Misterios y curiosidades del antiguo Egipto

Soldados del Antiguo Egipto, un ejército preparado para conquistar

Soldados nubios representados en la tumba del comandante Thanuny. Dinastía XVIII.

Soldados nubios representados en la tumba del comandante Thanuny. Dinastía XVIII.

Soldados nubios representados en la tumba del comandante Thanuny. Dinastía XVIII. Foto: Cordon Press

"Resido en Kenkentaui y estoy sin personal [...]. Paso el día escudriñando lo que hay en el cielo, como si estuviera cazando pájaros. Mi mirada atisba furtivamente el camino para ascender a Palestina. Paso la noche bajo árboles que no tienen fruto alguno que comer. ¿Dónde están sus dátiles? Ninguno hay; no producen. El mosquito está aquí, en el crepúsculo [...] y chupa de cada vena [...]. Aquí hay doscientos perros grandes y trescientos lobos, en total quinientos, que cada día están atentos a la puerta de la casa cada vez que salgo, porque ellos huelen la bebida-seber (un tipo de bebida sin especificar) cuando se ha abierto la jarra [...]. Un escriba está aquí conmigo. Cada vena de su rostro es... la enfermedad... ha crecido en su ojo y el gusano roe su dentadura. No puedo dejarle desamparado cuando sale de mi compañía. Así pues, deja que su ración se le dé aquí, para que pueda tener reposo en la región de Kenkentaui".

Paso la noche bajo árboles que no tienen fruto alguno que comer. ¿Dónde están sus dátiles? Ninguno hay; no producen.

En este pequeño y esclarecedor texto del Reino Nuevo (1539-1077 a.C.), un oficial del ejército egipcio destinado en un puesto fronterizo, lejos de la actividad y el bullicio de la batalla, narra el aburrimiento de sus días en un destino muy parecido a un destierro. El hombre languidece en un lugar lleno de incomodidades, de animales salvajes y totalmente dejado de la mano de dios. De hecho, durante los reinos Medio (1980-1760 a.C.) y Nuevo, los egipcios construyeron en los territorios fronterizos con el País del Nilo fortalezas para proteger las rutas caravaneras, como las de Buhen y Semmna en Nubia, o las que jalonaban el llamado Muro del Príncipe a lo largo de la costa occidental del Mediterráneo, hasta el corredor de Palestina.

Representación de un soldado egipcio, con escudo y daga. Dibujo de 1889.

Representación de un soldado egipcio, con escudo y daga. Dibujo de 1889.

Foto: Cordon Press

Guardián del orden

Como garante del orden cósmico y universal, el faraón de Egipto tenía la obligación de doblegar a los enemigos del país que amenazaban con invadirlo, por lo que disponer de un ejército disciplinado y bien entrenado era uno de sus objetivos primordiales. Pero no siempre Egipto fue una gran potencia militar que conquistó y dominó a los pueblos vecinos. Durante el Reino Antiguo (2543-2120 a.C.), las misiones que llevaba a cabo el ejército egipcio eran sobre todo de apoyo logístico a las expediciones comerciales al Sinaí o a Nubia, así como de mantenimiento del orden más que de conquista. Al no ser necesarias competencias extraordinarias para ingresar en el ejército, el servicio militar formaba parte de las muchas tareas que cualquier ciudadano debía cumplir con el Estado (como la construcción de pirámides o la excavación de sistemas de regadío, por ejemplo).

El faraón Ramsés II en combate. Grabado en color de 1865.

El faraón Ramsés II en combate. Grabado en color de 1865.

Foto: Cordon Press

Durante el Reino Antiguo, las misiones del ejército egipcio eran sobre todo de apoyo logístico a las expediciones comerciales al Sinaí o a Nubia, así como de mantenimiento del orden más que de conquista.

Durante épocas convulsas, en las que la debilidad del poder central se hizo muy evidente, como durante el Primer Período Intermedio (2100-1940 a.C.), los nomarcas o gobernadores provinciales, que aglutinaron en sus manos un poder a menudo mucho mayor que el del propio faraón, reclutaron ejércitos privados para controlar y dominar sus territorios. Tras la reunificación del país, ya en el Reino Medio, los faraones de las dinastías XI y XII organizaron batallones de mercenarios libios y nubios (compuestos por hábiles arqueros, que actuaban como temible guardia fronteriza). En numerosas tumbas de este período se han descubierto algunas maquetas funerarias de madera pintada que recrean a estos batallones militares, como por ejemplo las halladas en la tumba del nomarca Mesehti, en Asiut, de la dinastía XI. En la tumba de este noble se descubrieron dos maquetas, una compuesta por arqueros nubios y otra por lanceros egipcios. Cuarenta estatuillas componen cada una de ellas. Se disponen en cuatro filas de diez y están fijadas a una base plana. Los arqueros llevan una peluca corta sujeta con una diadema y visten faldellines de vivos colores. Van descalzos y portan tobilleras. En cuanto a los lanceros, llevan también peluca corta y faldellín. Sujetan una larga lanza y se protegen con un gran escudo de piel de animal.

Lanceros egipcios. Maqueta funeraria hallada en la tumba de Mesehti, nomarca de Asiut. Museo Egipcio, El Cairo.

Lanceros egipcios. Maqueta funeraria hallada en la tumba de Mesehti, nomarca de Asiut. Museo Egipcio, El Cairo.

Foto: CC

Una posición envidiable

A partir del Reino Nuevo, Egipto se convierte en una gran potencia militar. Faraones como Tutmosis III extienden las fronteras del país hacia los territorios vecinos, hacia Nubia y el Próximo Oriente, mucho más lejos de lo que ningún otro soberano había llegado jamás. Se hace entonces necesaria la formación de un ejército permanente y regular. La profesión de soldado ya no es una tarea más. Se hace hereditaria y es un trabajo bastante bien remunerado que comporta un gran prestigio; aporta numerosos beneficios tanto sociales como económicos. Nace de este modo una jerarquía militar muy rígida, pero perfectamente gestionada por una burocracia compleja y eficiente. El ejército es en este período una máquina bien engrasada dirigida por comandantes y generales, y compuesta por soldados bien entrenados en el uso de las armas, en la lucha cuerpo a cuerpo y en la conducción de carros, una novedad que los egipcios tomaron de los hicsos y mejoraron para hacerlos más ligeros y veloces.

Prisioneros atados en un relieve del templo de Ramsés II en Abu Simbel.

Prisioneros atados en un relieve del templo de Ramsés II en Abu Simbel.

Foto: iStock

Un buen ejemplo de una sólida y brillante carrera militar a principios del Reino Nuevo nos lo ofrece la biografía del capitán de marinos Ahmosis, hijo de Ibana, que vivió a finales de la dinastía XVII y principios de la XVIII, inscrita en su tumba de el-Kab. En el texto, narrado como si de un diario de campaña se tratase, el oficial hace alarde de su participación en diez expediciones militares y detalla las recompensas en oro, esclavos y tierras que recibió por sus servicios a los sucesivos faraones: "Yo crecí en la villa de Nekheb (el-Khab). Mi padre fue soldado del rey del Alto y Bajo Egipto Seqenenre, justo de voz [...]. Cuando se puso sitio a la ciudad de Avaris (la capital de los hicsos) mostré bravura a pie delante de su majestad. Por ello fui adscrito al barco llamado El que se alza glorioso en Menfis [...]. Se me concedió el oro del valor (la más alta condecoración militar)". Ahmosis sigue detallando sus victorias como jefe de marinos: "Yo llevé en barco al rey del Alto y bajo Egito Djeserkaré (Amenhotep I), justo de voz, cuando él fue hacia el sur hasta Kush para extender las fronteras de Egipto [...]. Yo llevé en barco al rey del Alto y Bajo Egitpo Aakheperkaré (Tutmosis I) cuando marchó hacia el sur hasta Khenet-Hen-Nefer para aplastar una rebelión". Y tras una vida plena al servicio de su país, Ahmosis concluye: "Envejecí, alcancé una avanzada edad. Favorecido como antes y querido por mi soberano descanso (ahora) en la tumba que yo mismo he construido".

Soldados en un carro de combate. Relieve de Amarna. Dinastía XVIII.

Soldados en un carro de combate. Relieve de Amarna. Dinastía XVIII.

Foto: Cordon Press

En una biografía inscrita en su tumba, un oficial llamado Ahmosis narra su participación en diez expediciones militares y detalla las recompensas en oro, esclavos y tierras que recibió por los servicios prestados a los sucesivos faraones.

Asimismo, los ascensos en el ejército eran motivo de orgullo para quien los recibía, y para su familia (recordemos que la carrera militar era un oficio hereditario) puesto que implicaban prestigio y beneficios económicos. Como ejemplo de ello podemos ver la carta de felicitación de un oficial a otro que ha sido nombrado capitán jefe de los "Auxiliares de la Fuente", durante el reinado de Seti II (1202-1198 a.C.): "Cuando tu carta me llegó me alegré sobremanera. Que Re-Horakhti te proporcione larga vida en el lugar de tu padre. Que el faraón ponga los ojos en ti de nuevo. Que te fortalezcas y escríbeme acerca de cómo te va".

Un escriba hace un recuento de las manos cortadas de los enemigos caídos. Templo de Ramsés III en Medinet Habu.

Un escriba hace un recuento de las manos cortadas de los enemigos caídos. Templo de Ramsés III en Medinet Habu.

Foto: iStock

Pero no siempre había actividad. A veces los destinos eran aburridos y solitarios, como el del oficial que abre este artículo. En su soledad, el oficial toma una jarra de cerveza para soportar el calor asfixiante. Se acerca el crepúsculo y los mosquitos volverán a acribillarle inmisericordes... Mira al cielo y suspira. Re castiga con fuerza aun a esta tardía hora. Qué ganas de que se ponga en el horizonte y emprenda su viaje nocturno de una vez, piensa. El soldado echa un vistazo al perro que está tumbado junto a su silla, resollando, con la lengua fuera. Es el pequeño perro del escriba Teherhu (el pobre hombre cada vez está más enfermo), que les hace compañía en su exilio involuntario y que les libra por las noches del ataque de los canes salvajes que atacan a los pocos animales de granja de que los hombres disponen para poder alimentarse. El soldado vuelve a suspirar. Echa de menos la actividad, las marchas, el asedio a las ciudades enemigas, cortar las manos de los enemigos muertos y esperar una generosa recompensa. Su pensamiento viaja también hacia la ciudad de Menfis, de donde es orihundo. Allí le espera su esposa, en su modesta pero acogedora casa, donde la pareja tantas noches ha disfrutado del frescor de su pequeño y perfumado jardín. El soldado se da un manotazo en el brazo. Malditos mosquitos... ¿Cuándo llegará por fin el relevo y podrá volver a su hogar a descansar antes de volver a marchar al servicio del faraón? Qué bellos recuerdos... Ah, las hermosas y cálidas noches de Menfis...

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