Apolo y Dafne

     Si algo hay que saber es que no todos los dioses son egoístas, caprichosos y rencorosos. Hoy vamos a relatar una de las historias de amor más conocidas de la mitología griega. Antes de nada, Apolo tiene mucho que contar, por lo que hablaremos sobre él y terminaremos con el mito de la forma más amena posible. 

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     Apolo era, junto con Artemisa, hijo de Zeus y Leto. Además, era uno de los doce dioses que vivían en el Olimpo. En numerosos mitos se suele decir que es el dios del Sol, pero ciertamente ya existe Helio, así como el titán del Sol, Hiperión. Fue venerado en la Antiguedad clásica como <<el dios de la divina distancia>>, que amenazaba o protegía desde el cielo a todos los mortales. Apolo fue reconocido como el dios de la belleza masculina y de la luz de la verdad.

     Apolo y la serpiente Pitón

     Apolo dio muestra de sus poderes cuando era tan solo un bebé de cuatro días de vida. La Madre Tierra tenía muchas criaturas en el mundo, entre ellas, la serpiente Pitón, tan grande como la ladera de una colina. Pitón era la que había atormentado a Leto cuando esta intentaba encontrar un lugar donde dar a luz a Apolo y a su hermana Artemis. El bebé Apolo solicitó armas a Hefesto (dios herrero) para vengar el trato que había recibido su madre, y este le entregó un arco y unas flechas.

     Apolo acudió al monte Parnaso y venció a la serpiente Pitón disparando mil flechas para provocar mil heridas por las que la bestia supurase el veneno. Como festejo por el éxito conseguido, Apolo organizó un festival de juegos atléticos (su característica principal) llamados Juegos Pitios (en nombre de la serpiente).

     Todos los atletas que participaban y triunfaban en las pruebas recibían, a modo de premio, una corona de hojas de roble o de haya. En fechas posteriores de la historia griega o romana, se suele decir que los vencedores recibían una corona de laurel en lugar de ser de roble. El por qué del laurel lo explica la historia de amor de Apolo y Dafne.


     Al igual que todas las historias de amor de la mitología griega, la de Apolo y Dafne comienza con el dios del amor, Eros (Cupido romano). Eros poseía arco y flechas especiales propias, pero siempre había sentido por usar el arco de Apolo, que era mucho más grande que el suyo. Apenas había conseguido tensarlo y estaba deseoso de lanzar ya alguna flecha; pero de repente, Apolo lo detuvo y le preguntó:

   Espera, ¿Qué utilidad tiene para ti usar el arco de un guerrero? Tu cometido es herir levemente el corazón con tus delicadas flechas, mientras que mi gran arco me permite matar y cazar a mis enemigos, como hice con la serpiente Pitón.

     Limítate a tu labor, Eros, y no te inmiscuyas en mi deber.

     Fue un comentario muy egoísta e impetuoso por parte del orgulloso Apolo. Eros se indignó y decidió mostrar a Apolo quien era el maestro del arco. Con las mismas, se elevó por los aires y disparó dos flechas. La primera tocó el centro del corazón de Apolo y la otra fue a parar a Dafne, una ninfa de los bosques, hija del dios del río Peneo.

     La mala suerte fue que las flechas eran totalmente diferentes. La que hirió a Apolo era una flecha de amor incondicional; mientras que la de Dafne era una de punta roma, aquella que no permite al corazón amar.

     La ninfa de los bosques sintió inmediatamente que no quería tener nada que ver con hombres, titanes o dioses. No ansiaba las relaciones sexuales ni el matrimonio. Por otra parte, Apolo empleaba todas sus dotes para cortejas a la delicada Dafne, pero ella no podía evitar huir cada vez que notaba su presencia. En un principio, Apolo decidió aparentar el ser un hombre mortal, y después se reveló ante ella como el dios de la medicina, la belleza, la verdad, la música, el Sol y la sabiduría oracular (El oráculo de Delfos).

     Sin embargo, nada de lo que intentara decir o hacer cambiaba los sentimientos de Dafne hacia él. Ella huía, y Apolo, desesperado, no se le ocurrió mejor recurso que correr tras ella. Ambos siguieron corriendo un buen tramo hasta que la ninfa, terriblemente agotada, empezó a sentir la agitada respiración de Apolo, que se encontraba a tan solo un paso de alcanzarla.

     En ese momento corría colina abajo, hacia el río Peneo, y gritó:

     ¡Padre, ayúdame! Si es que tienes algún poder como dios de este río, empléalo ahora para salvarme de Apolo.

     Él ama mi belleza, dice. Padre, ¡destruye mi cuerpo! ¡destrúyelo para siempre!

     Entonces se detuvo, incapaz de dar un paso más. Sus pies se hundieron en el lodazal, su cuerpo empezó a menguar y a estrecharse, sus brazos fueron ramas y sus dedos, brillantes hojas: Dafne se había convertido en laurel.

     Apolo sufrió y supo que jamás podría olvidar a la ninfa. Desde ese momento prometió que siempre llevaría consigo una corona de hojas de laurel. A todos los atletas que vencían en los juegos, les proporcionaría una en memoria de Dafne.


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