Paisaje

Xosé Ramón Morquecho Barral
José Manuel García Iglesias e Silvia Hermida Sánchez

Junto con la figuración, el paisaje es el otro género habitual en Morquecho; con este género se inicia en la pintura y responde a la admiración que siempre sintió por el impresionismo francés. En este caso, nos muestra un paisaje de un bosque presidido por una serie de rocas que ocupan la mayor parte de la superficie de la tabla y, al fondo, las ramas de los árboles -muy empleados por el pintor en la segunda mitad de los 80-. Con respecto a los colores, predominan, junto con el amarillo, los verdes y azules, que son para Morquecho la referencia al paisaje gallego presentes ya desde los inicios de su carrera. Firmado en el ángulo inferior izquierdo.

Como buen dibujante que es, además del interés que mostró a lo largo de su carrera artística por la figuración, también le apasionó desde los inicios la representación de los espacios abiertos y de la naturaleza. No obstante, no fue hasta 1985 cuando comenzó a pintar, con una característica pincelada suelta y rápida, sus singulares paisajes con arboladas en tonos amarillos influenciados por el post-impresionismo y, en menor medida, por el fauvismo.

Su andadura en el mundo del arte comenzó a una edad muy temprana puesto que su familia siempre sintió un verdadero interés por esta disciplina. En los años sesenta, influenciado por el Impresionismo francés, realizó sus primeras acuarelas y óleos de temática paisajística. Posteriormente, en 1972, inauguró en Pontevedra su primera exposición personal y, un año después, la primera fuera del ámbito gallego, en Soria (J. M. García Iglesias, 2002 a; J. M. García Iglesias, 2002 b).

En sus cuadros hasta mediados de la década de los setenta, en concreto hasta 1977, predominó la temática naturalista, pero a partir de este año, decidió introducir la figuración y se inclinó hacia una pintura más expresiva de colores más tenues y apagados. No le interesó la representación de la figura individualizada y por eso entendió los personajes como una masa, como un grupo homogéneo sin rostros que diseñó a partir de fuertes pinceladas negras (vid. X. A. Castro 1985).

En la década de los ochenta, la paleta de colores utilizada por el artista cambió radicalmente y su pintura pasó a ser cada vez más formal, comedida y simple, prescindiendo de todos aquellos componentes innecesarios. Además, pasó a aplicar una pincelada mucho más violenta, recordando el movimiento pictórico del fauvismo. Fue en 1986 cuando comenzó a formar parte del grupo compostelano de artistas “O Nome”, lo cual reivindicó que la pintura funcionaba como un medio expresivo en el que debían confluir las experiencias paisajísticas, las figurativas y las experimentales, siempre asociadas al lenguaje plástico (J. M. Lens, A. Otero, 2007; F. Otero, 2008).

Ya entrados los años noventa, se trasladó a Nueva York, donde se interesó por el ambiente pictórico que se estaba cultivando en ese momento. A partir de este momento y hasta los últimos años de su producción, se decantó por pintar inmensas manchas llenas de color y brillantes con las que quiso aludir a las experiencias mediterráneas.

Su relación con el paisaje lo lleva a presentarlo en muy variados tamaños teniendo, en cada caso, una solución diferente. Por los tiempos en que hace este paisaje, concretamente en 1987, afirmaba: “aunque viva en la ciudad, a mí me absorbe el campo mucho tiempo. Allí encuentro una satisfacción que no encuentro en la ciudad. En el campo hay paz y belleza… es el único sitio donde se nos da la belleza sin pedir nada a cambio” (J. M. García Iglesias, 2002 b: 267).

Puede ser escrupulosamente interesado en el más minúsculo detalle, en la distancia corta, a transformar su modo de hacer hasta los bordes mismos de la más trepidante abstracción si se enfrenta al tamaño grande, como es este caso. En este caso, decidió representar un bosque presidido por toda una serie de formaciones rocosas que invaden la mayor parte del lienzo. El artista creó un paisaje conformado por unas significativas, extensas y espontáneas pinceladas de color con las que, además de desaparecer los elementos, los dotó de tensión y movimiento. Sobresalen, junto con el amarillo, las manchas de colores azules, verdes y moradas, que para él simbolizan el modelo de paisaje gallego, eso sí, a partir de una mirada y un modo de hacer que lo llevó, a lo largo de su vida, a mostrarnos, desde su particular óptica, retazos de la naturaleza de lugares tan diversos como pueden ser los de Nueva York o Berlín.

X. A. Castro Fernández, Expresión Atlántica, Santiago de Compostela (Edit. Follas Novas), 1985.

J. M. García Iglesias, 1993: J. M. García Iglesias, “Dez artistas na Compostela de fin de século”, en (catálogo de exposición) Dez visións da arte compostelá, Santiago de Compostela (Consorcio de Santiago), pp. 23-24.

J. M. García Iglesias, 2002a: J. M. García Iglesias, “Historia e Arte na “Casa Grande do Pozo”, en (catálogo de exposición), Historia e Arte na “Casa Grande do Pozo”, Santiago de Compostela (Fundación Caixa Galicia), p. 65.

J. M. García Iglesias, 2002b: “Morquecho” en A. Pulido Novoa (dir.) Artistas Galegos. Pintores. Figuracións – Abstraccións, Vigo (Nova Galicia Edicións), pp. 262-289.

J. M. Lens, A. Otero, 2007: J. M. Lens, A. Otero, “Morquecho”, en (catálogo de exposición) Compostelarte, Santiago de Compostela (Concellaría de Cultura), pp. 71-75.

F. Otero, 2008: F. Otero Bouza, El arte y su entorno. Santiago de Compostela (Editorial Compostela, S.A., Fundación Caixa Galicia), pp. 56-57.

Ficha técnica

Número de referencia: IBC0000676
Autoría: Xosé Ramón Morquecho Barral
Título: Paisaje
Temas: 
Paisaje
Datos: 1988
Técnicas: 
Óleo
Dimensiones: 
Alto: 100 cm Ancho: 251 cm Fondo: 2 cm
Materiales: 
Tabla