8-M: homenaje a Enheduanna

Imagen Enheduanna disco detalle
Enheduanna (dcha.) ante el templo torreado de Nanna en Ur.
Penn Museum Photo Studio

La primera escritora conocida de la historia fue una mujer. El primer firmante conocido de un texto literario fue esa misma mujer:  Enheduanna. Precedió a Homero en casi milenio y medio y más años todavía a los primeros poemas chinos. Fue hija del gran rey semita Sargón de Acad, quien blasonaba de haber hecho el amor con la diosa Ishtar. Su madre fue, acaso, una concubina sagrada del monarca.

Enheduanna significa, posiblemente, ‘Gran ornato del Cielo’. La princesa fue suma sacerdotisa y, por ende, gestora de las propiedades del gran templo de Nanna, el poderoso Dios Luna, en Ur, una de las grandes ciudades santas de la antigua Sumer, dominada por su padre. Ur desempeñaba una función legitimadora y carismática, como luego Jerusalén, Roma o La Meca, y el cargo de Enheduanna aún era ejercido por princesas reales mil años después.

No escribía en acadio, la lengua del imperio creado por su progenitor, sino en antiguo sumerio, lengua de prestigio, en la que se narraron los antiquísimos relatos del origen del mundo, incluido el Diluvio, mucho antes de la Biblia. El sumerio pervivió por su calidad venerable, como el latín o el griego entre nosotros.

Enheduanna firmó medio centenar de poemas, conservados en tablillas cuneiformes, halladas por los arqueólogos. Y hay dos sellos con su nombre en el portentoso Cementerio Real de Ur.

Sabemos del aspecto de Enheduanna adorando a Nanna. Un disco con su nombre, guardado en la Universidad de Pensilvania, la muestra vestida de ceremonia con traje de volantes y un alto tocado, rodeada de acólitos.

Sus composiciones son expresivos himnos a Inanna (Ishtar-Astarté-Afrodita-Venus), que se cantaron durante generaciones, lo que sabemos por el hallazgo de varias copias de época posterior, que los modificaron en parte. No se trata de poesía meliflua, amorosa o cortesana. Inanna, protectora de la Casa Real acadia, era la señora del amor físico, pero también de la guerra y la sabiduría cósmica, como si sumase en ella los dones de Afrodita y Atenea.

De armas tomar

Extasiada ante la diosa, la princesa la describe en términos exaltados. Está contenta, pues ha logrado aplacar la temible ira de la divinidad. Unos párrafos darán idea al lector del tenor de estos poemas, los primeros con firma conocida en la historia humana.

"¡Inanna, Poderosa Dama, venerada en la asamblea de quienes gobiernan, ha aceptado mis ofrendas, que han apaciguado su sagrado corazón! La luz ya le resulta dulce de nuevo, el placer la cubre, rebosa de la más bella hermosura. Inanna [Venus, planeta que brilla de nuevo tras haberse ocultado] irradia deleite como luz de luna llena. Su divino padre Nanna salió para verla en plenitud y su madre divina Ningal la bendijo. (...)Todos exaltaron en sus voces a la Señora. ¡Bendita sea la que destruye a los reinos enemigos, con el poder que le dio An! ¡Bendita mi Señora, envuelta en hermosura, Inanna!".

Enheduanna compuso -con probabilidad, sin valerse de terceros- poemas similares a este para los dioses de las grandes ciudades santas del imperio de Sargón. Y se sentía pionera: "Mi rey, lo que nunca antes había sido creado, ha sido creado".

Nada, pues, de un estilo que pudiera calificarse de amaricado, intimista o sumiso. Hija de un rey largamente guerrero y victorioso, ensalza sin reserva el poder letal de Inanna: "A tu grito de guerra, mi Señora, los reinos extranjeros se prosternan. La humanidad se presenta ante tu terrorífico resplandor de tempestad en asombroso silencio. Posees el más terrible poder divino. Tú abres la fuente de las lágrimas, y la gente anda el sendero de la Casa de las grandes lamentaciones. Vanguardia en la batalla, todo cae ante ti. Con tu fuerza, los dientes pueden quebrar el pedernal. Avanzas como una tormenta, ruges como la tempestad, truenas sin tregua. Difundes la fatiga con tus vientos mientras tus pies caminan incansables".

Y en otro de los cánticos admira su cruenta justicia: "Diosa de la fuerza temible, vestida de terror, cabalgas sobre tus grandes poderes reforzados por el ‘ankar’, tu arma sagrada, tinta en sangre, recorres las grandes batallas con tu escudo embrazado, cubierta de tormenta y de inundación. Gran Dama, tú concibes guerras, destruyes reinos poderosos con tus flechas y tu fuerza y dominas las tierras. En el cielo y en la tierra ruges como un león y devastas los pueblos. Como un enorme toro salvaje triunfas sobre los reinos hostiles".

La diosa exige sumisión completa: "Cuando me acerqué a la montaña de Ebih, no me mostró respeto. Sus gentes no pusieron sus rostros en el suelo ante mí, no besaron el polvo con sus labios ante mí. Por eso llenaré esas montañas con mi terror. Contra sus murallas lanzaré grandes arietes. Los asaltaré. Comenzaré el juego de la divina Inanna".

Un par de mujeres. Empoderadísimas.

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