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El complejo legado de la canciller Merkel

La canciller germana está de salida. Tras más de una década de Gobierno al frente de Alemania y de Europa, Angela Merkel dejará su puesto al frente de los democristianos y el debate ya apunta a cuáles serán las piezas claves de su legado.
El complejo legado de la canciller Merkel
Fuente: Armin Linnartz

Angela Merkel anunció en octubre de 2018 su intención de no presentarse a las elecciones de 2021. Si bien muchos creen que esta decisión tuvo que ver con los pobres resultados de ese mes en Hesse y Baviera, lo cierto es que los cristianodemócratas lograron mantenerse como primera fuerza pese a las malas previsiones y la pérdida de escaños, lo que permitirá a Merkel —junto con su alto índice de aprobación y la elección a finales de 2018 de su candidata favorita, Annegret Kramp-Karrenbauer, para reemplazarla al frente del partido— agotar la legislatura. De completarla, la canciller habrá estado al frente de Alemania 16 años.

La lideresa lleva casi tres décadas en la vida política. Sus comienzos se remontan a la caída del Muro en 1989, cuando se afilió al recién creado partido Despertar Democrático; de este pasaría al Partido Cristiano Demócrata. Su fuerte liderazgo europeo y su proyección internacional inmortalizarán su figura como una gobernante clave de principios del siglo XXI, sobre todo en tres temas: su papel en la crisis financiera de 2008, su estrategia energética y su relación con Rusia, y su gestión de la crisis humanitaria de 2015, que le valió perder numerosos apoyos dentro de sus propias filas.

Schröder, ¿un legado socialista?

La llegada de Merkel al poder estuvo precedida por un Gobierno socialista con Gerhard Schröder a la cabeza, quien gobernó Alemania entre 1998 y 2005. La crisis de la socialdemocracia no empieza ni acaba en este país, pero el estudio del Gobierno de este mandatario da claves para entender la profunda pérdida de valores y su progresiva mimetización con los principios promulgados por el Consenso de Washington y los Chicago Boys.

Probablemente, el mejor ejemplo de esta nueva dirección política fuera la Agenda 2010, propuesta en 2003. Se trata de una profunda reforma que tenía como principal objetivo regenerar el mercado alemán de trabajo. Entre las medidas que incluía, se encuentran la facilitación de la contratación y el despido, la reducción de impuestos para trabajadores y empresas, un importante recorte del presupuesto estatal, el impulso de contratos a tiempo parcial y temporales —minijobs— y una serie de medidas, quizá las más polémicas, que reducían en duración y cuantía las prestaciones por desempleo y aumentaban los requisitos para acceder a ellas.  

Para unos, la Agenda 2010 garantizó el éxito económico alemán de los siguientes años creando nuevos puestos de trabajo, reduciendo el desempleo juvenil y favoreciendo la inversión. Para sus detractores, solo generó trabajos en puestos de baja cualificación y supuso la propagación y el abuso de los contratos temporales y parciales, además de un aumento de la desigualdad en el país, tanto económica como de género.

Para ampliar: “La rosa se marchita: el declive de la socialdemocracia europea”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2019

Independientemente de a cuál de estas lecturas se dé más peso, sí puede consensuarse que este tipo de posturas desdibujaron las diferencias programáticas de los dos principales partidos, los cristianodemócratas y el Partido Socialista, y allanaron el terreno para más de una década de Gobierno conservador. Además, sin verse en la situación de enfrentarse al pulso de la calle, Merkel pudo atesorar algunos de los resultados de las medidas de ajuste del anterior Gobierno socialista, como la reducción del déficit. Los recortes salariales, combinados con la competitividad exportadora del país, aumentaron la brecha con el tejido industrial de otros socios europeos y favorecieron la posición alemana.  

Merkel había participado en los Gobiernos conservadores de Helmut Kohl como ministra de Mujer y Juventud (1991-1994) y de Medio Ambiente, Conservación Natural y Seguridad Nuclear (1994-1998). Sobre el primer cargo, ella misma  reconocería que ni era feminista ni la igualación social entre jóvenes del este y el oeste era una de sus principales causas. En cambio, su desempeño como ministra de Medio Ambiente ha seguido teniendo un desarrollo prioritario durante toda su vida pública.

Kohl, canciller durante la reunificación, fue mentor de Merkel. Esta relación le granjeó una sólida entrada en las primeras filas del partido. Sin embargo, cuando los escándalos de financiación ilegal estallaron contra Kohl y Schäuble, Merkel se desmarcó y habló de una necesaria renovación. Incluso, ante el silencio de muchos, publicó una pieza que criticaba directamente a Kohl, referente intocable entre los cristianodemócratas. Este inteligente y calculado movimiento le sirvió para hacerse con un nombre propio, pero no terminó de enfrentarla contra la vieja guardia, porque no propiciaría una investigación en profundidad de estos casos y, de hecho, nombraría a Schäuble —su predecesor al frente del partido— ministro del Interior y, después de la crisis económica mundial, de Finanzas.

En 2005 Merkel gana las elecciones con un estrecho margen y debe pactar con el Partido Socialista. En sus segundas elecciones sus resultados mejoran, pero sobre todo se derrumban los socialistas, que pierden 76 escaños. Aunque conquistarán más votos en las elecciones de 2013, la victoria de Merkel es también la historia del fracaso del socialismo en el país.

Adalid de la austeridad

La gestión de la crisis financiera de 2008 es posiblemente el capítulo más complejo de analizar. Sus raíces y consecuencias trascienden el Gobierno de Merkel y Alemania. La fijación de la canciller con la estabilidad presupuestaria era en realidad el ejercicio de un poder ya conquistado por Alemania durante la creación del Banco Central Europeo, diseñado a imagen y semejanza del germano con el objetivo de priorizar esa estabilidad por encima de las necesidades de liquidez de los países. Cuando estalló la crisis europea, Merkel se enfundó el traje de garante del proyecto europeo y de su estabilidad con el objetivo de tranquilizar a los mercados financieros y salvar a la banca. Su papel protagonista en la crisis opacó a los mandatarios franceses, británicos e italianos e incluso sus exigencias tuvieron más peso que las de las instituciones europeas y el Fondo Monetario Internacional.

Las consecuencias de esta crisis son tan profundas como sus causas. En primer lugar, el incipiente crecimiento de las economías mediterráneas no se corresponde con una disminución de su deudas, cuya sombra acecha sus economías. En segundo lugar, el relato de la crisis favoreció la implementación de recortes, pero no sirvió para atajar las verdaderas causas, a saber, la falta de diversificación de sus tejidos productivos, un crecimiento vinculado a la especulación y la creación de burbujas y un aumento de la competitividad a la baja.

El saqueo del Estado del bienestar y de las arcas públicas, la falta de confianza en las instituciones y la realidad de un mercado laboral que no responde a las necesidades de la población son ya problemas que asolan muchos Estados europeos. El relato de la crisis era útil para la implementación rápida de esas medidas, pero incompleto en sus análisis e insolidario —más táctica que estrategia, pues—, por lo que ha terminado dando fuerza a movimientos euroescépticos y antieuropeos que ven el proyecto como un lastre para la defensa de su interés nacional.

Diferentes formaciones políticas de tinte euroescéptico han ganado peso en varios países de la Unión Europea.

Este mensaje caló en Italia, en Grecia o en Francia, pero también en Alemania. El discurso de los países llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España, por sus siglas en inglés), el relato de los deudores irresponsables y la imagen proyectada de Alemania como redentora y defensora última del proyecto europeo que paga los platos de sus derrochadores socios han avivado la extrema derecha germana.

El hecho de que Alemania pudiera crecer al ritmo que lo hizo fue en parte gracias al proyecto europeo, que le permitió mantener el valor del euro por debajo de su ritmo de producción, hacerse con nuevos mercados y exportar a sus socios en momentos de baja demanda interna tras las medidas de la Agenda 2010. Si bien Alemania había criticado desde el principio los costes de la Política Agraria Común, el proyecto europeo le sirvió para convertirse en una potencia exportadora entre nuevos mercados con tejidos industriales menos competitivos que conquistaría en pocos años. Europa hacía a Alemania más grande. Estas cuestiones han sido ignoradas fuera y dentro del país y han favorecido un cuestionamiento de la conveniencia de profundizar en el proyecto europeo.

Para ampliar: “La Europa que no fue”, Astrid Portero en El Orden Mundial, 2018

Frecuentemente se habla de Merkel como la salvadora de Europa y del euro, pero no puede obviarse que su intransigente posicionamiento en cuanto a las políticas de austeridad han servido para impulsar movimientos que pueden poner en jaque el proyecto europeo o ya lo hacen, como en el caso del brexit. Su papel en la crisis le valió a Merkel la calificación de líder diestra en la táctica, pero mala estratega.

Energía rusa, potencia rusa

La cuestión energética es otra de las claves del legado merkeliano. Defensora de la energía nuclear en su periodo como ministra, la catástrofe de Fukushima la llevó a cambiar drásticamente de posición y apostar por las renovables y por el gas natural ruso. La mandataria busca diversificar las fuentes energéticas del país para disminuir la dependencia de las nucleares.  

Prospectiva del gasoducto Nord Stream 2. Fuente: Samuel Bailey

La suya era una de las caras más visibles en los acuerdos de reducción de emisiones a nivel europeo y se ha mostrado firme en el compromiso de apostar por la eficiencia energética y la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar de toparse con fuertes resistencias internas desde la industria del país, especialmente la del automóvil.  

El proyecto de construir el gasoducto Nord Stream 2 ha hecho que Francia, Estados Unidos y otros países europeos apunten a los peligros de una mayor dependencia del gas ruso —un 40% del gas importado en Alemania proviene de allí—. La cuestión energética lleva a otro punto clave del liderazgo de Merkel: la relación con Rusia.

Para ampliar: “Petróleo y gas al servicio del zar”, Adrián Albiac en El Orden Mundial,

Ambos paradigmas de la realpolitik han tenido que entenderse. Vladímir Putin, exmiembro de la KGB, y la ossi luterana han estado en comunicación constante por intereses compartidos en materia económica y de seguridad. La crisis de Crimea, el apoyo de Merkel a las sanciones contra Rusia y los ataques cibernéticos tensaron la cuerda, pero, como buenos hijos de la Guerra Fría, han sabido capear el temporal. Alemania es un país otanista con fuertes vínculos con Estados Unidos y un fuerte recelo contra Rusia, pero a la vez comparte con esta buena parte de su Historia y sabe que cortar relaciones con el vecino oriental no es rentable para sus intereses ni para Europa.

En uno de los primeros encuentros entre ambos mandatarios, el presidente ruso acudió a la cita con su perro, consciente de la fobia de su homóloga. Fuente: Kremlin

En cuanto a Estados Unidos, la relación con Obama, si bien a veces con tintes de desconfianza, llegó a gozar de una excelente salud, aunque comenzaba a ser evidente que Europa perdía interés para el Pentágono y que Washington iba a exigir una mayor inversión en seguridad de sus socios del Viejo Continente. Con Trump, la relación se ha enfriado y estos pronósticos se han hecho del todo explícitos. La relación con Rusia y el giro estadounidense han puesto el foco sobre el Ejército alemán y lo obsoleto de sus equipos: aunque es uno de los principales exportadores de armas, la inversión en defensa es baja en comparación con otros socios europeos, especialmente si se atiende a su posición económica. El aumento de la inversión en seguridad y la vuelta del servicio militar obligatorio estarán encima de la mesa en la próxima campaña, y la crisis de Crimea ha sido sumamente relevante a este respecto.

En suma, la cuestión energética, la relación con los países del Pacto de Varsovia y la política de defensa serán piezas claves en el juego político germano.

Crisis migratoria

En sus primeros años como canciller, Merkel recibió críticas en Alemania por mirar demasiado fuera y poco dentro. Durante los años de gestión de la crisis y ante su defensa del interés nacional, estos reproches se diluyeron.

Tras ser comparada con la Dama de Hierro —la ex primera ministra británica Margaret Thatcher— y quizá algo influida por su imagen satanizada como cabecilla de los recortes, en 2015 quiso defender la sigla de los cristianos de su partido proponiendo una serie de medidas para hacer frente a la crisis humanitaria a través de la armonización de políticas de acogida y el establecimiento de cuotas entre los socios europeos. En un discurso en el que hacía referencia a la responsabilidad con el mundo y al nombre y legado del proyecto europeo, llamó a hacer frente de manera ordenada a la difícil situación del Mediterráneo. En 2016 Alemania concedió el asilo a un total de 433.905 solicitantes; solo dos años después la cifra quedaría en 75.940. Si bien es cierto que el número de solicitantes ha disminuido, también lo es el hecho de que el embudo de concesiones se ha estrechado.

Para ampliar: “El dilema de Angela Merkel”, Diego Mourelle en El Orden Mundial, 2018

La llegada de migrantes podría suponer un necesario rejuvenecimiento de la población alemana, que sufre cada vez más del envejecimiento de su población. En respuesta a este argumento, el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania impulsaba esta campaña: “¿Nuevos alemanes? Hagámoslos nosotros”. Fuente: Wikimedia

Antes vapuleada desde la izquierda por su discurso de austeridad radical, Merkel afrontaba su mayor crisis política hasta la fecha, y las críticas venían desde dentro. Los democristianos apelaban a la necesidad de orden y de reforzar las fronteras, la xenofobia de Pegida —los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente— y de Alternativa para Alemania se avivaban y en Europa, especialmente desde Italia, Bulgaria y Austria, encontraba profundas resistencias que amenazaban con resquebrajar los consensos de Schengen.

El pulso era tal que muchos anticipaban su fin como canciller; sin embargo, terminó dando un giro de 180 grados en materia migratoria. En 2016 se pactaron los acuerdos con Turquía para frenar la llegada de migrantes y refugiados, se puso sobre la mesa la propuesta de pactar con Estados africanos para hacer lo propio, el número de deportaciones aumentó y se impulsaron medidas disuasorias, como la separación de familias, que sirven ya como evidencias de este cambio.

Hay que destacar que Alemania nunca propuso una apertura de fronteras, sino un “no cierre”.  Su intención era dar una respuesta comunitaria y cumplir con las leyes vigentes de asilo, pero ello profundizó en la división interna entre los cristianodemócratas de Merkel y su hermana Unión Social Cristiana de Baviera, cuyo presidente, el actual ministro del Interior Horst Seehofer, se mostró públicamente díscolo con las políticas de acogida. Todo ello, junto con el crecimiento de la extrema derecha en el país y la falta de propuestas desde el socialismo alemán, terminó con la faceta más solidaria y estratégica de Merkel en favor de su supervivencia política.

Las cifras de la migración hacia Europa a través del Mediterráneo.

Tras el liderazgo de Merkel

Cuando tomó las riendas del partido en el 2000, se criticó su falta de carisma y su poca destreza como comunicadora. Sin embargo, la pragmática canciller concentra una serie de características que favorecieron su liderazgo dentro y fuera del partido.

Para ampliar: “El sexismo en la cima: mujeres, liderazgo y poder político”, Sandra Ramos en El Orden Mundial, 2016

Mujer y luterana en una fuerza política con una importante mayoría católica, conservadora, con fuertes raíces bávaras —la zona más próspera— y en la que las primeras filas habían estado tradicionalmente ocupadas por hombres, Merkel ha sido capaz durante la mayor parte de su mandato de navegar entre corrientes discrepantes y mantener en orden sus propias filas, por lo menos hasta la crisis de los refugiados. Frecuentemente infravalorada, supo en su subida al poder hacer buen uso de ello para desgastar a sus rivales políticos. Las primarias que se celebraron en diciembre de 2018 y en las que se optó por Annegret Kramp-Karrenbauer, la favorita de Merkel, como candidata al frente del partido muestran el indudable tirón que aún mantiene entre las bases cristianodemócratas.

Por otro lado, el hecho de que Merkel haya pasado gran parte de su vida en Alemania Oriental sirvió para que la región que antes era la República Democrática Alemana se viera reflejada en las instituciones. Considerados los desheredados del crecimiento económico del país tras la unificación, los ossis —los habitantes del este de Alemania— contaban con que sus Gobiernos fueran a hacer frente a muchos de sus problemas actuales.  

Para ampliar: “‘Already an Exception’: Merkel’s Legacy Is Shaped by Migration and Austerity”, Katrin Benhold en The New York Times, 2018

El ala más conservadora del partido temía que con ella se diera un giro a la izquierda que, a ojos de muchos, se terminó produciendo. Aunque desde el sur de Europa ha sido vista como austericida, en su política nacional ha sido continuista con las políticas de Schröder y ha pactados con liberales, verdes y socialistas. Durante las cumbres del G7 ha tenido un papel predominante en la defensa de un régimen liberal que choca frontalmente con la visión proteccionista de Trump.

Aunque liberal y europeísta, Merkel ha tendido en su política exterior al intergubernamentalismo. Muchos le echan en cara no haber avanzado en el proyecto europeo en el plano político y, tras la propuesta de Macron para el proyecto, se han cristalizado las diferencias entre franceses y alemanes en su visión prospectiva de la Unión Europea: mientras que Macron aboga por un avance en la integración política que fortalezca las instituciones comunitarias, la posición germana es más cercana al statu quo y la cooperación entre Gobiernos combinados con ciertos espacios supranacionales.

Aunque Kramp-Karrenbauer supone cierto continuismo con Merkel, es una candidata del oeste del país que representa al ala más conservadora del partido. Tras Merkel viene un periodo político de incertidumbre que podría favorecer el statu quo con Kramp-Karrenbauer, pero que también podrían capitalizar los socialdemócratas o la extrema derecha. Uno de los partidos que parece ganar posiciones en cualquier escenario es el de Los Verdes.

Para ampliar: “Partidos verdes en Europa: el rebrote de los ecologistas”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2019

Bien si se ha construido una Europa germanizada o una Alemania europeizada, los ojos de todos estarán puestos en el devenir político de este país por su evidente liderazgo en Bruselas.

Inés Lucía

Madrid, 1992. Graduada en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense. Máster en Gobernanza Global y Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de Madrid. Máster en Educación. Ha realizado prácticas en el Instituto de Derechos Humanos de Cataluña y ha trabajado en cooperación cultural y desarrollo para el Centro Cultural de España en Bata (Guinea Ecuatorial) con un proyecto de la AECID.

1 comentario

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    Si Europa no quiere perder su identidad como líder en el mundo de su estado de bienestar, tendrá que protegerse de ingenierías externas y eso no se resuelve con medidas garantistas para todo lo que nos viene de fuera

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