VOGUE (Spain)

El ojo público. La fotografía de Weegee.

Asesinatos, incendios, armiños y tiaras. captó en blanco y negro el Nueva York más sórdido de los años 30 y 40. Una exposición recorre su obra.

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Aún olía a pólvora y Arthur H. Fellig (Ucrania, 1899; Nueva York, 1968) ya tenía retratado un bonito fiambre. Llegaba el primero a la escena del crimen. En muchas ocasiones, antes que la policía. De ahí su sobrenombr­e, Weegee, interpreta­ción fonética de la palabra ouija, que hacía alusión a sus dotes adivinativ­as para la localizaci­ón del asesinato, el incendio o cualquier otro suceso. Lo cierto es que su bola de cristal te- nía mucho que ver con que fuese el primer fotógrafo que (ya en 1938) llevaba en su coche una radio con la frecuencia de la policía. «Mi coche se convirtió en mi hogar. Era un biplaza, con un maletero especial extragrand­e. Guardé todo allí, una cámara extra, los casquillos de las bombillas de flash, una máquina de escribir, botas de bombero, cajas de cigarros, salami, película de infrarrojo­s para disparar en la oscuridad, un recambio de ropa interior, uniformes, disfraces y zapatos extras y calcetines. (...) A partir de entonces ya no estuve pegado al teletipo de la sede de la policía. Tuve alas. Ya no tuve que esperar para que el crimen viniera a mí; podía ir tras él. La radio de la policía era mi modo de vida. Mi cámara. Mi vida y mi amor. Era mi lámpara de Aladino», comentaba por entonces.

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