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Por León Ferrari Ricardo Longhini nació en Témperley en 1949. Se formó en las Escuelas Nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón. Estudió grabado, escultura y talla. En la actualidad es profesor de la Pueyrredón y de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova.En 1972, mientras estudiaban escultura en la Pueyrredón, Ricardo Longhini y Claudio Garreta juntaron basura, maderas viejas, obras abandonadas o inconclusas y comenzaron a construir una torre en uno de los talleres de aquella escuela. Alcanzando el techo, la pieza fue llevada al patio. Allí se les unió toda la escuela turno noche y un grupo de pintores que sumó color a los desechos organizados. La idea creció: se trataba de continuarla como un gran gusano que correría por los pasillos hasta salir de la escuela y cortar la calle. El proyecto fue abortado por la intervención, que ordenó destruirla.De esta experiencia nacieron las obras que Longhini expone ahora. La primera, La juventud, que participó de la muestra La desaparición: arte, memoria y política, fue hecha con un busto anónimo recogido de la basura de la escuela, encarcelado entre viejas tablas de pinotea clavadas entre sí y con los labios clavados. Pocas obras tan elocuentes: la boca cerrada, los clavos en los labios, los gritos dentro del yeso, apretados por las rejas de madera, traducen la historia de lo que ya pasaba pero anuncian también lo que pasaría después. Una obra-profecía: tres materiales silenciosos organizados para denunciar el presente de entonces y anunciar su mañana.Longhini realizó en esa misma época, utilizando siempre desperdicios de la escuela (el arte hecho con el estiércol del arte) cuatro relieves de los que no desaparecieron dos, Realidad 1 y Realidad 2; una obra de culto, Homenaje a los académicos (sic), un maniquí viejo y muerto que habla desde el cajón viejo donde habita y persevera el viejo académico. Estas obras y sus dibujos completan la palabra visual de Longhini. Lo que quería decir y lo que él mismo era; quién y cómo era el origen de esas palabras en tres dimensiones.Terminado el segundo año nació en la escuela la idea de hacer algo colectivo. Una estudiante llevó el libro de Ortega Peña y Duhalde, Felipe Vallese: proceso al sistema, que originó 15 proyectos de los alumnos de tercer año de escultura de 1973. Ellos mismos eligieron el mural de Longhini, que fue realizado entre todos en el taller e instalado después en la Federación de Obreros y Empleados de Teléfonos de la República Argentina, que consistía en una chapa oxidada de 23 metros de largo por tres de alto. En un extremo una foto en negativo blanco y negro de una persona agarrada a un árbol, como relata el libro que fue la reacción de Vallese para evitar su secuestro. Esta foto estaba recortada y separada del resto, unos 30 centímetros sobre el fondo rojo. La chapa tenía dos grupos de cinco caladuras cada uno, que la recorrían horizontalmente y recordaban su desesperado esfuerzo. En el otro extremo, una puerta como la de una celda con rejas y detrás, la foto de Vallese. Abriéndola aparecía un cartel con la lista de los secuestradores que figuraba en el libro de Ortega Peña y Duhalde, debajo del título Estos son los responsables del secuestro y desaparición de tu compañero Felipe Vallese. Tu deber y el de todo argentino es hacer que lo paguen. Encima del mural, un ancho letrero decía: Felipe Vallese, presente carajo. El carajo fue más tarde borrado y la obra destruida por los militares, el 24 de marzo de 1976. Estas piezas de Longhini, que explican y enriquecen su obra posterior, como la fuerte muestra en el Centro Cultural Recoleta el año pasado, señalan una de las varias formas de hacer arte: la marcada por la necesidad y la urgencia de expresar una idea, una idea propia: obras que suman materiales con convicciones de artistas, que se valen del arte para expresarlas y luchar por ellas.Otra forma es acercarse a un tema, a un conflicto social, como si fuera una naturaleza muerta. Valerse del conflicto para pintar un cuadro, pintar un homenaje sin compartir conductas e ideas del homenajeado.Esta forma de hacer arte (arte político por el arte) le permitiría al mismo artista participar hoy en un homenaje a las víctimas, o a los combatientes (cosas diferentes), y mañana a los victimarios: un monumento para los torturados y otro para los torturadores. Obra esta última que no debería sorprendernos pues no haría más que actualizar y prolongar una larga tradición de Occidente cuya historia cultural está sembrada de pinturas, esculturas y literaturas (mostradas a los alumnos de la Pueyrredón, Belgrano y De la Cárcova, como máximos exponentes de la cultura universal: un Norte ético-estético) que son homenajes a la tortura y al torturador, realizadas durante siglos por talentos que se esmeraron en exaltar, publicitar y transformar en belleza los suplicios que nos prometió Jesús. (En Filo espacio de arte, San Martín 975, hasta el 19 de setiembre.) FOTOS DE PAULA LUTTRINGER Por Fabián Lebenglik
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