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Juan Eduardo Martínez Leyva

El toro ha sido considerado animal sagrado en amplias regiones de Europa y Oriente Próximo desde épocas prehistóricas. En las excavaciones arqueológicas realizadas en la región de Anatolia se han encontrado figurillas o pinturas en las que se representa a esta bestia. En Chatal Huyuk, un asentamiento de hace 7000 años a.C. aparecieron figurillas de la Diosa Madre dando a luz a un toro y también de un joven montado a lomos de este animal. En los relieves de las paredes es común encontrar gravados con cabezas de toro.

En la cerámica pintada del sitio de Halaf, un lugar localizado igualmente en Anatolia, de aproximadamente 4500 años a.C. las cabezas de toro con su cornamenta larga y curvada eran un motivo recurrente. Sus representaciones aparecen también en las antiguas civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, la India, Creta y Grecia.

En Egipto, diversos grabados en estelas dan testimonio de la importancia del culto al toro. En Saqqara se sacrificaba ritualmente al dios toro negro Apis a la edad de veinticinco años, se le embalsamaba y enterraba en una tumba conocida como Serapeum.

En la India el dios Shiva, aparecía como un toro blanco y los rituales practicados en su nombre, según J. Campbell, eran homólogos a los que los egipcios hacían con Apis. El toro blanco era simbólicamente la luna llena, y el negro, representación de la luna nueva. Los cuernos estaban asociados con sus fases creciente y menguante.

La región de Sumeria-Babilonia no era la excepción. “Desde la más remota Antigüedad, el emblema divino era la tiara de cuernos. Esto significa que, en Sumeria, como en el resto del Cercano Oriente, el simbolismo religioso del toro, atestiguado a partir del neolítico, se había trasmitido sin interrupción.” (M. Eliade).

Es probable que en estas etapas el toro se convirtió en un animal cosmogónico, que tenía una pata en el cielo y otra en la tierra. Su unión simbólica con la Madre Tierra era una imagen muy poderosa en las nacientes culturas agrícolas. “El toro no sólo engendraba a las vacas productoras de leche, sino que tiraba el arado, que abría y sembraba la tierra simultáneamente.”

En el Poema de Ghilgamesh, tal vez uno de los primeros relatos escritos, se dice que la diosa Ishtar, herida en su ego por el rechazo amoroso que el héroe le había propinado, le pidió a su padre, el dios Anu, que creara al “toro celeste” para que se encargara de darle muerte al insolente Ghilgamesh. “El “toro celeste” se lanza contra la ciudad de Uruk y sus mugidos hacen caer a centenares de los hombres del rey. Pero Enkidu (el fiel amigo del héroe) logra sujetarlo por la cola, situación que Ghilgamesh aprovecha para hundirle su espada en la nuca. Ishtar, furiosa, sube a los muros de la ciudad y maldice al rey. Enardecido por su victoria Enkidu arranca una pata al “toro celeste” y la lanza ante la diosa al mismo tiempo que la cubre de injurias.”

Es éste, quizás, el primer escrito en el que se describe una lucha entre un ser humano y el toro; también, la primera vez en que un hombre da muerte al toro clavando su espada en la nuca.

En el palacio de Cnosos de Creta fueron descubiertas, a principios del siglo XX, pinturas hechas con estuco, alusivas al salto del toro (taurocatapsia) que practicaban los jóvenes cretenses de ambos sexos. Se estima que éstos frescos fueron pintados entre 1600 y 1400 a.C. De acuerdo con las imágenes, el atleta se aproximaba de frente al toro, lo tomaba con firmeza por los cuernos, se impulsaba para dar un doble salto mortal sobre el animal y caía en posición vertical, detrás de él.

Fue ahí mismo, en Creta, el lugar en el que se desarrolla el mito del Minotauro, un ser mitad hombre y mitad toro, que había sido confinado por su padre Minos a vivir en una construcción laberíntica. El héroe ateniense Teseo, le da muerte, ayudado por la princesa y hermana del monstruo, Ariadna, para liberar a Atenas de un tributo sacrificial inaceptable.

El toro aparece también de manera relevante en la religión de origen persa en la que se practica el culto al dios Mithra. Aunque su origen se remonta muchos siglos antes, el mitraísmo alcanzó su apogeo a partir de la etapa helenística (siglo III a.C.) hasta ya entrado el primer milenio d.C.

Existe una escultura que fue usada como imagen modelo durante muchos siglos entre los practicantes del mitraísmo, que se cree fue elaborada por primera vez por los escultores de la ciudad de Pérgamo, alrededor del siglo tercero a.C. En ella aparece Mithra dando muerte a un toro. El toro yace en el suelo y Mithra montado sobre él, le clava un enorme cuchillo en la región baja del cuello. En lugar de brotar la sangre del toro, lo que fluye son espigas de trigo y racimos de uva.

Sobre la interpretación de la escultura J. Campbell cita al investigador Franz Cumont, quien era considerado el mayor estudioso del mitraísmo. Cumont dice que en la imagen del Mithra matador de toros, “se observa a un dios con una expresión de dolor y compasión cuando clava el cuchillo, y de esta forma asume sobre sí la culpa -si se puede emplear semejante término- de la vida que vive de la muerte.”

Se considera una representación gráfica y metafórica de cómo se obtiene el alimento, pero también refleja una forma de expiación del trauma psicológico que significa darse cuenta que la sobrevivencia propia depende de la muerte de otros seres vivos.

Estos son sólo algunos ejemplos del lugar que se le ha dado al toro a lo largo de la historia de la humanidad. Hoy este animal ha sido traído a la escena pública por la controversia entre taurófilos y animalistas, que ha llegado a los tribunales. Simplificando la disputa, los aficionados a las corridas de toros defienden su derecho a participar en la llamada “fiesta brava” y conservar algo que ellos consideran una tradición cultural, artística e identitaria, que merece el respeto de los otros. En el lado opuesto, los defensores de los animales se oponen a las que consideran prácticas arcaicas argumentando que en las corridas de toros existe crueldad y maltrato animal.

Es probable que las corridas de toros lleguen en un futuro no muy lejano a su fin, debido al cambio de sensibilidad de las nuevas generaciones, sin embargo, no sería deseable que su fin fuera producto de la cultura de la “cancelación”, es decir de un acto de intolerancia autoritaria.

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