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      Ariana Harwicz: “La corrección política engendra arte infame”

      Desde Francia, la autora de "Matate, amor" dispara contra la imposición actual de que la creación artística no ofenda a nadie.

      Ariana Harwicz: "La corrección política engendra arte infame"Ariana Harwicz nació en Buenos Aires en 1977. Desde 2007 vive en Francia. Foto: Diego Waldmann.
      06/01/2021 07:01

      Casi hacemos la más fácil y, en este caso, la más desatinada: casi escribimos que Ariana Harwicz es una escritora argentina prestigiosa. Prestigiosa –un adjetivo gastado, tan pomposo como vacío– tiene que ver con la reputación y la reputación, en tanto juicio ajeno, parece no importarle a Harwicz.

      Le importa, en sus ficciones y fuera de ellas, detonar los lugares comunes del artista biempensante y de la corrección política impuesta. “Hay que estar dispuesto a que te odien”, declaró hace poco. Antes de odiarla (¿por qué no, acaso odiar no es humano?), lean lo que dice. Tiene argumentos y personalidad, algo cada más infrecuente en el mundo de los escritores prestigiosos.

      Antes: Harwicz nació en Buenos Aires en 1977 y vive en Francia desde 2007. Publicó las novelas Matate, amor, La débil mental, Precoz y Degenerado. En las tres primeras, expuso los vínculos conyugales, filiales, familiares bajo un prisma salvaje, perturbador, carente de tabúes. En Degenerado, adoptó el punto de vista de un asesino pedófilo. Nada como para relajarse ni recibir lecciones de vida.

      En 2018, la versión inglesa de Matate, amor, Die, My Love, fue nominada al (prestigioso) premio Man Booker International, antes de que el Man volara del nombre. Matate... también fue llevada al teatro, con dirección de Marilú Marini y Erica Rivas como intérprete.

      Ahora sí, los dejamos con Ariana Harwicz, que responde desde Francia:

      Harwicz escribe a contramano de los mandatos de época. Foto: Hugo Pasarello Luna.Harwicz escribe a contramano de los mandatos de época. Foto: Hugo Pasarello Luna.

      -¿Qué efectos tiene la corrección política actual sobre el arte en general y la literatura en particular?

      -El de engendrar arte infame. Hoy, para escribir, hay que tener en cuenta los señalamientos, prerrogativas y coerciones políticas de la época. Una gran perversión. ¿Por qué uno debería acoplarse a la mentalidad de su tiempo? Las mejores obras han sido transversales, oblicuas: se adelantaron al pensamiento de su época, o se atrasaron. El arte existe para tener la libertad que no se tiene en la vida civil, para que no existan leyes ni moralidad. Yo no puedo pasar un semáforo en rojo, robar un negocio, desnudarme en la calle, tocarle el culo a un tipo: si se le aplican estos límites a la ficción, qué sentido tiene el arte; es como una copia mala de la vida.

      -¿Es común que se confunda autor con narrador? ¿Se juzga a los escritores por sus ficciones y a las ficciones por las vidas de sus autores?

      -En el siglo XXI se rehabilitó un debate que parecía saldado en favor de separar al autor de la obra. El revisionismo empezó en los Estados Unidos y fue replicándose, de un modo acrítico, sumiso, colonizado, en América Latina y Europa. No separar la obra de la vida de su autor es una catástrofe para cualquier creador. Se examina su vida privada, su currículum, su prontuario, como si fuera parte del texto ficcional. En este contexto, yo anunciaría el fin del arte. Si Dios murió, puede morir el arte, por qué no.

      No separar la obra de la vida de su autor es una catástrofe para cualquier creador. En este contexto, yo anunciaría el fin del arte. 

      Ariana Harwicz, escritora

      -Más allá de las intenciones, ¿es tan brutal la imposición de esta época?

      -Aparenta ser muy distinta de la de los nazis quemando libros de judíos y marxistas en grandes fogatas de las que participaban obreros e intelectuales, como ocurrió en todos los fascismos, incluida la última dictadura argentina. Entiendo que esta analogía puede ser criticada; ahora no vemos libros ardiendo. Se trata de una cuestión de formas, de sofisticación, pero el capitalismo actual es igual de coercitivo, de punitivo, como lo demuestra la cultura de la cancelación, ese río de sangre que espero que no abarque todo el siglo, aunque hoy parece imparable.

      Harwicz se opone a la cultura de cancelación y a todo juicio moral sobre las obras.Harwicz se opone a la cultura de cancelación y a todo juicio moral sobre las obras.

      -¿Cómo definirías a la lógica de la cancelación?

      -Como absolutista, supremacista. El siglo XXI da clases de moral: alza el dedito acusador y se postula como superior al XVIII, el Siglo de las Luces, o a cualquier otro momento histórico pasado o por venir. La base es un error estructural, ontológico: cancelar obras por cómo se las mira desde el hoy, no desde perspectiva del que las compuso. Por otra parte, si pensamos, a modo de ejemplo, en los autores antisemitas, habría que cancelar a casi toda la literatura francesa. Francesa, europea y más: desde T.S. Eliot a Voltaire. Casi no existen autores que escapen a la red conceptual actual, por racistas, homofóbicos, misóginos, antisemitas o lo que fuera. En la actualidad, además, se rechaza cínicamente la violencia.

      -¿En qué consiste ese cinismo?

      -Existe una construcción cultural a partir de lemas: se pasó del “Prohibido prohibir” del Mayo Francés al “Prohibido odiar” actual. En Francia, lo comprobamos después de los atentados de 2015 y de otros, posteriores; los lemas eran “No tendrás mi odio” y “París es una fiesta”, mientras París se regaba de sangre, de cuerpos mutilados por terroristas que habían usado técnicas de guerra. La fiesta debe seguir es una consigna patológica, negadora, impugnadora. Vivimos la época de la negación: un torrente que va directo, como una transfusión, desde la vena política hacia la del arte. El mandato es crear obras en las que estén cancelados el odio, la discriminación, la ofensa.

      Hoy sólo se puede escribir con buenos sentimientos, sin ofender a nadie. El arte se volvió una militancia de redes para cancelar obras.

      Ariana Harwicz, escritora

      -¿Cómo funciona ese mandato en el campo literario?

      -Como la matriz ineludible a la que debe atenerse el que quiera entrar en un canon, ganar un premio, estar en las listas de los mejores libros del año, tener buena reputación, prestigio, ediciones, traducciones, buenas críticas. Se invita a los autores, soviéticamente, a someterse a eso.

      Matate amor, un libro fundamental en la obra de Ariana Harwicz.Matate amor, un libro fundamental en la obra de Ariana Harwicz.

      -¿Los editores demandan abiertamente literatura de “focus group”, de fórmula, “correcta”?

      -Los que conozco no piden eso explícitamente. Tienen la elegancia de no hacerlo de un modo literal. Por un lado, evitan exponerse en las redes sociales, esa otra tribuna soviética. Por otro, no necesitan hacerlo, porque la autocensura, un rasgo de época, es más eficaz.

      -¿Es cierto que en las editoriales hay abogados leyendo manuscritos para evitar querellas?

      -Sí. En Francia, me consta. Pero también los hay en Inglaterra y en los Estados Unidos. El fenómeno se generaliza. En las editoriales que tienen catálogos con libros políticos, o que puedan generar ciertas controversias, los abogados leen los textos y de ahí pasan al jefe supremo, el dueño de la editorial. Hay abogados que defienden los intereses de la editorial y otros, los del autor. Es casi de parodia: funcionaría muy bien en una comedia negra americana. La KGB, el FBI, la Stasi de la literatura: leen para rastrear ideas, conceptos, términos, giros, jergas que pudieran terminar en los tribunales.

      Si vos purgás toda la maldad, los excesos, las amoralidades, las perversiones del hombre, no queda nada del artista.

      Ariana Harwicz, escritora

      -¿Qué otros límites, objetivos o subjetivos, se les impone o intenta imponer a los escritores?

      -Muchos autores –debería corregirme y decir: “muchos autores, muchas autoras, muches autores”– van a decirte que publican lo que quieren, en Páginas de Espuma, Anagrama, Random House, Eterna Cadencia o en cualquier editorial, grande o chica. Yo diría que es verdad y que no lo es. Publican lo que quieren porque, desde antes de empezar a escribir, lo admitan o no, tienen en cuenta esa especie de decálogo de lo que hay que poner y lo que no. Para que no les cancelen el libro, lo autocancelan; o lo hacen para que no los ignoren, esa otra forma de censura. Hay varios tipos de imposiciones: temáticas, formales, ideológicas; están en el aire, como siempre. No toda época fue victoriana, pero cada una tuvo su represión explícita o implícita.

      Desertar, reciente ensayo de Ariana Harwicz con Mikaël Gómez Guthart.Desertar, reciente ensayo de Ariana Harwicz con Mikaël Gómez Guthart.

      -¿La autocensura es peor, en algún punto, que la censura?

      -A partir del 2000, viajé a Cuba cinco o seis años seguidos, y me quedé un largo tiempo. Aprendí sobre el SMA, el síndrome del miedo adquirido, que en la isla funciona de un modo particular, porque toda isla es una cárcel de agua. No hay nada más fuerte que el SMA. Lleva a la delación de tus familiares o de tus amigos, como quedó en claro cuando se abrieron los archivos de la Stasi, en Alemania del Este, en 1991. Comportamientos paranoides basados en la realidad, miedos que llevaban a una especie de acting, de impostura; pasó en la dictadura argentina. Ese terror político se da hoy, bajo otras formas, en el arte, en las democracias occidentales.

      -¿Esa impostura que mencionás influye en las obras literarias?

      -Sí. Los que escriben “buenas” novelas, las que no ofenden a nadie, las que acusan a los violadores y están del lado de las víctimas, las que rechazan los femicidios, etc, se manejan con la impostura del policía bueno que hay que ser hoy. La gente con discursos más morales es la más inmoral y repugnante que conozco. Los grandes discursos... Neruda, comunista, abandonó a su hija con hidrocefalia, y violó a una mucama; Malraux, de discurso humanista, tiró a su esposa a los leones nazis; Sartre y Simone de Beauvoir, grandes defensores de la libertad, hicieron lo mismo con una amante, y estaban con Stalin.

      El costado más perverso de la corrección política es que ni siquiera admite al arte como sublimación. Si no podemos sublimar, ¿cuál es el sentido del arte?

      Ariana Harwicz, escritora

      -André Malraux es uno de tus intelectuales favoritos.

      -Hace poco estuve releyendo La Tête d’ Obsidienne, que escribió en 1974. Es uno de mis libros de cabecera. Para Malraux, Piccaso resumía y reconfiguraba, en el siglo XX, a todos los siglos anteriores; encausaba todas las luchas, porque, en realidad, todas las luchas eran y son contra la muerte. Proust, Velázquez, Rembrandt lucharon contra la muerte. Igual que Picasso, que fue un perverso absoluto, un misógino. Si vos purgás toda la maldad, los excesos, las amoralidades, las perversiones del hombre, no queda nada del artista. Malraux decía que el arte es el antidestino, porque lucha contra la muerte. El arte burgués, el arte como parte del mercado, como elemento adoctrinador del capitalismo actual, me parece peor que el arte bajo el régimen de Stalin.

      Degenerado, la última novela de Harwicz, aborda la perspectiva de un violador y asesino.Degenerado, la última novela de Harwicz, aborda la perspectiva de un violador y asesino.

      -El arte debería tener alguna función social?

      -No. Volvemos a Theodor Adorno: el arte no tiene que tener ninguna función. El arte no es el ministerio de justicia, ni el social, ni el de la mujer, ni el de la igualdad ni el de la familia. La ética, el respeto, el sentido de ecuanimidad debería tenerlos el ciudadano en su vida civil. De vuelta Rimbaud: el arte es la pérdida de la moralidad, la literatura no tiene que tener la finalidad de hacernos mejores personas.

      -Pero, en esa lucha contra la muerte de la que hablaste, supongo que el arte nos permite alguna forma de catarsis, de sublimación.

      -Ese es el costado más perverso, más peligroso para la salud mental, de los excesos de la corrección política: que ni siquiera admite al arte como sublimación. Si no podemos sublimar, ¿cuál es el sentido del arte? ¿De dónde sale la belleza? Del horror. ¿Qué es el ser humano? Es el austríaco que encerraba y embarazaba a su hija; el médico francés que violaba chicos después de operarlos. Josef Mengele, Goebbels. Tortura, autodestrucción, perversión: si eso no puede ser sublimado a través de la escritura, nos salteamos el siglo XX entero, los epistemólogos, los psicoanalistas, los filósofos, los lingüistas. Hoy sólo se puede escribir con buenos sentimientos, sin ofender a nadie. El arte se volvió una militancia de redes para cancelar obras, con el pretexto de que son homofóbicas, racistas, discriminadoras. Después, los canceladores son cancelados, pero esa es otra cuestión.

      Sus obras, revulsivas, subvierten los clichés de la familia, la vida conyugal y la maternidad.Sus obras, revulsivas, subvierten los clichés de la familia, la vida conyugal y la maternidad.

      -¿La exigencia del mercado es buscar la empatía de un lector atravesado por estos mandatos de corrección?

      -Suponer que uno lee desde la identificación primaria es otro error. Suponer que van a ofenderse las lesbianas, las judías, las negras, las asiáticas, las transgénero, las albinas. Cuando uno lee, no siente identificación por lo igual. Para sentirme identificada, yo no busco un personaje que sea una mujer blanca de 43 años, con dos hijos, que viva en Europa y cuyos antepasados hayan estado en los pogroms de Europa del Este. Ese no es el modo en que uno lee. Si no, uno nunca podría identificarse con un personaje del siglo XV o con un alien o con un superhéroe o con la invocación del superhombre de Nietzsche. Uno lee para olvidarse de sí, para borrarse, para odiarse, para desidentificarse. Yo no leo ni escribo desde una identificación primaria.

      -Al principio de la pandemia, varios filósofos vaticinaron una gran crisis e incluso el final del capitalismo. ¿Qué te parece pasó?

      -No soy especialista en el tema, y estoy tan perdida y sin brújula como todo el mundo. Pero noto que el capitalismo está reconvirtiéndose, cambiando su piel y provocando cambios en todos nosotros. Ahora viajamos en cuadraditos de zoom: no se terminaron los viajes sino la idea de aventura. La vida está enmarcada por la familia y es intramuros: cada uno está en su cárcel burguesa, si es que se tiene Netflix y una casa linda, con comodidades. Y los demás que se jodan; que los excluidos sean excluidos para siempre, y los ricos se muevan por zoom y plataformas. Todo sigue sometido a la lógica del consumo compulsivo; el resto da igual. 


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      Sobre la firma

      Miguel Frías

      mfrias@clarin.com