Weegee, el fotógrafo fanfarrón que convirtió el asesinato en un espectáculo

El reportero que mejor captó los bajos fondos de Nueva York revive en una exposición única

Weegge

@Getty

“La primera mujer que me llamó ‘cariño’ fue una puta”. Así arranca Weegee la narración de su vida sentimental en su autobiografía, libro en el que explica como llegó a Nueva York procedente de Austria cuando tenía diez años, y el modo en que hizo suya una ciudad que le empujó a dejar los estudios para ponerse a trabajar con 14 y dejar así de pasar hambre. Empezó como ayudante en un estudio del que se despidió para comprarse una cámara, alquilar un poni y retratar a los críos que encontraba por la calle. Apuntaba su nombre y su dirección y luego iba puerta por puerta ofreciéndoles las fotos a sus padres. “No importa lo pobre que sea la gente, todo el mundo ama a sus hijos”, explicó dando cuenta de lo bien que le fue su primer negocio.

Ese inicio profesional marcaría la carrera de Arthur Fellig, quien destacó por su olfato para las noticias y el dinero. “De crío me leí todas las novelas de Horatio Alger”, escribió Weegee en referencia a unos libros que tenían como protagonistas a niños de la calle que acababan siendo adultos ricos. A pesar de sus orígenes y su ambición, siempre vivió cerca de los barrios que más le gustó inmortalizar aunque también retrató a estrellas como Marilyn Monroe o Elizabeth Taylor, a políticos como Franklin Delano Roosevelt y consiguió portadas de Vogue o Life en las que estampó su inmodesta firma: “Weegee, el Famoso”.

Ahora, y hasta el 5 de noviembre, puede verse en Foto Colectania (Barcelona) “Weegee by Weegee”, una muestra de 110 imágenes del fotógrafo estadounidense propiedad del matrimonio de coleccionistas suizos formado por Michel y Michèle Auer. “Tenemos casi 500 y las conseguimos intercambiando un lote de fotos por un piso de París que no podíamos mantener”, cuenta ella, que junto a su esposo, posee una de las mejores colecciones privadas del mundo formada por ** 50.000 imágenes y 24.000 libros** sobre fotografía.

Métodos dudosos

Si por algo destacó Weegee fue por sus crímenes. “El quiso diferenciarse desde el principio, por eso se especializó en algo que los demás reporteros rechazaban: la noche”, cuenta Michèle Auer. Efectivamente, todas las tomas que pueden verse en Barcelona son oscuras, tomadas sin luz del día o en lugares cerrados. Crímenes cometidos en medio de la noche, gánsteres detenidos o cines donde la gente come, se besa o se duerme. También hay callejones mal iluminados, borrachos, vagabundos y niños vestidos con harapos. Muchas están hechas en los años de la Depresión, por eso abundan los muertos, las armas y el luto. “La gente creía que podía olvidar sus problemas si leía sobre los que tenían los demás”, dice en sus memorias Weegee.

Un retrato titulado 'Domingo de Pascua'

La mayoría de las tomas que hay en Foto Colectania son dramáticas, pero en todas hay cierta alegría. “Hay algo incongruente en sus imágenes”, escribió Bruce Downes, editor de Popular Photography Magazine, que señala que sus tomas sirvieron para informar, pero no son realistas. En la película El ojo público, basada en la vida de Weegee e interpretada por Joe Pesci, se muestra a un fotógrafo con pocos escrúpulos que manipula escenas del crimen para que la toma le quede como a él le gusta. “Tocó algo, pero poco y si lo hizo tampoco puede molestarnos”, opina Michèle Auer, para quien un fotógrafo “es un artista y lo importante es que conmueva”.

El propio Weegee siembra dudas sobre sus métodos cuando explica en su autobiografía que una vez el editor de un diario le acusó de construir las escenas de los asesinatos a su gusto después de darse cuenta de que en muchas aparecía siempre el mismo sombrero. Él no lo negó nunca.

Reportero autodidacta

Se ha contado cientos de veces que Weegee vivía en su coche y que en la parte trasera revelaba sus fotos, pero mucho menos que no tuvo carné hasta bastante tarde. Eso le llevó a hacer cosas como contratar un chófer o alquilar una ambulancia que aparcó en la puerta de un gimnasio donde se celebraba un combate de boxeo y revelar allí mismo la toma que le haría llegar primero. “Otra exclusiva para Acme, dos dólares de aumento para Weegee”, dijo sobre aquella experiencia. En esa agencia, hoy United International Press, se sintió por primera vez periodista. “Se acabaron las naturaleza muertas, retocar arrugas, quitar bigotes y papadas de las chicas y las fotos de pasaporte”.

Uno de los crímenes más famosos captados por la cámara de Weegee

Si siempre fue el primero en informar sobre sucesos no fue porque tuviera “poderes psíquicos”, como él decía, sino porque tenía una radio conectada a la frecuencia de la policía, un conocimiento exhaustivo de la calle y una red de contactos interminable. Lo que no tenía era teléfono, lo detestaba, pero sí un ego del tamaño del archivo que guarda el International Center of Photography (ICP) con su obra: más de 16.000 fotografías y 7.000 negativos. Que el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedicara una muestra en 1944 aumentó su confianza y empezó a compararse con Rembrandt para explicar cómo conseguía uno de sus sellos de identidad: los claroscuros de sus tomas, que lograba midiendo al milímetro la posición del flash.

Todo lo aprendió solo. A hacer negocios, fotos y a tocar el violín, instrumento que le dio un sobresueldo en salas de proyección en las que ponía música a películas mudas. “El cine hablado acabó con mi carrera musical… y con el cine”.

Experto en autobombo

Weegee odiaba el teléfono, pero adoraba recibir cartas. Sobre todo cuando contenían cheques, algo que empezó a ocurrir pronto, pues convenció a casi todos los medios para que contaran con él. Su fama también llegó a Inglaterra, donde colaboró con el tabloide Daily Mirror, con la revista Tatler o el diario The Times. Que le abrieran las puertas no significó siempre que lo entendieran: en muchos sitios encontró remilgos. “Esto es un diario para las familias”, era la frase de los editores cuando temían publicar una foto muy atrevida . Weegee también tenía sus límites, pero eran otros: no meterse en la vida de la gente, por ejemplo, no juzgarla y retratarla a cierta distancia cuando estaban vivos y muy cerca si ya estaban muertos.

Sólo dos medios se le resistieron: “No pude trabajar nunca en el Herald Tribune porque me negaba a llevar corbata”, dejó escrito el protagonista, que asegura que en el New York Times ni lo intentó. “Estaba en contra de su política editorial de no publicar fotos de gánsteres muertos ”. Así disfrazaba que el diario más prestigioso del mundo no quiso nunca sus servicios porque si en algo fue único Weegee fue en promocionarse a sí mismo.

Su autobiografía es un ejemplo. Si hacemos caso a cómo cuenta su relación con las mujeres estaríamos ante un clásico perdonavidas del cine negro. Ed Ward, ex corresponsal de _The Wall Street Journa_l en Europa y experto en fotografía, pone en duda muchos detalles de su relato. “Es difícil imaginarlo como el Casanova que él retrata”, cuenta en relación a un hombre que se definía como un galán empedernido al que le gustan las enfermeras porque “comparte con ellas un oficio de noche”. Habla de ellas y de las actrices de cabaret, género por el que sentía delirio, pero no dedica ni una palabra a sus parejas, por ejemplo, Wilma Wilcox, con quien vivió muchos años y que fue, tras su muerte, la encargada de gestionar su legado.

Tampoco fue pionero en muchas de las cosas que publicitó como propias: las fotos distorsionadas son un ejemplo. En ellas se puede ver a Marilyn Monroe o a Barbra Streisand con la cara deformada y aunque él se jactaba de que nadie había descubierto su técnica, lo cierto es que muchos compañeros ya las habían descartado por ser demasiado burdas. Él, sin embargo, no sentía que tuviera competencia y cuando se medía con otros artistas no elegía a compañeros de profesión como Stieglitz o Cartier-Bresson, sino a Picasso : “Me alegro de que no se haya dedicado a la fotografía. Incluso para mí sería demasiada competencia”.

Hollywood y la moda

La muestra de Foto Colectania sigue el hilo de los cinco primeros libros que publicó Weegee. Se animó a editarlos después de que en Nueva york descendieran los crímenes de un modo considerable y por tanto, sus encargos. Su primer volumen fue Naked City, una visión de la ciudad desde el suelo y desde los barrios que no aparecen en las postales, pero en todos los sellos a los que acudió le preguntaron dónde estaba la Estatua de la Libertad. “Querían todos los clichés, así que llegué a la conclusión de que todos los editores están intelectualmente estreñidos”.

Weegee, en acción y con una paloma en la cabeza

@Cordonpress

Le costó publicarlo, pero se empeñó y el volumen fue un best-seller e inspiró una película con el mismo nombre. Fue el primer picotazo que le dio Hollywwod, a donde se mudó en 1947 y donde se comportó y vivió como una estrella. Iba de estreno en estreno, firmando buenos contratos por hacer fotos e inmortalizó a actores como Charles Chaplin o Judy Garland. Incluso llegó a trabajar como actor, tras buscarse un agente en una ciudad donde “hasta los representantes tienen representantes”.

Harto de “la tierra de los zombies”, como definió a la meca del cine, volvió a Nueva York y empezó a rodar otra película que lo llevó por Europa. En esos años también se atrevió con la fotografía de moda. Confiesa que no sabía que hacer con la modelo y la ropa que le había dado Vogue, así que, dispuesto a ser despedido, decidió divertirse retratándola en una tienda de embutidos rodeada de salamis y mortadelas. El resultado fue una factura de 20 dólares por la foto y otra de 200 por la idea. “Eso me demostró que siempre sale a cuenta ser tú mismo”, concluyó el artista que empezó de la nada y murió rico y famoso en 1968.

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