La chocante instrucción alemana de la División Azul

Segunda Guerra Mundial

Los divisionarios españoles recibieron adiestramiento en Grafenwöhr antes de entrar en combate. Un adiestramiento corto y que resultó culturalmente sorprendente

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La chocante instrucción alemana de la División Azul
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La chocante instrucción alemana de la División Azul

Recordaba el escritor Dionisio Ridruejo que el 21 de junio de 1941, cenando con otros dos prohombres de Falange, Manuel de Mora-Figueroa, a la sazón gobernador civil de Madrid, y el ya ministro de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Suñer, discutieron la idea de crear una unidad de voluntarios para luchar contra los soviéticos si Alemania invadía la URSS. Su suposición, que no lo era tanto, se confirmó a la mañana siguiente con el inicio de la Operación Barbarroja.

Poco después se acordó abrir banderines de enganche para formar la “División de Falange para ir a Rusia”, iniciativa que no gustó al Ejército, como se vería en el siguiente consejo de ministros. En él se llegó al convencimiento de que había que posicionar a España ante un futuro Tercer Reich victorioso. Enviar una fuerza militar formada por voluntarios que no comprometiera al Estado pareció la fórmula correcta.

Un grupo de soldados de la División Azul se entretienen acompañados de una guitarra. Culture Club/Getty Images

Un grupo de soldados de la División Azul se entretienen acompañados de una guitarra. 

Culture Club/Getty Images
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Para los líderes de la FET, era un modo de participar en el nuevo orden que creían que se impondría en Europa tras la guerra. Para el Ejército, aparecía como una devolución de la ayuda prestada durante la Guerra Civil. Para la mayoría de unos y otros, era un modo de luchar contra el comunismo que consideraban que había ensangrentado España. Todo ello sin necesidad de entrar en la Segunda Guerra Mundial. Otra cosa era dirimir las características de semejante unidad.

Durante la reunión, se produjo un duro enfrentamiento entre Serrano Suñer y el ministro del Ejército, el general José Enrique Varela, próximo al carlismo y que sentía gran antipatía por su homólogo en la cartera de Exteriores. Se vertieron palabras gruesas, y a Franco le costó lograr un entendimiento, que se tradujo en una solución intermedia: no se enviaría a una fuerza alistada por Falange ni la unidad regular propuesta por Varela, sino una división de voluntarios encuadrada por el Ejército, de la que un tercio de alféreces y suboficiales provendría de las milicias de FET y de las JONS.

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Serrano Suñer, a la derecha de la imagen,en una celebración del bando franquista en 1939 en San Sebastián.

Terceros

Recibiría el nombre de “División Española de Voluntarios” (250.ª División de Infantería en los estadillos alemanes), aunque sería popularmente conocida como “División Azul” por el predominio falangista en su seno, al menos en la primera expedición. El color se iría diluyendo, sin desaparecer, en los sucesivos relevos.

El vibrante discurso pronunciado por Serrano Suñer desde los balcones de la Secretaría General del Movimiento, en el que vertió la famosa frase de “¡Rusia es culpable!”, azuzó el ánimo de los que ya barruntaban ir a los banderines de enganche. Estos se abrieron oficialmente el 26 de ese mismo mes de junio, de acuerdo con unas instrucciones que abogaban por reservar las plazas a “camaradas de probada adhesión al Movimiento”, pero que vetaban a los voluntarios indígenas del Marruecos español.

En alguna ocasión se necesitó enchufe para ser admitido, y más de uno renunció a su grado militar para poder alistarse

Sea como fuere, y aunque en Cataluña y el País Vasco no se llegara al cupo establecido –el boicot falangista a los voluntarios tradicionalistas tuvo algo que ver–, la afluencia superó con creces lo previsto. De hecho, en alguna ocasión se necesitó enchufe para ser admitido, y más de uno renunció a su grado militar para poder alistarse.

La verdad es que la recluta fue un gran éxito. En ella se integraron no solo jerarcas de Falange, como los propios Ridruejo y Mora-Figueroa, que predicaron con el ejemplo, sino también una nutrida representación del SEU, junto a jóvenes del más variado origen.

¿Por qué alistarse?

Las razones para inscribirse fueron muchas y muy distintas. Predominó el idealismo político, pero no faltaron excombatientes inadaptados, los que se movieron por razones económicas o profesionales (una buena paga o avanzar en el escalafón), los que pretendían hacer olvidar su pasado republicano o los que buscaban una forma de “pasarse” a sus afines.

De cualquier modo, quienes vivieron aquellos días no dudaron. Era el signo de los tiempos, y uno animó a otro, en especial en los medios estudiantiles, que confirieron un cierto tono intelectual a la División. Con todo, la mitad de los hombres procedería de los cuarteles. Tampoco faltaron 28 rusos blancos de la Legión, que iban a pisar de nuevo su patria como intérpretes, o quienes buscaban la aventura en un país enigmático. Quedaba por ver quién mandaría la unidad.

Dos divisionarios españoles hablando con un oficial alemán de la Luftwaffe. Rusia, octubre de 1941.

Dos divisionarios españoles hablando con un oficial alemán de la Luftwaffe. Rusia, octubre de 1941.

Heinrich Hoffmann/Mondadori vía Getty Images

Su jefe debía ser un militar de reconocida valía que gustara por igual al Ejército y a la Falange. La decisión no resultó difícil, pues pocos reunían las condiciones del general Agustín Muñoz Grandes. Jefe militar del Campo de Gibraltar, antiguo secretario general de FET y de las JONS, Muñoz Grandes era una persona de trato campechano con un gran predicamento entre sus hombres.

La unidad se organizaría con cuatro regimientos de infantería, designados por el nombre de sus coroneles (Rodrigo, Pimentel, Vierna y Esparza), más uno de artillería, y los correspondientes servicios. Para subrayar el carácter voluntario, se decidió que sus integrantes llevaran la camisa azul de Falange y la boina roja tradicionalista (“el tomate”). Muy pronto, a algunos falangistas les dio por sacar el cuello de la camisa por encima de la guerrera, para disgusto de los mandos militares. La polémica se zanjó cuando el propio Muñoz Grandes se sacó el cuello y la costumbre se generalizó.

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El uniforme más utilizado fue el del modelo 1926 verde caqui, pero también se repartió una partida de color garbanzo de un almacén del Ejército Popular de la República que había caído en manos nacionales tras la toma de Barcelona. Por lo demás, era habitual ver prendidas las medallas ganadas en la pasada guerra, así como el yugo y las flechas.

Por fin, el 13 de julio de 1941 salió de la Estación del Norte de Madrid el primer convoy. Lo hizo entre multitudes, arropado por familiares y amigos y con las máximas autoridades presentes, y todos los medios de comunicación se hicieron eco del evento. Se repartió tabaco entre los exultantes expedicionarios, tan convencidos de que la campaña iba a ser breve que algunos temían llegar cuando ya hubiera acabado. La mayor parte de la tropa ocupaba vagones de carga, mientras los oficiales lo hacían en uno de pasajeros.

El campo de Grafenwöhr

Tras dejar Irún al día siguiente, los primeros divisionarios llegaron a Hendaya, en Francia, donde los alemanes les recibieron con honores. Tocaba ahora una ducha caliente, la desinfección de las ropas –sentida como una humillación– y la sesión de vacunas. Acabados los trámites, los hombres subieron a un tren francés que los llevó al campo de instrucción de Grafenwöhr, en el Alto Palatinado.

El ánimo era bueno, pero se fue agriando a medida que se internaban en territorio francés. Se vieron mal recibidos por los ciudadanos del país vecino, entre los que se mezclaron exiliados republicanos, y de los insultos y amenazas se pasó al lanzamiento de piedras y a algún disparo ocasional.

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Salida de los voluntarios de la División Azul. 

Otras Fuentes

Los incidentes se repetirían en otras expediciones. Pero cuando el convoy penetró en suelo alemán, la situación cambió radicalmente. En las estaciones germanas, más allá de los ritos oficiales, fueron calurosamente acogidos por la población, mientras las muchachas de la Cruz Roja del Reich les repartían comida caliente, café y tabaco.

El primer tren llegó a Grafenwöhr el 17 de julio, tras cuatro días de viaje. El último lo haría el 23. La magnitud del lugar, con sus 80 kilómetros de perímetro, sorprendió a todos. Los pabellones de dos pisos, cuya arquitectura recreaba la popular bávara, contrastaban con los sobrios y ajados cuarteles españoles. Árboles, calles empedradas, almacenes, talleres y edificios públicos conformaban una verdadera ciudad.

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La buena impresión se confirmó en los limpios y cómodos alojamientos, en cuyas salas con literas y taquillas cabían una docena de soldados. A cada hombre se le dio una sábana en forma de saco que pocos supieron utilizar: se metieron dentro sin saber que se trataba de una funda en la que insertar las mantas.

Al cabo de unos días, tras la recogida de los uniformes españoles para ser lavados y almacenados, se repartió el equipo reglamentario alemán, más una insignia con los colores nacionales para la manga derecha de guerreras y abrigos y una calcomanía para el casco. Muchos conservaron sus camisas azules, así como sus medallas e insignias. Los largos calzoncillos de felpa, que entonces llamaron a la risa, luego resultaron muy útiles en el frío invierno ruso.

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Varios miembros de la División Azul charlan animadamente. 

Terceros

En general, todo era de buena calidad. Sorprendió la sustitución de nuestro plato de aluminio por una marmita con tapa, aunque desilusionaron los botines tobilleros, pues los divisionarios se esperaban botas altas.

La unidad tuvo que ser reestructurada para adaptarse al modelo alemán. Se suprimió el regimiento Rodrigo y se repartieron sus hombres entre los demás. Sumaban en total 17.458, una vez descontados los que fueron devueltos por no pasar los controles médicos, más algún delincuente y un sargento de color. Su dotación fue siempre mayor que la de sus homólogas alemanas.

Gustaron las armas recibidas, en especial la ametralladora MG 34, capaz de disparar entre 900 y 1.200 tiros por minuto

La designación como división de infantería hipomóvil causó decepción. Muchos creían que se convertiría en una unidad motorizada, por lo que se había hecho acopio de conductores y mecánicos, pero no de acemileros. Además, los 5.610 animales de requisa no eran adecuados. No solo era problemático obtener la partida de heno para su sustento, sino que bastantes caballos murieron de puro agotamiento.

Sin embargo, en ningún caso se trató de un desprecio hacia los españoles, como se pensó, sino del equipamiento al uso en cualquier división de infantería alemana. Por contra, gustaron las armas recibidas, en especial la ametralladora MG 34, capaz de disparar entre 900 y 1.200 tiros por minuto y que sería conocida como “la máquina”.

Voluntarios de la División Azul en el frente ruso.

Voluntarios de la División Azul en el frente ruso.

Terceros

El adiestramiento duró únicamente cinco semanas por presión del propio mando, que alegó el alto número de veteranos. Las victorias de la Wehrmacht hacían prever un colapso de la URSS, y se quería llegar a tiempo. El 31 de julio se prestó juramento de obediencia a Hitler, con una variante sobre la fórmula habitual, pues se mantenía solo “en su lucha contra el comunismo”. Muñoz Grandes lo realizó en solitario con el añadido: “Lo que un español jura, lo cumple o muere”.

En las negociaciones se acordó que nuestros “guripas” (término que en lenguaje cuartelero venía a significar pillastre, pero con el que los divisionarios se identificaron) estarían sujetos a los preceptos del Código Militar español, y no del alemán. El servicio de policía estaría a cargo de miembros de la Guardia Civil, que no responderían ante oficiales germanos.

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Se establecieron, por otra parte, dos sueldos: los correspondientes al empleo en el ejército alemán y en el español, pagaderos al familiar designado en España, menos una cantidad que se recibiría en mano para cubrir las necesidades más perentorias.

Durante su estancia en Grafenwöhr, las relaciones con la población civil fueron buenas, aunque algo distantes. Los autóctonos sentían curiosidad por los morenos españoles, si bien los miraban con un cierto aire de superioridad racial. Las más libres costumbres de las muchachas alemanas solían ser mal interpretadas y desataron algún conflicto, lo que no fue obstáculo para que algunas se convirtieran en sus madrinas de guerra.

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Miembros de la División Azul en el frente oriental. 

Terceros

Las relaciones con las trabajadoras forzadas eslavas resultaban más fáciles. La necesidad material y el miedo de aquellas jóvenes sin duda ayudaron. En todo caso, la pulcritud de los pueblos causó envidia en unos soldados que provenían de una España en ruinas.

Por su parte, los mandos alemanes los vieron como indisciplinados y sucios. Esa opinión no iba a cambiar, pero, tras entrar en combate, la compensaron con la consideración de ser tropas duras y valientes, aunque en general mal mandadas.

Este artículo se publicó en el número 621 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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