El sol, la luna y el toro

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El sol, la lun El

toro siempre ha sido uno de los animales más representativos para la humanidad, por sus capacidades únicas, no solamente por sus cuestiones naturales de bravura y nobleza, que en sí ya forman un misterio ancestral, también porque ha sido el centro de atención de múltiples culturas que lo han elevado a un estado mítico y espiritual, por ello también tiene cabida hacer una mirada astronómica porque existe una relación con el cosmos, ligada a las ceremonias pasadas y hasta en el rito sacrificial, porque también en este último, hay un derramamiento de sangre y un estado posterior de paz, de beatitud, que hace voltear al cielo y sentir que se viaja al infinito. Desde tiempos remotos, en las sociedades cretenses se ha relacionado la figura del sol y la luna con el toro, quienes en conjunto son elementos naturales que enlazan una trilogía producto de una cosmovisión. El toro como símbolo en la península ibérica se ha identificado como una divinidad celeste o astral. Mientras el toro cretense se sabe que era considerado como toro lunar, además de su significación solar, por lo tanto, era dotado de una dualidad simbólica. Sol y luna son símbolos del cielo, el toro igual, pero tiene la dicotomía de que lo es también de la tierra, pre-

cede de los mitos religiosos relacionados con la fertilidad y la productividad agrícola, en una estrecha relación entre dioses celestes que emanan sus virtudes a la vida terrenal. En la época arcaica egipcia se pensaba que el toro estaba especialmente vinculado con el cielo. Se menciona un toro con cuatro cuernos que vigilaba los caminos del cielo. La luna y el sol llevaban el epíteto de Toro de Cielo Existe un gran número de toros solares y lunares, como el dios lunar de los mesopotámicos, quien tenía forma de toro. El toro Apis egipcio, se cree representación de Osiris dios lunar. En cambio, el Surya Védico es un toro solar, según los asirios el toro es hijo del sol. Sol y luna son símbolos primordiales en la fiesta de los toros, caso similar a los sacrificios que el México prehispánico ofrecía en honor a estos dioses, en donde la vida y la muerte con la ausencia de ambos no tendría ningún significado. Ambos astros dentro del universo taurino tienen una asociación simbólica e influencia psicológica entre torero y público, puesto que es parte del estado de ánimo colectivo. Antiguamente las corridas se celebraban en plazas públi-

cas, incluso en templos y lugares sagrados, en donde el sol estaba presente para llevar a cabo el rito de inmolación. Las plazas de toros, por consiguiente, representan el sitio sagrado, el espacio cósmico de celebración ritual en torno a la muerte; las plazas son finalmente recintos espirituales. Existen tantas imágenes en las que el sol está presente para los toreros de todas las épocas en diferentes geografías, es la aurora que aparece por la ventana de la habitación de un hotel y despierta a los diestros, los acompaña por la mañana, en la tarde y en el crepúsculo incierto que solo los dioses saben, si toda luminiscencia de plena fiesta se puede convertir en un eclipse total sobre la arena. El sol pareciera “haber sido diseñado” de manera heliográfica, lo mismo pasa con las plazas de toros, aunque otras llevan diferente construcción por sus formas y otras son adaptación de antiguos coliseos. Pero en épocas más recientes, algunos arquitectos taurinos y empresarios visionarios como, por ejemplo, Neguib Simón Jalife, quien ambicionaba proyectos extraordinarios, no dejaron escapar el ejemplo de los mayas y sus aciertos astrológicos para diseñar la Plaza México, pensando en tener como invitado el sol, en contraste de la sombra, logrando darle un ros-


na y el toro. tro claroscuro, como lo es la misma tauromaquia y vivir ese azar de las tardes de corrida. Que desdicha que alguna plaza de toros esté techada prohibiendo la entrada de la alegría del sol de medio día y del discreto encanto que ofrece la luna cuando se prolonga la corrida, o incluso llega a ser nocturna. Se entiende que es para “la comodidad del público”, por cuestiones climatológicas, pero le resta belleza. La plaza de toros monumental de Morelia con su cantera color rosa que acariciaba el sol, por años fue cerrada, la sustituyó en actividad el Palacio del Arte, muchas plazas van cubiertas, por citar algunas, está la de Cancún, “La Taurina” de Huamantla, lo mismo que la plaza “La concordia” de Orizaba, entre otras más, tanto nacionales como extranjeras. El sol es parte de la escenografía en una plaza de toros, a la tauromaquia por su naturaleza se le ha descrito como “La fiesta de sangre y de sol”, sin este elemento los toreros no se bañarían con su luminosa candela al estar parados en puerta de cuadrillas. Los rayos solares que tocan cada lentejuela en los ternos de los diestros no harían fulgurar los cientos de espejos pequeños que deslumbran a la muerte, la esquivan y la gallean de poder a poder; el toro por su parte no podría resplandecer igual su sangre

de ese volcán en erupción que emana el morrillo después del tercio de varas, restaría el brillo en los óleos de los artistas. La luna es una de las muchas partes femeninas en la tauromaquia, caprichosa selenita en sus fases, como en la temporada menstrual de la mujer, semejante a los tercios de la lidia, creciente, menguante y llena. Existen hallazgos arqueológicos de la época Auriñaciense, en Dordoña Francia, como la Venus paleolítica de Laussel, que parece tener un pitón de toro sostenido con la mano derecha y la izquierda colocada sobre el vientre, como otro símbolo de fertilidad. La luna llena a plenitud es la perfecta circunferencia que encaja en los ruedos de las plazas o cortijos, la que más ilumina, la que esperaban los novilleros en las ganaderías, descritas en la literatura táurica que lleva va un toque de romanticismo, en épocas como las que vivió Juan Belmonte, “El pasmo de Triana”, o el mismo Manuel Benítez, “El Cordobés”, al querer torear y hacerle el amor a la luna; mientras otros toreros construyen diferentes imágenes oníricas, como sentarse en un fino pitón de sus extremidades para soñar el triunfo y la consagración como figuras. El toro es un animal que se asocia con la astrología, es el segundo signo zodiacal de

tauro; entre sus múltiples características su piel de color negro predominante en la gran gama de sus pintas era antiguamente relacionada al cielo inferior que significaba la muerte, creencias mágicas y ancestrales que se asociaban a su temperamento. Además de su cornamenta, que morfológicamente se ha identificado como símbolo de la luna con el creciente de sus fases, por algo un día un niño me dijo al mirarla a través de la ventana: ¡mamá la luna está astifina! Hay toros semejantes al claro de luna, “los ensabanados” o uno que otro “lucero” que lleva moteado en su testuz a los cuatro vientos. El sol da vida a todos los protagonistas de la fiesta, a su público lo hace estar de mejor humor, mientras la luna y el toro son la armoniosa pasamanería de la corrida, el hilván de plata de los subalternos que resplandece como aureola inmaculada en su andar misterioso y taciturno de cada torero. Mary Carmen Chávez Rivadeneyra Diccionario de símbolos y términos mágicos Hoys Vázquez Ana María. Ed. Universidad nacional de educación a distancia, Madrid 1966. pág.344 2 Cirlot Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Ed. Labor, S.A. España, 1982. pág. 445 3 Álvarez de Miranda A. Ritos y juegos del toro. Ed. Taurus ediciones, S.A. Madrid, 1962 pág. 32


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