Image: La puerta entreabierta de Sol LeWitt

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Arte internacional

La puerta entreabierta de Sol LeWitt

Sol LeWitt. Wall Drawings from 1968 to 2007

16 marzo, 2012 01:00

Wall Drawing #462

Centre Pompidou-Metz. 1, parvis des Droits-de-l'Homme. Metz. Francia. Hasta el 30 de julio.

Su obra es una de las más visuales y magnéticas de cuantas se dieron en el primer grupo de conceptuales. Sol LeWitt aterriza ahora en el Centre Pompidou-Metz con la mayor retrospectiva realizada en Europa con treinta pinturas murales realizadas entre 1968 y 2007.

Los artistas de los volcánicos años 60 fueron muy aficionados a avanzar su programa estético a través de rotundas sentencias que pronto se convirtieron en verdaderas perlas para la literatura del arte. Algunas de ellas no sólo se echaban a la espalda la cualidad conceptual de sus propuestas sino que incorporaban, además, su propio contenido formal. "Lo que ves es lo que ves" (F. Stella), "El arte sólo es arte y el arte no es nada de lo que no es arte" (A. Reinhardt), "La obra de arte no necesita ser realizada" (L. Weiner)... Son argumentos, especialmente éste último, que además arrojan luz sobre la progresiva separación que se daría entre el artista y su obra, pues al no necesitar ser fabricada, éstas tendría entidad en sí mismas como escuálidas ideas.

En pocos artistas se hace tan flagrantemente evidente esta separación como en Sol LeWitt (1928-2007), cuyos dibujos y pinturas murales eran realizados por asistentes que seguían precisas instrucciones que el artista enviaba por fax. ¿Se acuerdan de las míticas imágenes de Jackson Pollock pintando, aquéllas en las que el pincel parecía una prolongación de su mano, de sus tripas, de su falo? Pues olvídenlas.

Sol LeWitt contribuyó como pocos a la consolidación de esta nueva literatura con dos escritos, "Sentences on Conceptual Art" y "Paragraphs on Conceptual Art", que son indispensables para entender el arte del momento. En ellos, LeWitt insiste en que toda ejecución del trabajo ha de ser siempre mecánica pues responde a un sistema preconcebido que no admite variaciones. Dice con contundencia que por cada obra de arte que deviene física hay muchas otras que no lo hacen. Es como si este crítico que ha venido a Metz a ver estas pinturas murales pudiera leer la nota de prensa y las intenciones del artista y no le hiciera falta visitar la exposición, pues todo estaría contenido en el programa que ha leído. A muchos conceptuales de esta primera generación les parecería algo elocuente. Pero, precisamente en el caso de LeWitt, nos perderíamos mucho si no viéramos estos trabajos, pues, a pesar del importante papel teórico y programático que jugó, su obra es de las más visuales, magnéticas y fascinadoras de cuantas se dieron entre el primer grupo de artistas minimalistas y conceptuales. Esta es la inmensa paradoja que revela su quehacer.

Sol LeWitt no daba la menor importancia a los posibles resultados estéticos del trabajo. Todo se regía por un riguroso procedimiento. El director de montaje de esta muestra y mandamás en el legado LeWitt, a cuyo cargo ha habido hasta 70 personas entre sus asistentes y estudiantes de las universidades de la zona, me contaba que al artista le gustaba decir que "cuando uno ve una partitura musical no sabe si le va a gustar la música o si le va a parecer una birria". En una palabra: LeWitt reaccionaba muy bien ante lo imprevisto, que aceptaba sin ambages. Entre sus célebres frases se suceden términos como "irracionalidad" o "mística", y ese ha sido uno de los argumentos que algunos historiadores han utilizado desde los 90 para echarle el guante al arte conceptual desde perspectivas ajenas a las suyas propias, esto es, desde una mayor laxitud y desde la posibilidad de hallar otras narrativas, más cálidas, en tan áridos planteamientos. Comisarios como Jörg Heiser o Peter Eleey, en sus respectivas exposiciones Romantischer Konceptualismus (Nürnberg y Viena, 2007) y The Quick and the Dead (Minneapolis, 2009) han entrado a explorar este potencial -tal vez trascendente, quizá poético- del arte conceptual por la puerta que dejó LeWitt entreabierta.

Treinta pinturas murales, realizadas entre 1968 y 2007, año de la muerte del artista, conforman esta exposición que es hermana de la que tendrá lugar en el M-Museum de Lovaina a partir de mayo. Es la mayor retrospectiva que del artista se ha organizado en Europa hasta la fecha, tras la presentada en "la Caixa" en 1995. Comisariada por Beatrice Gross, la de Metz se detiene ante la parte más analítica de LeWitt, aquélla en la que se impone una densa práctica de combinaciones y permutaciones, mientras que la de Lovaina estará enfocada a la vertiente más cromática. El trabajo que abre la exposición es uno de sus clásicos iniciales, Wall Drawing #2, de 1968, un ejercicio en el que busca las posibilidades combinatorias de líneas verticales, horizontales y diagonales a partir de diferentes secuencias rítmicas. Es muy básico, y al mismo tiempo ofrece un resultado de enorme intensidad visual. Parte de un gélido planteamiento programático que le sitúa próximo a otra artista esencial, Hanne Darboven, y sin embargo resulta inmensamente seductor. Y, sobre todo, es un ejercicio que podría prolongarse hasta el infinito. ¿No está, acaso, el infinito abierto siempre a toda evocación?

Avanza la exposición, que está montada en torno a una retícula que recuerda a la vertiente escultórica de la obra de LeWitt, y se va haciendo cada vez más compleja. En el dibujo #45, líneas rectas de 25 centímetros se esparcen por la totalidad del muro sin tocarse. En el siguiente, el #46, las líneas ya no son rectas y ahora caen verticalmente, como si lloviera. Hay geometrías primarias cuyos lados se descomponen y a la vez se multiplican hasta la saciedad. Hay garabatos de mayor y menor intensidad, con tintas de diferentes colores y, ya hacia el final de su carrera, hay composiciones con materiales que ofrecen una luminosidad vibrante e hipnótica, lejos ya de las levísimas permutaciones iniciales.