Hace 40 años apostó por un juego desconocido y terminó fabricando el primer Burako del país: "Hoy se juega en todos lados"

A fines de la década del '70, Enrique Nisenbaum comenzó a fabricar el juego usando como modelo un ejemplar que su esposa, Eugenia, había traído de un viaje por Israel. "Yo necesito que este juego se juegue", pensó Enrique una vez que tuvo todos los elementos necesarios para venderlo. 40 años después, puede decir que lo logró. 

15 de septiembre, 2023 | 00.05

Hay una escena que se repite en la mayoría de los clubes sociales, al menos en los del Área Metropolitana de Buenos Aires: mesas de adultos mayores en las que se juegan apasionadas partidas de Burako. Con el tiempo, el juego se fue expandiendo y ahora esas partidas apasionadas se dan en reuniones familiares, vacaciones y juntadas sociales, sin importar edades. La historia de este juego en el país se retoma a finales de la década de 1970, cuando Enrique Nisenbaum comenzó a fabricarlo en Anchorena al 850, en el barrio porteño de Balvanera. 

En 1977 murieron tanto el padre de Enrique como la madre de su esposa, Eugenia. Dos años después, una tía de Eugenia que se había ido a vivir a Israel tras sobrevivir al Holocausto, le contó que se había enterado de la muerte de su hermana y le pidió que la visitara porque la quería conocer. Por un momento dudó en si ir o no, porque no estaban atravesando el mejor momento económico, ya habiendo nacido sus tres hijos, Adriana, Daniel y Gabriela, pero la tía le dijo que consiguiera el dinero para sacar el pasaje y, una vez en Israel, se lo pagaría. "Y me dice: '¿Qué hago? ¿Y los chicos?'. 'Andà', le dije. Y me quedé con los chicos", contó e El Destape. Enrique no lo sabía, pero de ese viaje Eugenia traería una edición de un juego llamado Rummicub, que marcaría un antes y un después en su vida

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Enrique siempre se dio maña para hacer lo que hacía falta en su familia. Nació en 1932 y en los '40, en su adolescencia, tuvo que dejar el colegio comercial Hipólito Vieytes para ayudar a su papá, que había venido de Polonia a la Argentina con el oficio de aparador de calzado. "Yo trabajaba de eso, pero cuando empecé a crecer mucho no me gustaba trabajar en calzado porque era dependiente de una fábrica de calzado, entonces me incliné para hacer un producto en el cual yo lo desarrolle, lo lo fabrique. Y empecé con marroquinería", relató. 

En el taller, trabajaban también sus hermanos y los ayudaba su papá. "En una oportunidad, un negocio muy grande de radios me llamó, que yo lo conocía al gerente, Radio Victoria, y me dijo 'Enrique, tengo una radio RCA Victor que traje de Estados Unidos y está en un estuche de cuero. ¿Vos te animás a hacerlo?'. Y yo le dije que sí. Le hice la muestra y el tipo me dijo que estaba mejor que el que había traído. Me preguntó si le podía empezar a fabricar, le contesté que claro y me hizo un pedido de una cantidad muy grande. No pude hacer marroquinería y me quedé haciendo esas cajas", recordó. 

El negocio de las cajas para los radios fue próspero y duró años. En un momento le pidieron que hiciera gabinetes de tocadiscos, pero había un problema: le encargaban 500 valijas por día, equivalentes a 1000 cerraduras, y en la fábrica de herrajes le dijeron que no se las podían hacer porque descuidarían a los otros clientes. ¿Cómo lo resolvió? Fue a lo de un matricero que conocía, le encargó la matriz y comenzó, además del gabinete, a fabricar sus propias cerraduras. Cuando el gobierno de facto, que estuvo en el poder entre 1976 y 1983, abrió indiscriminadamente las importaciones, empezaron a entrar a la Argentina radios y tocadiscos de China, con estuches incluidos, a precios a los que ninguna empresa nacional podía competir, por lo que esa industria se derrumbó.

En ese mismo 1977, ya con su papá fallecido, decidió abrirse del negocio familiar. "Les dije a mis hermanos que iba a trabajar para mí, para mi familia. Ya tenía mis tres hijos. Teníamos un galpón en la calle Camarones 1981 y les dije que veíamos, que cuando se vendía, dividíamos la plata y listo. Yo tenía un amigo, Mauricio Chaimovich, que lo conocía de los bailes, que tenía una joyería en la calle Libertad y yo sabía que vivía en Anchorena pero se había ido de ahí porque se había casado. Un día fui a verlo y le dije que él tenía una casa en la calle en Anchorena y yo tenía que empezar a moverme, tenía que empezar a desarrollar algo porque ahora yo me separado de la fábrica con mis hermanos y quería hacerme algo por mi cuenta. Y él me dice: 'Pero escúchame, es una casa. Tiene un galpón también, eh. ¿Te va a servir? ¿Estás con el coche?' Yo en aquel entonces tenía un Fiat 600. Le dije que sí y fuimos a la calle Anchorena 850. Entremos y lo miré todo. 'Mirá, para empezar me me viene perfecto, pero primero tenemos que arreglar cuánto querés de alquiler', le dije. Y me respondió: '¿Yo te lo ofrecía a vos un alquiler? No, y vos sos un amigo mío'", contó Enrique, entre lágrimas por el gesto de su amigo Mauricio de prestarle el departamento de Anchorena.

Entonces, ya con Enrique en esa locación, sus oficios, las máquinas que tenía y el viaje de Eugenia a Israel el panorama estaba más claro. "Ella pasó por una juguetería, vio el Rummicub y lo compró porque le llamó la atención. Cuando vino me lo mostró y me encantó, así que quedé en que me fijaba si lo hacían acá y, si no, me tiraba. Fui a jugueterías, cadenas, todo, preguntando si lo conocían y en todos lados me decían que no. 'Yo tengo que hacer algo, me tiro a la pileta', pensé. Entonces fui a lo de un matricero en la provincia (de Buenos Aires) y le pregunté si me podía hacer las matrices del juego. Eran fichas, las patitas y el tablero. Me dijo que por supuesto. Le pregunté cuánto le debía y me dijo: 'Mire, yo se lo hago y después páguemelo, porque yo igual estoy haciendo otra cosa'. Macanudo el tipo. Me hizo la matriz, terminó el juego. Preparé una máquina para sellar los números, porque eran en hot stamping. La hice automática, la tengo todavía. Le hice una caja de madera y ya estaba, hice todo", comentó. 

"Yo necesito que este juego se juegue", pensó Enrique una vez que tuvo todos los elementos necesarios para venderlo. Más de 40 años después, en un contexto en el que lo tecnológico prevalece sobre lo manual en la mayoría de los casos, puede decir que, igualmente, cumplió su cometido: "En todos los clubes en todos los clubes se impuso completamente". 

Ya con el juego en sus manos, llegó el momento de la difusión. Si no se movía, no iba a poder hacer que el Rummicub se conociera -en Israel se juega con las reglas del Rummy, pero acá la gente prefirió jugar al Burako. Las fichas y el tablero son las mismas, aclaró Enrique-. "Había un periodista que se llamaba Luis de la Calle, que estaba en Radio Excelsior. Tenía todos los días programa. Lo fui a ver a la casa, me lo presentó Mauricio. Le dije que tenía que empezar una actividad nueva que nunca había hecho, yo no era juguetero pero ya había sacado ese juego y quería imponerlo. 'Bueno, este juego lo voy a imponer yo también. Dejalo por mi cuenta, después arreglamos', me contestó. Él trabajaba en la radio y tenía una empresa de publicidad que se llamaba Alvarado Publicidad. Antes había un diario que se llamaba La Razón, que sacaba quinta y sexta, una a las cinco de la tarde y la otra a las ocho de la noche. Me dijo que lo dejara por su cuenta, que él lo iba a publicar ahí y en Clarín", narró Enrique. Además, el periodista repetía todos los días en su programa de radio: "Señores, llegó a la Argentina el juego que se juegan en todo el mundo. el Rummy Nis, fabricado por el señor Enrique Nisenbaum. Es un juego de primera clase y que va a entrar en toda la sociedad". Así era el lunes, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes. 

Con la publicidad, se le acercó un gerente de una empresa de juegos que también quería vender el juego. El hombre también era de la colectividad judía y, además de que le gustaba el juego, le había tocado una fibra que viniera de Israel. Y así empezó a vender. Unos le pedían de a 150, otros de a 200. "Después lo tenía que hacer conocer en la sociedad. Así que hice un torneo para la gente de Hacoaj, conseguí un salón. En el club Hacoaj todo el mundo jugaba o al Dominó o a los dados. Y resulta que vinieron solamente las mujeres a jugar al Burako y llenamos el salón. Todas mujeres jugando al Burako. Y me abrazaban, me decían que estaban contentas porque en ese momento cuando se reunían hablaban de cocina, de moda, de vestidos, pero ahora sacaban el Burako y se ponían a jugar. Yo había primero puesto unos Burakos en Hacoaj. Después empecé a hacer torneos en colegios de la colectividad, todas las semanas hacíamos un campeonato en el que toda la plata que se recaudaba era para el colegio en el que se hacía", agregó. 

Su historia con el Backgammon

Con la parte que le tocó de la venta de propiedad de Camarones, Enrique pudo comprar una casa en Manuel Rodríguez entre Nicasio Oroño y Seguí, en el barrio de Paternal. Era una casa, pero la remodeló para que le quedara una fábrica, que hoy en día sigue estando pero sin empleados, que en algún momento hubo, y prácticamente sin actividad, salvo pedidos de repuestos específicos, como puede ser una ficha puntual. "Ahora hay cada vez menos artesanos", se lamentó Enrique al recordar cómo surgió su historia con el Backgammon. 

Ya con el Burako como principal fuente de sus ingresos, recibió un llamado de una persona que trabajaba en Massalin Particulares, afiliada de Philip Morris en la Argentina, para ver si les podía hacer un Backgammon. Si bien le aclaró que solo hacía Burako hasta el momento, no dudó en acceder. "Yo no conocía el juego, pero ellos me trajeron un tablero de un Backgammon que estaba hecho en España para ver si lo podía hacer. Les hice el Backgammon y me dijeron: 'El de España no lo queremos, queremos el que hace usted'"

Tal fue la aprobación de Massalin Particulares que le encargaron a Enrique que hiciera 400 tableros para un torneo en el que iban a participar 800 jugadores en el hotel Sheraton. El llamado de esa empresa fue el puntapié para el otro gran juego que marcó la historia de Juegos Nis: en la segunda mitad de la década del '80 y en los '90 se hicieron torneos de Backgammon en muchas localidades de Buenos Aires, en clubes, en balnearios de la Costa. De los torneos participaban personas reconocidas; en la fábrica, Enrique atesora revistas y folletos entre los que quedó documentados, por ejemplo, una partida entre Daniel Scioli, ex motonauta que luego sería gobernador de la provincia de Buenos Aires y embajador en Brasil, y Enrique "Quique" Wolff, ex futbolista y actual conductor de programas deportivos. 

Una partida entre Daniel Scioli y Quique Wolff en un torneo de Backgammon, en 1990.

Además del Burako y el Backgammon, Enrique hizo otros juegos: en la fábrica tiene todavía ediciones del Scrabble que hacía, en el que usó como modelo para las fichas uno que le había gustado cuando fue turista en Londres y memorizó su diseño hasta volver a Buenos Aires y poder recrearlo. También tiene Dominós y varias ediciones del Ludo. Posee, asimismo, ejemplares de otros productos que vendió, como carteras, estuches y ceniceros. Las máquinas están intactas, aunque les vendría bien un poco de aceite. Enrique, con un bastón que lo ayuda a mantener el equilibrio, sonríe cada vez que recuerda todo lo que le dio a los juegos de mesa y, principalmente, todo lo que los juegos le dieron a él. 

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