El frío puede ayudar a refrigerar los alimentos, es decir, si vamos a consumirlos en un periodo corto de tiempo, se colocan en una zona de baja temperatura para que estos conserven sus propiedades y se ralentice la aparición de microbios, hongos o bacterias que puedan descomponerlos.

La cadena de frío consiste en mantener la temperatura controlada que necesita un alimento para alcanzar la fecha de consumo preferente indicada en su envase en las mejores condiciones para su consumo.

Refrigeración: Consiste en conservar los alimentos a una temperatura, entre 0 °C y 8 °C, cercana al punto de congelación. Se suele usar en alimentos frescos para conseguir que la proliferación microbiana sea mucho más lenta.

Las bajas temperaturas actúan de barrera para evitar el crecimiento microbiano, su control, por lo tanto, garantizará que los alimentos que se consumen sean seguros. Las dos maneras de conservar los alimentos a bajas temperaturas serán tanto la refrigeración como la congelación.