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      Rómulo Macció: todos los mundos de Nueva York

      Se exhiben en la Colección Fortabat los retratos de la ciudad que el artista pintó en los años 90 con inusual profundidad estética y reflexiva.

      Rómulo Macció: todos los mundos de Nueva YorkDetalle de "Peluquería en New York", 1990. Acrílico sobre tela.

      Fascinante como pocas ciudades, Nueva York cobija zonas tan oscuras como luminosas. Protagonista de innumerables relatos, films, canciones, fotografías, y novelas, hoy resulta difícil imaginar un modo de referir a ella sin volver sobre lo que ha sido ya visitado y revisitado mil veces. ¿Cómo mostrar algo distinto de lo que nos hicieron ver Robert Frank, Berenice Abbott, Paul Auster, Woody Allen o Thomas Wolfe, entre tantos que tuvieron a esta ciudad como sujeto o marco de textos literarios o visuales?

      Es probable, de todos modos, que éste no haya sido el objetivo secreto que animó a Rómulo Macció cuando llegó a Nueva York para instalarse allí a fines de los años 80. Aun así, es lo que logra en sus Crónicas de New York con tan sólo dejarse llevar por el impulso vital de su pintura al retratar la ciudad que recorría día a día. La vida de la Quinta Avenida, el Upper East Side, el Soho, Little Italy o el Lower East Side se detiene en un instante ante la mirada del artista.

      “Fulton Street”, 1991. Acrílico sobre tela. / Colección particular. Foto: Gustavo Sosa Pinilla“Fulton Street”, 1991. Acrílico sobre tela. / Colección particular. Foto: Gustavo Sosa Pinilla

      Apelar al término “retratar” para aludir a estos trabajos implica limpiarlo de la retórica de su uso corriente para rescatar su íntimo sentido. Remontarse a los orígenes para encontrarse con el acto curioso de hurgar más allá de la superficie y dar con el atributo que mejor revela al sujeto retratado. Eso hace Macció en cada una de las escenas de Nueva York que se despliegan en torrentosa sucesión de imágenes en el primer piso del Museo Fortabat.

      Es un conjunto de veintinueve telas realizadas entre 1989 y 1998, que recrean motivos registrados previamente por el artista en fotografías. Habrá que convenir que desde que apareció en la historia de la producción de imágenes, la fotografía ha sido una gran ayuda de los pintores que hasta entonces se veían obligados a fijar las escenas que les atraían en bocetos realizados a mano. Pero también ha sido definitiva en la construcción de la mirada de los artistas.

      Rómulo Macció. "Irish Pub", 1989. Óleo sobre tela. / Colección particular. Foto: Gustavo Sosa PinillaRómulo Macció. "Irish Pub", 1989. Óleo sobre tela. / Colección particular. Foto: Gustavo Sosa Pinilla

      En esta exhibición, curada por Florencia Battiti, resulta particularmente interesante comparar las fotografías que sirvieron de fuente –ubicadas en una pequeña vitrina– con las pinturas que realizó Macció y dimensionar así la estatura poética que alcanza el artista al llevar esos registros fotográficos al ámbito sensible de la pintura. Las suyas son telas enormes, cuya escala en términos de imagen resulta tan impactante como eficaz. Pinturas en las que el acto de pintar se percibe ampuloso y sutil a la vez. Macció distribuye en ellas grandes planos en sentido abruptamente vertical o diagonal y se aplica a elaborar cada uno minuciosamente. Mientras algunos orientan la mirada de espectador hacia el vacío de enormes espacios libres, otros la ocupan en una superposición interminable de veladuras, pinceladas espesas y texturas. Sin embargo nada debiera sugerir un mero afan de experimentación técnico formal. No podría imaginarse a Macció como un artista concentrado en desvelar conceptualmente la trama de lo pictórico en sí. Todo en él está al servicio de una forma de describir y construir escenas que, en los hechos, traducen una visión radical de la representación.

      Puede ser un momento de un día de invierno con un sol lastimoso en Nassau Street, cerca del centro financiero. Macció compone un contrapunto tajante entre el amarillio del taxi que se erige en la línea del horizonte, el negro de las figuras a contraluz y un gran plano blanco donde éstas proyectan sus sombras con un fondo de edificios del Downtown, mientras en primer plano avanza la elegante figura de una mujer morena envuelta en un abrigo de piel blanca. Alguna vez Macció se declaró admirador del poder de sugestivo de los blancos y amarillos de Watteau.

      Rómulo Macció. "Desde el Empire State", 1992. Óleo sobre tela. DFoto: Gustavo Sosa Pinilla.Rómulo Macció. "Desde el Empire State", 1992. Óleo sobre tela. DFoto: Gustavo Sosa Pinilla.

      Puede que esa sea la fuente remota de su elección pero no cabe duda que el uso a gran escala que hace de ese dato de la memoria contiene el sello de su propia construcción. “Sun and cold on Nassau Street”, la gran pintura de 1990, de dos metros por casi tres, es una de las de mayor impacto que reciben al visitante en esta muestra. La otra es “Papa Noel de la Quinta Avenida al Bowery”. Nuevamente en ella Macció compone una escena de su interés transformando al Bowery, histórico reducto marginal neoyorquino, cuya descarnada sordidez oculta bajo un plano blanco de nieve. Pero se trata de un ocultamiento que no consuma del todo: sobre ese gran plano blanco dispersa varias figuras vestidas de Papá Noel, de pie, sentadas o despatarradas en el suelo con una botella en mano. Sólo eso para volver sobre el clima propio del lugar a partir de un grupo de pobres diablos que han hecho de vendedores de ilusiones en la apoteosis del consumo navideño neoyorquino.

      Macció pinta mundos, los mundos que emergen en la ciudad a partir de vivencias y reflexiones que son a la vez físicas y mentales. Mundos que pueden surgir en los rincones menos pensados, patios traseros donde se acumulan desperdicios y se refugian indigentes, bocas de subtes, alcantrarillas,rascacielos, bares o hamburgueserías –nada especialmente glamoroso pero que Macció convierte en territoriode de reflexión estética. Su pintura puede asumir indistintamente el peso o la levedad. Puede ser atmósferica cuando apresa humos, vapores y reflejos, o sutilmente matérica cuando trata de superficies de mayor densidad. Aunque lo suyo es fundamentalmente ese juego de grandes planos rebatidos que convocan a concentrarse por igual en la totalidad o en los fragmentos, que por separado, podrían ser comparados con pinturas individuales de Gerhard Richter o Mark Rothko. Otro dato interesante que puede extraerse de esta serie de retratos de la ciudad que hace Macció tiene que ver con la proliferación de carteles de neón y publicidades de comida –hamburguesas en especial– que aparecen en sus escenas. Algo que no sólo describe a Nueva York sino a la cultura estadounidense en general y, no por mero azar, constituyen referencias fundamentales en la obra de artistas como Bruce Nauman o Claes Oldenburg que se hicieron eco de esa cultura en particular.

      “Papá Noel de la Quinta Avenida al Bowery”, 1989. Acrílico sobre tela. Foto: Gustavo Sosa Pinilla.“Papá Noel de la Quinta Avenida al Bowery”, 1989. Acrílico sobre tela. Foto: Gustavo Sosa Pinilla.

      Viajero curioso e incansable, Macció pintó también, en Roma, el Castel Santangelo; en Venecia, la fachada de San Marco y el Puente de los Suspiros. Este observador errante ha sido capaz de integrar todos esos itinerarios en la expansión perpetua de su pintura.

      Imposible no recordar la serie de Pinturas de contaminación y olvido que presentó en el invierno de 1997 en la Fundación Proa. Aquello era un diálogo áspero entablado por el artista entre la melancolía exterior, la bruma invernal característica de la Vuelta de Rocha y sus enormes pinturas.

      En ellas, un entrevero magistral de pinceladas marrones, violetas y blancas parecía empeñado en desentrañar la naturaleza inquietante del Riachuelo, ese río marginal, cargado de nostalgia y deterioro. Allí también el artista se aventuró con un paisaje sobrerepresentado al que había que aproximarse de modo radical.

      Rómulo Macció. "Bowery", 1989. Acrílico sobre tela. Foto: Gustavo Sosa Pinilla.Rómulo Macció. "Bowery", 1989. Acrílico sobre tela. Foto: Gustavo Sosa Pinilla.

      Macció supo condensar en esa serie toda la nostalgia y la tristeza de varias generaciones de inmigrantes que aún entonces impregnaba la visión de ese río. Pero también la furia de su queja en el corte violento que dividía en dos el plano que enfrentó las negras aguas con un cielo enrojecido.

      En esa serie, como en las Crónicas de New York, queda claro que Macció fue un pintor que se empeñó en hacer un uso narrativo de la abstracción. La opción puede sonar a oximoron pero en él es el eje central de sus planteos, que si bien parten de allí, reordenaron largamente los de la neofiguración.

      Rómulo Macció

      Buenos Aires, 1931 - 2016

      Autodidacta. A los 14 años empezó a trabajar en una agencia publicitaria. Se especializó en artes gráficas y realizó escenografías teatrales. Se dedicó con exclusividad a la pintura a partir de 1956, cuando realizó su primera muestra en Buenos Aires. En 1961 se unió con Ernesto Deira, Luis Felipe Noé y Jorge de la Vega –con quienes realizará luego varias exposiciones– para organizar la muestra Otra figuración . Ganó el premio del Instituto Di Tella en 1962. Tienen obra suya importantes instituciones del país y el exterior.

      Rómulo Macció. Crónicas de New York.

      Lugar: Colección Amalia Lacroze de Fortabat, Olga Cossettini 141. Fecha: hasta el 23 de febrero. Horario: martes a domingos, 12 a 20. Entrada: $140. Menores de 12, jubilados, estudiantes y docentes., $ 80. Miérc., gral. $ 80 y gratis para menores, jub., est. y doc,


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      Ana Maria Battistozzi
      Ana Maria Battistozzi

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