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PODER Y HUMILDAD

Siempre he acudido a él cuando algún cambio trascendente se asomaba a mi vida, quizás tratando de recordar que la verdadera virtud que el santo de Lima nos enseña es que, ante el éxito o el fracaso,  la humildad nos abre todas las puertas.

Cuando era niño, mi madre me solía llevar a la iglesia de Santo Domingo para poner en manos de  San Martín de Porres,  un santo muy querido en Jerez, cuitas y otros asuntos que requerían de su intercesión divina. En una de sus capillas, junto a la de Santa Rosa de Lima,  se venera una talla del limeño y entrañable fraile morenito que pasó a la historia como “fray Escoba”, tras pasar una vida con ese utensilio en sus manos haciendo portentosas curaciones y practicando insólitas ubicuidades.

Pero, al margen de esa talla, mi madre siempre me enseñó a fijarme en el lienzo que hay en el lateral de esa capilla que, desde aquellos tiempos, aprendí a admirar por su simbolismo y profundo significado.

Perdonadme que, en mi ignorancia, no pueda daros detalles de su autor. Casi no puede leerse por el paso de los años y, me azora reconocerlo, siempre extasiado por el mensaje que me evoca, no me he preocupado de saber más de él. Lo que sí sé es que la paz y luz que dimana de la escoba, la humildad en sentido figurado, hace que unos gatos miren pacíficamente a un ratón que se encuentra ante sus garras y, a su vez, estos felinos sean ignorados por un pacífico perro que mira al infinito.

Vivimos en un mundo convulso y no sólo por las guerras que azotan medio mundo y que pueden acabar con las vidas de tantos inocentes. Nuestra propia sociedad está viviendo momentos de tensión, desencuentros y frustraciones que pueden truncar nuestra convivencia y el futuro de nuestros hijos.

Es realmente triste que las ansias de poder, las ambiciones territoriales, el supremacismo racial, los extremismos ideológicos, los fanatismos religiosos, el adoctrinamiento interesado, o cualquier otra forma de ejercicio de poder egoísta, quiebren la paz y la convivencia de tantas y tantas personas que solo quieren de aquellos que ostenten algún tipo de poder, lo pongan al servicio de la colectividad.

Pensando en todo ello y en las causas que provocan todos esos males indeseados me acordé de ese lienzo del santo de la escoba. Me pregunté por qué no podemos vivir los seres humanos en un mundo en paz como esos eternos enemigos del mundo animal que aparcan sus ancestrales disputas al verse transformados por esa luz que calma sus instintos destructivos.

Pensé en la escoba, esa escoba de humildad que agarraba San Martín ante la ambición de unos y la soberbia de otros y que es la que puede transformar el mundo. Ese sencillo utensilio de limpieza  que hace que nos demos cuenta de que no somos más que esos ratones, o que esos gatos o que ese perro que aparecen en el lienzo. Y aunque la ambición nos lleve a pasar por encima de los demás para enaltecer nuestros propios egos, en la alegoría del cuadro tan sólo podemos aspirar a ser como el perro del cuadro, que también tiene los días contados…

Los personajes del lienzo, de no estar influidos por la luz que emana del Santo,  no son muy distintos a los que conforman nuestro mundo que, en definitiva, anteponen sus ambiciones e intereses personales a los de la sociedad a la que deben servir.

Tras esos personajes, ante la luz de un horizonte infinito, se apoya la humilde escoba en la pared de una habitación misteriosa.

Y es que, sin duda, si cada una de las personas llamadas a dirigir desde cualquier estamento o posición los destinos de nuestra sociedad blandiera una escoba de ejemplo y humildad, este mundo sería un lugar más digno donde vivir.

Paco Zurita

Octubre 2023

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A MI HERMANO ISAAC CAMACHO

Acababan de diagnosticarle la misma enfermedad que se llevó a su padre junto a la Virgen del Rocío;  el mismo que le enseñara a amarla y a rezar al Señor de las Penas.

Esa misma tarde, me lo encontré en Aladro ante el monumento que recuerda el amor que Jerez siente por la reina de las marismas y le pregunté;  ¿cómo estás hermano?

¡Cómo Dios quiera!, me dijo con la tranquilidad y bondad que solo un corazón puro y limpio puede hacer de su boca reflejo de lo que el alma siente.

Al sonreírle,  añadió mirando a la Virgen; ¡Aquí no nos vamos a quedar y sé que Ella nos espera!

Bien sabía el bueno de Isaac que ese Pastorcito Divino, que sonríe en los brazos de su Madre, acabaría sufriendo las Penas de ese Señor de su amada cofradía del Martes Santo, penas que ahora llevaría por Él.

Pero también sabía que ese mismo Señor, crucificado en la cruz que preparan los judíos y vencedor en ella de la misma muerte,  nos espera en las marismas eternas al final de nuestro caminar peregrino.

Y de camino, mi hermano en la fe era todo un experto veterano. No sólo sobre las arenas y pinares que le llevaba cada Pentecostés  hasta su querida aldea almonteña, sino en ese camino de la vida que hay que recorrer haciendo el bien y siguiendo los pasos del que dijo; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Y ese camino lo recorrió cada día de su vida con la fe de un verdadero rociero cuyo mayor baluarte es esa Virgen que nos muestra la salvación del mundo.

Con la lógica pena que nos produce despedirnos por un tiempo de aquel ser querido, de aquel amigo, de aquel hermano, no puedo dejar de sonreír al mirar al cielo, azul como las marismas de Doñana, donde Isaac ya mira a la Virgen del Rocío y al Señor de las Penas resucitado.

¡Espéranos, hermano, que ya sabemos el camino!

Paco Zurita

Un hermano del Desconsuelo

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DIGNOS DE LÁSTIMA

En el fondo me dan lástima, como esos desesperados que se queman a lo Bonzo acorralados por sus miserias, como esos activistas que se desnudan en calles y plazas como extremo recurso para llamar la atención, como tantos mediocres que ocultan su falta de talento en atrevidas y osadas expresiones que provocan la risa fácil de otros como ellos y la repulsa de la mayoría.

En el fondo, no deja de ser el fruto de la ignominiosa pasividad con la que esta sociedad enferma contempla anonadada estos espectáculos bochornosos demasiadas veces y no eleva su voz contra quienes los hacen, promueven y consienten.

En el fondo, en una cuestión del respeto perdido hacia los demás y hacia ellos mismos, hacia los sentimientos y creencias, hacia los pueblos y razas, hacia esa sociedad que queremos construir sobre fundamento de tolerancia y paz y destruimos nada más comenzar a cavar sus cimientos.

Sí, en el fondo son dignos de lástima porque se creen brillantes y aclamados aunque la flauta que tocan, como la de Hamelin, solo es seguida por ratas que acaban despeñándose por el barranco de su ignorancia. Y la Televisión Catalana no merece ser el foco del desprecio de las personas de buena voluntad por unos pocos necios que se erigen en portavoces de todos ellos.

Y son tan poca cosa que ni siquiera merecen que la parodia que hicieron de la Virgen del Rocio que es la de la Almudena, la de Montserrat, la de Częstochowa o la que hoy nos contempla desde el cielo, la reproduzca en este blog que trata de ser espacio de tolerancia y respeto. Dejo mejor su imagen de bondadosa mirada hacia la humanidad porque, antes de morir su hijo por todos nosotros en la cruz de nuestras culpas, ese Dios hecho hombre que esos pobres diablos representaron con un muñeco, perdonó a los que se mofaban de Él diciendo, ¡Dios mío, perdónalos porque no saben lo que hacen!

Pero la Virgen a la que parodiaron ignominiosamente está feliz porque ese hijo ha resucitado. Y también está feliz por esos ignorantes por los que Cristo también murió.

Suenan campanas de alegría en el Rocío, en Montserrat, en la tierra y en el cielo y los que creen en Ella también se alegran por ello.

Feliz Pascua de Resurrección para todos.

Paco Zurita

Domingo de Resurrección 2023




































	
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MIGUEL EL PICONERO

Empieza a hacer fío y, con la luz por las nubes, muchos tememos darle al botón del aire acondicionado o del brasero, tras habernos quedado helados con la cuenta pagada en el supermercado y la carta del banco anunciando la nueva cuota del préstamo.

En ello pensaba cuando me fijé en un viejo brasero dorado que ahora reina melancólico sobre un aparador de la casa. Sonreí mientras me acordé de Miguel, ese viejo piconero que, a cambio de limpiarnos cada otoño los olivos y los pinos de la finca,  se llevaba el picón que allí mismo elaboraba con sus ramas retiradas.

En aquellos años, aquella laboriosa y artesanal empresa de convertir la verde madera en negras virutas de carbón, atraía mi curiosidad de niño y absorbía mi atención durante las largas horas que llevaba aquel proceso.

Tras amontonar cuidadosamente las ramas y los troncos formando un cono que me recordaba las tiendas  de los indios,  Miguel prendía  a esa montaña fuego que sofocaba con tierra y ramajes verdes para que el oxígeno no penetrara en el interior candente y consumiera la madera sin quemarla.

Al cabo de muchas horas de combustión silente, retiraba la tierra de aquel montículo y, como por arte de magia, llenaba sacos y sacos de negro Picón.

Con ese oro negro de la época, Miguel pasaba el invierno calentito y aun le sobraba algunos  sacos que vendía para sacarse unas perritas y seguir tirando en la vida. Una vida sencilla, carente de todo lujo y forjada con esfuerzo y con sudor. Una vida abnegada que permitió que nuestra sociedad de hoy lo tenga todo más fácil y cómodo aunque tiemble solo con pensar que se vaya la luz o nos corten el agua si no llueve.  

Casi instintivamente, cuando la necesidad aprieta, solemos mirar atrás y tratar de recordar lo que hacían nuestros abuelos en tiempos de una vida más dura y con menos comodidades. De lo que no estoy seguro es si estamos preparados para afrontarlas con la misma determinación y entereza de aquel viejo piconero.

Por si acaso, no perderé de vista el dorado brasero por si tiene que servir para llenarlo de picón y afrontar estos difíciles tiempos.

Paco Zurita

Noviembre 2022

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SAL DE LA TIERRA PARA LA MERCED

Hoy, día de la Merced, en la que tantos jóvenes de hermandades jerezanas  emplean sal teñida de colores diversos para tejerle de cariño alfombras a su Patrona, me he  acordado de ese versículo del evangelio de  San Mateo: 

“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo”  

Ayer, precisamente en la plaza de San Mateo, bajo la protectora mirada de nuestra Madre de la Merced que presidía el balcón de la casa de hermandad,  fueron muchos los granos de sal que hicieron posible que una sencilla verbena se transformara en esa luz que a la que se refería nuestro Salvador. Y no me refiero al destello de los cientos de bombillas que conformaban las guirnaldas, ni a los focos que iluminaban la remozada espadaña, ni a las coloridas ráfagas que acompasaban la música que sonaba;  me refiero a todas esas personas que dieron lo mejor de sí mismas para mucha gente viviera y entendiera que los cristianos debemos dar luz a este mundo. 

Porque a pesar de tantos medios y comodidades, supuestos avances en derechos y libertades, conquistas médicas y científicas, culto al cuerpo y la efímera belleza y a tantos otros valores en los creemos basar nuestra felicidad, muchos seres humanos sienten que su vida está vacía y le falta “sal”. 

Y es que este mundo está falto de esas pequeñas cosas, de esos pequeños gestos y detalles que llenan la vida de sentido y hace que la amemos en toda su extensión.  Porque es precisamente cuando se echan de menos esas cosas cuando en verdad se valora lo que hemos perdido y lo mucho que las añoramos.   Y ayer las miles de personas,  que pasaron  por la recoleta plaza del barrio de San Mateo, pudieron decirle a sus hijos que esa era la “sabrosa” época que llenó sus vidas. 

Familias reunidas alrededor de una mesa con clásicas viandas de siempre, niños deseosos de obtener ese regalo en la tómbola o de pescar algún punto en el barreño de los patitos. Abuelos, con sus hijos y sus nietos recordando sus verbenas de antaño, padres agradecidos de ver a sus hijos saltando en las colchonetas sin móviles en las manos…  Todos comentaban lo mismo; ¡Qué bien lo hemos pasado! 

Sal de la tierra y luz de almas necesitadas de esos valores perdidos que ayer conformaron tantos granos anónimos que, para evitar dejarme a muchos en el tintero, prefiero no nombrar.   Cada uno de esos granos lo sabe en su corazón y vieron que su esfuerzo mereció la pena y el reconocimiento de los demás.  Bien puede sentirse orgulloso de haber cumplido con lo que Jesucristo nos pedía para este mundo y yo, como hermano mayor de esta Hermandad sólo puedo darle las gracias en nombre de Él.  

Esta tarde cuando nuestra Patrona,  la Virgen de la Merced, salga por las calles de Jerez,  sabrá que más allá de esas alfombras de colores que encontrará a su paso, hay muchos granitos de sal que a lo largo de todo el año van desparramando por esta tierra tantos cofrades jerezanos. Es el vino de las Boda de Caná, el perfume de nardo de María, el agua fresca del pozo de la samaritana. Es el amor desprendido de un cristiano que le da  sentido a su propias vida entregándolo a los demás.  

Sin duda, no habrá mejor alfombra para la Virgen morena ni mejor luz para nuestro mundo que amar y entregar lo mejor de nosotros mismos al hijo que lleva en sus brazos. 

Paco Zurita 

Día de la Merced 2022 

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UN REGALO DE DIOS

Todavía con el dulce regusto de los hermosos momentos vividos que impregnaron mis sentidos, pero ya desde el sosiego de la razonada calma tras esos intensos días,  aún me conmueve la imagen de ver el cielo en la tierra.

Quizás porque el regalo más hermoso es el que se ofrece,  he descubierto el secreto escondite de donde mana la felicidad en los rostros de las Hermanas de la Cruz. Porque en nuestro afán de hacerles el  regalo de llevarles a la Virgen del Desconsuelo por el LXXV aniversario de su llegada a Jerez, nos hemos llevado la alegría de dar felicidad y recibirla al mismo tiempo quintuplicada.

Es como el milagro de la multiplicación de  los panes y los peces, como la cesta interminable de fray Leopoldo, como esa frase de San Francisco  que decía que “Dando se recibe”…. O el hermoso verso de Santa Teresa “Quien a Dios tiene, nada la falta”.   Es la constatación empírica de la frase profética de Jesús al enviar a sus discípulos al mundo; No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias….   Es el día a Día de las hermanas de la Cruz que ante la adversidad, las dificultades y los imprevistos de la vida responden con una sonrisa en la boca “Dios proveerá”… ¡Y siempre provee!

En nuestros miedos y ansiedades por el futuro, no nos fiamos de esa promesa de Cristo de proveernos con lo necesario para el camino; bien al contrario, preferimos prever, ser precavidos, cicateros y acaparadores. Nos gusta llenar bien las alforjas y no regalar zapatillas que no utilizamos por si se nos rompen en el corto caminar por esta vida.

Al verlas tan llenas de gozo vistiendo a la Virgen, besando sus manos, mirando su rostro, me preguntaba si realmente sabemos qué es amar, si realmente sabemos ver en las mejillas de María el ardor y la entrega que ven las hermanitas en cada una de las ancianas que cuidan, que miman y que aman, como si se tratara de la mismísima madre del Señor… Y, observando aquella escena de verdadera pasión, no nos quedaba más remedio que rendirnos a esa lección de humildad y plenitud al mismo tiempo, de sosegada calma de espíritu y felicidad en el alma.

Como una catarsis de amor incontenido, nos marchamos del convento con las almas elevadas, mirando al prójimo de otra manera, tratando de repartir el infinito cariño que habíamos recibido tan gratuitamente. Volvíamos radiantes, generosos, satisfechos, sumergidos en un sueño de hermandad.

Después de los bellos días vividos al arrullo de sus cantos, de sus atenciones y sonrisas, de sus desvelos e infinitas respuestas de “Que Dios se lo pague”, los componentes de esta vieja cofradía recibimos, en respuesta a nuestro sencillo pero sincero presente a las Hermanas de la Compañía de la Cruz, el regalo más hermoso; saber encontrar a Dios por medio de la Virgen. Saber admirar, como lo hacen ellas, el espejo impoluto de aquel bendito ser que llevó a Cristo en su vientre y lo recibió al pie de la cruz para devolvérselo al Padre. Entender el camino que nos debe llevar por esta vida para llegar hasta Él. 

Después de la experiencia vivida, ya no podré volver a mirar a la Virgen del Desconsuelo de la misma manera. Las Hermanas de la Cruz nos hicieron el inmenso regalo de saber ver en sus ojos el camino que lleva a Dios.

Paco Zurita

Julio 2022

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TERMITAS EXPLOSIVAS Y VALORES CRISTIANOS

Hay una especie de termitas endémica de la Guayana Francesa, la Neocapritermes taracua, de la que los humanos deberíamos aprender en gran medida. Y es que nuestra especie, culmen de la civilización más avanzada, compendio de valores y  orgullo de la creación se está convirtiendo cada vez más en la antítesis de la sociedad que forman esos diminutos insectos.

Fue buscando en la red información sobre las temibles termitas donde me saltó al azar “explosives termites” y, sucumbiendo a mi insaciable curiosidad, abrí el sugerente enlace.  Cuanto más leía, más información ansiaba, sorprendido sin duda por la ejemplar muestra de sacrificio que esos bichitos están dispuestos a asumir en aras del bien común. Un bien que es comúnmente escaso en la avanzada sociedad humana.

En la colonia termitera son las “termitas soldado” las que defienden a su comunidad pero, cuando las cosas se ponen feas, hasta las obreras se emplean en su defensa. Son curiosamente las obreras de avanzada edad las que desarrollan unos cristales que, unidos a una sustancia segregada dentro de su organismo, produce una reacción química que es letal para intrusos y enemigos impertinentes. Basta tan solo con hacer estallar su propio abdomen, que causa la muerte de la termita,  para que los compuestos químicos reaccionen y acabar con los enemigos en un santiamén.  Dicho de otra forma, el individuo muere para que los congéneres vivan.

La historia está llena de casos de seres humanos que han dado su vida por los demás, normalmente movidos por los hoy tan perseguidos, denostados y calumniados valores cristianos. Recuérdense los casos de Ignacio Echeverría, Gaetano Nicosia,  Maximiliano Kolbe, Arnau Beltrame, Helena Agnieszka y una interminable lista  de personas que, siguiendo el ejemplo del que se dejó crucificar por todos nosotros, sacrificaron sus propias vidas para salvar las de otros muchos.

Pero desgraciadamente muchos de los de nuestra especie, quizás tratando de esconder sus propias miserias, manifiesta mediocridad, escaso bagaje cultural y laboral y profundo desprecio por los que no opinan como ellos,  desdeñan los valores cristianos sobre los que se cimenta nuestro mundo y ensalzan otros que tampoco conocen en su integridad. Y así  comprenden, admiran y promueven culturas que amparan la mutilación genital de las niñas, la limitación de su acceso a la educación, las discriminatorias y carceleras prendas que ocultan sus rostros, la esclavitud sexual que llega al vil asesinato por negarse a matrimonios indeseados.  Muchos de estos personajes buscan en la política punta de lanza de sus pobres carreras en la vida civil.  Políticos advenedizos que se vanaglorian de legalizar abortos a los dieciséis años y sienten orgullo por indultar a una “madre defensora” que, negando la educación más elemental a su hija, la tenía como un animal salvaje apartada de la civilización.  Feministas de escaparate y de lenguaje retorcido e imposible de soportar en el que tantas veces se enredan pero que muchos mojigatos y peleles de lo políticamente correcto imitan como gesto de estúpido intento hacia la igualdad de género.  Dirigentes que sacrifican a servidores públicos de brillante trayectoria e integridad profesional para contentar a sinvergüenzas y asegurarse la continuidad en el poder. Gente que banaliza el aborto y la eutanasia como iconos de libertad y que no enseñan ni ayudan a crear alternativas que posibiliten apostar por la vida.

Corruptos y vividores de las empresas que les da de comer y que se venden por un puestecito a la sombra. Parásitos  y chupaculos que ascienden en el trabajo y  en la vida sin dar un palo al agua o dando un palo cuando nadie se dé cuenta. Políticos de pacotilla que se nutren del seguidismo aborregado de crías amamantadas en el individualismo, en el egoísmo y en posturas transgresoras que venden como progresía y libertad.  Mutación dominante en la especie “Homo Sapiens” que evoluciona en el “ande yo caliente” que les permite vivir mejor a costa de la inacción y el entreguismo de sus adoctrinados ciudadanos y votantes.

Y mientras ocurre todo esto y no nos falte una media de gambas, sea como sea la fuente de donde vengan, esta panda de charlatanes y mangantes seguirá vendiendo su discurso al pueblo fiel y sumiso que no hace nada para evitarlo. Al menos hasta que los entregados ciudadanos, adormecidos por tanta libertad lograda, se den cuenta, como  en el viejo Oeste,  que la pócima mágica para recuperar el pelo que vendían los feriantes, era agua tintada y la media de gambas gratis la acaben pagando con el sudor de su frente.

Seguí leyendo entusiasmado el artículo de las termitas explosivas mientras soñaba con una sociedad distinta, sin ambiciones, sin miedos, sin injusticias, sin imposiciones. Una sociedad en la que los mejores son aquellos que se sacrifican por los demás y no los que sacrifican a los demás para seguir viviendo de lujo. Una sociedad que muchos se empeñan en hacer desaparecer para no poner en peligro su mortal paraíso terrenal, pero que pervivirá mientras haya un ser humano que tome el testigo del que aquel carpintero que murió por lograrla y perpetuarla en el cielo.

Paco Zurita

Mayo 2022

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ALMA COFRADE RENOVADA

El pasado domingo fue uno de esos días en los que mi alma cofrade se recarga de ilusión y  de ganas de seguir trabajando por la Iglesia desde una hermandad.  Y es que,  también impregnado de la fuerza del Espíritu Santo que quince hermanos recibieron por medio de nuestro obispo durante su confirmación, me sentí renovado y fortalecido por esa misma fuerza que hace muchos años, siendo aún muy joven, recibí de manos de D. Rafael.

En este mundo nuestro en el que prima la desacralización y las banalidades mundanas, me llena de orgullo que en el seno de mi hermandad haya personas que quieran vivir su fe en Cristo y trabajar por su Iglesia. Me llena de profunda satisfacción y entusiasmo que, más allá de la Cuaresma, de la salida del Martes Santo, de esa belleza exterior que tiene nuestro mundo cofrade, encuentren en la palabra de Dios un camino de servicio al prójimo y un modelo de vida que mostrar a los demás.  Me llena de motivos y de ganas de seguir trabajando que,  de esta tierra, muchas veces incomprendida, menospreciada y criticada  por tantos, haya espigas que germinen y den mucho fruto.

Y así, disfrutando de ese momento sublime en el que esos hermanos recibían con gozo la fuerza del Espíritu, contemplaba con pasión inusitada el fruto del amor de Dios. Un amor transmitido a sus preparadores, que cada viernes no han faltado a la cita. Un amor transmitido a nuestro obispo D. José, a nuestro párroco D. Carlos y  a los sacerdotes y diáconos que concelebraron el acto. Un amor transmitido a los confirmandos cuyos rostros reflejaban la alegría del regalo recibido tras dos años de preparación. Un amor repartido a manos llenas a cuantos participaron en ese momento mágico que evocaba a aquel primer Pentecostés.

Fue un verdadero regalo ver a un padre y a un hijo confirmarse juntos. Fue una verdadera delicia ver un  joven, confirmado el pasado año, ser el padrino de su madre. Fue una inigualable dádiva ver a dos costaleros portando sus molías de plata en la solapa confirmando con alegría su fe en Dios.

Apagados ya los ecos de cornetas y tambores, de las crónicas pasajeras y vanaglorias mundanas de la pasada Semana Santa, junto a mi alma cofrade renovada, fueron muchos los miembros de la Junta de Gobierno y hermanos en general que sintieron como propios los soplos del Espíritu Santo que nos recordaban para qué trabajamos, para qué somos miembros de una hermandad, para qué nos quiere Dios en el seno de las cofradías.

La Virgen del Desconsuelo, como aquel día del Pentecostés, nos miraba y nos guiaba desde arriba.  Y yo la miré a Ella y a esos quince…. Y sonreí pensando en el hermoso futuro que aún le espera a este mundo.

Paco Zurita

Mayo 2022

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A MI PADRE

Quiso Dios que yo naciera un día de San José que, además, era Domingo de Ramos. Me llamaron Francisco por aquel abuelo al  que, desgraciadamente,  no pude  conocer y José por haber llegado al mundo en tan señalado día.

Era demasiada tentación para mi padre poder bautizar a su primer hijo ante su Virgen del Desconsuelo la mañana de un Martes Santo de 1967. Y esa misma  tarde mi padre vistió la túnica rojinegra orgulloso de tener a un hijo, ya bautizado,  al que transmitirle todo el amor que sentía por su Hermandad.  ¡Y vaya si lo consiguió…!

Hoy, siete de abril de 2022, en el que mi padre cumple 83 años y yo paso de los 55, no siento el menor rubor en reconocer el profundo amor y admiración que siento por él, por su ejemplo, por su legado. Porque es de esas personas que lleva en su sangre la nobleza y la elegancia de dar sin pedir nada a cambio.  De transformar el mundo que le rodea para hacerlo más justo y mejor.

De saber ver lo bueno que existe en cada corazón humano sin importarle el daño que le han causado muchas veces.

De aceptar la voluntad de Dios y los malos momentos con determinación y  una sonrisa.

De ver felicidad en las ocasiones en los que otros ven martirios

De mirar a los ojos cara a cara  a cualquiera que se cruce en su camino sabiendo que tiene el alma limpia y el corazón puro.

De saber decir las cosas sin ofender y de escuchar las ofensas sin guardarse reproches…

El tiempo pasa y con su magistral lección de vida, todos vamos comprendiendo los desvelos y enseñanzas de aquellos que guiaron nuestros primeros pasos y nos mostraron el camino que debemos seguir en nuestro peregrinar. Y sonrío al comprobar que cada día, aún sigue mi padre dándome la mano cuando las cañadas se vuelven estrechas y oscuras.

Mirándome en su espejo, trato con todas mis fuerzas de hacer lo mismo con mis hijos para que algún día, ellos también lo hagan con los suyos.

Muchos me llaman Santiago. No me importa; No los corrijo, sonrío y contesto. Él no me dio su nombre porque quiso que mi madre tuviera un hijo que se llamara como el padre que tan joven perdió. Y, sabiendo que Dios siempre está detrás de todo, yo también sonrío al  saber que pareciéndome a mi abuelo, llamándome Paco Zurita, me llevo un trocito de cada uno. Al fin y al cabo, con orgullo indisimulado de hijo, pregono a los cuatro vientos que SANTIAGO ZURITA, sólo puede haber uno.

Paco Zurita

Abril 2022

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VERGÜENZA

No sé por qué cuando empecé a leer en el Diario aquella impactante noticia de la paliza que cuatro individuos propinaron a un indefenso discapacitado mental, enseguida pensé que se trataría de jóvenes de corta edad. Supongo que tal deducción tendría que ver con la proliferación en redes sociales de vergonzosos videos de casos similares protagonizados precisamente por adolescentes.  Pero conforme fui avanzando en la lectura, identificados y detenidos los autores, mi sorpresa fue mayúscula al saber que la edad del más joven era de 20 años y el mayor tenía 47.

Y al ver la foto del pobre muchacho, cubierto su rostro de vendas  y postrado ausente en la cama de un hospital, sentí la  lógica pena por su sufrimiento y un profundo sentimiento de repugnancia y también de tristeza por los autores. Porque, de alguna manera, toda la sociedad en su conjunto es responsable de esta ola de maldad y  de violencia que está engendrando tantas alimañas entre niños que nacieron humanos.

Llegados a este punto, es lógico y normal que se les aparte de la sociedad por el tiempo que la Justicia determine. Pero, desgraciadamente, el mal que se les ha inoculado seguirá germinando en sus dañados corazones para seguir haciendo daño a su salida de la cárcel.

El problema es mucho más profundo y tiene más que ver con la falta de valores  con los que muchos adultos de hoy fueron educados y tratados  cuando eran niños. Son esos hijos de la violencia vivida en sus hogares, de injusticias consentidas en los colegios, de comportamientos no corregidos a tiempo por los mayores y de la confusión generada en los valores que deben imperar en cualquier sociedad que se considere civilizada.

En el afán por promover libertades en esa juventud que empieza a vivir, hemos hecho dejación de nuestras obligaciones  al no inculcar el respeto a los mayores, a los profesores que son ninguneados por los niños, por los padres y por los responsables políticos. Hemos de ser especialmente persistentes en la defensa de los desfavorecidos, de los discapacitados, de los diferentes en ideologías, credos o culturas.  Hemos mirado para otra parte cuando hemos dejado que esos abusos inoculados en sus incipientes conciencias se hayan traducido en comportamientos violentos e inasumibles para cualquier sociedad que se considere justa y solidaria.

Hay que dejar aparte posicionamientos interesados y egoístas, más tendentes a adoctrinar que a educar. Hemos de respetar la libertad del individuo en todo aquello que concierne a su conciencia pero, al mismo tiempo, ser tajantes en la defensa de la dignidad y  del respeto que merecen los demás. Es imprescindible detectar desde pequeño cualquier atisbo de violencia física, verbal o de cualquier  otro tipo que practique un niño contra otro, máxime cuando ese otro no ha sido tan bien tratado por la naturaleza o convierta el acoso por sus debilidades en acoso futuro a los demás.  Y está claro que estamos fallando cuando aumentan sin cesar los casos de violencia, abusos, maltratos, lo que violaciones y falta de la más absoluta misericordia con los que sufren.

Por eso siento de veras el dolor que ha recibido ese pobre muchacho golpeado por todos los que han ejecutado, propiciado y consentido un comportamiento tan vil y cobarde. Y también siento de veras que hayamos forjado seres frustrados que tengan que recurrir a ese execrable acto de violencia para llenar de sentido su existencia.

Nos queda la esperanza de buscar un mundo mejor aprendiendo de nuestros errores y así luchar sin descanso para alcanzarlo algún día, con palabras, con ejemplo, con determinación. Mientras tanto, compartiendo en la distancia el dolor de la víctima y de su familia, pido a Dios que le haga llegar al menos el aprecio y cariño de todas las personas de buena voluntad que sufren con él por lo acontecido.

Paco Zurita

Febrero 2022

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EL ARMONIO CALLADO

Aquella tarde, en el viejo templo, reinaba un sepulcral silencio. El  vetusto y cansado armonio de San Mateo sólo se dejaba manejar por las manos de Agustín que, como buen amo que conoce a su criatura, le sacaba con infinita paciencia algunas notas provechosas para acompañar la misa de cada lunes. Quizás por ello, celoso de su amo y sin palabras que decir por la dolorosa ausencia, permaneció callado junto al féretro de aquel hombre que durante tanto tiempo lo hizo sonar con tanto cariño.

Miré el ramo de flores sobre la banqueta vacía que también contenía el aliento para no hacer sonar el aire que llenaba de música los tubos huecos de aquella antigualla. Y en el silencio, como ecos que resuenan en nuestra memoria y se van apagando lentamente, podíamos intuir con asombrosa realidad aquellas notas, a veces intrusas, pero siempre sinceras y llenas de pasión que el droguero de San Mateo arrancaba al cansado instrumento.

Aquel buen hombre era el alma del barrio que desde muy joven habitó entre sus muros, ganándose la vida en la pequeña y coqueta droguería donde artistas de toda la comarca buscaban productos únicos para sus lienzos. Y en la puerta del negocio, alumbradas por el sol de primavera, una a una iba dando a luz sus propias pinturas llenas de estampas nostálgicas de un Jerez de otros tiempos.

El alcalde del barrio, como cariñosamente se le conocía, soñaba con verlo bullir de nuevo, lleno de la vida de antaño en la que cientos de niños jugaban en la plaza del Mercado ante un palacio de Riquelme que aún conservaba sus techumbres. Y luchó incansablemente cada día de su vida porque así fuera, dando lo mejor de sí en compañía de su esposa María para hacer la vida de su gente más fácil, más alegre, más humana…

Pensaba en todo aquello y miré de nuevo la escena de aquella conmovedora despedida. Las velas encendidas sobre el altar consumían lentamente los trazos de colores con los que el pintor las estampaba cada Cuaresma. Y el retrato de Santa Ángela de la Cruz y una de las estaciones de penitencia que dejó con su firma parecían contestar a las letanías del Rosario que él rezaba cada lunes.

Son las ausencias de esos seres que se han hecho querer en este mundo las que se hacen dolorosamente patentes cuando nos damos cuenta del vacío que dejan en nuestras vidas.  Son esas ausencias las que nos recuerdan nuestra efímera y pasajera  existencia. Son esas ausencias las que nos hacen darnos cuenta de que cuando nos marchamos de este mundo, tan desnudos como nacemos, sólo llevamos en el equipaje el amor que hemos regalado en esta tierra.

Y así, reconociendo los que allí estábamos ese profuso equipaje de amor que se llevaba Agustín Pérez González a su droguería eterna, no había mejor música que ese silencio que lo  decía todo, que lo llenaba todo, que expresaba, como un coro de almas calladas de emoción lo mucho que queríamos a Agustín.

Queda su obra, su tenaz y abnegada lucha por el barrio, su bondadosa y humilde entrega por los demás y, sobre todo, queda el ejemplo de un cristiano que supo, con su cariño,  ganarse un barrio nuevo en el San Mateo de los cielos.

Paco Zurita

Febrero 2022

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UNA RETABLO EN LA CALLE JUSTICIA

La calle Justicia, según el libro del académico y prestigioso archivero del Ayuntamiento de Jerez “Noticia histórica de las calles y plazas de Xerez de la Frontera” publicado en 1903, ya aparece así nombrada en 1581, debiéndose suponer que tomaba ese nombre porque allí tenía su domicilio el “Corregidor y Justicia mayor de la ciudad”.  También es cierto que a mediados del s. XIX fue ejecutado un reo en la plaza del Mercado esquina a  esta calle, habiendo existido en una esquina de la casa del número 12 una cruz de hierro en recuerdo de este hecho. Otras calles “Justicia” existieron en Jerez a lo largo de la historia que tuvieron relación con este poder del Estado que tantas veces olvidamos,  pero es la que cruza buena parte del intramuros jerezano desde San Mateo hasta San Juan la que pervive hasta nuestros días.

Amante como soy de pasear, dejándome embriagar de historia, por las viejas calles y callejuelas del Jerez más rancio, no hace mucho alertó mi curiosidad el remozado lienzo de un viejo casco de bodega.  Avanzaba, ya de noche, desde la monumental plaza del Mercado cuando, a la altura de Alcaidesa, la vieja y casi abandonada bodega que allí se levantaba estaba recién restaurada y blanqueada.  Una sonrisa de satisfacción se fue dibujando en mi rostro al ver cómo hay personas que apuestan por recuperar esos tesoros escondidos que  alberga el centro histórico de nuestra ciudad.  Subí encandilado el ligero repecho hacia donde la calle se ensancha y allí, flanqueado por dos coquetos farolitos, un retablo cerámico recién puesto me llenó de gozo. Era de mi Señor de las Penas que tantas veces ha pasado por esta calle a lo largo de sus más de 300 años de historia de su hermandad.

Sonreí al verlo y recé un ratito fijando mi mirada en la profundidad inmensa de la suya. Y le pedí por ese señor que ha tenido el coraje, pero también el enorme acierto, de apostar por el patrimonio de su tierra, por su cultura, por  su economía y bienestar.   Le pedí de corazón que tenga éxito en su empresa, que lleva un nombre tan ligado al mundo del vino y que bendijera a cada persona que trabaje entre sus viejos muros.

Aunque la justicia de los hombres no siempre está a la altura de lo que se espera de ella, no ocurre lo mismo con la divina. Y ya reinando en ese tramo de la vieja calle, el Señor de las Penas la derramará en abundancia para todos aquellos que pasen por allí y, cómo no, para aquel que se acordó de Dios en esta apasionante empresa que ahora comienza.

Paco Zurita

Enero 2022

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UNA MARIPOSA POR LOS QUE ESTÁN EN EL CIELO

Hoy que sigo empeñado en hacer limpieza de papeles, cacharros y otros enseres, que he ido guardando sin reparo a lo largo de muchos años, he encontrado una cajita de mariposas. Recuerdo que se la compré, aunque he olvidado cuánto tiempo hace de ello,  a Carmen, la entrañable propietaria de la añorada droguería España en la plaza de Plateros.

No pude resistir en aquel momento la tentación de adquirir un cajita de esos pequeños “pabilos flotantes”, que me evocaban  lejanos tiempos en los que,    por la fiesta de Todos los Santos, mis abuelas y tías encendían mariposas por los difuntos a la Virgen del Carmen.  Y, aunque no era el mes de los difuntos ni tampoco el día  de la Virgen del Carmen,  no pude resistir la tentación de encender una de esas mariposas  para revivir aquellos queridos recuerdos.

Bastaba un vasito o recipiente de cristal donde se vertía agua y aceite, esos dos elementos que, no pudiéndose mezclar, toma cada uno el lugar que le ha destinado la naturaleza,  dejando al menos denso óleo en la parte más elevada.  Una vez se separaban ambos elementos, bastaba con dejar flotar un circulito de corcho con un papel de aluminio en su parte superior y encender el pabilo,  que atravesaba a uno y a otro, sobre el aceite del que bebía la llama.

No quería que mi intención quedara en el mero capricho de recordar cómo era aquel sencillo y familiar proceso y me acordé también de las verdaderas intenciones que llevaba el acto. Y pensé  en tantas cosas que nos preocupan cada día, en tantas personas que necesitan de nuestras buenas intenciones, en tantas necesidades que pasan los desfavorecidos de esta sociedad, en tantas y tantas cosas que no se pueden lograr de otra manera que encendiendo  una lámpara a Dios. Y me acordé también de los que ya no están entre nosotros pero, aunque no los veamos, siguen estando de alguna manera representados en esa luz encendida.

Puse la mariposa ante esa Sagrada Familia que sigue recordándonos en casa que hoy sigue siendo Navidad.

Puse esa diminuta pero brillante luz ante ese Niño que nos recuerda que la vida es eterna para todos los que cree en él.

Puse esa luz ante su madre y ante ese San José que nos repite cada día que hay que confiar en ese Niño a pesar de las dificultades que nos pone la vida.

Y puse esa mariposa por todos aquellos seres queridos que la encendieron en su día y hoy la contemplan cara a cara. Ellos siguen velando por nosotros e interceden ante Dios por nuestras intenciones.  Sin duda nos estarán animando para que nunca dejemos de encender esas mariposas que ellos encendieron en este mundo porque saben en verdad cómo es  la verdadera luz que evocamos y que ellos ya contemplan en el cielo.

Paco Zurita

Enero 2022

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2022; UN NUEVO COMIENZO

Muchas veces tenemos la tentación, incluso la necesidad de buscar en el pasado un tiempo al que aferrarnos……

Posiblemente porque me faltaba poco para cerrar mi etapa de treinta años en el banco, el mes pasado me escapé con mi esposa en busca de un tiempo y  de un lugar que dejamos atrás tratando así, inútilmente, de agarrarme a ellos.

Calatayud fue mi primer destino como director en la entonces Caja Madrid y con veintisiete años y recién casados, la vida nos sonreía. Lejos de nuestras familias pero llenos de ilusiones, en aquella ciudad aragonesa forjamos nuestro matrimonio y nuestro porvenir. No exenta de renuncias y sacrificios, aquella etapa dejó entrañables recuerdos en nuestras vidas. Quizás por ello, próximo al omega de esa parte de mi existencia, busqué el alfa….¡En vano! Y digo en vano porque tantos años después de aquel comienzo, no fuimos capaces de revivir nada de lo que vivimos entonces.

Ya no existía el  bar donde compartíamos buenos ratos, ni la confitería donde comprábamos turrones.  El viejo convento derruido frente a casa era ahora un lujoso hotel y mi antigua oficina se había convertido en   un bazar chino. Ya no estaban las personas que conocimos, ni Tomás, el viejo párroco de San Juan, ni nadie recordaba a aquel muchacho andaluz que llegó cargado de ilusiones. Pero sobre todo, nosotros ya no éramos los mismos que fuimos entonces.

Nos miramos a los ojos y lo entendimos al instante. Al día siguiente nos despedimos de Calatayud y de aquella etapa de nuestra vida y regresamos a Jerez por una ruta inexplorada y desconocida que atravesaba tierras inhóspitas del alto Tajo, tratando de evocar con este gesto la búsqueda de un nuevo comienzo, de una nueva etapa llena de incertidumbre pero al mismo tiempo retadora e ilusionante.

Quizás era necesario que viviera esa experiencia para darme cuenta de la inutilidad de aferrarse al pasado sintiendo  nostalgia por todo lo bueno que dejamos atrás. Quizás Dios me abrió los ojos para que reconociera cuán falaz es querer parar el reloj de la existencia cuando sigue corriendo y renunciamos así a vivirla.

Cuando llegamos a Jerez eché en falta mi bufanda y traté de recordar dónde me la había puesto por última vez.  Busqué entre las fotos del móvil  y me percaté enseguida. Fue en el mirador de la Virgen de la Peña, la patrona de Calatayud. Allí se me cayó al montarme en el coche antes de iniciar el camino de regreso.  Y allí también  me dejé  una parte de mi vida de la que guardo gratos recuerdos que no quisiera manchar de vanos deseos.  Era una bonita bufanda que me  regaló mi esposa, como  también me regala hermosos momentos cada día, cada hora, cada instante que aún Dios nos permita vivir. Y aún me podrá regalar otras que pueda lucir en lugares nuevos, en tiempos nuevos, en experiencias nuevas.

Acaba el año 2021 y con él termina una gran etapa en el banco y en mi vida que tuve la suerte de vivir intensamente. Empieza 2022 y con él una  oportunidad de vivir nuevos comienzos, nuevas ilusiones, nuevas historias por escribir. Acaba una etapa y comienza otra y aquí sigo yo mientras Dios quiera cargado de buenos deseos, ganas renovadas y firme propósito de no mirar atrás para buscar lo que ya no existe.

¡Feliz Año Nuevo!

Paco Zurita

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FELIZ NAVIDAD

Paco Zurita
Navidad 2021

Puede que esperes, hermano,
salud, riquezas y amor.
Si no lo quiere el Señor,
sabes que esperas en vano.
Pero si vas de su mano
y confías de verdad
hallarás felicidad
en aquello que Dios quiere
porque fuere lo que fuere
Él te espera en Navidad

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PICCOLO

Hay personas que convierten la calle en un lugar más hermoso, más placentero, más humano. Son aquellas almas únicas que disfrutan de la vida y hacen de ella una pasión y un arte que transmiten de forma natural  a los demás. Y hoy,  que ansiaba un rato de evasión y dejarme embriagar por  la preciosa mañana de otoño jerezano, me escapé fugazmente de mi oficina deambulando por calles aledañas. Ya de vuelta,  quizás resistiéndome a volver a la rutina, me paré un buen rato a charlar  con mi amigo Manolo Romero Barragán.

En plena calle Larga, frente al arco de la de Gravina, mi amigo se planta cada mañana con su caballete y su ristra de pinceles para dibujar con acuarelas el alma de Jerez. Tan bien  la retrata con sus prodigiosos  trazos de colores que, no sólo cautivan a nuestros ojos, sino a los cinco sentidos de todos aquellos que reconocemos  a qué sabe, a qué huele, cómo suena y cómo eriza la piel  la magia  y el hechizo  de nuestra tierra.

Cada lámina pintada por Piccolo, que así firma sus obras adoptando el segundo apellido de su madre, es un diálogo vivo entre sus personajes y evoca lugares, tiempos y vivencias que afloran generosas desde lo más profundo del propio ser. Son escenas que cobran vida y que se salen de la propia obra para compartir con quienes las contemplan innumerables recuerdos, palabras y sensaciones  que Piccolo expresa con cada trazo.  Escenas que aprendió a amar de niño de la bodega donde trabajaba su padre, del tabanco que regentaba su abuelo, de toros y de Flamenco, de doradas albarizas y de azul Guadalquivir de su Sanlúcar paterna.

De ascendencia  italiana lleva ese apellido  “Piccolo” que significa “pequeño”y  que él  ha hecho “grande” con cada una de sus obras; un prodigio de arte y de puro ensueño pictórico.  Y como  uno de tantos artistas jerezanos que rebosan talento que emana de una manantial de grandeza ancestral, sólo rascando un poco en su piel de inocente modestia, quedé aún más absorto y perplejo cuando, móvil en la mano, fue mostrándome los óleos que lleva cincuenta años pintando; Y era un tesoro escondido…… Lienzos de oscuros grises donde surgen con fuerza luminosa aquellos elementos principales que el artista resalta con armonía portentosa.   Mientras yo me admiraba, él me confesó con pasmosa humildad que ya había expuesto en varias ocasiones  pero que prefiere la calle y las láminas de acuarelas que, al pesar menos que los incómodos lienzos, lleva y vende con mayor facilidad.  Y si los ingresos de su pintura flojean, retoma su trabajo de guardia de seguridad para salir del bache.

Caprichos de un ciclista  de la quinta de Perico Delgado  que obtuvo grandes premios con las dos ruedas y que sigue pedaleando por la vida a golpe de pincel, libre ante el viento y siempre con una sonrisa en la cara. Excepcional cualidad de los bohemios que viven con lo justo y hacen justo lo que quieren para ser felices.

Me volví a mi rutina entre las cuatro paredes  de mi oficina, alumbrada con neones y ventilada por las rejillas del aire acondicionado. Me quedé pensando en él, en la vida y en lo que verdaderamente importa. En ese deseo de prolongar la placentera sensación de respirar aire fresco y naranjos en plena recolección, abrí el rollo de acuarela que me regaló minutos antes; un trozo de Jerez y de su vida, dibujados por un verdadero artista que algún día valdrá un imperio.

Paco Zurita

Noviembre 2021

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MANUÉ

Apartados del  bombardeo mediático al que nos someten en Halloween con sangrientos cadáveres y de niños martilleando de forma inmisericorde los timbres de nuestras puertas hasta fundirle los plomos, aún quedamos muchos a los que nos sigue apeteciendo celebrar con frutos secos el día de todos los Santos.  Y así, con el deseo de celebrar la vida de los que están allá arriba y no los muertos vivientes que nos fastidian aquí abajo,  tras tantos meses de pandemia, este pasado día 1 de noviembre disfrutamos en nuestra casa de hermandad de una  entrañable convivencia que rematamos con unas deliciosas castañas asadas.

En Jerez, en esta época del año, proliferan los asadores de castañas que inundan de humo y de aroma las calles y plazas de nuestra ciudad. Fruto de un arte heredado de los mayores, los castañeros jerezanos utilizan una técnica que convierte la áspera textura del fruto  crudo del castaño  en un manjar exquisito.  Y aunque parezca sencillo a simple vista, sólo los más experimentados consiguen el asado perfecto que hacen del proceso una verdadera obra de arte.

Ávidos de disfrutar del manjar en nuestra propia hermandad, me dispuse a buscar a uno de estos artistas de la castaña que estuviera dispuesto a llevarnos a domicilio los artilugios y su destreza para deleite de pequeños y mayores. Y con ese propósito recorrí calles y plazas recibiendo corteses negativas por respuesta. Ninguno quería perder el sitio que se había ganado a pulso en cada rincón de Jerez. Todos menos…. MANUÉ.

Era ya de noche,  víspera de Todos los Santos y Manué estaba en su humeante puesto meneando hábilmente la cazuela con las castañas que asaba cuando paré mi coche para jugar mi última carta.  Me acerqué decidido y, tras escuchar mi honesta proposición, me miró con ojos bondadosos y me preguntó; ¿A qué hora queréis las castañas porque aquí tengo que estar de vuelta a las seis de la tarde?  

Pues a las cuatro estará bien, le dije, deseoso de fichar al artesano para  que nos preparara el manjar tras la comida.

Y como un clavo, a las tres de la tarde llegó Manué, con el tubo y el carbón, la cajas y las rejillas, las castañas y su arte para que  a las cuatro todo estuviera a punto para convertir los ásperos frutos en manjar de dioses.

Me decía mientras trabajaba que nunca le ha faltado la faena. Que en los setenta y tantos años que tiene de vida, ha hecho de todo; coger higos chumbos por las mañanas y venderlos pelados  en una playa,  peinar los campos en busca de tagarninas  y venderlas limpias en  la plaza  al alba. Recolectar montañas de azufaifas que hacían las delicias en la feria. Hacer picón en invierno y la vendimia en otoño, vender cacahuetes y almendrados en primavera o camarones en el tórrido verano. Y así desde que era un niño, sin saber leer ni escribir pero “bien puesto” en cuestión de cuentas para no lo engañara nadie como me dijo orgulloso y sonriente. Y añadió, el quiere trabajar… trabaja. Y esta tierra, añado yo, la gente trabaja un montón.

La sobremesa fue deliciosa gracias a Manué, a sus historias y a sus castañas. Y mientras compartíamos cartuchos de esas delicias calentitas,  nos acordamos de todos los seres queridos que ya están en el  cielo y que, a buen seguro, se alegran en la distancia con nosotros.

Paco Zurita

Noviembre 2021

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A ti, Mercedes

La naturaleza le regaló una extraordinaria belleza y la vida bienes y posición social al alcance de muy pocos. Pero el regalo más hermoso que recibió Mercedes fue el que el mismo Dios le hizo; un corazón puro y limpio con el que saber disfrutar de los dos anteriores. Y es que no todos saben aprovechar los talentos que hemos recibido en la vida y devolverlos al Señor multiplicados como él espera de nosotros.
De la afabilidad y del saber estar en cada momento y circunstancia hacía Mercedes la quintaesencia de la elegancia, sin importar si era “grande” o si era “chico” el ser humano que se cruzara en su camino. Simplemente se sumergía en el mundo que la rodeaba y con él entablaba una relación fácil y prodigiosa, haciendo de su interlocutor un ser afortunado. Y así la recuerdo siendo yo muy niño; limpiando plata en la casa de hermandad, preparando bocadillos para un acto benéfico o dejándose las manos en las púas de los cardos que adornaban el paso del Señor de las Penas. De igual manera atendía a dignatarios, ministros, obispos o personas de alta alcurnia que aún se sentían más importantes y dichosos por conocer su talento y gozar se su amistad.
Los bienes materiales que nos tocan en esta vida son un instrumento que adquieren su verdadero valor cuando se saben emplear bien. Porque hay unos que hacen de lo poco, mucho, y otros de lo mucho, poco. Y sólo aquellos que saben valorar al ser humano por lo que es y no por lo que tiene, son los que poseen el verdadero tesoro de verse reconocidos por lo que son.
Y cuando se para el reloj de esta vida basta mirar a nuestro alrededor para hacer balance de la misma. En ese último adiós estaba todo un elenco de almas expectantes que supieron verse amadas por su riqueza interior y que tan naturalmente ella sabía apreciar. La de la voz quebrada que le cantaba por bulerías, el del capote templado de medias verónicas, el del fino humor de alegres veladas, el que se sentía honrado cuando probaba sus tapas, el de impoluta chaqueta que admiraba su clase o el de porte desgarbado y humilde que también compartió su mesa. Allí estaban todos…. Y los que no estaban en la iglesia de San Mateo, porque no se cabía, lloraban en silencio sus recuerdos de aquel hermoso ser humano que se nos marchaba.
Y es que Mercedes Domecq Ybarra rompía las barreras que la sociedad impone a los que son esclavos de sus supuestas grandezas, y ella se hacía aún más grande haciéndose más pequeña, dándoles su sitio a todos, regalándoles cariño y confianza adornadas con su hermosa y encantadora sonrisa.
Pues sí, Dios le dio muchos talentos a esta gran mujer y bien sabía Él a quien se los daba porque al término de sus setenta años de vida, compartió buena parte de ellos con los que menos habían recibido, repartió amistad y alegría, fue esposa de su esposo, madre de sus hijos y señora, siempre señora en su hermandad y en la vida. Y tras repartir la mayor parte de esos talentos entre tantos hermanos, aún le quedaron los justos para el Señor de las Penas. Los que Cristo, en la desnudez del Calvario, sólo espera y desea que le devolvamos el día de nuestra partida; un simple manojo de cardos florecidos para ponerle a los pies de su peña eterna.

octubre 2021

Paco Zurita

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LA CULTURA DE LOS TOROS

Con la gracia única y universal de la gente de mi tierra, me quedé pensando en la imagen de un toro luciendo flamenca mascarilla en el bar “Las Banderillas” de Jerez.  Y es que ignorantes de nuestra historia o  temerosos de nuestra fuerza en común,  muchos preferirían que fuera bozal para que no hable y diga lo que piensa.

Probablemente el llamado toro de lidia o toro bravo (Bos primigenius taurus) sea el mayor punto en común que tenemos, no sólo los españoles, sino todos los pueblos que conforman   la península ibérica. Y es que es difícil no encontrar su huella e influencia en cualquier pueblo de nuestra geografía peninsular.  Quizás por ello, a pesar de estar enraizada en las costumbres y fiestas populares de cada rincón de España, independentistas y alérgicos a cualquier cosa que nos una, hacen cuanto esté en sus manos por acabar con él. Eso sí, de cara a la galería,  porque se siguen celebrando más de 450 “correbous” en Cataluña demandados y aclamados por muchos catalanes.

El emblemático toro bravo tiene en las tierras hispanas el último reducto de supervivencia de una especie desaparecida en el resto de Europa, que prefiere bovinos más tranquilos, de carne más tierna y, sobre todo, más barata de producir.  Al fin y al cabo, los toros de lidia viven en libertad a “cuerpo de rey” pastando en grandes dehesas de verdes pastos.

Es la fiereza  y orgullo de ese toro bravo el que ha cautivado  a nuestra España a lo largo de la historia y que ha llevado a muchas generaciones a preservar su especie, constituyendo el culto al toro, elemento privilegiado en  nuestra cultura y arte populares.

Nos guste o no nos guste, ese casi mitológico animal forma parte de nuestra vida cotidiana hasta en los más mínimos detalles.  El toro es ensalzado por pintores, poetas, escultores, músicos o actores. Su presencia se deja sentir en bares, restaurantes, museos, prendas de vestir, marcas, emblemas, recuerdos turísticos, publicidad… Y  hasta ha sido “indultado” de nuestras carreteras el famoso toro de Osborne, como única publicidad permitida en los campos de España.  De su mundo viven miles de personas que encuentran en torno a él un modo de vida que sitúa a nuestro país como destino turístico por sus muchas fiestas en torno al toro reconocidas internacionalmente.  No son pocos los artistas e intelectuales de todo el mundo (de izquierdas o de derechas) que han ensalzado su cultura y han mostrado su admiración por su mundo.

Pero claro, con la excusa de la barbarie que representa su lidia, muchos ignorantes se muestran beligerantes contra la tauromaquia y no tienen los “bemoles del toro” para denunciar verdaderas aberraciones y barbaries que se comenten contra seres humanos aduciendo motivos de respeto a otras culturas o religiones. Y, así, mujeres  son sometidas a mutilaciones genitales, privaciones de libertad, discriminación, sometimiento sexual y otras atrocidades que harían vomitar al mismísimo toro bravo que, al fin y al cabo, tiene más honor y vergüenza que esos mudos aquiescentes .  Y creyéndose los únicos jueces de lo que es Cultura o lo que no, excluyendo los espectáculos taurinos del lote cultural, apuestan por unos productivos bonos para jóvenes que, saliendo de nuestros maltrechos bolsillos, prometen pingües beneficios electorales. Quizás algunos de esos jóvenes tengan la nobleza del toro y embistan contra tan burda manipulación de sus conciencias porque el orgullo ibérico sigue fluyendo por sus venas.

Antes que morir como un pato al que revientan el hígado a base de sobrealimentación para hacer el mejor foie gras, el toro preferirá morir luchando en una plaza tras años de buena vida en libertad. Y es que su existencia depende de la admiración y respeto que siente la mayoría de los españoles por ese bello y noble animal.

Paco Zurita

Octubre 2021

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AQUELLOS FIEROS CALZONCILLOS

Gracias a Dios empezamos a recuperar la normalidad en nuestras vidas y este pasado fin de semana pudimos disfrutar de las Bodas de Plata de unos queridos amigos. Ávidos de buenos ratos y risas, reprimidas durante tanto tiempo, gozamos en la mesa compartiendo viejas historias y contando anécdotas de aquella época vivida veinticinco años atrás.
El vino de Jerez, además de bueno, rico y saludable, hace aflorar recuerdos entrañables y secretos inconfesables, que bebedores de otros líquidos más insípidos, como decía Shakespeare, nunca podrán entender. Y, con sus prodigiosas propiedades coadyuvantes de la locuacidad, uno tras otro fue escarbando en los recuerdos de aquella época…… Y, así, enlazando temas, empezamos hablando del desaparecido y añorado Cine Jerezano, para acabar haciéndolo… ¡¡¡De los calzoncillos de mi noche de bodas!!!
El cine jerezano se inauguró en 1948 y, a pesar de estar protegido por la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía, languidece entre telarañas de olvido. Antes de cerrar sus puertas en 1998, era un lugar de obligada visita para los amantes de la gran pantalla y acogía los estrenos más esperados. En 1993 muchos jerezanos acudíamos a su sala para para la ver la proyección de la famosa película de Steven Spielberg “Jurassic Park”, que marcó toda una época y ejerció una notable influencia en la sociedad y cultura de aquel entonces. Por lo menos en la mía… Y es que hasta que contraje matrimonio en 1995, los únicos calzoncillos que había llevado puestos en mi vida eran aquellos clásicos “Ocean” de impoluto color blanco e ingeniosa abertura cruzada que facilitaba enormemente las maniobras propias de la micción masculina.
Quizás pensando que para una noche de bodas no eran los más apropiados, mi abuela y tías abuelas, siempre pendientes de mi felicidad, quisieron asegurar el éxito de tan novedosa empresa para mí. Y con estas intenciones salieron de compras para actualizar mi vetusto vestuario íntimo y, aconsejadas por el dependiente de turno, optaron, muy a pesar suyo, por adquirir unos modernos y sugerentes calzoncillos estampados con los simpáticos animales de la película de Spielberg. Apretados al contorno y más largos que mis cómodos Ocean, todo el Cretácico animal poblaba aquella prenda ajustada e incómoda pero que, según las promesas del vendedor, eran la última moda y haría las delicias de la expectante novia.
No estaba yo muy convencido del resultado, pero mi absoluta fe en las acciones de mis queridas abuelas, hizo que me abandonara ciegamente en su sabiduría femenina y dejé en sus manos el destino y éxito de la noche más esperada. Dispuesta mi maleta para el viaje de novios en la casa que iba a ser nuestro hogar, mi aún novia no pudo reprimir la curiosidad de inspeccionar el contenido del equipaje y, según me confesó años más tarde, descubrió con horror aquellos calzoncillos que no hacían presagiar nada bueno. Y es que aún frescos en su memoria los terribles recuerdos de la película, todo ese muestrario estampado del Jurásico le infundía ansiosos temores y presentimientos en forma de gigantescos Diplodocus, enormes y aguerridos Tyrannosaurus Rex o fieros y agresivos Velociraptores dispuestos a cazar y a comerse cualquier ser vivo, «o parte de él», que se le pusiera por delante. Bien es cierto que también había Microraptores y Epidendrosauros de menor tamaño incluso que un camaleón y que le permitía albergar ciertas esperanzas de no ser devorada viva…
Pasada la noche de bodas y aliviada de que aquellos negros presagios fueran sólo eso, mis flamantes calzoncillos fueron cayendo en el olvido y convertidos oportunamente en trapos para limpiar metales, prueba infalible de que no eran del gusto de mi esposa. Tampoco volví a usar mis antiguos Ocean porque, ya convencida de que los dinosaurios de Spielberg no existían en la vida real, renovó mi ropa interior con estampados más relajantes para sus gustos y más acordes con la realidad que había encontrado tras ellos. Y , como buen marido,
acataba sus designios sin rechistar y sonreía por dentro porque tenía la alegría de disfrutar de una esposa, del deseo de formar una familia y de emprender una vida llena de ilusiones y proyectos. Y hoy sonreímos los dos, emocionados por esos imborrables recuerdos y conmovidos de que aquellas ilusiones de entonces, bendecidas por Aquel que nos unió, no se hayan apagado veintiséis años después.
Paco Zurita
octubre 2021

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LOS LIBERTADORES DE CAUTIVOS

No hay bien más preciado en este mundo que la vida, pero… ¿Qué vida merece ser vivida si carece de libertad? Es por ello, por ese deseo irrenunciable a ser libres,  por el que muchos hombres están dispuestos a perder la vida en aras de alcanzar la libertad.

Antes de que el siglo XII apagara sus luces, un aquitano de nacimiento y barcelonés desde su infancia, ya había sentido en sus entrañas el amor por aquellos hermanos cautivos de otros que rezaban al mismo Dios pero al que nombraban de formas distintas.  Pedro Nolasco era un próspero comerciante que entendió que las riquezas no iban a garantizarnos un tesoro en el cielo y, aprovechando sus continuos viajes a tierras moriscas, empleó buena parte de su patrimonio en liberar a esclavos y cautivos que habían sido hechos prisioneros. En 1218 se le apareció la Virgen como respuesta a sus plegarias, en búsqueda incesante por encontrar el camino que su corazón ansiaba. Y así, la Virgen de la Merced le pidió que fundara una orden para redimir a aquellos seres humanos que, aun conservando sus vidas, habían perdido la libertad.

Muchos fueron los liberados por Pedro y por todos aquellos seguidores suyos que formaron la orden de los Mercedarios quienes, una vez que agotaban todos sus recursos materiales, se ofrecían ellos mismos a cambio de sus hermanos presos.

800 años después, parecen lejanas aquellas mazmorras donde la podredumbre y el hedor de los desdichados eran peor aún que sus cadenas.  Y aunque todavía hay lugares en el mundo donde la miseria y maldad humanas no tienen límites, la mayoría de los países respetan la dignidad de los privados de libertad. Y, sin embargo, más que nunca, estamos necesitados de esas almas nobles mercedarias que renuncian a sí mismos para darse a los demás.

Porque siguen siendo muchas las cadenas y cárceles que nos privan de la libertad que cualquier ser humano merece si no pone en peligro la de los demás. Y no son de hierro sus barrotes o de acero sus cadenas, sino de casi imperceptibles telas de araña que tejen los carceleros del siglo XXI.

Las drogas y las dependencias (móviles incluidos ), la desacralización del alma humana que la lleva a vivir de forma hedonista nuestra vida pasajera, la manipulación interesada a través de medios de comunicación, los poderes públicos que no obedecen al deber de buscar el bien común sino sus propias ambiciones,  el abominable adoctrinamiento ideológico de la infancia, la prostitución y explotación de mujeres por redes de cobardes y viles proxenetas que sacan tajada de nuestros vicios y silencios, los abusos de menores por personas sin escrúpulos pero que muchos conocen y callan, las redes sociales manipuladoras de las conciencias más débiles y tantos y tantos ejemplos de privación del derecho a ser uno mismo y a forjarse su propia vida. ¿Acaso no siguen existiendo cárceles y cadenas en este mundo nuestro?.

Hoy, festividad de la Virgen de la Merced, redentora de cautivos y patrona de mi tierra, le pido con fervor que siga haciendo de nosotros un mercedario más y nos unamos a aquella monumental obra de S. Pedro Nolasco de dar libertad para dar vida.  Que sepamos, como él, como ellos,  ver los barrotes y las cadenas que siguen encarcelando a tantos y tantos hermanos. Que también nosotros, con las palabras de Cristo impregnando nuestros corazones, seamos capaces de romperlos y abrirlos de par en par. Y que ayudando a nuestro prójimo a liberarse de sus cadenas, nos liberemos así de las nuestras hasta alcanzar la libertad eterna de Dios.

Paco Zurita

Día de la Merced  2021

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LA PRÓXIMA SEMANA SANTA

Ojeando viejas fotos encontré una de mi padre en la que ofrecía al  papa Juan Pablo un cariñoso detalle de nuestra Semana Santa.  Sentí  un cierto pellizco y regocijo, porque estos días hemos empezado a oír voces de optimismo con las primeras procesiones en la calle. Cada vez cobra más fuerza el convencimiento de que nuestras hermandades volverán a procesionar en Semana Santa.

Siento en mi corazón una mezcla de escepticismo  y de alegre esperanza ante la ilusión de volver a ver a nuestras hermandades haciendo estación de penitencia. Pero  a la vez tengo fundados temores de perder todo lo bueno que hemos sabido sacar de la situación provocada por la pandemia.

Y es que ha sido tan grande y generoso el bien que han hecho nuestras cofradías por los más débiles y necesitados. Ha sido tan memorable la unión y fraternidad demostradas por todos los cofrades para con los demás y entre nosotros mismos. Ha sido tan patente nuestra entrega y pasión por hacer de nuestros hermanos el verdadero sentido de la Semana Santa, que habiendo gozado del verdadero sentido de nuestra razón de ser, tengo miedo a perderlo.

Disfrutaremos y volveremos a sentir el latido del nuestros corazones vistiendo la túnica nazarena, llevando en nuestros hombros a nuestros Sagrados Titulares, oyendo desgarradas saetas, asistiendo en los templos a triduos  y septenarios, viviendo la Pasión de Cristo en cada paso, en cada esquina, en cada rincón de nuestra ciudad.

Diremos con voz en grito que vamos a recuperar nuestra Semana Santa y yo gritaré en silencio desde fondo de mi corazón si,  finalmente, quiere Dios que así sea.

Pero también meditaré en mi alma y le pediré a Dios que nunca permita que nos olvidemos de todo aquello que nos hizo más cristianos, más solidarios, más unidos, más iguales, más misericordiosos, generosos y abnegados; más cofrades en definitiva que no es otra cosa que imitar a Cristo hasta donde nuestra pobre naturaleza humana nos permita.  Le pediré a Dios que aprovechemos lo sufrido, lo aprendido, lo vivido…. Y que recordando todas esas experiencias sepamos valorar lo que realmente somos, para qué estamos, qué significamos en el seno de la Iglesia.

Bellas por dentro, como lo hemos demostrado, no dejaremos que esa belleza interior de nuestras cofradías se marchite con el paso del tiempo, víctima de nuestros egoísmos, de nuestras envidias y rencillas, de nuestros errores y miserias humanas.

Sólo desde esa belleza interior podremos deslumbrar los ojos de todos aquellos que nos contemplen en las calles y que aún no conocen la grandeza de Cristo en sus corazones.

Sólo con la ilusión de ser misioneros de fe y esperanza podremos portar la túnica nazarena o de lacerarnos el cuello con la molía con el orgullo del deber cumplido.

Quizás como ese niño Jesús de la foto que viste la túnica rojinegra de los “Judíos” y que hizo sonreír al anciano papa, debemos hacer sonreír a Cristo. Ya sabemos cómo hacerlo y si no lo olvidamos nunca……  ¡Qué hermosas Semanas Santas nos esperan!

Paco Zurita

Septiembre 2021

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La ermita de la Algaida

Hoy, aburrido del letargo veraniego y expectante de luz en mi alma sombría, salí en coche sin rumbo fijo, dejando que el azar o mi oculta voluntad eligiera cada calle, cada camino, cada encrucijada. Remontado el río desde la Calzada sanluqueña y serpenteando por senderos escondidos para los foráneos, llegué a Bonanza y la dejé atrás por donde el Guadalquivir se viste de verde de Doñana y de blanco de Salinas. Me detuve a tomar café en una taberna de la Algaida y, sin mucha demora, proseguí mi camino sin saber bien lo que buscaba o hasta dónde llegaría en mi ansiosa búsqueda.
Llegué a los pinares hermanos de aquellos al otro lado del río, siguiendo por un camino abrupto y polvoriento que partía en dos el verde paraje y, al final del mismo, me encontré una ermita cerrada y solitaria a la que se llegaba ascendiendo por una escalinata que atrajo mi anhelante alma. Como la ermita, esa alma mía se encontraba sola buscando una voz que la despertara de su embriaguez y hastío.
Me detuve en una de sus ventanas, acercando mis ojos a la oxidada celosía para que mis pupilas se acostumbran a la oscuridad interior y pudieran ver qué había tras esos muros.
Olía a flores frescas pero también marchitas y a ese inconfundible aroma de un lugar de culto donde aún quedaban recuerdos de inciensos quemados y de velas encendidas y apagadas hacía ya mucho tiempo. Y, poco a poco, fue haciéndose visible la imagen de una Virgen con un niño y lo que parecía un crucifijo tumbado sobre la mesa de altar. Oré un rato a través de la celosía y me marché de allí sin encontrar eco a mis retóricas plegarias.
Salí de los Pinares por la maltrecha carretera del práctico hasta llegar a un embarcadero ya en tierras de Trebujena. Aún bajaba la marea y la corriente erosionaba los lodos de las riberas tiñendo como de chocolate los bordes del gran espejo azul del río. La belleza y soledad que imperaban me acercarían a buen seguro a la luz que andaba buscando. Y allí estuve un buen rato contemplando esa belleza y rebuscando en ella la paz de mi alma, pero no encontré nada. Me volví a Sanlúcar decepcionado una vez más por no haber hallado lo que buscaba.
Pensando en mi aciaga jornada, pero ansioso por saber más de aquella capilla, busqué en internet algo sobre esa emita. Me enteré que está consagrada a la Virgen de la Algaida y que desde tiempos ancestrales todo aquel lugar se consideraba sagrado. En la antigüedad, el río bañaba los pinares y las dunas, formando islas y, en una de ellas, los fenicios levantaron un santuario. Los pobladores, marineros y pescadores en su mayoría, buscarían a su amparo un bálsamo para sus preocupaciones e inquietudes. Sin saber por qué, busqué en aquel lugar lo mismo que el ser humano ansía desde que tiene conciencia; A DIOS.
A aquel lugar me llevó su suerte como una marioneta que mueve con sus dedos. Torpe, pasé de largo y seguí absurdamente buscando, sin percatarme entonces que Él me llevaba todo el tiempo y que Él estaba conmigo. Me dejé embriagar por el recuerdo del manso fluir del río y sentí un profundo bienestar imaginándome en sueños que esa corriente me abrazaba y me llevaba.

Sonreí.

Paco Zurita
Agosto 2021. Sanlúcar

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MURALLAS DE ARENA

La playa era para mí una tediosa obligación que había que soportar de la manera más liviana posible. Y eso implicaba poner a trabajar mis sueños de ingeniería que incluían pozos, carreteras, castillos y, sobre todo….”murallas de arena”.

Provistos de elementos y manjares que me hacían presagiar una larga jornada en aquel insoportable martirio, mis padres buscaban algún despejado lugar  en el que pudieran mantenerse a salvo de la marea,  pero fuera de la abrasadora arena seca.  Eso implicaba que tarde o temprano, tendríamos que mudarnos más arriba cuando las olas se acercaran a nuestra sombrilla.

Pero ahí estaba yo, maestro constructor e iluso perseguidor de causas imposibles.

”No hace falta que nos mudemos papá”, le dije a mi padre con seguridad y determinación,  cubo y pala en mano.

“Voy a hacer una muralla que nos proteja de la marea”.

 Mi padre, que estaba seguro del fatal destino de aquel ambicioso proyecto, no dudó ni un instante en saciar mi inagotable hiperactividad y accedió encantado a darme consejos para elevar recios muros. Era estupendo tenerme ocupado……

“Cuanta más piedras y más altura, mejor”, me dijo sonriente….

Mis pobres hermanas, una vez más, se convirtieron en fieles seguidoras de mis locos sueños y nos pusimos todos manos a la obra.

Ingentes cantidades de cubos de arena y  de piedras fueron levantando una muralla alrededor de nuestra sombrilla que causaba la admiración de los niños y la curiosidad de los padres que paseaban por la playa.

La marea se acercaba amenazante,  pero seguro de  sus sólidos cimientos y de su altas almenas, la esperábamos deseosos e impacientes, convencidos de disfrutar a su abrigo de las tortillas de patatas que había preparado mi tía.

Poco a poco, las avanzadillas de la invasión marina fueron besando los muros y, al poco rato, las andanadas de agua resbalaban gráciles hacia la retaguardia de nuestro fortín. Ya habían sucumbido las  defensas de otros vecinos que se mudaban derrotados hacia posiciones más seguras, pero la nuestra resistía orgullosa. Fue entonces cuando, ya rodeadados totalmente por el agua,  vi a mi  abuela y a mi tía coger los bolsos de la comida,  seguida por mi madre con a nevera y  a mi padre con la sombrilla, tres sillas y la mesa de playa, que salían a escape de aquella peligrosa isla.

Y allí nos quedamos los tres, asombrados por la falta de confianza de nuestra familia, pero al pie del cañón como “Los últimos de Filipinas”.

El suelo de nuestro castillo inexpugnable empezó a humedecerse, y las férreas masas de arena y piedra a desvanecerse como un helado de chocolate que se funde bajo el sol abrasador. En un inesperado envite, una ola pasó por encima de la poderosa fortaleza. El agua empezó a entrar por todas partes y tratábamos con nuestros propios cuerpos de taponar las cada vez más numerosas brechas del castillo mientras veíamos a nuestra familia comer tranquilamente la deliciosa tortilla y los filetes empanados al apacible resguardo de la sombrilla.

Derrotados en nuestro loco empeño, subíamos cabizbajos a tomarnos las viandas, que nos alegraban sobradamente las penas. Mirábamos soñolientos, ya a la caída de la tarde, los casi imperceptibles restos de nuestra portentosa muralla; las duras piedras esparcidas por la brava marea que se retiraba vencedora.

En la vida, nos sentimos poderosos cuando la marea está lejos. Creemos que somos invencibles y que estamos preparados para afrontar todas las olas que nos golpeen. Pero cuando llegan los verdaderos problemas, aunque soportemos los primeros envites, nos derrumbamos abrumados porque no sabemos cómo tapar las brechas de nuestro refugio interior.   Hemos de asumir que no somos invencibles, pero sí humanos e hijos de Dios. 

Hay una lección que obviaba entonces pero que ahora, con el paso del tiempo, empiezo  a entender.  La marea, como en mis sueños de niño, acaba retirándose y nos deja tras de sí una arena limpia y virgen en la que podemos empezar de nuevo, en la que debemos construir nuevas ilusiones.

Hoy, quizás, día de Patrona de los Mares, me otorgue Dios la oportunidad de empezar un nuevo sueño y, si me da tiempo y fuerzas para ello, puede que sea esta vez…. ¡El más hermoso!

Paco Zurita

Junio 2021

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LA SEMILLA DEL MAL

Pocas son las personas que estos pasados días no han sentido repulsa, incomprensión y dolor por el vil asesinato de dos niñas inocentes a manos de su propio padre.  Pocos serán los que no se han hecho preguntas sobre la fuerza que mueve a un hombre a matar a sus propias hijas de forma premeditada, despiadada y cruel.  Todos hemos visto cómo, una vez más, se llenan las calles de protestas y los medios de declaraciones vanas pidiendo justicia y medidas para que no se vuelvan a repetir actos tan viles de violencia y muerte.

Pasada la tormenta de furia y duelo, volveremos desgraciadamente a vivir nuevos asesinatos de inocentes y llegarán nuevos lamentos por la impasividad de una sociedad que no sabe poner remedio a esta situación. Y es que, para erradicar el mal de forma definitiva,  hay que ir a la raíz del problema, al embrión que acaba convirtiéndose en planta carnívora, a la semilla del mal……

Un mal que se forja en la más tierna infancia, que se hereda en algunos casos o que se cultiva y riega en otros con la inconsciencia de los padres o la permisividad de una sociedad que mira para otro lado. Un mal que fomenta el odio, la intransigencia, la superioridad moral, ética o cultural,  el individualismo disgregador, el desprecio a los valores morales o religiosos, la permisividad desmesurada, la relativización de todo lo trascendente que habita en el corazón del ser humano. Es la obra silente y perniciosa del príncipe de este mundo que quiere acabar con Dios a toda costa, alejándonos de todo lo bueno que alberga el corazón del ser humano.

Este mal es tan fuerte que pasa por encima de cualquier otro gesto o atisbo de humanidad, sacrificando vidas o sociedades enteras para seguir alimentando el odio que bulle potente en sus venas. Es un mal oportunista, movido por intereses ocultos y egoístas que llevan a la colectividad aborregada a un barranco de desgracias y calamidades.

Podremos endurecer las leyes, prejuzgar a todos los hombres como culpables, hablar de violencia machista como el origen del mal….. Pero no solucionaremos el problema porque ese mal sigue habitando en el interior de esos seres que se han amamantado de esos vicios que hemos fomentado y consentido. No importa los años de cárcel que se le impongan a estos demonios terrestres;  cuando salgan volverán a hacerlo con más saña,  alentados por el odio acumulado en sus años de cautiverio.   

Lo que sí podemos hacer es recuperar aquellos valores que hacen de la sociedad un mundo mejor, donde primen la concordia, el bien común, el sacrificio, la solidaridad y la entrega por los demás. Un mundo donde se ahogue en amor el odio que sembramos en tantos niños que mañana se pueden convertir en maltratadores y asesinos.

De momento, con los que ya son plantas adultas y dan frutos de odio y dolor, habrá que apartarlos indefinidamente de la sociedad hasta que se encuentre un remedio al mal que padecen. Mientras tanto seguiré rezando por ellos y por todos los seres humanos para que encuentren en sus corazones el bien que hemos despreciado y perdido por el camino…..

Paco Zurita

Junio 2021

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EL COMERCIO TRADICIONAL

No seré quien niegue que el progreso y un futuro prometedor son aspiraciones legítimas de una humanidad que ansía mejorar su calidad de vida y la de las generaciones venideras. Si en los seres humanos no imperara esa voluntad de progreso, seguiríamos viviendo en cuevas y cubiertos por pieles de animales para protegernos del frío.

Pero, en esa evolución histórica que nos ha llevado hasta el bienestar de nuestros días, hemos ido dejando por el camino muchos tesoros que se han perdido en aras de ese progreso alcanzado.

Pensaba en todo ello cuando pasé por delante de la desaparecida “droguería España”, uno de tantos comercios tradiciones que han cerrado sus puertas víctimas de los centros comerciales y de la desidia y comodidad de todos nosotros. Ese entrañable comercio de la plaza Plateros, fue el último en desaparecer de otros de su gremio, como la de Quirós, o la  Agustín el la plaza del Mercado.

Sentí una profunda nostalgia, no solo de sus peculiares aromas que mezclaban olores de jabones, inciensos, tintes y almizcles, talcos y betunes, colonias y áloes, ceras y barnices, talcos perfumados, cosméticos exclusivos, brea, alcanfor, estropajo, colonias…. Pero sobre todo, atención y cariño de unas personas que te encontraban el producto y el remedio justo y necesario que andabas buscando.

Aún me acuerdo de Carmen, ya anciana pero enamorada de su oficio que,  tras el viejo mostrador de su droguería “España”, sonreía cuando facilitaba la solución perfecta que hallaba entre sus centenarias estanterías de donde colgaban escobas, fregonas y utensilios que ya utilizaban nuestras abuelas.  O la de Agustín que,  en su reducida estancia de la plaza del Mercado, tenía los mejores óleos y utensilios para artistas y pintores. O de tantos y tantos profesionales de comercios tradicionales que daban un valor añadido insustituible a sus productos que, hoy en día, venden empaquetados y por lotes inseparables en unas despersonalizadas estanterías de algún gran centro comercial.

Ese factor humano, cercano y cariñoso, profesional y experto, preciso e insustituible, es uno de esos tesoros que nos vamos dejando por el camino en aras de un supuesto progreso.

Por supuesto que no podemos renunciar a esos grandes centros donde se ofrece de todo, en un lugar concreto, que nos ahorra tiempo y puede que dinero. Por descontado que el progreso implica renuncia a viejos usos y costumbres que van quedando obsoletos.  Sin duda que el futuro implica dejar atrás muchas cosas que se sacrifican en favor del progreso.

Pero hemos de ser conscientes que, engullidos por ese progreso, hemos perdido y seguimos perdiendo muchas cosas que,  no sólo cubrían y cubren  nuestras necesidades, sino también el puro placer de adquirir esas cosas que necesitamos y el trato y consejo humano de quienes nos las proporcionan.

Leyendo esta semana en la prensa local que siguen cerrando comercios en el centro de nuestra ciudad, me imaginaba amargamente cómo sería Jerez dentro de algunos años. Pensaba en los propietarios de esos comercios tradicionales, en sus familias, en sus sabios y desapercibidos consejos para una población acomodada y presa de las prisas y egoísmos. Pensaba en que no es necesario comprar un lote completo de puntillas cuando sólo se necesita un mero clavo que vende encantado, tras un viejo mostrador y con una bata azul, el amable empleado de una ferretería de toda la vida.

Quizás por ellos, pero también por nosotros mismos, deberíamos recapacitar seriamente sobre la necesidad de contar con estos comercios tradicionales que, no sólo satisfacen nuestras necesidades materiales, sino  que  también nos elevan a la categoría de seres humanos cuando añaden a esos productos que adquirimos su saber, su experiencia, su cariño…… y su HUMANIDAD.

Paco Zurita

Mayo 2021

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PELUSO

Recuerdo bien aquella dorada tarde en la que eclosionaron los huevos de una muy especial camada de la gallina Pepa. Uno a uno, los pollitos fueron abriéndose paso a la vida desde el interior de sus fracturados cascarones. Eran todos blancos como la leche, excepto uno que salió de un color pardo amarillento y con un plumón tan generoso y suave que al pequeñín le pusimos por nombre “Peluso”.
No pareció gustarle mucho a Pepa ese tono de plumón que tenía el recién nacido y fue apartándolo poco a poco del resto de la prole a base de severos picotazos en la cabeza del pequeñín. De alguna manera la gallina intuía que el polluelo no procedía de uno de sus huevos y que alguna desvergonzada vecina quería aprovecharse de sus maternales virtudes.
Yo por entonces, dedicaba buena parte de mi tiempo libre a observar el comportamiento de los animales que teníamos en el campito, fascinado sin duda por sus patrones de conducta, no tan distintos de los humanos. Preocupado por el destino del pobre Peluso, no dudé en ningún momento en consultarle el grave problema a D. Juan Antonio Arbosa, un entrañable marianista y querido profesor de Biología, que con su impoluta bata blanca seguirá impartiendo clases en el cielo. Con absoluto convencimiento y una sonrisa de sabiduría, me aconsejó que blanqueara su plumón con polvos de talco para engañar así los recelos de la disoluta gallina. Aunque el remedio causaba espasmos y estornudos en el desdichado animalito, como por arte de magia, la gallina dejó de castigar al pollito durante un tiempo. Pero el viento se llevaba el polvo tarde o temprano y la muy pícara de Pepa, volvía a sus crueles andadas al sospechar de Juanita, una gallina despendolada a la que le importaba un comino la suerte que corrieran sus huevos.
Para evitar que el desgraciado polluelo muriera a picotazos, finalmente Peluso se vino a vivir a nuestra casa y pasó a ser alimentado directamente por mis hermanas y, especialmente por mí. Crecía sano y feliz degustando los mejores y más ricos manjares que pudiera soñar un pollo. Su plumón pardo fue dando paso a un hermoso plumaje de vivos colores y, con el paso del tiempo, su inicial fragilidad se convirtió en una envidiable fortaleza. Cuando, ya crecido, lo devolvimos al gallinero, poco a poco fue ganándose el respeto de sus congéneres, bien por sus encantos con las damas, bien por su pose guerrera que no dejaba cresta sin merecido castigo. Ni siquiera Pepa o Juanita rechistaban cuando Peluso se decantaba por la Matahari a la que hacía suya ante la envidia y resignación de los gallos blancos.
A la caída de la tarde, después de una dura jornada poniendo orden en el corral, Peluso saltaba volando la valla del gallinero y, orgulloso, se acercaba feliz al porche de la casa desde donde veíamos la puesta del sol. Allí compartía con nosotros un delicioso ratito en familia y, para acompañarnos en la merienda, no despreciaba su platito de alpiste mojado en ron. Desde pequeño le encantaba esta especialidad mía que le preparaba con cariño y es que cuando terminaba su ración, batía vigorosamente las alas y se balanceaba eructando de un lado a otro como muestra de sincero agradecimiento.

Peluso se casó con Pelusa, el amor de su vida, sobrevivió a una descumunal riada y murió de viejo, dejando una enorme descendencia que llevaba en sus plumas y en sus garras la grandeza del abuelo, que superó con tanto pundonor las trabas que le puso la vida.
Como le sucedió a Peluso, las personas muchas veces somos valoradas por una fina capa de apariencia que distingue a los buenos de los malos, a los capaces de los incapaces, a los listos de los torpes, a ojos de gente superflua. Una capa de polvo que engaña a los simples e insensibles que juzgan por el envoltorio que cubre nuestras grandezas o nuestras miserias y no por lo que realmente somos. Desprovistos, por el soplido de Dios, de esa capa engañosa, de esa máscara de falsa protección, somos lo que somos a sus divinos ojos; ojos con los que deberíamos vernos a nosotros mismos.
Ya lo dijo el grande de Thomas de Kempis; No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen; lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más.
Desnuda el alma y viéndola hermosa reflejada en el espejo de nuestra propia existencia, una vida maravillosa nos espera si sabemos aceptarla, respetarla y amarla tal cual es.

Paco Zurita
Mayo 2021

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La carretilla de la vida


Muchas veces me he preguntado qué significa realmente ser padre. Qué espera Dios de nosotros para hacer las veces de Él en la tierra con cada uno de sus hijos. Y me seguía preguntando todo esto mientras tomaba café con mi octogenario padre y contemplaba orgulloso su insaciable necesidad de seguir estando conmigo cada rato que la vida nos deja. Y mientras lo hacía, veía en él la misma entrega y efusivo entusiasmo por seguir estando cerca de mi cada instante de su existencia. Y, de la misma manera, también me preguntaba qué poderosa razón me lleva a seguir demandando y disfrutando de su vida cuando ya vislumbro el atardecer de la mía.
Ese misterio insondable del amor filial, no es otra cosa que la gracia, en forma de amor divino, que recibimos del cielo y que transmitimos generosa a nuestros hijos. Gracia regalada que no guardamos para nosotros mismos, ni escatimamos cuando no vence el egoísmo o la maldad humana.
Ese misterio es desprenderse de todo para, renunciando a nuestro propio ser, tenerlo todo. Es la semilla que muere para engendrar nuevos frutos que crecen abundantes en el árbol de la vida.
Cuando el amor fluye y se entrega generoso, deja una huella imborrable y teje un lazo irrompible que va desde la tierra al cielo y que nos une a esas personas que lo han dado todo por nosotros y que, quizás ahora, tengamos que devolverles un poquito de lo que nos han dado. Cuando se ha cumplido bien con este mandato divino, el amor recibido del cielo se ha dejado fluir hacia los hijos y éstos lo han recibido en abundancia, de tal manera que verán en él una gracia que se sólo se disfruta realmente cuando se vuelve a dar.
Es sentirse llevados, como en esa carretilla de la foto, por el mismo Dios que la levanta con los brazos de nuestro padre en la tierra y tomar decididos su relevo cuando seamos nosotros quienes llevemos la de nuestros hijos o la silla de ruedas de nuestros padres.
Buena parte de los males que nos aquejan en este mundo tienen sus raíces en el egoísmo de muchos seres que, creyéndose buenos padres, han fallado a la hora de ser generosos con sus hijos, no dando suficiente de cuanto han recibido. Y esos desdichados hijos a los que se les ha escatimado el amor recibido y no han tenido mucho para repartir lo tendrán mucho más difícil. Aún así, las almas nobles que aspiran a ser buenos padres, aún recibiendo poco, saben multiplicar lo recibido cuando lo han sabido dar con generosidad.
La vida es como esa carretilla. Hay momentos es los que debemos dejarnos llevar amados por otros, y momentos en los que la debemos llevar amando a los demás. Dejarla a un lado, oxidada y olvidada es el egoísmo que corroe su acero. Hacer que ruede y que funcione, es sonreír a la vida y saber ganarse una que lleve el mismo Dios en el cielo.

Paco Zurita
Mayo 2021

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UN DÍA DE FERIA

Era una tarde preciosa de abril y a mi mujer y a mí algo nos empujaba a encaminarnos hacia el parque González Hontoria, quizás pensando que los duendes que allí habitan nos llevarían a otros tiempos de jolgorio y bulería.

En nuestra tierra, cuando llega mayo, la luz lo va inundando todo, el calor aparece de improviso y nuestro reloj biológico nos dice que ya huele a feria. Pero esta pandemia se ha llevado por delante buena parte de nuestra vida y muchas vidas que ya no la volverán a ver, al menos con los ojos de este mundo.
Cruzamos el parque casi desierto, desnudo de casetas y alumbrados, hambriento de personas y bullicio y desprovisto de vida y ajetreo. Una extraña sensación de nostalgia nos recorrió el alma, confusa por la ausencia de otra Feria del Caballo. Pero cruzamos aprisa y sin mirar atrás, quizás por el oculto pero firme deseo de que fuera la última Feria pérdida.
Casi por inercia, cogí mi móvil y rebusqué entre sus entrañas alguna foto que acaso tuviera de otros años en el Real. Y, como por arte de magia, encontré una imagen que tomé hace tiempo de una foto que dormía en una vieja caja de bombones guardada celosamente por mis padres.
No sabría decir a ciencia cierta si era una Feria del caballo o una Feria de la Vendimia, pero a juzgar por el jersey que llevaba puesto, juraría que hacía fresquito aquella tarde de primavera o de otoño jerezano. Esbocé al instante una regocijante sonrisa y empecé a recordar aquella hermosa jornada que viví de niño en el real jerezano.
Recuerdo que aquel día llegamos muy temprano y aparcamos el Popeye, nuestro fiel Cuatro Latas, en la misma Feria. La caseta del Casino Jerezano lucía esplendorosa con sus grandes cortinas blancas y azules, farolillos de colores y señorial templete. Un grupo de artistas cantaba sevillanas melodiosas mientras tomábamos pimientos y calamares fritos en una mesa sevillana. A diferencia de hoy en día, se podía hablar cómodamente sin acabar con la garganta rota o con los tímpanos traspasados de dolor. ¡Qué ferias tan bellas y placenteras! ¡Qué frescor bajo los plátanos orientales del parque!
Ya con esa edad empecé a darme cuenta de lo hermosas que están las niñas vestidas de flamenca, del deseo de bailar con una preciosa rubia y de lo rico que debía de estar un vino de color pajizo que mi padre degustaba con pasión. Nosotros sorbíamos con una pajita el dulce pero insípido naranja de las Mirindas…. Yo ya ansiaba bailar con la preciosa rubia y probar esa copita de Fino, pero todo lleva su tiempo y el mío aún estaba en otras cosas. Afortunadamente, después llegaría nuestra hora y mis hermanas y yo podríamos disfrutar de lo lindo.
Después de comer nos llevaron a los cacharritos, a la tómbola, a los puestos de algodón, a tenderetes donde vendían juguetes de otros mundos…… Mi padre se paró por el camino a comprar vino del “Tío de la Bota”, que corría generoso de un lagar en el que pisan uva sin descanso dos remangados viticultores de cartón. ¡Qué rico se veía ese Tinto y quién me iba a decir entonces que el destino me llevaría a trabajar a Calatayud cerca de Cariñena, de donde ese vino venía!
Cuando el sol caía y ya íbamos de vuelta a casa nos hicimos esa foto que ha removido estos recuerdos entrañables. El caballo parecía imponente y con ayuda de mis padres nos encaramos valientes en sus lomos. Mi hermana sonreía, segura de que no la tiraría al suelo, más confiada en la nobleza del corcel que en mis habilidades como jinete; y eso que practicaba en la mula de Domingo….. Y el buen hombre, que venía Feria tras Feria con la cámara y con el trabajado animal de mentira, nos inmortalizó para siempre en ese instante de inocencia y felicidad.
Son esas pequeñas cosas de la vida que echamos de menos cuando no las tenemos, o cuando van quedando atrás. Son esos deliciosos instantes que nos colman de alegría cuando los compartimos exultantes de gozo con los seres queridos.
Y pensé, con los ojos empañados, que este virus nos podrá quitar muchas cosas, pero nunca los instantes vividos y los recuerdos que de nuevo forjaremos con la ayuda de Dios.
Paco Zurita
Abril 2021

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MI EMAÚS

En estos días posteriores a la Semana Santa, recuerdo vagamente los detalles de aquella madrugada; sólo sé que sentí la sobrecogedora presencia de Alguien que me acompañaba en la soledad y en el silencio de la noche.  No era la primera vez que sentía algo así, pero el recuerdo de aquella indescriptible y hermosa experiencia me dejó una huella que recuerdo hasta el día de hoy.  Y aunque digo bien cuando la defino como “indescriptible”, trataré de hacer ver con palabras humanas lo que sólo puede conocer el espíritu que llevamos  dentro cada de uno de nosotros.

Tendría catorce, quizás quince años, cuando me desvelé aquella madrugada de primavera. Me asomé a la ventana de mi habitación que daba al viejo pozo. La luna llena iluminaba las copas de los pinos, plateados por su intensa luz. Buscando saciar la sed que me invadía, atravesé toda la vieja casa de campo hasta llegar a la cocina que quedaba al otro lado de la misma. Sin saber por qué, abrí la puerta que daba al exterior y empecé a caminar en medio del sepulcral silencio y la oscuridad bajo los árboles. Sentí un cierto temor cuando me dispuse a rodear el edificio quizás pensando que alguien acechaba tras los setos buscando la oportunidad, como en otras ocasiones, de llevarse algunos aperos o animales del gallinero. Pero seguí caminando, mitad asustado, mitad expectante ante la llamada que me llevaba a continuar. Me sobrecogí cuando, en la tranquilidad de la noche de árboles y arbustos de copas inertes, una ráfaga de viento movió las hojas secas que se extendían ante mis pasos. Me sentí extrañamente confortado con la sensación de estar acompañado por alguien que me llevaba de la mano a algún lugar de su agrado.

La pérgola donde estaba el azulejo, que mi abuelo colocó en su pared cuarenta años atrás, era mi lugar predilecto de la finca y donde me refugiaba cuando necesitaba consuelo, fuerza, ánimo… Y allí llegué esa noche guiado por el soplo que movía las hojas a mi paso. Me senté, contemplando la imagen de la Virgen sosteniendo el cuerpo inerte de su hijo. También miré a las estrellas y a la luna y a las hojas que habían encontrado reposo bajo mis pies una vez que me senté. Y oré mirando  a esa imagen que me respondía con la mirada y que se fue difuminando en una luz que sentía no sé dónde. No tuve sensación más placentera ni más gratificante en mi vida. Esa extraña y única experiencia que nos lleva lejos de cualquier lugar y cerca del vacío que lo llena todo. Los sentidos se abstraen, el alma se sacia y la sed que no se calmó con el vaso de agua, se sació en aquel estado de plenitud. Sólo estaba yo y ese acompañante secreto que me protegía de cualquier peligro y disipaba mis temores.  Y el tiempo se detuvo y todo mi ser quedó inmóvil en aquel instante mágico y precioso.

No sé cuánto tiempo estuve allí,  porque dejó de existir al igual que desapareció  el miedo, el frío y la oscuridad.  Ni siquiera sé cómo regresé,  ni puedo recordar  lo que hice a la mañana siguiente. Sólo me quedó el imborrable recuerdo de aquella madrugada y el ardor de haber sentido tan cerca la presencia de Dios.

En estos días, que celebramos la Pascua de Resurrección y que Dios ha vuelto a resucitar en tantos y tantos corazones que lo buscan,  sueño con sentirme tan cerca de Él como aquella noche.  Y leyendo una vez más el pasaje del Camino de Emaús, puedo imaginarme la hermosa experiencia que sentirían los discípulos del Señor al encontrárselo por el camino. Al igual que entonces,  salgamos a su encuentro con fe y con confianza. Él nos espera y seguro que lo encontramos y lo reconocemos cuando sintamos que arden nuestros corazones.

Paco Zurita

Abril 2021

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ETERNO VIERNES SANTO

Hoy, a la hora nona de los romanos, hora de la Misericordia para los cristianos y,  casi las tres de la tarde para el resto de los mortales, se conmemora la muerte en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. No había muerte más cruel ni tormentos más espantosos que aquellos que eligió para sí el mismísimo hijo de Dios. Quizás por el hecho de cargar con las culpas de tantos y tantos, reunió en ese trono de tortura y muerte todo el dolor y sufrimiento que nos acompañan desde los albores de nuestros días.

Pero ese Viernes Santo de dolor y llanto es cualquier día del sufrimiento que cualquier ser humano padece desde que nace hasta que muere y que lleva sobre sus hombros el mismo Dios que  vino a sufrir y a morir por todos nosotros.

A esa misma hora nona,  en cualquier lugar del mundo, habrá muchas personas muriendo de cáncer,   de Covid, o de tantos y tantos males  que nos azotan y subyugan.   A esa hora en la que el sol ya empieza a languidecer en los horizontes del mundo, muchas madres, embriagadas de falsos consejos e intereses mundanos, habrán acabado con las  vidas de los  inocentes  que llevan en sus vientres. A esa misma hora,  abandonadas  las ilusiones por vivir, muchos ancianos olvidados por los suyos,  habrán abrazado la eutanasia. A esa hora en la que Cristo moría por nosotros, muchos inocentes habrán sido asesinados por fanáticos iluminados, se habrán ahogado en el mar tratando de escapar del hambre o habrán perecido en su intento de huir de la persecución política, de las guerras o de tantas injusticias y males que nos asolan.

A esa hora, o a cualquier otra hora; en este día o en cualquier otro día;  en este año,  o  en cualquier otro año, Cristo sigue muriendo donde el dolor y la muerte estén presentes en cada uno de nosotros.  Porque en ese Calvario de nuestros días, junto a ese ser humano  que sufre y muere, hay un Dios hecho hombre que comparte nuestro sufrimiento, dolor y muerte.

En ese momento supremo en el que nos tengamos que enfrentar al espejo de nuestra efímera existencia, próxima la hora de expirar el aliento,  no hay mayor consuelo ni mayor esperanza que volver el rostro desde nuestra cruz y encontrarnos con el de Dios. Ser ese Dimas que encontró en ese rostro las puertas del cielo y puso su destino en  sus ojos misericordiosos.

Buscaba Gestas, el mal ladrón,  entre burlas e incredulidad,  que Jesús lo bajara de aquel tormento, que le demostrara que era el hijo de Dios dándole más tiempo de vida. Un tiempo que acaba en este mundo, como se le acabó a Lázaro, como se nos acabará a todos algún día.  Esa vida, que no perdura, se la restituyó por compasión humana a su amigo y a su familia. La eterna, la verdadera vida, se la explicó Jesús con una sola frase a María, la hermana de Lázaro; YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. 

Sí;  hoy rememoramos la muerte de Cristo en un cruz de madera pero, en realidad, estamos celebrando que, con su muerte y resurrección, cuando nos llegue ese momento supremo a cada uno de nosotros, estaremos clavados también en la cruz que habremos llevado a lo largo de nuestra vida. En ese momento, ya sabemos que podremos girar nuestro rostro a un lado donde estará Él nuevamente susurrándonos al oído del alma:

TE ASEGURO QUE HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO.

Paco Zurita

Viernes Santo 2021

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VIVIR LA CUARESMA COMO UN NIÑO

Como cualquiera que albergue deseos de ser mejor persona, vivo la Cuaresma con la sana intención de renovar mi espíritu y tratar de acercarme a Dios una vez más y, por ende, a todos mis hermanos. Y con esa sana intención repasaba en mi mente lo que tendría que hacer para conseguirlo,   cuando,  por esos caprichos del destino o respuesta de Dios a mis peticiones, me llegó uno de tantos whatsapps que solemos pasar por alto hastiados de tanto bombardeo insustancial.  Cogía velocidad mi dedo borrando mensajes inservibles cuando una foto con halo de encanto y de profunda espiritualidad  me dejó absorto. De forma providencial, la foto de un niño que miraba cara a cara a un Cristo de rostro ensangrentado, me dejó sin palabras y con el dedo suspendido sobre el teclado del móvil. No podía venir más a propósito esa sobrecogedora fotografía para  responder a las cuestiones que me planteaba y, desarmado de mi primera intención,  la observé con gozo.

Me acordé inmediatamente de las palabras de Jesús cuando, poniendo un niño en medio de sus discípulos,  dijo:

  «En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”.

Y es que viendo la encandilada mirada del niño de la foto y la de ese Jesús que se despoja de sus vestiduras de grandeza por puro amor al ser humano, comprendí al instante esas palabras del Maestro.

Toda la transformación que pretende la Cuaresma en nosotros, construida  sobre los pilares de ayuno, caridad y oración y que tanto nos cuesta a las mayoría de los cristianos,  emanan de forma natural del alma de ese niño porque, si la cara es el espejo del alma, su mirada confirma que cumple holgadamente con los tres.

Y es que hay caridad en sus ojos al contemplar el rostro ensangrentado de aquel hombre al que ya ama  y admira sin saber quién es.  Que parece que le quiere decir ¿Cómo te puedo aliviar? Amor recíproco que se deja ver en el rostro de ese Cristo por encima de su dolor y que parece contestar  “Todo lo hago por ti”.  Y así se deja arrastrar sin temor a las profundidades de un amor sin medida. De nada nos sirve desprendernos de bienes materiales si no lo hacemos por amor al prójimo, si no lo vemos con la fe de ese niño.

También hay ayuno en su mirada, porque esa pequeña criatura parece saciarse al contemplar aquella imagen. Ayunar no es sólo dejar de comer carne, ni abstenernos de otras cosas;   es desprendernos de todo lo superfluo que no sacia nuestro espíritu y alimentarnos de la palabra de Dios. Es llenarnos de Él como se llena ese niño.

Y qué hablar de la oración. Cuántas veces repetimos jaculatorias sin saber lo que estamos diciendo y no llegamos al corazón de Dios. Ver ese cruce de miradas de los dos protagonistas de la foto basta para darnos cuenta de que uno y otro se lo dicen todo sin hablar. Es la unión intima de dos almas que se entienden con la mirada. ¿Hay oración más hermosa?

Es el amor el que mueve todo lo bueno de este mundo y en el que se basa la Buena Noticia de Cristo. Entendiendo y aprehendiendo ese amor en nuestro corazón, podemos transformar nuestro interior y, por extensión,   la sociedad en la que vivimos.

En nuestro laberinto interior que busca desesperadamente a Dios, la salida es seguir con sencillez los consejos del Maestro y ser y comportarnos  en esta Cuaresma como el niño de esa foto.  No hay nada más sencillo ni más difícil a la vez. ¡Son las cosas de Dios!

Paco Zurita

Marzo 2021

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ELLAS TAMBIÉN SON MUJERES

Amanece y regresan al convento, tras pasar la noche en vela junto a una anciana enferma, dos hermanas de la Cruz. Nacieron mujeres y renunciaron a la maternidad para ser madres de muchos desfavorecidos. Ayudan sin importarles a quién,  aun a sabiendas de ser muchas veces engañadas por gente que se aprovecha de su buena voluntad.  No reclaman ni enarbolan sus derechos,  pero luchan y trabajan por los de los demás sin buscar culpables para defenderlos. No tienen un trabajo remunerado,  ni sindicatos que las defiendan, ni exigen nada a cambio,  pero trabajan sin descanso día y noche, privándose de  horas de sueño para que descansen otras personas.  Recogen las zurrapas  del café que otros tiramos y con ellas hacen el suyo,  dejando los granos recién molidos para las ancianas que cuidan con esmero y que muchos abandonamos y olvidamos. Defienden la vida ayudando a jóvenes que, huyendo de una sociedad que les aconseja abortar, buscan refugio en ellas para darle una oportunidad a los seres indefensos que crecen inocentes en sus vientres.  Regalan oportunidades a muchas parejas jóvenes a los que otros insensatos inoculan la falacia de  que el aborto es un derecho de las madres y la solución a sus embarazos indeseados cuando, ese ser que se abre camino  en sus entrañas,  afecta a la vida de tres. 

Mujeres que acogen a familias rotas por la violencia cruel y sin sentido de algunos que se creen hombres pero que, haciendo daño a mujeres indefensas, demuestran su pura cobardía olvidándose que también nacieron de  mujer.  Que auxilian a enfermos en sus casas, a familias sin recursos, a madres solteras, a viudas, a huérfanos, a ex presidiarios, a proscritos…  Que irradian amor y rezuman esperanza que entregan generosas a tantas ancianas que otros pretenden ayudar acortando sus “inútiles”  días con la muerte inducida a la que llaman eutanasia.  Que renuncian a todo lo que no sea esencial para vivir, pero viven una vida plena porque sólo Dios les basta para ser libres y felices en esta vida y alcanzar el gozo eterno en la otra.

Pero sobre todo rezan, rezan sin descanso, para que Dios escuche sus plegarias y alivie las penas de la humanidad y de todas las almas perdidas que no encuentran otros hombros donde llorar sus penas.

Son mujeres, sólo mujeres y nada más que mujeres…… Mujeres que reúnen el coraje y la fuerza interior necesarias para, libremente, regalar la verdadera libertad a tantos desfavorecidos y desheredados de una sociedad que les marca,  interesadamente,  su destino. Que dejan en sus celdas sus debilidades humanas para, con la ayuda de Dios, repartir fortaleza a los que ya no la tienen.  Mujeres que no juzgan, ni critican, ni rechazan las peticiones de ningún necesitado. Que sólo ayudan en nombre de Dios a todo aquel que  llame a sus puertas y que aceptan para los necesitados cuántos donativos les llueva del cielo. Piden para dar y lo agradecen con una sonrisa y  con un  amoroso “que Dios se lo pague” que resuena imponente en el alma de todo aquel que puede desprenderse de unas monedas.

Hoy, cercano el día internacional de la mujer, me he acordado de ellas, de esas Hermanas de la Cruz y de tantas y tantas siervas de Dios que trabajan sin descanso en todo el orbe conocido en favor de los demás.  De esas madres sin hijos que han reservado ese instinto maternal para amar a tantos descarriados y desfavorecidos que comparten la vida con nosotros.

Por ellas brindo y por todas las mujeres de este mundo que lo han hecho más grande y más justo;   trabajadoras,  servidoras públicas, directivas, científicas, artistas, maestras, voluntarias, sanitarias, madres  y defensoras en general de una sociedad más próspera y solidaria. Brindo por ellas,  que no necesitan gritar, ni provocar,  ni manifestarse con tambores y panderetas de estupidez para que la sociedad aprecie lo que vale la mujer. Que, en silencio y con constancia, luchan por una igualdad que se han ganado a pulso y para que, rendidos ante su grandeza, entendamos todos por qué   nacemos de mujer.  Una sociedad que no se sostendría sin el valor de esos seres premiados por la naturaleza a las que Dios ha encomendado la sublime tarea de dar vida,  de protegerla y de  perpetuarla. 

Por todas vosotras.

Paco Zurita

marzo 2021

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LA SOLE

Aún no están puestas ni las calles cuando, en la de Doña Blanca, Sole ya está montando su puesto de tagarninas, esa planta herbácea que los científicos llaman  “Scolymus hispanicus” pero  que  solo las sabias y expertas manos de las abuelas de Jerez convierten en verdadero manjar cocinándolas  en sus cazuelas de barro.

Solía acompañar a su madre en ese mismo puesto cuando sólo tenía dos años. Allí recibió las primeras lecciones de su vida en el arte de vender los productos que daba el campo de su padre.  La menor de nueve hermanos, no pudo ir al colegio y me confesaba hoy con cierto rubor,  pero con una noble sonrisa en sus labios,  que no aprendió ni a leer y ni a escribir.

A su madre la perdió muy prontito y ella siguió ocupándose del puesto cuando aún era una niña, día  tras día, año tras año, hasta esos cuarenta y siete que tiene ahora aunque no lo parezca;  El tiempo pasa deprisa por la piel de aquellas personas que tienen que ganarse la vida desde muy temprana edad en trabajos duros y abnegados bajo el calor del verano o ante  frío del invierno.

Se levanta a las seis de la mañana y su padre la deja a las siete en la plaza de abastos con todos los trastos y  una partida de tagarninas, de rábanos, de lechugas, de cardos  de caracoles… No importa que llueva, que la queme el sol o la congele el frío de enero. Prepara los hierros y los tablones, para exponer el género  y empieza la faena de limpiar las duras herbáceas de espinos, dejándolas listas para que,  por unos  pocos cuartos, podamos hacerlas “esparragás” y cuajarles un huevo en nuestros hogares.

Ya es abuela de una hija que tuvo de muy joven y cuida de dos hermanos y de su padre cuyos lomos están ya rotos de tantos años cultivando la huerta.  Ella sonríe, satisfecha y orgullosa de tirar del carro con tanta gente encima y de la pequeña fortuna de su puesto que hace el milagro de levantar un dinerito del que viven todos .  A las dos de la tarde, la recoge de  nuevo el viejo hortelano para llevarla de vuelta, y ya en casa, aun le espera a mi amiga una larga jornada de trabajo y tareas domésticas.

No  hay espacio para el descanso ni para desayunar en este oficio pero,  afortunadamente, junto al puesto de Churros de Antonio, sirven café de los buenos y no tiene ni que dejar el puesto para tomar algo calentito. En todo caso, siempre hay quien puede echarle un ojito al género por si hay que ausentarse para alguna tarea inexcusable.

En otros puestos, se ven ancianas de rodete de pelos canos e impolutos delantales, que ofrecen sus delicias a los que quieran comprar lo mejor de la huerta jerezana. Ya casi no quedan jóvenes que estén dispuestos a dejarse los mejores años de su vida en un trabajo tan duro pero, gracias a Dios, aún quedan muchas personas que saben apreciar la calidad  de estos manjares y la bondad  insuperable de quienes los venden. Si hay gente que se merece nuestro aprecio y apoyo  en esta sociedad es la que se esfuerza por ganarse la vida y aquí no caben dudas. Y, como dijo el Maestro;   ¡El que tenga oídos que oiga!

En la plaza de abastos de Jerez, todos forman una gran familia y viven con pasión el bullicio del centro neurálgico de la ciudad. Se respira alegría a pesar de la dureza y las penurias que, a veces, tiene este trabajo de tantas y tantas horas…. Si queréis saber lo que es bueno, compradle unas tagarninas que han dejado libre de espinas las mejores manos,  desde que con dos añitos lo aprendiera de su madre. Sólo tenéis que preguntar por “La Sole”. En el mercado  la conoce todo el mundo.

Paco Zurita

Febrero 2021

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ESTE NIÑO TIENE LOMBRICES

Aquella noche descubrí las maravillas de la medicina tradicional puesta en práctica por mis abuelas y que estaba basada en remedios ancestrales y en el moderno asesoramiento de D. José, mi viejo pediatra que ya rondaba los 90 años de edad.  Aunque ahora pueda resultar difícil creerlo, cuando era niño era más delgado que Olivia, la abnegada y fiel esposa de Popeye, hecho que dejaba sin sueño a mi abuela y a mis tías abuelas que creían firmemente que me iría prontito para el otro barrio si no actuaban de inmediato.  La dilatada y contrastada experiencia de esta cohorte de mujeres,  que se desvivía por mí,  parecía ya intuir el origen de mi mal.

                Me veían inquieto y nervioso, me rechinaban los dientes y, con demasiada frecuencia para ellas, surgía en mí la imperante necesidad de aliviar un picor surgido en una recóndita parte de mi cuerpo.  No lo achacaban en absoluto a aquel añorado e ineficaz papel “Elefante”, parecido a un trozo de periódico sin letras. De extremada dureza y de tacto rasposo, no hacía correctamente el trabajo para el que estaba pensado pero,  en aquellos tiempos,  era  el único que se podía adquirir en los ultramarinos de Jerez.  En nuestra España  de los años 70 aún no habían llegado los sedosos papeles de ahora,  ni mucho menos las toallitas perfumadas que utilizan nuestros hijos para las faenas más íntimas.

                El cuadro médico que advertían las “doctoras en ejercicio”, reconocido hábilmente por una sabiduría heredada de madres y abuelas,  no les albergaba ninguna duda y fue suficiente para  lograr convencer a D. José de la necesidad de hacer la “prueba del algodón”. Con ella constatarían  lo que a todas luces parecían ya saber.

 Ante la preocupada mirada de mi madre, que aún era novata en estas lides, mi tío abuelo mantenía un sepulcral  silencio,  mientras observaba por encima del periódico la deliberación de sus sabias hermanas. Hombre de pocas pero certeras palabras,  buen conocedor en sus carnes de la dichosa prueba del algodoncito,   dijo a mi madre;  “Salud, tu niño tiene lombrices”

                Yo,  ajeno a la  gravedad del mal y a la desagradable prueba para diagnosticarlo, me fui sin darle importancia alguna  a hacer alguna trastada que me hiciera olvidar la próxima ingesta de comida a punta de pistola que me había sido impuesta por el directorio militar. Ya rendido por el sueño,  dormía plácidamente en mi cama  cuando el equipo médico entró en mi habitación para hacer la  artesana e infame prueba.

                En un algodoncito habían puesto una pócima bien trabajada, cuya composición no recuerdo,  pero cuyo olor y textura aceitosa me dejó una huella imborrable en mi memoria y, sobre todo,  en  mi culo.  Deseoso de volverme a dormir, traté de olvidarme de ese pegajoso e incómodo  tapón en lugar tan sensible y  que me colocaron a modo de cebo para que durante la noche,  las lombrices, atraídas por tan exquisito manjar, se quedaran pegadas en el algodón con el ungüento.

                A la mañana siguiente, bien tempranito,  no se olvidaron de retirar el sofisticado dispositivo,  que tan sólo me supuso un alivio temporal porque,  horas más tarde, ajeno al resultado del test,  mi ya por entonces delicada apetencia gastronómica,  descubrió amargamente que podía haber cosas que supieran  mucho peor que la comida.  No podía ni sospechar  cuan duro puede resultar para un niño tragarse un brebaje que acabaría seguro con esos parásitos para toda la eternidad.  Y es que mi madre vino de la farmacia con un bote de grandes dimensiones y amenazador aspecto. Contenía un jarabe cuyo color ya me producía sudores de espanto y al tragarme el primer buche, entre espasmos de puro asco y desesperación,   no me quedó ninguna duda de que acabaría con los gusanos, con mi lengua,  con  mi garganta y  con buena parte de mis tripas.  Me consolaron diciendo que el método tradicional hubiera sido mucho peor porque  consistía en ingerir hierbabuena a palo seco hasta regurgitar verde y rumiarlo como una vaca. Sistema que, a buen seguro,  hubiera matado de pura asfixia  a los gusanos y, desde luego,  me  hubiera  hecho aborrecer para toda mi vida el fresco sabor a menta que exhala la verde hierbabuena.

Ya libre de gusanos y con el tracto digestivo como si me hubiera tragado una una espuerta de piedra pómez, seguí inapetente e igual de flaco, pero tuve especial cuidado en aliviar mis picores más íntimos sin que  la sagaz vista  de mis abuelas y tías abuelas lo detectara. No tenía duda alguna de que,   siempre preocupadas por mí, volverían a la carga y me harían una nueva prueba del algodón y todo  cuanto estuviera en sus manos para quitarme las penas.

                Hoy, tantos años después de que  partieran de este mundo, sigo acordándome de ellas todos los días  y, cada vez que la vida me golpea, como si fuera un niño, les pido  allá donde estén, me echen una manita con algún brebaje celestial para el problema que desvele mis sueños en la soledad de la noche.  Allá arriba,  seguro que habrán departido con  Santa Ana y,  esa abnegada madre de María,  les habrá desvelado alguna receta milagrosa que practicara con su nieto que, aunque era el mismísimo hijo de Dios, también fue niño y tuvo madre y abuela.

Paco Zurita

Febrero 2021

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EL PELUQUERO DE OBISPOS

En este Jerez nuestro,  dormidas en la nostalgia del tiempo que se nos fue,  aún quedan en el recuerdo las imágenes de  aquellas viejas barberías de brocha, navaja y jabón, en las que mi amigo Pepe aprendió a abrirse camino en la vida.

No era más que un niño cuando en una vieja barbería de la calle Bizcocheros, continuó el oficio que le había enseñado su padre; ser maestro  de las tijeras y saber entender el alma del que  pone la cabeza en sus manos. Y digo cabeza, porque en aquellos viejos establecimientos en los que los hombres recortaban sus pelos y acicalaban sus barbas, se confesaban los más íntimos sentimientos, abriendo el corazón de par en par entre corte y corte de la tijera y pasada y pasada  de la navaja.

Mientras los clientes esperaban  su turno para  ser atendidos por el maestro peluquero, las conversaciones llenaban el tiempo de un tiempo en el que no había televisión, ni móviles ni prisas y no había temas que escaparan a  aquellas apasionantes tertulias que eran, sobre todo,  íntimas y sinceras. Y siendo Jerez la patria chica de nuestro peluquero,  en esas conversaciones no faltaba el Flamenco,  ni los Toros, ni  el vino,  ni la Feria y ni ese Jesús Nazareno que llevó en su alma desde que correteaba por la plaza San Andrés y por la Alameda Cristina.

Con el paso del tiempo, Pepe pudo abrir su propio establecimiento, siempre agradecido a aquel buen hombre  de la calle Bizcocheros que le enseñó el oficio de las tijeras. Por sus manos de artista pasaron varias generaciones de jerezanos que dejaban sus pelos en el suelo de la barbería pero también buena parte de sus preocupaciones entre sus cuatro paredes, sólo con el espejo como único testigo de la confesión, porque el peluquero se las guardaba como si de un cura se tratase.

Quizás por ese arte de  saber escuchar mientras aligeraba la cabeza de cabellos, todos los obispos que han regido la diócesis jerezana han puesto sus pelos y muchas de sus preocupaciones en las manos de mi amigo. Porque hasta los que confiesan por profesión y por vocación necesitan ser escuchados por un hombre bueno y sincero que diga lo que piensa sin tapujos  y  aconseje de corazón lo que conviene al que lo escucha.

Y es que,  de los quince minutos que Pepe empleaba con cada cliente, sólo necesitaba cinco para cortarle el pelo y le sobraban los otros hermosos y valiosos  diez  para hablar de de la vida, de la fe, de su último libro….

Y esa forma de vivir la vida, de entregarla por los demás, de degustarla, es la que lo llevó a ser Hermano Mayor del Nazareno, a fundar la asociación Rafael Bellido, a escribir decenas de libros para donarla a los pobres, a ser Rey Mago, a ser pregonero de la Semana Santa y a tantas y tantas cosas que no dan dinero pero ganan un tesoro en el cielo.

Podría haber amasado una elevada fortuna de haber dedicado su valioso tiempo sólo a cortar el pelo, pero tiene la fortuna de haberse granjeado el cariño de todo Jerez que, en justicia lo hizo hijo predilecto de la ciudad en 2012.

Y como ya está bien de acordarnos de las grandes personas cuando ya no están con nosotros hoy me he acordado de mi amigo José Castaño Rubiales porque aún tenemos la suerte de tenerlo y espero que por muchos años en este Jerez nuestro.

Paco Zurita

Febrero 2021

Destacada

POR TODOS LOS QUE SE HAN MARCHADO….

Cuando el gran pintor jerezano Juan Lucena realizó un lienzo dedicado a las víctimas del Covid 19, ni él mismo podría imaginarse el verdadero  alcance que llegaría a tener en nuestras vidas esta maldita pandemia pero, quizás guiado por una voz divina, lo describió magistralmente con sus pinceles….

Al otro lado de la pantalla de cristal que dibuja el artista, se pude ver cómo se van marchando los seres queridos hacia lo desconocido, contemplados por los impotentes familiares y amigos  que no pueden romper esa metafórica pantalla invisible. Sólo los gestos y los rostros de unos y de otros bastan para expresar todo lo que llevan en sus almas.

Quizás porque muchas veces el silencio lo dice todo,  hace unos días en la Basílica de la Merced, no necesitábamos palabras, ni siguiera gestos para saber qué pensamos, qué sentíamos, qué anhelábamos….

La muerte jugó su baza con una querida familia que tiene a Dios siempre presente en su vida. Golpeó con dureza el corazón que late en nuestra mortal existencia y sonrió indisimuladamente sabedora del daño que causaba a los que aman con ella.

Truncó prematuramente la vida de Ana y también la postrera existencia terrenal de su querida madre que partieron casi de la mano hacia ese destino que se pierde en el arco de luz del lienzo de Lucena.

Habló el padre Felipe, que lloraba como hombre y rezaba y hablaba  como  fiel y enamorado siervo de Dios. Cantó  el padre Enrique, que tenía el corazón quebrado pero la voz prestada por algún ángel del cielo que lo guiaba, leyó  emocionado el Evangelio el padre David, compañero de Tacho desde la  más tierna infancia, y  que sabía con él lo que duele una madre, una hermana. Rezaban y miraban en silencio el padre Juan Carlos y el padre Patrick, que vivieron en sus carnes el dolor y la muerte en las lejanas y olvidadas  tierras de Africa….

Callábamos todos, pensando en el dolor y en el vacío por la ausencia de los que ayer estaban sentados día tras día ante la imagen de  la Santísima Virgen de la Merced.   

Un móvil hacía de improvisada cámara remota para sus hijos, para sus nietos y para tantas personas que querían pero no podían estar en la basílica y que,  como nosotros, mascaban desde sus hogares, el espeso silencio que nos tocaba el alma.

Y a través de esa magia de la tecnología, María, Tacho, Fermín y tantas personas que tenían a Ana María y a Ana bien dentro de su corazón, pudo el padre Felipe recordarles las palabras que Tacho le dijera unas horas antes… ”Dios es más sabio que nosotros y sabe bien lo que  se hace”.

Tras el cristal no sabemos lo que nos espera,  pero todos pasaremos  más tarde o más temprano ese arco de luz que se adivina en la pintura de Juan Lucena. Es cuestión de tiempo y el tiempo de nuestra vida es tan efímero que casi no nos da tiempo a mirar tras ese ilusorio cristal.

Es la fe la que da luz a ese destino y de eso andaban sobradas nuestras Anas y tantos y tantos creyentes  que esperan aún a este lado de la invisible mampara.  Alguien la atravesó  desde el otro lado hace más de dos mil años para decirnos que hay esperanza, que hay muchas estancias  allende el cristal, que su padre ha preparado para nosotros. Y nos lo hizo ver,  sufriendo y muriendo como un ser humano y rompiendo el cristal del miedo a la muerte a la que venció con la cruz de nuestras culpas y miserias.

Nos duele, que nuestros seres queridos se alejen por un tiempo, un tiempo  que sólo Dios sabe cuánto dura, pero que, con la fe de Tacho y de esta familia de Dios, sabemos que llenos de gozo nos esperan en un lugar privilegiado donde pronto podremos volverlos a ver.

Paco Zurita

Febrero 2021

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A DON JUAN DEL RIO MARTÍN

Querido D. Juan,

Ahora que ya está en el cielo junto a mi abuelo, hijo de Ayamonte como usted, dígale de mi parte que lo quiero. Yo que no tuve la suerte de conocerlo, llevo esas gotas de sangre ayamontina que me lleva a la tierra de donde procedo.  Él encontró en Jerez su destino y el destino quiso que los jerezanos tuviéramos la suerte de tenerlo a usted como obispo. 

Imagino cómo la Virgen de las Angustias, patrona de esa hermosa tierra que también considero como mía, le habrá recibido sonriente a las puertas del Paraíso. Ya no importa los días de agonía por la enfermedad, por el sufrimiento, por el llanto. Porque Ella, que sostenía en sus brazos a su hijo muerto bajado de la cruz, ya no siente dolor humano, sino gozo eterno por tenerlo vivo eternamente.

No quedarán en vano, querido obispo, la entrega de una vida dedicada a curar las almas de los que peregrinamos por este mundo. No serán inútiles las palabras de aliento, las de perdón, las de misericordia del siervo de Dios que consagró su vida a servir a sus hermanos. No dejarán de dar fruto las horas, lo días, los años, dedicados sin descanso a pastorear el rebaño que Cristo le encomendó.

Aún resuenan en mis oídos como un eco que recuerda mi alma, las últimas palabras que pronunciara en San Mateo cuanto tuvo la gentileza de dedicarnos esa Solemne Función Principal de Instituto del 18 de marzo de 2018.   Ese templo que tanto nos costó levantar de sus ruinas y para el que siempre contamos con su apoyo y entrega, recibió jubiloso al que fue nuestro prelado durante ocho grandiosos años. Bien sabemos que guardaba  en su despacho con cariño ese cuadro con nuestros Titulares que le entregamos aquel día.  Le aseguro que sabremos poner en práctica todo lo que nos encomendó y seguiremos llevando nuestra hermandad, todas nuestras hermandades, por el verdadero camino que lleva a la salvación.

Quiero que sepa, D. Juan, que aquí queda mucha gente que lo quiere y que llora su partida, especialmente un peluquero de obispos y de miles de jerezanos que aún tenemos la suerte de tener entre nosotros.  Pero quédese tranquilo, que no lloramos de pena, sino de alegría porque, como usted nos dijo “Hay que encajar las sorpresas buenas y malas que nos da la vida” y, con usted allá arriba, será más fácil encajarlas a los que aún caminamos por este valle de llanto.

Ya que ahora podremos rezarle, pídale  al Señor de nuestra parte que nos ayude a andar el camino que usted nos mostró. Así volveremos a vernos cuando su Virgen de las Angustias nos reciba en la puerta del Cielo.

Paco Zurita

Enero 2021

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EL GUARDIA DEL CIELO

Las almas hermosas que vienen al mundo en cuerpos imperfectos, vuelven gloriosas al cielo que las envió. Son esas almas nobles, de espíritu alegre y dócil que, por saberse hijas de Dios, ajenas a  las envolturas  que les permiten vivir en este mundo pasajero, traslucen generosas su belleza interior.

Quizás porque la naturaleza fue menos amable con ellas, negándoles esa apariencia o aptitudes que tanto se exaltan en esta vida terrenal, Dios quiso compensarlas con la preciosa luz interior que con fulgor irradian. Una luz que contiene en sí misma todos los valores que ansiamos y que no logramos alcanzar la mayoría de los mortales.

Y pensaba en todo esto cuando me acordé de Emilio, ese personaje jerezano de alma limpia como la de un niño, de corazón noble y bondadoso, de mirada de paz y espíritu sosegado que se creía policía y consiguió serlo.  No fue agraciado con esa envoltura que dota a los más inteligentes, a los más apuestos, a los que se creen más afortunados; nació con una discapacidad por una lesión cerebral durante el embarazo de su madre. Pero,  precisamente,  su fortuna fue la ser feliz con lo que Dios le dio, y con todo ello, consiguió de la vida más de lo que ansiaba. No le faltó determinación para conseguir sus sueños, no desfalleció ante las dificultades, no dudó ni un momento de sí mismo.

Era un niño cuando, extasiado por la uniformidad de unos guardias,  decidió ser uno de ellos y en el fondo de sus entrañas,  estaba convencido de serlo.  Aquellos, que aún no lo conocían, miraban extrañados  a un loco o quizás a un tonto con un afán tan singular.  Y  él,  con sus guantes blancos, con corbata y chaqueta gris impoluta y su inseparable silbato,  saludando marcialmente mientras sonaba el himno nacional,  no dudaba en exigir respeto y silencio a los verdaderos tontos que no guardaban la necesaria compostura.

No faltaba a un desfile procesional, ni a una cabalgata,  ni a  cualquier evento donde se requiriera su “presencia policial”. Envejeció fiel a su abnegada misión en la que no cejó tras tantos años de servicio constante y desprendido.  Y dejó de ser un loco,  para convertirse en un héroe a los ojos de tantos hijos de este mundo; y es que no había policía más conocido, más querido ni  más respetado que “Emilio el Guardia”.

Cuántos de nosotros, abatidos y desnortados cuando la vida nos pone las primeras zancadillas, sucumbimos ante los obstáculos para cumplir nuestros sueños.  Cuántos de nosotros, a los que la naturaleza nos ha regalado un envoltorio más hermoso, más capaz, más perfecto que el de Emilio, tenemos el alma dormida porque no creemos en nosotros mismos y renunciamos a seguir luchando por nuestras aspiraciones.

Vivimos tiempo de desazón y desconcierto, de temor y adversidades, de falta de fe y de valor. Vivimos tiempos en los que nos hace falta enfrentar la vida con la determinación del querido y añorado guardia de los guantes blancos. Por eso hoy, acordándome de él, encuentro motivos para la esperanza de que podremos superar las muchas dificultades que nos esperan.

En 2007, cuando contaba unos 70 años de edad, la asociación del Santo Ángel de la Policía Nacional, homenajeó al bueno de Emilio Guerrero por tantos años de “servicio”.  Diez años más tarde, después de habérnoslo prestado tanto tiempo, Dios se llevó a Emilio allá a lo alto para que siguiera haciendo de guardia en el cielo.

Paco Zurita

Enero 2020

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SONETO A UN ANCIANO

 
 
 Sentado, cabizbajo, mira ausente.
 Una colilla se muere entre su mano.
 Dora la tarde de un tórrido verano
 las arrugas marcadas en su frente.
  
 No siente la ceniza incandescente
 ni el sol que abrasa su cabello cano.
 Quieto en el banco desde muy temprano,
 levanta  al cielo  su rostro lentamente.
  
 Mirando al infinito ensimismado
 quizás piensa  en la vida pasajera
 y, al rescatar recuerdos olvidados,
  
 esboza una sonrisa verdadera
 viendo a un niño correr tras la paloma
 que se escapa volando de su vera.
   

PACO ZURITA

ENERO 2021

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LA MUCHACHA CIEGA

Esa mañana iba con el firme propósito de encontrar a Dios y algo de paz en asuntos que me atribulaban. Entré en la iglesia de  San Francisco y recorrí su larga nave buscando su sagrario, pasando por delante de esa Virgen  que lleva grabado en su corona el nombre de mi madre. Mi abuelo, que tanto añoraba su Virgen de las Angustias de Ayamonte, le rezaba por su gran parecido y  se la regaló por un gran favor alcanzado para su hija y que, intuitivamente, agradezco en su nombre todavía.

Me fui en blanco del sagrario con mi espíritu desanimado, incapaz de conectar con Dios. Alertado por la hermosura de un crucifijo que habían colocado en el altar mayor iluminado por dos velas, me senté en uno de los primeros bancos de la nave principal.

Me dejé llevar por su hermosura y me sumergí en mis pensamientos mientras contemplaba su elegancia, su esbeltez, su mensaje de dolor y de paz a la vez.  Pensé que estaba llegando a ese punto en el que el diálogo con Dios se abre camino de forma inconsciente cuando un tintineante ruido que venía desde el fondo de la iglesia, interrumpió mi concentración. Miré hacia atrás y descubrí que se trataba de una muchacha ciega que se movía con cierta dificultad y avanzaba por el pasillo central con la ayuda de un bastón que movía a derecha e izquierda para no chocar contra las bancas. Rompía el silencio del templo y también de mi alma, expectante porque no llegaba el eco de mis pensamientos.

Cuando llegó al primer banco, guardó su bastón y se sentó justo delante del crucifijo al que parecía mirar como si realmente pudiera verlo.  Allí estuvo breves instantes porque, casi enseguida, volvió a coger su bastón y volvió  sonriente hasta la última banca, donde continuó rezando un largo rato.

Dejé de rezar y comprendí que no hay más ciego que el que no quiere ver; yo realmente estaba más ciego que ella.  Esa pobre muchacha había sido capaz de sentir la presencia de Dios y hasta Él llegó movida por una fuerza que yo buscaba en la belleza de aquel crucificado que contemplaba con mi perfecta vista. Ella, que era ciega de nacimiento, lo estaba contemplando con los ojos del alma y había conectado con él con la naturalidad de encender la luz de una habitación.

En nuestra vida, cuando lamentamos nuestra suerte, nuestros pequeños sacrificios diarios, nuestras derrotas, nuestras lágrimas y buscamos la ayuda de Dios,  muchas veces deberíamos cerrar los ojos y tratar de pensar en aquellas personas que no pueden ver con sus ojos pero son capaces de hacerlo con el alma. Para llegar a Él, hemos de abstraernos del mundo que nos rodea, cerrar nuestros sentidos a la aparente realidad y  ver su luz, escuchar su voz, sentir su presencia….

Desde entonces, cuando voy a un sagrario, cierro los ojos y escucho inconsciente ese tintineo del bastón de la muchacha ciega mientras dejo que mis preocupaciones se evaporen en la divina presencia. Después de un rato los vuelvo a abrir y regreso a mi rutina convencido de la suerte que tengo de ver también con los ojos.

PACO ZURITA

ENERO 2021

Destacada

LA MEJOR NAVIDAD DE NUESTRAS VIDAS

Llegué a casa y se había ido la luz. Sin disgustarme, sonreí acordándome de aquellas tormentas que nos dejaban a oscuras cuando era niño, y encendí una vela que había sobre la mesa.  Mirándola en la oscuridad, pensé en aquella primera Navidad en la que unos pobres pastorcitos se alegraron en su alma por el gran regalo que les llegaba del cielo. Ellos también estaban a oscuras en un mundo difícil como el nuestro.

 Quería sentir la luz de la esperanza que no se enciende con excesos ni derroche, pero sí con el regocijo de saber que existe un Dios que está dispuesto a nacer de una mujer para vivir, sufrir y morir como nosotros.

Pensé que quizás este año no íbamos a tener grandes comidas, ni podríamos  reunirnos con  familiares o seres queridos. Quizás no fuera la Navidad que nos han querido vender y que hemos ido comprando a lo largo de 2.000 años de historia,  más para nuestro deleite y regocijo que por el verdadero sentido que conlleva.

Hoy, más que nunca, tenemos motivos para desear la llegada de ese Niño, que vino pobre, sin techo y muerto de frío en la más pequeña de las aldeas que aquel mundo conocido.

Este año hay muchas razones para sentirnos como esos humildes pastores que celebraban la esperanza que los ángeles les anunciaban. Son muchas las penas y fatalidades que parecen ceñirse sobre nuestro mundo y,  no sólo por la pandemia que nos castiga, sino por tantos Herodes de nuestros días que ponen en riesgo nuestra convivencia y nuestras vidas  sin tener en cuenta la paz que comprometen y las personas que sacrifican en aras de sus propios egoísmos e intereses. Son esos falsos servidores públicos,  ilusos visionarios e  hipócritas líderes que pretenden liberar al hombre de una supuesta esclavitud para llevarnos a servir a sus propias mesas y hacernos creer en un mundo que muere sin remedio.  Herodes se llevó a muchos inocentes por el camino, pero no pudo acabar con la esperanza que acabó triunfando sobre una cruz que representaba todo lo que nos somete.

A solas, contemplado la luz de la vela,  pensé en  todas las cosas buenas que hacemos siguiendo el ejemplo de ese divino Niño que nos trajo la primera Navidad. Reparé en  todos mis hermanos que están trabajando por los más necesitados, no importa  sus creencias o ideas.   No se me olvidaron todos los voluntarios de hermandades, congregaciones religiosas, asociaciones benéficas de nuestra Iglesia o de otras confesiones que creen en el amor al prójimo y en el mensaje de paz que nos trajo ese niño de Belén. Sentí un extraño gozo por  tener motivos para alegrarnos  haciendo de esta Navidad la más hermosa que hayamos conocido jamás, sintiendo que adoramos a Dios con cada persona que recibe nuestra generosidad y amor en su nombre.

Es en el dolor y en las dificultades donde más se necesita la  Navidad como única y verdadera  respuesta de la Humanidad a sus frustraciones, a sus miedos, a sus limitaciones,  a su propia efímera existencia.  Cualquier otra que nos vendan es pasajera y muere como los hermosos lirios que acaban siendo polvo o pasto de las llamas.

Sí, en esta Navidad tenemos motivos para la  alegría porque Dios,  una vez más, nace  de nuevo en nuestras vidas mortales para darnos amor y  traernos esperanza que ningún Herodes logrará arrebatarnos.

Me quedé extasiado mirando la vela encendida y entendí la grandeza de esa pequeña luz en mitad de la oscuridad de la habitación y de nuestra propia  existencia. Me dejé arrebatar por su hermosura y pensé en el amor que Dios nos trae en persona, haciéndose uno de nosotros,  para llevarnos de nuevo a esa Luz que no se apaga nunca.

Es la Navidad en estado puro cuya luz encendemos con el amor que derramamos en cada uno de nuestros hermanos. Lo demás es superfluo e importa poco porque ésta, sin duda,  será la mejor Navidad de nuestras vidas.

Paco Zurita

Navidad 2020

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CARPE DIEM

Reconozco que no lo sabía pero me encanta aprender cosas nuevas aunque sea algo que, por cercano y consustancial a lo que debería saber, desconocía. Enseñaba el paso del Señor de las Penas a una amiga que hace de la Cultura y del Arte una regla de vida cuando me preguntó, mientras contemplaba la magnífica obra de Manuel Guzmán Bejarano; ¿Sabes lo que significan las frutas que hay rematando la talla?. Tuve que reconocer que no lo sabía,  a pesar de las vece que había contemplado el paso de mi hermandad.

Me contó mi amiga que el cardenal Cisneros, ese franciscano y primado de España que vivió en la segunda mitad del siglo XV, tenía como regla de vida la expresión latina “Carpe Diem” y que no puede representarse mejor que con una fruta; sencillamente porque hay que disfrutarla en el momento justo. Si la tomamos demasiado pronto estará dura. Si lo hacemos demasiado tarde estará pasada.  

Pensé en mi manía de guardar vinos buenos que me han regalado a lo largo de mi vida y que reservo como un tesoro para cuando llegue una ocasión especial. Pensé en esa frase latina  y abrí una botella  al azar. El corcho estaba podrido y tuve que sacarlo a trocitos y,  el vino agriado dejó mi boca y mi alma de ese mismo sabor. Pasó el tiempo de descorcharlo en su grandeza, y el valioso vino se fue por el sumidero de mi estupidez.

Así es la vida, como el vino, como la fruta, como nosotros mismos que creemos que existe un futuro infinito en este mundo y se nos escapa de las manos la vida misma pensando que llegarán mejores momentos. Así somos nosotros que nos creemos que vamos a estar aquí  eternamente cuando la vida es un suspiro que ya empieza a exhalar el aire que acaba de inspirar.

Pensé en San Agustín y sus confesiones, en su medida del tiempo, en su concepto de la eternidad. Pensé en aquel estado en el que una jugosa fruta siempre está carnosa, dulce y deliciosa porque el tiempo no existe para que no haya madurado o para poderla pudrir. Es ese estado que supongo alcanzaremos cuando hayamos pasado de esta vida.

Mientas tanto….     ¿Qué sentido tiene hacer grandes acopios de bienes perecederos, o regocijarse con vanidades que se disiparán con el tiempo, o preocuparse por dolores pasajeros? Mejor no haber nacido.

Es la terrible paradoja de aquellos que piensan que la vida tiene sentido mientras se pueda disfrutar, porque creen que más allá de ésta no queda nada.  No vinimos a este mundo intencionadamente ni debemos abandonarlo de forma intencionada. Hay que vivir cada momento, cada segundo, con toda intensidad. Dejar que el tiempo carcoma ese instante en que creemos estar vivos sabiendo que lo que nos llega es un regalo del cielo para abrirlo de forma inmediata.

En esta vida hay que tomarse la fruta en el momento justo, dejando en manos de Dios que la provea generosamente mientras nos lata el corazón  y hasta que nos lleve a aquel lugar donde el tiempo no existe porque la vida es eterna.

No ser tan cortos de mente ni tan parcos de espíritu al pensar que, cortando esta vida a nuestro antojo, nos ahorramos sufrimientos innecesarios, como si sólo mereciera la pena la vida que conocemos; sin pasado, sin futuro, sin presente……

Me acordé de muchos que piensan que aún tienen tiempo para acumular más riquezas, más futuro, más estériles proyectos. Pensé en todas las cosas que podría vivir hasta el momento en el que el tiempo no pase; despreocupado de todo lo superfluo y pasajero. Abrí otra botella de vino que me acababan de regalar y estaba delicioso.

¡Carpe diem!

Paco Zurita

Diciembre 2020

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CÓMO NOS DIVERTÍAMOS ENTONCES

Encontré la vieja foto y vinieron a mí recuerdos imborrables de aquella niñez feliz que se forjó sin grandes lujos ni sofisticados aparatos electrónicos, pero con mucha imaginación. En ese mundo que nos hacíamos a la medida de nuestras posibilidades y de nuestros sueños, bastaban cuatro cosas baratas para convertir esos sueños en una realidad al alcance de muy pocos.

A pesar de los muchos años transcurridos, recuerdo perfectamente aquella escena y aquellas entrañables aventuras forjadas alrededor de tan sencillas cosas. Y lo recuerdo, quizás, porque esas cosas cobran con el tiempo más valor e importancia cuando miro a los valores que priman hoy en día.

Sobre la mesa había una vieja caja de un Meccano, desgastada de tanto uso más allá de los modelos que venían propuestos por el fabricante. Seguro que,  entre sus múltiples y versátiles piezas, habría encontrado lo necesario para terminar aquella tienda de indios que salía en la película de Sesión de Tarde de cada sábado.  Los materiales eran abundantes y muy a la mano de unos niños que sabían sacar partido a los recursos disponibles, siempre y cuando contaran con la comprensión de los mayores que, a veces,  no lo  veían igual.  Pero, al fin y al cabo, los palos de escoba y de fregona servían para algo más que fregar y barrer los suelos y el mantel con el que cubríamos los palos era más que apropiado para emular las pieles que utilizaban los indios Sioux para sus tiendas de campaña.

Los jerseys de lana eran ideales para que se quedaran en ellos prendidos las espigas silvestres y la avena loca que abundaban en el campito y que hacían de improvisadas fechas que hasta el mismo Toro Sentado hubiera envidiado. Faltaba la pipa de la Paz, pero mi tendencia a jugar con fuego era rápidamente abortada por mis vigilantes padres que sabían hasta dónde podría llegar mi  peligrosa imaginación.

En aquellos tiempos los ordenadores no habían llegado aún a nuestros hogares y los niños éramos dueños de nuestras propias aventuras. Y viendo a tanta juventud pegada a un mundo virtual que muchas veces no controlan,  me pregunto si esta sociedad de avances informáticos increíbles no puede resultar una cárcel  para su libertad como ser humano y un freno para su desarrollo emocional.

Viendo la cara de felicidad del futuro santo Carlo Acutis,  que supo utilizar estos avances sabiamente y para el bien de los demás puede que esté la respuesta a mi inquietud. Es la sonrisa que se dibuja en su rostro y que se dibujaba en los nuestros  alrededor de esa improvisada tienda de campaña la que marca la diferencia. Una sonrisa que no veo reflejada en muchos niños y jóvenes a los que le produce ansiedad no acabar a tiempo con marcianos o enemigos virtuales y que son reos de una dependencia excesiva de un mundo intangible. La sonrisa es la respuesta espontánea del cuerpo al bienestar que siente el alma, al igual que la frustración interior se deja sentir también el rostro.

Quizás por ello, real mejor, o virtual en su defecto,  deberíamos seguir incentivando en nuestros niños aquellos juegos que provocan una hermosa sonrisa.

Paco Zurita

diciembre 2020

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UN MATRIMONIO QUE REZA

Allá, en la penumbra de la capilla sacramental de San Mateo, apenas delatado por la luz que emana del camarín,  hay un matrimonio que reza. Jesús sacramentado está perennemente  presente en el precioso sagrario del viejo templo  jerezano, siempre custodiado por su madre, María del Desconsuelo y por su inseparable San Juan, ausente en la foto por un necesario proceso de restauración.

Hace unos años esos cónyuges celebraban sus Bodas de Oro, bendecidas por esa misma Virgen que contempló su unión para siempre. Eran jóvenes entonces y, con toda una vida por delante,  se prometieron eterno y sincero amor en esa misma iglesia.  Ahora,  que son ancianos, él  tiene que empujar la pesada silla de ruedas de ella,  y ella, sintiéndose segura con él, se deja empujar orgullosa por el hombre al que entregó su vida;  A sus más de ochenta años, poco importa que el tiempo haya revestido sus cuerpos de arrugas o se hayan desvanecido el empuje y la belleza de sus años mozos; siguen pidiéndole a la Virgen que los lleve juntos por el trecho que los separa de la otra vida, donde seguirán unidos para toda la eternidad. Quizás le pidan por los que venimos detrás y  que aún no vemos esa meta tan cercana,   pero que se aproxima inexorable con el rápido paso de tiempo.

Una puerta entreabierta en el  hermoso retablo rococó,  que hicieron para la Virgen devotos agradecidos del s. XVIII, deja entrever el flamante columbario, donde reposan las cenizas de muchos fieles y hermanos que ya  han cruzado  al otro lado…. Es providencial que María, sea la vigilante de esa puerta, como una centinela celosa de la obra de Dios pero enamorada de esos seres humanos,   a quienes su hijo dejó a su cuidado.  Esos  infinitos ojos de misericordia y amor, parecen transmitir al que los mira,  la seguridad de alcanzar la gloria que espera al otro lado de esa puerta; gloria que pide la madre a su hijo para todo aquel que refleja su alma es esos ojos de infinita ternura y comprensión.

Me acordé de unos jóvenes que meses antes rezaban en el mismo lugar cogidos de la mano. Miraban fijamente a María, y se encomendaban a Dios, absortos e inmóviles en la bella estampa que contemplaban en la capilla. El tiempo se detuvo para ellos y también para mi…..  Paciente los esperé afuera, incapaz de permanecer callado ante aquella entrañable escena,  y a la salida les dije:

¿Sabéis? Cada vez que mi mujer y yo hemos tenido un problema que ha amenazado nuestra unión, hemos venido a este sagrario cogidos de la mano, como vosotros,  para recordarle a María y a Jesús Sacramentado que fueron precisamente ellos los testigos de nuestra unión y que, por eso, precisamente por eso,  no podían fallarnos en ese momento de debilidad en nuestro matrimonio.

Ellos sonrieron y me confesaron que se casaban la semana siguiente, deseosos de comprometerse  y jurarse mutuo amor ante  los ojos de la Virgen, reafirmándose sin pudor en aquella firme convicción de no separase jamás.

La vida es como un río que fluye incesante hacia el mar.  En un abrir y cerrar de ojos estaremos cerca de la desembocadura de ese río rindiendo cuentas de nuestro paso por todo su curso.   Esas tres escenas  en ese mismo sagrario fueron reproducidas inconscientemente en mi alma;  vi el alegre y cristalino nacimiento del rio, su discurrir por meandros, rápidos y cataratas y  por el lento y manso paso del agua casi a punto de alcanzar el mar.

Quizás en este mundo hedonista y superficial en el que vivimos, carezca de sentido a los ojos de muchos, este testimonio de un hombre casado y agradecido de estarlo con la mujer que Dios le puso en el camino.  No hay amor sin renuncia y compromiso, ni compromiso que no nazca de un sincero y verdadero amor. Quizás pocos lo entiendan, salvo aquellos que lo han saboreado y, celosos del tesoro que han encontrado,  no lo cambian por nada.

Ese amor es eterno, como el mismo Dios del que emana y lo bendice.  Llegará maduro, libre de ataduras y de todo lo superfluo que enmascara su verdadero ser.  Más tarde o más temprano, llegaremos hasta esa puerta a los pies de María que nos mostrará la luz que nos guiaba.  Esperaré yo o esperará ella en el inmenso mar que nos aguarda,  donde ya no hay cataratas, ni rápidos, ni meandros,  ni turbias  desembocaduras,  sino un nuevo nacimiento cristalino; una eternidad azul como el mismo cielo. Nos fundiremos  allí para siempre con el amor  que nos engendró y nos unió en un solo ser.

Paco Zurita

Noviembre 2020

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LO EFÍMERO

De esa foto de la plaza del Arenal de Jerez de principios del siglo XX ya no queda nada; sólo el recuerdo de un tiempo en el que vivieron aquellos jerezanos que también soñaban con un mundo mejor. Los viejos edificios, las pequeñas palmeras, el carro, el borriquillo….. Y las personas que sonreían ante el fotógrafo que creía  inmortalizarlos para la posteridad.

Me quedé absorto mirando la escena de una tarde, quizás de una primavera de hace cien años,  delatada por unas sombras  que empezaban a alargarse y buscaban cansadas la calle Lancería. Miré a las personas que quedaron presas del tiempo en esa instantánea de su existencia. Pensé en lo  que serían sus vidas,  marcadas por una época de incomodidades y privaciones, pero en la que también había momentos para reunirse con amigos en el bar del toldo desvencijado, terminar las tareas de reparto en el carro de grandes ruedas o en el asno de los serones de esparto. Me fijé en el hombre sentado y cabizbajo a  la sombra de una palmera y en las mujeres que se arremolinaban en torno a un banco  de hierro forjado, quizás poniéndose al corriente de los últimos chismorreos, verdaderas telenovelas de la época.

Pensé en todos ellos, ausentes de un futuro de dolor que unos años más tarde rasgaría a España en dos mitades. En aquellos años en los que nuestro país no hacía mucho  tiempo que había perdido Cuba y Filipinas y aún se desangraba en las tierras del Rif, empezaron a sembrase las semillas de dolorosos espinos que desangraría a nuestra patria en una fratricida contienda en la que se enfrentarían, quizás, el del asno con el del carro.

Hoy, más de un siglo después, pasé con mi bicicleta por esa misma plaza, y pensé otra vez en aquellos que la habitaron cuando el  Titanic se hundía una fría noche de abril de 1912. Pensé también en nosotros, en nuestros hijos y  en los hijos de nuestros hijos. En los edificios, en las palmeras, en los negocios que hoy reabren jubilosos en los mismos locales donde, derrotados, cerraron las puertas otros que les precedieron.  Pensé en la vida y en lo poco que dura y en las personas que se creen que perduran dejando huellas en la arena.  Pensé en todas las plazas del mundo…..

Pensé que, cuando pasen otros cien años, quizás nos arrepintamos de  haber vuelto a sembrar semillas de odio y estéril división y enfrentamiento.  Plantas que satisfacen las ansias de poder de algunos,  pero que envenenan con sus hojas a la mayoría de sus coetáneos.  Lo sufrirán las nuevas generaciones, inocentes de la herencia recibida por esa ceguera, como el que posa sonriente ante el fotógrafo, ausente de su propia responsabilidad ante la historia.

Pero, para unos y para otros, al final de los tiempos, no quedará nada en esa plaza,  ni en todas las plazas del mundo, ni personas, ni edificios ni palmeras, ni siquiera la plaza…

¿Quedará el dolor y el sufrimiento que causaron los egoístas e insensatos que se creían que iban a dejar sus nombres grabados en alguna parte que ya no existe? Ni siquiera eso.

Quedará sólo  Dios.

Paco Zurita

Noviembre 2020

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PATRIA

Al término de la serie “PATRIA” me preguntó mi hijo, cinéfilo donde los haya,  qué personaje de la misma me había suscitado la mayor simpatía y cuál la mayor aversión. Le di más de una vuelta antes de contestarle, quizás porque me costó trabajo encontrar aquel que me resultara especialmente repulsivo, aún habiendo varios candidatos al “premio”.

Para cualquier español que no haya vivido los años duros del terrorismo,  es especialmente recomendable que vea esta producción y que, analizándola en conciencia, le ayude a entender que no debemos repetir los errores que nos llevaron a tantos sufrimientos.

Estaba claro a priori que aquellos que practicaban abiertamente la violencia o la secundaban, eran las primeras opciones para mi elección definitiva,  pero no resultaba tan fácil como yo pensaba,  porque también sufrieron las consecuencias de la irresponsabilidad y las ensoñaciones de otros.

En aquel tranquilo y pacífico pueblo del País Vasco donde se desarrolla la historia, se sembró el germen del odio.  Los que eran amigos, familiares y creyentes, se volvieron enemigos, desconocidos e increyentes. El amor humano se transformó en ciego fanatismo que trituró las más mínimas muestras de la caridad humana.

Tras devanarme mucho, mucho, mucho los sesos, llegué a la convencida  conclusión de que casi todos los personajes fueron víctimas de aquella inútil, estéril y manipulada violencia.

Sentí lástima de casi todos ellos; del que murió  vilmente asesinado con dos tiros en la nuca, de sus desesperados hijos, de su desconsolada viuda, de su inseparable amigo y padre  de un etarra, de la pobre y buena hermana de ese pobre terrorista y hasta  de la impertérrita y enfervorizada madre del asesino que parecía enferma de odio.……. Sí, sentí lástima de todos ellos, de todos menos de uno; de  aquel supuesto siervo de Dios que utilizó el mensaje de Cristo para enfrentar a sus hermanos y sembrar la discordia entre gente ávida de un mensaje de cordura entre tanta locura.

Aquel párroco nacionalista, siervo de algunos hombres pero no de Dios, no entendió que su PATRIA  no es de este mundo y que su palabra hizo más daño que las balas y las bombas que esos pobres desdichados ponían para salvar supuestamente a un pueblo que ansiaba la paz y la libertad por encima de cualquier otro valor.

Me acordé enseguida de aquella frase de Jesús a unos hipócritas fariseos; “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Me acordé también de todos los que siembran la muerte y  el odio en nombre de Dios, sea cual sea el nombre que le quieran dar al creador del universo o sea cual sea la religión que pretendan representar y defender. Ese Dios, que es uno sólo, lo llamemos como lo llamemos,  estará estupefacto en los confines del cielo viendo cómo nos matamos en su nombre.

Si algo es especialmente hermoso en esa serie,  es el perdón que aflora de tantos corazones rotos. Perdón que sana las almas del que perdona y del que es perdonado.  Perdón que es necesario hoy  en día después de tantos años. Perdón al que muchos herederos de aquella locura renuncian reivindicando unos planteamientos que causaron tanto daño y dolor y que ahora pretender imponer aprovechándose de la ambición personal y extrema debilidad del que debe gobernarnos a todos.

La paz es el fruto de la sangre de los que dieron su vida por los demás y no cedieron al chantaje de los que sembraban muerte y dolor. La paz la merecen todas las personas de buena voluntad que lucharon por una causa que creyeron justa, engañados por aquellos que emponzoñaron su alma.  La paz no la merecen aquellos que utilizaron la violencia para sus propios intereses y arengaron a pobres infelices a luchar por una libertad que nunca alcanzarían por la violencia. La paz no es para esos que dicen que el perdón es integrar a aquellos que aún no han pedido perdón.  No, esos no la merecen. La paz es de todos,  pero no de aquellos que venden su alma y la de cualquier mortal que se cruce en su camino por un puñado de votos manchados de sangre de tantos inocentes. Esos tampoco la merecen.

Ha pasado ya mucho tiempo desde aquellos siniestros años de plomo y llanto, pero los que lo vivimos y recordamos,  sentimos asco y pena al ver cómo los herederos de esa perdida causa pretenden cambiar el régimen, con la aquiescencia interesada de los que gobiernan. Un régimen, el del 78, que con tanto esfuerzo nos dimos y que en buena medida se construyó sobre la sangre de tantos, tantos y tantos inocentes.

Paco Zurita

Noviembre 2020

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LA ANCIANA DE LOS PATITOS

En uno de mis viajes por el norte de España, subí a uno de los dos montes que flanquean una hermosísima bahía donde, cual perenne centinela,  emerge de un mar con forma de concha una verde isla llamada Santa Clara. En ese monte, que los donostiarras llaman Igueldo,  hay un pequeño parque de atracciones y desde allí se disfrutan las vistas más hermosas de San Sebastián. La tarde de verano estaba tranquila y el mar azul reflejaba el brillo de un sol que empezaba a dormirse.

En una de las atracciones del parque, me llamó la atención la presencia de una anciana que hacía ya muchos años que debería haberse jubilado. Estimé que rondaría los ochenta años porque sus arrugas y su escaso pelo cano,  recogido en un rodete bien dispuesto, no dejaba lugar a dudas. Sostenía varias cañas,  de esas que los niños utilizan para  pescar patitos con puntos escondidos en sus panzas planas. No había mucha gente en su puesto y la vi con la mirada perdida en sus pensamientos, quizás cansada de tantos años de trabajo o puede que sumergida en aquellos tiempos de su lejana juventud.

Me pregunté cuántas ferias llevaba en su anciano cuerpo, cuántas necesidades la mantenían aún de pie, cuantos avatares de la vida la obligaban a seguir trabajando a pesar de sus muchos años.

Sentí lástima de la anciana y de todas las personas que, como ella, pasan desapercibidas para la mayoría de nosotros que no valoramos en justicia su duro y abnegado trabajo. Pensé en los que asan castañas en otoño, en los que mortifican su manos cogiendo higos chumbos al amanecer de un verano o en los que pasan las noches en vela en hospitales cuidando a los ancianos de otros.

Sentí aún más frustración cuando vi más tarde  a una muchacha joven tumbada en el suelo con la mano extendida para mendigar unas monedas para “comer”.  Volví la mirada a la anciana de los patitos que seguía de pie, aún sin clientes que quisieran “pescar” algunos de sus patitos.  Curiosamente, la joven ya tenía varias monedas en su cesta y más de un turista, conmovido por el duro mensaje que tenía  escrito en un cartón, echaba alguna más.

Es este mundo hipócrita y falso muchos pretenden tapar sus vergüenzas dando unas pocas monedas al que interpela a sus conciencias, negándoles una oportunidad a los que buscan pan a cambio de su esfuerzo. Son los que  prefieren aliviar sus conciencias ayudando con peces baratos y no apostando por cañas para que pesquen los que madrugan y trabajan.

En esta crisis que se avecina, tenemos que ser generosos dando trabajo a los que lo que buscan o dando dinero y recursos a instituciones benéficas y de acción social que atiende a los que no lo encuentran. Hemos de ser solidarios colaborando con instituciones como Cáritas que saben dónde están los que realmente necesitan nuestra ayuda evitando que algunos se aprovechen de la generosidad de muchos, privando de ayuda a los que realmente la precisan.

Yo, por eso, por respeto a los se esfuerzan para ganar unos cuartos asando castañas, pelando higos chumbos u ofreciendo cañas para pescar patitos, no doy nada a los que se apostan a la puerta de una iglesia sentados horas y horas, días y días, año tras año….. Sí, en cambio, probaré fortuna con una caña, con el más dulce los higos o con las más tierna de las castañas.  Quizás no cubra necesidades imperiosas,  pero habré ayudado a  gente como esa anciana de los patitos a ganarse honradamente la vida.

Paco Zurita

Noviembre 2020

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LIBERTAD DE ENSEÑANZA

Mi padre trabajaba de sol a sol para que nuestro nivel de vida fuera el mejor posible. No teníamos un gran coche, ni grandes lujos, ni nos íbamos de veraneo con mesa y mantel puesto. Pero buena parte del esfuerzo de mi padre y de los desvelos económicos de mi madre tenían como principal objetivo dotarnos de una formación académica y humana que nos permitiera desarrollarnos como personas y estar preparados para el mundo laboral.

Por aquel entonces no había educación concertada y solo los pudientes o los que, renunciando a otras comodidades, les llegaba el presupuesto,  podían llevar a sus hijos a colegios privados. Y entre las prioridades y firmes convicciones de mis padres estaba la formación humana y religiosa que nos otorgaron colegios como Los Marianistas, en mi caso, y Jesús María en el de mis dos hermanas.

Tanto bien recibimos de esos sacrificios que mi mujer y yo buscamos para nuestros hijos esa misma educación que nos regalaron nuestros padres.

Fruto de la Democracia, del entendimiento y del buen hacer de políticos de esos primeros años de concordia política, nació la educación concertada. Con sus errores y aciertos, la reforma posibilitó el acceso a la otrora inalcanzable opción para la mayoría de los ciudadanos; una educación diferenciada en función de creencias, orientaciones formativas o de otra índole y, sobre todo, elegida libremente.

Esos centros privados, con las ayuda generosa de padres y de las propias comunidades educativas, vieron reforzada su vocación formativa  y humanista haciéndola accesible  a las familias con menos recursos pero que también buscaban una educación diferenciada  y centrada en determinados valores.

Me cuesta trabajo creer que un gobierno que pretende respetar a minorías de diferentes creencias religiosas y que pone medios para cubrir sus necesidades educativas, tenga tanta aversión a aquellas que siguen la mayoría de nuestros compatriotas. Si lo primero es absolutamente respetable, lo segundo no tiene explicación alguna, salvo que respondan a motivaciones ideológicas o adoctrinadoras en valores distintos a los elegidos por los padres.

Que la demanda de educación concertada sea tan elevada debe ser motivo de reflexión para un buen gobernante, cuya obligación es proveer a sus ciudadanos de la mejor calidad formativa. Lejos de esta lógica aplastante, la política educativa del actual Gobierno parece ir en sentido contrario dejando traslucir su sectaria alergia por lo privado, por la Iglesia católica  y por determinados pensamientos, privando a muchos padres del legítimo derecho de darles a sus hijos la educación que antes era privativa de las clases más altas. Justo lo contrario de lo que se le presupone a quienes pretenden proteger a los  más desfavorecidos de la sociedad.

Con objeto de alcanzar sus propios intereses ideológicos y dogmáticos, volverán a impedir el acceso a esa educación diferenciada a los que tienen menos recursos económicos, que caerán irremisiblemente en su órbita moral y de pensamiento. Habrá igualdad dogmática en la verdad única que diga el gobernante de turno,  salvo para aquellos que puedan pagar otra cosa. La libertad de pensamiento y la elección de educación no existirá para la mayor parte de los ciudadanos.

Hubo un personaje, que acabó clavado en una cruz por decir verdades como puños contra una clase dirigente que quería mantener sus privilegios por encima de un pueblo que ansiaba la libertad. Ya dijo entonces que la verdad nos haría libres. Hoy sigue habiendo gente que no quiere que se  aprenda a pensar libremente por temor a esa Verdad.

Francisco Zurita Martín

Octubre 2020

La mano del hermano mayor. A Manolo Soto de la Calle

Me cogiste la mano y me diste fuerzas en aquella ocasión en que las dudas y la soledad quieren hacerse dueñas del alma de un hermano mayor. Porque dar fuerzas y confianza es una de las virtudes que posee el que ha llevado “la vara dorá” en algún momento de su vida, como tú, como mi padre, como Ángel o como todos aquellos que nos precedieron en el privilegio y en la responsabilidad de ser los primeros servidores de nuestra hermandad.

Y tú fuiste un buen servidor, callado y humilde, generoso y buen hermano de todos por igual, fiel cristiano enamorado del Señor de las Penas y de María del Desconsuelo que guiaban tus pasos por la vida.

Te has ido con ellos un día de Reyes,  que han querido regalarte la presencia real de aquel Señor que sufre nuestras Penas y la de una Virgen que llora nuestros  Desconsuelos. ¡Qué gran regalo, Manolo!, aunque los tuyos también sufran penas y desconsuelos hasta que vuelvan a estar contigo allá en lo alto.

Para el resto de tus hermanos también es un regalo haberte tenido entre nosotros y lo es también ahora que estás en la Peña eterna de un cielo tan  azul como el manto de tu Virgen.

Desde allá arriba, cuida de esta hermandad y sigue dándole la mano al que tenga en sus manos sus destinos.  Transmítele la humildad y la sabiduría de ser hermano mayor de todos y de amar a la cofradía como tú la amaste.

Un abrazo de otro que también fue hermano mayor.

Paco Zurita

 

MEDITACIONES SOBRE LOS MISTERIOS DOLOROSOS

Paco Zurita Martín Real Convento de Santo Domingo Jerez. 2-11-2023  

La vida es un suspiro, un abrir y cerrar de ojos casi imperceptible, un desconocido sendero jalonado de luces y tinieblas, de penas y alegrías, de gozos y dolores, de desencantos y esperanzas.

En nuestro peregrinar terreno hemos de recorrer un camino que nos lleva a un mundo nuevo en el que brilla una luz que no se apaga, un gozo que no acaba, una vida que perdura.

Mientras recorremos ese camino, perdidos muchas veces en nuestras debilidades humanas, nos enfrentamos a esos misterios que la mismísima Virgen María experimentó en su corazón de hija de los hombres y de Madre de Dios.

***

Y es que  Tú, Madre del Cielo, supiste vivir con humidad y entrega, con pasión y alegría, con sufrimientos y esperanzas, con obediencia y fe inquebrantable en Dios, ese camino que nos lleva hasta Él.

Y ante esos misterios de gozo, de luz, de gloria y de dolor, nadie como tú, María, puede darnos mejor ejemplo de cómo afrontarlos, de cómo vivirlos, de cómo saciarnos de amor de Dios.

Cuando nos toca sufrir, ver tu ejemplo, tu entereza, tu humildad y tu confianza en Dios, nos ayuda a afrontar esos sufrimientos con esperanza y alegría, sabiendo que en ellos se encuentran las llaves del cielo.

Por eso, María, permíteme que esta noche, ante mis hermanos, me sumerja en aquellos momentos de tu vida en los que el sufrimiento y el dolor no pudieron arrebatarte la luz de la fe y de la esperanza que siempre llevaste contigo.  Deja que cierre los ojos e imagine aquellas vivencias de tu existencia terrenal cargados de ansiedad expectante y de amargura y llanto.  Esos misterios dolorosos que el Santo Rosario nos recuerda cada martes y cada viernes del año para hacernos partícipe de los secretos del amor de Dios que tú viviste como hija del Altísimo, esposa del Espíritu Santo y Madre del Salvador del Mundo.

PRIMER MISTERIO: La Agonía de Jesús en el Huerto.

Salió y fue, según su costumbre, al monte de los Olivos. Sus discípulos lo acompañaban. Cuando llegó al lugar, les dijo: «Orad para no caer en la tentación». Él se apartó de ellos como un tiro de piedra, se arrodilló y se puso a orar, diciendo: «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo reconfortándolo. Entró en agonía, y oraba más intensamente; sudaba como gotas de sangre, que corrían por el suelo.

Atardece ya en la aldea y una suave brisa acaricia las trémulas amapolas que se duermen cansadas entre los verdes trigales de Nazaret.

Jesús, con un cántaro en sus manos, sale de la casa corriendo ladera abajo en busca de agua fresca del rio. Mientras se va alejando en lontananza Tú, María, suspiras embelesada viendo la humildad de Dios, quien en su poder infinito se ha hecho carne en aquel muchacho que nació de tu vientre.

¡Cómo pasa el tiempo!  ¡Aquel regalo venido del cielo ya es todo un muchacho!

Cuando el sol ya se ha acostado,  Jesús aparece jadeante y sudoroso por la puerta de la casa con el cántaro rebosante y, con una sonrisa de satisfacción, te lo deja orgulloso en el zaguán.

¡Limpia y fresquita, madre,  te dice encantado!

Tú lo miras enamorada y, devolviéndole la sonrisa, limpias el sudor de su frente, mientras besas orgullosa sus mejillas.

¡Cómo pasa el tiempo y qué distintos los tiempos y los momentos que Dios te ha deparado en la vida!

Han pasado más de veinte años y hoy no puedes estar con él en ese olivar del Cedrón donde la luna es testigo de su soledad.  Bien sabes que está con sus discípulos pero, aun así,  tu corazón de madre presiente su soledad y  palpita agitado despertándote  en mitad de la  madrugada.

¡Estoy contigo, hijo mío, le susurras con un sordo grito que retumba en tu alma y en el cielo de Jerusalem!

¡Cuánto te duele no estar a su lado!  ¡Cuánto te duele sentir en la distancia el sufrimiento de un hijo que se entrega al mismo Padre que te lo entregó!

Vienen una vez más a tu memoria esas palabras que te dirigió Simeón el día en que José y Tú llevasteis a Jesús al Templo para la Purificación; “Y a ti una espada te atravesará el corazón”.

¡Qué afilada es la espada que brilla en el cielo y que te exige fortaleza!

¡Qué dolor incomparable que agita tu corazón aun sabiendo desde siempre que ese momento llegaría…!

Algo en tu alma te susurra que ese instante de la espada se acerca y respiras angustiada y sudorosa presintiendo su Pasión.  Sin saber por qué, has recordado esa imagen de tu hijo sudoroso y sonriente con los cantaros de agua…

Dios te desvela las cosas a su debido tiempo y de forma misteriosa y, tú siempre esclava de su voluntad, sabes bien que ha llegado el momento que te anunciara Simeón.

Hay un silencio espeso que casi se puede cortar con el dolor de tu aliento y, en tu sensibilidad de madre, vuelves a verlo sudar como en aquella tarde en Nazaret aunque en esta ocasión veas gotas de sangre en su frente y lágrimas encarnadas que vierten sus ojos mirando al cielo.

Tú también miras al cielo y cierras tus manos con fuerza, como tratando de apretar las suyas y aliviar de esta manera su dolor y el tuyo propio. Como un eco que viaja en la distancia del espacio y del tiempo,  susurras unas palabras que se expanden como ondas en un mar de llanto interior.

¡Dios mío, aleja de mí este cáliz, más no se haga tu voluntad sino la tuya!

La voluntad de Dios, Madre; esa voluntad de Dios que siempre acataste humildemente desde el primer día, desde esa primera respuesta:

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

¡Qué difícil se nos hace tantas veces acatar la voluntad de Dios!

¡Ayúdanos, Madre, a acatarla como lo hiciste tú!

Ayúdanos, María, a aceptar el cáliz de nuestras enfermedades, del paso del tiempo por nuestros seres queridos, del ocaso de nuestras vidas…

Enséñanos, Madre, a ser firmes en la obediencia a Dios por mayores que sean las tentaciones que nos alejen de su divina misericordia.

Enséñanos, Madre, a ser como Tú.

SEGUNDO MISTERIO: LA FLAGELACIÓN DEL SEÑOR

Entonces Pilato mandó azotar a Jesús.

Aquella mañana de otoño se despertó fresca y soleada. Los olivos centenarios rebosaban de aceitunas maduras que ya estaban prestas para la cosecha.

No has esperado a la salida del sol para comenzar la jornada y el pan recién amasado ya está en el horno.   Ellos no lo saben aun, pero se van a volver locos cuando sepan que has preparado puré de berenjenas con que  untar el pan. También llevas miel, dátiles e higos secos.  No falta un poco de vino y un botijo de agua fresca que llevan sonrientes junto a ellos.

Llegando al olivar tras media hora de alegre caminata, José dispuso mantas bajo el viejo olivo junto a la vereda del río y le entregó a Jesús una vara que cogió intrigado. El muchacho, sin saber bien qué hacer con ella, contemplaba extasiado cómo su padre golpeaba las ramas de las que caían a borbotones las olivas. Se divertía alegre al ver cómo rebotaban saltarinas sobre la manta hasta formar una  mosaico de negras y verdes tonalidades.

Jesús,  sonriente, imitando al carpintero, golpeaba también con entusiasmo las viejas ramas del inquieto olivo que respondían, generosas  desprendiendo hojas y olivas.

¡Qué tiempos aquellos,  María, que ahora recuerdas entre lágrimas al ver cómo golpean las carnes de tu hijo esos romanos ignorantes del Dios al que castigan!

Él te mira en la distancia y con sus ojos de infinita misericordia te dice sin pronunciar palabra que todo esto es necesario. Que su sangre derramada fluye para el bien de  todos los hombres y que con ella encuentren la salvación de sus almas.

Y Tú lo sabes, como lo supiste aquella mañana en la que, alegres recolectabais las aceitunas del viejo olivo y él bromeando se golpeaba la espalda con la vara y te miraba… 

¡Siempre lo supo, María, y tú siempre lo supiste!

Desde el día en que nació siempre cumplió  la voluntad de su Padre, sufriendo como hombre los dolores que afligen a este mundo y que ahora, María, soportas tú como madre viendo sus carnes abiertas por la crueldad del flagelo.

Los romanos no dejan que te acerques cuando intentas amargamente recoger su sangre derramada en  aquel enlosado de dolor.  Ves cómo desfallece, casi al límite de sus fuerzas humanas por la infamia cobarde de los lacerantes golpes que aguanta su cuerpo escarnecido.

Miras al cielo pidiendo ayuda y, casi al instante, te percatas que es el mismo Dios al que golpean porque el mismo Dios así lo quiso.  Y tú una vez más aceptas su voluntad y soportas en silencio el dolor indescriptible de una madre al ver tan desgarradora escena.

Él te vuelve a mirar, casi sin fuerzas, pero en la mirada te transmite todo el amor contenido en el cielo. Un escalofrío te recorre el alma al sentirte amada y escarnecida a la Vez.  Y ese amor desgarrado es de repente el de tantas madres afligidas por el sufrimiento de sus propios hijos.

Tú asientes con la cabeza comprendiendo, acatando una vez más la voluntad del Padre, aunque sea tu propio hijo el que se desgarre la piel para entregarla por los demás.

¡Qué duros son los latigazos que tantas veces nos da la vida, Madre mía!

Míranos, Madre, con esos ojos de misericordia y comprensión a la vez para que seamos capaces de afrontar nuestras penas y dolores ante nuestras adversidades.

Permítenos, Madre, que mirando  esos misericordiosos  ojos tuyos seamos capaces de sacrificarnos por los demás como lo hizo tu hijo por todos nosotros.

Haz de nosotros, Madre, ejemplos de fe y de entrega a Dios.

TERCER MISTERIO. La Coronación de espinas.

Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura; se acercaban a él y le decían:

«¡Viva el rey de los judíos!» Y le daban bofetadas…..

José andaba muy atareado en la carpintería y aún le quedaba faena que quería terminar antes de la cena.

En verano las tardes son más largas y la luz permitía a José sacar mucho trabajo adelante. Siempre buscaba afanosamente  nuevos encargos que atendía por toda la comarca para que al Hijo de Dios no le faltara ni gloria…

Apurado por la espera de María y el niño para sentarse a la mesa, el bueno del carpintero insistió a su esposa para que jugara un ratito con Jesús mientras acababa una cunita que le habían encargado unos amigos de Betania.

A Jesús le encantaba jugar al escondite entre los juncos del río y María sonreía con los ojos encandilados  al ver al chiquillo correr hacia el mismo lugar de siempre.  Bien sabía dónde estaba; siempre lo supo, como también sabía que Dios estaba con él en cada momento y que nada malo le sucedería. Bien lo sabía desde aquel día en que se perdió en el templo y charlaba con los doctores.

Pero un llanto desconsolado alertó a María que corrió asustada hacia el lugar secreto de su hijo. El papel de una madre no era distinto ni para la madre de Dios.

Jesús se había enredado entre unas zarzas y sangraba profusamente por la cabeza.

María lo desenredó con amorosa destreza y calmó su llanto abrazándolo con ternura. Unas espinas se le habían clavado en la frente y rojos hilillos de sangre inundaban sus ojos asustados.

¡Son sólo unas espinas, hijo mío, no te asustes!

¡Duelen, Madre, duelen! Le respondió Jesús con una profunda mirada que sobrecogió a María que entendió en silencio.

Una vez más, tuviste un extraño presentimiento que se hizo aún más real cuando el chiquillo, cogiéndote de la mano,  te sobrecogió con su profunda mirada tratando de calmar tu angustia más que la suya.

Esa misma mirada profunda que hoy te dirige, mujer, desde ese trono de burla e infamia en el que vuelve a sentir espinas en su cabeza.

Son espinas de odio, de incomprensión, de desprecio….Son las espinas que seguimos clavándole cada día cuando nos alejamos de su camino.

Pero no son las púas clavándose entre sus cabellos las que más dolor le causan; Es tu propio dolor y el de tantos hermanos los que hacen que te mire de esa manera y busque en ti el consuelo que quiere que derrames sobre nosotros…

Porque son muchas las espinas que se clavan en su frente cada día, cada hora, cada segundo de nuestra existencia. Espinas de pecado, de escarnios, de injusticias, de muerte…

¡Duelen, Madre, duelen! recuerdas compungida sus palabras de aquel atardecer de su infancia.

¡Duelen, Madre, duelen!

Y viéndolo en aquel patio de escarnio…..¡A ti te duele el alma!

Y a nosotros, Madre, que también nos duele el alma por las espinas de la vida, no dejes de mirarnos con tus ojos de ternura mientras las retiras de nuestra frente.

Ayúdanos, Madre, a perdonar las injurias, las burlas, las infamias y tantas y tantas afrentas que recibimos de los demás.

Enséñanos, María, a darnos cuenta del dolor que causamos tantas veces a nuestros hermanos.

No permitas, Madre, que caigamos en la tentación de devolver dolor por dolor, afrenta por afrenta, espina por espina.

Que esas espinas que se clavan en la frente de tu hijo sean besos amorosos que estampemos en las frentes  de aquellos que sufren.

Déjanos sofocar tu dolor y el de tu divino Hijo, aliviando con alegría y sacrificio los dolores de los demás.

Permítenos, Madre, ver las rosas que florecen tras las espinas de la vida.

CUARTO MISTERIO: Jesús con la Cruz a cuestas.

Jesús quedó en manos de los judíos y, cargado con la cruz, salió hacia el lugar llamado «la calavera», en hebreo «Gólgota», donde lo crucificaron.   (Jn 19,17-18).

Cuando era un muchacho, Jesús pasaba largas horas en la carpintería ayudando a su padre.

Le encantaba el aroma a madera aserrada que impregnaba  aquella vieja estancia.

José envejecía inexorablemente y ya notaba que sus fuerzas no eran las mismas que antaño. Mientras,  Jesús,  crecía en sabiduría y fortaleza.  

Viendo a su padre más envejecido, quebrado por la cintura tras tantos años de duro trabajo, él insistía en quitarle las tareas más duras y pesadas. José lo miraba con admiración y orgullo y suspiraba al recordar aquel sueño en el que aceptó sin dudarlo ser el padre en la tierra del hijo del mismo Dios.

¿Qué más orgullo que ser el padre en la tierra del Señor del Cielo?

María los miraba embelesada y sonreía al verlos juntos y, encantada,  aliviaba su sed llevándoles una refrescante limonada del limonero lunero que impregnaba el patio de olor a azahar.

Jesús la miró con ternura y tras beber encantado aquel refrescante elixir, cargó sobre sus hombros una pesada viga hacia la enorme sierra.

La sostenía con fuerza entre sus manos y la llevaba con paso firme y decidido. Deteniéndose a mitad del camino, volvió la mirada a ti, como queriéndote decir algo…

Tú suspiraste angustiada y  entendiste al instante la voluntad de Dios que tu hijo te daba a conocer con ese gesto.

¡Qué carga tan pensada la de aquel enorme tronco que cayó también sobre tu alma!

Y hoy tú vuelves tu mirada atrás, hacia aquella mañana en la carpintería, hacia aquel pasado feliz de aquellos días en el que Jesús te endulzaba con una sonrisa la amargura  que tu corazón de madre presentía.

Hoy tu hijo  vuelve a cargar con un madero, llevando con él las culpas de tantos y tantos hombres por los que se entrega hasta la muerte en ese patíbulo de dolor.

Qué difícil es, Madre, cargar con nuestras cargas de cada día, pequeñas cruces comparadas con la de tu hijo, que representa el peso de todas las nuestras.

Ayúdanos, Madre, a aceptar la carga de nuestras frustraciones, de nuestras penas, de nuestras enfermedades.

Enséñanos a afrontar como tú los sufrimientos de nuestros seres queridos y los de tantos y tantos hermanos.

Que sepamos ver en ellos el camino de salvación que nos mostró Jesús llevando nuestra cruz sobre sus hombros.

Haz de esas cruces nuestras, Madre, camino,  verdad y vida.

Quinto Misterio. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor.

Después de esto, Jesús, sabiendo que todo se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un vaso lleno de vinagre; empaparon una esponja en el vinagre, la pusieron en una caña y se la acercaron a la boca. Cuando Jesús lo probó, dijo: «Todo está cumplido». E, inclinando la cabeza, expiró.

La tórrida tarde en el Calvario polvoriento seca aún más las gargantas de los condenados y un viento recio hace revolotear las capas y los plumajes de los soldados romanos que han llevado a cabo la crucifixión de tu hijo.

Ese poder terrenal que os llevó hasta Belén a empadronaros cuando el alumbramiento de Jesús se acercaba. Ese mismo poder que os obligó a huir a Egipto cuando Herodes vio amenazado su reino. Ese poder temporal que hoy parece imponerse al del mismo cielo.

Ahora ves a tu hijo, clavado en esa cruz terrenal pidiendo que calmen su sed mientras agoniza entre insoportables dolores. Un fuego abrasador te recorre el alma al ver a tu Jesús amado exhalar su último aliento entre terribles sufrimientos.

Mientras contemplas su dolor viene a tu memoria aquel día en el que Jesús resucitó a Lázaro.  En aquella oscura cripta de muerte y de llanto donde reposaba el cuerpo inerte de su amigo, se hizo de nuevo la luz y resurgió la vida.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí” dijo Jesús a aquellos que no creían posible aquel milagro. Y te miró, Madre, una vez más cuando se señalaba a él mismo con la mano en el pecho mientras  pronunciaba aquella frase…

Tú lo miraste y entendiste. Él te lo fue contando todo, te fue desvelando los secretos del Reino y fue preparando tu corazón para que, llegado el momento, lo comprendieras todo y se lo dieras a entender a todos.

Cada instante de su vida era un anuncio de su pasión, un secreto divino desvelado a la madre que llevó en su seno la salvación del mundo.

Y no quería marcharse de él sin dejarte a cargo de tantas ovejas perdidas tras su inminente marcha.  Supiste desde el primer instante que aquella Pasión  llegaría  y que ni siquiera los discípulos entendían cuando se la anunciaba:

«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Hoy Dios Padre te reclama el regalo que un arcángel del cielo te anunció en Nazaret. Ese niño, hijo de Dios, hijo tuyo, espíritu divino, carne de tu carne, que de tu vientre en Belén naciera, que amamantaron tus pechos y que arrullaste en tus brazos, lo ves morir clavado de pies y manos en esa árida peña del Calvario.

Dios te lo reclama, María, pues ya cumplió su cometido que ahora tú, madre de todos los hombres por voluntad divina, tienes que continuar para apacentar tantas ovejas confundidas que huyen despavoridas.

Tú bien sabes, María, que esa cruz es otra puerta que abre el sendero del cielo como aquella que Dios abrió en tu vientre para llegar hasta nosotros.

Son tus lágrimas serenas la de una madre que pierde a un hijo pero también las de una hija que ama y confía en el  Padre que se lo envió.

Es tu fe inquebrantable la que nos hace darnos cuenta de que no hay muerte en este mundo que pueda acabar con la vida que llevaste en tu seno y que ahora ves marchar al que te la regaló.

¡Qué misterios de dolor y consuelo! ¡Qué misterios de muerte y de vida! ¡Qué ejemplos de amor y de fe encontramos cada uno de esos misterios dolorosos que recordamos en el Santo Rosario!

Porque cada uno esos misterios dolorosos encuentran su sentido en este momento supremo que ahora vives con entereza. Cada uno de esos momentos de llanto son pasos encaminados hasta esa cruz del calvario en la que ahora muere la carne de tu carne y sobre la que triunfará el hijo de Dios.

Y así, como tú, enséñanos Madre a vivir ese momento de la verdad suprema con la fe con la que tú lo viviste.

Porque eres puerta del cielo, Madre, que no nos falten nunca tus ojos misericordiosos cuando llegue el momento de nuestra partida de este mundo y que al despertar veamos encenderse la luz que tú trajiste al mundo.

Haz de nuestras vidas un rosario de amor, de perdón y de entrega por nuestros hermanos para que, por medio de él, seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestros Señor Jesucristo.

¡Oh Madre del Rosario!

¡¡Ruega por nosotros!!

ANTE EL NUEVO RETO

En ese instante, mientras leía emocionado el juramento como concejal de mi querida ciudad de Jerez, confirmaba con las palabras pronunciadas lo que ya te había prometido en la intimidad. Ratificaba,  como en un sueño, todos esos compromisos que ya había adquirido con la persona que lideraba el naciente equipo de Gobierno municipal  y con los ciudadanos que serían los legítimos destinatarios del mismo.

Pensé que, una vez más, llamabas a mi puerta para ayudarte a calmar la sed de tanta gente que necesita  de Ti y de todos nosotros para sacar adelante sus vidas.

Y ese instante se hizo infinito cuando, como fotos fugaces que conforman la película de nuestra sociedad, veía los ojos expectantes del que espera un trabajo, del que anhela un lugar donde vivir, del que sueña con lograr sus sueños, del que espera de nuestro equipo que estemos a la altura de sus expectativas….

Terminé esas palabras y busqué en el azul del cielo del rosetón del Consistorio esa cruz que no encontré junto a la Biblia sobre la que puse mis manos.

Busqué en ese azul infinito a mis antepasados y a todas esas personas que nos miran desde el más allá y guían nuestros pasos.

Contemplé sonriente sus rostros a través de la niebla del tiempo  y, en el silencio, inhalé humilde el aire de  sustento  que me llegaba de ellos.

Y ya con la medalla de concejal colgada en mi pecho me di cuenta de que Tú también estabas en ella, como en la rojinegra de mi hermandad, como en todas aquellas que representan el servicio a los demás, que no es otro que servirte a Ti a través de mis hermanos.

Y me quedé tranquilo al saber que no estaría sólo, que no estábamos solos, que ese nuevo camino que emprendía sería duro pero llevadero, sería trabajoso pero lleno de satisfacciones al ver esos rostros expectantes de mi sueño sonreír a las luces de amor y esperanza.

¡Va por Ti, va por ellos, va por por todos nosotros!

Paco Zurita

Junio 2023

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE JEREZ 2023

VERSIÓN ESCRITA Y VIDEO

 
PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE JEREZ

 
 
Al principio existía la Palabra
y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
 Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
 Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.







El Señor bajó del cielo
encarnándose en María
y nos llenó de alegría,
de esperanza y de consuelo
porque en Belén nacería
la luz a nuestros desvelos;
la que traspasara el velo
de las penas y agonías
y de tantos desconsuelos.

Se cumplió la profecía
del profeta del Carmelo;
la del ansiado Mesías
por quien nadie moriría
sin ver cumplido ese anhelo
de saber que existe el cielo
y ver el cielo algún día.
¿Cómo más bien lo diría?

¡Esta es la historia de amor
más grande que se ha contado!
La de ese Dios creador
de este mundo enamorado
que de Virgen encarnado
se hizo hombre y salvador.
Fue prendido y azotado,
y con saña escarnecido.
Vilmente crucificado
sin haberlo merecido.
Fue muerto y resucitado.
Y, así, tras haber vencido
a la muerte y al pecado
el hombre fue redimido
sin que hubiera comprendido
el amor más abnegado.

Amor que sacrificamos
negándolo en nuestras vidas,
abriéndole las heridas 
cuando de él renegamos.
Y ese mismo Dios que ansiamos
que entienda nuestro dolor
en la Semana Mayor
otra vez crucificamos
porque que en ella recordamos
esta Pasión del Señor
donde Jerez es su altar
y las saetas sudario
que en busca de otro calvario
lo vuelve a crucificar.

Y él, loco por proclamar
el cielo que nos espera,
sigue estando a nuestra vera
como dijo el relator.
Que al llegar la primavera
envuelto en incienso y cera, 
Cristo, nuestro redentor,
vuelve a morirse de amor
en Jerez de la Frontera

SALUDOS A LAS AUTORIDADES

Acalladas las últimas zambombas con las que Jerez celebra la venida de nuestro Salvador, algo en nuestro interior nos dice que su Pasión se acerca.
Embriagados por aromas de incienso y azahar, de rosas y alhelíes, de cera y clavel, de torrijas y garrapiñadas, los jerezanos no necesitamos consultar el calendario para saber que está próxima una nueva Semana Santa.
En nuestras almas expectantes surgen enormes deseos de vivir la Cuaresma y dejarnos arrebatar el corazón por palabras de conversión y de vida eterna que se multiplican en la cada una de nuestras Hermandades. 
Los corazones palpitan de alegría porque se acerca la Pascua del Señor y no hay tierra alguna en el mundo que sepa adorarlo como lo hace Jerez.

¡Qué extraordinaria proeza!;
conservar las tradiciones,
el fervor y las pasiones, 
del que te mira y te reza
del que te llora y te canta,
de aquel que en Semana Santa
su fe se le despereza.
De la sublime belleza
de los blancos azahares.
De azules cielos, de altares
de calles y plazas llenas.
Ceras que lloran sus penas.
Penas que en encajes lloran.
Parejas que se enamoran
compartiendo sus creencias.
Vacíos por las ausencias
de los que ya se nos fueron,
de los que tanto nos dieron
a los que tanto se añora.
Del que con silencios ora.
Del que reza con saetas.
Del que quiere con cornetas.
Del que ama con tambores.
Capirotes de colores,
capas que al viento revuelan,
penitentes que desvelan
un rosario entre sus manos.
Ancianos de pelos canos
de túnicas ya colgadas 
que aunque con piernas cansadas,
a su Virgen quieren tanto
que la siguen tras su manto.
¡Que en sus memorias ancianas
aún resuenan las campanas
que tañeran cuando niño!;
Hoy derrochan su cariño
como la primera vez;
en la infancia, en la vejez,
como ayer o como ahora
que nadie Señor te adora
¡Como te adora Jerez!

Cuánto amor derramas, Señor, en este Jerez nuestro en el que, como nos dice San Juan, habitas entre nosotros. Hoy este humilde pregonero hace suyas las palabras que te dijo Pedro; “Tú lo sabes todo, Señor, y sabes que te queremos”. Y viéndote en silencio sufrir tus Penas en la peña del Calvario, antes de dejarte crucificar por todos nosotros, déjame que te diga cuánto.
Déjame que te diga que en la Jerusalen jerezana también tenemos dorados trigales y verdes vides que crecen generosos en las fértiles tierras morenas y en las duras y blancas albarizas. También hay plagas, Dios mío, plagas de dolor y llanto, como esa que se llevó a tantos jerezanos a los trigales eternos.
Déjame que te confiese que, como aquel pueblo al que anunciaste el Reino de los Cielos, seguimos necesitando que nos hables de él y que nos traigas de nuevo la esperanza a este mundo que se aleja de ti y deambula perdido entre tantos males y aflicciones.
Déjame que te hable, para calmar tu dolor, de todo lo bueno que en tu nombre hacemos los cofrades de esta tierra que, llegando la primavera, ya no puede contener las ganas de tenerte en nuestras calles.

ENTRADA TRIUNFAL
Te recibimos, Señor,
como se recibe a un Rey.
Mira, Señor, a tu grey
esperando al salvador.
Con tu mensaje de amor
entrando en ese pollino
Tú nos abres el camino
de nuestra Semana Santa.
Jerez te reza y te canta
buscando tu amor divino.

Como Jerez y su vino,
que enamora a los extraños,
con el paso de los años,
que hace Amontillado al Fino,
crece el amor genuino
que por ti siente Jerez.
Recordando mi niñez,
al verte en la gris pollina
vuelvo a estar en esa esquina
como la primera vez.

Y es que verte aparecer
por nuestra plaza Rivero
sobre ese asnillo burlero,
me hace reverdecer
los recuerdos del ayer,
esa infancia cofradiera.
Que en Jerez de la Frontera
tu hermandad es la de todos
porque no hay forma ni modo
que a ti Jerez no te quiera.


La Estrella que guio a los Magos, Señor, es el nombre de tu madre y al amparo de esa Estrella que el cielo en Jerez corona,  los  hermanos lasalianos han sido, como tú, maestros de miles de  jerezanos durante casi 150 años.  ¡Qué hermoso es fundar una hermandad sobre los cimientos de esas personas e instituciones que dedican su vida al noble oficio de enseñar guiados por tu ejemplo! Como mis queridos marianistas que forjaron, en buena medida, el amor que por ti siente este humilde pregonero de tu Pasión. 
Sigo mirando, Padre mío, tus tristes ojos clavándose en el cielo de la vieja plaza del Mercado y adivino que ya sabías que ese caluroso recibimiento del Domingo de Ramos era como aquellas semillas que caen entre las piedras y cuyos retoños acaban marchitándose…
No puedo ocultarte, Señor mío, que muchas veces nos olvidamos de ti y no regamos ni cuidamos las semillas de la fe.  Pero también hay muchos cofrades que sí se ocupan de tu jardín sembrando palabra y obras. Déjame que te hable, para aliviarte tus penas y en nombre de todos ellos, de un hermano de las Angustias que nunca te dijo que no y que andará cerquita de ti haciendo belenes en el cielo.

LETE
Con cada belén que hacía 
José Alfonso te anunciaba
y con ellos proclamaba
su amor por ti y por María.
Nada se le resistía
a sus portentosas manos,
que el bueno entre los cristianos
hace el bien con lo que puede 
y de corazón accede 
a ofrecer a sus hermanos
hasta con cabellos canos
el don que Dios le concede.

Porque hay muchos jerezanos
cofrades de Dios, modelos,
que cosechan ya en los cielos
trigos de dorados granos.
Y sintiéndolos cercanos
sabemos que, como a ellos,
Tú cuentas nuestros cabellos
y las rayas de la palma.
Y hoy disfrutan de tu calma
aquellos que sólo el bien
grabaron bien en su sien
y en el fondo de su alma.

Bien sin importar a quién,
sin obviar el sacrificio;
y hasta en el más nimio oficio
dando más de lo que den;
¡de un talento, diez no, cien!
¡Que eso es lo que Dios quiere!;
vivir como un miserere
esta pasión de la vida,
dando la mano tendida 
al que ayuda te pidiere.

Esa es la vida elegida
de un cofrade que te amaba,
que con sonrisa aceptaba 
la misión por Ti pedida.
Y hoy disfruta sin medida 
de tu celestial banquete 
bajo un dorado templete 
que te llevó el comensal;
¡Ese cristiano cabal 
que aquí llamábamos Lete!

Sí, padre mío, ya sé que aún no hemos comprendido la grandeza de aquel regalo que nos hiciste en forma de pan y vino. Que esa sangre que mana generosa por tu espalda y por todo tu cuerpo nos la regalaste en esa última cena mostrándonos el camino del cielo.  Esa Bondad y Misericordia que enseñaste mostraste a tus discípulos lavándoles los pies, no la entendieron aquella noche y muchas veces seguimos sin entenderla hoy.
Es hacerse pequeño para ser grande, como lo fue San Juan Dios, San Juan XXIII, o ese Juan Pecador al que hoy conocemos precisamente como “San Juan Grande”.   ¡Cuántas veces te referiste a la humildad en tus parábolas y cuánta humildad falta en este mundo nuestro!
Déjame que te diga que te vi vestido de blanco cerquita del sanatorio donde veneramos las reliquias del santo y me acordé del hermano Adrián y de todos esos hermanos que siguen lavando los pies y las heridas a tantos necesitados desde nuestras cofradías. Esos serán los primeros en tu Reino y no los que, equivocadamente,  buscan un lugar de privilegio en ellas.. ¡Y qué mayor privilegio que tenerte dentro de nosotros!
Sé que te alegra saber que cada vez hay más hermandades que viven ardientemente el Sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre y disfrutan del gozo de adorarte, como . Y tú sigusiguees ardiendo de gozo por cenar con nosotros cuando recorres, cada Lunes Santo, la vieja collación de San Marcos.

Cristo en aquellos momentos
sabiendo que ya partía
nos dejó su amor eterno
en forma de Eucaristía.
Antes de aquellos tormentos,
que en su Pasión sufriría
dándose por alimento
nos dejó en su testamento
la vida que no moría;
Que así ama a sus sarmientos
la vid que nos dio María.
Reviviendo esos momentos
por Rivero o Tornería
Él mismo ante doce asientos,
el copón que sostenía
lo mostró a los cuatro vientos
y elevó hasta el firmamento
la vida que contenía;
Nuestro pan de cada día
y un cáliz de vino lleno
la Sangre del Padre bueno
que en la cruz derramaría. 

En San Marcos, Lunes Santo
celebramos la alegría
del Dios que amándonos tanto
nos dio el cielo en adelanto
en forma de Eucaristía.

¡Se han ido casi todos, Padre mío! y vuelves a sentir esa soledad del huerto de los olivos. Esa soledad de tantos hermanos que, como a ti, abandonamos en nuestro mundo.  PorqueY, hoy, seguimos teniendo miedo de ese patíbulo de muerte y sacrificio que es la vida misma. 
Tú sabes, Señor, que la soledad es uno de los grandes males que nos afligen. Que en esta era de las comunicaciones prodigiosas y de los grandes adelantos,  vivimos más aislados  que nunca de ti y de los demás.
Viéndote bajo ese olivo por Santo Domingo, Señor, sé que sientes como propios el calor y el consuelo de esas personas que en nuestras hermandades encuentran refugio, comprensión y amor fraterno.  Ese amor que demandabas a los tuyos en la soledad del huerto y que nos demandas cada día en el huerto de la vida.  
Y no puedo ocultarte que, a pesar de nuestros fallos y equivocaciones, esa vocación de acogida, tan valorada en los equipos de Nuestra Señora, es especialmente hermosa en nuestras hermandades y hace que me sienta más cofrade.
Seguramente, Dios mío, esa sangre que sudas y lloras por la soledad del mundo, nos empuja a ser mejores personas y convertirnos por ti en los ángeles de tantas almas sedientas de tu amor. Y hoy me acuerdo de Manolo, ese hombre de alma grande que te rezaba bajo tu olivo en el convento de los padres dominicos.
Con Manolo, el del Huerto, y con todos esos hermanos que encuentran confortación en nuestras cofradías déjame que te alivie alguna de tus penas…  

MANOLITO EL DEL HUERTO
Era tu casa, Manolo;
la del Señor en el huerto,
que en su soledad despierto
no quiso dejarte solo.
Como un rojo gladiolo
testigo del sufrimiento
del que mira al firmamento
buscando ayuda del cielo,
fuiste su más fiel testigo,
fuiste su mejor amigo
fuiste su mayor consuelo.

Y ¿Sabes lo que te digo?
Que el que tiene el alma pura
es la feliznoble  criatura
que lleva al Señor consigo,
pues ni siente desabrigo
ni se siente abandonado,
que el Señor enamorado
rezando bajo ese olivo,
aunque lo lleventomen cautivo
no lo deja abandonado.

Manolo, tienes motivos
para reír de alegría;
reconfortas a María
y eres su angelito vivo.
Ese es el gozo afectivo
reflejado en tus hoyuelos,
pues colmas ya tus anhelos;
Entre olivos del buen Dios
juntitos rezáis los dos
en el huerto de los cielos.

¡Padre!  ¡Qué dura es la traición de uno de los tuyos! ¡Qué fácil es vender a los amigos por avaricia, por ira, por envidia, por soberbia, por ansias de poder!  ¿Cómo no vas a sentir penas, Dios mío, cuando ves las muchas veces que somos como Judas y traicionamos a nuestros hermanos?
Déjanos ser como ese hijo pródigo que vuelve a ti arrepentido y que Tú, lleno de clemencia, nos perdones y nos recibas en tus brazos paternales.




CLEMENCIA
Judas, ¿por qué hiciste eso?
Que quien te entregó su vida
llore hasta sangre vertida
por venderlo con un beso.
Por ti se lo llevan preso
como oveja al matadero.
Sacrificas al cordero
sabiendo que es inocente.
Por ese beso indecente
va a morir en un madero.

¿De verdad fue por dinero?
¿Por esas treinta monedas?
“Hazlo y que pronto suceda”
te dijo el Señor certero.
Y sin pensarlo primero
sin caridad, ni conciencia,
sabiendo de su inocencia
cometiste el vil delito.
¡Que el Señor de San Benito
tenga por ti más Clemencia!

¡Y aquella madrugada de fraguas morenas te dejaste prender por Santiago, Dios mío!  Las luces del Angostillo se reflejaban en tus pupilas llorosas al verte, Señor, prendido dejando a Pedro implorando al cielo bajo un olivo.  Como tantos jerezanos te rezan cuando sus saetas llueven sobre ti al verte llegar, Señor, a la plaza del Clavo.  Pidiendo desatar tus manos, quizás buscan romper las ataduras de la vida con las oraciones más hermosas del mundo que te cantan por Seguidillas tantas gargantas morenas. Tu rostro se prenda de ellas y Tú nos dejas prendidos de amor de Dios, como prendido quedó de ti aquel humilde vendedor de almendras aquella tarde de Miércoles Santo….

ALMENDRAS
Ayer tarde no lo vi
cuando pasé por Algarve,
el de la camisa blanca,
el de blancos delantales.
No sé cómo se llamaba
y ya no puedo acordarme
pero lo que nunca olvido
es el arte indiscutido
de sus almendras geniales.

Era un gitano cabal
del barrio de Santiago,
donde vive el Dulce Nombre,
donde vive la Piedad,
donde vive el Desamparo
y un señor de hermosas manos
que prenden por predicar
el amor y la verdad
entre tantos jerezanos.

Él se ayudaba en la vida
vendiendo en Semana Santa
cartuchos de almendras fritas
y dulces garrapiñadas.
Cuando el cielo se doraba,
el gitano aparecía
repartiendo esa ambrosía
que a Jerez le regalaba.preparaba.

Miércoles, mientras pasaba
ese Señor que prendían
su mirada se perdía	
y sus ojos se empañaban.
Y es que el Señor lo miró
y, sin pronunciar palabra,
tan sólo con su mirada
al gitano le pidió,
para aliviar su dolor, 
sus ricas garrapiñadas.

Y el jueves ya no lo vi,
ni el viernes pude ya verlo.
Y el buen hombre no volvió
ni jamás apareció
ni su carro, ni su cesto.

Miércoles, ya madrugada,
miércoles de luna llena
volviendo a su calle Nueva
el gitano se apagaba.
Y a otra vida despertaba;
vida nueva, vida eterna.
Que el Señor lo reclamó
y al cielo se lo llevó
con su carrito de almendras.

Y en ese puesto del cielo
donde el sol ya no se pone
Dios le enciende sus fogones
con estrellas y luceros
Y entre humo y luminarias
atiende colas diarias
donde compra Terremoto
la Paquera,  Manuel Soto
y también la Piriñaca.
Y Lola flores le encarga
a gitanitos palmeros
y a gloriosos saeteros,
todos con camisas blancas,
que repartan sus cartuchos
por esas miles de estancias,
que Jesús nos prometió
para estar junto a María
a tantas y a tantas almas.
¿Sabéis quien va tó ló día?
Sí, Señor, estáis certeros,
¡Mas dejadme que os lo diga!
El que prendido imploraba
esas almendras que ansiaba
para aliviar su agonía.
Que mientras se las pedíaQue cuando se las pedía
la Gloria le procuraba
señalandoseñalando al firmamento.
Y ese firme juramento
por ser Dios el que lo hiciera,
es lo que al bueno le espera;
Verlo ya en todo momento.
QueY hoy libre de sus tormentos,
extendiendo bien sus manos,
pide almendras al gitano
el Señor del Prendimiento.

¡Cuánto arrojo tuviste,  Padre mío, expulsando a esos mercaderes de la casa de tu Padre! Tú también buscas en nosotros ese celo por ti que nos haga ser valientes y decididos en proclamar tu Palabra y en hacer de nuestras hermandades lugares de oración y de honor a ti.
El mismo Pedro, que tanto te amaba, flaqueó en aquella madrugada, como nosotros tantas veces en nuestras hermandades. Y no sólo por cobardía como el sollozante Pedro, sino también por ambiciones materiales o conveniencias sociales.
Repítenos, Dios mío,  esas palabras tuyas diciéndonos; ¡No tengáis miedo!  y que seamos capaces de expulsar de nuestras vidas todo aquello que nos aparte de ti.

PASION
Ya sales del Sanedrín
con la condena pactada,
con tu cara amoratada
y regueros de carmín.
Que esos hijos de Caín,
cegados por el pecado,
a su Dios han golpeado
y no lo han reconocido
y ya te llevan prendido
con el rostro ensangrentado.

Vienes del Jerez lejano
que, cofrade, despereza.
Donde un barrio entero reza
a un cautivo jerezano.
DispersadosAsustados tus hermanos,
ves a Pedro cómo miente.
Más Tú sabes lo que siente;
Que amándote con locura
lLlora triste la amargura
del cobarde que consiente.

Ante Anás, Señor de la Redención, te llevan los hijos de San Juan Bosco, ese sacerdote de I Becchi que fue uno de los grandes entre tus santos. En nuestra ciudad, los queridos salesianos han formado a miles de jerezanos en valores cristianos y en oficios que han forjado sus vidas y de la de muchos otros, bajo la atenta mirada de María Auxiliadora, madre de la Iglesia y Madre nuestra.  
Y aunque muchos piensan que el poder es el dinero, la fama o el prestigio, una joven hermandad que llega desde los confines jerezanos nos recuerda que la mansedumbre es la virtud donde se fundamenta tu Soberano Poder y donde deben basarse los valores cristianos ante los Caifases de nuestros días.e fundamentarse el verdadero poder de un cristiano ante los Caifás de nuestros días… 


SOBERANO PODER
Poderosos desalmados,
hipócritas fariseos,
engreídos seduceos
o doctores endiosados.
Los sepulcros blanqueados
que tú llamaste de veras
enfrentándote a esas fieras
¡Oh manso cordero santo!.
¿Por qué nos quisiste tanto
para que en la cruz murieras?

Señor, que si tú quisieras, 
ni con cadenas de acero,
ese Caifás altanero
amarrado te tuviera.
Más quiso Dios que sufrieras
sin quererte defender.
Mostrando cómo vencer
a los poderes mundanos
te dejaste atar las manos
por Soberano Poder.


SOBERANO PODER
Nos creemos poderosos
humillando al desvalido.
Condenando al perseguido, 
nos sentimos más dichosos.
Y aun quemando los rastrojos
de los que sufren de veras
contemplamos como fieras
su sufrimiento y su llanto.
¿Por qué nos quisiste tanto
para que en la cruz murieras?

Señor, que si Tú quisieras, 
ni con cadenas de acero,
Caifás tan altanero
amarrado te tuviera.
Más quiso Dios que bebieras
del cáliz de padecer.
Y dejándote prender 
por amor a tus hermanos
te dejaste atar las manos
por  Soberano Poder.
te abofeteaban, te insultaban, te despreciaban…
¡Cuántas penas sufrirías ante aquel vergonzante desprecio de Herodes! ¡Cuántas penas sufres, Señor, cuando hoyhoy cada vez que te seguimos despreciando cada vez que despreciamos  y lo hacemos ca algunos de nuestros hermanos!
Déjame que te diga que ese blanco con el que se viste el Señor del Consuelo y que lleva el manto de tu hermosa Madre de las Misericordias, es también el color del hábito mercedario, esos hijos de San Pedro Nolasco que ofrecían su propia libertad para dársela a los demás. Hoy se siguen ofreciendo y seguimos necesitando de ellos porque son muchas las cárceles sin barrotes que nos encierran en nuestras miserias y muchas las prisiones sin cerrojos que coartan nuestra libertad. Líbranos, Señor, por la Merced y la Misericordia de tu madre, de las drogas, de la explotación sexual, de la manipulación de conciencias, de abusos y discriminaciones, de sometimiento a la cultura del despilfarro, de la indiferencia y de un mundo sin ti. Líbranos, Señor, de todas las prisiones de nuestros días y danos el consuelo de tu libertad.


DESPRECIO DE HERODES
¡Ay Herodes, vengador!
¿Cómo conoces tan poco
y además tomas por loco
a tu rey y a tu Señor?
¿Es que te quema el rencor
hacia aquel niño pequeño
que quebró a tu padre el sueño
de ser Rey de los Judíos?
¿No sientes escalofríos
cuando le frunces el ceño?

¿Qué clase de desvaríos,
Herodes, cruzan tu mente
cuando así, tan torpemente,
desprecias con tantos bríos
y pones blancos vestíos
al Dios que te lo consiente?
¡Qué uso más indecente
de ese blanco de pureza,
que otro Herodes a la fuerza
tiñó de sangre inocente!

Con qué miseria y bajeza
lo desdeñas con tus manos
y con tus labios profanos
insultas su realeza.
¡Bajo el blanco terciopelo
contempla bien la grandeza
del Rey del mundo y del cielo!
¡Que ante su Madre y Patrona
quien por Merced te perdona
es el Señor del Consuelo!



Me deja sin palabras contemplar tu espalda bañada en Sangre por las calles de San Mateo. Esa espalda que te abrieron a golpe de flagelo por la calle Medina mientras tu madre lloraba desconsolada su amargura.  ¡Cuánto dolor y sufrimiento sentiría esa celeste azucena de los Descalzos contemplando tu martirio! 
¿Cómo no iba a entender María el sufrimiento de una madre que lloraba la anunciada muerte de un hijo en la calle Naranjas? ¿Cómo no va a entender nuestra Madre del Cielo los sufrimientos de todos sus hijos en este valle de lágrimas? Nadie como María de la Amargura puede entender los latigazos que recibimos en esta vida…

AMARGURA
Dicen que un niño sanó
cuando al pasar por Naranjas
blancas y celestes franjas
en el cielo Dios pintó.
Y es que una Virgen oyó
de una madre los lamentos
y llantos de sufrimientos
por el hijo que moría
y nadie como María
comprendía sus tormentos.

Y enfié calle Medina
y vi, madre, tu azulejo
y tu celeste reflejo
se me grabó en la retina.
Habló el alma peregrina
y ella decidió mi suerte
y entré, madre, para verte
y al mirarte, madre mía,
pude entender tu agonía
más dura que la misma muerte.

Pude, madre, comprenderte,
viéndote llorar tus males
que hasta tus doce varales,
tratando de socorrerte,
lloraban también al verte
presenciar la  cuarentena.
Y aunque el dolor te cercena
al contemplar tu pureza,
yo me rindo a tu belleza
y a ti, celeste azucena.

Que pena como tu pena
¿Hay acaso pena alguna?no imagino pena alguna;
Al que arrullaste en la cuna
verlo atado con cadenas
cargandopenando  culpas ajenas
de este mundo sin cordura.
Y  al presenciar  la tortura
de esoslos viles latigazos
y no tenerlo en tus brazos
¡Eso sí que es Amargura!

¡Cuántos buenos pregoneros de la Pasión de Jerez, Padre mío,  son hijos de esa hermandad de blanco y azul de la calle Medina! ¡Apóstoles jerezanos de la Palabra que han glosado tu Pasión bajo la atenta mirada del Señor Flagelado!
Y cuántos pintores, imagineros, orfebres, vestidores, floristas, bordadores, músicos y artistas de esta ciudad han plasmado con sus con sus pinceles, con sus gubias, con su alma o  o con sólo con sus manos,  tu bondad y tu grandeza, gracias a tu susurro interior que inspiraba su creación.   Y es que creo, Dios mío, que tras la obra de un artista que te busca y que te reza,  estás Tú para que, a través de ella,  como Santo Tomás, todos los demás veamos y creamos. en Ti.
Cuánta belleza salen de las manos de esos artistas en forma de tallas, varales, bordados, túnicas, mantos, coronas…
Coronas, Padre mío, bien distintas a la que en realidad te ponemos con las espinas de nuestras infidelidades. Porque hoy te seguimos coronando con nuestras envidias, con nuestros odios, con nuestra pereza, con nuestra lujuria, con nuestras indiferencias….
Pero al verte por la Albarizuela cada Domingo de Ramos, Jerez se da cuenta de cuánto te humillaste por nosotros, Tú Señor del cielo y de la tierra. 
Enséñanos, Señor, que al Verte por la calle Bizcocheros, aprendamos a humillarnos como tú y tornemos tus espinas de aflicción en perlas de paz otra hecha co que alivien los sufrimientos de este mundo.


CORONACIÓN	
¿Por qué dejas que te humillen
y te coronen de espinas?
¿Por qué no les recriminas 
que te insulten y te chillen?
¡Pídeles que se arrodillen!
¡Diles Tú, Señor, quién eres!
Dime Tú por qué prefieres
que se diviertan contigo.
¿Por qué quieres más castigos
y con espinas te hieres?

¿Por qué aguantas sus desdenes
y que con zarzas te dañen?
¿Que con tu sangre te bañen 
esas tus benditas sienes?
Mas Tú, Señor, no te apenes;
Que esa corona que llevas
una nueva casa eleva 
de nuestras pobres ruinas, 
pues con ella nos conminas
a hacernos personas nuevas.
	
Porque al ver esas espinas.
Ver ese  cetro de caña.
Que un romano con vil saña
sangre tus sienes divinas,
la Albarizuela adivina
por la calle Bizcocheros
que esos benditos regueros
de sangre, paz y aflicción
son de la coronación
¡Que dice a Jerez “Te quiero”!

Es eso lo tú que querías, ¿verdad? Sufrir hasta el extremo, exprimir cada gota de tu sangre antes de entregar tu espíritu. Presentarte en esa plaza de la Asunción como un despojo humano, como un templo derruido del que no quedara piedra sobre piedra.  
¡Los gritos de los que te amaban, perdidos entre los de aquella muchedumbre envenenada, eran en vano! ¡Y muchos de nosotros, en nuestras vidas, en nuestras cofradías, hacemos de nuestros hermanos y amigos verdaderos ecce-homos de la vida cuando caemos en el   ultraje, en la polémica, en la crítica despiadada…   Para tu madre, verte así, vernos así, es una puñalada en el corazón que le inflige el Mayor dolor…


MAYOR DOLOR
¿Quién entiende madre mía
ese corazón deshecho?
Tienes clavado en el pecho
el puñal de la agonía.
¡Qué amargo, Madre, ese día!
Segura de su inocencia
verlo salir de la audiencia
de esa manera ultrajado
y ese pueblo exacerbado
negándole la clemencia.

Con su cuerpo desgarrado
por los flagelos de plomo
gritó Pilato “Ecce-Homo”
al pueblo enfervorizado.
Por la turba acobardado
no fue justo el juzgador;
Pudo salvar al Señor
pero su intento fue en vano.
¡Y lavándose las manos
te asestó el Mayor Dolor!

Ese dolor tan enorme que le rompió a tu madre el corazón, Padre mío,  sigue desgarrándoselo cada día por tantos seres humanos que sufren los dolores de la vida. Ese dolor que sufre el ser humano, como tú, varón de dolores,, lo vi también reflejado en el rostro de Fernando, aquel fiel y devoto encendedor de candelerías que padecía una enfermedad incurable y que, sentado con un bastón entre sus manos, sollozaba desconsolado una tarde de Martes Santo ante el paso de María Santísima del Desconsuelo.

FERNANDO
Él se llamaba Fernando,
de aceituna piel morena.
Alba cual blanca patena
que el gitano va estrenando.
Va orgulloso, disfrutando
ante las candelerías
y rezando Avemarías
exultante de contento
por ganarle el pulso al viento
y verla entera “encendía”

Seguro que habrá rezado
por cada vela prendida,
quizás por causas perdidas
o favores alcanzados.
Saca el pabilo enrollado
como serpiente en la caña
y con destreza y con maña
Fernando templa y congela
en el centro de la vela
encendiendo sus entrañas.

Mira a la Virgen tranquilo
orgulloso de su hazaña
por lo bien que se la apaña
con la caña y el pabilo.
No hay nadie con más estilo
ni más destreza en sus manos.
Con oficio más pagano
por hacerlo por dinero.
Con oficio más sincero
cuando se es buen cristiano.

Y es que lo vi un Martes Santo
sentado ante el Desconsuelo
con sus manos y suel pañuelo
conteniéndose su llanto.
Que lloraba un gran quebranto
y sollozando decía:
“No puedo ir Madre mía
a encenderte hoy tu paso
ni al del Dolor, ni al Traspaso
para el resto de mis días”

Que una pierna me han cortado
por mi larga enfermedad
 y te juro de verdad
que,  al ver tu paso apagado,
y yo, madre, viéndome  yo aquí sentado,
sin poderme levantar,
me entran ganas de llorar
como Tú, mis desconsuelos.
¿Comprendes ya mis desvelos
por no encenderte tu altar?”

Meses más tarde no estaba;

Se fue con su caña que se fue a buscar al padre
para encenderle a su madre
el cielo que tanto ansiaba.
Y una voz le susurraba
mientras se estaba marchando:
“PorqueSé me estabas amando
con cada vela prendida,encendida
y hoy te enciendo yo la vida
que no se apaga, Fernando”.


A Fernando lo mantenía vivo la esperanza, aun sabiendo que su enfermedad no tenía cura.  No podemos vivir sin esperanza, Padre mío. Esa esperanza de María llena de Gracia cuando sabía que Judas te iba a vender con un miserable beso cerquita de San Benito, la que  la conservaba intacta coronada de grandeza por Sol, aun sabiendo que Pilato te condenaría a muerte, la que siguió confiando en ti vislumbrando ya tus cinco llagas por la plaza Esteve, la que seguía llena de Gracia cuando una lanza te atravesó el costado por Carpintería, la que nunca perdió su fe en Dios aun sabiendo que ya estabas muerto sin defensión alguna por la calle Sevilla.
Es la falta de esperanza, Señor mío, la que lleva a tantas madres a abortar a sus hijos, a tantos desahuciados del mundo a acabar con sus vidas y a tantos jóvenes a no ver futuro más allá de las drogas en un mundo alejado de ti.
Es la esperanza la que mantiene vivos a los enfermos incurables y concede a sus familiares el bálsamo que alivie su sufrimiento en silencio. Es la esperanza la que insufla ánimo y luz a los que buscan trabajo y cobijo, comprensión y escucha, amor y consuelo. 
La esperanza que nunca perdió María y a la que tantos y tantos se aferran para no perder la suya.
La esperanza de la Esperanza de la Yedra que no la perdió jamás, ni siquiera cuando tu sentencia a muerte ya  sobrevolaba la Plazuela.

YEDRA
Verde como los hinojos
es el manto de mi madre
Mira al hijo, mira al padre
y entre los claveles rojos
mira al Señor a los ojos
segura de su inocencia.	 
Y aunque le pide clemencia
sabe lo que Dios quería;
por eso llora María
antes de oír la sentencia.

La noche es oscura y fría
camino de la Plazuela
y la muerte sobrevuela
entre la noche y el día.
La Esperanza de María,
como ella, inmaculada,
confía en que la alborada
le devuelva la alegría
y mirando a Dios confía
en su hijo esperanzada.

Pero ya por la Empedrada
suenan tambores de muerte,
que ya está echada la suerte, 
la sentencia está dictada.
¡Qué larga la madrugada!
¡Qué dura la larga espera!
¡Si Pilato lo absolviera!
¡Si fuera fiel la balanza,
ese justo viviría…!
¡Pero Dios no lo quería
y lo sabe la Esperanza!

¡La cruz, Señor, tu cruz, nuestra cruz! Ese patíbulo de tormento y de muerte que los romanos destinaban a los criminales más abyectos y que ahora miras y aceptas desde tu peña sabiendo que no es la tuya, sino todas las nuestras.
Esa cruz que tantos llevamos colgada en el pecho, que colocamos en algún lugar de la casa, en nuestro centro de trabajo, en casapuertas y esquinas, en torres y hornacinas, en hospitales y camposantos. ¡Que preside este pregón!
Esa cruz que muchos quieren eliminar a toda costa, por razones espurias o interesados prejuicios,  porque es el símbolo de libertad, de verdad, de salvación. sin entender siquiera que el amor estuvo clavado en ella.
Esa cruz de nuestras enfermedades, desconsuelos y desamparos, soledades y lágrimas, aflicciones y amarguras, dolores y angustias.
Esa cruz también de nuestras esperanzas, de socorro y auxilio, de amparo y de paz.
EY esa cruz de piedad y misericordia hacia los que menos tienen, de refugio para los perseguidos,  de confortación y consuelo para los que sufren y de amor y sacrificio para el prójimo que necesita de tu amor.
Esa cruz que este año nos recordará desde Santiago que en ella esperan tantas y tantas almas cuando el Sábado Santo se duerma y despierten contigo el Domingo de Resurrección.
Esa cruz que te entregaron en la Constancia y que abrazaste en Federico Mayo. 
En la iglesia sin espadaña junto a la plaza de toros, la Constancia y barriada de España se viste, como los toreros, de grana y oro. Y es que, Dios mío, como ellos buscando la Paz de su alma antes de enfrentarse a la muerte o como esos bomberos que se juegan la vida ayudando a los demás, todos buscamos el Refugio de tu madre ante los peligros y los fuegos del mundo que nos rodea.
Y al abrazar la cruz sentimos paz y buscamos la salud del alma y del cuerpo viendo como Tú abrazas todas las nuestras haciendo tuyas las suyas en esas barriadas que más te necesitan. 
Y así lo viví, Señor, cuando vi tu imponente cruz erguida calmando la sed de los que más sed tienen de ti. Abrazando la cruz en aquel parque donde Jerez se expande y dos jóvenes hermandades expanden tu fe.
Y es que, Dios mío, ver al Señor de la Salud de San Rafael y a su madre de las Aguas, calmar tu sed misionera clavado entre ellos en aquella soleada mañana de enero, me llenó el alma de alegría y me hizo darme cuenta de cuánto bien hacen nuestras cofradías al proclamar tu palabra, especialmente en aquellos lugares donde no existían hermandades.
Como esa cruz, que es el único  camino de salvación,  y que cargas desde esa barriada tan cerquita del hospital, donde tantas cruces se llevan cada día. 
Esa cruz desgranada en el Sermón de la Montaña, Sermón, Padre mío, que todos conocemos con el nombre que lleva la preciosa Virgen que el jerezano Manuel Alejandro Olivera tallara para   hermandad de las Torres;  “Bienaventuranzas”.
Otro jerezano del mismo nombre, Manuel Alejandro, insigne compositor e hijo de unos de los más grandes, D. Germán Álvarez Beigbeder, tenía un hermano que era la viva imagen y ejemplo del sufrimiento y de cómo afrontar la cruz de cada día. Una enfermedad degenerativa incurable fue postrándolo en la cama desde que era muy joven.
 De una fe inquebrantable, desde su lecho de dolor dirigía un programa de Semana Santa para Radio Popular, programa que era especialmente querido por los jerezanos.
¿Te acuerdas, padre mío, cuando lo mirabas cara a cara al pasar por su balcón cada Martes Santo?
Y cada Miércoles Santo, mi madre se acordaba de él y le preguntaba ¿Cómo estás Luis? y él le respondía sonriente; con la túnica del Prendimiento planchadita para salir esta tarde….
Su santa Marta, su Verónica; su hermana Angelita,  nunca dejó de limpiarle el rostro y de curarle las heridas hasta que tú te lo llevaste a la peña eterna y al olivo de los cielos.  Y hoy me acuerdo especialmente de su cruz, de su balcón, de su vida de sufrimiento y de su rostro de paz cuando pasaba de niño por la calle Merced…..
Mi padre, padre mío, cuando dirigía la hermandad del Desconsuelo, aun deseoso de volver a pasar por la Calle Justicia, siguió haciéndolo por Merced y en una ocasión me dijo:
“Mientras viva Luis, no voy a privarlo de ese instante  de felicidad al sentir el paso de la Virgen del Desconsuelo y del Señor de las Penas por su balcón”. Y así lo hizo hasta que Luis pasó a verlos is ya los ve junto al Prendimiento desde un balcón en el cielo.


 LUIS
En ese balcón sereno
que se asoma al Angostillo
con el alma de un chiquillo
vive el cristiano más bueno.	
Hoy que su Señor moreno
sale por Jerez prendido
su pobre cuerpo tullido
y postrado de dolor
se lo ofrece a su Señor
cuando escucha que ha salido.

Llega sublime el olor
del incienso a su ventana
y sueña desde la cama
con tocar el llamador
y  decirle a un cargador
“vuelen sus sienes divinas”
Y en su cama se imagina
en su túnica de nata
y el capirote escarlata
de su infancia peregrina.

Su enfermedad lo delata
pero sonríe a raudales
porque ni penas ni males
una fe tan fuerte mata.
Y cuando de fe se trata
y en nuestro Dios se confía,
la noche vuelve a ser día
y los cardos,   azucenas,
y los dolores y penas
se tornan en alegría.

Mira el azul de sus venas
entre la blanca mortaja.
Su pena lo resquebraja,
mas sufre por las ajenas,
por tantas personas buenas
que llevan también su cruz.
Y en su balcón, al trasluz 
se imagina al Prendimiento
libre ya de su tormento
viendo su rostro de luz.

Si al menos por un momento
pudiera verlo en la calle…
su dolor en este Valle
de llanto y de sufrimiento
sería como el aliento
de una fuente de agua viva.
Y Angelita lo adivina
y aunque la cama no cabe
hace lo que Dios ya sabe
y hasta el balcón se lo lleva.
¡Qué ni el olivo se mueva!
¡Qué la historia bien lo grabe!

¡Suspire la calle Nueva
bajo el campanario gris!
¡Que ha aparecido Luis
y sobre el Angostillo nieva!
Porque un silencio se eleva
y congela las miradas
de las almas extasiadas
al verlo allá en el balcón.
¡Qué la banda pare el son
de sus cornetas doradas!

Tendido sobre el colchón,
recuperando el aliento
su mirada de contento
estalla de la emoción.
Porque su gran devoción
llenándolo de consuelo
rompe silencios de hielo
que lo hacen sonreír,
pues ya sabe qué es vivir
lo que le espera en cielo!

Que ya se puede morir
viendo la gloria que espera
donde siempre es primavera,
donde no cabe sufrir.
Que su razón de existir
se explica en este momento;
que el Señor del firmamento
escuchando su oración
le ha traído hasta el balcón
a Jesús del Prendimiento.

Es precisamente, padre mío, viéndote cargar la cruz como mejor reconocemos nuestro propio dolor. Me acerqué de madrugada, Señor, a verte subir una empinada cuesta desde la Baja Picadueñas y no pude disimular el espanto de ver tu espalda escarlata llevando el inmenso madero, aplastada por el peso de esa Misión suicida que te llevaba al Calvario.  A esa misión en la que te ayuda el padre Juan Carlos,  ese noble misionero mercedario al que apalearon unos desalmados que no te conocen.  Y es que, Padre mío, también debemos ser misioneros en esta tierra y llevar ese amor reflejado en tu espalda a tantas personas que aún no saben de tu bondad infinita. Como ese carpintero de nombre Andrés,  de eterna sonrisa y alma mercedaria enamorada de dos Vírgenes morenas y que tanto te amó desde las hermandades trabajando la madera de la cruz de cada día.
Como tú, Señor, nos enseñas a llevar esa cruz;  casi acariciándola cuando sales de San Francisco cada madrugada. Como la acariciaba ese pedazo de pan que se llamaba Manuel Guerrero que con tanta discreción y humildad vestía con su discreción y humildad vistiendo la blanca túnica de su hermandad.. 
Y la noche se duerme embriagada de tus cinco llagas, esas que el santo de Asís sufriera en sus carnes y que nos recuerdan que los dolores de la vida se pueden y se deben llevar con la dulzura y la paz con la que tú cargas esa cruz…



CINCO LLAGAS
No parece que te pese
la cruz que llevas Dios mío
y, al verte con tanto brío,
déjame que te confiese
que tu cuerpo no ue tu cuerpo no sintiese
un madero tan pesado.
¡Qué rostro tan sosegado!
¡Qué dulzura en tu mirada!
¡Qué paz en la madrugada!
¡Qué amor más desarbolado!

Te vi con la cruz cargado,
y yo me quedé prendido
al verte tan decidido
para ser crucificado.
¡QueY habiéndote así entregado
por nuestras culpas aciagas
sólo con amor nos pagas
dejándonos lastus heridas.
que salvaron nuestras vidas¡Que salvaste nuestras vidas
porcon tus santas cinco  Llagas!

Nos dejaste tus cinco llagas, Padre mío, y tu Amparo y tu Consuelo; ese amparo y consuelo que tantas ancianas y necesitados encuentran en la casa de las Hermanitas de la Cruz. Y una hermandad de Amparo y Consuelo se llena de ellas, de su amor, de su fe, de su vida y  de su ejemplo.
Cada mañana, en esa capilla donde, con tanto celo, las hermanitas cuidan de sus imágenes, repito las palabras de Pedro en el monte de la Transfiguración;  ¡Señor, qué bien se está aquí!
Y este año, Padre mío, tenemos la dicha de celebrar que nuestras Hermanitas de la Cruz llevan setenta y cinco años entre nosotros haciendo el bien y amando al prójimo como tú quieres.

LAS HERMANAS DE LA CRUZ
Nuestra cruz de cada día
hay que saber cómo amarla,
hay que aprender a llevarla
como la llevó María.
Sentir la misma alegría
que sienten las hermanitas;
Esas mujeres benditas
que de la cruz son hermanas,
esas bellezas humanas
hijas de Madre Angelita.

Y es que todas las mañanas
para sosegar mi alma
en la su capilla, en la calma,
rezando entre las ancianas,
siento que tengo cercanas
las fuentes de lo que anhelo.
Ellas rezando en el suelo
después de una noche en vela
cuidando a una humilde abuela,
¡Y yo me siento en el cielo!

Pues Dios mismo me desvela,
viendo sus rostros de paz,
que sólo el amor veraz
que hace que el prójimo duela
es lo que el señor anhela
que sintamos los cristianos.
Que seamos como hermanos
y regalemos la luz 
que esas hijas de la Cruz
le dan a los jerezanos.

Y es que Tú mismo, Jesús mío, que lloras de pena en esa dura peña, le dijiste a las mujeres que no lloraran por ti cuando ibas camino del Calvario. Cada lunes Santo una verónica de la Plata te sigue enjugando el rostro Lealas arriba, donde Jerez casi acababa cuando yo era niño.  Y no hay mejor Verónica para ti que el ser humano que enjuga el rostro de nuestro prójimo. Es la misericordia por los que sufren, Señor, el paño que en verdad te consuela y  alivia el peso de tu cruz. 
PLATA
Mujer, no lloréis por Mí, 
Verónica de la Plata,
que la pena que me mata
es veros sufrir así.
Dad el amor que os di
y llorad por vuestros hijos.
Yo al Calvario me dirijo
donde la  muerte me espera,
mas te agradezco de veras
que me limpies el sudor
que nunca olvida el Señor
misericordias sinceras.

Porque el verdadero amor
es la razón trinitaria
que hizo a la Candelaria
la madre del Redentor.
Sólo te pido un favor;
lava el rostro al pordiosero,
al hambriento,  al misionero
A aquel que quiera encontrarme.
Si el rostro quieres limpiarme,
¡ese es el paño que quiero!

No tengas Penas, Dios mío, que muchos hermanos míos se entregan por los demás en esta tierra nuestra siguiendo tu ejemplo. 
Una hermandad del Jerez más lejano, lleva ese precioso nombre de la Entrega. Y es que la entrega no puede faltar en la vida de un cristiano. Y podemos sentirnos orgullosos de la larga lista de cofrades que se han entregado y se entregan por ti cada día de su vida.
Como ese maestro que empezó en Guadalcacín forjando hombres del futuro y, siempre con la protección de su madre del Desconsuelo, no descansó hasta ver abiertas de nuevo las puertas de su querido templo de San Mateo. 
O como ese peluquero de obispos y de miles de jerezanos que, siguiendo el ejemplo de su Jesús Nazareno, busca incansablemente dinero con sus libros para el pan de los pobres.
O como ese locutor de radio infatigable, que siempre bajo el amparo de su Virgen de las Angustias y de sus hermanas de la Cruz sigue ayudando con su voz a pasar por tantas cañadas oscuras de la vida. 
Y la de tantos y tantos cofrades que, a pesar de su edad, siguen entregándose por ti y por los demás hasta su último aliento. 
Y, aunque el peso de la cruz nos haga caer al suelo y besemos el polvo del camino, es tu ejemplo el que nos da fuerzas para seguir adelante y encontrar en tu rostro sufriente las fuerzas para levantarnos, como Tú, subiendo el Barranco hasta San Lucas.
Es quizás por ello, Dios mío, la razón por la que miles de jerezanos te siguen y te acompañan cada Miércoles Santo en tus Tres Caídas buscando fuerza y consuelo para las suyas propias.
Hoy, padre mío, mirando la imagen del Señor caído, viene a mi memoria un cofrade de esa hermandad que acompañaba tu caminar con la cámara en sus manos. Son muchos los jerezanos que con ese prodigioso artilugio han plasmado tu rostro a lo largo de años de esta hermosa Semana Santa jerezana y seguro que caminan por allá arriba buscando atardeceres eternos;  Eduardo Pereiras, Fernando Morales, Diego Romero Fabiere…. 
Diego, ya anciano de cabellos canos, siguió infatigable buscando y retratando cada momento de tu Pasión. Y es que el pregonero gráfico de nuestra Semana Santa plasmaba tu profundo amor por nosotros en cada una de sus fotografías…

DIEGO ROMERO FABIERE
Los profetas lo anunciaron
y en la Torá lo escribieron.
Los evangelistas fueron
quienes después lo contaron
pues con sus plumas plasmaron
el mensaje de los cielos,
recogieron los desvelos
del amor desmesurado
de ese Dios enamorado
que colmó nuestros anhelos.

Y habiéndote Tú entregado
en este Jerez que amas
el amor que nos derramas
quedó por siempre filmado
por aquel tan recordado
y que tanto te quería.
Ese que bien escribía
tu Pasión con ese arte
de saber, Señor, amarte
con una fotografía.

La magia de pregonarte
con esos bellos carteles,
de la fe puros pinceles
y de Jerez baluarte.
El que sabía rezarte
la oración de los cristianos
con la cámara en sus manos
y fotos de hermoso ruego.
De tu viña fiel labriego
ya anciano de pelos canos.

Viendo la fe con que Diego
disparaba su objetivo,
la luna, bajo un olivo,
colaborando en su juego,
se dormía con sosiego
sobre la copa de vino.
Un sortilegio divino
que el Señor le consentía
pues su foto contenía
el amor más genuino.

Y hoy que está junto a María
haciendo fotos del cielo,
a Jerez entero apelo
viendo su banca vacía
ante el Señor que caía
y que con Dolores muere.
Que en el cielo Dios requiere,
que sean su pregonero
las fotos de un tal Romero
¡Diego Romero Fabiere!

Eres tú, Jesús Nazareno, el que exhausto llega al Calvario tirado por los Marquillos de la vida.  Y es que somos todos los que en realidad te jalamos de esa soga de cáñamo para que lleves tu cruz de carey hasta el Gólgota.
Esa soga ardiente de la vida que nos traspasa el alma por el dolor y que todo Jerez siente cuando te ve aparecer por la Alameda de Cristina cada Madrugada.
Eres Tú, padre mío, del quien Jerez se prenda al verte llegar con esa carita de pena y dulzura a la vez. 
Estar en tu casa es sentirse como en la nuestra porque las puertas de San Juan Letrán siempre están abiertas de par en par para tantos y tantos jerezanos y para tantas almas sencillas que buscan el cobijo y el amor que un día sembró en aquel lugar Juan Pecador.
JESÚS NAZARENO
Filas de luces, rosario
de faroles encendidos
van con Jesús amarrido
por un ser estrafalario.
Caminito del Calvario
cada golpe de martillo
regocija a un tal Marquillo
que jala del nazareno
¿Qué ha hecho, padre, ese hombre bueno?
Pregunta, absorto, un chiquillo…
Un chiquillo…
¡Un chiquillo!  Ojalá, Dios mío, todos tuviéramos el alma de un chiquillo. Como la de ese niño que, inocente, sostiene tu túnica y te mira sin entender el mal que te hacen bajo las palmeras del Mercado. Como la de esos niños que tú pedías que dejaran acercarse a ti o como la de aquel buen hombre que se creía guardia en este mundo y hoy ya es guardia del cielo.  Porque Tú, Señor, siempre estás cerca de los incomprendidos y de los desheredados de la tierra y  hasta cerca de esos judíos que, dándote la espalda, preparan tu cruz…
Como cofrade, Señor, siento un pellizco en el alma cuando veo a seres tiernos y de alma blanca y limpia que se llenan de tu amor en nuestras hermandades.  ¡Tú sigues pidiendo que esas almas de niño se acerquen a ti para que te hagan sonreír a pesar de tus penas!
Hoy miro al cielo y suspiro, recordando a Emilio, cerquita de su Jesús Nazareno y a tantos buenos cofrades que nos enseñaron que,  para llegar a ti, no hace falta ser listo, ni rico, ni poderoso; sólo hay que tener el alma blanca  y limpia como la de un niño.

EMILIO EL GUARDIA
Siempre en San Juan de Letrán
cerquita de su Señor,
donde ese Juan Pecador
curaba a pobres sin pan.
Siempre lo recordarán 
por su alma blanca y pura,
y esos ojos de ternura
que al Señor agradan tanto.
Hoy ya goza del encanto 
de la vida que perdura.

Al alba de un Viernes Santo
nubes se arremolinaban
y en el cielo dibujaban
bordados de flor de acanto.
Encajes de blanco llanto
y de sublime ternura
plasmaron una pintura
de mensajes celestiales
y dos blancos manantiales
fueron tomando su hechura.

En esos juegos florales,
de los ángeles del cielo,
blancas como su pañuelo
vi las manos virginales
de un guardia haciendo señales
que despejaba el terreno.
Con chaqueta azul de estreno
y tan sólo con sus manos
gritaba a los jerezanos
¡Paso a Jesús Nazareno!

Que entre todos los cristianos,
Dios quiere las almas puras
y aunque rocen la locura,
si es de amor por sus hermanos,
cuando se mueran sus granos
florecerán en la gloria.
Que hoy Jerez se vanagloria
que del cielo en nuestro auxilio
vengan los guantes de Emilio
¡El Guardia para la Historia!


Ya llegó tu hora, Padre mío.  Ya dejaste el madero en el Calvario y en esa peña esperas, con Humildad y Paciencia, que te claven en la cruz.
Este pasado año pude verte salir entre naranjos por la plaza de las Angustias, reclinado tu rostro por el peso de nuestros pecados, la tarde del Jueves Santo. 
¡Cuántas veces, Señor, pecamos de impaciencia, de orgullo y de soberbia! ¡Cuántas veces, Señor,  en la vida deberíamos hundir nuestro rostro de vergüenza por tantas miserias y faltas que haces tuyas desde la Santísima Trinidad.
La plaza de San Mateo bulle de ganas de verte. Ya Agustín, el pintor y  eterno droguero del barrio, se marchó tras la pasada Semana Santa para llevarte un cuadro de ese monte de cardos que ya Mercedes te alfombra en tu peña eterna.
Veo tus ojos, clavándose en el cielo y me pregunto si esas penas tuyas son por esos mazos y barrenas con las que esos judíos preparan tu cruz. Si son por ver esos clavos que atravesarán tu cuerpo. Si son por esos romanos que se sortean tus vestiduras, o por son más bien por el dolor que sientes al verte abandonado cuando abandonamos a nuestros hermanos.
Y te miré a los ojos y la miré a Ella y su mirada desconsolada disipó mis dudas…

SEÑOR DE LAS PENAS
¡Ay mi Señor de las Penas! 
¿Cómo pudiera aliviarte 
esas penas y agonías?
Esas llagas de tu espalda,
esas rodillas tullidas, 
ese rostro ensangrentado 
que mira al cielo y suspira 
perdonando a esos judíos
que nos dan escalofríos
ante tu cara divina.
¿Cómo pudiera enjugar
ese llanto de María 
que ya sufre el desconsuelo 
de verte en la cruz erguida 
y tú sufriendo en silencio
esa muerte inmerecida?
Déjame que yo te diga 
viendo cómo a Dios suplicas
que ya sé por lo que pides
y no es Señor por tu vida.
Es por la vida de tantos
por la que, Señor, suspiras
y lloras por las ausencias
de las almas afligidas
que abandona el egoísmo
cuando a los viejos se olvidan.
Tú sufres por los enfermos,
por las guerras fratricidas
que dicen luchar por ti
cuando saben que es mentira.
Por los que mueren de frío
de hambre, sed o injusticias.
Por los que eutanasia llaman
muerte digna a esa ignominia
privándonos de esperanza
y a llevar de forma digna,
como Tú,  hasta el Calvario
nuestra cruz de cada día.
Sufres por los que te niegan
y a sí mismos se castigan
por no defender tu nombre
por poder o cobardía.
Tus lloras por las mujeres
de tantos cobardes, víctimas
y de hipócritas que amparan
esas culturas distintas
que mutilan a las niñas
y a los niños adoctrinan
confundiendo su inocencia
y las reglas de la vida.
Antes de morir, Señor
y estés con el Padre arriba
Quiero que sepas que sé
lo que abre tus heridas,
¡Que no quiero que te mueras
de una muerte incomprendida!
Que esos ojitos de Pena
buscando en el cielo al Padre
lloran por niños que mueren
en los vientres de sus madres.
Por esa gente olvidada 
que vagando por las calles
se consumen por las drogas
y tanto abandono infame.
Ya sé por qué,  Padre mío,
miras al cielo y se parte
ese corazón tan noble
por no saber cómo amarte.
Por vivir con egoísmo, 
de nuestra vida apartarte,
por sucumbir a placeres,
que acaban pronto y no tarde.
Y sabiendo qué te duele
antes de crucificarte,
quiero, Padre, revelarte
ante tu Madre, una cosa:
¡La pócima milagrosa
que pudiera administrarte
para quitarte tus penas 
y aliviarte esa agonía!
Miré a tu madre mirarte
y en su mirada María 
me dijo sin preguntarte
que sólo puedo aliviarte 
¡haciendo tus penas mías!

Que hagamos tus penas nuestras, padre mío, como todos los hermanos míos que te siguen por las calles de Jerez hasta que el domingo triunfes sobre ese calvario de muerte. Aunque se quede la peña vacía porque ya te hayan extendido los brazos sobre la cruz de nuestras culpas, déjame que te acompañe por las calles Jerezanas y me vaya hasta las Viñas,   donde Jerez coronó a tu Madre por abrirnos con su pura concepción las puertas del cielo. Esa puerta que se cruza y que nos muestras con esa cruz en la que te exaltan.

EXALTACIÓN
Porque me duelen tus clavos
y me punzan tus espinas
viendo tu cara divina
me haría, Señor, tu esclavo.
Sé que tu dolor agravo
cuando renuncio a quererte,
Tú que acaricias la muerte
tumbado sobre el madero
mueres por el mundo entero
dando vida con tu muerte.

Sobre un mundo traicionero
en esa cruz te levantan
y tus hermanos se espantan 
viendo en la cruz los regueros
de sangre de un carpintero
clavado de pies y manos.
¿Dónde están esos cristianos
llevando ramas de olivos?
¿Por qué, Señor, sin motivos
te abandonan tus hermanos?

Entre viñas y cultivos
de trigales de secano
este pueblo jerezano
no te será nunca esquivo
pues mira al cielo cautivo
buscando su salvación.
Y es que esa exaltación
es el camino hacia el Padre;
El que nos abrió tu Madre
con su pura Concepción.

Me fui a la ermita de Guía, Padre mío, y te vi crucificado entre dos ladrones. No había dolor en el mundo que te impidiera perdonar al que te llamaba Señor y suplicaba que, por misericordia,  lo socorrieras. Y nada te causaba más dolor que el otro ladrón no te lo pidiera.  Y aún más te duele que no nos perdonemos entre nosotros dejando que el rencor nos crucifique por no saber perdonar. ¡Y qué nimias son nuestras ofensas y nuestras infantiles disputas comparadas con la crueldad del martirio de la cruz! ¡Cuántas Penas, padre mío, nos evitaríamos y así aliviaríamos las tuyas, si aprendiéramos a perdonarnos!

PERDÓN
Dimas se estaba muriendo
en la ermita de un Calvario
junto a la cruz y sagrario
del Dios que lo estaba viendo.
Gestas dijo maldiciendo;
“Si a la muerte me dirijo
y tú eres Dios, ¡Yo te exijo
que me bajes del madero!”
Mirando al Dios verdadero
Dimas a Jesús le dijo:

“Aunque fui mala persona
y maldije al Dios del Cielo,
hoy me llena de consuelo
saber que tú me perdonas.
Ya la vida me abandona
pero en Ti tengo la vida.
Yo que la di por perdida,
sé que muero junto a Dios.
¡Deja que estemos los dos
en tu tierra prometida!”

Cerquita de la Ermita de Guía, Padre mío, donde antaño el agua del mar llegaba a Jerez,  tuviste sed.  Y nadie sabía de qué tenías sed y hoy seguimos sin saberlo. Muchos niños paralíticos cerebrales, sus familias y todos aquellos que trabajan por esos niños tienen sed de ti cuando cada Lunes Santo, sales para pedirnos agua de caridad y de amor hacia nuestros hermanos.
Pero ya no sufras más, Padre mío. Duérmete en el padre dejando que te lleven en una barca de caoba con velas de plata y oro hasta las playas eternas. Que las gargantas morenas de tu barrio de San Telmo te duerman con los arrullos de sus saetas. 
Déjanos a tu madre cuidando de este Valle y que sea nuestra intercesora para hacerte llegar tantas necesidades de este Jerez nuestro. Acrecienta nuestra fe, Señor y que cada una de nuestras cofradías sea ejemplo de confianza y de amor hacia Ti y hacia esa madre que te susurra al oído nuestras penas.
Porque es la fe, Padre mío, la que mueve montañas y deja a la ciencia muda ante tu poder inmenso.  Es la fe la que llevó a una madre desesperada, tras haber dado a luz prematuramente a una criatura de cinco meses, a poner una estampita de tu Madre del Valle en aquella incubadora de desolación.  El médico, que no creía en ti, le aseguró que moriría o quedaría ciega, muda y paralítica.   Y hoy ese médico cree en Dios.


UNA ESTAMPITA DEL VALLE
Una estampita del Valle
en una cunita vela
y a una madre la desvela
que una vida no se acalle.
Días antes, en la calle 
de un San Telmo de barqueros
donde los duendes torneros
cantan a Dios en las fraguas
se le rompieron las aguas
a la esposa de un sastrero.

Fue un parto tan tempranero,
salió tan pronto del vientre,
que pide a Dios que no encuentre
la muerte el golpe certero.
El médico fue sincero:
Esta niña se nos muere
y si vive, ya no esperes
que pueda ver o sentir
ni andar, ni siquiera oír
que le digas que la quieres.

Él no le quiso mentir
y fue la herida de un trueno;
cinco meses en su seno
y su niña iba a morir.
Mas no se quiso rendir
porque en la Ermita, María,
comprendiendo su agonía
escuchó su corazón
y trasladó su oración
al hijo que ya moría.

Antes de su expiración,
como sucedió en Caná,	
el Dios que todo lo da
atendió su petición.
¡El poder de la oración!
Y cuando meses pasaron,
aquellos que le juraron
que la niña moriría,
miraban cómo veía
miraban como escuchaba
y miraban cómo andaba
y que Dios sí que existía.

Y viendo cómo rezaba
esa que nunca hablaría,
su madre le sonreía
mientras a Dios alababa
al ver que su niña hablaba
repitiendo noche y día
ese nombre de María
que su chiquilla llevaba
pues juró cuando sanaba
que Valle la llamaría.

No hizo falta romperte las piernas, Padre mío;  ya habías exhalado el último aliento cuando una lanza romana atravesó tu costado para derramar una fuente de agua viva en aquel convento carmelita donde la Virgen del Carmen derrama un mar de devociones en nuestra ciudad.


LANZADA
Hay silencio en el Calvario
aunque vivan los ladrones
y hay un velo hecho jirones
que cuelga del santuario.
Ya preparan el sudario;
se consumó la matanza,
se marchitó la esperanza,
rendida ya ante la muerte,
que Jesús ya cuelga inerte
con la muerte en su semblanza.

Lo certifica la lanza,
la prueba de la derrota,
que ha dejado el alma rota
a la Gracia y Esperanza.
Cuando Longinos lo Alcanza
con su lanza embravecida,
tras sacarla de su herida
mana por esa abertura
una fuente de agua pura
y sangre de la eterna vida.

En la calle Ancha amanece, Dios mío, donde las saetas rompen el sordo rachear de los costaleros. El olor del incienso se funde con el del café y el de los churros jerezanos que nos reponen tras la larga madrugada. 
¡Qué buena muerte la tuya, Señor, porque esa muerte es la que nos lleva a la vida!

BUENA MUERTE Y DULCE NOMBRE
La vida eterna mujer
Tú la llevaste en tu seno.
De Dios Padre, el hijo bueno,
carne de tu propio ser.
Se acabó su padecer.
Se acabaron sus torturas
que ya goza en las alturas
del Dios que supo escogerte
por no haber nadie más fuerte
para penitas tan duras.

Que no me resigno a verte
llorar así tus pesares
sufriendo los avatares
de ese Dios que por quererte
nos dio con su Buena Muerte
¡Una vida de renombre!
Y porque lloras al hombre
por ser a Dios siempre fiel,
¡La boca te sabe a hiel
siendo tan Dulce tu Nombre!

Dulce es también tu rostro, Padre mío, que contemplo absorto mientas rezo en la iglesia de los padres Capuchinos. Siempre acabo mirando a tu madre de la O, anunciando con su hermoso rostro la esperanza de la vida eterna en la que ella confía a pesar de tanto sufrimiento. No hay mejor defensora de la fe que Ella; la madre del Señor de la Defensión.


DEFENSIÓN
Cuando la vida se apague
quiero tenerte a mi vera,
y, así, cuando yo me muera
y en busca del cielo vague,
que mi alma se embriague
de ese elixir tan divino;
la sangre en forma de vino
que ahora mana por tu herida
dueño y Señor de la vida,
Señor de nuestros destinos.

Pasando por Capuchinos, 
Madre hermosa de la O,
mi alma se cautivó
viendo su rostro divino.
Me detuve en el camino,
lo miré con devoción,
le hice una confesión:
¡A la hora de mi muerte
que no deje de tenerte!
¡Señor de la DEFENSIÓN!

Es el amor, padre mío, el que te llevó a sufrir tantas Penas. Es el amor infinito de Dios el que le llevó a entregar a su único hijo a la muerte. Es el amor, el que mantiene unida a la familia, a los matrimonios por ti bendecidos, a las congregaciones religiosas, a nuestras hermandades y a nuestra Iglesia.
Es el que bien entendió San Juan de la Cruz cuando afirmó que “Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados por el amor”. Es la palabra que mejor resume el contenido de tu testamento para llegar hasta ti.
Amor a cambio de nada, que tu madre de los Remedios nos entrega cuando llora sin remedio al ver la sangre fluir de tu costado por la plaza de San Juan.


CRISTO DEL AMOR
Flotan aun en el viento
palabras de Madre nuestra
que, con San Juan a tu diestra,
testigo del nombramiento,
Cristo en aquel testamento
nos legó, Madre querida.
Tú llorabas compungida
rota por el sufrimiento;
Al que diste en nacimiento
verlo en la cruz ya sin vida.

Lloras, madre, dolorida
y sientes escalofríos
cuando mana como un río
sangre y agua por su herida.
Ya sin remedio partida
tu alma por el dolor,
le pides a tu Señor
remedios a tus anhelos;
¡Abrazar pronto en los cielos
a tu Cristo del Amor!

En la Por-Vera, Señor, los marianistas también me enseñaron a amarte y a no perder la esperanza en María por muchas lágrimas que nos deparara la vida. María fue testigo de tu muerte y de ese primer Santo que subió a los cielos poniendo su confianza en su hijo bajo las jacarandas de aquella calle por la vera de la muralla.

En esa calle Por-Vera
de jacarandas eternas
van a romperle las piernas	
a los que están a tu vera.
Que ante la cruz verdadera
que en el Calvario se alzaba,
un ladrón te despreciaba
y el otro se arrepentía	
y rogando te pedía
el cielo que tanto ansiaba.

Unos ojos desprendían
el fracaso del pecado
y otros buenos a su lado
los cielos que presentían.
Y aunque sus piernas partían
daba glorias de alabanza
mostrando ya en su semblanza
la concesión de su anhelo;
ver esa tarde en el cielo
al Cristo de la Esperanza.

Los cofrades, padre mío, sentimos bullir en nuestra sangre la salud de nuestras creencias, llevando con orgullo la túnica nazarena, como símbolo de pertenencia a tu Iglesia. 
Esa túnica debe significar compromiso, lealtad y entrega por tu causa. Es esa la túnica que tú deseas que vistamos, Padre mío, carente de lujos, de bolsillos, de abalorios, de todo lo superfluo…Desprovista de todo aquello que carezca de valor en el cielo, pero limpia como el alma que la sustenta por haberte servido a ti y a mis hermanos.
Y un hermano de la cofradía del Santo Crucifijo se marchó con ella puesta hasta su San Miguel de los cielos, una madrugada de Viernes Santo…

MUERTE DE UN HIJO
De un padre se despedía
y otro padre lo esperaba,
porque aquella madrugada
partiendo a su cofradía
su corazón se partía,
bajando las escaleras
que de niño recorriera
en la Esteve de su infancia.
Hoy las mira en la distancia
de una nueva primavera.

Ya goza de la abundancia
de lo sublime y lo eterno,
de ese regazo materno
 de una encarnada fragancia.
Con esa misma elegancia
del Señor de San Miguel 
iba vistiendo la piel
que su hermandad acrisola.
Sólo una noche, una sola
distaba de estar con él. 

Túnica negra de cola
ya preparada en su cuarto,
sandalias, cinto de esparto
cordón negro y amapola.
La casa ya no está sola.
No hay dolor que le taladre
cuando el hijo dice al padre
pidiendo su bendición;
“Hoy salgo en la Encarnación
que es tu madre y es mi madre”.

Y esa madre lo reclama
al San Miguel de los cielos
y le colma sus anhelos
sabiendo cuánto la ama.
Vida que el Señor derrama
con la fuerza de un alud
a quien tuvo la virtud
de honrar al que lo engendrara,
que hoy ya mira cara a cara
¡al Cristo de la Salud!

Viéndote subir crucificado, Padre mío,  entre neblinas de humo de bengalas por las rampas del Reducto,  tu rostro de paz me cautiva y me imagino nuestro caminar por la vida entre tinieblas de tentaciones y oscuridad del pecado. Ver tu rostro es descubrir la luz de la bondad y el fulgor de tu misericordia entre calimas de rencor, calígines de venganza, brumas de odio, o nubes de mal.
Socórrenos Dios mío de todos esos males y tentaciones que nos acechan en nuestra vida y llévanos por el reducto del perdón y de tu amor.

VIGA
Mirándote muerto, inerte
en esa cruz de madera
me duele el alma de verte.
Duermes, Señor, dulce muerte
como si no te murieras,
como si así nos dijeras,
con esa dulce mirada
que esa sangre derramada
desde tu costado herido
es el amor contenido
de un corazón entregado
y que ha sido traspasado
por no haberte comprendido.

Cuando subes abrazado
por las neblinas de fuego
atraviesas con sosiego
el reducto del pecado.
Y si algún equivocado
condenándonos nos diga;
¡a ver si Dios te castiga!
Le digamos sin rencor:
¿Piensas que juzga el amor?
¡Mira al Cristo de la Viga!

Cuando te bajan, Señor, de esa cruz imponente, tu madre ya te espera en la soledad de esa peña en la que tú rezabas antes de que te clavaran en la cruz. 
La Por-Vera se llena de aromas de incienso y de fragancia de rosas y alhelíes para que, bajo las jacarandas, Ella se aferre a ese clavo que acaban de arrancar de tus manos.
Como nos aferramos a los recuerdos de tantos seres queridos que se marcharon a tu vera y a veces tan pronto. ¿Verdad amigo mío y pregonero?;   Ana y todos los que se nos fueron  ya están acompañando  a la Virgen en  el cielo.
Y Jerez se aferra a ti, Madre mía, para que no nos dejes solos en estos momentos de tanta Soledad.





SOLEDAD
Contemplas el cuerpo yerto
de aquel a quien diste a luz.
Te lo bajan de la cruz
para entregártelo muerto.
Solita entre los abrojos
te dejarán los despojos
del que llevaste en tu seno;
Hijo de Dios, tu hijo bueno;
¡esa niña de tus ojos!

Miro tu rostro sereno
esperando el cuerpo inerte
y, aun sabiendo que su muerte
te la anunció el Nazareno,
ese puñal como un trueno
sabía que iba a dolerte.
Que el cielo eligió por suerte
que muriera como esclavo
y te aferras a ese clavo
del que murió por quererte.

No estás sola, madre mía.
Si Soledad te llamamos	
el que inerte descolgamos
de la cruz de su agonía
te acompaña noche y día
como ese clavo en tus manos.	
Como tantos jerezanos
te acompañan de verdad
porque al ver tu soledad
¡lloran por ti mis hermanos!

Ya estás de nuevo, Padre mío, en esos brazos maternales que te arrullaron en Belén.  La que te tuvo en su seno no abandona ni tus despojos porque no hay amor más fiel ni más puro en este mundo que el que siente una madre por un hijo. Y es la muerte de un hijo el dolor que deja huellas más profundas en la madre que lo llevó en su vientre, aunque algunas aún no lo sepan.
Ella que fue la puerta que te trajo del cielo es ahora la puerta que te lleva, que nos lleva hasta él. 
Duerme, Padre mío, en ese regazo de María, mientras sus brazos amorosos cuidan de tu Iglesia en tu letargo entre los naranjos de la Corredera.
Déjanos que, al llegar nuestra hora, esos mismos brazos maternales nos lleven hasta Ti.

ANGUSTIAS
Te he alfombrado de claveles
el monte de tu calvario, 
donde una cruz y un sudario 
son mudos testigos fieles
de cuántas penas crueles
sufrió nuestro Redentor.
Lo miras con el amor
de una madre a su chiquillo,
te clavan siete cuchillos
y lloras por tu Señor.

Te cantan los pajarillos
escondidos en las ramas,
que al ver cómo tú derramas
esos amargos hilillos,
te silban sus estribillos
cuando a tu plaza te asomas.
Sobre ese monte de aromas
miras a tu criatura
soportando esa amargura
cuando en tus brazos lo tomas.

Lo miras con tal ternura, 
que tus Angustias son bellas
como mira una doncella
al amor de su locura.
Que esa penita tan dura
que hace doler tus quijares
te tiene llorando a mares
por tan dura desventura.

Ni los blancos azahares
que al llegar la primavera
te alfombran la Corredera
alivian ya tus pesares.
El que en tu seno llevares
descansa muerto en tu seno,
tu hijo amado, el hijo bueno
que se entregó por salvarnos.
El que murió por amarnos
duerme, madre,  en ti sereno.

Y en este mundo terreno
donde el dolor nos tortura
Qué punzante es la amargura
que te alcanza como un trueno.
De gozo está el cielo lleno,
porque el cielo goza al verte.
Sabiendo que iba a dolerte,
con tu alma destrozada,
lo inundas con tu mirada
de comprensión y consuelo
porque verlo, es ver el cielo
Tú de Dios enamorada.

Su espalda, desvencijada
bajo la cruz del calvario
tiñe de rojo el sudario
con su sangre derramada.
Como la alfombra encarnada
del color de sus heridas,
son tus rosas florecidas,
mas para ti rosas mustias
¡Ay Virgen de las Angustias,
al tenerlo ya  sin vida!


¡Qué hermosa y qué importante es para un cristiano la palabra Caridad, Señor! Ese nombre que lleva ese Cristo que portan sin vida hasta el sepulcro jerezano desde la capilla de Santa Marta. Junto a ti está esa patrona de la hostelería que no falta en ningún establecimiento hostelero de nuestro Jerez. Contemplándola a tu vera sin dejarte ni un momento, me acuerdo de tus palabras en su casa con María;  “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una es necesaria”.
Es la caridad Dios mío la que llevó a los tuyos a llevarte muerto hasta el sepulcro y la que mueve, Señor, a nuestras hermandades a llevar pan a los que pasan hambre, amor a los olvidados y consuelo a los afligidos.  Son esos cofrades de corazón grande que hacen de Santa Marta, de Verónica, de Nicodemo con todos aquellos hermanos que no tienen tanto o que necesitan aliviar sus penas y enjugar sus lágrimas.
Esa caridad y ese amor que se desbordó en nuestras hermandades durante la pandemia, Dios mío.  Y  que esos cofrades de molía y de sudor bajo las andas, demostraron en los momentos más duros.  Dejaron patente que también te aman en las trabajaderas de la vida, porque dieron con su entrega y su cariño chicotás de amor para aliviar las penas a tantos necesitados. 
Y me acordé del Papi y de todos los capataces que hoy siguen su estela y aúnan con su martillo las voluntades de esos cristianos que siguen a Dios bajo sus pasos. Este año me acuerdo especialmente de ese gorrión que voló a tu vera demasiado pronto y que tantas veces dirigió mis pasos bajo las andas de tu madre del Desconsuelo.
En el cielo vi un pañuelo que celebraba la alegría de ver a esos costaleros haciendo el bien aquí abajo y en el interior de mi corazón resonaban unas palabras de ese capataz eterno…

EL PAPI Y LOS COSTALEROS
Dicen de los costaleros
que no saben lo que llevan
Que no conocen a Dios,
ni van a misa, ni rezan.
Que la iglesia no la pisan.
Que con los pasitos juegan.
Dicen y dicen y dicen…
sin conocerlos siquiera.
Y los miré desde el cielo
y aplaudí con mi pañuelo
esas chicotás sinceras
ayudando a gente humilde
y a las de consuelo huérfanas
con mecidos de viandas
y levantás misioneras.
Y esto que vi desde el cielo
y volando hasta mi vera
me confesó un gorrión
¡no os  lo dice un cualquiera!
Que el Papi, Manuel Olmedo
capataz hasta médula 
sabe bien lo que ellos sienten
bajo esas trabajaderas.
Pues vinieron tiempos duros 
de muerte, hambre y pandemia 
y abajo mis costaleros
daban chicotás eternas
repartiendo a sus hermanos
caridad sin parihuelas.
Por eso si me preguntan
si me mereció la pena
ser capataz en Jerez 
de cuadrillas de leyenda,
les diré como Jesús 
mirando a la Magdalena:
¡El que no tenga pecados
tire la primera piedra!
Que aquí hasta el cielo se llega
haciendo el bien al hermano
y aliviándole sus penas.
Le diré a quien me pregunte 
por las molías que llevan 
que son yugos del Señor 
y que su carga es ligera,
¡pues llevan al redentor
y a esa madre de su amor
por Jerez de la Frontera!

Amortajan tu santo cuerpo con aromas y ungüentos por calle Sevilla, sin saber siquiera que son ángeles del Cielo los que anunciarán tu resurrección gloriosa.
Y te sigo viendo, Dios mío, en esa peña eterna ya vacía, buscando los ecos de tu anunciada resurrección para decirte que esperamos ardientemente encontrarnos contigo en el camino de Emaús.
Hasta entonces, sola ante la cruz, es tu Madre quien llena el pozo infinito del vacío que sentimos. 
Llora el sudario por la calle Caracuel al ver el balcón vacío de un hombre que lo dio todo por su Virgen de Loreto y llora ella y su Amor y Sacrificio cuando llega a las puertas de un Sol que se ha puesto en su alma.
Porque viéndola sostener enlutada tu corona de espinas y llorar sin remedio ante la cruz, es ver a todas las madres que lloran las muertes de sus hijos por guerras inútiles, por enfermedades incurables y por todos los dolores de este mundo.

LORETO Y AMOR Y SACRIFICIO
Queda atrás la cruz vacía
de la que cuelga un sudario
y atrás se queda el Calvario
prolongando tu agonía.
No llores más madre mía
que ese corazón inquieto
a Ti, madre, te prometo
se alegrará sin demora
que todo Jerez ya añora
verlo en Emaús,  ¡Loreto!

Negro es tu manto, Señora.
Negro el dolor de tu llanto
y es que sufres tanto, tanto…
que Jerez contigo  llora.
¡Qué pena desgarradora
ver tus lágrimas sangrantes!
¡Qué dolores sollozantes
dejan sus profundas huellas
en esas mejillas bellas
que te marcan el semblante!
¡Qué penita caminante!
¡Qué dulzura en tu mirada!
¡Qué brutal la puñalada
que has sufrido hace un instante!
¡Que tu  hijo agonizante
entre personas mezquinas
sucumba a las asesinas
garras de la misma muerte!
¿Cómo no van a dolerte
esas mejillas tan finas?

¡Con qué soledad caminas
de manto negro enlutado!
¡Qué solita te has quedado
sosteniendo las espinas!
¡Mirando al cielo adivinas
el porqué de ese suplicio!
Y Él te pide otro servicio
aunque el dolor te devora:
¡Ser nuestra madre y Señora
del Amor y Sacrificio!

La piedad llora por la calle de la Sangre mientras te llevan muerto, Señor, camino de otro Calvario. En esa empinada calle, llegando ya a la Real Capilla,  solía escuchar de niño  las últimas y más hermosas saetas de nuestra Semana Santa. Dejando atrás Santiago,  la luna llena es testigo de esas postreras chicotás de la Reina del Calvario. 
Muchas de esas saetas salían del alma de uno de los más grandes  pregoneros y artistas que ha dado esta tierra. 
Y antes, Dios mío, de dejar a mis hermanos con la mirada de la Piedad y ponernos en manos de tu madre hasta que tú resucites, déjame acordarme de los pregoneros que me han precedido en este atril y en su nombre recordar al que fuera padre y abuelo de dos de ellos, con alma de buen cristiano y con el arte gitano que sólo tiene Jerez.
Era tal su arte que, al escuchar su saeta, hasta el Señor dormido en la urna ya tenía ansías de despertarse para saber quién era aquel artista que la escribió. La Piedad, que oyó la saeta, le susurró en la capilla del Calvario quién la había escrito y un viernes de abril  el Señor se lo llevó para siempre para pregonar el amor a su vera.


ANTONIO GALLARDO
Jerez tuvo un trovador,
pregonero y buen cristiano,
caballero jerezano, 
poeta y compositor.
Porque así quiso el Señor
que artista de tal pureza
demostrara que se reza
con el alma enamorada,
con décimas encantadas
de tan sublime belleza.

Dormidito en su almohada
Cristo escuchó una saeta.
El cristal casi se agrieta
con esa oración cantada
Él ya ansiaba en su morada
al hombre que la escribía
y, aunque faltaban tres días
para que se despertara, 
viéndolo la luna clara, 
la Piedad se lo diría.

La Virgen, que lo sabía, 
llegando ya a su Calvario,
susurrando a aquel sagrario, 
dijo al hijo que dormía.
“Sólo un poeta podría
rezar con versos de nardo”
Y un viernes de cielo pardo
loco por el pregonero
dijo Dios a un mensajero;
¡Tráeme a Antonio Gallardo!

Padre mío, el sol se ha puesto sobre las viñas jerezanas y de los últimos cirios encendidos solo queda la cera derramada sobre los grises adoquines que, encerados, hacen chirriar las ruedas de los coches presurosos. 
Jerez descansa contigo mientras aún resuenan los ecos de las últimas saetas y ya espera ansiosa tu salida en la resurrección triunfante la mañana del domingo, cuando desde nuestro primer templo, salgas lleno de luz por nuestras calles.  Alegría que celebraremos durante cincuenta días hasta que, anunciándolo una Blanca Paloma,  nos dejes tu Espíritu Santo por arenas, marismas y pinares de cada día.
Mientras te despiertas de ese sueño en tu sepulcro del Calvario, no hemos dejado sola a tu madre y ella no nos abandona ni un momento. 
Vuelvo a pensar en ti, en tu regreso a la peña de cada día, la que de verdad importa para el cofrade de corazón. Esa peña que no abandonas nunca a pesar de tantos abandonos nuestros, porque sigues con nosotros hasta el fin de los tiempos.   
Hasta entonces déjanos que nos pongamos en manos de tu Madre, porque nadie mejor que Ella puede seguir manteniendo unidas a nuestras cofradías y a esta Iglesia por la que  Tú te entregaste. 
Porque nada se puede sin María y todo se puede con ella déjame que, para terminar estas confesiones sobre tu Pasión jerezana,  me cuelgue en el pecho un rosario con todos esos  sus nombres que te han acompañado cada día, mientras esperamos con el corazón abierto a que vuelvas a estar con nosotros. 

LOS NOMBRES DE MARIA
Me voy a hacer un rosario
con los nombres de María
que son mis piedras preciosas
y son mis perlas más finas.
Empezaré por La Estrella
cuya luz es nuestra guía
con su corona de reina
que dos Ángeles traían.
Angustia porque han negado
al salvador de la vida.
Perpetuo Socorro nuestro
que también es madre mía.
Buscaré Misericordia
junto a la madre Morena
que nos llena de Merced.
Y si me quedo con sed
por seguir buscando amor
iré en busca de la Paz
en su Mayor Aflicción.
Y Amparo de nuestras almas
y Candelaria en la Plata
y Paz y concordia nuestra
y Refugio en la Constancia
y Socorro de Jerez
co-patrona soberana.
Tras Amor y Sacrificio,
volviendo por Empedrada,
a Salud de los enfermos,
a la Salud y Esperanza,
a la Virgen de la O,
a la Virgen de las Aguas,
a quien llora sin remedios
y a las Bienaventuranzas,
porque salgo el Martes Santo,
yo les rezo allá en sus casas.
Y el miércoles ya de nuevo,
aunque me digan, ¡Descansa!
Iré en busca de Mercedes
y Consuelo para el alma. 
Veré en casa a Patrocinio,
llena de  Penas y Lágrimas.
Y a esa celeste Amargura 
recordando aquella cura
viendo a su niño en Naranjas.
Doy consuelo al Desamparo
y a Dolores, Esperanza
y a esa Madre de la Iglesia 
le enjugo también sus Lágrimas,
que al ver la Lanzada infame 
que hizo derramar  sus Aguas,
nos pide Confortación
llena de Esperanza y Gracia.
Alivio al Mayor Dolor,
de esa cruel puñalada
al verlo por la  Asunción
como una piltrafa humana.
Mas mira al cielo abnegada
quien, desde su Encarnación, 
aceptó con decisión 
ser siempre de Dios su esclava.
¡Esperanza Franciscana!,
¡Esperanza de la Yedra!
¿Qué corazones de piedra
quieren robar la esperanza?
Y a ti madre del Traspaso
con tu carita  de pena
deja que con hierbabuena
te haga un pañuelo de raso
y con nardos yo te alfombre
a ti, la del Dulce nombre
la calle Ancha  a tu paso.
Que endulce el dolor cruento
cuando salgas a su Encuentro
bajo la Cruz penitente.
Y que así mi amor te encuentre
Madre de la Concepción
al ver los clavos ardientes
sellar su crucifixión.
Y si  ante la cruz vacía
el alma  se  te partía,
Madre mía de Loreto,
¡No me llores!, te prometo
María, Madre del Valle
que aunque de dolor estalles
viendo al Señor expirar
sólo te queda esperar
que de la cruz te lo bajen.
Y aunque el alma te desgajen
sufriendo en tu soledad
¡Alégrate madre mía!
Que al alba del tercer día
volverá la Luz ¡Piedad!

Y ahora ustedes me dirán
que dos perlas me han faltado
que completen mi collar.
¡Os juro que no es verdad!
Tan sólo las he dejado
como mi bien más preciado
para el remate final.
Mi abuela me confesó
que aquel Domingo de Ramos
rezaba sin descansar.
¡Oh Virgen de las Angustias
que a mi esposo reclamaste
tan pronto a tu dulce seno!;
pídele a tu nazareno 
que cuando tu paso asome
por el santo humilladero
haya mi nieto nacido.
Será mi mayor consuelo
Que,  por  que su fuego divino,
su abuelo Paco lo vea
desde un balcón en el cielo.
Que él era de tu hermandad
y era hermano de los buenos
y le gustará saber 
que, moreno como él, 
el niño nació moreno.
Y ese niño se hizo hombre 
y hoy es vuestro pregonero,
y le canta a las Angustias
allá donde está su abuelo.

Y falta por colocar 
la perla que yo más quiero.
La que me vio bautizar 
mañana de Martes Santo
antes de procesionar.
La que me dijo mi padre
desde que yo era pequeño
que era mi madre y mi guía
y a quien poder suplicar
mirándola sin hablar
alivio a las penas mías.
Aquella que contempló
cómo por primera vez
y con San Juan por Testigo
recibí la Comunión.
Esa madre bondadosa
que fundió con su mirada
el día en que me casaba
mi alma y la de mi esposa.
La que me sabe escuchar 
prestándome su pañuelo
y ante quién quisiera estar
para poder entonar 
un Padrenuestro postrero
cuando el Señor de las Penas
me reclame ante su altar.
Por eso, Oh Madre mía,
cuando se acaben mis días
para colmar mis anhelos
quiero llevarte, María,
la perla que elegiría
el mejor de los joyeros.
¡Que es tanto lo que te quiero!
¡Que es tanto lo que te ansío!
¡Que pensando en ti confío,
que al final del largo vuelo,
Tú, madre, Puerta del Cielo
digas mi nombre a la entrada
y mi voz enamorada
diga el tuyo, ¡DESCONSUELO!

FELIZ NAVIDAD

Aunque este mundo se empeña

 en renunciar a tu amor,

 en busca de ti, señor,

 su gente  contigo sueña.

 Y cuando tu amor se adueña

de sus pueblos y ciudades

 y redimes sus maldades

 entregándote en la cruz,

tú luz, sólo tu Luz,

alumbra las Navidades.

Paco Zurita

Navidad 2022