Hasta el oráculo de Delfos acudía gente de toda la Hélade con el objetivo de obtener una predicción. Las decisiones más importantes que trazaron los destinos de la antigua Grecia se tomaron aquí. Gracias a Homero se sabe, por ejemplo, que el rey Agamenón acudió a consultar a la pitonisa antes de emprender rumbo a la ciudad de Troya, donde se vivió una de las guerras más épicas de la antigüedad. También el rey Leónidas estuvo aquí antes de partir con sus trescientos espartanos a enfrentarse al ejército persa.

Cuenta la leyenda que Zeus tuvo relaciones con Leto, una titánide. La mujer quedó embarazada, pero Hera, esposa legítima del dios supremo, se enteró e inició una feroz persecución contra Leto. La traicionada le pidió a su hija Llitía, diosa de los partos, que impidiera el nacimiento. Leto estuvo nueve días con dolores terribles. 

Guía práctica

Cómo llegar: Desde Atenas, la mejor forma de llegar a Delfos es en coche. Son dos horas escasas de trayecto por autovía. Solo los últimos kilómetros transcurren por carreteras secundarias y muchas curvas.

Entrada: El precio de la entrada da derecho a visitar las ruinas y el museo. El horario de visita es de 08:00 h a 20:00 h. de abril a agosto. A partir del 1 de septiembre se adelanta progresivamente la hora de cierre dependiendo del momento de la puesta de sol. Es importante consultar la información actualizada en la página web del museo. 

Los dioses se compadecieron de la titánide, que esperaba mellizos, y permitieron que naciera la niña, Artemisa. La recién nacida creció rápidamente gracias a la intervención de los moradores del Olimpo y ayudó a su madre con el parto de su hermano, Apolo. 

El calvario de Leto no terminó con el nacimiento del niño. Hera, todavía furiosa por la traición, envió a la serpiente sagrada Pitón, hija de la diosa Gea, para que matara a la pequeña familia. Nuevamente los moradores del Olimpo, compadecidos por la suerte de Leto, hicieron que Apolo creciera en solo cuatro días y diera muerte al monstruo con mil flechas. El reptil cayó abatido en Delfos, donde tiempo después se edificó el oráculo. El dios se convirtió en el patrón de este lugar y durante siglos susurró los vaticinios al oído de las pitonisas. 

Los viajeros

Lo primero que encontraban los viajeros cuando llegaban a Delfos era la zona conocida como Marmaria, por los mármoles de los edificios allí construidos, entre ellos el templo circular de la diosa Atenea Pronaia. Luego, los peregrinos pasaban por varios manantiales que formaban distintas fuentes, entre ellas la de Castalia, que, rodeada de un bosque de laureles consagrados a Apolo, brotaba entre dos grandes rocas llamadas fedríades (brillantes). 

El Tesoro de los Atenienses, construido en el Santuario de Delfos.

Acto seguido entraban en procesión por la vía sacra, ya en el interior del santuario. Este camino ascendía por una pronunciada pendiente y estaba flanqueado por pequeños templos. Estos edificios, de carácter conmemorativo, estaban destinados a albergar las ofrendas y exvotos dedicados a los dioses, así como a glorificar el lugar. 

Después, la vía llegaba al templo de Apolo, la morada del dios. Por último, más arriba se encontraban la palestra, el gimnasio, el estadio y el teatro. Fuera del recinto, en la planicie de Crisa, se celebraban cada cuatro años los juegos píticos, que incluían certámenes poéticos, de canto, de música y teatrales. Más adelante se incorporaron las pruebas deportivas clásicas en el estadio situado a los pies del monte Parnaso. Los vencedores, llamados pitonices, obtenían como premio una corona de laurel.

En sus primeros tiempos, el vaticinio se limitaba al séptimo día del mes de bysios (a mediados del invierno), en el aniversario del nacimiento de Apolo; posteriormente se ampliaron al día siete de cada mes. Lo habitual era que las ciudades enviasen delegaciones sagradas que debían transmitir al oráculo preguntas sobre los asuntos públicos. Junto a los comisionados oficiales viajaba gente anónima. 

VISITA AL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO 

En la actualidad, Delfos ha perdido todo aquel esplendor del pasado, pero aún se puede disfrutar y recorrer sus maravillosas ruinas. La visita al santuario tiene tres áreas diferenciadas: el recinto arqueológico con el templo de Apolo, el teatro, el estadio y varios altares más pequeños, el museo y, por último, el santuario de Atenea Pronaia.

El paso del tiempo ha hecho verdaderos estragos en el templo de Apolo, de manera que los restos que se pueden ver en la actualidad corresponden a la última edificación (370-330 a.C.). La estructura original del templo era rectangular y estaba formada por quince columnas laterales y seis frontales. En la vía sacra se encuentra el tesoro de los atenienses que data de finales del siglo VI a.C. En la antigüedad, toda la calzada estaba decorada con estatuas. 

El teatro, del siglo IV a.C., fue construido íntegramente en piedra, pero lo que se ve hoy es el resultado de una reforma que se realizó entre los años 160-159 a.C. Aquí se representaban actos musicales y religiosos y tenía capacidad para albergar a unos cinco mil espectadores. Por su parte, el museo arqueológico, con catorce salas, es uno de los más importantes de toda Grecia. En su interior, se exponen esculturas y objetos de gran valor como las figuras gigantescas de Cleobis y Biton, las estatuas de Antinoo y el Auriga, la esfinge de Naxos o una copia del ónfalos. Por último, el santuario de Atenea Pronaia se encuentra situado fuera del recinto arqueológico. 

El edificio está considerado una obra maestra del arte clásico. Se componía de un podio sobre el que se asentaban veinte columnas dóricas que a su vez soportaban un friso con relieves. En la actualidad, el templo ha perdido su aspecto original. Además de todo esto, también merece la pena visitar, aunque no se encuentra en muy buen estado, la fuente Castalia, a medio camino entre Marmaria y el santuario. 

El hecho de acompañar a las embajadas permitía a estos consultantes particulares disfrutar de cierta seguridad, ya que la delegación al completo estaba bajo protección divina y era inviolable. Nada más llegar los viajeros al recinto, eran recibidos por el próxenos, el embajador que cada ciudad tenía en el santuario. Hay que suponer que los días en que el recinto estaba abierto a consultas debía de concentrarse allí mucha gente, y que las colas para entrar eran constantes. 

Pero no todos tenían que esperar: ciudades como Atenas o Esparta disfrutaban del privilegio de la promanteia, la prioridad de consulta, de la que se beneficiaban tanto sus emisarios como los ciudadanos privados que los acompañaban. En realidad, la función esencial del vaticinio no era predecir el futuro, sino proveer de sanción divina a las decisiones políticas de las ciudades: ratificaba leyes e incluso constituciones, aprobaba la fundación de nuevas ciudades y de colonias, aconsejaba empresas bélicas o las censuraba. Aunque Delfos no intervenía directamente en la política de las ciudades, sus oráculos podían ser usados como arma política en caso necesario.

Pitonisas y rito

Originalmente las pitonisas eran jóvenes vírgenes, pero a raíz del rapto y violación de una de ellas por un joven tesalio llamado Equécrates se decretó que desde entonces no podría escogerse ninguna con menos de cincuenta años, no solo por evitar otro rapto sacrílego, sino también para proteger el secreto del vaticinio de la facilidad de las doncellas. Se sabe que la elección de la sacerdotisa se hacía sin ninguna distinción de clases. A la candidata solo se le pedía que fuera virgen y que su vida y sus costumbres fueran irreprochables. 

El nombramiento era vitalicio y se comprometía a vivir para siempre en el santuario. Durante los siglos de apogeo del oráculo fue necesario nombrar hasta tres vestales para poder atender con holgura las innumerables consultas que se hacían por entonces. Sin embargo, en los tiempos de decadencia solo hubo una, suficiente para los pocos y espaciados vaticinios que se requerían.

La cantera, ahora abandonada.

Se conoce muy poco sobre el rito que se seguía en el oráculo. Hay muchas versiones, y además contradictorias entre sí. Una de las más plausibles es que antes de realizar los vaticinios, los sacerdotes vertían agua fría sobre una cabra y si esta tiritaba era señal de que Apolo estaba receptivo a las consultas. Acto seguido, la pitonisa se purificaba en la fuente Castalia y se realizaban ofrendas al dios. 

Los peregrinos también se purificaban en las diferentes fuentes y se establecía el orden de consultas. Una vez establecida la disposición se pagaban las tasas correspondientes que solían ser un sacrificio animal o pasteles. Tanto los animales como las tartas sagradas se vendían en el mismo templo. 

Los consultantes entraban en el templo a través del chresmographeion, donde se guardaba el archivo del santuario con la lista de consultantes, sus preguntas y respuestas, así como la lista de vencedores en los juegos píticos; probablemente allí formulaba su pregunta. La sacerdotisa, con un bastón de laurel, coronada y tras haber masticado hojas de laurel y bebido agua de la fuente Casotis, se adentraba en un espacio llamado ádyton, al fondo del templo. 

Allí, se sentaba en un trípode que se encontraba situado sobre una grieta natural muy profunda de la que salían vapores. Al inhalarlos, la pitonisa comenzaba a delirar y pronunciaba las palabras, muchas veces incomprensibles, que le dictaba Apolo. 

Los peregrinos, antes de partir, recibían el oráculo, interpretado y escrito en verso. El origen de la inspiración de la vestal se ha intentado explicar por el uso de sustancias psicoactivas que podían estar presentes en el agua o en el laurel o por algún vapor que actuara sobre su conducta. Los trabajos arqueológicos y geológicos realizados en el siglo XIX por los primeros excavadores en la zona del templo no encontraron debajo del edificio la grieta profunda, pero tras una revisión de la geología del lugar a finales del siglo XX, se ha encontrado que justo debajo del edificio se cruzan dos fallas geológicas y que por las fisuras que hay en las rocas ubicadas bajo el templo se pueden filtrar gases como etano, metano y etileno que podrían provocar que una persona entrara en un estado parecido al trance.

Estatua del Auriga, en el museo.

Estatua del Auriga, en el museo.

De las respuestas ofrecidas por las pitonisas a lo largo de la historia han sobrevivido muchas, más de quinientas, aunque saber cuántas de ellas son auténticas resulta complicado. Unas de las más conocidas son las dadas al rey Creso de Lidia y al emperador Juliano II el Apóstata. Creso de Lidia envió una consulta al templo para saber si era el momento propicio para invadir Persia. El oráculo le dijo: “Creso, si cruzas el río Halys (que hace frontera entre Lidia y Persia), destruirás un gran imperio”. La respuesta se interpretó como favorable y dando por hecho que el gran imperio era el de los persas. Pero el gran imperio que se destruyó en aquel encuentro fue el suyo y Lidia pasó a poder de los persas. Esto es un ejemplo de la ambigüedad en las respuestas. 

En realidad, el vaticinio no trataba de adivinar los hechos sino de dar buenos consejos, cosa que no era demasiado difícil, ya que en el santuario se disponía de los últimos acontecimientos del mundo conocido. Ante otra consulta del mismo monarca acerca de cómo podría pasar el resto de su vida del modo más feliz posible, el oráculo le respondió: “Si te conoces a ti mismo, Creso, realizarás la travesía felizmente”. Esta máxima se basa en la idea que para conseguir la felicidad y la autoestima hay que conocer los propios límites y aceptarlos. 

Por su parte, Juliano II planeaba restaurar la antigua religión pagana e impedir la expansión del cristianismo y quiso saber la opinión de Apolo. En el año 362 d.C. envió una delegación a Delfos y la respuesta que obtuvo se consideró como las últimas palabras del oráculo: “Dile al emperador que nuestro salón esculpido se está cayendo en ruinas. Febo (Apolo) ya no tiene techo sobre su cabeza ni ventana desde la que profetizar. La fuente ya no habla, el arroyo se ha secado, el que tanto tenía que decir”.

El declive de Delfos comenzó tras la muerte de Alejandro Magno, en 323 a.C., aunque continuó siendo un centro de atracción durante la época helenística y el período romano. Por fin, en 391 d.C., el emperador romano, Teodosio, decretó el cierre de todos los oráculos y la prohibición de la adivinación de cualquier tipo. El cristianismo había silenciado la voz de los antiguos dioses.