El enigmático y selecto club del que querrá ser socio

¿Ha oído hablar alguna vez de los rotarios? Es hora de que conozca al club de notables del que han formado parte personajes tan célebres como Winston Churchill o Margaret Thatcher.

Una reunión a la que asistieron las esposas de los miembros del Rotary Club de Etham en 1938. Las mujeres ganaron el derecho a acceder en 1981.

© Cordon Press

Si usted está pensando en ser rotario, sepa que se accede por invitación de uno de sus miembros y tras un proceso de deliberación de los socios después de que el candidato haya participado en varias reuniones del club en el que desea ingresar.

Antes de que los terapeutas de medio mundo asegurasen la infalibilidad de la ayuda al prójimo como remedio más a mano para lograr la felicidad que se nos resiste en estos tiempos, un abogado de Chicago llamado Paul P. Harris ya lo tenía muy claro en 1905 cuando fundó el movimiento Rotary Club bajo el lema “se beneficia más quien mejor sirve”.

Harris sabía que la amistad es la mejor impulsora de los negocios y, aunque a los rotarios les disgusta que se les defina como un club elitista repleto de apellidos compuestos, tanto sus orígenes win win como la imagen que proyectan – “Únete a líderes: en Rotary conocerás a líderes de otros continentes y culturas” , - contribuyen a que la organización no haya podido deshacerse en nuestro país de cierto aura inaccesible y enigmático.

De hecho, a los rotarios les persigue la leyenda de su conexión con organizaciones de las que sabemos menos de lo que querríamos y que comparten con ellos atributos favorables a la fábula como el alto estatus de sus miembros, el carácter internacional de la organización y la discreción. Por eso, hay quien ubica al Rotary Club en la órbita de estructuras como Club Bildelberg, la Trilateral, el Club de Roma y, en particular, la masonería. Y recordemos que durante décadas, ser masón en España equivalía poco menos que a formar parte de una secta de ritos desconocidos, más propia de un texto de aire críptico a lo Dan Brown que de un texto transparente como la Ley de Asociaciones, ley por la que se rigen a día de hoy tanto los masones como los rotarios.

Estas ideas en torno a la masonería -y por contagio a los clubes rotarios y otras entidades que quisiesen practicar el derecho de reunión- se remontan a los cuarenta años de obsesiva represión franquista hacia los masones que, por cierto, conservan intacto su principio original “hacer de hombres buenos, hombres mejores”, sin que parezca que haya en tal sentencia platónica nada condenable a priori. Hasta tal punto llegó la ofuscación del franquismo hacia cualquier grupo en el que no pudiera intervenir, que el ataque más frecuente hacia los rotarios españoles ha consistido en señalarlos sistemáticamente como “hermanos menores de los masones” lo que daba lugar al consiguiente desmentido y, de nuevo, a la sucesiva acusación.

Sin embargo, no parece que en la actualidad esta asociación preocupe demasiado. “Recientemente, en Estados Unidos, tuve la oportunidad de conocer a un rotario masón, un profesional liberal, que en su despacho tenía el emblema masón y no escondía su condición en absoluto. Creo que hay mucho desconocimiento e ideas equivocadas tanto respecto a Rotary como respecto a los masones”, es lo que afirma para Vanity Fair Borja García Salaverri, presidente del Rotary Club de Bilbao que también aclara las coordenadas “reales” de la entidad: “somos una organización de voluntariado apolítica y aconfesional al servicio de la comunidad y cualquier persona de cualquier raza, idea política o religión que esté comprometida con los problemas de la sociedad y que comparta el ideal “el servicio por encima de uno mismo” puede formar parte de Rotary”, asegura.

Quizá sea más preciso decir “cualquier persona que sea aceptada” porque, como pasa en todo club que se precie, si usted está pensando en ser rotario, sepa que se accede por invitación de uno de sus miembros y tras un proceso de deliberación de los socios después de que el candidato haya participado en varias reuniones del club en el que desea ingresar. Tendrá donde elegir, pues hay 34.000 clubes repartidos en los 160 países del mundo en los que el derecho de reunión no está prohibido. Y también tendrá el orgullo de haber confraternizado con una lista interminable (y vistosa) de personajes célebres como ** Winston Churchil, Franklin D. Rooselvetl, John F. Kenedy, Thomas Edison, Walt Disney, Margaret Thatcher, Luciano Pavarotti, Stephen Hawking, Nicolas Sarkozy, Claude Vuitton, Noor de Jordania, Pau Gasol… o Beyoncé** que antes de 1989 no hubiera podido ser rotaria dado que hasta ese año las mujeres no fueron admitidas en la organización.

Los personajes vivos del elenco anterior y el millón doscientos mil rotarios que se contabilizan en la actualidad pertenecen al club que puede presumir, y presume, () de haber liderado la erradicación mundial de la polio. Y, a su trabajo como voluntarios y recaudadores de fondos para esta causa humanitaria, hay que añadir actuaciones semejantes a las de un “lobby”. Si bien la exquisitez rotaria en la expresión de sus mandatos no habla en ningún caso de "presión" sino de “promoción (…) entre autoridades, líderes empresariales y conocidos” de las causas en las que concentran sus esfuerzos. Entre amigos no se presiona, se promueve. Y los próximos propósitos de los rotarios tienen “el agua” en su agenda, según García Salaverri.

Preguntado por el perfil distinguido e influyente de los socios, el presidente del Rotary Club de Bilbao es rotundo “no es un club de selectos, es un grupo que se encuentra comprometido y sensibilizado con los problemas de la comunidad y la sociedad. Se busca gente que pueda aportar valor añadido y sinergias al club”. Y al menos en apariencia, el perfil que describe de los rotarios en nuestro país tiene más que ver con la filantropía que con lobbies políticos “en su mayoría se trata de profesionales jubilados, aunque cada vez hay más jóvenes y más mujeres. Hay abogados, ingenieros, empresarios, médicos, economistas… que intercambian ideas y realizan proyectos a favor de la comunidad a nivel internacional y local”.

Sean cuales sean esos intercambios, los rotarios se rigen por un estricto código ético que se condensa en la conocida como “prueba cuádruple rotaria”, adoptada en 1943 y que pide a los miembros contestar a estas cuatro preguntas antes de cualquier toma de decisiones en sus negocios, en su comunidad y en sus asuntos personales: ¿es la verdad?, ¿es equitativo para todos los interesados?, ¿creará buena voluntad y mejores amistades?, ¿será beneficioso para todos los interesados? Nadie podría negar que no se trata de una cultura casi “kármica” que favorece un enriquecimiento recíproco entre los miembros del club, sus allegados y las comunidades que se beneficien de su compromiso. Quizá por eso los históricos recelos en torno a este movimiento del que, en cualquier caso, solo se conocen proyectos humanitarios en los que sus miembros “nos remangamos y cedemos nuestro tiempo implicándonos en los proyectos. El voluntariado es tan importante o más que las aportaciones económicas”, indica García Salaverri.

Es prácticamente imposible no reconocer la rueda dentada rotaria a la entrada de cualquier ciudad, cualquier hotel, cualquier hospital o cualquier parque por el que uno pase. “Simboliza el dinamismo, el movimiento, la proactividad en servicio de la comunidad y el engranaje de sus miembros, todos necesarios y unidos y está presente en todos los lugares en los que Rotary ha intervenido ejecutando un trabajo comunitario” explica García Salaverri. De hecho, está tan presente que puede que esté usted preguntándose cómo es posible que una organización tan ubicua sea, a la vez, tan desconocida y, para muchos, tan intrigante.

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