Hace mucho, mucho tiempo, antes de que surgieran las primeras civilizaciones, una raza de seres alienígenas, procedente de un planeta desconocido –que algunas fuentes identifican con Nibiru–, aterrizó en el planeta Tierra. Fue en el Cercano Oriente, más concretamente en la región de Mesopotamia, donde estos seres se instalaron para influir decisivamente en el desarrollo del primer foco civilizatorio de la humanidad: la civilización sumeria, que surgió hace más de cinco mil años.
Estos seres, venidos de las estrellas, eran altos, con forma humanoide, pero con ojos y piel de serpiente. Como se manifestaban mucho más desarrollados tecnológicamente, fueron venerados por los humanos como auténticos dioses. Sin embargo, ocultaban una realidad y unas intenciones mucho más siniestras. Por eso que, con el tiempo, fueron identificados como lo que son: reptilianos.
¿MUJERES REPTILES EN LA ANTIGÜEDAD?
Si nos tomamos en serio el discurso de los conspiracionistas, de la existencia de los reptilianos (menos conocidos como los draconianos) tendríamos suficientes evidencias en los textos de las distintas culturas mesopotámicas, que se desarrollaron posteriormente a la civilización sumeria, y que se encargaron de inmortalizar en grabados de arcilla las tradiciones de los antiguos sumerios…
Es la traducción de las tablillas desenterradas en la Biblioteca de Nínive, construida por el rey asirio (668-627 a.C.) –cerca de Mosul, actual Irak–, donde se refiere la existencia de estos seres, bautizados como los Anunnaki, que, procedentes del espacio exterior, fueron tomados por dioses en la antigüedad. El primero en identificar a los Anunnaki con los Ancient Aliens fue el azerbaiyano (MÁS ALLÁ, 356), historiador que se presenta como experto en culturas mesopotámicas y que traduce este vocablo como “aquellos que vinieron de los cielos” –poco importa a los seguidores de Sitchin que este término esté mal traducido y que, en realidad, signifique “semilla principesca” o “sangre real”–. En cualquier caso,
