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Argentina

La pandemia se cierne sobre las “Villas Miseria” de Buenos Aires

El presidente argentino, Alberto Fernández, alarga la cuarentena pero la crisis económica golpea con dureza a los más pobres

En la Villa 21 de Barracas, uno de los asentamientos más humildes de Buenos Aires, María espera por su ración de comida en el comedor popular Padre Pepe. Casas de ladrillo desnudo y techos de chapa. Perros que caminan perdidos por las callejuelas sin asfaltar. La fila se alarga hasta la siguiente esquina. Sale humo de la cazuela, guiso de res que remueven en la cocina. Llena la bolsa de tela, cinco raciones para los suyos. Sin esa ayuda hoy María, no comería.

El presidente argentino, Alberto Fernández, se encuentra en la encrucijada. Seguir la senda marcada de confinamiento, que parece dar buenos resultados frente a otros países –con una cifra de 28 fallecidos y 966 contagiados- o empezar de a poco a “liberar” la cuarentena.

Por el momento el mandatario ha decidido alargar “el encierro” hasta después de Semana Santa una medida aplaudida por buena parte de la sociedad, pero no tanto por los empresarios y la gente más pobre. Dos polos opuestos unidos por la tragedia.

People stand in line, at a safe distance between each other as a precaution against the spread of the novel coronavirus, to process their documents to receive government help in the Jose Leon Suarez, on the outskirts of Buenos Aires, Argentina, Tuesday, March 31, 2020. The Argentine government extended the forced lockdown until April 12 to contain the spread of COVID-19. (AP Photo/Victor R. Caivano)
People stand in line, at a safe distance between each other as a precaution against the spread of the novel coronavirus, to process their documents to receive government help in the Jose Leon Suarez, on the outskirts of Buenos Aires, Argentina, Tuesday, March 31, 2020. The Argentine government extended the forced lockdown until April 12 to contain the spread of COVID-19. (AP Photo/Victor R. Caivano)Victor R. CaivanoAP

Al lado de María se encuentra Rodolfo, de unos 60 años, camisa gris a cuadros, quien también aguarda la fila. “Yo era taxista, pero perdí mi trabajo. Somos cuatro en casa. La mayoría de los que trabajamos en negro no estamos recibiendo nada. Nos mandaron a casa y ya estábamos con lo mínimo. No tengo para barbijos –máscaras-, ni lavandina –lejía-, apenas jabón blanco. La ayuda del gobierno de 10.000 pesos -90 euros cuya inscripción ya comenzó-, llegará el 15 de abril pero para ese entonces, ya podría ser demasiado tarde. Si esto se alarga mucho ya sabes como se arreglan las cosas en la Villa, a ponchazos –tiros-. Luego vendrán los saqueos”, afirma.

A dos kilómetros se encuentra la Iglesia Virgen de los Milagros Caacupé convertida en un improvisado comedor popular. 700 raciones al día y cada vez, más gente. En este caso guiso de arroz, pan y galletitas. Fuera Lorena espera con su hija en brazos. Ojos redondos, marrones y piel trigueña, es paraguaya. “No tenía con quien dejar a mi hija, tuve que venir con ella porque mi marido está sin trabajo y de verás, necesitamos las viandas”, asiente.

Un hombre en el barrio de Jose Leon Suarez, en Buenos Aires
Un hombre en el barrio de Jose Leon Suarez, en Buenos AiresVictor R. CaivanoAP

El sacerdote Ramiro Terrones confirma que todavía falta mucho en las villas. “La gente atiende sin mascaras ni guantes, apenas mandan enseres. Las ambulancias no entran, los pasillos son estrechos, muchos sanitarios tienen temor de venir hasta aquí”, explica.

En Buenos Aires hay cerca de 700 villas miseria, un cinturón de pobreza que representa más de un millón de personas. Y la situación empeora en la provincia y el interior del país.

De hecho a nivel nacional, seis millones de personas no pueden lavarse en sus casas. Por tanto deben de salir fuera para asearse. Tampoco están preparados para largas estadías encerrados, porque necesitan sustento y generalmente, las ayudas como la asignación universal por hijo de 30 euros, o este paquete especial de 90; no alcanza.

En conclusión, las normas de prevención marcadas por el gobierno que rigen en barrios de capital como Palermo o Recoleta –acomodados-, no pueden cumplirse en las villas. Aquí impera otra realidad, otra ley, la de la calle. Vemos bastante movimiento, pero poca policía controlando. Saben que si entra la gendarmería –guardia militar-, una medida que podría considerarse agresiva, existe la posibilidad de “choques”. La pregunta es: ¿Hasta cuando aguantarán?

En el centro Che Guevara donde normalmente se hacen talleres y programas de reinserción, se han habilitado camas para los “sin techo”. Graffitis rojos “tatúan la entrada y los muros”. Forman parte del proyecto 7, emprendido por gente que en su momento, también sufrió está situación. Es el otro drama de Buenos Aires: 7.000 personas sin hogar que se enfrentan a todo tipo de amenazas y ahora, la pandemia.

La gente de la calle está evidentemente más expuesta que la clase media o alta, el gobierno históricamente nos consideró parias en este sentido. Tienes que tener en cuenta que los indigentes no quieren ir a un hospital porque nos tratan mal, con indiferencia. Tampoco vienen a atendernos cuando los llamamos. Por tanto muchos, sufrirán los síntomas y los padecerán en sus refugios, a la intemperie, sobreviviendo o cayendo”, nos cuenta Juan José Leal, coordinador del centro y quien además, padeció la misma situación,

Última parada. A pocos metros Gisella chequea las sobras que le han dado en una carnicería. Huele a podrido. Son tan solo algunas vísceras, pellejo y hueso de pollo. Todo irá al caldero, con agua hervida, demasiado duro para “el fierro” –parrilla- es lo que tenemos. Lo poco que nos dan”, asegura. Su marido Gabriel rastrea entre la basura, no pude levantar mucho la espalda, recibió recientemente dos puñaladas en la cadera. Una faja le protege. Son cartoneros, gente que viven reciclando basura, tirando de un carro de un contenedor a otro.

Ya no podemos ni ejercer este trabajo. Comprendemos las medidas pero necesitamos lo mínimo”. A su espalda una casa semiderruida, si puertas ni ventanas. Solo una parte del techado aguanta. Viven siete familias hacinadas. El resto afuera en colchones o en el suelo. “¿No te da miedo estar tan expuesto?”, preguntamos. “Llevo años viviendo en la calle y ya podría haberme muerto varias veces, pero no ocurrió, ¿Sabes por qué? Porque estoy iluminado por dios”, dice sonriente mientras mira hacía arriba y acaricia su melena. Un tatuaje de la virgen de Luján marca su brazo.

Lejos de allí en la residencial presidencial de Olivos, el peronista Alberto Fernández afina la estrategia. Por ahora, “aprieta los dientes”, “saca pecho” y afirma que lo primero es la salud. Pero también es consciente que en un país con un 40% de pobreza, muere más gente por causas ajenas al coronavirus que por la “plaga”.

Además el país ya estaba en recesión con un inflación del 40%. Hoy pagarán 250 millones de deuda y el país se prepara para el default, que parece infranqueable. Se ciernen “negros nubarrones” sobre el horizonte albiceleste, aunque los argentinos son expertos en “caer al abismo” para después escalarlo, renacer como “un Ave Fénix”. El problema es que el camino hay bajas, siempre quedan rezagados los más indefensos, los más pobres. Si la “peste” llegase a las villas miseria, podría volverse incontrolable. Comenzó la cuenta atrás...