El</strong> sitio ideal para esconderse de<br />
<strong>El</strong>los. Cuanto necesitaba era dejar pasar el tiempo hasta que se<br />
184
CIENCIA FICCIÓN<br />
aburrieran de buscarme.<br />
Y pasara el dolor de mue<strong>la</strong>s.<br />
Todo fue por culpa de Diana. Había hecho más de quince<br />
l<strong>la</strong>madas a mi número, a pesar de mi pedido expreso para que no<br />
lo hiciera. Estaba en problemas con los Santeros, <strong>la</strong> línea no era<br />
segura y el<strong>la</strong> se ocupó de vio<strong>la</strong>r los veinte mil protocolos de seguridad<br />
que habíamos acordado.<br />
No es que Diana sea una ma<strong>la</strong> mujer, sólo está algo perturbada.<br />
Venir c<strong>la</strong>ndestina desde Miami fue traumático para el<strong>la</strong>.<br />
Hubo mal tiempo y <strong>la</strong> balsa se volcó. Los tiburones se despacharon.<br />
A el<strong>la</strong> <strong>la</strong> salvó una de <strong>la</strong>s patrul<strong>la</strong>s que custodian <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>taformas<br />
petroleras de los Testigos de Jehová. La rescataron y le<br />
permitieron llegar a La Habana sin informar a inmigración.<br />
Pasarse más de veinticuatro horas en una p<strong>la</strong>taforma de extracción<br />
rodeado de Testigos de Jehová puede ser traumático para<br />
cualquiera. Incluso si los tiburones no se hubiesen comido a tus<br />
compañeros de viaje. Sé cómo es, yo también llegué en balsa a La<br />
Habana. Pero mi historia es diferente. He visto cosas más peligrosas<br />
que el estrecho de <strong>la</strong> Florida.<br />
En <strong>la</strong> calle me estaba esperando Daniel, Sacerdote Iworo y<br />
brazo ejecutor del c<strong>la</strong>n de Ochosi: b<strong>la</strong>nco, caucásico y grande,<br />
aunque no tanto como los aseres. Uno de los tipos que más dinero<br />
había hecho con el hackeo de sistemas en <strong>la</strong> Red Global.<br />
—Te fuiste sin terminar el trabajo, Pablito. Dejaste vivo al<br />
punto.<br />
—Era un niño —y el dolor de mue<strong>la</strong>s que no se iba—, yo no<br />
mato niños.<br />
—Tiene 15 años. Estoy seguro de que ha tenido más jevas que<br />
tú y ya debe haber matado a alguien por ahí. Además, se atrevió<br />
a desafiar a los c<strong>la</strong>nes de <strong>la</strong> Reg<strong>la</strong> de Ocha. Debe morir.<br />
—No es mi estilo —intenté levantarme, pero el dolor era enorme—.<br />
Me dijiste que un novato entró en tus servidores y se llevó<br />
185
CIENCIA FICCIÓN<br />
una mierda sagrada de esas. No me dijiste que era un niño. Yo<br />
tengo mi ética, Daniel, igual que ustedes, los santeros tienen <strong>la</strong><br />
suya allá adentro, en <strong>la</strong> Red Global. No mato embarazadas.<br />
Tampoco a niños. Si quieres un psicópata contrata los servicios de<br />
<strong>la</strong> fundación Charles Manson.<br />
—Pablo, Pablo, nunca vas a aprender. <strong>El</strong> c<strong>la</strong>n llegó a sentir<br />
respeto por ti, por tu profesionalismo. Pensamos que tú eras el<br />
indicado para el trabajo. La ofrenda virtual que le robaron al<br />
altar de Ochosi no es cosa de juego. <strong>El</strong> Oricha aún lo está<br />
rec<strong>la</strong>mando pero el muchacho sigue sin conectarse. Hasta ahora<br />
eso le ha salvado <strong>la</strong> vida. En cambio <strong>la</strong> tuya no vale nada.<br />
Me incorporé y puse <strong>la</strong>s manos en <strong>la</strong> espalda, para estirarme.<br />
Mi pisto<strong>la</strong> no estaba allí. La busqué con disimulo haciendo un<br />
medio giro lentamente, como al azar. Entonces <strong>la</strong> encontré: en <strong>la</strong><br />
cintura del asere 1 que estaba detrás de mí.<br />
Tengo buenos recuerdos de esa pisto<strong>la</strong>, <strong>la</strong> copia china de<br />
beretta 9 mm. Se <strong>la</strong> quité a un infante de <strong>la</strong> marina mexicana.<br />
Estábamos en Old Texas cuando Mexicocalifornia atacó. Las<br />
defensas tejanas nunca fueron más allá de una milicia armada con<br />
viejos M-16 del extinto Army Force. Y c<strong>la</strong>ro, <strong>la</strong> brigada de pacificación<br />
rusa. Pero teníamos órdenes de no intervenir a menos que<br />
nos atacaran. Para cuando pudimos entrar en acción ya no estábamos<br />
en condiciones de ayudar a nadie. Las últimas órdenes del<br />
alto mando fueron resistir hasta <strong>la</strong> muerte. Al día siguiente deserté<br />
y me fui a Miami.<br />
—¿Qué hiciste con el dinero?<br />
—Lo gasté —el dolor de mue<strong>la</strong>s persistía—. Tengo muchas<br />
1 Saludo en dialecto bricamo que mezc<strong>la</strong> varias lenguas carabalíes, el<br />
efik y el ibibiú. Dentro de Cuba <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra se usa (en jerga) como vocativo:<br />
Asere, atiéndeme que te estoy hab<strong>la</strong>ndo.<br />
186
CIENCIA FICCIÓN<br />
deudas y el revendedor de municiones no me hace rebajas.<br />
—Ay, Pablo. ¿Qué voy a hacer contigo? Cuando empezaba a<br />
confiar en ti, te comportas como un pata e’ puerco. Ahora debo<br />
ordenar a estos tipos, que no te llegan ni a los tobillos, que te<br />
maten.<br />
Daniel hizo un gesto con <strong>la</strong> mano y los aseres asintieron.<br />
Por alguna razón que desconozco recordé los campos de entrenamiento<br />
spetznaz, en Siberia.<br />
<strong>El</strong> dolor de mue<strong>la</strong>s, mi<strong>la</strong>grosamente, se detuvo.<br />
Tres de los tipos estaban en mi campo visual, uno a cada <strong>la</strong>do<br />
y otro al <strong>la</strong>do de Daniel, el cuarto asere estaba tras de mí. Escuché<br />
el rastril<strong>la</strong>r cuando sacó su pisto<strong>la</strong>, o mejor dicho, <strong>la</strong> mía. Me<br />
volteé a toda velocidad mientras apartaba <strong>la</strong> cabeza de <strong>la</strong> línea de<br />
tiro y le torcí <strong>la</strong> muñeca en el segundo movimiento. Soltó el arma<br />
pero no <strong>la</strong> dejé que tocara el suelo. Acto seguido disparé contra<br />
el que estaba a <strong>la</strong> izquierda de Daniel. Los <strong>otros</strong> dos, también<br />
hicieron fuego.<br />
Sin dejar de torcer el brazo del asere, lo coloqué de<strong>la</strong>nte de mí<br />
a modo de escudo. Las ba<strong>la</strong>s se detuvieron en su cuerpo. Siempre<br />
usan chalecos rusos, pesados y gruesos. Le pegué un tiro a cada<br />
uno y otro extra para Daniel. Siempre que se choca con un santero<br />
hay que dejarlo bien muerto o el Oricha que lo protege te<br />
matará desde <strong>la</strong> Red. O hackeará <strong>la</strong> mente de alguien que lo haga,<br />
lo cual es peor.<br />
Para concluir, e imprimirle algo de estilo a <strong>la</strong> función, terminé<br />
de torcerle el brazo al asere que me quedaba hasta que se arrodilló<br />
de<strong>la</strong>nte de mí. Le puse el cañón en <strong>la</strong> espalda, bien pegado al<br />
chaleco antiba<strong>la</strong>s, y el proyectil le atravesó el pulmón. La presión<br />
de los gases contra <strong>la</strong> armadura rígida hizo que el arma cu<strong>la</strong>teara<br />
más de lo normal.<br />
Me acerqué a Daniel y vi que aún respiraba. Le apunté justo<br />
entre los ojos y me dispuse a apretar de nuevo el gatillo. Hasta me<br />
187
CIENCIA FICCIÓN<br />
daba gusto.<br />
Todos ellos son iguales. Entran en <strong>la</strong> hermandad para vestirse<br />
de b<strong>la</strong>nco, tener prendas de oro, relojes rusos y pasearse por<br />
Centro Habana en <strong>la</strong>das blindados a altas horas de <strong>la</strong> noche.<br />
Todos se creen tipos duros cuando en realidad eran niñitos nerds<br />
de una escuelita en el barrio de Los Sitios. Terminaron de hackers,<br />
pobres y sin jeva. Entregan cada día más neuronas a los Orichas,<br />
no por fe, sino para ser importantes. Tienen protección divina<br />
desde <strong>la</strong> red y caminan seguros por los barrios sin ley. Ahora los<br />
tipos grandes y fuertes que les quitaban <strong>la</strong> merienda en <strong>la</strong> primaria<br />
trabajan para ellos, son sus guardaespaldas.<br />
No hay fe en estos tipos.<br />
Solo son unos descarados.<br />
Y aquí, fuera de <strong>la</strong> red, lejos del Oricha, son unos cobardes.<br />
—No me mates, Pablo, por tu madre, no hay ninguna necesidad...<br />
te vas meter en cande<strong>la</strong> por gusto… mira, ¿sabes quién<br />
tiene <strong>la</strong> culpa? Diana, tu mujer... el<strong>la</strong> te chivateó. Le ofrecimos<br />
que se quedara con <strong>la</strong> casa cuando murieras y lo dijo todo. <strong>El</strong><br />
resto del C<strong>la</strong>n sabe que vine por ti, si me matas <strong>la</strong> Reg<strong>la</strong> de Ocha<br />
va a estar detrás de tu cabeza.<br />
En eso volvió el dolor y le disparé.<br />
No valía <strong>la</strong> pena contestarle.<br />
Yo todo lo que hice fue por el<strong>la</strong>. <strong>El</strong> muchacho era sobrino<br />
suyo. Quería dinero para montar una red neural y ponerse a quemar<br />
con un juego de esos de inmersión total. Diana habló algo de<br />
un premio que se daba al que ganara. <strong>El</strong> chama hizo lo único que<br />
sabía hacer, hackear. Y lo hizo con <strong>la</strong> gente equivocada. Porque es<br />
verdad que los santeros tienen mucho billete. Pero también es<br />
cierto que <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong>s cosas que poseen, o no son de ellos,<br />
o son sagradas. No debe ser fácil ganarse <strong>la</strong> vida dejando que un<br />
dios africano, residente en una red cibernética, posea tu mente<br />
para atravesar cortafuegos inteligentes.<br />
188
CIENCIA FICCIÓN<br />
<strong>El</strong> sobrino de Diana terminó robando algo que no podía vender<br />
a nadie sin que le metieran un tiro en <strong>la</strong> cabeza. Y tampoco<br />
podía conectarse y devolver<strong>la</strong>. Los Orichas no entienden de esas<br />
cosas. Te robas algo sacro y te castigan con un electroshock por<br />
el puerto de conexión en <strong>la</strong> nuca.<br />
Para cuando le pusieron precio a su cabeza estaba tan desesperado<br />
que acudió a su tía Diana. <strong>El</strong><strong>la</strong> me convenció de protegerlo<br />
pero se puso fatal y <strong>la</strong> Reg<strong>la</strong> de Ocha terminó por contratarme<br />
a mí para matarlo. Entonces le dije que se escondiera por un<br />
tiempo y me inventé lo de <strong>la</strong> ética del asesino profesional. En un<br />
final, ninguno de esos aseres ha saltado de helicópteros en medio<br />
de <strong>la</strong> ventisca o se ha tirado en rapel para atravesar paneles de<br />
vidrio y caer en una habitación llena de chechenios. Y <strong>la</strong> gente se<br />
cree que nos<strong>otros</strong>, los entrenados por los rusos tenemos normas<br />
éticas para matar. ¡Ni que fuésemos samuráis!<br />
Lo único que me faltaba para terminar el día, era ir por <strong>la</strong><br />
perra chivatona de Diana. Porque fue el<strong>la</strong> <strong>la</strong> que me metió en este<br />
problema para que venga a echarme pa<strong>la</strong>nte de esa manera. No<br />
es ético, vaya.<br />
Pero no me apuro... para el asesinato siempre hay tiempo y<br />
necesito ir cuanto antes a un dentista.<br />
No existe sentencia ni castigo en el mundo que supere a un<br />
dolor de mue<strong>la</strong>s.<br />
189
Fangio’s in<br />
memoriam big race<br />
Yoss
CIENCIA FICCIÓN<br />
For Pedro Ruslán Ruano Herrera, que me dio el “pie forzado”<br />
con <strong>la</strong>s pictures de su pre-tesis de artes plásticas.<br />
For el V<strong>la</strong>do, creator del concepto CH.<br />
For Erick Mota, por su Habana Underguater… an obvious precedent.<br />
For Mariane<strong>la</strong>, en Santa C<strong>la</strong>ra…<br />
te debía this short story, muchacha beautiful and sweet.<br />
Mi Nueva Ko<strong>la</strong><br />
My New Ko<strong>la</strong><br />
Tu Nueva Ko<strong>la</strong><br />
Your New Ko<strong>la</strong><br />
La Nueva Ko<strong>la</strong> del pueblo cubano<br />
The New Ko<strong>la</strong> of the cuban people<br />
Nuestra Nueva Ko<strong>la</strong><br />
Our New Ko<strong>la</strong><br />
Dulzura con sueños<br />
Olvida el Red Bull, el Shark, el Energy, <strong>la</strong> LS Co<strong>la</strong><br />
NU Ko<strong>la</strong><br />
Sabor inimitable<br />
Unique taste<br />
Euforizante alucinógeno no adictivo.<br />
Aprobado por <strong>la</strong> OMS y confeccionado a base de<br />
variedades endémicas de campanil<strong>la</strong> (datura sp)<br />
De venta autorizada sólo en el territorio de Cuba,<br />
191
CIENCIA FICCIÓN<br />
Estado Libre Asociado de <strong>la</strong> Unión Norteamericana.<br />
No admita sucedáneos<br />
Don’t accept surrogates<br />
The sweden Thor O<strong>la</strong>fssen, number one de <strong>la</strong> carrera, atravesó<br />
the colossal holograma publicitario bilingüe like a silver arrow<br />
y dobló around el Memorial Castro sin aminorar the speed, pero<br />
without neither derrapar por eso. Su máquina, puro state of the<br />
art, de conducción asistida por IA y tren de levitación magnética<br />
multipuntos, usó el stainless steel de <strong>la</strong>s old silhouettes del Che y<br />
Camilo en <strong>la</strong>s facades de los Ministerios de Orden Interior y<br />
Comunicaciones to obtain el apoyo extra que <strong>la</strong> salvó de salir<br />
despedida on the bend y le permitió to continue hacia <strong>El</strong> Vedado<br />
a de 420 km/h.<br />
The public howled, admirado, although <strong>la</strong> maniobra había<br />
sido so fast que very fews lograron seguir<strong>la</strong> in real time, mucho<br />
menos understand it; <strong>la</strong> mayoría only <strong>la</strong> pudo apreciar a full gracias<br />
a <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>sma megascreens insta<strong>la</strong>das por cortesía del<br />
Gobernador Ventura Aldama, que aspiraba a to be reelected the<br />
next year. Allí el giro apareció a bullet time, and even enriquecido<br />
con sofisticados exp<strong>la</strong>nation’s diagrams y shinings p<strong>la</strong>nos cenitales<br />
del circuito, taken by los diversos satélites y helip<strong>la</strong>taformas<br />
low-flying que cubrían the rally.<br />
Descontando los superfluos comentarys de los oficial’s<br />
speakers, aquello era exactamente the same que ofrecía <strong>la</strong> Wired<br />
Holovision Net, y además without the danger de convertirse en<br />
otro de los col<strong>la</strong>teral’s damages, si alguno de los bólidos se salía<br />
del circuito, como many times ocurría, pese a <strong>la</strong> absolut security<br />
que supuestamente conferían <strong>la</strong>s very tall kev<strong>la</strong>r fences, sin contar<br />
con los huge Thalos de <strong>la</strong> US Navy that were waiting vigi<strong>la</strong>nts<br />
casi en cada corner… aunque en opinión de lot of people, too<br />
armados hasta the teeth, más bien como en previsión of some<br />
terrorist action o algún ataque del even unforeseeable Abakuágang<br />
192
CIENCIA FICCIÓN<br />
que verdaderamente readys for intervenir in the eventuality of any<br />
accident.<br />
Anyway, no guts, no glory… quedarse full safe at home significaría<br />
perderse too el very atractive extra, so beyond his control<br />
para every criollo one hundred per cent, de poder fanfarronear<br />
after the facts diciendo “I was there, just s<strong>la</strong>m at the<br />
street”…<br />
After O<strong>la</strong>fssen pasó el jamaiquino nationalized norteamericano<br />
Robert Mc Pherson, en su modernísimo antigrav saucer; pese<br />
a toda <strong>la</strong> potencia de cálculo de su IA, the most advanced de todas<br />
<strong>la</strong>s p<strong>la</strong>taformas auxiliares informáticas in competition, él sí<br />
braked ligera y prudentemente for not taking the risk de que <strong>la</strong><br />
fuerza centrífuga del closed giro lo hiciera take off del suelo<br />
making him lost el control del vehículo discoidal.<br />
This dirty cowardice le ganó un chorus de abucheos de los<br />
merciless espectadores, most of them renuentes a que en the next<br />
elections <strong>la</strong> is<strong>la</strong> becoming finaly another state del poderoso vecino<br />
del norte y como tal all but anxious de que el representante norteamericano<br />
will gain the victory…<br />
—Tanta prudencia costed to Mc Pherson dos décimas de<br />
segundo. O<strong>la</strong>fssen continued increasing su ventaja y ya began to<br />
definirse como winner indiscutido —comentó cínicamente <strong>la</strong> voz<br />
del Apóstol en el auricu<strong>la</strong>r de Buka, en fluido spanglish cubano—.<br />
It’s not so bad, we can resist que gane el sueco asshole…<br />
actually, we can survive almost everybody mientras no sea ese<br />
nigger son of a bitch disfrazado de yanqui el que se lleve este año<br />
the Golden Bowl. And you, baby, como Dios u Olofi no intervengan<br />
personaly para tirarte un cabo, only can win the Lead’s<br />
Turtle.<br />
—Al carajo <strong>la</strong> jicotea… Shut up you and your big mouth,<br />
fucking toad, y ayúdame tú, so plomo… if you can —gruñó <strong>la</strong><br />
muchacha a través de su tight protector bucal de biogel of sugar<br />
193
CIENCIA FICCIÓN<br />
cane. The stress sweat apelmazaba su lightly golden hair, resbalándole<br />
luego for the cheeks: her helmet era so primitive que ni<br />
siquiera estaba climatizado—. Bloody hell, Apóstol, no seas aura,<br />
at least voy en third p<strong>la</strong>ce… ¿a que you never believe que lo hiciera<br />
so really good? And so far falta el Vedado, the water way del<br />
Malecón y sus muelles, y sobre todo The Maze de CH… ahí no<br />
one de esos strangers sanacos podrá moverse like me, que was<br />
grown in the neighborhood.<br />
Between <strong>la</strong> Facultad de Estomatología y <strong>la</strong> de Artes y Letras,<br />
Buka y su Montuno passed trough otro titánico advertisement,<br />
aunque este written only en el más ortodoxo castel<strong>la</strong>no:<br />
¿Ansioso por dejar el país a toda costa?<br />
¿Ni <strong>la</strong> Unión Europea ni Panasia le otorgan visa por ser<br />
<strong>la</strong>tino?<br />
¿Tan desesperado está que ha considerado incluso <strong>la</strong> emigración<br />
ilegal?<br />
Piénselo mejor. No ponga su vida en manos de los coyotes o<br />
balseros.<br />
En GENRAST tenemos <strong>la</strong> solución que tanto ha buscado.<br />
Según <strong>la</strong> recién aprobada Ley Mundial de <strong>la</strong> Memoria<br />
Genética, todo el que sea capaz de probar que posee antepasados<br />
europeos o asiáticos hasta en <strong>la</strong> quinta generación tiene derecho<br />
a solicitar <strong>la</strong> correspondiente nacionalidad.<br />
Cuba es un país de inmigrantes… y sólo un tercio llegaron de<br />
África. Nos<strong>otros</strong> rastrearemos su ADN para encontrar a sus tatatatarabuelos<br />
del Primer Mundo.<br />
Si funcionó para argentinos y chilenos, convirtiendo a dos<br />
prósperos países en eriales vacíos ¿por qué va a fal<strong>la</strong>r con usted?<br />
—¿Do you remember que existe algo l<strong>la</strong>m’do GPS? —acotó<br />
pesimista el Apóstol—. Y all esos dickheads lo tienen, I’m sure.<br />
Irás tercera, ricura, but your concrete probabilities de ganar <strong>la</strong><br />
Copa Fangio, my sttuborn and idealista darling, siguen siendo<br />
194
CIENCIA FICCIÓN<br />
apenas <strong>la</strong>s de a bloody snowball in the hell o un merengue en <strong>la</strong><br />
puerta de un colegio. Pero, be careful now: the next giro will be<br />
the good one, el de <strong>la</strong> verdad.<br />
Buka didn’t say anything, because her own máquina ya estaba<br />
turning around the big needle del Brothers Castro Memorial:<br />
trescientos metros de altura de puro diamante polimerizado challenging<br />
the sky with its blinder shine.<br />
Nothing de levitación magnética ni antigrav: su sloppy’s<br />
Montuno, a modern miracle del brico<strong>la</strong>je en vehículos de superficie,<br />
constructed with used parts de many differents autos, desde<br />
los old american c<strong>la</strong>ssics Pontiacs, Oldsmobiles y De Sotos hasta<br />
<strong>la</strong>s chinese’s modern shits Kia y Yutong, sin olvidarse de los wonderful<br />
russians Lada, Moskvich y Niva, tenía como tren de rodamiento<br />
a prediluvian sistema de colchón de aire, y era propulsado<br />
for the same powerfulls turbinas que lo mantenían soared a pocos<br />
centímetros over the road, para poder contar además with a little<br />
help from his friend el efecto suelo.<br />
Sad but truly, the top del artefacto eran los 400 km/h… y eso<br />
only con viento a favor. Not either podía mantener aquel<strong>la</strong> velocidad<br />
for more of veinte segundos, o corría el riesgo de literally<br />
desarmarse in a miriad of pieces.<br />
Con only 23 years, Buka, auténtica reve<strong>la</strong>tion pilot de <strong>la</strong> carrera<br />
convocada por el Gobernador Ventura Aldama in homage al<br />
centenario de <strong>la</strong> revolutionary abduction de Juan Manuel Fangio<br />
en el 1958, había crecido en the most marginal towns de La<br />
Habana: CH… aunque she was born in Santa C<strong>la</strong>ra City.<br />
Fuese como fuese, like any habanero will say: “<strong>la</strong> jevita tenía<br />
more tricks escondidos in her sleeve que un wizard en <strong>la</strong>s de su<br />
frac”.<br />
And, <strong>la</strong>st but not least, el Apóstol también <strong>la</strong> estaba supporting<br />
con los suyos.<br />
At the beginning del giro was precisely el Apóstol quien asu-<br />
195
CIENCIA FICCIÓN<br />
mió parcialmente the control del Montuno y lo hizo take out los<br />
turbof<strong>la</strong>ps de side frenado. Understanding the purpose de su<br />
misterioso partner, Buka <strong>la</strong>unched un arpón con stinky head que<br />
se adhirió at the diamond of the obelisc, dándole al bólido el<br />
punto de sujeción that she need… con lo que el whipping effect<br />
resultante, plus the force of Coriolis generada por <strong>la</strong>s little aletas,<br />
y aunque casi llevándo<strong>la</strong> al brain’s b<strong>la</strong>ckout por puro overdrive<br />
de aceleración, <strong>la</strong> hicieron to gain tres segundos enteros.<br />
<strong>El</strong> público shout like a p<strong>la</strong>toon of mad’s monkeys, animando<br />
a <strong>la</strong> única competidora del local team, aunque los locutores, tan<br />
bootlickers del gobierno yanqui as usual, comentaron que aquello<br />
shall be forbidded, porque había sido una falta de respeto a un<br />
Monumento Nacional and suggested even que Yorkana Mariane<strong>la</strong><br />
Del Valle (a. k. a. Buka, y sugirieron poisonous que el alias provenía<br />
de su secret past de street bitch, por su supossed unimitable<br />
habilidad para los blowjobs) must be disqualified por el ultraje,<br />
además de legalmente acusada por faltar al fair p<strong>la</strong>y.<br />
—Esto no va a ser easy. Corremos versus dos rivales and an<br />
army of traitors. No sé si vale <strong>la</strong> pena seguir helping you. Ni why<br />
te empeñas —siguió en su tónica psico-down el Apóstol—. Even<br />
ganes, que no ganarás, they will find a way de quitarte the award.<br />
Not even crazy van a dejar que a poor young cuban girl se lleve<br />
ese trofeo. Y aunque te lo den, I’m afraid that this jodida is<strong>la</strong>nd<br />
will continue being un feudo yanqui… es like with Puerto Rico<br />
hace décadas: todos los boricuas love a lot feeling big patriots<br />
saying shits de los americanos, pero very happy que estaban también<br />
de have the hated passport of the Empire. Y ya sabes: Cuba<br />
y Puerto Rico son de un pájaro <strong>la</strong>s dos a<strong>la</strong>s…<br />
—Y, Apóstol, si no te cal<strong>la</strong>s, lo haré yo con una pa<strong>la</strong> —menaced<br />
Buka a <strong>la</strong> voz, parafraseando <strong>la</strong> célebre cuarteta, mientras su<br />
Montuno traqueteaba like a thunderbird al atravesar el sello<br />
magnético de presión to enter al hightown de <strong>El</strong> Vedado, comple-<br />
196
CIENCIA FICCIÓN<br />
tamente cubierto por una dome climatizada e infrared and UV<br />
rays proof, copia exacta de <strong>la</strong>s old archologys de Houston y<br />
Miami.<br />
<strong>El</strong> Apóstol, seudónimo evidently chosen en honor al apodo<br />
que many years ago (before toda religiosidad se volviera a bit<br />
suspicious) tuvo el today almost forgeted héroe nacional of the<br />
is<strong>la</strong>nd, era the best known voice de <strong>la</strong> resistencia antiyanqui cubana.<br />
His truly identity era un misterio; sus patrióticos artículos y<br />
arengas denouncing the strong anexionismo que amenazaba with<br />
transforming ese mismo año the biggest de <strong>la</strong>s Antil<strong>la</strong>s en el estado<br />
cincuenta y dos de <strong>la</strong> Unión, broadcasted by varios servidores<br />
y proxys ilegales, was turned him en el subversivo most wanted<br />
por el FBI y <strong>la</strong> entreguista Policía Nacional… pero even now en<br />
vano.<br />
A real informatical genious, el Apóstol no sólo has deceived<br />
todas <strong>la</strong>s persecutions; también había conseguido to make contact<br />
con el primitivo sistema de guía cibernética del Montuno de<br />
Buka… y aunque at the start desde La Cabaña Fortress <strong>la</strong> corredora<br />
había intentado don’t hear su char<strong>la</strong>, lo cierto es que very<br />
soon había comenzado a to thank los consejos of the enigmatical<br />
activista… and, specially, el poder contar con un interlocutor que<br />
helped her a re<strong>la</strong>jarse del tremendo driving stress.<br />
A sun beam aparentemente random incidió entonces over her<br />
pupils, deslumbrándo<strong>la</strong>…<br />
HACHÍS DE MI DOLOR<br />
HASCHISCH OF MY PAIN<br />
Marihuana martiana<br />
Martian marihuana<br />
Las mejores cepas transgénicas<br />
The best transgenics cepas<br />
95% del peso seco en TetraHidroCannabinol.<br />
95% of dry weight in TetraHidroCannabinol.<br />
197
CIENCIA FICCIÓN<br />
Fugas garantizadas.<br />
Garanted fuges.<br />
Material imprescindible para resistir <strong>la</strong> realidad cotidiana.<br />
Indispensable material to resist the day-by-day reality<br />
Deje que sus problemas se hagan humo…<br />
Let your troubles smoke…<br />
Suavemente…<br />
Easily…<br />
Any otro driver habría frenado… pero, with suicidal selfconfidence,<br />
Buka simplemente close her eyes y condujo con los<br />
párpados apretados for more than doscientos metros, hasta que<br />
has surpassed el alcance efectivo del publicity beam.<br />
—Great, kamikaze… be careful in the future con esos anunciantes<br />
ilegales… pero <strong>la</strong> blinded conduction que acabas de hacer<br />
es even more dangerous. Estamos jugándonos<strong>la</strong> al canelo, mamita,<br />
be careful. Ojalá we can abduct a O<strong>la</strong>fssen o a McPherson,<br />
como hicieron los del M-26-7 en el 58 con Fangio —se permitió<br />
soñar el Apóstol, while circu<strong>la</strong>ban a 350 km/h por el tramo recto<br />
de 23, <strong>la</strong> main artery de <strong>El</strong> Vedado, ahora con sus anchas pedestrian<br />
sidewalks ais<strong>la</strong>das con tights hidraulics mattress para proteger<br />
the invaluables buildings circundantes de any accident—. Por<br />
mi madre que eso sí que would make a huge international<br />
salpa’fuera.<br />
—Ni así. We will be accused de terroristas… y en un par de<br />
meses they will present una súper holoserie showing the facts<br />
desde el punto de vista que más les conviniera: el del US State<br />
Department —sobbed Buka, aprovechando for drink un par de<br />
tragos de aguazúcar, para reponer energías; all the others competidores<br />
recibían directamente in his veins un suero de dextrosa…<br />
pero el<strong>la</strong> era cubana, ninguna corporación was sponsoringed her,<br />
y sólo por suscripción popu<strong>la</strong>r (promoted, entre <strong>otros</strong>, por el<br />
Apóstol, she supposed) había logrado cubrir ¡y bien apretada-<br />
198
CIENCIA FICCIÓN<br />
mente! <strong>la</strong> prohibitiva race’s inscription fee.<br />
—Cosa beatiful ¿perhaps tú viste “Operación Fangio” the<br />
movie que dirigió Alex Lecchi sobre los sucesos que inspired this<br />
award? —se interesó suddenly el Apóstol.<br />
—I have no time para ver esas holoshits de los brasileños y los<br />
yumas que twisted our history —se excusó Buka, que además de<br />
callgirl, antes de dedicarse a correr vehículos for money había<br />
también sido address distributor de holoseries ilegalmente descargadas…<br />
y never and ever abrió siquiera uno de los envoltorios<br />
that daily carried.<br />
Ya salían de 23 and heading towards CH por el Malecón.<br />
There el colchón de aire del Montuno resultó an unexpected (para<br />
los <strong>otros</strong> corredores) advantage: saliéndose out of the highway<br />
con un very dared acelerón, Buka pasó limpiamente over the wall<br />
del Malecón y aún en el aire shooted un par de oil charged rockets<br />
(price: un ojo de <strong>la</strong> cara every one, in the Army’s excedent b<strong>la</strong>ck<br />
market del barrio del Canal) que al instante convirtieron the<br />
waves under en un quietísimo mirror. Y desp<strong>la</strong>zándose entonces<br />
like a dolphin, casi sin alzar espuma, logró así to reduce en <strong>otros</strong><br />
tres segundos the disavantage con el sueco y el jamaiquino-norteamericano,<br />
crawling like a water snake por <strong>la</strong> intrincada maraña<br />
de los floating docks de GENRAST and the others corporations.<br />
In the holovisión, los comentaristas, more indignateds than<br />
before, si eso fuese posible, prácticamente pedían the head de <strong>la</strong><br />
bad tricky woman, ¡y además, una damned separatista! que<br />
without any experience en this c<strong>la</strong>ss of rallys solo podía estar<br />
teniendo an unbelieved good luck. Obedientes parrots, denostaron<br />
de this ungrateful cabrones independentistas, remembering<br />
que los Thalos de <strong>la</strong> US Navy habían sido the only force capaz de<br />
devolver the order at the country, en el 2028, after the hideous<br />
doce años de street’s riots, ¡casi una civil war! que sucedieron al<br />
199
CIENCIA FICCIÓN<br />
definitive fall del dying régimen comunista. ¿Acaso the assholes<br />
cubans wants que the chaos will to return? ¿Or don’t realized de<br />
que if esa Buka win, con todas sus ilegales acciones, the cause de<br />
aquellos terroristas se vería terrificly and very dangerously estimu<strong>la</strong>ted?<br />
¿Que until today el pueblo of the is<strong>la</strong>nd ni soñar con<br />
being ready para <strong>la</strong> selfgobernation? ¿And que únicamente the<br />
Washington’s administration aglutinator power mantenía the<br />
country far away de un tremendísimo bloodbath y en general, el<br />
despelote vigueta?<br />
—Very good… ya I was asked why coño do you have esos dos<br />
coheticos —aprobó <strong>la</strong>ughing el Apóstol, while continuaban surfing<br />
over the oiled water paralelos a <strong>la</strong> Avenida del Puerto, para<br />
to bend alzando a lot of foam frente al Castillo de <strong>la</strong> Fuerza y<br />
enfi<strong>la</strong>r to the ground para <strong>la</strong> etapa final de <strong>la</strong> Big Race: CH.<br />
—Oh, yeah… no te ocultaré que such film “Operación<br />
Fangio” was una reverenda bullshit, aunque no brasileña ni americana;<br />
coproducción cubanoargentina —continuó con his sudden<br />
obsession el Apóstol. —<strong>El</strong> argumento…<br />
EH, MUJER…<br />
No mires a los <strong>la</strong>dos.<br />
Sí, es contigo. A ti misma te hab<strong>la</strong>mos.<br />
¿Has sido esterilizada por el Programa de Prevención<br />
Pob<strong>la</strong>cional Obligatoria por no alcanzar <strong>la</strong> tasa mínima de<br />
ingreso anual?<br />
Lástima…. porque <strong>la</strong> operación es tan irreversible como necesaria<br />
para evitar <strong>la</strong> explosión demográfica.<br />
Todos lo sabemos.<br />
Pero eso no nos sirve de consuelo.<br />
Ni a nos<strong>otros</strong>, ni mucho menos a ti.<br />
La pregunta fundamental es:…<br />
¿TE SIENTES SOLA?<br />
¿Te parecen demasiado caros los perros, gatos y <strong>otros</strong> animales<br />
200
CIENCIA FICCIÓN<br />
de compañía resistentes a <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>gas transgénicas y de pedigree<br />
homologado?<br />
¿Piensas que tu vida sin un hijo carece de TODO SENTIDO?<br />
Nos<strong>otros</strong> también…<br />
Por eso mismo TE OFRECEMOS UNA OPCIÓN.<br />
A ti… y A ELLOS.<br />
A esos hijos que nadie quiso.<br />
A los nunca nacidos.<br />
A quienes fueron rechazados por sus propias madres.<br />
Tú puedes darles un lugar en el mundo.<br />
Simplemente…<br />
¡Compra un PELUSO tm!<br />
Completamente legales… y seguros.<br />
Desarrol<strong>la</strong>dos con tecnología bioinformática de última generación<br />
a partir de los fetos abortados en <strong>la</strong>s clínicas de Regu<strong>la</strong>ción<br />
Demográfica, nuestros bioandroides infantiles tienen todas <strong>la</strong>s<br />
ventajas de un auténtico niño… pero ¡lo mejor! ninguno de sus<br />
defectos.<br />
PELUSOS tm<br />
<strong>El</strong> remedio definitivo contra <strong>la</strong> soledad y el aburrimiento.<br />
Eidéticamente condicionados para no evacuar sus desechos<br />
corporales fuera de lugar ni de hora. Para no ingerir sustancias<br />
peligrosas. Para no llorar nunca más de dos minutos seguidos.<br />
Para no decir ma<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras ni hacer travesuras… salvo aquel<strong>la</strong>s<br />
que usted previamente elija y pueda soportar. Para ser inimitablemente<br />
cariñosos, obedientes, inteligentes…. BUENOS HIJOS.<br />
Y, LO MÁS IMPORTANTE:<br />
¡Para serlo PARA SIEMPRE!<br />
Para NO CRECER JAMÁS.<br />
Usted puede solicitar un PELUSO tm de <strong>la</strong> edad y el tamaño<br />
corporal que usted desee (sin límites*), con <strong>la</strong> seguridad de que<br />
permanecerá así…<br />
201
CIENCIA FICCIÓN<br />
¡ETERNAMENTE!<br />
Pruebe un PELUSO tm<br />
Y verá cuán rápidamente olvida el significado de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra<br />
“soledad”<br />
*En teoría; como es lógico, los precios se incrementan de<br />
modo exponencial al aumentar <strong>la</strong> edad de <strong>la</strong> unidad encargada,<br />
por encarecimiento del proceso de preparación. Un PELUSO tm<br />
de 12 años vale un millón de dó<strong>la</strong>res. Uno de 15, once millones.<br />
<strong>El</strong> costo de unidades con edades superiores a los 15 años se calcu<strong>la</strong><br />
en billones… aunque jamás se ha manufacturado ninguna.<br />
—Fucking Pelusos. Ese TM no es de Trade Mark, sino de<br />
Tremenda Mierda —grunted Buka, when <strong>la</strong> emisión direccional<br />
selectiva, activada automáticamente en español al read en su identity<br />
chip su condición de hispanic no kids woman, terminó de to<br />
excite su lóbulo auditivo. —Ojalá one of these days los crazy dogs<br />
del Abakuágang asaltaran the factory y se los llevaran even the<br />
<strong>la</strong>st, aunque luego los convirtieran en Mascualos… ¿What was<br />
you saying, papito?<br />
—Don’t say you tanta mierda, mi niña. Ya too mucho mess<br />
hay con un puñado de esos spawns sueltos por CH, imagínate tú<br />
with thousands and thousands…<br />
—Who knows, maybe acaba de sinked todo esto pa’l carajo<br />
—whispered <strong>la</strong> muchacha; lo más hard to hold del Apóstol era his<br />
allknowing and ever didactic attitude, como si el muy cabrón was<br />
the owner de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve de los thunders.<br />
Volviendo to the streets con otro jump, tomó el túnel under <strong>la</strong><br />
P<strong>la</strong>za de Armas y enfiló por Bishop Street, ahora ya menos de un<br />
segundo after McPherson.<br />
<strong>El</strong> Apóstol return to speak of “Operación Fangio”: —It´s not<br />
a holo, sino a 2D film, del 99, con Darío Grandinetti y Laura<br />
Ramos… and maybe you remember she de before <strong>la</strong> silicona, se<br />
hiciera <strong>la</strong> transexual and leaped to the gay hard porno. Pero a él<br />
202
CIENCIA FICCIÓN<br />
sure not… too old for you. Te preguntaba cause perhaps ese evil<br />
one del Gobernador o the think tank de sus canchanchanes que<br />
tuvieron the very brilliant idea de celebrar this year el centenario<br />
de su secuestro y <strong>la</strong>s tres décadas of american militar ocupation sí<br />
vieron <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong>, and if you too… ¡CUIDADO!<br />
Sólo the warning del Apóstol y sus very quickly reflejos permitieron<br />
a the young piloto cubana no chocar with the debris del<br />
deslizador magnético del poor O<strong>la</strong>fssen, que una fracción de<br />
segundo before había saltado en pieces, envuelto in fire, por the<br />
mortal impact de un homemade misil tipo “Destimba<strong>la</strong>dor”.<br />
—Speaking about el Rey de Roma…—say el Apóstol.<br />
—… and appear sus nalgonas ¡Coño, los Mascualos…! —was<br />
comp<strong>la</strong>ined a su vez Buka, when decenas of greats siluetas humanoides,<br />
the doomsday weapon de <strong>la</strong>s pandil<strong>la</strong>s criminales de CH,<br />
began to emerge de <strong>la</strong>s alcantaril<strong>la</strong>s y desvanes and hanging down<br />
desde los restaurados buildings del Casco Histórico, making fire<br />
with all sus potentes and improvised armas contra los helicoaviones<br />
de <strong>la</strong> US Navy que ya estaban coming.<br />
If three decades ago los marines norteamericanos had pacified<br />
Cuba con sus Thalos (así bautizados in homage al mítico bronze<br />
giant construido por Dédalo for making the coastguard en <strong>la</strong><br />
Creta del Rey Minos) grandes exoesqueletos armados o combat<br />
mobile-suits, que por its movility and fire power eran prácticamente<br />
one man armies, los sparkly delincuentes cubanos del<br />
Abakuágang have learned very soon cómo make front a tales<br />
titanes metálicos tripu<strong>la</strong>ted by special force’s soldiers: <strong>la</strong> casi<br />
inmediata answer criol<strong>la</strong> fueron los Mascualos.<br />
So named tanto porque su mutated skin poseía a harsh quality<br />
muy semejante a <strong>la</strong> de ciertos sharks como por a very simple<br />
word’s game (Tales y Más-cuáles) los Mascualos were not simples<br />
trajes robóticos, sino real living ciborgs, basados in the same<br />
technology de los PELUSOS tm : seres humanoides breeded-cons-<br />
203
CIENCIA FICCIÓN<br />
tructed a base de fetuses ilegaly stolen off the abortive clinics y<br />
arrojados en cubas con beastly dosis of Growing Hormones para<br />
guarantee un desarrollo aceleradísimo, meanwhile los neurocirujanos-armeros<br />
del Abakuágang les injertaban cuánto artefacto de<br />
destrucción they had conceive and ensemble.<br />
De ese modo, in only a few months (contra el mínimo de dos<br />
años that was need to train un buen piloto de Thalos) salía del<br />
growing tank un titán: seis o siete metros de tall, giant muscles y<br />
pertrechados until the teeth con láser b<strong>la</strong>sters, heavy calibre<br />
machine guns y afustes múltiples de misiles… but with the mental<br />
age de un baby recién nacido, al que sus “padres-patronos” de <strong>la</strong><br />
mafia afrocubana trained like a puppy, hasta que they learned<br />
how to destroy manzanas enteras con el entusiasmo free of all<br />
remorse que sólo un niño pondría in his children’s games…<br />
Very few pilots de Thalos eran rivales para un Mascualo, one<br />
to one… aunque <strong>la</strong> capacidad de strategic coordination entre<br />
varias unidades that defined a los ciborg-suits del US Marine<br />
Corp les daba <strong>la</strong> ventaja when the number of contenders implicados<br />
en <strong>la</strong> refriega increased.<br />
Periodically <strong>la</strong> Policía Nacional and the yankee’s ocupation<br />
troops hacían auténticas batidas por the most dangerous towns of<br />
the city, tratando de seek and destroy los tanques donde were<br />
growed los bizarros monsters, único armamento made in Cuba<br />
del que los ocupantes were really afraid.<br />
But so many money have <strong>la</strong> mafia local del juego, <strong>la</strong> droga y<br />
<strong>la</strong> prostitución, and so extended eran el re<strong>la</strong>jo y <strong>la</strong> corrupción<br />
even in the lines of national order forces, que only rara vez capturaban<br />
anyone… the same cuban cops eran los primeros en to<br />
notify a los delincuentes, para que they can change the ubication<br />
de sus “stunts factories”<br />
The proof de aquel<strong>la</strong> complicity acababa de sentir<strong>la</strong> in his own<br />
flesh and blood el casi ganador del rally… Buka se alegró when<br />
204
CIENCIA FICCIÓN<br />
she realized que the viking había at least logrado escapar alive; his<br />
vehicle have cabina eyectable, que ahora hanging in the sky bajo<br />
the orange flower de su parachute, ba<strong>la</strong>nceándose over the roofs<br />
de Obispo and with the dome del Capitolio Nacional behind.<br />
Por lo visto, like usually after <strong>la</strong>rgas deliberaciones, the mobster’s<br />
c<strong>la</strong>ns del Abakuágang have decided too que preferían que<br />
the is<strong>la</strong>nd continous being ¡at least parcialmente! autónoma…<br />
and that was his way de transmitir the message al cabrón de<br />
Ventura Aldama and his masters, <strong>la</strong>s autoridades de ocupación.<br />
This time, excepcionally, y actuando coordinadamente, como<br />
exotics híbridos de mastodonte y acorazado, <strong>la</strong> escuadra de<br />
Mascualos del Abakuágang maintained the control de Obispo<br />
durante casi un minuto entero. Los Thalos del US Marine Corps<br />
temían aventurarse en el Casco Histórico, pues <strong>la</strong> profusión de<br />
recovecos and alleys en <strong>la</strong>s que might be hidden infantes with<br />
heavy wapons convertía al <strong>la</strong>beríntico town en una auténtica and<br />
huge trap para sus ciborgs. En cuanto a los helicoaviones de <strong>la</strong><br />
Navy, uncapable of flyed low except en <strong>la</strong>s raras p<strong>la</strong>zas, tampoco<br />
tenían gran tactic efectivity,<br />
But the almost miraculous alliance entre los Mascualos terminó<br />
very soon; niños al fin, even gigantescos, los ciborgs began to<br />
shoot unos a <strong>otros</strong>, like in a deadly game… Y en menos of thirty<br />
segundos, fighting all against all y contra <strong>la</strong>s fuerzas de ocupación<br />
yankees, balcanizaron the battle and finished alejándose de<br />
Obispo.<br />
McPherson, becoming sorpresivamente leader, había vaci<strong>la</strong>do,<br />
meanwhile su GPS contactaba con los satélites looking for an<br />
alternative path sin riesgo… di<strong>la</strong>ción de <strong>la</strong> que Buka made a good<br />
use, enfi<strong>la</strong>ndo for the O’Reilly street, prácticamente to reach al<br />
jamaiquino-norteamericano.<br />
Cierto que fue a really big risk el que corrió, pasando among<br />
at least cinco colossals Mascualos enzarzados en his defy contra<br />
205
CIENCIA FICCIÓN<br />
los helicoaviones de <strong>la</strong> Navy… pero, siguiendo the wise advice del<br />
Apóstol, desplegó el asta telescópica con the huge cuban f<strong>la</strong>g que<br />
había preparado para lucir<strong>la</strong> if she would win the race.<br />
This subterfuge no sólo le permitió to pass through the battle<br />
field con el pellejo sano, sino que even deserve her algunas popu<strong>la</strong>cheras<br />
words de aliento, proferidas por los ciborg con sus paradoxically<br />
childlikes voces de bajo:<br />
—¡Buka, the number one de to’a CH!<br />
—¡Viva Cuba Free, fucking shit!<br />
—¡Baby, that’s the way: a pulmón y cojones!<br />
—¡We are the champions, cosa rica!<br />
—¡Hazlos to bite the dust, que nos<strong>otros</strong> les arrancamos the<br />
fangs!<br />
De modo que, when they return to Prado a <strong>la</strong> altura del<br />
Parque Central, para <strong>la</strong> recta final until the very closed Parque de<br />
<strong>la</strong> Fraternidad, <strong>la</strong> cubana y el americano iban almost head to<br />
head.<br />
But even en aquel<strong>la</strong> short distance tenía que imponerse the<br />
technical superiority del vehículo antigrav de McPherson, que<br />
litte by little, step by step fue dejando atrás al Montuno de<br />
Buka…<br />
…hasta que, gushing del Capitolio like ants of the heart de su<br />
hormiguero, con deafening noise, una extraña tide de singu<strong>la</strong>res<br />
artiluges les cortó el paso.<br />
Both vehículos were forced to stop para evitar a deadly c<strong>la</strong>sh.<br />
—¡Apóstol, puñetero asshole! ¿What the hell es esta mierda?<br />
—no pudo contener her indignation Buka…but when she doesn’t<br />
receive any answer, no le quedó más que detal<strong>la</strong>r alucinada the<br />
strange invasion:<br />
Its looked like ¡viejísimos Fórmu<strong>la</strong> 1 racing vehicles! Todos<br />
idénticos: four wide wheels de radios entrejidos like webspiders,<br />
fijadas in two axis a los <strong>la</strong>dos of a red aerodinamic fuse<strong>la</strong>ge y con<br />
206
CIENCIA FICCIÓN<br />
the big número 2 in white en los <strong>la</strong>terales and before del compartimiento<br />
para el piloto, more closed to the end of the car’s body<br />
que del morro de <strong>la</strong> máquina. And there, tras el breve muñón of<br />
a windshield que dejaba entrever <strong>la</strong> parte superior of a circu<strong>la</strong>r<br />
steering wheel! se alzaba the head of a man, al que the leather<br />
helmet y the g<strong>la</strong>sses de aviador le otorgaban una expresión at the<br />
same time very concentrada and curiously anónima.<br />
Las decenas de antediluvianos racer’s cars, atronando and<br />
fullfilling with smoke the street con its internal combustion<br />
motors, iban de un <strong>la</strong>do para otro, ever out of c<strong>la</strong>shed… y Buka<br />
tardó unos segundos in realize que tal mi<strong>la</strong>gro se debía a que its<br />
passed one thru the others.<br />
Eran hologramas.<br />
She tried entonces de reanudar <strong>la</strong> marcha, but couldn’t; all the<br />
systems de su Montuno were completely dead. Buka raise her<br />
eyes… y se dió cuenta de que in spite of el evidente mess caused<br />
by the apparition of los hologramas, ningún helicoavión o Thalos<br />
yanqui has appeared yet.<br />
She could neither hear any word del Apóstol; por lo visto the<br />
radio estaba so dead como all the others systems.<br />
¿Maybe una especie de electromagnetic pulse continuo?<br />
Thats seems, coño.<br />
¿And now qué carajo she can do?<br />
Desperate al tener the goal so closed but no poder reach there,<br />
Buka opened <strong>la</strong> escotil<strong>la</strong> and with an agile jump se subió over <strong>la</strong><br />
cabina de su Montuno for to see más cómodamente <strong>la</strong> escena:<br />
behind her, when los demás competidores were approachinged,<br />
all of thems caían over the strange field que inutilizaba todos sus<br />
sistemas electrónicos and were inmobilized, one after other.<br />
Entonces, a group of white figures apareció and came running.<br />
Buka se tensó, afraid of the attack de algún c<strong>la</strong>n Abakuágang…<br />
if these mads pretendían even scratching su Montuno, they will<br />
207
CIENCIA FICCIÓN<br />
discover lo que valía una buena english wrench.<br />
But the strange men, aunque rodearon su vehículo, didn’t<br />
seem really interested in inflict her any damage. La muchacha,<br />
con the heavy herramienta en <strong>la</strong> mano, over the roof del bólido a<br />
colchón de aire, los miraba, very intrigued: just like before los<br />
hologramas, these are all very simi<strong>la</strong>rs: muy altos, almost eight<br />
feet, dressed in white, with faces, hands and hairs whites too… se<br />
dirían mimos, si no fuera porque all their surfaces have a strange<br />
cualidad casi estatuaria, maybe like marble.<br />
¿Androides? But además, their faces, con <strong>la</strong> alta, very wide<br />
forehead, sus ojos sad and bright, el pob<strong>la</strong>do mustache and the<br />
little “mosca” under the lip… le resultaba very familiar.<br />
Really conocidísima, qué coño.<br />
—Yo quiero que <strong>la</strong> ley primera de nuestra república sea el<br />
respeto a <strong>la</strong> dignidad plena del hombre —said entonces one de los<br />
“estatuos” y Buka smiled al reconocer the Apóstol’s voice… and<br />
even a <strong>la</strong> figura that he’d chosen para sus robots contro<strong>la</strong>dos a<br />
distancia:<br />
Of course… el Apóstol.<br />
The hero cuyo apodo he adopted… if le resultaba so familiar<br />
was because for many years his face appeared en tantos bills and<br />
coins de <strong>la</strong> is<strong>la</strong>, until the credit chip y el dinero electrónico finished<br />
them.<br />
—Con todos y para el bien de todos —agregó other of the<br />
Apóstoles, y como si aquel<strong>la</strong> sentence fuera an agreed signal,<br />
todos puts their hands bajo el chasis del Montuno, and in a sincronized<br />
effort que hizo chirriar even his potents mechanics muscles,<br />
lo arised con su piloto encima and began to walk to el<br />
Parque de <strong>la</strong> Fraternidad.<br />
Shyly, dos o tres at the beginning, luego tens, hundreds, any<br />
time con más confianza, los espectadores jumped the barrier and<br />
joined the group que avanzaba slowly. Many of them borrowed<br />
208
CIENCIA FICCIÓN<br />
their shoulders to help a los Apóstoles, y entre acc<strong>la</strong>ims and<br />
app<strong>la</strong>uses, <strong>la</strong> velocidad de su avance very soon became faster than<br />
before.<br />
And más y more cada second.<br />
—Cabroncito, son of a bitch… qué cal<strong>la</strong>dito te lo tenías… and<br />
so well p<strong>la</strong>ned; ¡el perfecto antisecuestro! —was saying Buka,<br />
fascinada, almost shouting para que los “estatuos” pudieran oír<strong>la</strong><br />
over the crowd noise—. En vez de disappear only one driver,<br />
pones en circu<strong>la</strong>ción decenas de hologramas of one that doesn’t<br />
exist…<br />
—Exactamente one hundred of them —dijo uno de los<br />
Apóstoles, sin que su voz sintética betrayed the effort que estaban<br />
haciendo he and his equals—. One for any year transcurrido after<br />
the abduction de Juan Manuel Fangio en el Gran Premio de<br />
Automovilismo de Cuba, el 24 de febrero de 1958.<br />
—Juan Manuel Fangio, born in 1911 —recited otro de los<br />
Apóstoles—. World absolute champion de Fórmu<strong>la</strong> 1 en 1951,<br />
1954, 55, 56 y 57. Died in 1995, hoy ha conducido his old Ferrari<br />
con el número 2 one more time… and forever.<br />
—Oye, men —asked Buka, curiosa—. Hay algo que I need to<br />
know, asere. ¿How the hell logras que estos androides sigan funcionando?<br />
If just now hay un pulso electromagnético active in<br />
this zone ¿or no?<br />
—No afecta a lo que no es mecánico —answered other de los<br />
Apóstoles. Era como si they were able to speak so<strong>la</strong>mente una<br />
vez… and never more—. And we no somos androides.<br />
—<strong>El</strong> Apóstol verdadero es una IA —revealed almost in a whisper<br />
otro—. De los olds russian controls systems para ICBM. Se<br />
les quedó aquí, and one day became autoconsciente… bueno, no<br />
fue así de easy, pero esa is a really long history y no tenemos<br />
much time. Nos fabricó specially for the ocassion en un growing<br />
tank que le prestaron los del Abakuágang… we are just clones<br />
209
CIENCIA FICCIÓN<br />
modificados. Not only Mascualos can be prepared en esas cubas.<br />
Just Cubas, mira tú… very patriotic ¿no crees?<br />
—And before you put the question, <strong>la</strong> textura marmórea es in<br />
homage al modelo: the original statue que por más de un siglo<br />
estuvo very close from here, en el Parque Central.<br />
—And we too have a little question for you, muchachona —<br />
añadió otro más—. Buka, this alias tuyo ¿why es? ¿The history de<br />
tu pasado de puta callejera… is true?<br />
—Bloody hell, pensé que era obvio —shrugged her shoulders<br />
<strong>la</strong> muchacha, touching full of proud the cuban f<strong>la</strong>g pintada con<br />
aerógrafo over the chest de su negro mono policarbonado de<br />
piloto—. Buka… Kuba. Very patriotic too ¿no?<br />
In this moment <strong>la</strong> proa del Montuno reach the finish line, y<br />
los apóstoles depositaron the heavy vehicle over the street, again.<br />
—Be careful, Buka —say uno.<br />
—Te estaremos… I’m watching you —dijo otro.<br />
—Como <strong>la</strong> vieja cancion de Police. Por si you need help —<br />
explicó el cuarto.<br />
—Esta fue only a battle —añadió el quinto.<br />
—The war continúa —afirmó el sexto.<br />
—Even seamos libres again… and forever —confió el séptimo.<br />
—¡Viva Cuba Libre! —gritaron al fin all of them, y en ese<br />
mismo momento fells por los suelos and began to disolve entre<br />
volutas of a white smoke with a very strong smell of ácido orgánico,<br />
while the first sones de <strong>la</strong> conga con que el pueblo habanero<br />
celebraba the unbelievable triumph de su representante began to<br />
sound en el Parque de <strong>la</strong> Fraternidad.<br />
*****<br />
Pese a the almost unánimes popu<strong>la</strong>r protests, Yorkana<br />
Mariane<strong>la</strong> Del Valle (a. k. a. Buka) was desqualified por “conduc-<br />
210
CIENCIA FICCIÓN<br />
ta antideportiva”.<br />
But she received un montón de interesantísimas propositions<br />
para trabajar como piloto de varios international level rally’s<br />
teams.<br />
After a very long deliberation del comité organizador, <strong>la</strong> Copa<br />
Fangio In Memorian agreed to el eslovaco Karel Nesvabda, que,<br />
driving un vehículo impulsado por biogás, was the only one que<br />
pudo atravesar the goal line por his owns efforts.<br />
En <strong>la</strong>s elecciones del 2059, fifty per cent de los cubanos voted<br />
a favor de que the is<strong>la</strong>nd continuara siendo Estado Libre Asociado<br />
de los EUA. Un 25% votó for the independence. Only a 15% por<br />
the full integration a <strong>la</strong> Unión.<br />
Hubo un 10% de abstenciones o boletas anu<strong>la</strong>das.<br />
In his blog y sus emisiones c<strong>la</strong>ndestinas, el Apóstol calificó the<br />
result of los comicios como “moral victory” y l<strong>la</strong>mó al pueblo<br />
cubano a continuar the fight sin desmayo even to reach the truly<br />
y definitiva independencia.<br />
The real identity de este activista continue being a defiant<br />
mistery para <strong>la</strong>s fuerzas de ocupación yanquis.<br />
211
<strong>El</strong> “Incidente<br />
Johnson-Muñoz”<br />
Gabriel J. Gil
CIENCIA FICCIÓN<br />
A Yoss, por el Voxl de “<strong>El</strong> equipo campeón”...<br />
<strong>El</strong> público aul<strong>la</strong>ba enardecido, atestando <strong>la</strong>s gradas de <strong>la</strong><br />
vieja sa<strong>la</strong> habanera Kid Choco<strong>la</strong>te, hace poco reacondicionada<br />
por completo para el pugilismo cerebral. Las apuestas,<br />
legales e ilegales, estaban por <strong>la</strong>s nubes.<br />
En <strong>la</strong> única pelea de <strong>la</strong> noche, esperada con ansiedad por <strong>la</strong><br />
afición cubano e internacional, se enfrentarían por segunda vez<br />
dos de <strong>la</strong>s mayores estrel<strong>la</strong>s internacionales de esta popu<strong>la</strong>rísima<br />
disciplina: el actual campeón del orbe, el estadounidense Michael<br />
“Mind-Boggler” Johnson, y su retador, el cubano Manuel “Sin-<br />
Cráneo” Muñoz, quien un año antes cayera en Baltimore ante el<br />
yanqui en el combate final por el título mundial profesional.<br />
Como toda disciplina de combate, el pugilismo mental profesional,<br />
pese a no ser propiamente “de contacto” no era ni mucho<br />
menos un inofensivo juego de niños. Aunque no se tocaran<br />
nunca, no resultaba raro que uno de los dos adversarios quedara<br />
lesionado de por vida o incluso resultara muerto antes de que<br />
concluyeran los doce rounds que componían cada encuentro del<br />
“deporte del siglo XXII”. Quizás por eso era que muchos médicos<br />
se oponían a los encuentros, considerándolos un espectáculo<br />
inhumano, bárbaro y de extremo mal gusto.<br />
Pero, pese a todos sus sensatos y humanitarios opositores, una<br />
morbosa atracción, tan antigua como el circo romano —si no<br />
213
CIENCIA FICCIÓN<br />
más—, convocaba a miles de espectadores a asistir virtual o personalmente<br />
a cada cartel de pugilismo mental, todos ansiosos de<br />
ver sangrar por <strong>la</strong> nariz, por los oídos y por los ojos a los luchadores…<br />
y muchos además de apostar hasta <strong>la</strong> camisa por uno de<br />
aquellos dos temerarios.<br />
A los que, lógicamente, nadie obligaba a participar en tan<br />
peligrosa contienda, por mucho dinero que hubiera en juego…<br />
<strong>El</strong> combate estaba a punto de comenzar. En el centro del cuadrilátero,<br />
con experta soltura, los técnicos electrónicos cubanos<br />
ya ponían a punto el complejo y carísimo MIO (intensificador de<br />
ondas mentálicas, por sus sig<strong>la</strong>s en voläpuk, <strong>la</strong> nueva lengua<br />
internacional). Comprobado su perfecto funcionamiento, cubrieron<br />
el inmenso bloque de inextricables circuitos con un chasis<br />
metálico y oblongo; <strong>la</strong> mesa sobre <strong>la</strong> que se enfrentarían los púgiles,<br />
mente contra mente, según el principio de neuro feed-back<br />
por mediación tecnológica.<br />
Meticulosos, los paramédicos del patio aseguraron los puntos<br />
de apoyo para <strong>la</strong> quijada y los brazos de ambos contendientes, y<br />
revisaron con cuidado <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s que, colocadas detrás y encima<br />
del sitio de cada “boxeador”, servían para que ambos pudieran<br />
visualizar al detalle <strong>la</strong> actividad cerebral de su contrario.<br />
Luego comprobaron por <strong>la</strong> misma parsimonia los neurocascos<br />
amortiguadores de los golpes mentálicos, que, según los ancianos<br />
que recordaban el “auténtico” pugilismo, no eran sino un sofisticado<br />
sucedáneo moderno de los antiguos guantes acolchados.<br />
Cada contacto fue probado varias veces, para que sólo los<br />
boxeadores pudiesen atacar y ser atacados mentalmente. Se<br />
corroboró que los botones de rendición funcionaran sin problemas;<br />
y por supuesto, también el circuito de transmisión y proyección<br />
de <strong>la</strong>s acciones mentales a <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s del jurado y a <strong>la</strong>s del<br />
público.<br />
Entretanto, en esquinas alternas del cuadrilátero, ambos<br />
214
CIENCIA FICCIÓN<br />
luchadores calentaban sus mentes con breves y sencillos ejercicios<br />
matemáticos… como calcu<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s raíces cuadradas, cúbicas, y<br />
quintas de varios números de diez cifras, para acto seguido someterse<br />
a un re<strong>la</strong>jamiento radical: usualmente con algún holograma<br />
de alto impacto erótico...<br />
Sólo entonces le tocaba el turno a <strong>la</strong> auténtica prueba de autocontrol:<br />
hal<strong>la</strong>r <strong>la</strong> raíz cuadrada de un par de números de cinco<br />
cifras. Si después de aquel brusco cambio en su actividad mental<br />
el púgil era aún capaz de calcu<strong>la</strong>r el primer dígito, se consideraba<br />
que sus procesos cerebrales funcionaban a <strong>la</strong> perfección.<br />
A juzgar por <strong>la</strong> rapidez de sus respuestas, tanto “Mind-<br />
Boggler”, el actual campeón, que peleaba esta vez fuera del patio,<br />
como el cubano “Sin-Cráneo”, novato del año en <strong>la</strong> muy competitiva<br />
Liga Nacional, se encontraban en óptima forma mental.<br />
“Mind-Boggler” tenía a sus espaldas un impresionante historial<br />
de golpes mentálicos: había desencadenado en sus oponentes<br />
desde esquizofrenia hasta autismo, pasando por tumoraciones<br />
varias y desconexión temporal entre los hemisferios cerebrales.<br />
Estaba en el cenit de su fama y forma mental. Por su parte, <strong>la</strong><br />
carrera del cubano, como demostraba el que se presentara por<br />
segundo año consecutivo a discutir el título en calidad de retador,<br />
aún estaba en pleno ascenso: si bien hasta ahora sólo había ganado<br />
por knock out un par de peleas, dejando en estado semivegetativo<br />
a sus contrincantes, casi siempre ocasionaba secue<strong>la</strong>s motoras<br />
irreversibles a quienes lo enfrentaban.<br />
Todos los pronósticos indicaban que sería un duelo cruento y<br />
reñido, de los que prefería <strong>la</strong> fiel afición del nuevo deporte. Según<br />
cálculos conservadores, varios miles de millones de eurodó<strong>la</strong>res<br />
podrían cambiar de mano al final del combate por concepto de<br />
apuestas.<br />
Sonó <strong>la</strong> campana. Los púgiles dejaron sus esquinas, se ajustaron<br />
los neurocascos y chocaron <strong>la</strong>s cabezas así protegidas, según<br />
215
CIENCIA FICCIÓN<br />
<strong>la</strong> tradición del antiguo y actualmente prohibidísimo box convencional.<br />
Luego, al nuevo estilo, tomaron asiento y apoyaron <strong>la</strong><br />
barbil<strong>la</strong> y <strong>la</strong>s manos en los soportes correspondientes.<br />
<strong>El</strong> árbitro activó el MIO a través de su conso<strong>la</strong> y dio inicio el<br />
primer round.<br />
Con fiero instinto, ambos boxeadores, maestros del neuro<br />
feed-back, buscaban <strong>la</strong>s zonas cerebrales más sensibles y menos<br />
protegidas de su contrario, amagaban y arremetían, como en<br />
cualquier otro deporte de lucha. No necesitan estudiarse mucho;<br />
ya se conocían más que bien...<br />
“Mind-Boggler” comenzó <strong>la</strong> ofensiva con un rápido ataque al<br />
lóbulo de <strong>la</strong> visión de su oponente, pero <strong>la</strong> enérgica riposta del<br />
cubano produjo en su encéfalo tal desorden hipotalámico que,<br />
tras una erección instantánea, empezó a sudar a chorros.<br />
Captando <strong>la</strong> velocidad de reflejos de su contrincante, mayor<br />
que en su primer enfrentamiento, el norteamericano optó por<br />
cambiar prudentemente de táctica hacia una pelea de desgaste:<br />
mientras amagaba con directos a <strong>la</strong> pituitaria, comenzó de manera<br />
subrepticia a hacer estal<strong>la</strong>r neuropéptidos en el cerebro del<br />
antil<strong>la</strong>no, que poco a poco fueron adormeciéndolo.<br />
Por suerte, justo antes de caer dormido, “Sin-Cráneo” apeló a<br />
sus reservas de autocontrol, y recobrándose, contraatacó interfiriendo<br />
<strong>la</strong>s vías neuronales más recurrentes de su rival, lo que lo<br />
entorpeció de manera notable.<br />
Y sonó <strong>la</strong> campana. La puntuación en el primer round había<br />
sido mezquina, pero pareja: 7 a 7, marcaba el jurado, y el público<br />
no lo cuestionó. Los modernos métodos de arbitraje neuroelectrónico<br />
hacían indiscutibles <strong>la</strong>s decisiones arbitrales, excepto para<br />
los fanáticos más obtusos y parciales.<br />
Los entrenadores del norteño corrieron en <strong>la</strong> conso<strong>la</strong> de su<br />
púgil algunos ejercicios MENSA, mientras le hacían un TAC cerebral<br />
con una máquina portátil. Los del criollo, por su parte, lo<br />
216
CIENCIA FICCIÓN<br />
sometieron a hipnosis y le hicieron tres regresiones; con muchos<br />
menos recursos económicos, no tenían el acceso a <strong>la</strong> tecnología de<br />
punta de sus rivales.<br />
Al terminar el tiempo de descanso, dos despampanantes mujeres<br />
desnudas salieron al cuadrilátero, ostentaron orgullosas y con<br />
seductores contoneos su filiación mamífera para anunciar así el<br />
comienzo del 2do round. Pero ninguna comisión feminista presentó<br />
protesta alguna: al fin y al cabo no se trataba de humanas<br />
auténticas, sino simples Afroditas, cyborgs de p<strong>la</strong>cer de última<br />
generación.<br />
Los luchadores tomaron asiento nuevamente en el MIO, ya<br />
sin saludarse.<br />
<strong>El</strong> árbitro activó por segunda vez los dispositivos.<br />
Ahora “Sin-Cráneo” tomó <strong>la</strong> de<strong>la</strong>ntera: envió una onda mentálica<br />
que destruyó a su oponente un par de axones esenciales,<br />
dejándolo anonadado durante casi un cuarto de segundo. Al<br />
americano incluso se le desorbitaron por un instante los ojos ante<br />
tan re<strong>la</strong>mpagueante ofensiva, pero unas cuantas pa<strong>la</strong>bras c<strong>la</strong>ves,<br />
oportunamente voceadas por su equipo técnico desde su esquina,<br />
le hicieron salir del shock a duras penas, despabi<strong>la</strong>rse y erigir<br />
nuevas conexiones neuronales.<br />
No obstante, ni así logró recuperarse lo suficiente como para<br />
<strong>la</strong>nzar el contraataque que necesitaba para nive<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s acciones en<br />
el segundo asalto; apenas pudo detener un sólido golpe sobre <strong>la</strong><br />
zona de <strong>la</strong> audición, que lo hizo tambalearse.<br />
Pero no era desequilibrarlo <strong>la</strong> estrategia del cubano: “Sin-<br />
Cráneo”, actuando improvisadamente, según <strong>la</strong> tradición de <strong>la</strong><br />
escue<strong>la</strong> antil<strong>la</strong>na de boxeo, había concluido con astucia que si <strong>la</strong>s<br />
funciones mentales de su contrincante se agudizaban con <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras<br />
de los entrenadores, entonces para ganar lo primero que<br />
debía hacer era impedir que pudiera oír<strong>la</strong>s. Por eso insistió en su<br />
ataque al lóbulo auditivo del norteño, una y otra vez.<br />
217
CIENCIA FICCIÓN<br />
Poco después ya resultaba obvio que el yanqui llevaba <strong>la</strong>s de<br />
perder: con dos puntos de ventaja, el caribeño seguía golpeándolo<br />
con vertiginosos ataques mentálicos, ora en <strong>la</strong> hipófisis, ora en<br />
el cerebelo y <strong>la</strong> audición.<br />
Ya se veía f<strong>la</strong>mante Campeón Mundial, el primero de Cuba en<br />
<strong>la</strong> historia del pugilismo mental. Ya estaba a punto de poner a<br />
“Mind-Boggler” fuera de combate. Sólo necesitaba un golpe decisivo,<br />
buscar el punto débil para el tercer knock out de su carrera…<br />
Pero, mientras tanteaba <strong>la</strong> maraña neuronal de su adversario<br />
en busca de su punto débil, sucedió algo tan insólito que le hizo<br />
dejar de enviar ondas mentálicas durante todo un cuarto de<br />
segundo:<br />
“Sin-Cráneo” captó una frase proveniente del cerebro de<br />
“Mind-Boggler”.<br />
Captó, sí, porque no fueron sus oídos los que <strong>la</strong> escucharon;<br />
el yanqui, groggy por <strong>la</strong> golpiza que le propinaban, ni siquiera<br />
había abierto <strong>la</strong> boca. Tampoco era una frase en voläpuk, sino en<br />
el más “callejero” español cubano, un dialecto local que el yanqui<br />
no tenía modo de conocer:<br />
Estoy roto.<br />
Dos pa<strong>la</strong>bras, insignificantes por sí mismas, pero a <strong>la</strong> vez muy<br />
importantes.<br />
Quizás otro deportista cualquiera habría pasado por alto el<br />
hecho, sin comprenderlo… pero “Sin-Cráneo”, que antes de descubrir<br />
su talento para el pugilismo mental trabajó por años como<br />
investigador adjunto en el Instituto de Neurofisiología Avanzada<br />
Félix Vare<strong>la</strong> de <strong>la</strong> capital cubana, sí que comprendió al vuelo el<br />
significado del evento.<br />
¿Si sería que, por pura casualidad…?<br />
Había que comprobarlo. Aunque ello significara arriesgarse a<br />
perder <strong>la</strong> ventaja…<br />
218
CIENCIA FICCIÓN<br />
Tanto el público como el jurado notaron bien pronto algo raro<br />
en el combate. Sorprendidos, observaban los gráficos cerebrales<br />
en <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s, sin entender nada. Y el más desconcertado de<br />
todos era el estadounidense.<br />
La extraña pasividad del púgil local se prolongaba; volvió a<br />
internarse en <strong>la</strong> mente de su contrario, ya sin intención de golpear…<br />
para escuchar, ahora de manera incluso más c<strong>la</strong>ra e<br />
inequívoca que antes:<br />
¿…qué sucede…?<br />
Consternado, pero increíblemente satisfecho, “Sin-Cráneo”<br />
retiró esta vez sus sentidos de <strong>la</strong> materia gris de “Mind-Boggler”<br />
durante todo un medio segundo.<br />
¡Entonces estaba en lo cierto! <strong>El</strong> estupor y el triunfo iluminaron<br />
tanto su rostro como <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s públicas.<br />
Por pura suerte, fuera del <strong>la</strong>boratorio, y en condiciones del<br />
todo inesperadas, Manuel “Sin-Cráneo” Muñoz acababa de comprobar<br />
<strong>la</strong> existencia de algo que miles de científicos habían buscado<br />
en vano durante <strong>la</strong>rgas décadas; <strong>la</strong> transmisión del pensamiento.<br />
Alteradas por el tremendo stress del combate, su mente y <strong>la</strong> de<br />
su adversario, de algún modo inimaginable, habían entrado en<br />
resonancia… y uno de los pensamientos del yanqui había pasado<br />
a su propio cerebro.<br />
Fue entonces cuando “Mind-Boggler”, curioso, decidió a su<br />
vez escudriñar en el cerebro de “Sin-Cráneo” <strong>la</strong>s mismas zonas.<br />
Y así fue como se vio de repente invadido por una intensa emoción.<br />
Un orgullo que no le pertenecía; <strong>la</strong> satisfacción de descubridor<br />
del cubano, por haber finalmente hal<strong>la</strong>do el por tantos años<br />
buscado secreto de <strong>la</strong> telepatía.<br />
Telepatía, sí. Ambos se hurgaron mutuamente en sus entramados<br />
neuronales. Llegaron, tras breves pero escalofriantes fracciones<br />
de segundo, a conversar de modo c<strong>la</strong>ro, sin hacer uso del<br />
219
CIENCIA FICCIÓN<br />
voläpuk, del inglés, del español o de ningún otro idioma sonoro.<br />
A <strong>la</strong>s cuatro décimas de segundo “Sin-Cráneo” logró contactar <strong>la</strong><br />
zona de emisión de sentimientos del encéfalo de su contrario y<br />
comenzó a sentir emociones foráneas. A <strong>la</strong>s seis décimas de segundo<br />
“Mind-Boggler” dio el paso crucial: estrechó el <strong>la</strong>zo cerebral<br />
que los unía, compartiendo memorias, a lo que correspondió el<br />
cubano lo mejor que pudo, compartiendo sensaciones. Primero<br />
táctiles, luego visuales, luego auditivas…<br />
Pasó un segundo, dos, tres… en <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s, los gráficos neurológicos,<br />
que el público seguía conteniendo el aliento, eran en<br />
verdad sui géneris. Algo nunca antes visto, que iba mucho más<br />
allá del simple neuro feed-back. Había circuitos neuronales que<br />
quedaban abiertos sólo para, según todas <strong>la</strong>s apariencias ¡cerrarse<br />
con <strong>otros</strong> simi<strong>la</strong>res en <strong>la</strong> mente del otro púgil!<br />
<strong>El</strong> grado de integración seguía creciendo. En <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s, <strong>la</strong>s<br />
zonas activas en un cerebro mostraban perfecta simetría con <strong>la</strong>s<br />
del otro. Nada tenía sentido: <strong>la</strong> conso<strong>la</strong> del árbitro mostraba graves<br />
daños encefálicos en ambos adversarios, pero los luchadores<br />
parecían lúcidos, conscientes, en perfectas condiciones.<br />
Al quinto segundo, el público comenzó a gritar.<br />
Vítores, los pocos capaces de captar <strong>la</strong> trascendencia de aquel<br />
insólito evento.<br />
Reproches, quienes solo eran capaces de ver que su pasatiempo<br />
favorito se había visto inesperadamente interrumpido por<br />
algún oscuro motivo, y temían que sus apuestas pudieran ser<br />
anu<strong>la</strong>das si se decretaba un empate o se suspendía el desafío.<br />
Al sexto segundo, “Sin-Cráneo” y “Mind-Boggler” seguían<br />
impertérritos su mutua exploración mental. Intercambiaron pensamientos,<br />
recuerdos y sensaciones.<br />
A los seis segundos y tres décimas de establecido el contacto,<br />
Johnson comenzó a mover sus manos obedeciendo órdenes mentales<br />
del cerebro de Muñoz… como si fueran una so<strong>la</strong> mente, una<br />
220
CIENCIA FICCIÓN<br />
mente más sobrehumana que humana, en dos cuerpos.<br />
Fue demasiado.<br />
De súbito, el puente mental se quebró.<br />
Una neurona falló; luego otra, y cien, mil más se desconectaron,<br />
en incontenible reacción en cadena.<br />
Violentamente separados, abandonados de nuevo a sí mismos,<br />
ninguno de los dos cerebros pudo seguir manteniendo el control<br />
consciente… y los cuerpos desmadejados del cubano y el yanqui<br />
cayeron sobre el MIO, convulsionando con furibundos estertores.<br />
Sorprendidos por <strong>la</strong> rapidez con que todo había ocurrido, los<br />
paramédicos, técnicos y neurofisiólogos de ambos equipos de<br />
apoyo acudieron de inmediato a prestar ayuda, pero todo fue en<br />
vano. No pudieron sino corroborar el deterioro terminal e irreversible<br />
de los centros nerviosos de los inermes púgiles, ser impotentes<br />
testigos de sus muertes simultáneas.<br />
Las cuidadosas autopsias efectuadas en los cerebros de <strong>la</strong>s dos<br />
víctimas mostraron daños nerviosos masivos: miles y miles de<br />
sinapsis irremediablemente rotas. Fue así por completo imposible<br />
determinar dónde se encontraban los centros telepáticos que<br />
según suponían algunos testigos presenciales debían haber entrado<br />
en resonancia por puro azar, y de paso repetir el experimento<br />
para comprobar si su hipótesis era correcta.<br />
Serios investigadores, escépticos, hab<strong>la</strong>ron de alucinación<br />
colectiva, negando enconadamente que nada inusual hubiese<br />
sucedido. ¿Telepatía? Patrañas… al máximo, un error electrónico<br />
de los más comunes.<br />
Hubo <strong>otros</strong> que, aún sin creer, aconsejaron prohibir para<br />
siempre el pugilismo mental, so pena de enfrentar <strong>otros</strong> incidentes<br />
simi<strong>la</strong>res o peores en el futuro. Según su hipótesis, <strong>la</strong> conexión<br />
entre <strong>la</strong>s mentes de ambos deportistas sí se había producido; los<br />
registros de <strong>la</strong>s máquinas no mentían. Pero estaba c<strong>la</strong>ro que no<br />
era una experiencia por <strong>la</strong> que nadie en su sano juicio querría<br />
221
CIENCIA FICCIÓN<br />
pasar. Las pa<strong>la</strong>bras c<strong>la</strong>ves podrían ser sobrecarga y cambio irreversible:<br />
aquel<strong>la</strong> unión ¿telepática? que los convirtió por breves<br />
pero intensísimos segundos en una so<strong>la</strong> mente, también habría<br />
alterado sus cerebros de tal modo que, al ser luego separados,<br />
tales órganos simplemente no pudieran ya encargarse de coordinar<br />
<strong>la</strong>s funciones más elementales de sus propios cuerpos.<br />
<strong>El</strong> encuentro se dec<strong>la</strong>ró anu<strong>la</strong>do. Empate por doble muerte.<br />
Y como era de esperarse, al pasar los días y convertirse en<br />
semanas y meses, los comentarios nacieron y rodaron y <strong>la</strong>s teorías<br />
sobre lo sucedido en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> habanera Kid Choco<strong>la</strong>te y que<br />
muchos han comenzado a l<strong>la</strong>mar “Incidente Johnson-Muñoz” se<br />
han sucedido, negándose unas a otras, como suele ocurrir en <strong>la</strong><br />
ciencia… y no sólo.<br />
Para algunos neurofisiólogos, Michael “Mind-Boggler”<br />
Johnson y Manuel “Sin-Cráneo” Muñoz fueron, a <strong>la</strong> vez, inocentes<br />
víctimas y arriesgados, temerarios, pioneros dignos de culto,<br />
precursores en el seductor y promisorio campo de <strong>la</strong> telepatía y <strong>la</strong><br />
teleempatía, ciencia aún en pañales, pero que tal vez (si alguien<br />
suministra el presupuesto necesario para ciertas pequeñas investigaciones,<br />
c<strong>la</strong>ro…) algún día permita al hombre hacer realidad su<br />
sueño de comunicarse con especies inteligentes de <strong>otros</strong> p<strong>la</strong>netas…<br />
cuando <strong>la</strong>s encuentre… si <strong>la</strong>s encuentra.<br />
Para los incurables románticos que nunca faltan, el cubano y<br />
el norteamericano se han convertido en una especie de Tristán e<br />
Isolda: trágicos protagonistas de una leyenda contemporánea de<br />
comunión mental hasta <strong>la</strong> muerte… muchos (y no sólo gays)<br />
creen firmemente que debían ser amantes en secreto. De ahí que<br />
entraran en resonancia sus cerebros… o si no ¿por qué a ninguna<br />
pareja de pugilistas le ocurrió tal cosa antes… ni después?<br />
Para los místicos, que son cada vez menos en estos tiempos, el<br />
“Incidente Johnson-Muñoz” fue apenas el débil remedo humano<br />
mediado por máquinas b<strong>la</strong>sfemas de una conexión más profunda<br />
222
CIENCIA FICCIÓN<br />
con Dios (o el Absoluto, lo mismo da); pero de cualquier modo<br />
una señal de que su búsqueda tiene sentido y debe continuar,<br />
porque algún día será gloriosamente coronada por el éxito. Y<br />
amén.<br />
Para los ufólogos, el carácter único e irrepetible del “Incidente<br />
Johnson-Muñoz” es evidencia incuestionable de <strong>la</strong> intervención<br />
alienígena. ¿Cómo no?<br />
Entretanto, lo cierto es que <strong>la</strong> popu<strong>la</strong>ridad del pugilismo mental<br />
ha caído en picado: considerando <strong>la</strong>s muertes de “Mind-<br />
Boggler” y “Sin-Cráneo” como una advertencia definitiva, cada<br />
vez menos atletas se animan a calzarse en su cabeza el neurocasco<br />
y participar en el “deporte del siglo XXII”. Quizás dentro de muy<br />
poco acabe por ser definitivamente prohibido, para tranquilidad<br />
de sus humanitarios detractores y desilusión de sus fanáticos<br />
seguidores… y hampa del juego ilegal surgida y alimentada a <strong>la</strong><br />
sombra de sus jugosas apuestas.<br />
Lo curioso, aunque prácticamente nadie le ha prestado mucha<br />
atención a sus vehementes dec<strong>la</strong>raciones, es que hay un par de<br />
técnicos electrónicos habaneros que juran y perjuran que ellos no<br />
pensaron que todo acabaría así, y que <strong>la</strong> causa de todo fue sólo<br />
un par de “mejoritas” improvisadas que se les ocurrió hacerle por<br />
su cuenta al MIO a última hora, para compensar lo inestable que<br />
se pone a veces el voltaje en <strong>la</strong> capital cubana y ¿por qué no?<br />
probar a mejorar sus funciones…<br />
Aunque, en los últimos días, nadie sabe por qué, los dos electrónicos<br />
cubanos de marras han dejado de insistir en su responsabilidad<br />
en el incidente, e incluso se rumora que han desaparecido.<br />
Quizás, al fin y al cabo, algún personaje de <strong>la</strong> mafia internacional<br />
de <strong>la</strong>s apuestas decidió finalmente darle algo de crédito a su versión…<br />
223
Shift<br />
Juan Pablo Noroña
CIENCIA FICCIÓN<br />
Los cinco representantes esperaban sentados alrededor de <strong>la</strong><br />
mesa de reuniones.<br />
Esperaban.<br />
<strong>El</strong> de más edad se inclinó sobre <strong>la</strong> mesa para poder ver en<br />
dirección a <strong>la</strong> puerta. —<strong>El</strong> chino no viene, y son <strong>la</strong>s nueve —<br />
dijo—. Media hora aquí viéndonos <strong>la</strong>s caras.<br />
—Él vendrá —dijo el que estaba a <strong>la</strong> cabecera.<br />
—C<strong>la</strong>ro que sí, cuando crea que nos ha humil<strong>la</strong>do lo suficiente.<br />
Se hizo silencio.<br />
<strong>El</strong> único negro se limpió <strong>la</strong> garganta antes de hab<strong>la</strong>r. —¿Por<br />
qué sería tan hijo de puta como eso?<br />
—Es sólo su estilo de negociar —dijo el anfitrión.<br />
—No es un negociador —dijo el más joven—. La tarjeta dice<br />
“Persona de Contacto”.<br />
—Eso también es parte de su estilo, enviar a alguno de poco<br />
nivel.<br />
Volvió el silencio.<br />
—Es su forma de decirnos que no nos dan opción —dijo el que<br />
no había hab<strong>la</strong>do antes, un hombre de cabello castaño rizado.<br />
<strong>El</strong> negro apoyó <strong>la</strong> cabeza en <strong>la</strong> mano derecha. —¿Y de verdad<br />
no tenemos opción? —preguntó—. Siempre podemos seguir con<br />
Winux y <strong>la</strong> arquitectura propietaria.<br />
—<strong>El</strong> software no es el problema —dec<strong>la</strong>ró el joven—. Y <strong>la</strong><br />
225
CIENCIA FICCIÓN<br />
gente de Winux no nos ofrece nada para resolver nuestras deficiencias.<br />
Nada.<br />
—Porque no necesitamos nada —dijo el mayor de todos—.<br />
Hasta el otro día estábamos muy bien.<br />
—¿Bien? ¿Bien? <strong>El</strong> cuarenta por ciento de los recursos de <strong>la</strong><br />
red nacional se van en compatibilizarnos con el mundo. <strong>El</strong> cuaren-ta.<br />
<strong>El</strong> de pelo crespo se encogió de hombros. —No vamos a llorar<br />
por eso.<br />
—¡Pero además, el mercado interno está regado, con varios<br />
estándares a <strong>la</strong> vez!<br />
—Exacto —dijo el anfitrión—. Por esa razón los consumidores<br />
profesionales y privados estamos bajo un estrés adquisitivo<br />
tremendo. Nuestras decisiones de compra son el doble de difíciles,<br />
e igual tenemos que adquirir adaptadores y emu<strong>la</strong>dores.<br />
—Está bien, está bien —convino el negro—. Sólo quisiera que<br />
también nos<strong>otros</strong> pusiéramos condiciones, sólo eso.<br />
—No tenemos con qué. Saben que estamos necesitados, y está<br />
muy c<strong>la</strong>ro que ellos no nos necesitan a nos<strong>otros</strong>: ya tienen<br />
Jamaica y México.<br />
<strong>El</strong> negro suspiró pesadamente.<br />
—Tenemos que pasarnos ya a Taisun y <strong>la</strong> Arquitectura<br />
Dinámica, y eso para empezar —dijo el joven—. Y sólo los chinos<br />
nos darán el dinero para hacer el shift de toda <strong>la</strong> tecnología.<br />
—Debimos haber entrado en caja hace tres años —dijo el<br />
anfitrión—. Cuando valíamos como punta de <strong>la</strong>nza; ahora sólo<br />
somos un mercado más. No esperen que los chinos nos paguen<br />
caro y nos vendan barato. Además, ellos son prácticamente los<br />
dueños de este país, qué carajo, así que saben lo que valemos y lo<br />
que no.<br />
<strong>El</strong> lumínico del local de comida rápida anunciaba “Comida<br />
china” en grandes letras rojas cuya tipografía semejaba ideogra-<br />
226
CIENCIA FICCIÓN<br />
mas. Sin embargo, inmediatamente debajo, en el menú, <strong>la</strong> casa<br />
ofrecía tempura, tensuki soba y kitsune udón. Si algo aborrecía el<br />
joven Cheng era <strong>la</strong> tendencia occidental a asociar lo chino con lo<br />
japonés, y los nativos parecían sufrir<strong>la</strong> en grado insuperable.<br />
Además, ahí no paraba; Cheng pudo ver, en <strong>la</strong> caja abierta de un<br />
cliente que salía, que le echaban salsa de tomate a los fideos tensuki.<br />
Decidió no ordenar nada. Prefería pasar hambre a soportar<br />
una comida probablemente mal hecha y de seguro servida con<br />
obsequiosidad inepta. Levantó <strong>la</strong> cubierta del pad de control del<br />
auto para encenderlo y <strong>la</strong>rgarse; pero justo en el último instante<br />
antes de que apartara <strong>la</strong> vista del cartel de comida rápida, un<br />
grupo de putas pasó frente al local, y una de el<strong>la</strong>s hizo contacto<br />
visual con él.<br />
Cheng bajó <strong>la</strong> vista tan rápido como pudo, maldiciéndose por<br />
haber olvidado oscurecer los cristales del auto; ya era tarde. Las<br />
putas, tres, se acercaron ágilmente al vehículo. Una de el<strong>la</strong>s se<br />
corrió <strong>la</strong> incalificable pieza superior de su ropa y ap<strong>la</strong>stó ambos<br />
senos contra <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong>; otra adhirió <strong>la</strong> boca abierta contra el<br />
vidrio, succionando y moviendo <strong>la</strong> lengua en círculos; <strong>la</strong> tercera<br />
saltó a <strong>la</strong> capota, se subió <strong>la</strong> falda y se sentó en el parabrisas. Para<br />
asco de Cheng, fue evidente que en primer lugar <strong>la</strong> puta no llevaba<br />
ropa interior, y en segundo, que no era el<strong>la</strong> sino él.<br />
<strong>El</strong> pad de mando estaba abierto como una oportunidad, y<br />
Cheng encontró el switch de <strong>la</strong> descarga electrostática.<br />
La/el puta/puto saltó como una mosca de una mesa y cayó<br />
de<strong>la</strong>nte del auto. Cheng se echó a reír al momento, y rió con más<br />
ganas cuando vio al travestí levantarse quejoso y comenzar a<br />
gesticu<strong>la</strong>r y manotear con gran aspaviento y bravata, pero eso sí,<br />
sin tocar el vehículo. Como <strong>la</strong> insonorización del auto hacía <strong>la</strong><br />
escena silente, era doblemente hi<strong>la</strong>rante; Cheng se retorció agarrándose<br />
el vientre entre carcajadas y lágrimas. Era aun otra<br />
227
CIENCIA FICCIÓN<br />
muestra de que este era un país de segunda, se dijo Cheng: no sólo<br />
<strong>la</strong> gastronomía era de segunda, sino también <strong>la</strong> prostitución.<br />
Rayos, hasta los europeos tenían mejor ambas cosas. Cheng<br />
conectó el motor a toda potencia, sin liberar el embrague, y el<br />
travestí pasó corriendo a <strong>la</strong> acera, lo cual desató otra esca<strong>la</strong> de<br />
risotadas.<br />
Recuperando <strong>la</strong> compostura, Cheng tomó el vo<strong>la</strong>nte y miró al<br />
frente. Al hacerlo, vio que una de <strong>la</strong>s putas, <strong>la</strong> pez-limpiador-depeceras,<br />
sostenía un cuchillito amenazador ante el parabrisas. La<br />
descarga electrostática <strong>la</strong> habría alcanzado en <strong>la</strong> boca; algo seguramente<br />
muy molesto. Curioso y deseando más diversión, Cheng<br />
esperó.<br />
La puta, sin dejar de mirar a Cheng a <strong>la</strong> cara, bajó el cuchillo<br />
hasta que se perdió de vista en dirección a <strong>la</strong> rueda. Cheng sonrió<br />
cuando <strong>la</strong> mujer hizo un gesto de c<strong>la</strong>var, y volvió a <strong>la</strong>rgar <strong>la</strong> carcajada<br />
al ver<strong>la</strong> saltar hacia atrás haciendo ademanes de dolor y<br />
tomándose <strong>la</strong> mano, ya sin arma y con manchas de sangre. Es lo<br />
que consigues, pensó Cheng, si intentas perforar una rueda de alta<br />
resistencia con una navajita plegable.<br />
Cheng liberó el embrague y sacó el auto de allí sin soltar el<br />
vo<strong>la</strong>nte. En cualquier otro lugar hubiera puesto el piloto automático;<br />
con los conductores nativos, eso sería suicida, además de que<br />
también debía evitar los baches en <strong>la</strong> calle. Diversión aparte, estar<br />
destinado en este país era un infierno para Cheng. Odiaba tanto<br />
el lugar como a sus habitantes.<br />
Por esa razón no se dolía en lo más mínimo por quienes iban<br />
a morir en <strong>la</strong>s próximas horas.<br />
<strong>El</strong> Coco, Cintras y Marquito se habían pasado <strong>la</strong>s últimas<br />
horas de <strong>la</strong> tarde consiguiendo ba<strong>la</strong>s para el arma del último, y <strong>la</strong><br />
búsqueda los había llevado a reca<strong>la</strong>r en <strong>la</strong> casa del Cansao, ya<br />
entrada <strong>la</strong> noche.<br />
<strong>El</strong> Cansao se había dec<strong>la</strong>rado en falta en cuanto le expusieron<br />
228
CIENCIA FICCIÓN<br />
su necesidad. Sin levantarse de <strong>la</strong> butaca les dijo, rascándose <strong>la</strong><br />
cabeza—: Hace meses que no se ven ba<strong>la</strong>s de calibres raros americanos.<br />
De ba<strong>la</strong>s rusas y normales, todo lo que quieran; pero no<br />
hay ese calibre especial de los Malos. Eso, si no quieres ir tirando<br />
con cuarenta y cinco <strong>la</strong>rgo, que sirve en tu hierro.<br />
—Quiero <strong>la</strong> de verdad y pago lo que sea, Cansao —dijo<br />
Marquito—. Yo sé que tú lo sacas de abajo de los muertos.<br />
—Te podría hacer una mierda y venderte ba<strong>la</strong>s rusas refundidas<br />
para esa munición en el patio de mi casa —dijo <strong>El</strong> Cansao—.<br />
Pero yo soy tu hermano. A ver, déjame ver <strong>la</strong> pieza, si <strong>la</strong> tienes<br />
arriba.<br />
Marquito se sacó el revólver Taurus de <strong>la</strong> espalda y se lo<br />
extendió al Cansao. Éste lo tomó con parsimonia. —Cuatro cincuenta<br />
y cuatro; tremendo hierro —olisqueó el cañón y al instante<br />
apartó el arma de sí—. Compadre, si vas a andar sin calzoncillos<br />
asegúrate de que el cañón del arma no te caiga entre <strong>la</strong>s nalgas.<br />
Coge, anda. Ustedes los jóvenes tienen cada moda...<br />
—¿Tienes o no, Cansao? —preguntó impaciente <strong>El</strong> Coco—.<br />
Dilo rápido, que nos vamos a ver a Jorge el de Be<strong>la</strong>scoaín, que se<br />
nos hace camino además.<br />
<strong>El</strong> Cansao se repantigó aún más en su butaca y abrió <strong>la</strong>s<br />
manos. —Dale, ve con él. Te va a vender fusibles de electricidad<br />
con baño de níquel de pesetas, metidos en cartuchos rellenos de<br />
cabecitas de fósforos.<br />
—Eso mismo —dijo Cintras—. Vamos, Marquito. Ya me tienes<br />
mal con <strong>la</strong>s balitas especiales para tu revolvito especial.<br />
Marquito se desasió de <strong>la</strong> mano de Cintras. —Mi revolvito<br />
especial, como tú lo l<strong>la</strong>mas, me ha salvado <strong>la</strong> vida más de una vez,<br />
y a ti también.<br />
—Te creo —intervino <strong>El</strong> Cansao—. ¿Qué precisión y alcance<br />
tiene, Marquito?<br />
<strong>El</strong> joven se dio <strong>la</strong> vuelta hacia el vendedor. —A una cuadra he<br />
229
CIENCIA FICCIÓN<br />
matado gente con esto.<br />
—Tremendas patadas que mete, ¿verdad?<br />
Marquito asintió. —Una vez le di en <strong>la</strong> cabeza a un tipo, y se<br />
<strong>la</strong> desaparecí. También dejé cojo a un tipo; le ripié el muslo de<br />
uno solo.<br />
—¿Y cómo conseguías <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s?<br />
—Una reservita que venía con el<strong>la</strong> cuando <strong>la</strong> compré. Después,<br />
como siempre guardo los casquillos originales, le ponía plomos<br />
hechos, pero hechos bien y con buenos materiales. Pero ya ni eso<br />
aparece, y me quedan <strong>la</strong>s puestas y tres más.<br />
<strong>El</strong> Cansao se llevó <strong>la</strong> mano a <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong> y pensó por unos<br />
segundos. —Te diré lo que voy a hacer por ti. Voy a mandar a<br />
buscar <strong>la</strong> pólvora de <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> que lleva con un tipo que lleva<br />
mercancía para el norte de vez en cuando, y yo mismo te fundo<br />
<strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s con buen plomo, te les doy el baño de <strong>la</strong>tón y te cargo<br />
los cartuchos. También voy a ver si te consigo casquillos nuevos.<br />
—Yo no acabo de entenderlos a ustedes los quemados a <strong>la</strong>s<br />
armas —dijo <strong>El</strong> Coco llevándose <strong>la</strong>s manos a los dreadlocks de <strong>la</strong>s<br />
sienes—. Si el hierro es bueno, ¿para qué tanta exquisitez con <strong>la</strong>s<br />
ba<strong>la</strong>s? Si no se traba, lo disparas y ya está.<br />
—La ba<strong>la</strong> es <strong>la</strong> mitad del tiro, Coco. Una ba<strong>la</strong> mal hecha sale<br />
sin puntería, además de que te hace mierda el cañón, si es que<br />
sale.<br />
—¿Y ese contacto tuyo no me pudiera traer <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s y ya?<br />
—preguntó Marquito.<br />
—Difícil —contestó <strong>El</strong> Cansao—. Es mucho más complicado<br />
traer ba<strong>la</strong>s enteras, sobre todo del norte, de los Malos malísimos.<br />
—De todas maneras no sirvió. Necesito <strong>la</strong>s ba<strong>la</strong>s ahora; no se<br />
puede ir al fuego con ocho tiros.<br />
Cintras se acomodó <strong>la</strong> panza que le colgaba sobre el cinto y<br />
volvió a tomar a Marquito por el antebrazo. —Mi hermano, el<br />
tiempo pasa y tenemos cosas que hacer —dijo—. Agarra tu auto-<br />
230
CIENCIA FICCIÓN<br />
mática y vamos para allá.<br />
<strong>El</strong> Cansao hizo un gesto de aprobación. —Ba<strong>la</strong>s para automática<br />
tengo de todo, Marquito —dijo—. Nueve, nueve del ruso,<br />
nueve del ruso chiquito, tres cincuenta y siete, cuatro cinco, cinco<br />
siete... lo que quieran los señores.<br />
—La automática es para el diario —protestó Marquito—.<br />
Para <strong>la</strong>s cosas serias llevo el Taurus. Además, no tengo <strong>la</strong> automática<br />
arriba.<br />
—¡Acabáramos! —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong> Coco—. ¿A esta hora y con ese<br />
recado? Mira, cómprale un hierro al Cansao y partimos ya pero<br />
ya. ¿También tienes armas, Cansao?<br />
<strong>El</strong> Cansao asintió calmosamente.<br />
Marquito pareció pensarlo por un rato, y después pidió con<br />
decisión: —Dame algo alemán.<br />
No había nadie sentado en <strong>la</strong> mesa, y en el salón de reuniones<br />
quedaban sólo el negro y el hombre más joven, quienes acodados<br />
en el pullman de <strong>la</strong> ventana oeste disfrutaban una excelente vista<br />
de <strong>la</strong> Bahía.<br />
La Bahía era más negra que <strong>la</strong> noche, pero su superficie<br />
reflejaba <strong>la</strong>s luces de ambos <strong>la</strong>dos con un brillo aceitoso e irisado<br />
que no tenían <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s. En <strong>la</strong> parte del oeste, sin embargo, era<br />
menos vívida <strong>la</strong> iluminación y se quedaba más cerca de <strong>la</strong> oril<strong>la</strong>.<br />
—Mira para allá —el joven señaló hacia <strong>la</strong> parte vieja de <strong>la</strong><br />
ciudad, <strong>la</strong> occidental—. <strong>El</strong> país de <strong>la</strong> ciguaraya; en cada cuadra se<br />
está cometiendo ahora al menos un asesinato, un robo, una vio<strong>la</strong>ción,<br />
una estafa, una pelea.<br />
—Eso siempre ha sido así, Fernando —dijo el negro—. Yo nací<br />
ahí, en Centro Habana.<br />
—Pero <strong>El</strong> Vedado no era así antes —dijo Fernando—. Ni<br />
Miramar, ni Boyeros. Todo desde <strong>la</strong> Bahía hasta Jaimanitas es una<br />
selva llena de fieras, Samuel.<br />
<strong>El</strong> negro se encogió de hombros. —Bueno, justicia poética. Ya<br />
231
CIENCIA FICCIÓN<br />
los niñitos del Vedado no se pueden hacer los finos con <strong>la</strong> gente<br />
de A<strong>la</strong>mar, como en mi época; ahora <strong>la</strong> gente bien vive aquí en <strong>El</strong><br />
Este. Mi hijo va a nacer aquí en <strong>El</strong> Este.<br />
—¿Y tú crees que <strong>la</strong> ciguaraya no sabe cruzar un túnel o no<br />
puede coger una <strong>la</strong>ncha? Esto aquí va a terminar como eso allá,<br />
y dónde nos vamos a meter yo, tú y tu hijo.<br />
—Batabanó o Alquízar. O Guanabo, para seguir con vista a <strong>la</strong><br />
costa norte.<br />
—Guanabo está lleno de putas y traficantes —dijo Fernando—.<br />
También vas a necesitar un ejército para quitarle el terreno a <strong>la</strong>s<br />
cadenas de turismo, o mucho dinero. Además, Batabanó es un<br />
fangal y Alquízar tiene central; ¿nunca has olido un central en<br />
zafra?<br />
—Pues hasta Matanzas llegamos.<br />
<strong>El</strong> joven meneó <strong>la</strong> cabeza. —Hay que pararlo ya, Samuel, hay<br />
que pararlo ya.<br />
—¿Parar qué?<br />
—Todo en este país va siempre a menos. Tenemos que estar<br />
empezando cosas para ir tirando antes de que <strong>la</strong>s echemos a perder.<br />
<strong>El</strong> negro se enderezó en el asiento y se cruzó de brazos mientras<br />
el joven seguía hab<strong>la</strong>ndo.<br />
—Siempre estamos atrás —dijo el joven—. Y nos enteramos<br />
cuando el golpe avisa. Por una vez tenemos que entrar en caja<br />
rápido, y entrar bien en algo bueno.<br />
—¿Como <strong>la</strong> Arquitectura Dinámica, supongo? —dijo Samuel.<br />
Fernando sonrió sardónicamente a <strong>la</strong> vez que extraía de un<br />
bolsillo del saco un objeto cuadrado y p<strong>la</strong>no no más grande que<br />
<strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano. —Toma —le alcanzó al negro.<br />
Samuel tomó el objeto.<br />
—Ábrelo —dijo Fernando.<br />
Samuel encontró el cierre del aparato y lo abrió en dos como<br />
232
CIENCIA FICCIÓN<br />
una ostra. La parte de arriba era <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, <strong>la</strong> de abajo tenía el<br />
pad y los periféricos. —Es como cualquier otra palmtop —dijo—<br />
. Los periféricos parecen estar mejor hechos, pero nada más.<br />
—Son mejores —afirmó Fernando—. Cada uno está hecho<br />
con <strong>la</strong> calidad que tendría en un ordenador personal orientado<br />
específicamente a su uso. <strong>El</strong> dispositivo de vídeo y sonido es profesional,<br />
el de datos, el Be-jack, <strong>la</strong>s interfases, todo.<br />
<strong>El</strong> negro se encogió de hombros. —Un todo en uno —dijo con<br />
desgana mientras le devolvía el aparato al joven—. La gente les<br />
tiene manía, no se vende. Recuerda, si de algo sé, es de ventas.<br />
Fernando se guardó el artefacto cuidadosamente. —Esto es<br />
más que un todo en uno, es un cualquier cosa en uno.<br />
—Yo sé, yo sé para lo que sirve <strong>la</strong> Arquitectura Dinámica. Si<br />
quiero que este aparato me sirva para procesamiento de sonido,<br />
el chipset se convierte en un procesador de sonido, si quiero una<br />
interfase total, se convierte en un Be-pad.<br />
—Como los mejores del mercado —dijo el joven, apuntando<br />
hacia arriba con el dedo índice—, como los mejores del mercado.<br />
Y también puede convertirse en un contro<strong>la</strong>dor central para<br />
varias unidades, simi<strong>la</strong>res o diferentes; por ejemplo, puedes integrar<br />
un estudio de televisión entero en esta cosa, sin perder ninguna<br />
capacidad, es más, ganando en velocidad y estabilidad. Sin<br />
contar que es lo más esca<strong>la</strong>ble que te puedas imaginar; cualquier<br />
pastil<strong>la</strong> virgen sirve para cualquier función: procesamiento,<br />
memoria, circuitos.<br />
—¿Y qué gano con eso? —preguntó Samuel—. Ni que comprarse<br />
<strong>la</strong>s cosas por separado fuera tan difícil, además de que lo<br />
que se hace de fábrica específicamente para algo es siempre, siempre<br />
mejor. Eso sin contar que con esta tecnología los vendedores<br />
tendrían una so<strong>la</strong> venta en vez de varias. No veo <strong>la</strong> ventaja ni para<br />
el consumidor ni para el proveedor.<br />
<strong>El</strong> joven hizo un gesto de perplejidad retórica. —Pues mira, el<br />
233
CIENCIA FICCIÓN<br />
mundo entero se está pasando a esto, como mismo se pasa a<br />
Taisun —dijo—. Olvídate, son demasiadas <strong>la</strong>s ventajas de explotación<br />
para los usuarios, y los proveedores no pierden tanto. Les<br />
queda <strong>la</strong> venta de pastil<strong>la</strong>s nuevas, licencias de software propietario,<br />
y <strong>la</strong>s refacciones; el ciclo de reposición es mayor que el ciclo<br />
de obsolescencia de <strong>la</strong>s piezas de arquitectura fija.<br />
—¿Y su propio ciclo de obsolescencia?<br />
—¡No tiene! ¿Cómo va a caducar algo que constantemente se<br />
cambia?<br />
—¿Y con tanto cambio no se pierde <strong>la</strong> continuidad del estándar,<br />
<strong>la</strong> compatibilidad entre <strong>la</strong>s generaciones de tecnología?<br />
—¿Por qué, si ni siquiera hay generaciones? ¿Para qué modificar<br />
el estándar cualitativamente si lo puedes esca<strong>la</strong>r casi hasta el<br />
infinito?<br />
Samuel descruzó los brazos y puso <strong>la</strong>s manos sobre los muslos.<br />
—Es <strong>la</strong> nanotecnología del futuro —concedió—. Pero sigo sin ver<br />
por qué es tan necesario para este país, como tú dices, al punto<br />
de correr tanto, y en los zapatos de los chinos nada menos.<br />
Fernando levantó una pierna y se sostuvo el zapato en alto con<br />
una mano, mostrando <strong>la</strong> sue<strong>la</strong>. —Made in China —dijo—. Los<br />
tuyos también, seguro.<br />
<strong>El</strong> negro imitó el gesto del joven. —No, mi hermano —dijo—<br />
. Made in Italy; aquí si hay nivel.<br />
Entre risas, ambos soltaron sus respectivas piernas.<br />
—Sobre tu pregunta —dijo el joven cuando terminó de reír—,<br />
es muy sencillo. La Arquitectura Dinámica es, al menos en los<br />
últimos años, el único shift tecnológico que une a <strong>la</strong>s ventajas de<br />
<strong>la</strong> tecnología en sí, <strong>la</strong>s de <strong>la</strong> inercia del estándar. Por tanto, no nos<br />
va a pasar lo de siempre, que en cuanto alcanzamos un estándar,<br />
el mundo se mueve al siguiente más rápido de lo que podemos<br />
seguirlo. La AD mantendrá una continuidad que nos permitirá<br />
estar a sólo un paso detrás del mundo, no a una cuadra como<br />
234
CIENCIA FICCIÓN<br />
siempre.<br />
—¿Y tú crees que realmente eso va a hacer diferencia? Igual<br />
nunca estaremos al día.<br />
—Cierto, pero ahora no estar al día va a dejar de ser tan malo<br />
como antes. La disparidad va a ser de un orden menor. Por ejemplo,<br />
tendremos un acceso mucho más rápido a <strong>la</strong> web.<br />
—Eso te duele, ¿verdad?<br />
—Y dilo. <strong>El</strong> día entero me lo paso leyendo quejas de clientes,<br />
inventando cómo compatibilizar <strong>la</strong>s redes y solucionando problemas<br />
de conexión; todo es culpa de <strong>la</strong> multiplicidad y el atraso.<br />
Samuel se quedó pensando por un rato. Fernando lo miraba<br />
con intensidad, como si esperara algo de él.<br />
—¿Cómo va el shift a parar a <strong>la</strong> ciguaraya? —dijo el negro al<br />
cabo de un rato—. En principio, esa era tu idea.<br />
—Así como el caos genera caos, el orden genera orden —respondió<br />
Fernando—, y el orden, por supuesto, niega al caos.<br />
—<strong>El</strong> orden es <strong>la</strong> famosa Arquitectura Dinámica, supongo.<br />
—Y el caos <strong>la</strong> ciguaraya.<br />
—Norinco, Norinco de mierda —dijo Marquito observando<br />
su nueva automática—; le ronca haberse comprado esto.<br />
—Mi hermano, <strong>la</strong> mía es Norinco —dijo Cintras—. ¿No te<br />
cuadran? Está bien. Pero no jodas más.<br />
Los tres estaban sentados en cajones plásticos en una esquina,<br />
bajo un arquitrabe ruinoso y medio vencido de <strong>la</strong>s columnatas<br />
corridas de Be<strong>la</strong>scoaín.<br />
Marquito apuntó a los soportales en penumbras al otro <strong>la</strong>do<br />
de <strong>la</strong> vacía avenida. —Me cago en el Cansao. Le pido algo alemán,<br />
y nada más que tiene copias chinas.<br />
—¿Y eso es malo? ¿Las pisto<strong>la</strong>s alemanas son mejores por<br />
qué? ¿Porque son rubias?<br />
—Por el control —dijo Marquito, <strong>la</strong> cabeza <strong>la</strong>deada y un ojo<br />
cerrado—. Los alemanes les hacen todas <strong>la</strong>s pruebas a <strong>la</strong>s piezas<br />
235
CIENCIA FICCIÓN<br />
y los chinos se saltan unas cuantas.<br />
—¿Y eso qué tiene? —preguntó <strong>El</strong> Coco.<br />
—Que una pisto<strong>la</strong> alemana es una garantía de por vida, y una<br />
china, un albur.<br />
Cintras y <strong>El</strong> Coco chistaron de fastidio, al unísono.<br />
—Échate qué tal<strong>la</strong> —dijo de repente Marquito—. Una vieja<br />
trasnochadora.<br />
Por los soportales de <strong>la</strong> acera opuesta caminaba una anciana,<br />
despacio y pegada a <strong>la</strong> pared. Los triángulos de luz definidos por<br />
<strong>la</strong>s columnas llegaban apenas con un vértice hasta sus f<strong>la</strong>cas rodil<strong>la</strong>s;<br />
el resto de el<strong>la</strong> se veía siempre entre sombras imprecisas.<br />
—Se saló <strong>la</strong> vieja —dijo Marquito, y apretó el gatillo.<br />
<strong>El</strong> ruido del disparo rebotó de acera a acera y cimbró <strong>la</strong>s tapas<br />
del alcantaril<strong>la</strong>do antes de morir entre <strong>la</strong>s columnatas.<br />
—¿Qué coño tu estás haciendo, Marquito? —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong><br />
Coco.<br />
—Afino <strong>la</strong> mira, que debe hacer falta —dijo Marquito, aun<br />
apuntando—. Fíjate que fallé.<br />
En efecto, <strong>la</strong> silueta de <strong>la</strong> anciana se veía en pie, inmóvil contra<br />
<strong>la</strong> pared.<br />
—¡Corra, mi vieja! —gritó Marquito—. ¡Le doy un chance!<br />
<strong>El</strong> Coco meneó <strong>la</strong> cabeza desaprobadoramente. —Yo <strong>la</strong> verdad<br />
que perdí el interés en <strong>la</strong>s viejas el día que descubrí a <strong>la</strong>s<br />
mujeres.<br />
Cintras echó una risotada.<br />
—Métele un tiro de susto —dijo Marquito—, para que se<br />
mueva; si no, no tiene gracia.<br />
Cintras comenzó a sacar <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>.<br />
En ese momento una enorme furgoneta negra frenó justo<br />
de<strong>la</strong>nte de los tres, con un estrepitoso chirrido de neumáticos.<br />
—La recogida, Marquito —dijo <strong>El</strong> Coco—. Ya deja eso.<br />
Los tres caminaron hacia <strong>la</strong> parte posterior de <strong>la</strong> furgoneta,<br />
236
CIENCIA FICCIÓN<br />
cuya portezue<strong>la</strong> trasera acababa de abrirse. <strong>El</strong> Coco y Cintras<br />
entraron apresuradamente y se acomodaron en uno de los asientos<br />
corridos a lo <strong>la</strong>rgo del costado del vehículo; Marquito se<br />
quedó indeciso, un pie en <strong>la</strong> moqueta y otro en <strong>la</strong> calle. Aún tenía<br />
<strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> en <strong>la</strong> mano. La alzó apurado y volvió a disparar hacia<br />
<strong>la</strong> acera de enfrente. —Mierda, otra vez fallé —gruñó; y con aire<br />
de disgusto guardó el arma, pasó adentro y se sentó.<br />
Dentro de <strong>la</strong> furgoneta, al final de los asientos, había un hombre<br />
alto, rubio, con ropa casual de marca. —¿Y ese tiroteo? —<br />
preguntó—. ¿Quién coño es el vaquero este, Coco?<br />
—Ese es Marquito —respondió <strong>El</strong> Coco—, uña y carne conmigo,<br />
hombre a todas, y el otro es Cintras, mi suegro, un tipo<br />
probado.<br />
—¿Y <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>cera que ustedes estaban formando, con quién<br />
era?<br />
—Marquito estaba probando el hierro, que es nuevo.<br />
—Acabaste conmigo, Coco —dijo el hombre de <strong>la</strong> furgoneta—.<br />
Me l<strong>la</strong>mas tarde, te apareces con dos tipos nada más, y uno<br />
de ellos se pone a tirar tiros a los <strong>la</strong>tones de basura.<br />
<strong>El</strong> Coco y Cintras intercambiaron una mirada de entendimiento;<br />
Marquito fijó <strong>la</strong> vista en sus zapatos.<br />
—Cara, mi hermano —dijo <strong>El</strong> Coco—, tú no estás obligado a<br />
nada conmigo, ni yo contigo; si tú quieres, nos bajamos y ya.<br />
—No te hagas, Coco, tú sabes bien que ahora no tengo más<br />
remedio —dijo el hombre y dio un golpe en <strong>la</strong> carcasa del auto—<br />
. ¡Arranca!<br />
La furgoneta se puso en movimiento.<br />
—Para terminar <strong>la</strong>s presentaciones —dijo <strong>El</strong> Coco—, este es<br />
mi socio <strong>El</strong> Cara.<br />
—¿Tú, te l<strong>la</strong>mas Marquito, no? —preguntó <strong>El</strong> Cara sin más<br />
preámbulo—. ¿Tu hierro no está alineado? Te lo cambio.<br />
Marquito hizo un gesto de afirmación.<br />
237
CIENCIA FICCIÓN<br />
<strong>El</strong> Cara metió <strong>la</strong> mano en un gran envoltorio que estaba a sus<br />
pies, sacó un arma y se <strong>la</strong> tiró a Marquito. Éste <strong>la</strong> tomó y le dio<br />
<strong>la</strong> vuelta para ver <strong>la</strong> marca. Al leer, dio un respingo.<br />
<strong>El</strong> Cara hizo un gesto que lograba expresar tanto curiosidad<br />
como desdén.<br />
—No le gustan <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s chinas —explicó <strong>El</strong> Coco.<br />
—¡No jodas! —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong> Cara—. ¡Aquí todo es chino, mi<br />
hermano! Fíjate que, si <strong>la</strong> mujer me pare un chinito, yo no me voy<br />
a poner bravo.<br />
<strong>El</strong> Coco y Cintras corearon ruidosamente <strong>la</strong>s risotadas del<br />
Cara; Marquito con media boca.<br />
<strong>El</strong> Cara volvió a meter <strong>la</strong> mano en el envoltorio y comenzó a<br />
sacar paquetes que después les tiraba a los demás. —Son todos<br />
ajustables —dijo—, pero los hay más anchos, más <strong>la</strong>rgos, para<br />
todos los cuerpos. Busquen el suyo. Los cascos vienen en dos<br />
tal<strong>la</strong>s nada más, gente y cabezones.<br />
Los demás comenzaron a manipu<strong>la</strong>r los paquetes, y tras descubrir<br />
que eran armaduras para tronco y muslos, comenzaron a<br />
probárse<strong>la</strong>s.<br />
—Hecho en China, mi socio —le dijo <strong>El</strong> Cara a Marquito con<br />
expresión burlona—; lo siento, no tengo otra marca.<br />
—Él se lo pone, no te preocupes —dijo Cintras, observando<br />
cómo Marquito le daba vueltas al chaquetón—. La cabeza es por<br />
ahí.<br />
—No hagan <strong>la</strong> noche conmigo —masculló Marquito—, que<br />
yo no soy maricón de nadie.<br />
<strong>El</strong> Cara <strong>la</strong>rgó una carcajada. —¡No importa, chama! A cualquiera<br />
lo vaci<strong>la</strong>n, y no por eso deja de ser hombre; el bugarrón<br />
que te metió ese cuento te engañó. Tremenda pena me da contigo<br />
que te hayan convencido tan fácil.<br />
Todos menos Marquito rieron con ganas.<br />
—Bueno, el baleiro —anunció <strong>El</strong> Cara—. Díganme los calibres.<br />
238
CIENCIA FICCIÓN<br />
—<strong>El</strong> nueve ruso —dijo Cintras.<br />
—Cinco con siete del gordo.<br />
Marquito miró <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> que le acababan de dar y levantó<br />
nueve dedos. —Del americano —explicó.<br />
<strong>El</strong> Cara asintió comp<strong>la</strong>cido. —Tengo, y bueno —dijo—.<br />
Aluminio con acero para todo el mundo, de <strong>la</strong>s rápidas que se<br />
pueden disparar en lo que sea.<br />
Comenzó a sacar cargadores de pisto<strong>la</strong>, que primero miraba a<br />
<strong>la</strong> luz cenital del techo de <strong>la</strong> furgoneta y después repartía o ponía<br />
en el suelo.<br />
<strong>El</strong> Coco y Cintras se pusieron como niños con juguetes nuevos;<br />
Marquito cambió <strong>la</strong> expresión.<br />
—Les voy dando de esto por si se cayó un conecto que tenemos<br />
—explicó <strong>El</strong> Cara—, para conseguir Akás en el camino allá;<br />
más ade<strong>la</strong>nte sabremos si hay o no. Ah, los Akás no son chinos,<br />
son del tiempo de los rusos, pero están en tal<strong>la</strong>.<br />
De repente <strong>El</strong> Cara se calló y miró por una ventana.<br />
—¡Yuzaima! —gritó—. ¿Por dónde tú me estás llevando?<br />
Desde el asiento del conductor respondió una voz de mujer.<br />
—Estoy buscando <strong>la</strong> autovía de Reg<strong>la</strong>, como me dijiste.<br />
<strong>El</strong> Cara agitó <strong>la</strong> cabeza. —¡No hay tiempo! —dijo—. Vamos<br />
por el túnel; coge por el cuarto conducto.<br />
—¿Qué tú quieres hacer en <strong>El</strong> Morro a estas horas? —<br />
preguntó <strong>la</strong> conductora—. Además, nos van a parar.<br />
—En esa carrilera y en este carro, no. Parece de reparticiones.<br />
A <strong>la</strong> salida del túnel nos arreg<strong>la</strong>mos; lo importante es cruzar <strong>la</strong><br />
bahía —<strong>El</strong> Cara se sumergió de nuevo en su saco de equipo.<br />
Mientras, los <strong>otros</strong> hombres cambiaban sus cargadores por los<br />
nuevos. —No me los mezcles, Cintras —pidió <strong>El</strong> Coco.<br />
—Vienen pintados —dijo Marquito—. No hay pérdida.<br />
<strong>El</strong> Coco se dio palmetazos en varios puntos del chaquetón,<br />
comprobando como por instantes el traje se ponía rígido con los<br />
239
CIENCIA FICCIÓN<br />
golpes, y después movió los brazos y <strong>la</strong>s piernas. —Cómodo, está<br />
cómodo.<br />
Cintras, por su parte, apuntó con el arma a través de <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong>,<br />
persiguiendo en su desp<strong>la</strong>zamiento aparente a los faroles<br />
más lejanos de <strong>la</strong> Avenida del Puerto. —Vamos a partirle <strong>la</strong> vida<br />
a unos cuantos. ¡Páwata, páwata, páwata!<br />
Marquito asintió, mirando de reojo al atareado Cara a <strong>la</strong> vez<br />
que acariciaba su pisto<strong>la</strong>.<br />
<strong>El</strong> anfitrión le sirvió café al hombre de cabello crespo en una<br />
taza de porce<strong>la</strong>na azul. —¿Así o más, Sergio?<br />
Sergio negó con <strong>la</strong> cabeza. —Poquito. De café ya tengo en<br />
vena lo suficiente para una semana; este poquito te lo tomo para<br />
no hacerte un feo.<br />
—Tú siempre tan amable —sonrió el anfitrión mientras echaba<br />
en su taza una generosa cantidad—. Yo sí que no puedo resistirme<br />
a <strong>la</strong> segunda mejor exportación colombiana.<br />
—¿Esta gente no querrá?<br />
—No, hubieran venido aquí a <strong>la</strong> cocina.<br />
Sergio se apoyó contra <strong>la</strong> meseta del fregadero. —¿No hay<br />
camareras aquí?<br />
—No a esta hora. A esta hora no hay nada; gracias a Dios mi<br />
tarjeta me da acceso para todo, hasta para sacar <strong>la</strong> cafetera del<br />
estante, y el café de marca lo guardo en mi oficina.<br />
—Qué chino más atravesado este Cheng —dijo Sergio—, mira<br />
que poner <strong>la</strong> reunión para esta hora, y aquí en vez de en <strong>la</strong> Lonja<br />
del Comercio.<br />
—Fui yo quien decidió <strong>la</strong> hora y el lugar. No me pongas esa<br />
cara; tengo mis razones. La que te puedo contar es que no conviene<br />
aún que se sepa de estas negociaciones, y <strong>la</strong> noche, ya sabes, es<br />
<strong>la</strong> madre del secreto...<br />
—... y <strong>la</strong> hermana del silencio. Yo también he oído <strong>la</strong> canción<br />
—Sergio tomó un sorbo de café.<br />
240
CIENCIA FICCIÓN<br />
—Entiendes, entonces.<br />
—Conmigo no tienes problema, Pedro.<br />
Los dos se concentraron en el café.<br />
Sergio puso cara de éxtasis. —Pedro, este café está bueno.<br />
<strong>El</strong> otro sonrió. —¿Bueno nada más?<br />
—Tú sabes cómo soy yo —dijo Sergio—, cuando exagero es<br />
que estoy siendo amable, y cuando digo <strong>la</strong>s cosas normal, sin<br />
inf<strong>la</strong>r, estoy diciendo lo que siento. Y lo que siento es que este café<br />
es el mejor que me he tomado en años.<br />
Pedro se frotó <strong>la</strong>s uñas de <strong>la</strong> mano derecha contra su chaqueta<br />
y luego se <strong>la</strong>s sopló. —Tú sabes que yo me muevo en Colombia<br />
—dijo.<br />
—Yo sé como tú te mueves en Colombia, y que conste que no<br />
le digo nada a tu mujer, ni a <strong>la</strong> mía, que es lo mismo.<br />
—Aparte de eso, aparte de eso; tú sabes que yo tengo mis<br />
negocios allá. No te voy a decir nada, pero este café me lo rega<strong>la</strong><br />
una personalidad colombiana que le pisa los callos al presidente<br />
y no le pide perdón.<br />
Sergio sonrió. —Tú eres el hombre del negocio.<br />
—Y tú el de <strong>la</strong> ciencia —dijo Pedro—, siempre ha sido así. Por<br />
eso yo te respeto; por eso y porque sé que tú me respetas desde<br />
los tiempos de <strong>la</strong> universidad, cuando todo el mundo decía que yo<br />
era un inútil. Todo el mundo menos tú.<br />
—Si eso me ha valido tomarme este café contigo —Sergio<br />
puso <strong>la</strong> mano izquierda sobre el hombro de Pedro—, fue el mejor<br />
juicio de carácter que he hecho en mi vida.<br />
Pedro levantó <strong>la</strong> mano en un ademán moderador. —La cuestión<br />
ahora no es de juicio de carácter —dijo—, pero igual necesito<br />
tu confianza; confianza en mí y en mi juicio.<br />
Sergio suspiró. —Y confío, confío. Es sólo cuestión de punto<br />
de vista. Hay cosas que tú simplemente nunca vas a ver.<br />
Pedro puso <strong>la</strong> taza sobre <strong>la</strong> meseta y se cruzó de brazos.<br />
241
CIENCIA FICCIÓN<br />
—¿Cómo qué, a ver? —preguntó—. De verdad me interesa saber.<br />
—Bueno, tú puedes ver todo este asunto del shift a <strong>la</strong> AD y<br />
Taisun, <strong>la</strong> compatibilidad con el mundo y los chinos, en términos<br />
de política y de economía; yo los veo en términos de resistencia.<br />
—¿Resistencia? ¿Qué es eso de resistencia?<br />
—La que tú quieras. Cultural, económica, política.<br />
—¿Pero resistencia a qué?<br />
—Resistencia a ser una provincia del mundo —dijo Sergio—,<br />
en vez de un país.<br />
—No te entiendo —Pedro agitó <strong>la</strong> cabeza nerviosamente—.<br />
¿Qué quieres decir con eso?<br />
—Que sería muy bonito ser parte del mundo si el mundo fuera<br />
un lugar bonito; pero no lo es. Y no lo digo yo; tú también lees <strong>la</strong><br />
prensa extranjera. Ahora mismo, hay más cosas ma<strong>la</strong>s que buenas<br />
ocurriendo, y precisamente <strong>la</strong>s cosas ma<strong>la</strong>s prefieren <strong>la</strong>s redes<br />
para moverse. Mucho fraude, mucho negocio incierto y desfavorable,<br />
contenido basura. Y a todas esas cosas se les traba el paraguas<br />
para entrar aquí; llega despacio, sin ganas.<br />
—También a <strong>la</strong>s cosas buenas, sabes —apuntó Pedro—, de<br />
entrada y de salida.<br />
—Es idea que te haces. Los turistas no vienen por cable ni por<br />
satélite, ni <strong>la</strong>s maquinarias; y los cítricos, el café, el tabaco, el<br />
níquel, los músicos, <strong>la</strong> mano de obra, todo sale por barco o avión.<br />
Pedro dio unos golpecitos con los dedos en el enlosado de <strong>la</strong><br />
meseta; el material no percutió en lo absoluto. —No es tan simple<br />
como tú dices. La inferioridad tecnológica respecto al resto del<br />
mundo no es sólo un problema de transmisión de datos; también<br />
tiene efectos económicos.<br />
—Inferioridad en informática de usuario, Pedro, nada más, y<br />
eso no tiene tanto peso en nuestra economía. No te sigas creyendo<br />
esa propaganda de “eleve <strong>la</strong> eficiencia de su empresa con los nuevos<br />
ordenadores Fu<strong>la</strong>no”. A <strong>la</strong> hora del cuajo, nuestra economía<br />
242
CIENCIA FICCIÓN<br />
no tiene sectores que dependan de <strong>la</strong> informática b<strong>la</strong>nda. La agricultura,<br />
el turismo y <strong>la</strong> minería llevan equipos que usan software<br />
integrado, propietario y para técnicos. Aquí no andamos moviendo<br />
de un <strong>la</strong>do para otro terabytes de marketing, consultorías y<br />
servicios en línea.<br />
—Sí lo movemos —afirmó Pedro—. Hay mucho trabajo de<br />
oficina, mucho trabajo de gerencia que hacer. No caigas en el<br />
error de pensar que no lo hay, o que no es importante.<br />
—Eso es comodidad para <strong>la</strong>s secretarias, y eso no da nada —<br />
dijo Sergio mientras dejaba <strong>la</strong> taza en <strong>la</strong> meseta—. En cambio,<br />
¿tienes idea de cuántos técnicos viven de hacer emu<strong>la</strong>dores o<br />
ensamb<strong>la</strong>ndo piezas incompatibles? ¿De cuántos talleres hay<br />
fabricando piezas multiestándar? ¿De cuántas soluciones técnicas<br />
para problemas extremos generamos aquí y vendemos fuera? Es<br />
una industria nacional orientada a un mercado nacional, que da<br />
empleo y mueve capital pequeño; eso no lo tiene ningún país, y lo<br />
lloran. Tú sabes que lo lloran. Todos los economistas dicen que<br />
ojalá que haya de nuevo economías nacionales, que haya fronteras<br />
de nuevo, y este país es de los pocos que nunca dejó de tener<strong>la</strong>.<br />
¿Qué es nuestra situación tecnológica sino <strong>la</strong> frontera más<br />
dura del mundo? No, mi hermano, yo no me quiero montar en el<br />
carro del mundo, no ahora que hay tanta gente que quiere bajarse—.<br />
Sergio levantó <strong>la</strong> taza y pa<strong>la</strong>deó el último sorbo con expresión<br />
reconcentrada, como si estuviera sopesando sus propias<br />
pa<strong>la</strong>bras.<br />
Pedro apuró el fondo de su café. —Ya salió —sonrió cómplice<br />
mientras sostenía <strong>la</strong> taza entre ambas manos.<br />
—¿Salió qué?<br />
—La industria nacional. Tu industria nacional —Pedro marcó<br />
el “tu” con tono sarcástico.<br />
Sergio acarició con displicencia el so<strong>la</strong>pín que colgaba del<br />
bolsillo superior de su chaqueta. Decía “Investigadores indepen-<br />
243
CIENCIA FICCIÓN<br />
dientes” en austeras letras rojas sobre fondo cobalto. —Bueno,<br />
tengo que ha<strong>la</strong>r para mi <strong>la</strong>do, para mi gente ¿no? Oye —dijo en<br />
aire de mofa— está bueno este título que inventaste; lo que más<br />
me gusta es <strong>la</strong> onda de <strong>la</strong> investigación.<br />
—Tengo que mantener el nombre de mi empresa; no puedo<br />
mandar a hacer un so<strong>la</strong>pín que diga “Informáticos merolicos y<br />
delincuentes a medio tiempo”.<br />
Ambos rieron discretamente.<br />
—Bien, Sergio —dijo Pedro tomando <strong>la</strong> cafetera—, en vista de<br />
que no te puedo convencer, te voy a dar más café, hasta que te<br />
vuelvas adicto y te pueda chantajear.<br />
—Tú sí sabes cómo. Pero espérate, que este café se merece mi<br />
taza especial.<br />
Sergio se llevó <strong>la</strong> mano a un bolsillo interior del chaleco y sacó<br />
un objeto compuesto de dos aros plásticos concéntricos, de cinco<br />
centímetros de diámetro el de afuera y algo menos el de adentro.<br />
<strong>El</strong> exterior era transparente y tenía por encima un reborde que<br />
cubría al interior; por debajo tenía adherida una pelícu<strong>la</strong> traslúcida<br />
de un material tenue, casi inexistente, que atrapaba al aro<br />
pequeño. —Echa en el medio, sin miedo —dijo presentando el<br />
objeto ante <strong>la</strong> cafetera.<br />
Pedro puso cara de fastidio mientras dejaba caer un chorro<br />
tímido de café. Para su sorpresa, en cuanto el líquido tocó el<br />
material traslúcido, este cedió como una te<strong>la</strong> de araña, sin romperse,<br />
y bajó llevándose consigo el aro interior hasta separarlo<br />
diez centímetros del aro. Pedro se quedó boquiabierto observando<br />
el jarro en que se había convertido el artilugio.<br />
—Es una macromolécu<strong>la</strong> con memoria de forma —explicó<br />
Sergio—. La presión hidrostática <strong>la</strong> hace cambiar de estructura, y<br />
se estira y se tensa; se puede tomar el líquido sin peligro de que se<br />
recoja porque no recupera <strong>la</strong> forma de inicio hasta que <strong>la</strong> carga<br />
no baja de un umbral.<br />
244
CIENCIA FICCIÓN<br />
Pedro sacudió <strong>la</strong> cabeza benévo<strong>la</strong>mente. —A ti te encantan los<br />
tarequitos.<br />
—Me privan —reconoció Sergio—, me vuelven loco.<br />
—Y tú eres el que no quiere el shift; con <strong>la</strong> cantidad de tarequitos<br />
que no entran por incompatibilidad de estándares.<br />
—Precisamente por eso. Si mañana todas <strong>la</strong>s pirujitas de<br />
secundaria fueran a <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> con tacitas como ésta, me iba a<br />
deprimir cantidad. Ahora, yo soy una de <strong>la</strong>s cuatro o cinco personas<br />
en esta ciudad que tienen algo como esto. Dale, acaba de<br />
echarme el café.<br />
Marquito se acomodó <strong>la</strong>s cartucheras y pistoleras con ademanes<br />
viriles. Tenía el Ka<strong>la</strong>shnikov cruzado sobre el hombro, un pie<br />
ade<strong>la</strong>ntado para adoptar una pose perdonavidas y <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong> tan<br />
levantada que le debía ser incómodo mirar al frente. Llevaba dos<br />
fundas, una a <strong>la</strong> derecha para <strong>la</strong> nueve milímetros y otra a <strong>la</strong><br />
izquierda para el revólver, y cananas para <strong>la</strong>s tres armas.<br />
Cintras, de pie junto a él, rastril<strong>la</strong>ba una y otra vez el fusil,<br />
profiriendo expletivos y flexionando <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s cada vez que<br />
terminaba el ciclo del mecanismo. Llevaba el casco con los cierres<br />
sueltos y se le ba<strong>la</strong>nceaba con cada movimiento brusco.<br />
<strong>El</strong> Coco terminaba un cigarro sentado sobre <strong>la</strong> herrumbrosa<br />
cureña de uno de los grandes cañones españoles, con el Ka<strong>la</strong>shnikov<br />
en el regazo y cara de estar sacando cuentas; sus <strong>la</strong>bios musitaban<br />
números de vez en cuando.<br />
Alrededor de ellos, <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada exterior de <strong>la</strong> batería costera<br />
de tiempos coloniales estaba llena de vehículos y hombres armados<br />
o por armar, acompañando a los enormes cañones Ordóñez<br />
con un ajetreo guerrero que éstos no veían desde hacía más de un<br />
siglo. Por suerte para los hombres no había luna, y sus preparativos<br />
no eran visibles para <strong>la</strong> gente que estuviera en <strong>El</strong> Morro o en<br />
los primeros edificios de <strong>la</strong> urbanización del Este. Del reparto de<br />
La Cabaña y cercanías los tapaban <strong>la</strong> concavidad del terreno y <strong>la</strong><br />
245
CIENCIA FICCIÓN<br />
vieja mural<strong>la</strong> españo<strong>la</strong>; al norte no había sino el mar vacío, que<br />
además cubría todos los ruidos con su oleaje.<br />
<strong>El</strong> Coco terminó de arreg<strong>la</strong>r cuentas y se dedicó a observar a<br />
los demás. La mayoría galleaba, como Cintras y Marquito, o<br />
bromeaba peligrosamente. Unos pocos conversaban en grupos<br />
pequeños, menos estudiaban sus armas y su equipo. ¿Cómo rayos<br />
se había metido en tamaño brete con esta gente? Yunia; Yunia, <strong>la</strong><br />
muy puta desgraciada, ojalá y <strong>la</strong> mataran, pensó. Lo engañaba, se<br />
escapaba antes de que pudiera darle lo que se merecía, y lo dejaba<br />
sin un peso pero con <strong>la</strong>s deudas de sus caprichos. Tenía que salir<br />
bien de ésta, para encontrar a Yunia donde quiera se hubiera<br />
metido y meter<strong>la</strong> en una bañera con cal viva.<br />
—¿Pensando, Coco?<br />
<strong>El</strong> Coco levantó <strong>la</strong> vista. <strong>El</strong> Cara sí que estaba cargado de<br />
cosas, y eso que no llevaba AK.<br />
—No pienses tanto, Coco. <strong>El</strong> que piensa mucho se traba.<br />
—Estoy cogiendo fresco —sonrió <strong>El</strong> Coco—. Y nivelándome<br />
un poco; le quedan dos o tres patadas —le ofreció su cigarrillo al<br />
Cara.<br />
—No, qué va. Me hace falta estar c<strong>la</strong>ro. ¿Ves esto? —<strong>El</strong> Cara<br />
levantó en <strong>la</strong> mano derecha una semiesfera metálica del tamaño<br />
de una cabeza—. Tiene ruedas debajo —volteó el aparato—, y se<br />
mueve solo, pero yo lo tengo que guiar con un puntero láser.<br />
—¿Qué es, un juguete?<br />
<strong>El</strong> Cara negó con <strong>la</strong> cabeza. —Una bomba. Es para hacer un<br />
paso en un área minada.<br />
—Tremendo invento. ¿Y a donde vamos va a hacer falta?<br />
—Esto y más. Me dieron también <strong>la</strong>nzagranadas, <strong>la</strong>nzacohetes,<br />
bo<strong>la</strong> de inventos cómicos.<br />
—No me digas que vamos a tumbar al gobierno.<br />
<strong>El</strong> Cara se echó a reír. —No, es más serio. Vamos a quemar el<br />
edificio de una gran empresa. No tenemos que hacer nada espe-<br />
246
CIENCIA FICCIÓN<br />
cial, nada más que dejarlo inhabitable por un <strong>la</strong>rgo rato.<br />
<strong>El</strong> Coco dio un respingo. —Contra, mi hermano. Eso es grave.<br />
¿Y se supone que lo hagamos con esta gente?<br />
<strong>El</strong> rubio se dio <strong>la</strong> vuelta y observó a los hombres. —No importa<br />
—dijo volviendo a encarar al Coco—. Sólo tienen que hacer<br />
bulto. Yo y tú somos los que vamos a hacer esto. Yo llevo lo<br />
pesado y tú me cubres.<br />
—¿Y si se te rajan?<br />
—Tengo cuatro tipos haciendo <strong>la</strong> pa<strong>la</strong> —dijo <strong>El</strong> Cara—, repartiendo<br />
Yerba Negra, coca, hongo, Pata Caimán, Seboruca, pastil<strong>la</strong>s,<br />
de todo. No se va a rajar nadie. A ti no te ofrezco porque no<br />
es lo tuyo.<br />
<strong>El</strong> negro sonrió, dio <strong>la</strong> última cachada al cigarrillo y botó el<br />
extremo casi inexistente.<br />
Cuando <strong>la</strong> ínfima colil<strong>la</strong> cayó entre los matojos, <strong>El</strong> Cara se<br />
aproximó al otro hombre. —Coco, mi hermano, ¿de dónde tú<br />
sacaste a estos dos?<br />
<strong>El</strong> Coco se echó hacia atrás, poniendo <strong>la</strong>s manos ante sí como<br />
si temiera que el rubio fuera a desplomarse sobre él. —No te me<br />
pegues tanto, que me parece que me vas a dar un beso o cualquier<br />
mariconada.<br />
—Yo confiaba en que al menos tú me ibas a conseguir gente<br />
seria.<br />
—No se pudo, mi socio —dijo <strong>El</strong> Coco—. Es que estoy arrancado,<br />
no tengo ni para pagar el cuarto. Y así no te respetan, los<br />
duros de verdad no te siguen.<br />
<strong>El</strong> Cara puso una mano sobre el hombro del otro. —No hay<br />
problema. Cuando esto se acabe, vas a nadar en dinero. Ven —<br />
señaló hacia atrás con un movimiento de cabeza—, ayúdame a<br />
ponerle el blindaje a los carros.<br />
<strong>El</strong> Coco se cruzó el fusil a <strong>la</strong> espalda y siguió al Cara hasta <strong>la</strong><br />
parte posterior de una furgoneta, contento de tener algo físico que<br />
247
CIENCIA FICCIÓN<br />
hacer. Al llegar junto al vehículo <strong>El</strong> Cara abrió <strong>la</strong> puerta. —<br />
Ayúdame, que esto pesa —dijo seña<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> carga, unos rollos<br />
gruesos de un material mate pero per<strong>la</strong>do, de centelleos metálicos<br />
por <strong>la</strong> luz interior de <strong>la</strong> furgoneta. <strong>El</strong> Coco se acomodó <strong>la</strong> correa<br />
del Ka<strong>la</strong>shnikov y se inclinó para tomar el extremo de un pliego<br />
en lo que el rubio entraba y se ponía a empujarlo hacia fuera.<br />
—Puede tocar el piso, pero no dejes que se arrastre —dijo <strong>El</strong><br />
Cara.<br />
Sacaron trabajosamente seis rollos grandes y seis pequeños. Al<br />
terminar, <strong>El</strong> Coco dijo, secándose <strong>la</strong> frente: —Mi hermano, con <strong>la</strong><br />
cantidad de manganzones que hay aquí.<br />
—Son capaces de romperlo, y eso que es blindaje —<strong>El</strong> Cara<br />
salió del vehículo cargando una cesta plástica con tubos de spray<br />
de varios colores—. Pero para ponerlos sí van a tener que ayudar,<br />
al menos sostenerlos en lo que tú y yo echamos el spray.<br />
—¿Cómo funciona esto? —dijo <strong>El</strong> Coco acercando una mano<br />
curiosa a los tubos de spray.<br />
—<strong>El</strong> rojo es para <strong>la</strong> parte de adentro, para que pegue; el azul,<br />
para <strong>la</strong> parte de afuera, para que fragüe.<br />
<strong>El</strong> Coco tomó uno de los rojos. —¿Y con esto se pega en pintura<br />
de carro? ¿No se supone que no se le pegue nada?<br />
—Se pega, se pega. Se pega en cualquier cosa, y si no hay<br />
polvo, mejor todavía.<br />
—Bárbaro, entonces —reconoció el negro—. ¿Y el spray amarillo?<br />
—Sirve para zafarlo después; también para limpiarle <strong>la</strong> sangre.<br />
<strong>El</strong> Coco hizo un gesto de sorpresa. —¿Limpia <strong>la</strong> sangre?<br />
—Una pasada, y nada queda —dijo orgullosamente <strong>El</strong> Cara—<br />
. Ni gota.<br />
<strong>El</strong> Coco repuso en <strong>la</strong> canasta el spray rojo y tomó uno amarillo<br />
que sopesó caviloso. —Mi socio —dijo—, si al final te sobra<br />
uno de éstos, ¿me lo podrías pasar?<br />
248
CIENCIA FICCIÓN<br />
<strong>El</strong> hombre grueso y de mediana edad caminaba de un extremo<br />
a otro del pasillo llevándose de vez en cuando una mano al móvil<br />
que rodeaba su oreja. A <strong>la</strong> enésima vuelta, el hombre se detuvo,<br />
levantó <strong>la</strong> cabeza y dejó <strong>la</strong> mano fija apretando el aparato contra<br />
su cráneo. —¿Ricardo? —dijo—. Soy yo, Julio. Sí, todavía estoy<br />
aquí con <strong>la</strong> gente de <strong>la</strong> informática y el chino no ha llegado. No,<br />
no me parece que venga —hizo un gesto de impaciencia y cólera<br />
cuyo objetivo parecía ser su interlocutor—. ¿Para qué carajo...?<br />
—Su cara mostró duda. —No hay nada de qué hab<strong>la</strong>r, aquí todo<br />
el mundo tiene su idea hecha —dijo exasperado—. ¿Y eso te<br />
importa tanto como para tenerme a esta hora dando sánsara con<br />
esta gente? Además de que estoy muy cansado y cabrón para<br />
tirarle de <strong>la</strong> lengua a nadie, yo nunca he servido para sacarle cosas<br />
a <strong>la</strong> gente. ¿Cómo? —puso una expresión de incredulidad furiosa—<br />
¿Cómo que para qué yo sirvo? Eso es lo más desagradecido<br />
que me han dicho en años en <strong>la</strong> política, y mira que me han dicho<br />
cada cosa. Oye, yo soy un diputado elegido y no tengo por qué<br />
aguantarte esas cosas, ni mucho menos servirte de espía. No, no,<br />
óyeme tú a mí, bien c<strong>la</strong>ro: en este país tú no eres el único que tiene<br />
un grupo par<strong>la</strong>mentario, y yo sí que soy el único que manda en<br />
Cienfuegos; a ver qué me dice Cabreras de eso. —<strong>El</strong> hombre se<br />
puso en jarras—. No, yo me pongo como tú me pongas —y<br />
marcó <strong>la</strong> frase seña<strong>la</strong>ndo con el índice un punto culpable del<br />
piso—. Sí, yo sé lo que es <strong>la</strong> informática en el mundo moderno,<br />
estoy en <strong>la</strong> cabrona comisión nacional de eso. Sí, aquí se pueden<br />
decidir cuestiones muy importantes; mejor dicho, se podían, porque<br />
a esta hora ya el chino nos está vaci<strong>la</strong>ndo, haciéndole chistes<br />
a alguna puta, de que tiene a cinco guanajos desve<strong>la</strong>dos esperándolo.<br />
¿Hab<strong>la</strong>r con <strong>la</strong> gente? ¿De qué, Ricardo, de qué, dime, de<br />
qué que no se pueda hab<strong>la</strong>r en otro momento? Otra reunión se<br />
arreg<strong>la</strong> fácil, no jodas. —Escuchó con paciencia forzada durante<br />
dos minutos enteros—. Está bien, está bien; pero me <strong>la</strong> debes,<br />
249
CIENCIA FICCIÓN<br />
buena que me <strong>la</strong> debes.<br />
<strong>El</strong> hombre l<strong>la</strong>mado Julio tocó el móvil con <strong>la</strong> punta de un<br />
dedo, se metió ambas manos en los bolsillos y tomó por el corredor<br />
hacia <strong>la</strong> puerta del salón de conferencias. Al asomarse vio a<br />
Fernando y a Samuel sentados en extremos opuestos de <strong>la</strong> mesa.<br />
<strong>El</strong> primero lo invitó a entrar con un gesto, en tanto el otro mascul<strong>la</strong>ba<br />
expletivos. Julio rodeó <strong>la</strong> mesa por el <strong>la</strong>do de Fernando,<br />
rumbo al pullman.<br />
—<strong>El</strong> shift es tanto o más en interés de los chinos que nuestro<br />
—dijo Julio, dejándose desplomar en el pullman—. No debiéramos<br />
hacer ninguna concesión ni pactar condiciones de pago que<br />
no nos convengan.<br />
—¿Cómo así? —preguntó Samuel desde <strong>la</strong> mesa.<br />
—<strong>El</strong> shift nos va a poner maduritos para recoger. Después del<br />
shift, será muy fácil para ellos apoderarse del país entero. Y nos<br />
van a comer, fácil, como una galletica de crema; y nos van a<br />
comer tan bien, tan bien les vamos a sentar, tan digestivos, que ni<br />
van a dar <strong>la</strong>s gracias.<br />
—¿Por qué no van a dar <strong>la</strong>s gracias?<br />
—Porque ellos son así de hijos de puta.<br />
Samuel rió sardónicamente. —¿Qué tú crees de eso que dice<br />
Julio? —dijo girándose hacia Fernando.<br />
Fernando bajó el brazo en que descansaba <strong>la</strong> cabeza para<br />
poder hab<strong>la</strong>r. —Que a cualquiera se le va <strong>la</strong> mujer con un chino<br />
—masculló desganado.<br />
—Qué simpático —gruñó Julio—. Mi mujer está en mi casa,<br />
gracioso, que el<strong>la</strong> es decente. Además, yo no sé para qué hab<strong>la</strong> de<br />
mujeres alguien que no <strong>la</strong> ha visto pasar en años.<br />
—¿Y tú estás seguro que eso que tienes en casa es una mujer<br />
y no una caguama disfrazada?<br />
Julio se irguió en el pullman como si fuera a pararse. —¿A ti<br />
qué te pasa, tú quieres problemas conmigo? —dijo apoyando el<br />
250
CIENCIA FICCIÓN<br />
reto con manoteos.<br />
—No, ¿qué te pasa a ti? —dijo Fernando, también agresivo y<br />
gesticu<strong>la</strong>nte—. Uno viene aquí a hab<strong>la</strong>r de asuntos serios, y tú<br />
hab<strong>la</strong>ndo que si hijos de puta, que si galleticas de crema...<br />
<strong>El</strong> negro dio un manazo en <strong>la</strong> mesa. —¡Yo no me puedo creer<br />
esto! —dijo colérico—. Un diputado y el administrador de <strong>la</strong> red<br />
nacional metiendo guapería como si fueran un par de muchachitos<br />
—se levantó de un tirón, dejando los puños apoyados en <strong>la</strong><br />
mesa—. Si se van a entrar a gaznatones o a jalones de pelo, me<br />
avisan, que a mí no me gusta meterme estos shows.<br />
Los <strong>otros</strong> dos hombres se recogieron, apocados y en vergüenza.<br />
Samuel se sentó de nuevo, contro<strong>la</strong>ndo con sendas miradas <strong>la</strong><br />
paz que acababa de imponer. —Esto es serio, señores —advirtió—,<br />
así que hay que tratarlo con seriedad —se llevó <strong>la</strong> mano a<br />
<strong>la</strong> frente en un gesto de agobio—. Y el cabrón chino de mierda,<br />
que no llega.<br />
—Le he puesto un generador de mensajes automáticos —<strong>la</strong><br />
voz de Fernando era calma y conciliadora—. Cada diez minutos,<br />
con un programa de frases. No responde.<br />
—No le da <strong>la</strong> gana —dijo Julio.<br />
—O no tiene encima ningún receptor.<br />
—O lo tiene metido en los mismísimos...<br />
—¡Cago en diez cabrón! —gritó Samuel, derribando <strong>la</strong> sil<strong>la</strong><br />
para ponerse de pie—. ¿Quién carajo aquí tiene ganas de fajarse<br />
de verdad? ¿Quién carajo? —dijo, el rostro descompuesto y los<br />
ojos b<strong>la</strong>ncos—. ¡Yo sí estoy loco por meterle <strong>la</strong>s manos a alguien!<br />
—Si te vas a comer a alguien —intervino Sergio desde <strong>la</strong> puerta—,<br />
que sea al chino. En fin de cuentas, él es el culpable de que<br />
<strong>la</strong> gente esté como está.<br />
—No jodas —dijo Samuel, <strong>la</strong> cabeza hundida entre los hombros<br />
como si intentara tragarse algo imposible—. <strong>El</strong> chino no es<br />
251
CIENCIA FICCIÓN<br />
el que está acabándome <strong>la</strong> paciencia; son acá el señor político y el<br />
señor tecniquito.<br />
—¿Qué te hicieron?<br />
—Me sacan de quicio. Llevan <strong>la</strong> noche entera tirándose escupidas<br />
y no han empezado <strong>la</strong> piñacera todavía, le ronca <strong>la</strong> berenjena,<br />
con <strong>la</strong>s ganas que le tengo yo al gordo este, que me tiene<br />
seco a punta de sobornos.<br />
Julio hizo un intento por levantarse del pullman. —Samuel, yo<br />
no te puedo permitir...—dijo luchando por acercar el trasero al<br />
borde—...una cuestión de respeto...<br />
Sergio se llevó el índice a los <strong>la</strong>bios, mirando fijamente al<br />
diputado mientras se acercaba al pullman por el <strong>la</strong>do de Samuel.<br />
Al pasar palmeó suavemente el hombro del negro. —Esa es <strong>la</strong><br />
idea —dijo con voz suave—, que nos fajemos entre nos<strong>otros</strong> y no<br />
con él. Todo está pensado.<br />
—¿Pero por qué? —preguntó Fernando—. ¿Por qué tiene que<br />
ser el señor Cheng un hijo de puta? ¿A ver, es porque todos los<br />
chinos lo son?<br />
—No, ni remotamente —Sergio se dejó caer junto a Julio y le<br />
dio una palmada en <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong> al enrojecido político—. Pero te<br />
puedo asegurar que nunca has visto nada más degenerado y cruel<br />
que un chino con dinero o poder. Les hace peor efecto que a nos<strong>otros</strong>,<br />
por mi madre.<br />
—¿Y por qué? ¿Porque tú lo dices?<br />
—Bueno, yo los vengo estudiando desde el otro gobierno y<br />
algo les sé. Yo te digo que son diferentes a nos<strong>otros</strong>, que piensan<br />
cosas muy diferentes de <strong>la</strong> vida, y esas diferencias se hacen más<br />
evidentes en los negocios.<br />
Samuel volteó <strong>la</strong> cabeza hacia Sergio. —¿Y a ti quién te hizo<br />
el experto en chinos?—. Aun tenía un tono iracundo.<br />
—Yo mismo. Yo leo en chino bastante bien y me he leído sus<br />
libros y sus periódicos, y sus páginas web, todo lo que escriben<br />
252
CIENCIA FICCIÓN<br />
cuando no hay extranjeros mirando. Y te repito, lo que a nos<strong>otros</strong><br />
nos vira al revés a ellos los deja fríos, y lo que a ellos les da<br />
asco a nos<strong>otros</strong> nos parece natural.<br />
—Eso es racismo, mi hermano. Tú nunca me has dicho nada<br />
ni me has hecho una mierda, pero parece que a los chinos no los<br />
llevas tan bien como a los negros.<br />
—Lo de racismo es re<strong>la</strong>tivo; si tú vieras lo que ellos dicen de<br />
los extranjeros —Sergio se llevó <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> nuca—. Mira, no<br />
digo que sean peores ni mejores, ni que haya que tratarlos así ni<br />
asá, ni mucho menos echarlos a los perros. Es sólo que en negocios<br />
grandes, donde <strong>la</strong> gente ni siquiera tiene <strong>la</strong> decencia o <strong>la</strong><br />
moral de su cultura, sí conserva <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> entraña; y <strong>la</strong> de ellos es<br />
diferente a <strong>la</strong> nuestra.<br />
Quedaron en silencio, cavilosos, como atrapados. Los cuatro<br />
estuvieron así por unos minutos, hasta que de repente irrumpió<br />
en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> el anfitrión.<br />
—No me lo van a creer —dijo Pedro con azoro—. Hay una<br />
gente atacando el edificio.<br />
Fernando, Samuel y Julio levantaron simultáneamente <strong>la</strong> vista<br />
hacia Pedro; Sergio resopló y se encogió de hombros sin alzar <strong>la</strong><br />
vista.<br />
—¿Cómo? —preguntó Samuel—. ¿Atacando?<br />
—¡Pero qué es esto! –dijo Fernando—. ¿Adónde va a parar<br />
este país?<br />
—Tengan calma —dijo Pedro—, el edificio es imposible de<br />
penetrar. Además, tenemos una nueva sorpresa para intrusos;<br />
china, por más señas.<br />
<strong>El</strong> puño izquierdo del saco de Cheng emitió un leve zumbido<br />
que más que ruido era cosquil<strong>la</strong>, sacándolo de su ensimismada<br />
observación de <strong>la</strong> Bahía.<br />
Cheng frotó el índice de <strong>la</strong> mano derecha en <strong>la</strong> te<strong>la</strong> del puño y<br />
esta se cubrió de cuadros de líneas luminiscentes, que a su vez se<br />
253
CIENCIA FICCIÓN<br />
llenaron de caracteres alfanuméricos formando un mensaje en<br />
español. “¿Le ha ocurrido algún percance, señor? ¿Le pudiéramos<br />
ayudar en algo?”, leyó Cheng con frustración. Era el tercero de<br />
los correos del maldito negociador nativo. En el primero se había<br />
interesado por su salud y en el segundo le ofreció un auto. Qué<br />
persistencia, qué inútil y molesta persistencia. Si tan sólo supieran.<br />
Cheng rozó con los dedos el área de interfase del puño,<br />
introduciendo comandos para bloquear al emisor de los mensajes,<br />
y finalmente presionó el meñique sobre el espacio correspondiente<br />
al reloj.<br />
Ya debía haber empezado.<br />
Después de sacar unos binocu<strong>la</strong>res de <strong>la</strong> guantera, Cheng salió<br />
del auto, fue hacia <strong>la</strong> capota y se sentó de frente al fondo de <strong>la</strong><br />
Bahía y <strong>la</strong> urbanización de Reg<strong>la</strong>. Gracias a <strong>la</strong> altura de <strong>la</strong> Loma<br />
de La Cabaña tenía buena perspectiva tanto de <strong>la</strong> zona vieja, más<br />
cercana, de casitas antiguas y apretadas entre sí, como de <strong>la</strong><br />
moderna, emergente en áreas más abiertas y con algunas recientes<br />
construcciones elevadas. Entre estas últimas estaría el edificio de<br />
<strong>la</strong> reunión. Lo halló después de una breve búsqueda y levantó el<br />
<strong>la</strong>rgavista con un suspiro impaciente.<br />
Ahí estaban; seis furgonetas en <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada abierta a un costado<br />
del edificio, haciendo una media luna con el seno apuntado<br />
hacia <strong>la</strong> entrada del parqueo interior. Detrás de los vehículos,<br />
hombres parapetados hacían fuego sin orden ni coraje aparentes.<br />
Cheng rió: a su <strong>la</strong>rga lista de defectos, los nativos añadían <strong>la</strong><br />
cobardía y <strong>la</strong> ineptitud militar. No obstante, pronto <strong>la</strong> fuerza del<br />
número dio a los asaltantes <strong>la</strong> victoria sobre los guardias de <strong>la</strong><br />
garita. Comenzaron a acercarse a <strong>la</strong> puerta, hasta que de repente<br />
varios de ellos cayeron al suelo en el intervalo de unos segundos,<br />
como figuras de cartón sop<strong>la</strong>das, y el resto volvió en desorden al<br />
refugio de los carros. Cheng pensó que alguno de los guardias de<br />
<strong>la</strong> garita había podido activar <strong>la</strong>s armas automáticas de <strong>la</strong> entrada<br />
254
CIENCIA FICCIÓN<br />
del parqueo antes de caer muerto o herido, tomando a los atacantes<br />
por sorpresa.<br />
Para entender mejor <strong>la</strong> situación, Cheng hizo el intento por<br />
acercar <strong>la</strong> imagen, pero se le hizo borrosa e imprecisa. Las sofisticadas<br />
lentes de aceite graduables por micro electricidad, corregidas<br />
mediante láser y probadas en Indochina y en el Ártico, no<br />
funcionaban bien en <strong>la</strong> combinación local de presión, temperatura,<br />
humedad y composición del aire. Un asco de país, se dijo<br />
Cheng reenfocando <strong>la</strong> vista.<br />
Algo se podía ver, no obstante, gracias sobre todo a <strong>la</strong> iluminación<br />
de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>zoleta. Cheng se centró en uno de los hombres, al<br />
cual vio saltar de <strong>la</strong> protección de una furgoneta a <strong>la</strong> de otra, y<br />
que cayó tirado en el suelo y haciendo grandes aspavientos.<br />
Seguramente lo habría herido alguna de <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras autoapuntadas,<br />
así como a los demás que yacían en <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada. Un<br />
par de semanas antes <strong>la</strong> firma de Cheng había vendido e insta<strong>la</strong>do<br />
tecnología de vigi<strong>la</strong>ncia y defensa por armas automáticas a <strong>la</strong><br />
empresa dueña del inmueble, y por supuesto, los asaltantes no<br />
habían tenido tiempo de enterarse, o tan siquiera <strong>la</strong> precaución de<br />
investigar. ¿Por qué todos en este país tenían que ser tan chapuceros<br />
y descuidados? ¿Por qué lo dejaban todo para el final, o<br />
incluso para el momento de <strong>la</strong> verdad, cuando ya nada podía<br />
hacerse? Todo al desgano, improvisado. En ese sentido eran aún<br />
peores que el resto de los occidentales, que ya era mucho decir. Si<br />
al menos tuvieran algún rasgo que los redimiera de <strong>la</strong> desidia, de<br />
<strong>la</strong> incuria rampante... pero en seis meses entre los naturales Cheng<br />
no había hal<strong>la</strong>do tal cosa.<br />
La situación en <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada no se definía; los hombres permanecían<br />
tras los vehículos, blindados al parecer. Dos pobres<br />
ametral<strong>la</strong>doras automáticas los mantenían c<strong>la</strong>vados al suelo, sin<br />
posibilidad de avanzar o retroceder, como perros callejeros en<br />
espera del carro de sanidad urbana. Cheng pensó en todo cuanto<br />
255
CIENCIA FICCIÓN<br />
hubiera hecho un equipo de asalto realmente profesional, incluso<br />
con muy poco equipo. Desde cegar los sensores ópticos con punteros<br />
láser como el que le viera a uno de los atacantes, a quemar<br />
los neumáticos de repuesto y un tanque de gasolina para crear<br />
pantal<strong>la</strong>s de calor y humo. Incluso les hubiera ido mejor intentando<br />
agujerear <strong>la</strong> pared exterior con explosivos.<br />
De repente un estallido de luz entró por <strong>la</strong> izquierda de <strong>la</strong><br />
visión de Cheng, haciendo que los binocu<strong>la</strong>res se ennegrecieran<br />
para proteger sus ojos. Cheng esperó un segundo a recuperar <strong>la</strong><br />
c<strong>la</strong>ridad, y desp<strong>la</strong>zó su perspectiva en busca del origen de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>marada.<br />
Tras un paneo, descubrió a un hombre alto y rubio,<br />
escudado tras <strong>la</strong> última furgoneta, que llevaba un <strong>la</strong>nzacohetes.<br />
Después de todo, al menos uno tiene recursos y agal<strong>la</strong>s, pensó<br />
Cheng; pero no los había mostrado a tiempo, pues desde <strong>la</strong> carretera<br />
se escuchaba el ulu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong>s sirenas policiales. Los atacantes<br />
estaban en <strong>la</strong> clásica situación de sitiadores sitiados.<br />
Cheng dirigió los binocu<strong>la</strong>res hacia <strong>la</strong> gran puerta metálica del<br />
parqueo, a los <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> cual estaban <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras, y<br />
descubrió divertido que ambas seguían incólumes. De seguro<br />
habían detectado y destruido el cohete en pleno vuelo. La<br />
tecnología se derivaba del sistema de protección de vehículos de<br />
combate gracias al cual <strong>la</strong>s fuerzas blindadas chinas habían<br />
ap<strong>la</strong>stado al ejército indio con pérdidas ínfimas. Debían hacer<br />
algo mejor los asaltantes, si querían neutralizar a <strong>la</strong>s armas<br />
automáticas para al menos escapar con calma.<br />
Justo entonces Cheng escuchó un fortísimo estruendo proveniente<br />
de <strong>la</strong> carretera; una explosión tan potente que <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas<br />
de sus pies sintieron <strong>la</strong> vibración del suelo. “Sí que hicieron un<br />
p<strong>la</strong>n”, pensó Cheng, “al menos esto previeron”. Si los atacantes<br />
lograban obstruir por completo el paso por <strong>la</strong> estrecha carretera,<br />
habrían ganado unos quince minutos, el tiempo que demoraría en<br />
llegar una compañía del próximo cuartel de <strong>la</strong> policía especial, en<br />
256
CIENCIA FICCIÓN<br />
Cojímar. No obstante, aun estaban en una situación complicada,<br />
y ciertamente no le veía <strong>la</strong> salida.<br />
—¡Dime qué carajo hacemos ahora! —gritó <strong>El</strong> Coco—. ¡Tú<br />
inventa cómo sacarme de aquí!<br />
—¡Cál<strong>la</strong>te, Coco! —dijo <strong>El</strong> Cara—. ¡Déjame pensar, por tu<br />
madre!<br />
En el suelo, detrás del negro, Marquito lloraba quejoso, sin<br />
casco, con <strong>la</strong> espalda contra <strong>la</strong> furgoneta y aferrándose desesperadamente<br />
<strong>la</strong> pierna derecha, sangrante. —Coco, me muero —<br />
decía—. Me mataron, Coco. Sálvame, mi hermano; sálvame que<br />
me mataron.<br />
—¡Me cago en tu madre, Marquito! ¡No me jodas más!<br />
Marquito prorrumpió en sollozos.<br />
<strong>El</strong> Cara hizo ademán de descansar el tubo del <strong>la</strong>nzacohetes<br />
contra su hombro, pero en cuanto el metal se acercó a su rostro<br />
lo apartó de sí. —Esta mierda quema —dijo sorprendido—. Debe<br />
ser por los guantes que no me doy cuenta, pero está que jode.<br />
Furioso, <strong>El</strong> Coco le arrebató el arma tomándo<strong>la</strong> por el órgano<br />
de puntería y <strong>la</strong> <strong>la</strong>nzó lo más lejos que pudo. —¡No comas más<br />
mierda con los coheticos y piensa algo!<br />
<strong>El</strong> Cara desenfundó su pisto<strong>la</strong> y <strong>la</strong> pegó al visor del Coco.<br />
—¿A ti que coño te pasa? —<strong>la</strong>dró—. ¡Yo soy hombre hasta para<br />
morirme!<br />
<strong>El</strong> cañón del AK del Coco se pegó al pecho del rubio. —Aquí<br />
todos somos hombres, Cara —dijo <strong>El</strong> Coco—, pero nadie quiere<br />
morirse. Después, si tú quieres, nos vemos <strong>la</strong>s caras; pero ahora<br />
inventa algo, que para algo tienen que servir ustedes los b<strong>la</strong>nquitos.<br />
Los <strong>otros</strong> cuatro hombres que compartían con ellos <strong>la</strong> protección<br />
de <strong>la</strong> furgoneta observaban <strong>la</strong> escena sin decir pa<strong>la</strong>bra.<br />
Tras unos segundos de inmovilidad, <strong>El</strong> Cara guardó el arma<br />
con movimientos lentos y cautelosos. —Está bien, ya habrá tiem-<br />
257
CIENCIA FICCIÓN<br />
po para resolver <strong>la</strong>s cosas —dijo—. Pero haz que se calle el guanajo<br />
ese, que no me deja pensar.<br />
<strong>El</strong> Coco bajó el arma y se dio <strong>la</strong> vuelta arrodillándose junto a<br />
Marquito, quien seguía llorando ruidosamente.<br />
La sangre del joven le manchaba toda <strong>la</strong> pernera derecha y<br />
ambos antebrazos, pero parecía brotar lentamente, no a chorros.<br />
<strong>El</strong> Coco hizo el intento de apartar <strong>la</strong>s manos de Marquito del área<br />
encima de <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>, lo cual provocó gritos de dolor y más l<strong>la</strong>nto.<br />
—¡Estate quieto, maricón! —gritó <strong>El</strong> Coco y le dio una bofetada<br />
al herido—. ¡Que te calles! —y repitió el manotazo con más<br />
fuerza—. ¡Déjame ver!<br />
Marquito paró de llorar y comenzó a jadear roncamente, pero<br />
puso <strong>la</strong>s manos a ambos <strong>la</strong>dos del cuerpo, dejando al otro plena<br />
libertad.<br />
—¿Dónde es? —preguntó <strong>El</strong> Coco.<br />
Marquito se señaló <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong> con el mentón.<br />
—¿Y por qué hay tanta sangre más arriba? —se preguntó el<br />
negro—. Déjame ver —se fijó en el faldón de <strong>la</strong> armadura, que<br />
caía sobre el muslo. Justo bajo <strong>la</strong> cadera, había un pequeño agujero,<br />
circundado por una pequeña hinchazón del material, como<br />
un ínfimo volcán. <strong>El</strong> Coco levantó <strong>la</strong> pieza y tanteó el ensangrentado<br />
pantalón en <strong>la</strong> zona debajo del agujero. <strong>El</strong> herido <strong>la</strong>nzó un<br />
grito de dolor.<br />
<strong>El</strong> Coco hizo un gesto de comprensión, y bajó <strong>la</strong> mano hasta<br />
cerca de <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>. Se veía un desgarro de <strong>la</strong> te<strong>la</strong> y mayor profusión<br />
de sangre. —Chif<strong>la</strong>ste, Marquito —dijo—. Una ba<strong>la</strong> loca, te<br />
entró por <strong>la</strong> cadera y te salió por abajo, pero sin tocar el hueso ni<br />
<strong>la</strong>s venas gordas. La verdad que no hay dos ba<strong>la</strong>zos iguales. Va y<br />
te salvas.<br />
—Si tuviera un arma de ba<strong>la</strong>s pesadas y de mucha puntería<br />
—dijo de repente <strong>El</strong> Cara—, podría intentar darle a <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras<br />
y echarles a perder una pieza; el<strong>la</strong>s mismas se romperían<br />
258
CIENCIA FICCIÓN<br />
disparando. Puedo apuntar<strong>la</strong> sin peligro con una pieza especial<br />
del puntero láser.<br />
—¡Bárbaro! —<strong>El</strong> Coco se olvidó de Marquito y se volvió hacia<br />
<strong>El</strong> Cara—. Vamos, yo mismo tiro con el aparato ese.<br />
—Pero no sé con qué —dudó <strong>El</strong> Cara—. Estos AK están ya<br />
viejos, no le darían a nada, sin contar que se calientan tanto que<br />
va y les tiran. Y <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s que trajimos, dudo que alguna les<br />
pueda hacer algo; esas ametral<strong>la</strong>doras son de tanque, creo, y<br />
aguantan golpe.<br />
<strong>El</strong> Coco regresó a Marquito, e ignorando <strong>la</strong>s quejas y protestas<br />
de éste, le sacó el Taurus de <strong>la</strong> pistolera donde lo tenía mal<br />
embutido a <strong>la</strong> fuerza. —¿Sirve este hierro? —preguntó—. ¿Sirve?<br />
Pedro guardó el móvil con expresión sombría. —Señores, muy<br />
ma<strong>la</strong>s noticias. Los atacantes se <strong>la</strong>s ingeniaron para destruir <strong>la</strong>s<br />
armas automáticas y les están metiendo explosivos a <strong>la</strong>s puertas.<br />
—¡Chinas tenían que ser! —exc<strong>la</strong>mó Julio—.¿Lo ven?<br />
—No jodas con eso ahora —dijo Fernando—. ¿Qué hacemos?<br />
—No teman —dijo Pedro—, aun después de derribar <strong>la</strong> puerta<br />
del parqueo, que no va ser tan fácil, se <strong>la</strong>s verán con <strong>la</strong> guarnición<br />
interna y todas <strong>la</strong>s puertas interiores.<br />
—¿Cuántos son? —dijo Sergio.<br />
—Buena pregunta.<br />
Pedro hizo un gesto de anuencia y levantó el móvil otra vez.<br />
Tras dictar el contacto, le dio <strong>la</strong> espalda a los demás. Cuando se<br />
volvió, dos minutos después, tenía expresión muerta y los <strong>la</strong>bios<br />
caídos. —<strong>El</strong> jefe de <strong>la</strong> guarnición dice que ellos son demasiados y<br />
tienen armamento pesado. No garantiza seguridad al ciento por<br />
ciento.<br />
—¿Y <strong>la</strong> policía?<br />
—No esperamos a <strong>la</strong> unidad de Cojímar hasta dentro de diez<br />
minutos, como mínimo —suspiró Pedro—. Pudiéramos pedir<br />
ayuda a <strong>la</strong> guarnición del Complejo Morro Cabaña, pero no me<br />
259
CIENCIA FICCIÓN<br />
llevo bien con el dueño de <strong>la</strong> cadena que lo maneja. En mi opinión,<br />
debemos tomar el ascensor ejecutivo antes de que tomen el<br />
parqueo interior, para poder llegar bien tranquilos al bunker del<br />
pánico.<br />
—¿Cuál pánico? –preguntó Sergio.<br />
—Muy gracioso —gruñó Fernando—. Vámonos ya, coño —y<br />
se levantó de <strong>la</strong> mesa camino al pasillo; los demás lo siguieron,<br />
Sergio de último.<br />
En el corredor Pedro tomó <strong>la</strong> de<strong>la</strong>ntera. —Yo los guío; vamos<br />
a tomar el elevador ejecutivo —anunció—. No tengan miedo,<br />
desde que se dio <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma de ataque y mientras no se dec<strong>la</strong>re<br />
incendio o derrumbe, ningún elevador llega al primer piso o al<br />
garaje, excepto el de <strong>la</strong> guarnición. Sólo yo puedo cambiar eso,<br />
desde el bunker del pánico. No llegarán a nos<strong>otros</strong> tan fácilmente,<br />
—¿Y <strong>la</strong>s escaleras? —preguntó Fernando.<br />
—Co<strong>la</strong>psaron automáticamente algunos tramos y bajaron <strong>la</strong>s<br />
rejas.<br />
—Esto es una fortaleza, señores —dijo apaciguador Sergio—.<br />
Ni les puedo empezar a decir todas <strong>la</strong>s medidas de seguridad que<br />
tiene.<br />
—Sí, pero esa gente se tiró a pesar de eso —dijo Julio—.<br />
Seguro vienen preparados para romper esto como un coco seco.<br />
Sergio dio un bufido de impaciencia y le dio un codazo a<br />
Samuel, que caminaba a su <strong>la</strong>do; el negro le respondió con un<br />
ademán molesto, sin virar el rostro serio y tenso.<br />
—Ah, señores —dijo Sergio—. A ustedes les faltan aventuras<br />
en La Habana.<br />
—Tú eres mi hermano, pero si vas a hab<strong>la</strong>r tanta mierda en el<br />
bunker —dijo Pedro—, te juro que te dejo fuera, ¿me oíste?<br />
¿Sergio?<br />
Sergio estaba parado varios pasos más atrás en el pasillo y se<br />
llevaba <strong>la</strong> mano al bolsillo interior del chaleco, hurgando nervio-<br />
260
CIENCIA FICCIÓN<br />
samente. —Caramba, se me quedó <strong>la</strong> taza en <strong>la</strong> cocina.<br />
Fernando se giró hacia él sin dejar de caminar. —Por tu madre,<br />
Sergio, al ascensor.<br />
Sergio sacudió <strong>la</strong> cabeza. —Ná, ni loco. Si yo dejo esa taza ahí,<br />
más nunca <strong>la</strong> vuelvo a ver, por hache o por be. Vayan de<strong>la</strong>nte, que<br />
después yo bajo solo.<br />
—Ni se te ocurra —Samuel se dio vuelta en el umbral del<br />
ascensor—. Bajamos todos juntos.<br />
Mientras, el guardia de seguridad había entrado al ascensor y<br />
se colocaba ante el panel de mando. Sergio vio <strong>la</strong> desesperación<br />
enjau<strong>la</strong>da en sus ojos. —Bajen, bajen —insistió—. Total, qué<br />
puede pasar.<br />
—No estoy para esto, te lo juro —protestó Julio, apenas visible<br />
desde una esquina del ascensor—. Hay gente ahí abajo con<br />
armas <strong>la</strong>rgas, Sergio.<br />
—Igual que <strong>la</strong> guarnición, señores —dijo Sergio—. Y hay<br />
muchas barreras, ¿no es verdad, Pedro?<br />
—Haz lo que te dé <strong>la</strong> gana —respondió Pedro, que ya estaba<br />
con el resto dentro del aparato—. Nos<strong>otros</strong> bajamos; te vamos a<br />
dejar <strong>la</strong> puerta del bunker abierta por cinco minutos, fíjate, cinco<br />
minutos —y pasando el brazo por sobre el hombro del guardia,<br />
rozó el panel de mando.<br />
—Cualquier cosa me escondo en el baño —aseguró Sergio<br />
saludando con <strong>la</strong> mano mientras <strong>la</strong>s puertas se deslizaban; justo<br />
antes de que llegaran a cerrarse, escuchó a Julio decir algo acerca<br />
de un imbécil que no se tomaba nada en serio.<br />
Sergio rió para sus adentros y se dio vuelta para ir a <strong>la</strong> cocina.<br />
Dio tres pasos.<br />
De pronto sintió a sus espaldas un fragor como de metales<br />
muriendo, mientras un golpe instantáneo de viento ardiente y<br />
seco le quemaba <strong>la</strong> nuca. Quedó atontado por unos segundos,<br />
suspendido en un estupor, con <strong>la</strong> vista nub<strong>la</strong>da y temblores por<br />
261
CIENCIA FICCIÓN<br />
todo el cuerpo; el instinto le decía que sus sentidos habían sido<br />
conmocionados y que <strong>la</strong> aparente ausencia de sensaciones era una<br />
sobrecarga. En breve recuperó <strong>la</strong> percepción de su piel, agostada<br />
e hipersensible como si se hubiera inso<strong>la</strong>do; de sus oídos, apelmazados<br />
por una presión que ni recordaba; y de <strong>la</strong> vista, un tanto<br />
errática en los bordes. <strong>El</strong> equilibrio no quiso reaparecer. Reuniendo<br />
fuerzas, se dio <strong>la</strong> vuelta trabajosamente y miró en dirección a <strong>la</strong><br />
puerta del ascensor.<br />
La humareda, tenue y poca, se deshacía rápidamente, y al<br />
fondo <strong>la</strong>s hojas del ascensor estaban entreabiertas, lo suficiente<br />
para que una persona pudiera meter los hombros. Sergio se acercó<br />
cautelosamente, percibiendo <strong>la</strong> calidez que emanaba de los<br />
metales, y miró por <strong>la</strong> abertura. <strong>El</strong> piso de <strong>la</strong> caja había desaparecido,<br />
al menos en <strong>la</strong> sección que él alcanzaba, y allá abajo se<br />
veían <strong>la</strong> oscura pared del pozo y los raíles de guía. Al subir <strong>la</strong> vista<br />
asustado por <strong>la</strong> inesperada negrura, descubrió algo que no había<br />
notado antes en <strong>la</strong> mampara del ascensor.<br />
Asqueado, se tiró contra <strong>la</strong> pared del pasillo, refugiando <strong>la</strong><br />
espalda en el frescor del falso mármol; los ojos cerrados, <strong>la</strong>s<br />
manos crispadas, <strong>la</strong> mente en un ciclo de sangre y colgajos chamuscados.<br />
Alguien había p<strong>la</strong>neado muy detal<strong>la</strong>damente cómo matarlo de<br />
<strong>la</strong> forma más inevitable posible: destrozado y quemado vivo con<br />
una explosión de alto calor primero, y arrojado luego desde un<br />
piso dieciocho por el pozo de un ascensor. Probablemente gracias<br />
a un sensor de presión calcu<strong>la</strong>do para cinco personas en <strong>la</strong> caja<br />
del elevador, que activaría cargas de chorro térmico en los soportes<br />
del suelo. Cinco personas; todos y cada uno de los invitados a<br />
<strong>la</strong> reunión. <strong>El</strong> guardia de seguridad había tomado su lugar.<br />
Una técnica de dim mok. Preparar <strong>la</strong> bomba, un toque, atacar<br />
un punto afuera, el otro; los verdaderos b<strong>la</strong>ncos, como el chino,<br />
se mueven hacia un punto donde les dan el golpe final, <strong>la</strong> explo-<br />
262
CIENCIA FICCIÓN<br />
sión. Que en vez de simplemente reventarlos les vo<strong>la</strong>ran el suelo<br />
bajo los pies, podría ser un toque de sadismo, o un mensaje.<br />
Y el tal Cheng nunca había llegado a <strong>la</strong> reunión.<br />
Hijos de <strong>la</strong> gran puta, pensó Sergio. Solo ellos.<br />
Escapar.<br />
No había cómo.<br />
Sólo desde el bunker o el centro de mando se podría cambiar<br />
el status de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma de asalto a incendio o algún otro tipo de<br />
catástrofe, y sólo bajo otro status de a<strong>la</strong>rma podría usar los <strong>otros</strong><br />
ascensores o <strong>la</strong>s escaleras; el mismo Sergio había diseñado el sistema,<br />
por trasmano. <strong>El</strong> único medio de moverse a través del edificio<br />
durante un asalto era el elevador ejecutivo, y estaba inutilizado.<br />
¿Lo estaba?<br />
Si <strong>la</strong>s cargas térmicas se habían colocado con profesionalidad,<br />
el chorro sería muy direccional; si acaso un poco se habría desviado,<br />
como evidenciaba <strong>la</strong> sangre en <strong>la</strong>s paredes. La maquinaria y<br />
<strong>la</strong> electrónica bien podrían haber salido indemnes. Sergio se apartó<br />
de <strong>la</strong> pared e hizo el esfuerzo de estudiar el estado del aparato<br />
metiendo <strong>la</strong> cabeza entre <strong>la</strong>s puertas. <strong>El</strong> panel de controles y el<br />
techo estaban intactos, <strong>la</strong>s paredes y puertas no parecían muy<br />
dañadas, en tanto del suelo incluso quedaban restos triangu<strong>la</strong>res<br />
en <strong>la</strong>s esquinas. Sergio apartó <strong>la</strong>s puertas, estiró un pie para colocarlo<br />
en <strong>la</strong> sección de p<strong>la</strong>ca próxima al panel y se <strong>la</strong>nzó hacia el<br />
asidero que iba a lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong>s paredes. Quedó a medias en el<br />
vacío, con un pie en una superficie menor que su zapato, otro<br />
colgando sobre el pozo, <strong>la</strong> mano derecha aferrada a <strong>la</strong> barandil<strong>la</strong><br />
y todo el cuerpo y <strong>la</strong> cara contra <strong>la</strong> pared <strong>la</strong>teral.<br />
Sergio estiró cuidadoso <strong>la</strong> mano izquierda hacia atrás y tanteó<br />
por instinto el panel de control, que veía de reojo. Las puertas se<br />
cerraron; con dificultad, pero era una victoria. Sergio siguió presionando<br />
<strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca sensible hasta que el ascensor se estremeció<br />
263
CIENCIA FICCIÓN<br />
ligeramente y comenzó a bajar. <strong>El</strong> movimiento lo desequilibró y<br />
casi lo hizo caer hacia atrás, pero se recuperó tirando del agarradero<br />
y apoyando <strong>la</strong> mano izquierda en el propio panel de mando.<br />
Fue una <strong>la</strong>rga bajada.<br />
Cuando el ascensor se detuvo y se abrieron <strong>la</strong>s puertas, Sergio<br />
maniobró para salir, con extrema caute<strong>la</strong>. Más que a <strong>la</strong> caída en<br />
sí, que no sería grande, le temía a encontrarse entre los restos de<br />
los demás allá en el fondo del pozo. Sólo de pensarlo le daban<br />
escalofríos, y ya estaba bastante trastornado.<br />
Había llegado a un nivel del garaje.<br />
Sergio miró en todas direcciones sin apartarse mucho de <strong>la</strong><br />
puerta. Pensó que era una suerte que <strong>la</strong> salida del elevador del<br />
piso ejecutivo diera a un área apartada del parqueo. Probablemente<br />
ningún asaltante habría llegado hasta ahí. Sergio comenzó a caminar<br />
con sigilo hacia una pequeña puerta metálica en <strong>la</strong> gran pared<br />
del fondo; quizás lo llevaría a una pequeña habitación donde<br />
esconderse o a un corredor de salida. Entonces salió un negro de<br />
detrás de una columna.<br />
<strong>El</strong> negro era alto, nilótico, fuerte. Llevaba armadura semicompleta,<br />
un Ka<strong>la</strong>shnikov y arnés militar, pero su equipo era un personaje<br />
secundario: los protagonistas eran los ojos, desfachatadamente<br />
indiferentes a <strong>la</strong> muerte propia y <strong>la</strong> vida ajena. Miraba a<br />
Sergio como si fuera el último p<strong>la</strong>to de un buen banquete.<br />
Sergio vio <strong>la</strong> cara del negro y se preguntó por qué no estaba<br />
muerto aun. <strong>El</strong> otro, por su parte, no movía un músculo.<br />
Había algo en los extravagantes dreadlocks que salían bajo el<br />
casco, como correas de sujeción, algo en aquel<strong>la</strong> fealdad más allá<br />
de raza; Sergio creyó encontrarlos en algún rincón de su memoria.<br />
¿Negocios, conflictos, mero encuentro? ¿Lo que fuese, valdría<br />
clemencia?<br />
<strong>El</strong> negro agitó el cañón del Ka<strong>la</strong>shnikov, apuntando hacia <strong>la</strong><br />
puerta metálica del fondo. Sergio comenzó a andar despacio, sin<br />
264
CIENCIA FICCIÓN<br />
darle <strong>la</strong> espalda. Sólo tras unos cuantos pasos se atrevió a caminar<br />
de frente, sin mover los brazos ni dar señales de apuro; apenas<br />
respiraba.<br />
Después de llegar a <strong>la</strong> puerta y abrir<strong>la</strong> sin problemas con su<br />
tarjeta universal, Sergio se volteó hacia atrás. <strong>El</strong> negro estaba<br />
arrodil<strong>la</strong>do junto a una gran columna y se dedicaba a aplicarle<br />
módulos de explosivo que sacaba de una mochi<strong>la</strong>. Sergio se quedó<br />
fascinado por <strong>la</strong> meticulosidad con que el hombre adhería los<br />
rectángulos grises a <strong>la</strong> pared, hasta que una voz lo sacó de <strong>la</strong><br />
contemp<strong>la</strong>ción:<br />
—¡Coco! —gritó alguien desde <strong>la</strong> entrada del garaje—. Ponlo<br />
ahí al trozo, no seas tan perfecto, que eso es lo de menos ahora.<br />
Sergio cerró <strong>la</strong> puerta tras de sí con el mayor cuidado posible<br />
para no hacer ruido; no llegó a escuchar respuesta ninguna del<br />
negro.<br />
Cheng vio a los hombres salir de vuelta por <strong>la</strong> puerta del garaje.<br />
Se notaba que se iban por propia voluntad, después de haber<br />
terminado cuanto iban a hacer y sin que nadie los echara. Resopló<br />
de asombro; al parecer lo habían logrado después de todo, al<br />
menos <strong>la</strong> parte de tomar el edificio y colocar <strong>la</strong>s bombas. A tiempo,<br />
también, pues ya se veían <strong>la</strong>s luces de los carros policiales,<br />
llegando por <strong>la</strong> carretera más allá de <strong>la</strong> urbanización del Este.<br />
Cheng se imaginó al soñoliento jefe del cuartel de Cojímar arreando<br />
autos y hombres a medianoche para una salida imprevista, y<br />
se echó a reír.<br />
Ahora los asaltantes se irían en sus vehículos, harían estal<strong>la</strong>r<br />
<strong>la</strong>s bombas a distancia segura, y entonces los representantes quedarían<br />
atrapados en una ruina incendiada. Era lo mismo si caían<br />
desde un piso dieciocho o si dieciocho pisos les caían encima.<br />
Difícil salvarse de algo así, incluso dentro de un bunker. En última<br />
instancia, no era asunto suyo, ya no más.<br />
No era siquiera su p<strong>la</strong>n decapitar a <strong>la</strong> informática local matan-<br />
265
CIENCIA FICCIÓN<br />
do a los líderes y coordinadores; él hubiera resuelto el problema<br />
con negociaciones de fuerza. Sin embargo, si alguien más sabio<br />
había decidido tomar este curso de acción, Cheng no se consideraba<br />
apto para juzgarlo. Además, era divertido utilizar a los<br />
hampones locales contra su propia elite social y tecnológica; y si<br />
él mismo hubiera muerto en el incidente, incluso se volverían<br />
locos buscando un culpable entre ellos mismos, aumentando así<br />
sus ya profundas divisiones.<br />
La división era buena. <strong>El</strong> mejor p<strong>la</strong>n del mundo es usar <strong>la</strong>s<br />
debilidades del enemigo contra él mismo, y no hay mayor debilidad<br />
que <strong>la</strong> división. División entre los de arriba y los de abajo, y<br />
además división entre los de arriba y división entre los de abajo.<br />
Y en el país tenían <strong>la</strong> suficiente de cualquiera de <strong>la</strong>s tres como<br />
para manipu<strong>la</strong>rlos durante siglos, revolviéndolos a unos contra<br />
<strong>otros</strong> como frutas en una licuadora. Cheng se imaginó a sí mismo<br />
variando a p<strong>la</strong>cer <strong>la</strong>s velocidades de un aparato de esos y visualizó<br />
un vaso lleno de mangos con forma y aspecto de caras <strong>la</strong>rgas,<br />
angulosas, de estúpidos ojos redondos y demasiado vello facial.<br />
Pero en realidad, él no estaba al control de <strong>la</strong> licuadora. Desde<br />
esta noche ni siquiera estaba en <strong>la</strong> cocina.<br />
Ah, qué noche, pensó Cheng. Debía dormir lo que quedaba de<br />
el<strong>la</strong> para mañana enfrentar fresco al Director General Jiang. Pero<br />
no en su casa; un hotel sería mejor. Cheng entró al auto, guardó<br />
los binocu<strong>la</strong>res en <strong>la</strong> guantera y ordenó al vehículo cerrar <strong>la</strong> puerta<br />
y partir.<br />
—¡Recojan los muertos y heridos, y <strong>la</strong>s armas! —ordenó <strong>El</strong><br />
Cara agitando pesadamente el revólver—. ¡Rápido!<br />
Un b<strong>la</strong>nco alto de facciones bastas se encogió de hombros a <strong>la</strong><br />
vista del Cara. —¿Para qué los muertos? —dijo con una mueca de<br />
despreocupación.<br />
<strong>El</strong> Cara levantó el revólver y le disparó al hombre a <strong>la</strong> cabeza;<br />
el retroceso por poco le hace darse un golpe con el arma en el<br />
266
CIENCIA FICCIÓN<br />
hombro del otro brazo. —Recójanlo a él también —dijo—, lo que<br />
queda —miró con asombro el cadáver casi descabezado.<br />
Los demás se movieron con premura, cargando cuerpos entre<br />
tres y hasta cuatro personas, torpemente y sin consideración con<br />
los que aún podían quejarse.<br />
—¡Los muertos en el de Yuzaima! —dijo <strong>El</strong> Cara—. Y que<br />
nadie se monte ahí. Tú sí, Coco, tú vienes conmigo.<br />
<strong>El</strong> negro estaba ensimismado observando al hombre tendido<br />
en el suelo, pero hizo un gesto de que había oído al jefe.<br />
—¡Coño! —gritó de repente el rubio—. ¡Somos unos locos!<br />
¡Somos los mejores! ¡Aquí sí hay! —y disparó el revólver al aire.<br />
Los hombres se movieron más rápido, en tanto <strong>El</strong> Cara y <strong>El</strong><br />
Coco supervisaban al buen tuntún. Cuando <strong>la</strong> exp<strong>la</strong>nada estuvo<br />
vacía, en unos minutos, ambos se montaron en <strong>la</strong> furgoneta<br />
donde habían colocado a los muertos, cinco en total.<br />
—Contra, ¿de verdad hay que llevarse a los muertos? —dijo<br />
<strong>El</strong> Coco mientras intentaba acomodarse; tuvo que poner los pies<br />
sobre un cadáver, en una parte limpia del cuerpo—. ¿Para qué,<br />
para abono?<br />
—Para que <strong>la</strong> policía no busque a los que saben que son amigos<br />
de los muertos, cuando los identifiquen —explicó <strong>El</strong> Cara—.<br />
Ahora, bueno, se van a demorar un poco más, van a tener que<br />
hacer análisis de <strong>la</strong> sangre.<br />
<strong>El</strong> Coco asintió, comp<strong>la</strong>cido. —Y hoy llueve —afirmó—. ¿No<br />
lo sabías? —dijo al ver asombro en el otro—. Pensé que lo sabías.<br />
—No, no sabía —dijo sorprendido el rubio—. Qué suerte, mi<br />
socio. Qué suerte hemos tenido—. <strong>El</strong> Cara bajó <strong>la</strong> vista y comenzó<br />
a cal<strong>la</strong>r.<br />
<strong>El</strong> Coco se palmeó los muslos. —Cara, nos <strong>la</strong> vimos cerca —<br />
dijo—. Aquí mismo —sostuvo <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano a centímetros<br />
del rostro.<br />
Del otro <strong>la</strong>do del vehículo, <strong>El</strong> Cara jugueteaba en silencio con<br />
267
CIENCIA FICCIÓN<br />
el revólver de Marquito.<br />
—De madre estuvo aquello —<strong>El</strong> Coco suspiró pesadamente<br />
mientras pegaba <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong> mampara del auto—. Por momentos<br />
me pasó mi vida entera por de<strong>la</strong>nte.<br />
<strong>El</strong> rubio asintió despacio. <strong>El</strong> Coco se quedó mirando el arma<br />
en <strong>la</strong>s manos de su compañero de viaje, pensativo, durante unos<br />
minutos. Pero de repente se inclinó hacia el otro y dijo: —¿Cara,<br />
por qué a ti te dicen así?<br />
<strong>El</strong> Cara levantó <strong>la</strong> vista. —¿Cómo dijiste?<br />
—Que por qué te dicen “Cara”. No sé, <strong>la</strong> curiosidad —explicó<br />
<strong>El</strong> Coco—; es que por poco me muero sin saberlo nunca. ¿Por<br />
papi o por feo?<br />
Negando con <strong>la</strong> cabeza, <strong>El</strong> Cara esbozó una sonrisa divertida.<br />
—Ni por feo ni por lindo —dijo—. Es que, con <strong>la</strong> piel de yogurt<br />
que tengo y este pelo vikingo, tengo cara de negro. Antes me<br />
decían Cara de Negro, ahora me dicen Cara y ya.<br />
<strong>El</strong> Coco se estiró, asombrado. —¿Cara de negro? De negro<br />
sueco, ¿no?<br />
—Mira bien —dijo <strong>El</strong> Cara y se señaló el rostro—. Fíjate en<br />
los detalles.<br />
<strong>El</strong> Coco observó los rasgos del otro con detenimiento—.<br />
Contra, verdad que sí. Usted tiene cara de negro; usted es más<br />
bembón y más chato de cara que yo —se echó a reír.<br />
<strong>El</strong> rubio lo acompañó en <strong>la</strong> risa. —Sí, compadre —dijo al<br />
cabo—, debe ser un bisabuelo mandinga como mínimo, porque<br />
esta jeta es pura África.<br />
—Y dilo —corroboró <strong>El</strong> Coco—. Tu familia tenía tapada esa<br />
mancha en el expediente hasta que naciste tú y los echaste para<br />
a<strong>la</strong>nte.<br />
—Qué vergüenza —<strong>El</strong> Cara hizo una mueca falsamente contrita—,<br />
por poco mi padre se divorcia.<br />
<strong>El</strong> Coco echó una carcajada. —Este país está lleno de negros<br />
268
CIENCIA FICCIÓN<br />
—dijo con seriedad pedante.<br />
<strong>El</strong> Cara miró al otro con sorpresa por unos segundos, y luego<br />
se sonrió. —Coco, tú sabes que tú eres negro, ¿no?<br />
—¿Negro yoooooooo...?<br />
Entre carcajadas, el rubio dio un cu<strong>la</strong>tazo en <strong>la</strong> pared divisoria.<br />
La furgoneta echó a andar enseguida y se vieron obligados a<br />
maniobrar para contrarrestar <strong>la</strong> aceleración y los giros cerrados,<br />
lo cual les cortó <strong>la</strong> risa.<br />
—Ya venía <strong>la</strong> policía —dijo serio <strong>El</strong> Coco, apoyándose en los<br />
brazos extendidos a los <strong>la</strong>dos para no ba<strong>la</strong>ncearse—. Se oían <strong>la</strong>s<br />
sirenas.<br />
—Habrá que correr —se encogió de hombros <strong>El</strong> Cara, a quien<br />
no parecía importarle el zarandeo—. ¿Cuándo no?<br />
<strong>El</strong> negro asintió con expresión de haber reconocido una verdad<br />
profunda.<br />
—¿Lo dejaste ir, verdad, Coco? —preguntó de repente el<br />
rubio—. Al tipo del garaje.<br />
La cara del Coco se volvió pétrea.<br />
—Lo dejaste ir —afirmó <strong>El</strong> Cara—. No hay problema, te<br />
entiendo. La gente de a pie no puede ser tan sanguinaria como los<br />
de arriba; tenemos que tirarnos un cabo unos a <strong>otros</strong> de vez en<br />
cuando.<br />
<strong>El</strong> Coco se encogió de hombros a <strong>la</strong> que vez que chasqueaba<br />
<strong>la</strong> lengua.<br />
—Yo también, yo también —continuó el rubio—; se puede<br />
decir que yo también le salvé <strong>la</strong> vida a un hombre esta noche. <strong>El</strong><br />
agradecimiento de ese tipo puede valer mucho, o poco, no sé; el<br />
caso es que lo perdoné, como tú perdonaste a ese. ¿Qué tú crees,<br />
habrá valido <strong>la</strong> pena?<br />
Con un suspiro y una mueca de duda, <strong>El</strong> Coco se dec<strong>la</strong>ró incapaz<br />
de responder.<br />
269
CIENCIA FICCIÓN<br />
<strong>El</strong> señor Jiang estaba sentado en silencio tras el buró de su<br />
oficina.<br />
Un <strong>la</strong>rgo silencio.<br />
Cheng, que estaba en una sil<strong>la</strong> del <strong>la</strong>do sumiso del escritorio,<br />
sabía que no le tocaba a él romper el hielo. <strong>El</strong> señor Jiang era en<br />
extremo rígido en cuanto a <strong>la</strong>s normas de comportamiento entre<br />
subordinados y superiores.<br />
<strong>El</strong> Director General Jiang tenía el aspecto de inclemente severidad<br />
que se veía en los mandarines imperiales de <strong>la</strong>s pinturas<br />
antiguas. Incluso bajo el traje occidental, se traslucía <strong>la</strong> misma<br />
vocación inflexible de servicio a los superiores por encima de<br />
cualquier debilidad o sentimentalismo. Y Cheng conocía a su jefe<br />
el tiempo suficiente como para saber que su continente era apenas<br />
un atisbo de cuán despiadado e inhumano podía ser, especialmente<br />
temprano en <strong>la</strong> mañana.<br />
Al cabo, el señor Jiang dijo: —Usted debe asumir <strong>la</strong> responsabilidad.<br />
Cheng sintió cómo <strong>la</strong> sangre se le iba a los pies. —No entiendo,<br />
señor Jiang —dijo secamente.<br />
—¿Qué no entiende? —dijo el jefe de Cheng—. Su ausencia<br />
durante el incidente con los delegados de <strong>la</strong> industria informática<br />
local nos ha dejado en muy ma<strong>la</strong> posición.<br />
—Fui demorado por imprevistos.<br />
<strong>El</strong> señor Jiang resopló. —No, Cheng, usted no fue demorado<br />
por imprevistos —afirmó—. Usted demoró primero y canceló<br />
después su salida para <strong>la</strong> reunión, con plena voluntad. Hemos<br />
hab<strong>la</strong>do con su servicio doméstico.<br />
Cheng arrugó <strong>la</strong> frente. —¿Qué dijeron? No sé qué puede ser,<br />
qué mentira...<br />
—No persista, Cheng. No nos va a convencer.<br />
<strong>El</strong> subordinado bajó <strong>la</strong> cabeza. —Está bien —aceptó—. ¿Qué<br />
debo hacer, señor Director?<br />
270
CIENCIA FICCIÓN<br />
—Ya se lo he dicho; asumir <strong>la</strong> responsabilidad.<br />
—¿Pero de qué manera?<br />
<strong>El</strong> Director se inclinó hacia de<strong>la</strong>nte, y al hacerlo, el sol mañanero<br />
salió por detrás de su hombro. —Usted será degradado y<br />
expulsado sin recomendaciones —anunció—. La documentación<br />
ya fue expedida, al igual que <strong>la</strong>s notas de prensa. No tema, le<br />
daremos un buen paquete de salida: acciones en alguna compañía<br />
ajena a nos<strong>otros</strong>, de su elección. Esto último quedará en secreto,<br />
por supuesto.<br />
Cheng alzó <strong>la</strong> vista evitando el sol, molesto aun a pesar de los<br />
filtros de <strong>la</strong> ventana. —Pero eso me hará aparecer como único<br />
culpable; <strong>la</strong>s autoridades locales pueden detenerme.<br />
—Será su responsabilidad evadir<strong>la</strong>s, así como fue su voluntad<br />
evadir <strong>la</strong> reunión con los representantes.<br />
—Usted sabe muy bien que si yo hubiera ido...<br />
—Nos<strong>otros</strong> no sabemos nada, Cheng —dijo el señor Jiang—.<br />
No empeore su situación con infundios. Ya bastante mal ha hecho<br />
intentando atemorizar a los negociadores locales.<br />
—Yo no... —comenzó a decir Cheng, pero lo interrumpió el<br />
amenazador dedo índice del señor Jiang.<br />
—Si usted hubiera ido a <strong>la</strong> reunión y hubiera muerto —continuó<br />
el Director—, hubiéramos podido culpar a alguno de los<br />
sobrevivientes como instigador de un p<strong>la</strong>n para abortar los contactos<br />
y tuviéramos ahora una excelente posición negociadora.<br />
Como usted no fue, se ha hecho evidente que fue usted quien<br />
p<strong>la</strong>neó todo con el fin de intimidar a los representantes y conseguir<br />
el cierre de <strong>la</strong>s negociaciones estancadas. Si no estaba obteniendo<br />
resultados simplemente debió haberlo informado en vez<br />
de forzar <strong>la</strong>s cosas; hubiéramos entendido.<br />
<strong>El</strong> joven ejecutivo se mordió los <strong>la</strong>bios con fuerza.<br />
Jiang se echó hacia atrás en su asiento y se llevó dos dedos a<br />
<strong>la</strong> casi inexistente barbil<strong>la</strong>. —Por suerte, por lo menos se cumplie-<br />
271
CIENCIA FICCIÓN<br />
ron en parte sus objetivos, Cheng; al menos dos de <strong>la</strong>s agrupaciones<br />
representadas han enviado mensajes explicando que no tuvieron<br />
nada que ver en el incidente. Es obvio que están tan atemorizados<br />
que están dispuestos a no incriminarnos. Podemos seguir<br />
negociando el shift de estas personas.<br />
Volvió a hacerse el silencio. <strong>El</strong> señor Jiang cavi<strong>la</strong>ba en tanto<br />
Cheng dejaba escapar su alteración en pequeñas y contro<strong>la</strong>das<br />
dosis.<br />
Al rato, el Director hizo un ademán displicente con <strong>la</strong> mano<br />
izquierda. —Puede irse, Cheng —dijo—. Piense en cómo evadirse,<br />
pero por favor no nos comprometa más.<br />
Cheng se levantó lentamente e hizo una estudiada reverencia.<br />
Después se detuvo por unos segundos, como si fuera a decir algo;<br />
pero enseguida dio <strong>la</strong> vuelta y se encaminó hacia <strong>la</strong> puerta.<br />
—Ah, Cheng —escuchó el joven a sus espaldas en el momento<br />
en que iba a tocar el abridor de <strong>la</strong> puerta—. ¿Quién cometió <strong>la</strong><br />
indiscreción?<br />
Cheng se sonrió, y sin decir nada apoyó un dedo en el pad<br />
sensible de <strong>la</strong> puerta. En el perfecto silencio escuchó cómo el<br />
mecanismo se ponía en movimiento y <strong>la</strong> puerta comenzaba a deslizarse.<br />
—¿Cheng?<br />
<strong>El</strong> joven ejecutivo dio el paso que lo ponía fuera de <strong>la</strong> oficina<br />
y sin darse <strong>la</strong> vuelta dijo: —No sé a qué se refiere, señor. Y si lo<br />
supiera, ¿cree usted que yo traicionaría a quien me avisó lo que<br />
usted había preparado para esa reunión?<br />
No hubo respuesta.<br />
Cheng echó a andar por el pasillo silbando una melodía local.<br />
272
Arbitrio judicial<br />
Jeffrey López Dueñas
CIENCIA FICCIÓN<br />
A <strong>El</strong>aine, por su cuento “Selección Natural”.<br />
A <strong>la</strong> “C-10” por los cinco años estudiando juntos <strong>la</strong> carrera.<br />
A mis compañeros del Bufete…<br />
En el estrado, con <strong>la</strong> negra toga ondeándole alrededor del<br />
cuerpo y el birrete graciosamente <strong>la</strong>deado sobre <strong>la</strong> cabeza,<br />
dejaba de ser un hombre común para transformarse en<br />
alguien único…<br />
Había nacido para <strong>la</strong>s Leyes, no le cabía duda.<br />
O al menos eso creía él.<br />
Cada vez que defendía a un hombre, y poco importaba si era<br />
culpable o no, se transformaba en el Aquiles griego o el Napoleón<br />
francés. Sus facilidades oratorias y el carisma con que trataba a<br />
todos le hacían ganar de inmediato el favor de los jueces y a<br />
menudo también <strong>la</strong> inmediata antipatía de los fiscales… y de<br />
algún que otro colega envidioso.<br />
Pero lo que contaba era que cada vez eran más los que buscaban<br />
sus servicios: asesinos, estafadores, genocidas… sin importar<br />
lo que hubieran hecho, todos se sentían seguros con él. No en<br />
balde su <strong>la</strong>rga lista de casos ganados lo había convertido en uno<br />
de los defensores mejor cotizados de <strong>la</strong> Tierra.<br />
Sin embargo, su suerte podría cambiar a partir de ahora.<br />
<strong>El</strong> Consejo Gubernativo había puesto en vigor el Decreto Ley<br />
P<strong>la</strong>netario 381/3029, donde se constituían como jueces a moder-<br />
274
CIENCIA FICCIÓN<br />
nísimas IAs cuyo fallo, basado en <strong>la</strong> pura lógica de los hechos<br />
probados, haría que <strong>la</strong>s injusticias, y sobre todo los innumerables<br />
casos de corrupción de magistrados, terminasen de una vez y para<br />
siempre...<br />
Al menos en teoría.<br />
Como ciudadano y operador de <strong>la</strong> Ley durante muchos años,<br />
entendía que aquel cambio era necesario y para bien.<br />
Pero, como abogado defensor, veía en grave peligro su futuro<br />
profesional. Se terminarían <strong>la</strong>s causas justificativas y los atenuantes;<br />
ya no podría jugar con <strong>la</strong>s emociones del jurado, ni manipu<strong>la</strong>rlo<br />
hasta confundirlo.<br />
No, ahora todo sería preciso. Daría lo mismo que el acusado<br />
tuviera toda una familia que alimentar, una infancia p<strong>la</strong>gada de<br />
maltratos domésticos o unos antecedentes impecables... si era<br />
culpable, sería condenado y sentenciado a <strong>la</strong> esc<strong>la</strong>vitud en <strong>la</strong>s<br />
colonias p<strong>la</strong>netarias, extrayendo minerales y alimentos para los<br />
habitantes de <strong>la</strong> vieja Tierra.<br />
Y el destino había querido que <strong>la</strong> primera audiencia de nuevo<br />
tipo correspondiera a un proceso en el que él intervenía como<br />
defensor.<br />
Miró casi con lástima hacia el banquillo de los acusados. Allí,<br />
escoltados por un par de cyborgs, gendarmes comunes en juzgados<br />
y prisiones, (por aquello de que un humano siempre será<br />
mucho más cruel con otro humano que cualquier máquina), estaban<br />
sus dos clientes.<br />
Temía que muy poco iba a poder hacer esta vez para lograr su<br />
absolución. Porque aquellos dos hombres, grises, pero bien alimentados,<br />
habían cometido el Pecado Capital, el peor crimen<br />
imaginable en aquel<strong>la</strong> sociedad:<br />
Robar gallinas.<br />
Seis gallinas.<br />
Todo comenzó en el 2012, cuando el Estado de Guyana atacó<br />
275
CIENCIA FICCIÓN<br />
con armas nucleares a <strong>la</strong> República Popu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong>s Is<strong>la</strong>s Caimán…<br />
como represalia a que, días antes y en visita oficial, <strong>la</strong> limusina<br />
del presidente caimanero atropel<strong>la</strong>ra por accidente a Patato, el<br />
perro sato y adorada mascota de <strong>la</strong> Primera Dama guyanesa.<br />
Aquel<strong>la</strong> “escaramuza” atómica por muy poco no se convierte<br />
en <strong>la</strong> Tercera Guerra Mundial (por tantos años vaticinada y esperada<br />
que ya nadie <strong>la</strong> creía posible)<br />
Aunque al final se navegó con suerte: pese a tantos pronósticos,<br />
el mundo no se destruyó en el holocausto definitivo.<br />
“La Ultima Guerra”, como se le conoció después, apenas si<br />
duró tres horas y no involucró a <strong>otros</strong> países… pero <strong>la</strong>s consecuencias<br />
fueron casi tan graves e irreversibles como si hubiese<br />
tratado de un conflicto global.<br />
Se tardó un par de años en comprender que <strong>la</strong>s grandes cantidades<br />
de polvo radiactivo que <strong>la</strong> explosión de varias ojivas atómicas<br />
<strong>la</strong>nzaron a <strong>la</strong> atmósfera de <strong>la</strong>s dos naciones beligerantes, y que<br />
luego el viento dispersó por todo el p<strong>la</strong>neta, habían provocado <strong>la</strong><br />
esterilidad de más del noventa por ciento de <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción mundial,<br />
por atrofia de sus célu<strong>la</strong>s reproductoras.<br />
Peor aún; <strong>la</strong> abrumadora mayoría de los niños nacidos a partir<br />
de entonces tampoco eran capaces de tener descendencia, al llegar<br />
a <strong>la</strong> pubertad.<br />
<strong>El</strong> número de personas capaces de replicar <strong>la</strong> especie disminuía<br />
vertiginosamente con cada nueva generación; <strong>la</strong> humanidad estaba,<br />
más que asustada, aterrorizada. Surgieron sectas catastrofistas,<br />
hubo motines masivos y o<strong>la</strong>s de suicidios. Los más bril<strong>la</strong>ntes<br />
biólogos y médicos del mundo dedicaban todos sus esfuerzos a<br />
buscar una solución…<br />
Pero todavía pasó medio siglo de natalidad decreciente antes<br />
de que un investigador cubano, el posteriormente tan célebre y<br />
a<strong>la</strong>bado Pepe “<strong>El</strong> Wao” Pérez, descubrió en el organismo de <strong>la</strong>s<br />
gallinas unas hormonas que, inyectadas en grandes dosis a <strong>la</strong>s<br />
276
CIENCIA FICCIÓN<br />
gónadas humanas, <strong>la</strong>s volvían viables… aunque momentáneamente.<br />
La humanidad respiró aliviada… y acto seguido comenzó a<br />
protestar, incómoda.<br />
<strong>El</strong> nuevo método permitía reproducirse, sí… pero como el<br />
efecto de <strong>la</strong>s hormonas era de muy limitada duración, también<br />
implicaba un número engorrosamente grande de molestas y continuas<br />
inyecciones. Así que los <strong>la</strong>boratorios farmacéuticos y biogenéticos<br />
se <strong>la</strong>nzaron a buscar un modo más sencillo para que <strong>la</strong>s<br />
valiosas hormonas gallináceas pudiesen ser asimi<strong>la</strong>das en <strong>la</strong>s<br />
cantidades necesarias por los sistemas reproductivos humanos.<br />
Por ejemplo, directamente de <strong>la</strong> carne de estas aves, al comer<strong>la</strong>s.<br />
Así surgió muy pronto una nueva raza de gallinas mutantes,<br />
con todos sus tejidos rezumando <strong>la</strong>s mi<strong>la</strong>grosas hormonas… lo<br />
que trajo aparejado un extraordinario incremento en el consumo<br />
y <strong>la</strong> demanda de un tipo de carne que hasta ese momento no<br />
había sido de <strong>la</strong>s más apreciadas por los seres humanos.<br />
Por suerte, inmediatamente después de enterarse del descubrimiento<br />
de Pepe, el gobierno central de los Estados Confederados<br />
de <strong>la</strong> Tierra tomó medidas para evitar el consumo desorbitado de<br />
esos animales… y su rápida extinción, en consecuencia.<br />
Todas <strong>la</strong>s gallinas del p<strong>la</strong>neta fueron ipso facto dec<strong>la</strong>radas<br />
propiedad federal, y apresuradamente reunidas y resguardadas en<br />
centros hiperprotegidos donde grupos de especialistas bien entrenados<br />
y seleccionados se encargaban de que los volátiles se reprodujeran<br />
constantemente, para así garantizar a cada habitante del<br />
p<strong>la</strong>neta el consumo de cuotas adecuadas de su valiosa carne,<br />
mediante su distribución normada.<br />
Por absurdo que hubiera podido parecer en el siglo anterior,<br />
resultaba lógico, entonces, que en un mundo en el que <strong>la</strong> supervivencia<br />
de <strong>la</strong> raza humana dependía por completo de <strong>la</strong>s gallinas y<br />
277
CIENCIA FICCIÓN<br />
sus hormonas, el delito de robar una de estas aves estuviera aún<br />
más duramente penalizado que el de homicidio.<br />
Las modernas cámaras de holovisión, ubicadas en lo más alto<br />
de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, captaban todos sus rincones. Los banquillos estaban<br />
repletos de curiosos; aquel caso contaba con doble atractivo. Por<br />
el crimen de que eran acusados los reos, y por <strong>la</strong>s IAs que los<br />
juagarían.<br />
Todos los ojos estaban centrados en el abogado defensor, al<br />
que correspondía ahora presentar su alegato definitivo.<br />
Con calma se puso de pie.<br />
Deslizó su mirada por todos en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />
Sonrió con amabilidad a sus clientes, luego con ironía al fiscal,<br />
y finalmente, poniendo su atención en <strong>la</strong>s cinco IAs jueces,<br />
comenzó a hab<strong>la</strong>r:<br />
—Presidente; demás respetables jueces que conforman este<br />
tribunal; digna representación del ministerio fiscal; público presente<br />
y observadores en general: Defendemos en el día de hoy, en<br />
<strong>la</strong> Causa 215/3029 a Mijail Kasparov y Joan D’ Bergerath, acusados<br />
del delito de Terrorismo Biológico, Crimen de Lesa<br />
Humanidad y Sabotaje a los Intereses de los Estados Confederados<br />
de <strong>la</strong> Tierra.<br />
“Jueces, han ustedes escuchado ya a mis representados y despachado<br />
<strong>la</strong>s instrucciones del expediente. Mis defendidos son dos<br />
ciudadanos conscientes de <strong>la</strong>s necesidades especiales que p<strong>la</strong>ntea<br />
<strong>la</strong> difícil situación reproductora de <strong>la</strong> raza humana, y en absoluto<br />
incapaces, por tanto, de cometer los delitos que hoy se les imputan.<br />
Comencemos considerando que Mijail Kasparov es miembro<br />
activo del CDPAE (Comité de Defensa contra Posibles Ataques<br />
Extraterrestres), donde realiza puntualmente sus guardias mensuales<br />
para descubrir y evitar cualquier posible acción de infiltración<br />
de nuestro p<strong>la</strong>neta por fuerzas alienígenas. No constan en su<br />
historial antecedentes penales ni policíacos y fungió además<br />
278
CIENCIA FICCIÓN<br />
durante un periodo de cinco años como profesor emergente,<br />
abandonando su región natal y a sus familiares en <strong>la</strong> deso<strong>la</strong>da y<br />
tranqui<strong>la</strong> Rusia, para prestar servicio en esta capital tan populosa<br />
donde, sin embargo, nadie quería ejercer profesión tan importante<br />
para <strong>la</strong> formación de <strong>la</strong>s futuras generaciones, como es el<br />
magisterio”.<br />
“Por su parte, Joan D’ Bergerath, además de también cumplir<br />
cabalmente con sus funciones en el CDPAE, es asimismo miembro<br />
del PUT (Partido Unitario Terrestre), milita en <strong>la</strong>s Milicias<br />
Territoriales y prestó ayuda interp<strong>la</strong>netaria en Marte como miembro<br />
de <strong>la</strong>s Brigadas Solidarias Médicas Los Waitos, cuando nuestros<br />
hermanos de esa colonia se vieron infectados por <strong>la</strong> Fiebre<br />
del Conejo, esa extraña enfermedad que tantas muertes y dolor<br />
trajo a <strong>la</strong> humanidad”.<br />
“Todo esto nos hace analizar que lo que ellos alegan en su<br />
defensa no tiene por qué ser necesariamente falso. Ambos han<br />
reconocido que tenían <strong>la</strong>s seis gallinas en <strong>la</strong>s manos, sí… pero los<br />
hechos probados en el caso que atendemos hoy no demuestran<br />
que por eso mis defendidos hayan cruzado el muro, altamente<br />
vigi<strong>la</strong>do, para apropiarse de el<strong>la</strong>s. Lo cierto es que, conforme a<br />
sus dec<strong>la</strong>raciones, mis dos clientes deambu<strong>la</strong>ban por <strong>la</strong> calle<br />
donde se encuentra <strong>la</strong> ECDH (Empresa para el Correcto Desarrollo<br />
de <strong>la</strong> Humanidad) cuando observaron un árbol de mangos”.<br />
“Respetables jueces, ¿cuántas veces nos<strong>otros</strong> mismos, operadores<br />
de <strong>la</strong> ley, no hemos visto estas apetitosas frutas sobre <strong>la</strong>s<br />
calles y <strong>la</strong>s hemos tomado, haciendo uso de nuestro derecho ciudadano,<br />
conforme al artículo 345.4 de <strong>la</strong> Ley de Propiedad de los<br />
Estados Confederados de <strong>la</strong> Tierra, donde se dice que todo<br />
comestible —y noten que el legis<strong>la</strong>dor no diferenció entre frutas<br />
o animales— que se encuentre sobre <strong>la</strong>s avenidas u <strong>otros</strong> senderos<br />
públicos pertenece al pueblo terráqueo en general?”.<br />
“Pues mis representados no hicieron más que atenerse a esta<br />
279
CIENCIA FICCIÓN<br />
misma fórmu<strong>la</strong>. Con el c<strong>la</strong>ro propósito de derribar los mangos<br />
para luego saborearlos, tomaron piedras y <strong>la</strong>s <strong>la</strong>nzaron… Sólo<br />
que, ¿y cuál no sería su sorpresa al descubrirlo?, al impacto de sus<br />
proyectiles contra <strong>la</strong>s ramas, en lugar de caer mangos, comenzaron<br />
a caer... ¡gallinas!”.<br />
“En efecto: arrojaron una piedra y cayó una gallina; luego aún<br />
otra piedra y cayó todavía otra gallina, y así sucesivamente…<br />
hasta que tuvieron seis aves a sus pies”.<br />
“Mi pregunta lógica es, entonces: ¿Qué culpa tienen ellos de<br />
que estos valiosos pero impredecibles animales se hubieran subido<br />
sobre el árbol y permanecieran ocultos en <strong>la</strong>s ramas?”.<br />
“Pues <strong>la</strong> respuesta está c<strong>la</strong>ra: ¡Ninguna, respetables Jueces!”.<br />
“Debido a lo cual, y esta es mi opinión definitiva, insisto en<br />
que sería por completo injusto castigar a mis defendidos por <strong>la</strong><br />
acción de estos animales. Por tanto, solicitamos <strong>la</strong> inmediata liberación<br />
de los ciudadanos Mijail Kasparov y Joan D’ Bergerath<br />
mediante un fallo absolutorio, así como <strong>la</strong> devolución de sus<br />
bienes confiscados en carácter de depósito; en concreto, de esas<br />
seis gallinas, que según <strong>la</strong> legis<strong>la</strong>ción citada pertenecen con toda<br />
propiedad a mis representados. Es todo. Muchas gracias.”<br />
Terminado el alegato miró a <strong>la</strong>s IAs; le habían informado que<br />
con el cambio de los humanos por máquinas ya no tendría que<br />
esperar <strong>la</strong>rgos minutos y hasta horas por el fallo. Los poderosísimos<br />
cerebros artificiales no sólo funcionaban a gran velocidad,<br />
sino que además se decía en que, como también podían comunicarse<br />
electrónicamente entre ellos, podían dictar cualquier sentencia<br />
en cuestión de segundos.<br />
Sin embargo, los jueces no hab<strong>la</strong>ban… y tuvo que pasar casi<br />
un minuto entero para que una voz metálica resonara en <strong>la</strong> Sa<strong>la</strong>:<br />
—A todos los presentes le informamos que debido sabotajes<br />
realizados por grupúsculos contrarios a nuestros principios, así<br />
como al injusto bloqueo económico interpuesto por los Estados<br />
280
CIENCIA FICCIÓN<br />
Agrupados de Neptuno a nuestro p<strong>la</strong>neta, se nos hace necesario<br />
sustituir a <strong>la</strong>s presentes IAs jueces, fabricadas en Urano, por otras<br />
máquinas manufacturadas en el hermano municipio de China. La<br />
transmisión de todos los datos del proceso actual a los nuevos<br />
magistrados durará veinte minutos. Lamentamos cualquier inconveniente<br />
o incomodidad que este <strong>la</strong>mentable hecho pueda ocasionarles.<br />
La noticia provocó algunos comentarios, pero como cosas<br />
semejantes sucedían a diario, rápidamente los medios informativos<br />
decidieron aprovechar el inevitable tiempo muerto interrogando<br />
a los presentes sobre sus opiniones acerca del caso.<br />
Para <strong>la</strong> mayoría <strong>la</strong> solución era sencil<strong>la</strong>: los acusados sólo<br />
podían ser dec<strong>la</strong>rados culpables del delito. La lógica y el sentido<br />
común así lo indicaban.<br />
—Es una defensa sosa —comentó alguien que no quiso ser<br />
identificado—. Una mentira que ningún juez se creería.<br />
Por su parte, Abel “<strong>El</strong> Prisionbreik” Solá, abogado defensor<br />
famoso por sus bur<strong>la</strong>s profesionales al sistema judicial, agregó:<br />
—¡Gallinas en los árboles! Esos dos merecen ser dec<strong>la</strong>rados<br />
culpables aunque sólo sea por no haber tenido suficiente imaginación<br />
como para inventar un cuento más creíble.<br />
Sólo el abogado defensor y el fiscal permanecían en silencio y<br />
apartados de todos. En varias ocasiones distintos reporteros<br />
intentaron acercárseles, pero ambos los despacharon sin aceptar<br />
<strong>la</strong> entrevista. Como en los clásicos y legendarios duelos del Viejo<br />
Oeste, permanecían inmóviles, expectantes, mirándose a los ojos<br />
con los rostros tensos, como si sus mismas vidas dependieran del<br />
arbitrio judicial.<br />
Las nuevas juezas entraron a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> pasados unos cincuenta<br />
minutos. Sus movimientos eran más mecánicos que <strong>la</strong>s de sus<br />
antecesoras, y sobre su pecho bril<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s sig<strong>la</strong>s: ATEC PANDA<br />
“NUEVA GENERACIÓN”.<br />
281
CIENCIA FICCIÓN<br />
Una vez sentadas, <strong>la</strong> presidenta del tribunal tomó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra:<br />
—Mijail Kasparov, Joan D’ Bergerath, pónganse de pie —los<br />
dos hombres se levantaron, nerviosos—. Este tribunal, a <strong>la</strong> hora<br />
de dictar el fallo, ha tenido en cuenta tanto lo referido en el expediente<br />
investigativo, lo dicho aquí en sa<strong>la</strong> por ustedes, <strong>la</strong> acusación<br />
del Ministerio Fiscal, como <strong>la</strong> reflexión hecha por el letrado<br />
de <strong>la</strong> Defensa. Al amparo del Artículo 3 de <strong>la</strong> Ley Penal de los<br />
Estados Confederados de <strong>la</strong> Tierra se presume <strong>la</strong> inocencia de<br />
todos los acusados hasta tanto no se pruebe <strong>la</strong> comisión del delito.<br />
En este caso se les atrapó a ustedes con <strong>la</strong>s gallinas en <strong>la</strong> mano,<br />
pero nadie les vio atravesar el perímetro de seguridad de <strong>la</strong><br />
ECDH, y atendiendo a que ciertamente estos animales, en tanto<br />
que pertenecientes al phylum zoológico de <strong>la</strong>s aves, tienen a<strong>la</strong>s y<br />
pueden por tanto vo<strong>la</strong>r, aunque no a gran altura ni a <strong>la</strong>rgas distancias,<br />
consideramos que bien pudieron subirse al árbol en cuestión<br />
y estar sobre <strong>la</strong> rama a <strong>la</strong> que <strong>la</strong>nzaron <strong>la</strong>s piedras los acusados.<br />
De ahí que decretemos su completa absolución por los delitos<br />
de Terrorismo Biológico, Atentado contra Lesa Humanidad y<br />
Sabotaje a los Intereses de los Estados Confederados de <strong>la</strong> Tierra.<br />
POR TANTO, se dispone <strong>la</strong> liberación inmediata de los acusados,<br />
así como <strong>la</strong> devolución de los bienes ocupados, entiéndase <strong>la</strong>s seis<br />
gallinas, toda vez que haciendo tenor a <strong>la</strong> legis<strong>la</strong>ción antes citada<br />
por el letrado de <strong>la</strong> defensa, le pertenecen a dichos ciudadanos.<br />
“Por otra parte, este tribunal condena a de los Dirigentes de <strong>la</strong><br />
ECDH, así como a los miembros del cuerpo de vigi<strong>la</strong>ncia que<br />
montaban guardia esa noche en <strong>la</strong>s insta<strong>la</strong>ciones, por no tomar<br />
<strong>la</strong>s medidas necesarias para el correcto cuidado de bienes indispensables<br />
para el desarrollo humano y los sentencia a quince años<br />
de trabajos forzados en <strong>la</strong>s lunas de Marte… y sin derecho a<br />
libertad condicional”.<br />
“La manera de ejecución del fallo es en el acto, y el Tribunal<br />
se retira. Es todo.”<br />
282
CIENCIA FICCIÓN<br />
Aún no creía en el veredicto, cuando ya los dos clientes le<br />
abrazaban con amplias muestras de alegría y satisfacción. La sa<strong>la</strong><br />
era pura algarabía: algunos protestaban, <strong>otros</strong> reían… pero todos<br />
venían a felicitarlo.<br />
Cansado, aunque finalmente convencido de <strong>la</strong> realidad de su<br />
victoria, se dejó caer sobre el asiento mientras sonreía….<br />
Esa noche estaría de fiesta. Junto con sus recién absueltos<br />
clientes, celebrarían por todo lo alto el veredicto de inocencia tan<br />
inesperadamente conseguido.<br />
Con un festín de carne de gallina.<br />
283
Dioses a <strong>la</strong> carta<br />
Carlos A. Duarte Cano
CIENCIA FICCIÓN<br />
Tener fe significa no querer saber <strong>la</strong> verdad<br />
Friedrich Nietzsche<br />
Hacía muchos años que vagaba por <strong>la</strong> vida con <strong>la</strong> sensación<br />
de albergar un vacío absoluto en alguna parte de mi<br />
organismo.<br />
Comía y comía pero no lo llenaba, ergo no era en el estómago.<br />
Respiraba fuerte y hondo pero nada: obvio, <strong>la</strong> cosa no era en<br />
los pulmones.<br />
Leí mucho, todo lo que cayó en mis manos, hasta <strong>El</strong> Capital;<br />
pero el vacío persistió, como un móvil perpetuo. Tampoco estaba<br />
en mi cabeza, o eso pensaba.<br />
Entonces, un atípico día de invierno, mientras paseaba por el<br />
malecón, vi el anuncio.<br />
No era neón ni tampoco incluía niños, pero sí dioses.<br />
Era un anuncio idílico, expectorante, genial.<br />
Si está hastiado del vacío postmodernista o del exceso de<br />
materialismo, fabrique aquí sus propios dioses.<br />
Me recordó un libro de Asimov. Y allí mismo comencé a vislumbrar<br />
donde estaba mi vacío de ateo secu<strong>la</strong>r: no creía en ni<br />
cojones. Era <strong>la</strong> esencia misma de mi irreductible descreimiento <strong>la</strong><br />
que me tornaba tan infeliz.<br />
Me preguntaba para qué coño estaba en este mundo que no<br />
fuera para pasar mil y un trabajos por cada instante que valiera<br />
285
CIENCIA FICCIÓN<br />
<strong>la</strong> pena. Y todo para que al final mi ser se fuera a ninguna parte,<br />
to nowhere, a disolverse en <strong>la</strong> nada hemingwayana.<br />
Cierta vez leí que <strong>la</strong> humanidad era algo así como el cerebro<br />
que había creado el universo para conocerse a sí mismo. Muy<br />
poético, pero el papel de efímera neurona tampoco me comp<strong>la</strong>cía<br />
y continuaba sin verle <strong>la</strong> punta a todo el asunto de <strong>la</strong> muerte.<br />
Como dije antes, yo ya no creía en nada, pero fui víctima de<br />
un impulso súbito, una corazonada o qué sé yo: entré.<br />
La vieja me aferró con una sonrisa protésica. Era una mezc<strong>la</strong><br />
de astróloga maya con sacerdotisa de Yemayá.<br />
—Por aquí mijo, todo es automático. Muuuuy fácil —me dijo<br />
y, como no había confusión posible, <strong>la</strong> seguí.<br />
Abrió una cortinil<strong>la</strong> circu<strong>la</strong>r parecida a esas donde desaparecen<br />
<strong>la</strong>s bel<strong>la</strong>s ayudantes de circo y me sentó frente a lo que parecía<br />
una mismísima Pentium 15.<br />
—Haga clic en el icono, ya verá como lo puede hacer solito.<br />
Pago al final solo si el servicio lo satisface.<br />
Cerré <strong>la</strong> puerta y me senté, temiendo que llegara Mandrake.<br />
Hice clic en un icono fálico.<br />
BIENVENIDO A DIOSES A LA CARTA<br />
RESPONDA CADA PREGUNTA PINCHANDO LA<br />
RESPUESTA DE SU ELECCIÓN<br />
Pregunta 1. Le gustaría una religión:<br />
A. monoteísta B. politeísta<br />
¿Monoteístas? Jehová, Alá, Dios padre madre y espíritu santo.<br />
Nada que ver, demasiado aburridas.<br />
Para divertida <strong>la</strong> grecorromana con toda esa caterva de dioses<br />
pegándose los tarros los unos a los <strong>otros</strong> y seduciendo a bel<strong>la</strong>s o<br />
bellos mortales.<br />
Ni hab<strong>la</strong>r.<br />
Pinché el B.<br />
Pregunta 1b. ¿Cuántos dioses le gustarían?<br />
286
CIENCIA FICCIÓN<br />
En esta pregunta me daban más opciones pues era posible<br />
marcar cualquier número entre el uno y el treinta. Había incluso<br />
una opción de más de treinta dioses. Mmm, tampoco hay que<br />
exagerar, luego va a ser un dolor de huevos aprenderse los nombres<br />
y <strong>la</strong> historia de todos.<br />
Pinché el diez.<br />
Pregunta 2 ¿Dónde le gustaría adorarlos?<br />
A. En templos B. En <strong>la</strong> naturaleza C. Dentro de su casa<br />
Los templos son muy opresivos. Tanta solemnidad y <strong>la</strong> musiquita<br />
esa de los órganos debe dar tremendo sueño —pensé.<br />
Pero tampoco me hace gracia que se me empiece a co<strong>la</strong>r <strong>la</strong><br />
gente en mi casa para formar esos quilombos religiosos donde<br />
aúl<strong>la</strong>n y se atracan de toda sarta de bazofias repulsivas.<br />
De manera que marqué <strong>la</strong> B. Eso me sonaba a druidas y dioses<br />
paganos.<br />
Pregunta 3. Prefiere dioses<br />
A. Guerreros B. Pacíficos<br />
Marqué el B, un poco de acción no estaría mal, pero sin exagerar<br />
que yo ni me acordaba de lo que era tirar un piñazo.<br />
Todavía a cada rato me movilizaban por <strong>la</strong> reserva, pero a lo<br />
cierto es que a los tres días ya se me olvidaba toda <strong>la</strong> teoría que<br />
se empeñaban en enseñarme para matar más eficientemente a mis<br />
semejantes.<br />
Pregunta 4. Prefiere dioses<br />
A. Sibaritas B. Beatos<br />
Por razones obvias pinché el A.<br />
Pregunta 5. ¿Qué tipo de adoración preferiría brindar a sus<br />
dioses?<br />
A. Rezos y plegarias B. Bacanales y orgías<br />
C. Sacrificios animales D. Sacrificios humanos<br />
Pero ¡qué c<strong>la</strong>se de pregunta! <strong>la</strong> B to’ el tiempo.<br />
Pregunta 7. ¿Qué le gustaría para después de <strong>la</strong> muerte?<br />
287
CIENCIA FICCIÓN<br />
A. Vida eterna de paz como recompensa por su buena conducta<br />
B. Reencarnación en otra persona y animal<br />
C. Una eternidad de tormento por una vida pecaminosa<br />
D. Disfrute eterno del paraíso por servir fielmente a <strong>la</strong> causa<br />
de su(s) Dios(es)<br />
Esta sí que es un chícharo, a ver, si tomo <strong>la</strong> C vacilo <strong>la</strong> vida y<br />
luego me <strong>la</strong> hacen pagar por toda <strong>la</strong> eternidad, mmm problemático.<br />
Si elijo <strong>la</strong> A, me paso <strong>la</strong> vida machuca’o para luego meterme<br />
<strong>la</strong> eternidad comiendo mierda entre angelitos y serafines, como en<br />
el cielo cristiano, ni hab<strong>la</strong>r. La B, por otra parte, me da espanto,<br />
eso de ser cualquier animal no me hace ninguna gracia, ya me<br />
imagino de mosca: todo el tiempo revoloteando entre <strong>la</strong> mierda.<br />
Creo que me voy por <strong>la</strong> D. Esa me suena a is<strong>la</strong>m y <strong>la</strong> historia de<br />
ve y muérete feliz por Alá, pero <strong>la</strong> verdad es que es preferible a<br />
<strong>la</strong>s demás.<br />
Clic.<br />
Todo desapareció a mi alrededor y quedé envuelto en una<br />
neblina. No era capaz de verme ni <strong>la</strong> punta de <strong>la</strong> nariz. Pasó un<br />
tiempo incalcu<strong>la</strong>ble donde no estuve ni dormido ni en vigilia; no<br />
me pregunten cómo coño estaba porque no lo sé, como tampoco<br />
sé si duró un minuto o una eternidad.<br />
Cuando recuperé el control de mis sentidos estaba en un calvero<br />
en el medio de <strong>la</strong> jung<strong>la</strong>. Vestía una túnica color salmón y, a<br />
mi alrededor, una multitud de figuras desnudas con genitales<br />
multicolores interpretaban una <strong>la</strong>sciva danza ritual.<br />
Una veintena de parejas y tríos copu<strong>la</strong>ban apasionadamente.<br />
Una muchacha de pelo <strong>la</strong>rgo y mirada dulce se me acercó.<br />
Sostenía ente sus manos una vasija de barro. Me dio un <strong>la</strong>rgo<br />
trago de una bebida cuyo sabor evocaba al ajenjo.<br />
Tuve una erección inmediata.<br />
Por puro instinto, mi mano derecha intentó moverse con afán<br />
288
CIENCIA FICCIÓN<br />
onanista, pero algo lo impedía.<br />
En mi espalda sentí <strong>la</strong>s duras formas de un poste de madera y<br />
me percaté de que estaba atado a él. Era yo el centro de aquel<br />
espectáculo sicalíptico.<br />
Sin embargo, en lugar de preocuparme el hecho, por primera<br />
vez en mi vida me sentí rebosante de fe.<br />
Casi lloré de devoción cuando una de <strong>la</strong>s danzantes procedió<br />
a extraer <strong>la</strong> simiente de mi cuerpo para abonar <strong>la</strong> tierra consagrada<br />
a Matrix-Aya, diosa de <strong>la</strong> fecundidad y <strong>la</strong> abundancia.<br />
Tampoco sentí <strong>la</strong> menor preocupación cuando, acto seguido,<br />
una figura masculina me desató del poste y procedió a sembrar en<br />
mi cuerpo su semil<strong>la</strong>, ni cuando miré hacia atrás, algo adolorido<br />
pero exultante de fe, y divisé un grupo de acólitos de ambos sexos<br />
que esperaban su turno para consumar el sagrado rito de <strong>la</strong> posesión<br />
carnal del nuevo iniciado.<br />
No puedo decir que era un novato en cuestiones sexuales.<br />
Había hecho lo mío. Pero esto era diferente. Aunque una escena<br />
de este tipo pudiera parecer una cuestión de <strong>la</strong> más pura lujuria,<br />
les aseguro que no era ese el caso. Había amor en cada uno de<br />
aquellos actos. Un amor generoso desprovisto del <strong>la</strong>stre del egoísmo<br />
y <strong>la</strong> vanidad. Como se supone que se ama a los dioses o como<br />
estos deben amar a sus creaciones.<br />
En uno de los momentos culminantes de <strong>la</strong> jornada presenciamos<br />
un mi<strong>la</strong>gro: Matrix-Aya hizo brotar una ceiba en el centro<br />
del c<strong>la</strong>vero. Un pequeño arbusto que creció ante nuestros ojos,<br />
primero con <strong>la</strong> timidez de un recién nacido y luego con <strong>la</strong> acelerada<br />
desfachatez de un adolescente, hasta convertirse en un gigante<br />
que nos cobijó a todos bajo su sombra.<br />
Cuando terminó y regresé a <strong>la</strong> irrealidad ¿o era <strong>la</strong> realidad?<br />
todo había cambiado para mí.<br />
Uno de mis nuevos compañeros me llevó de vuelta a “Sus<br />
propios Dioses”. Entramos en La Habana por un camino que no<br />
289
CIENCIA FICCIÓN<br />
había conocido antes. Era mi misma ciudad pero al mismo tiempo<br />
diferente. Como <strong>la</strong> realidad mutada de los sueños. La vieja se<br />
abanicaba en una mecedora de mimbre. Me dedicó una mirada<br />
cargada de empatía.<br />
—¿Dime mijo, vale o no <strong>la</strong> pena?<br />
—¿Cuándo puedo volver? —fue toda mi respuesta.<br />
—Si pagas <strong>la</strong> tarifa completa ya no tendrías que volver —contestó—.<br />
Y tu vida habrá cambiado para siempre.<br />
Pagué gustoso <strong>la</strong> suma exigida e indagué sobre el tipo de tecnología<br />
que usaban para crear esa realidad virtual o lo que fuera.<br />
La mujer negó con <strong>la</strong> cabeza, sonriendo:<br />
—Acabas de pagar por tu fe —me dijo—, disfrúta<strong>la</strong> y no <strong>la</strong><br />
enturbies tratando de razonar<strong>la</strong>.<br />
¡Y qué coño!, tenía toda <strong>la</strong> razón.<br />
Regresé a mi casa, que estaba más o menos en el mismo lugar<br />
en que <strong>la</strong> recordaba. Durante un tiempo continué trabajando en<br />
el mismo trabajo y asistiendo con frecuencia a <strong>la</strong>s siempre renovadas<br />
ceremonias del culto. Ya nunca tuvieron <strong>la</strong> inigua<strong>la</strong>ble<br />
intensidad de aquel<strong>la</strong> primera, pero igual se disfrutaban.<br />
Y los dioses se turnaban para rega<strong>la</strong>rnos mi<strong>la</strong>gros dos veces al<br />
año, por aquello de que no hay nada como un buen mi<strong>la</strong>gro para<br />
sostener <strong>la</strong> fe.<br />
Lo más extraño es que <strong>la</strong> gente de mi entorno asumió mis<br />
nuevas creencias como algo propio. Tal parece que así hubiese<br />
sido toda <strong>la</strong> vida. Yo mismo tenía solo instantes de lucidez, cada<br />
vez más esporádicos, en los que recordaba pasajes de mi oscuro<br />
estado anterior. Por eso escribo esto; para no olvidar por completo<br />
<strong>la</strong> persona que fui hasta hace muy poco.<br />
Pero lo cierto es que el vacío misterioso había desaparecido.<br />
En su lugar quedó imp<strong>la</strong>ntada una fe inquebrantable, mística. No<br />
sé bien como lo lograron pero es real, palpable, y en el<strong>la</strong> radica <strong>la</strong><br />
esencia de mi dicha actual. Primero sospeché que todo era una<br />
290
CIENCIA FICCIÓN<br />
realidad virtual. Pero no hay tecnología que conozca capaz de<br />
imbuirte en un mundo virtual tan vívido como este. Y por tiempo<br />
tan prolongado, además.<br />
Luego pensé que me habían <strong>la</strong>nzado a un universo paralelo,<br />
pero también deseché <strong>la</strong> idea: tampoco era lógico que me enviarán<br />
a un mundo diseñado a mi medida.<br />
Mientras más pensé en el asunto más me trastorné con un<br />
sinnúmero de soluciones imposibles o improbables. Al final terminé<br />
por hacer caso a <strong>la</strong> vieja. Si vivía en un universo virtual o<br />
había sido secuestrado en una realidad parale<strong>la</strong>, no lo sabía, pero<br />
tampoco debía importarme. Ya estaba preparado para morir contento<br />
por mis dioses y me estaría esperando una vida sin límites<br />
de gozos en el más allá. Ni siquiera me asustaba que un buen día<br />
alguien pusiera en mis manos un cinturón de explosivos y me<br />
ordenara <strong>la</strong> inmo<strong>la</strong>ción contra <strong>la</strong> embajada yanqui o <strong>la</strong> sede del<br />
gobierno.<br />
Lo haría sin pensarlo dos veces.<br />
Es probable que algunos de los que lean esto piensen que me<br />
engañaba a mí mismo.<br />
And so what?<br />
Si yo era feliz, o al menos eso creía.<br />
Así todo andaba sobre ruedas hasta que una típica tarde de<br />
verano, mientras paseaba por el malecón, vi otro anuncio.<br />
Era vibrante y descongestionante, como un chuchazo de <strong>la</strong><br />
220.<br />
Si usted quiere abrir los ojos y escapar de <strong>la</strong> enajenante irrealidad<br />
en que vive, no deje que le sigan inventando su mundo:<br />
descubra aquí <strong>la</strong> única verdad: <strong>la</strong> de <strong>la</strong> ciencia.<br />
Ya dije que mi fe era absoluta e inquebrantable: continué<br />
andando.<br />
Pero recién me doy cuenta de que hay algo en mí que está<br />
cambiando: un extraño desasosiego ha comenzado a invadirme<br />
291
CIENCIA FICCIÓN<br />
otra vez.<br />
A menudo mis pasos me llevan hacia esa misma calle.<br />
Contemplo el cartel y titubeo.<br />
Y una voz interior me dice que un buen día terminaré por<br />
entrar allí.<br />
Después de todo ya lo dijo el viejo John: La felicidad, amigos,<br />
no es más que una pisto<strong>la</strong> caliente.<br />
292
LOS AUTORES
LOS AUTORES<br />
Jorge Enrique Lage. (La Habana, Cuba, 1979). Narrador,<br />
editor, Licenciado en Bioquímica, especialista del Centro de<br />
Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y jefe de redacción de<br />
<strong>la</strong> revista de narrativa <strong>El</strong> Cuentero. Ha publicado los libros de<br />
<strong>cuentos</strong>: Yo fui un adolescente <strong>la</strong>drón de tumbas (Editorial<br />
Extramuros, 2004); Fragmentos encontrados en La Rampa (Casa<br />
Editora Abril, 2004); Los ojos de fuego verde (Casa Editora<br />
Abril, 2005); <strong>El</strong> color de <strong>la</strong> sangre diluida (Editorial Letras<br />
Cubanas, 2008) y Vultureffect (Ediciones UNIÓN, 2011). Es<br />
autor, además, de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> Carbono 14. Una nove<strong>la</strong> de culto<br />
(Ediciones Altazor, Perú 2010). Cuentos suyos han aparecido en<br />
antologías y revistas de Cuba y el extranjero.<br />
Rafael de Águi<strong>la</strong>. (La Habana, 1962). Narrador. Ha publicado<br />
los libros: Último viaje con Adriana, Premio Pinos Nuevos 1996<br />
(Editorial Letras Cubanas, 1997); <strong>El</strong>los orinan de pie (Editorial<br />
Letras Cubanas, 2006) y Del otro <strong>la</strong>do (Editorial Letras Cubanas,<br />
2010) que obtuvo el Premio Alejo Carpentier de Cuento ese<br />
mismo año. Su re<strong>la</strong>to “Patas al aire” mereció el Premio La Gaceta<br />
de Cuba 2011.<br />
Emerio Medina. (Mayarí, Holguín, 1966) es el narrador cubano<br />
más premiado de los últimos años. Con Rendez-vous nocturno<br />
para espacios abiertos obtuvo el Premio de <strong>la</strong> Ciudad de Holguín<br />
2006; con el re<strong>la</strong>to “Los días del juego” el Iberoamericano de<br />
Cuento Julio Cortázar 2009; y ese mismo año el Premio UNEAC<br />
de Cuento Luis Felipe Rodríguez por su volumen Café bajo sombril<strong>la</strong>s<br />
junto al Sena. En enero de este año (2011) obtuvo el<br />
Premio Casa de <strong>la</strong>s Américas por su libro La bota sobre el toro<br />
muerto.<br />
294
LOS AUTORES<br />
Miguel Terry Valdespino. (La Habana, 1963). Narrador.<br />
Licenciado en Periodismo. Premio Pinos Nuevos 1993 por<br />
Laberinto de lobos (Editorial Letras Cubanas, 1994). Tercer<br />
Premio del Concurso Internacional Casa de Teatro 2003,<br />
República Dominicana, por <strong>la</strong> pieza teatral Los duros pierden con<br />
Humphrey Bogart. Premio Literario Félix Pita Rodríguez 2009<br />
por No me hables de <strong>la</strong> ira (Editorial Unicornio, 2010). Ha publicado<br />
además Ángeles y cenizas (Editorial La Puerta de Papel,<br />
1992), La piedra en <strong>la</strong> boca (Editorial Unicornio, 2005) y Ajuar<br />
de guerra (Editorial Unicornio, 2001). Su re<strong>la</strong>to “Las lecciones<br />
del vampiro” mereció <strong>la</strong> Primera Mención en el Concurso<br />
Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2010.<br />
Ahmel Echevarría. (La Habana, 1974). Narrador. Obtuvo el<br />
Premio David 2004 con los <strong>cuentos</strong> de Inventario y el Pinos<br />
Nuevos 2005 con <strong>la</strong> noveleta Esquir<strong>la</strong>s (Editorial Letras Cubanas,<br />
2006) y menciones en el Cirilo Vil<strong>la</strong>verde de nove<strong>la</strong> 2008 por<br />
Días de entrenamiento y el Luis Felipe Rodríguez de cuento 2009<br />
por Pastel para pit bulls. Incluido en <strong>la</strong>s antologías Los que cuentan<br />
y La ínsu<strong>la</strong> fabu<strong>la</strong>nte. Editor del sitio web del Centro de<br />
Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y de <strong>la</strong> página digital<br />
Vercuba.<br />
Jorge Ángel Pérez. (Encrucijada, Vil<strong>la</strong> C<strong>la</strong>ra, 1963). Narrador.<br />
Obtuvo el Premio David 1995 con Lapsus ca<strong>la</strong>mi (cuento). Ha<br />
publicado además <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s <strong>El</strong> paseante Cándido (Premio<br />
UNEAC 2002) y Fumando espero (primer finalista del Premio<br />
Internacional de Nove<strong>la</strong> Rómulo Gallegos 2005). Su re<strong>la</strong>to “Una<br />
estrofa de agua”, mereció el Premio Iberoamericano de Cuento<br />
Julio Cortázar 2006, y con el volumen de <strong>cuentos</strong> En La Habana<br />
no son tan elegantes ganó el Premio Alejo Carpentier 2009.<br />
295
LOS AUTORES<br />
Yonnier Torres. (P<strong>la</strong>cetas, 1981). Sociólogo y narrador.<br />
Egresado del XI Curso de Técnicas Narrativas del Centro de<br />
Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Tiene en proceso de<br />
edición los libros de <strong>cuentos</strong> Delicados procesos (Premio Luis<br />
Rogelio Nogueras de Ciencia Ficción, por Editorial Extramuros);<br />
<strong>El</strong>ementos comunes (Premio Félix Pita Rodríguez de Narrativa,<br />
por Editorial Unicornio); Esto funciona como una caja cerrada<br />
(Premio Calendario 2011, por Casa Editora Abril); y <strong>la</strong> nove<strong>la</strong><br />
C<strong>la</strong>var los ojos al cielo (Premio de Nove<strong>la</strong> Fernandina de Jagua<br />
2011, por Editorial Mecenas). <strong>El</strong> presente re<strong>la</strong>to da título a su<br />
libro <strong>El</strong>ementos comunes, de pronta aparición.<br />
Yamilet García Zamora. (La Habana, 1965). Narradora.<br />
Licenciada en Letras por <strong>la</strong> Universidad de La Habana. Maestra<br />
en Museos por <strong>la</strong> UIA de México, DF y Doctora en Teoría<br />
Literaria por <strong>la</strong> UAM de Iztapa<strong>la</strong>pa, México. Trabaja como<br />
Profesora de Redacción y Literatura en <strong>la</strong> Universidad<br />
Panamericana, <strong>la</strong> UNITEC y el CAM, donde también imparte<br />
cátedra a <strong>la</strong> maestría en museos.<br />
Leopoldo Luis. (La Habana, 1961). Periodista y narrador.<br />
Editor del sitio web de <strong>la</strong> revista cultural <strong>El</strong> Caimán Barbudo.<br />
Obtuvo en 2008 el Premio de <strong>la</strong> Ciudad de Holguín con el libro<br />
de <strong>cuentos</strong> Adiós, Habana (Ediciones Holguín, 2009 y Editorial<br />
Atom Press, 2011).<br />
Lorenzo Lunar Cardedo. (Santa C<strong>la</strong>ra, 1958) es una de <strong>la</strong>s<br />
voces imprescindibles de <strong>la</strong> narrativa cubana contemporánea. Ha<br />
ganado dos veces el prestigioso concurso de re<strong>la</strong>tos policiales<br />
Semana Negra de Gijón, en los años 1999 y 2001 respectivamente.<br />
Tiene publicadas varias nove<strong>la</strong>s en Cuba y en el extranjero,<br />
entre <strong>la</strong>s que descuel<strong>la</strong>n Échame a mí <strong>la</strong> culpa, La vida es un<br />
tango, Cuesta abajo, Polvo en el viento, La casa de tu vida y Que<br />
en vez de infierno encuentres gloria, ga<strong>la</strong>rdonada como “<strong>la</strong> mejor<br />
nove<strong>la</strong> negra publicada en España durante el año 2003”.<br />
296
LOS AUTORES<br />
Rafael Grillo. (La Habana, 1970), periodista y escritor, ha<br />
publicado los libros de ensayo Ecos en el <strong>la</strong>berinto (Ediciones<br />
Extramuros, 2005) y La revancha de Sísifo (Ediciones Unicornio,<br />
2010). En 2008 ganó el Premio Fundación de <strong>la</strong> Ciudad de Santa<br />
C<strong>la</strong>ra en <strong>la</strong> categoría de Periodismo Literario por el volumen Las<br />
armas y el oficio. Es autor de <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s Asesinos ilustrados<br />
(Premio Luis Rogelio Nogueras 2009) e Historias del Abecedario<br />
(Casa Editora Abril, 2011). Artículos suyos han aparecido en<br />
diversos medios de prensa nacionales y extranjeros.<br />
Rebeca Murga. (La Habana, 1973). Narradora y crítica literaria.<br />
En el Concurso Internacional de Re<strong>la</strong>tos Policíacos de <strong>la</strong><br />
Semana Negra de Gijón, España, recibió el Accésit en 2003 y en<br />
2004 obtuvo el Premio. Ha co<strong>la</strong>borado con <strong>la</strong> revista especializada<br />
en literatura negra La Gangsterera, de España. Tiene publicados,<br />
entre <strong>otros</strong>, los libros: La enfermedad del beso y otras dolencias<br />
de amor (Ediciones Unión, La Habana, Cuba, 2008) y <strong>El</strong><br />
esc<strong>la</strong>vo y <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra (Ediciones San Librario, Bogotá, Colombia,<br />
2008).<br />
Mario Brito. (Manicaragua, 1955). Licenciado en Español y<br />
Literatura por el Instituto Superior Pedagógico Félix Vare<strong>la</strong> de<br />
Santa C<strong>la</strong>ra. Narrador. Tiene publicados los títulos de narrativa<br />
En torno al equilibrio, Fuegos fatuos y Dile al corazón que ame<br />
en voz baja, así como <strong>otros</strong> textos en diferentes órganos de prensa<br />
del país. Ha sido antologado por <strong>la</strong> Editorial Letras Cubanas<br />
en Otra vez todo el amor (1999) por su premio en el Concurso<br />
Cuentos de Amor de Las Tunas, 1994. Ha publicado re<strong>la</strong>tos del<br />
género policial en <strong>la</strong> revista especializada La Gangsterera, de<br />
España.<br />
297
LOS AUTORES<br />
Obdulio Fenelo. (Florida, Camagüey, 1971). Narrador.<br />
Licenciado en Letras por <strong>la</strong> Universidad de Oriente. Premio de <strong>la</strong><br />
Ciudad de Camagüey en el género cuento, 2002. Premio en el<br />
concurso nacional Vértice,de <strong>cuentos</strong> cortos, Bayamo, 2001.<br />
Premio del concurso Celestino de Cuentos, Holguín,2003. Premio<br />
de Narrativa Joven Reina del Mar, Cienfuegos, 2004. Premio<br />
Beca decreación de La Gaceta de Cuba en el género cuento, 2004.<br />
Ha publicado: Quemar <strong>la</strong>s naves (<strong>cuentos</strong>), Editorial Ácana,<br />
2002; Un día después de <strong>la</strong> tristeza (<strong>cuentos</strong>), Editorial Oriente,<br />
2007; y Háb<strong>la</strong>me de Estambul (<strong>cuentos</strong>), Editorial Letras<br />
Cubanas, 2010.<br />
Erick J. Mota. (La Habana, 1975). Licenciado en Física.<br />
Egresado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro de<br />
Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha obtenido los premios<br />
Juventud Técnica 2004, La Edad de Oro de Ciencia Ficción<br />
para jóvenes, 2007, TauZero de Nove<strong>la</strong> Corta de Fantasía y<br />
Ciencia Ficción, Chile, 2008 y Calendario de Ciencia Ficción,<br />
2009. Además de re<strong>la</strong>tos en diversas antologías, ha publicado los<br />
libros Bajo Presión (noveleta, Editorial Gente Nueva, 2008);<br />
Algunos recuerdos que valen <strong>la</strong> pena (<strong>cuentos</strong>, Casa Editora<br />
Abril, 2010); La Habana Underguater, los <strong>cuentos</strong> (Editorial<br />
Atom Press, 2010) y La Habana Underguater, <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> (Editorial<br />
Atom Press, 2010).<br />
Yoss. (La Habana, 1969) es uno de los escritores cubanos más<br />
leídos dentro y fuera de Cuba. Obtuvo el Premio David 1988 con<br />
Timshel y ha publicado desde entonces nove<strong>la</strong>s y volúmenes de<br />
cuento entre los que se destacan W (1997); Los pecios y los náufragos<br />
(Premio Luis Rogelio Nogueras 1998); Al final de <strong>la</strong> senda<br />
(Letras Cubanas, 2003); Precio justo (Premio Calendario 2004);<br />
Pluma de león (Letras Cubanas, 2007) y diversos títulos en<br />
298
LOS AUTORES<br />
Europa, entre ellos <strong>la</strong> cuentinove<strong>la</strong> I sette pecatti nazionali<br />
(cubani) en Italia (1999) y Se alqui<strong>la</strong> un p<strong>la</strong>neta en España<br />
(2001). Cultiva también el ensayo y es autor de diversas antologías<br />
dedicadas a <strong>la</strong> literatura de ciencia-ficción. Junto con Raúl<br />
Aguiar compiló Escritos con guitarra. Cuentos cubanos sobre el<br />
rock (Ediciones UNIÓN, 2005).<br />
Gabriel J. Gil. (La Habana, 1987). Narrador. Estudiante de<br />
Física en <strong>la</strong> Universidad de La Habana. Pertenece al Grupo de<br />
Creación de Género Fantástico y Ciencia Ficción Espiral. Egresado<br />
del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha<br />
impartido conferencias en los eventos Ansible 2006 y 2007, <strong>la</strong>s<br />
cuales han sido publicadas en el e-zine Disparo en Red. Obtuvo<br />
una mención en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio<br />
Cortázar 2010 con su re<strong>la</strong>to de ciencia ficción “La culpa <strong>la</strong> tiene<br />
Menard”. “<strong>El</strong> incidente ‘Johnson-Muñoz’” forma parte de <strong>la</strong><br />
antología En sus marcas, listos, futuro, publicada por <strong>la</strong> Editorial<br />
Gente Nueva.<br />
Juan Pablo Noroña. (La Habana, 1973). Narrador. Licenciado<br />
en Filología. Cuentos suyos han aparecido en <strong>la</strong>s antologías Reino<br />
Eterno (Letras Cubanas, 2000); Dimension Latine (Francia,<br />
2007); Secretos del futuro (Extramuros, 2007) y Crónicas del<br />
mañana (Letras Cubanas, 2009). Ha co<strong>la</strong>borado para el fanzine<br />
de literatura fantástica miNatura y varios medios dedicados a <strong>la</strong><br />
ciencia ficción en Internet como <strong>la</strong> revista Axxón (Argentina),<br />
Disparo en Red y Tercera Fundación.<br />
Jeffrey López Dueñas. (La Habana, 1982). Narrador.<br />
Licenciado en Derecho. Graduado del Centro de Formación<br />
Literaria Onelio Jorge Cardoso. Director del e-zine La voz de<br />
Alnader; fundador del Proyecto DIALFA-Hermes; fundador y cocoordinador<br />
del Taller de Creación Literaria Espacio Abierto.<br />
299
LOS AUTORES<br />
Coantologador del libro de <strong>cuentos</strong> de fantasía Axis Mundis. Ha<br />
organizado y dirigido los eventos Behíque 2008 y 2009, así como<br />
<strong>la</strong>s tres ediciones del Evento Teórico de Fantasía y Ciencia Ficción<br />
Espacio Abierto, participando además como conferenciante.<br />
Carlos Duarte. (La Habana, 1962). Narrador. Doctor en<br />
Ciencias Biológicas. Premio en el Primer Concurso Internacional<br />
Sinergia, Realidades Alteradas, 2008. Un re<strong>la</strong>to suyo fue seleccionado<br />
para Fabricantes de Sueños 2008, de <strong>la</strong> AECFT. Primer<br />
Premio del Concurso de CF de <strong>la</strong> revista Juventud Técnica, 2008.<br />
Mención Especial en el Concurso Luis Rogelio Nogueras de<br />
Ciencia Ficción, 2010. Finalista en el III Certamen Internacional<br />
de Poesía Fantástica miNatura 2011. Es uno de los fundadores<br />
del Taller de Literatura Fantástica Espacio Abierto y uno de los<br />
editores de <strong>la</strong> revista digital Korad. Cuentos suyos han aparecido<br />
en antologías de Argentina y Cuba, en diferentes ezines.<br />
300
EL MARTILLO Y LA HOZ<br />
Y OTROS CUENTOS<br />
~ ~<br />
Un muestrario de temas, tendencias, estilos y autores que<br />
caracterizan el panorama literario de Cuba durante <strong>la</strong> nueva<br />
centuria, es lo que ofrece <strong>El</strong> <strong>martillo</strong> y <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> y <strong>otros</strong> <strong>cuentos</strong>.<br />
L<strong>la</strong>mado a ser el Volumen I de <strong>la</strong> “Colección 21 Cuentos Cubanos<br />
del Siglo XXI”, esta compi<strong>la</strong>ción se realizó a partir de los textos<br />
publicados, entre junio y octubre de 2011, en <strong>Isliada</strong>.com.<br />
Literatura Cubana Contemporánea y los propios lectores del sitio<br />
web se encargaron de hacer <strong>la</strong> selección mediante una encuesta<br />
on-line.<br />
Acompañados por otras tantas ilustraciones de artistas<br />
cubanos, encontrarán aquí siete piezas de Narrativa de tema<br />
general, siete del género Policial y siete de Ciencia Ficción/<br />
Fantasía. Los autores de los <strong>cuentos</strong> son: Jorge E. Lage, Rafael de<br />
Águi<strong>la</strong>, Emerio Medina, Miguel Terry Valdespino, Ahmel<br />
Echevarría, Jorge Ángel Pérez, Yonnier Torres, Yamilet García<br />
Zamora, Leopoldo Luis, Lorenzo Lunar, Rafael Grillo, Rebeca<br />
Murga, Mario Brito, Obdulio Fenelo, Yonnier Torres, Erick J.<br />
Mota, Yoss, Gabriel J. Gil, Juan Pablo Noroña, Jeffrey López<br />
Dueñas y Carlos A. Duarte Cano.