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Apolo y Dafne.

Para los griegos Apolo era el dios de la poesía y de la


música, de la profecía y del sol. Además, era el dios
de los arqueros. Era tan bueno con el arco que logró
matar a la terrible serpiente Pitón que se escondía en
el monte Párnaso.
Pitón era una enorme serpiente que se comía a
las ovejas, cabras y vacas de los pobres campesino y
pastores. Las personas estaban asustadas con miedo
por la bestia malvada. Los campesinos necesitaban
alguien que los ayudara por eso suplicaban al cielo
socorro.
Entonces ocurrió que del cielo bajó Apolo y con
una lluvia de flechas logró vencer a la serpiente Pitón
que se escondía en el monte Parnaso.

Segunda parte
Después de matar a Pitón, Apolo se volvió muy
orgulloso y se pasaba hablando de sí mismo y
haciéndose el capo. Apolo decía:
- Soy el mejor del arquero del mundo.
Nadie puede conmigo-
Era tanto su orgullo que se burlaba de todos y
despreciaba a los demás.
Un día pasó cerca el dios del amor que se llamaba
Cupido. Cupido tenía la forma de un niño pequeño y
tenía unas alitas en la espalda. También él era un
arquero. Cupido disparaba flechas con las que hacía
que la gente se enamore.
Cuando Apolo vio a Cupido se mató de la risa y
empezó a burlarse de él. Le parecía ridículo el arco
que llevaba Cupido, pues parecía de juguete.
Apolo le dijo a Cupido:
-Qué haces con ese arco ridículo. No
mereces llevar esa arma. Solo yo merezco
llevar un arco, pues yo soy el dios de los
arqueros-
Cupido estaba harto del orgullo de Apolo y le dijo
que no se burle de los demás así. Le explicó que su
arco y sus flechas, aunque parecían de juguete tenían
grandes poderes.
Apolo no le hizo caso y siguió burlándose.
Entonces Cupido pensó en un plan para darle una
lección. Cupido tenía unas flechas especiales. Unas
flechas de oro con punta de diamante que hacían
que la gente se enamore, y también tenía unas flechas
de hierro con punta de plomo que hacía lo
contrario. Hacía que la gente se desenamore y que no
le guste estar con una persona.
Cupido lanzó una flecha de oro con punta de
diamante al corazón de Apolo haciendo que se
enamore de una ninfa llamada Dafne que vivía en el
bosque. Y lanzó una flecha de hierro con punta de
plomo a Dafne. Apolo se enamoró de Dafne, pero
Dafne rechazaba su amor a causa de la flecha, pero
también porque era una virgen consagrada. Apolo
perseguía todos los días a Dafne por el bosque. Y
Dafne corría y corría pues no lo amaba y quería
mantener su consagración.

Tercera parte

Tanto insistió Apolo que no Dafne no encontró


solución.
Hasta que al fin un río mágico le dio una poción a
Dafne y le dijo que si tomaba la poción se salvaría
de Apolo. Dafne guardó la poción y un día cuando
Apolo el vino a buscar se la tomó. Entonces se
empezó a convertirse en un hermoso árbol de laurel.
Apolo lloró porque ya no veía a la hermosa Dafne.
Pero desde ese día hizo del laurel su árbol sagrado y
que con las hojas de laurel sean coronados los
vencedores. Así Aprendió apolo a no burlarse de los
demás.

En la mitología griega Apolo era el dios de la poesía y de la música, de la profecía y


de la luz, además del dios de los arqueros, lo que indica que debía ser muy hábil con el
arco. Figuraos hasta qué punto era bueno que él solito logró matar a la temible
serpiente Pitón que se escondía en el monte Párnaso.

Pitón era una bestia terrible que andaba buscando sangre a todas horas. Un monstruo
enorme que se dedicaba a matar rebaños de ovejas, vacas, pastores e incluso a bellas
ninfas que correteaban por el campo. La población estaba absolutamente
desesperada, necesitaban alguien que les ayudase. Y así, suplicando a los dioses, bajó
Apolo y se deshizo de la bestia con una lluvia de flechas...

El problema estuvo que tras la hazaña Apolo se volvió terriblemente


orgulloso. Se pasaba la vida hablando de sí mismo y presumiendo de su
valentía. Su actitud era tan presuntuosa que lo único que hacía durante todo el
día era repetir las siguientes palabras:

-Soy el mejor arquero del mundo.


Nadie puede conmigo.

La cosa llegó a tal punto que ya no sólo era engreído y arrogante sino que se
dedicaba a burlarse y despreciar a los demás. En estas andaba cuando un
día paseando por el bosque se encontró con Eros, el dios del amor, y, como no
podía ser de otra forma, Apolo se metió con él y acabaron discutiendo.
Eros, pese a ser un dios, tenía la apariencia de un niño inocente, un pequeño
angelito que volaba de un sitio a otro con sus alitas, su diminuto arco y sus
flechas dispuestas a enamorar a todo el mundo. Cuando le vio Apolo no pudo
dejar de pensar en lo ridícula que era su imagen, en especial el arco que le
parecía de juguete. Así, que entre risas, le dijo:

¿Qué haces con esas armas?


Sólo yo, el dios de los arqueros, soy digno de llevarlas.

Eros, cansado como el resto de los dioses de la nueva actitud de Apolo, le


contestó.
No te burles de los demás que algún día tus burlas te pasarán
factura.
Tal vez mis flechas no hayan matado a ninguna serpiente pero
no dudes
que con ellas he conseguido grandes hazañas pues han
logrado llevar
el amor tanto a dioses como a hombres.
Apolo y la serpiente pitón, Pedro Pablo Rubens

La conversación cada vez se iba complicando más y más, pues la actitud


de Apolo no podía ser más pedante e insoportable. Así que Eros, cansado e
irritado le dijo:

Toda tu vida recordarás este momento.


Juró, por tu padre Zeus, que tendrás tu merecido.

Eros cumplió su amenaza utilizando su mejor arma: el amor. Aquel mismo


día Eros lanzó dos flechas: una de oro y otra de hierro. La de oro con punta de
diamante servía para enamorar a la gente, en cambio, la de hierro que tenía la
punta de plomo provocaba lo contrario, un rechazo absoluto al amor. Eros
mandó la flecha de oro directa al corazón de Apolo y este de inmediato cayó
perdidamente enamorado de Dafne, una de las ninfas más bellas de la región.
Pero, ¿os imagináis dónde fue a parar la de hierro? Exacto, en Dafne.
A
polo y Dafne, Francesco Albani

Hasta ese momento Apolo no había sentido el menor interés por la bella ninfa,
pero a partir de ese día no se la podía quitar de la cabeza. Se pasaba el día
pensando en ella hasta tal punto que abandonó sus aficiones favoritas. Lo
único que le apetecía era pasarse el día viendo a su bella amada.
Por contra Dafne, no quería saber nada de Apolo, es más, cada vez que le
veía echaba a correr o se escondía entre los árboles porque le ponía
nerviosa lo pesado que era. Pero claro, tanto esquivar, tanto esquivar… no
siempre es posible y un día se encontró con él de frente. Apolo aprovechó la
ocasión para pedirle que se casará con él pero la respuesta de Dafne no dejó ni
un resquicio de duda:

No me casaré jamás.

Apolo no lo entendía… pero si él era un dios… cómo le despreciaba así…


¿era poco para ella? Dafne en un alarde de sinceridad le sacó de dudas.
No despreció tu amor Apolo.
Lo que me ocurre es que no quiero el amor de nadie.
Nací libre y quiero seguir siendo libre.

Apolo y Dafne, Franceso Albani

A pesar de las palabras de Dafne, Apolo, cabezota como buen enamorado, no


perdió la esperanza. Es más ni se enfadó con ella. ¿Cómo se iba a enfadar con
el amor de su vida? Lo único que quería era abrazarla, estar con ella, quererla…
Pero cuando Dafne se dio cuenta de la obsesión que Apolo sentía hacía
ella, le dio miedo y decidió huir al bosque.

Y así comenzó una carrera, o más exactamente, una persecución en toda regla
en la que Apolo iba tras la ninfa. Dafne estaba muy asustada, tanto que cuando
creyó que Apolo le iba alcanzar se acercó al río Peneo, que en realidad era
su padre, y le pidió ayuda.
Apolo y Dafne, Benedetto Luti, 1770

Peneo pese a estar un poco enfadado con su hija -no entendía la obsesión
de Dafne con no casarse y no darle nietos… con lo feliz que a él le
harían- cuando la vio tan desesperada decidió ayudarla.
De repente Dafne dejó de correr. Su cuerpo se volvió rígido como una piedra.
Una fina costra cubrió su pecho y endureció su vientre, sus brazos se convirtieron
en ramas, su cabellera se transformó en copa… Peneo pensó que la mejor
manera de ayudar a su hija era despojarle de su forma humana y convertirla
en árbol, en el primer laurel que hubo en la tierra.
Apolo y Dafne, Antonio Pollaiuolo

Cuando Apolo vio lo que había pasado rompió a llorar. No podía creérselo. Ya
no había ninguna posibilidad de que su amor por Dafne fuese correspondido, así
que roto de dolor se acercó al árbol, se abrazó a él y decidió que ya que no
iba a ser su esposa, sería su árbol sagrado, lo adoptó como símbolo y con
sus ramas hizo una corona.

A partir de ese día el laurel, palabra que en griego significa Dafne, se


convirtió en símbolo de gloria de ahí que sus hojas sirvan para coronar a los
generales victoriosos y honrar a los más destacados atletas y poetas.

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