Tomás, el estudiante de 13 años que en silencio brilla en las aulas universitarias

Con un coeficiente intelectual de 155, el chico del Barrio Obrero de Berisso ya cursa el Profesorado de Matemática

Viernes 19 de junio. Son las once y media de la mañana y Tomás sale del edificio donde funciona el departamento de Matemática de la facultad de Ciencias Exactas, en 50 y 115. Muy abrigado, para combatir la gélida mañana, Tom sonríe con la naturalidad de un niño feliz. Es que lo está. “Me fue muy bien, los profesores me dijeron que hice bien todos los ejercicios”, le cuenta a su mamá, Claudia Fernández (50), quien lo espera sentada cerca de la puerta. ¿Por qué lo acompaña? Porque Tomás, aunque está cursando el primer año del profesorado en Matemática, tiene apenas 13 años. Es que el chico del Barrio Obrero de Berisso es superdotado. La madre lo sabe mejor que nadie, aunque prefiere definirlo con otras palabras: “Es un niño, pero con una mente que busca desafíos”.

Tomás es súper educado, respetuoso, alegre, espontáneo. A Claudia, quien tiene la guarda desde que era un bebé y ahora está terminando los trámites de adopción, le costó muchísimo llegar a la situación actual, donde su hijo se siente contenido intelectualmente en una clase de Algebra junto a jóvenes veinteañeros que estudian Física, Geofísica, Astronomía, Meteorología o el profesorado en Matemática, entre otras carreras. La lucha fue muy dura y aún continúa, pero han avanzado mucho tras chocar contra altos murallones en distintos colegios, viajar a capital federal e incluso a Córdoba buscando un lugar académico en el mundo de Tom.

Afectivamente siempre estuvo más que contenido, y lo demuestra con el cariño que le profesa a Claudia, con su vitalidad y alegría permanentes.

Juega a los soldaditos recreando batallas históricas. Lee historia, su gran pasión. “Las cruzadas”, responde cuando se le pregunta qué está leyendo actualmente. Ya conoce al dedillo los pormenores de las guerras mundiales y de la Europa antigua. Habla inglés y chino. Los fines de semana comparte ajedrez con amigos, hijos de un grupo de familias con chicos con altas capacidades, que van rotando de casa y viajan desde distintos y lejanos lugares para juntarse, intercambiar experiencias y acompañarse. Nada de ello le impide jugar al fútbol en la vereda de su vivienda del Barrio Obrero, como tampoco ir a natación y a taekwondo a dos clubes de la zona.

Definido como “autodidacta” por los especialistas, tiene un cociente intelectual de 155. Lo normal es entre 95 y 110 y sólo el 2% de la población llega a 148, lo requerido para entrar Mensa (ver dato).

El viernes pasado la figura del adolescente se recortaba simpática en medio de la clase de Algebra. “Me llevo bien con todos, hablamos, pregunto y me preguntan... Vengan a conocer a mi profe”, invita Tomás y se asoma al aula, donde lo tratan como “a uno más”. “Para nosotros es un alumno más, un gran chico”, destaca el docente Eduardo Tello.

Y añade: “Hay dos grupos de alumnos, los que van a los teóricos y los autodidactas. Tom es un autodidacta”, define el ayudante de cátedra sin conocer la palabra de los expertos. “Estudia de libros en su casa, no va a los teóricos. Luego viene al práctico y consulta, corrige, en realidad es el que lleva más al día la materia y el que más rápido avanza”, afirma Tello y sonríe, tras sacarse una foto con los otros docentes y el niño berissense.

En el pasillo, Tomi comenta que “ahora se me vienen los parciales”. Luego dice que a la tarde debe cursar Geometría Analítica en “el segundo piso del edificio B de Humanidades, con las profesoras Sara (González) y Viviana (Robuschi)”.

Acto seguido, y ante la consulta sobre qué le gusta hacer en su hogar, Tomás dice con un entusiasmo que contagia: “Tengo unos mapas con los que juego a los soldaditos”.

En rigor, recrea grandes guerras de la historia. Pero para él es natural. Como lo es leer “sobre las cruzadas”, o “cuentos policiales”, o “libros de Algebra y Matemática”, o “armar mapas en la compu con el Paint”.

Acomoda sus gafas y se preocupa por no dejar de nombrar a ninguna de sus mascotas: el “caniche Pichi”, el “mestizo Apolo” y “los gatos Fita y Basté”.

Sencillo, cariñoso, con la inocencia de un niño, así es Tomás.

DE ESCUELA EN ESCUELA

En este punto vale repasar la historia de Claudia y Tomás. Al menos desde que ingresó a la sala de 3 años en el Jardín de Infantes 905, ubicado en la esquina de avenida Palo Blanco y Montevideo de la vecina ciudad ribereña.

Claudia dice que los problemas no los tuvieron “en escuelas públicas, sino en privadas. De hecho, el primer año de jardín no hubo inconvenientes, y las maestras enseguida me dijeron que Tom se dedicaba a juegos ‘superiores para su edad’, refiriéndose a que tendía a los juegos abstractos”, recuerda, e insiste en que todo marchaba bien para el niño que leía desde el año y medio.

La cuestión es que la abogada y docente berissense tuvo que cambiarlo de establecimiento -por motivos de organización- y arrancó la sala de 4 en un privado católico del centro de la ciudad. “Comenzaron los problemas”, casi sentencia. Y es que allí se inició un largo y tortuoso periplo por distintas escuelas, hasta que este año y tras una exhaustiva evaluación que le realizaron a su hijo en la facultad de Psicología platense, hizo el curso de ingreso al profesorado en Matemática y ya piensa en los primeros parciales.

“No obstante, la jueza (de la causa que inició Claudia cuando a Tomás ‘lo sacaron’ de una secundaria platense) ya le pidió 3 ó 4 veces a la dirección de Escuelas de la Provincia que lo dejen rendir libre los tres últimos años del nivel medio y no le respondieron. Y si no lo hace, no podrá certificar sus estudios universitarios”, comenta. Estudios en los que le va más que bien, según contaron a este diario sus docentes.

“Me llevo bien con todos, hablamos, pregunto y me preguntan”, cuenta Tomás sobre sus días en la Universidad

 

Pero volvamos atrás para retomar la historia de Tomás desde el jardín. “Venía leyendo y leyendo sobre los gladiadores, y le contaba a la maestra (de sala de 4), entusiasmado, hasta que un día la docente le dijo: Los gladiadores no existieron. Y punto. A partir de ese momento dejaron de prestarle atención, él se angustió mucho y no quiso ir más”. Así finalizó el nivel inicial, a pesar de que “faltó muchísimo”, rememora Claudia.

DARSE CUENTA

Confiesa que no sabía cómo guiarlo. Y es que muchos chicos superdotados suelen expresarse a través de malos comportamientos, en cambio Tomás “no es conflictivo, al contrario, es muy tranquilo, entonces lo dejaban de lado”, dice, desafiando al sistema a “repensarse en varios aspectos”.

“Las necesidades educativas especiales se piensan con el prefijo dis. ¿Qué hacemos entonces los padres de chicos como Tomás?”, se pregunta Claudia Fernández para hacer notar que “son casos mucho más comunes de lo que se cree, hay dos o tres por cada cien niños”, realza, y dice que “en el devenir de la incomprensión hacia Tomi comencé a preguntarme a fondo qué pasa en las aulas, porqué no se comprende la diversidad. Fue así que hice la capacitación docente y un posgrado en gestión educativa y me metí de lleno en ese mundo”, apunta. Hoy da clases en secundario y terciario en Astilleros Río Santiago.

Comprende a la perfección que “una maestra ante 40 alumnos no puede ocuparse de uno solo, porque no son 40 chicos, son 40 historias distintas y algunas complejas, pero no debe existir rechazo de ningún tipo, sino detección de los casos y acompañamiento”, reflexiona.

Mientras su hijo, con 5 años, ya conocía con puntos y comas gran parte de la historia de Europa, veía los noticieros y canales de documentales y música clásica, Claudia se puso en contacto con gente de Creaidea, una asociación civil dedicada a la asistencia a niños dotados y talentosos de la comunidad y a sus familias. Fundada por miembros de Mensa (organización internacional que identifica a personas de todo el mundo con elevado cociente intelectual), la organización llevó a Claudia y a Tomás a conocer al licenciado Allende, fundador de Mensa Argentina.

Con un contundente informe sobre el niño (superdotado), su madre lo llevó a un colegio privado laico de City Bell, donde le prometieron una “planificación especial”. En días, Tomás se aburrió y no quiso ir más. Pasó a otra escuela privada donde “concurren todos varones, me dijeron que ellos apostaban a la excelencia y que recibirlo era un desafío. En 1° grado no hubo problemas, pero cuando empezó 2°, ya en abril se lo dieron por aprobado. Allí comenzó un tire y afloje que finalizó con la rescisión del contrato académico (por parte de la institución) en diciembre del 2010, cuando tenía 8 años. Y sobrevino el juicio en el Juzgado Civil 4 de La Plata, a cargo de la doctora Cardoni, la misma que hasta ahora sigue insistiendo ante Educación de la Provincia para que lo dejen rendir libre los 3 últimos años del secundario”, reitera Claudia.

¿Y qué sucedió en el medio? Que la madre tuvo que llevarlo a capital federal para que rinda libre lo que le quedaba de primaria. “Allá no me pidieron más que el documento y las vacunas”, dice.

A LA UNIVERSIDAD

En 2012, la jueza ordenó que lo evaluara la Universidad de La Plata. Y así lo hizo la titular de la cátedra de Técnicas Proyectivas de la facultad de Psicología, Norma Maglio, quien consideró “propicia la flexibilización educativa; escuela en casa y mesas libres”, dice Claudia. Tomi tenía 10 años.

De ese modo resolvió hasta tercero de secundaria. Pero la mamá de Tomás “quiere que termine en Provincia, porque mi hijo es bonaerense, no porteño”, subraya una y otra vez.

Ahora cursa el profesorado de Matemática, carrera de la facultad de Humanidades que tiene varias materias que se cursan en Exactas, pero al momento de certificar esos estudios Tom necesitará el certificado de secundario completo. La decisión está en manos de la cartera educativa bonaerense.

Mientras, Tom, con su portafolio lleno de apuntes y libros, su andar de pasos cortos y rápidos, su aparente timidez que esconde una personalidad sociable y afectuosa, continuará afrontando desafíos y derribando barreras intelectuales.

Mensa
Es una organización internacional sin fines de lucro fundada en 1946 en Oxford, Inglaterra, con la intención de identificar personas de todo el mundo con elevado cociente intelectual.
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