SEMIOSIS:
ENTRE LA FORMA Y LA ICONICIDAD
ARTURO MORALES CAMPOS
ABSTRACT. SEMIOSIS: BETWEEN FORM AND ICONICITY
Neurosciences ask a big question: How does matter (neurons, through neurotransmitters) produce subjective phenomena? We are sure that our contributions will be more modest, so we don’t expect to answer such question. The
present work, based on semiotics and neurophysiological foundations, suggests a conceptual tool that could bridge between brain and mental processes,
namely the “iconic germinal sign”. This concept comes from the perception of
the shape of a referring, in our case, material.
KEY WORDS. Iconic germinal sign, isomorphism, perception, abstraction, se-
miosis.
1. INTRODUCCIÓN
Dentro de la tradición filosófica griega, Platón constituye un paradigma
dicotómico en el que la búsqueda de una vida mejor (justa) se opone radicalmente a un desprecio por la vida en la Tierra; pensamiento este último
que lo movió a imaginar un Topos Uranos, un lugar donde habitan las ideas
puras, la verdad. El cristianismo adaptó esa visión y propuso un plan salvífico que empuja a la humanidad a deshacerse de las cosas materiales y del
pecado para poder acceder a la vida eterna en un más allá de la muerte.
Desde que el Renacimiento pusiera el acento en el ser humano, paulatinamente y no sin grandes dificultades, el mundo terrenal fue ocupando
un lugar diferente. La Ilustración, en ese largo camino, colocó un obstáculo casi insalvable entre la razón, el progreso y la ciencia, por un lado y, por
el otro, el sentido común, la tradición, el mito 1 y la metafísica:
El espíritu científico se caracteriza por el desapego y la convicción enérgica,
que tiene su raíz en la simplicidad o la simplificación. El espíritu de finesse [sutileza, refinamiento, tacto, delicadeza, sensibilidad] se caracteriza por el apego
o el amor y por la amplitud. Los principios que el espíritu científico acata son
Facultad de Letras, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán,
México. / arturo_moralescampos@yahoo.com.mx
Ludus Vitalis, vol. XXVII, num. 52, 2019, pp. 53-72.
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ajenos al sentido común. Los principios con los que tiene que ver el espíritu de
finesse pertenecen al sentido común, aunque son escasamente visibles: más que
verlos, se los siente (Strauss, 2007, p. 51).
Al interior de esta dialéctica, se encuentra la naturaleza como objeto de explotación y como un ambiente accesorio o bien donde priva lo irracional:
El iluminismo desconoció tanto la naturaleza humana cuanto la naturaleza de
la Naturaleza: supuso que la Naturaleza era el sustrato sobre el que se montaba una segunda naturaleza (la cultura), e impuso la racionalidad como fin de
aquélla y rectora de la cultura (Vieyra, 1995, p. 72).
El encumbramiento positivista de la ciencia y la tecnología, en el siglo XIX,
contrasta con las corrientes idealista y romántica de la época. A raíz de ello,
resultaba difícil imaginar una conciliación del materialismo, la industrialización y el desarrollo con el sentimiento y la especulación; no obstante,
el cientificismo de ambos siglos, el XVIII y el XIX, fue un acicate para las
humanidades, que debían justificar su existencia ya fuera en oposición o
en afinidad con la objetividad de las ciencias 2.
En el siglo XX, existió un interés más claro por los estudios culturales
(recordemos el existencialismo o la Escuela de Frankfurt), y aún así no fue
del todo definitivo un acercamiento entre ambos campos.
A pesar de las grandes discrepancias que presentamos en el breve recorrido anterior, subyace en él una perspectiva por estudiar al ser humano como entidad inmersa en sus esferas natural y social. Esa intención
cuenta con algunos antecedentes científicos, los cuales, por ejemplo, se
remontan al siglo XVII. El estudio de anatomía comparada que realizara el
médico inglés Edward Tyson, en su obra El orangután, sive Homo sylvestris:
o la anatomía de un pigmeo comparada con la de un mono, un mico y un hombre,
de 1699, a pesar de la perspectiva denigrante, es una buena muestra de un
amplio trabajo descriptivo. No fue, sin embargo, hasta mediados de siglo
XX que aquel interés mostrara grandes avances (Halliday, 2013, pp. 17-26).
En otros tiempos, la serie de acercamientos actuales entre diferentes campos del conocimiento habría sido causa de fuertes señalamientos. En el
presente siglo, la interdisciplinariedad parece ser no sólo una tendencia,
sino más bien un requisito. Los límites de una ciencia, en ocasiones, pueden ser un tanto vagos o ambiguos. Con el paso del tiempo, las incontables investigaciones provocan ensanchamientos o reducciones de dichas
fronteras. Afortunadamente, es posible hablar de patentes esfuerzos por
realizar trabajos interdisciplinares que tratan de presentar una visión cada
vez más holística de un particular objeto de estudio. El biólogo Joseph S.
Weiner nos muestra parte de ese intento:
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Desde luego, los temas de la diferenciación racial y de la evolución humana[s]
son de importancia, pero en un sentido científico deben ser reconocidos claramente como cuestiones secundarias, para ser elucidadas sólo una vez que se
haya establecido un marco conceptual satisfactorio para explicar las propiedades esenciales de los grupos humanos en general. Esto, a su vez, sólo puede
realizase mediante la adopción de un análisis ecológico y genético combinado
perfectamente, centrado en el “eco-sistema” como campo fundamental de estudio. La entidad biológica fundamental no es la “raza”, ni siquiera la “especie”, sino el eco-sistema humano, puesto que representa un agregado que se
mantiene por sí mismo: la “preocupación en marcha”, la comunidad viviente
real, que satisface sus necesidades en relación dinámica con el ámbito natural
(1966, p. 11).
Con las reservas pertinentes, Weiner nos abre una valiosa posibilidad al
introducir un amplio e incluyente ambiente, el “eco-sistema humano”, en
el que contempla tanto una dimensión biológica como cultural del ser humano.
Humberto Maturana, por su parte, expresa:
Pienso que los seres vivos son sistemas que tienen sus características como resultado de su organización y estructura, de cómo están hechos, y para que
existan no se necesita nada más. Pero al mismo tiempo los seres tienen dos
dimensiones de existencia. Una es su fisiología, su anatomía, su estructura. La
otra, sus relaciones con otros, su existencia como totalidad (1991, p. 22).
Ahora bien, al interior del ámbito de las humanidades, específicamente de
la semiótica, como veremos, también se ha realizado un esfuerzo notable.
En el presente trabajo partimos de las nociones de ‘biosemiótica’, ‘semiosfera’ y ‘semiosis’ para, posteriormente, plantear la posibilidad de la
existencia de un factor, el “signo icónico germinal”, que establecería la correlación entre los procesos cerebrales (físicos) y los procesos semiósicos
(mentales o subjetivos de la significación). La segunda sección, nuestro
marco teórico, aborda el concepto genérico ‘semiosis’. El tercero presenta
las relaciones entre semiosis y la percepción de la forma de un referente
(cualquier elemento material del universo). En el cuarto, explicamos la formación del “signo icónico germinal”.
2. BIOSEMIOSIS Y SEMIOSFERA
2.1. BIOSEMIOSIS
Según el lingüista y semiotista húngaro Thomas Sebeok, la biosemiótica
encuentra sus fuentes en la teoría y la práctica médicas de Hipócrates (1995,
p. 5). En consecuencia, desde ese punto en el pasado, varios pensadores
y científicos han dedicado tiempo para encontrar una relación que enlace
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los fenómenos biológicos y los procesos que involucran significación, y lo
han hecho no sin una fuerte oposición que no ha cesado del todo.
Sebeok, al igual que Peirce, hizo de la semiosis su herramienta conceptual fundamental. Más que un procedimiento eminentemente humano, el
mismo Sebeok (1977) propuso, basado principalmente de los aportes del
biólogo y filósofo estonio Jakob Johann von Uexküll, que “el alcance de la
semiótica abarca totalmente la ecúmene, la plenitud de nuestra biósfera
planetaria”, además, a la semiosis “se la debe reconocer como un hecho
generalizado de la naturaleza así como de la cultura” (en Sebeok, 1999, p.
86). Por consiguiente, la semiosis es un proceso que aparece en dos grandes mundos: el biológico, el de los sistemas internos de los organismos,
y el externo de la experiencia. La “endosemiosis” cubriría el primero de
ellos; para el segundo, habría tres posibilidades: antroposemiosis (procesos semiósicos humanos), zoosemiosis (procesos semiósicos en el resto de
los animales) y fitosemiosis (procesos semiósicos en las plantas). La biosemiosis sería, entonces, el paradigma que contemplaría todas las formas de
semiosis en los seres vivos. A partir de las investigaciones de J. J. Uexküll 3,
Sebeok y el médico alemán Thure von Uexküll, hijo del biólogo, propusieron, en los años noventa, la biosemiótica como disciplina.
Las anteriores propuestas sientan las bases para entender la semiosis
como:
la capacidad instintiva que poseen todos los organismos vivos para producir y
entender los signos.
[...]
la capacidad biológica en sí misma que subyace a la producción y comprensión
de los signos, desde simples señales fisiológicas hasta aquellas que revelan un
simbolismo altamente complejo (Sebeok, 2001, pp. 3 y 8; las cursivas son textuales).
Es así que la semiosis se entenderá como biosemiosis.
Uexküll sugirió que cada organismo selecciona, mediante sus aparatos
sensoriales, partes del ambiente o los Umwelten, es decir, los diferentes
mundos de la vida o “universos subjetivos 4” (1998, pp. 29-30). El Umwelt
sería un microuniverso cruzado por infinidad de vectores cargados de significado. Ese espacio vital estará en constante modificación de acuerdo
con un “plan” general que explica la profunda relación que registra aquél
con el sujeto que lo habita (1998, pp. 30-31) y es de esa interacción que deviene la construcción de la realidad subjetiva del organismo. No debemos
confundirnos con la idea de que ese plan sea de orden suprahumano o
divino, sino que es la quasi omnipresencia natural de la semiosis que cubre
el mundo de los seres vivos. Sebeok, incluso, contempla en esa gran esfera
formas celulares gobernadas por el código genético (2001, pp. 28), como lo
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hiciera Uexküll en su tiempo. El anterior esquema de Uexküll le permitió
al propio Sebeok plantear que:
Todo en este mundo fenoménico, o mundo propio, está etiquetado con las señales perceptivas y efectoras del sujeto, que operan a través de un circuito de
retroalimentación que Uexküll llamó el ciclo funcional. La naturaleza (el mundo, el universo, el cosmos, la realidad real, etc.) se revela a sí misma a través de
procesos de signos o semiosis (2001, p. 100).
Bajo este marco, dichos procesos semiósicos son de tres tipos: de información, emanados del ambiente inanimado; de sintomatización, donde la
fuente está viva, y de comunicación, en el que se advierte una intención
comunicativa (inteligente) (2001, p. 101). Las primeras y las segundas formas son “pasos indispensables y complementarios de cada biosemiosis”
(2001, p. 101). El tercer proceso, como podemos entender, es un fenómeno
artificial derivado del funcionamiento interno del organismo. Como mencionamos antes, aunque la vida se concibe como cubierta por complejos
procesos de semiosis, estos no son un conjunto indiferenciado. Si todo
organismo se desarrolla en ambientes específicos, existirá, en consecuencia, una determinada semiosis para cada especie (los que ya presentamos).
Martin Krampen, semiotista alemán, también parte de una base biológica para explicar la semiosis y toma el concepto ‘espacio ecológico’, que
proviene de esa disciplina, en el que “el organismo [cualquier ser vivo]
vive y se mueve” (1987, p. 2). Dentro de ese “nicho” vital, se establece una
fuerte “reciprocidad” entre el mismo ambiente y el organismo, a tal grado
que no puede existir el uno sin el otro (1987, p. 2). La tradicional adaptación evolutiva, entonces, se ve sustituida por la reciprocidad, lo cual permite entender a los seres vivos como entidades activas que tienen la capacidad de interactuar con un “entorno significativo” (1987, p. 3).
El filósofo y semiotista estadounidense John Deely recoge las anteriores
perspectivas. En principio, concibe la semiosis como “la acción de los signos” (1996, p. 79) y entiende que la biosemiosis es un componente fundamental de las esferas física y cultural.
Como autónoma, la esfera de la cultura humana no es más que relativamente
autónoma, en cuanto que trasciende, pero sólo por incorporarlo y descansar
sobre él, a un entorno físico compartido con todas las formas de vida biológica
en una red más amplia --biosemiosis— de dependencias mutuas. El entendimiento preciso de esa totalidad más amplia en términos de la semiosis define
la tarea completa de la cual la semiótica cultural forma una parte (Deely, 1996,
p. 48; las cursivas son textuales).
Esta postura le permitirá llevar la semiosis fuera de los límites de las ciencias humanas.
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Esta actividad, la acción de los signos, está de hecho presupuesta en la misma
idea de método. Es decir, los signos son requeridos no solamente por cualquier
método dado en la filosofía o en las ciencias naturales o humanas sino por
la misma posibilidad de que exista tal cosa como método de investigación de
cualquier clase.
[...]
cualquier método deja de ser semiótico solamente si, y en la medida en que,
traiciona su carácter en cuanto método, al tratar los signos sobre los que descansa como si fuesen meramente objetos (Deely, 1996, p. 56).
La biosemiosis, entonces, puede aportar mucho a favor de resolver o
reorientar la problemática polaridad mente/cerebro, pues indicaría que los
dos extremos no son más que parte de uno y mismo proceso; en adición,
no existiría nada más entre ellos que una “correlación” (ver, por ejemplo,
Rosenblueth, 2012, pp. 143 y Díaz, 2008, p. 16). De esta forma, también
se evitan posturas emergentistas, de interdependencia o de causalidad
cerebro-mente 5.
2.2. SEMIOSFERA
Las conclusiones de Sebeok tuvieron un largo diálogo con el concepto de
‘semiosfera’, propuesto por Yuri Lotman. La semiosfera es un continuum
de signos análogo a la biosfera, pero diferente a la noosfera, ambos términos introducidos por V. I, Vernadski 6.
La biosfera de Vernadski es un mecanismo cósmico que ocupa un determinado lugar estructural en la unidad planetaria. Dispuesta sobre la superficie de
nuestro planeta y abarcadora de todo el conjunto de la materia viva, la biosfera
transforma la energía radiante del sol en energía química y física, dirigida a su
vez a la transformación de la «conservadora» materia inerte de nuestro planeta.
La noosfera se forma cuando en este proceso adquiere un papel dominante
la razón del hombre. Mientras que la noosfera tiene una existencia material y
espacial y abarca una parte de nuestro planeta, el espacio de la semiosfera tiene
un carácter abstracto. Esto, sin embargo, en modo alguno significa que el concepto de espacio se emplee aquí en un sentido metafórico. Estamos tratando
con una determinada esfera que posee los rasgos distintivos que se atribuyen
a un espacio cerrado en sí mismo. Sólo dentro de tal espacio resultan posibles
la realización de los procesos comunicativos y la producción de nueva información (1996, p. 11).
Para Lotman todo acto comunicativo, en el que aparecen los componentes
del modelo propuesto por el lingüista ruso Roman Jakobson, implica una
práctica y una experiencia semiósicas por parte del emisor y el receptor. Sin
ese factor determinante, la semiosis, no puede darse tipo de comunicación
alguno. El pequeño acto comunicativo anterior es un caso muestra que
indica, digamos, la “omnipresencia” de un conjunto de reglas mayor que
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cubre toda actividad cultural: la semiosfera, es decir, “el espacio semiótico
necesario para la existencia y el funcionamiento de los lenguajes” (2000,
p. 123). Lotman advierte que no todos los lenguajes están contemplados
dentro de la semiosfera, pues aunque ésta “tiene una existencia previa a
y está en constante interacción con los lenguajes” (2000, p. 123), los lenguajes solamente pueden presentarse de dos formas: los convencionales,
que son discretos y verbales, y los icónicos, continuos y espaciales (2000, p.
3). Detrás de este marco, subyacen tres funciones semiósicas, insertas en
los “objetos semióticos” que produce cualquier cultura humana: la transmisión de información, la creación de nueva información y la memoria o
“la capacidad de preservar y reproducir información (textos)” (2000, p. 2).
Lo anterior nos plantea que la semiosfera tiene límites claros, a saber, la
cultura, pero no inamovibles, ya que su dinamismo, comprendido dentro
de las tres funciones de los objetos semiósicos, la dotan de una re-creación
constante. Aclaramos. Dentro de la vinculación de las dos formas de los
lenguajes con los objetos semiósicos en la cultura, se halla una estructura
mínima de organización dinámica que se explica por dos leyes: el binarismo
y la asmimetría. El binarismo es, de alguna manera, la capacidad de los dos
elementos (los lenguajes y los objetos semióticos) de cambiar constantemente, de subdividirse, de multiplicarse (2000, p. 124). Esto se ejemplifica
con las variantes coloquiales o palabras de moda, las nuevas formas del
arte, etc. Por su parte, la asimetría o heterogeneidad se entiende como:
Los lenguajes que colman el espacio semiótico son varios, y están relacionados
entre sí a lo largo del espectro que va desde la plena y mutua traducibilidad
hasta la plena y mutua intraducibilidad. La heterogeneidad se define tanto por
la diversidad de elementos como por sus diferentes funciones (2000, p. 125).
La frontera es un componente estructural determinante, pues “sólo con
su ayuda puede la semiosfera realizar los contactos con los espacios nosemiótico y alosemiótico” (1996, p. 14). Por lo tanto, entendemos que cualquier cosa (interna o externa a una cultura) puede 7 convertirse en signo, en
texto o en objeto de la semiótica. Veamos en esto el mencionado dinamismo de la semiosis. Ahora bien, la semiosis es un fenómeno “natural” que
todo individuo posee.
Lotman, como ya mostramos, localiza la semiosfera antes de cualquier
lenguaje humano. En consecuencia, encuentra una correspondencia entre
la semiótica y la neuropsicología, puesto que nota la influencia y la presencia de los procesos semiósicos fuera del ámbito de las humanidades.
El descubrimiento de mecanismos en el aparato individual de pensamiento [el
cerebro], los cuales son funcionalmente isomorfos a los mecanismos semióticos
de la cultura, ha abierto un amplio campo de estudios científicos para el futuro.
La situación de la superposición entre la semiótica de las humanidades y la
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neuropsicología ha sorprendido a algunas personas, pero el lingüista Roman
Jakobson la ha apoyado entusiastamente, quien ha llamado hostiles a aquellos
que se oponen a este enfoque y plantean una ‘lingüística descerebrada’ (2000: 3).
A partir de este acercamiento entre campos de conocimiento otrora tan
disímiles, Lotman, según Umberto Eco, indica que “La oposición entre
ciencias exactas e humanísticas debe eliminarse” y, en consecuencia, para
Eco, “Lotman ve la semiótica como una ciencia cognitiva” (en Lotman,
2000, p. X).
***
Los autores citados en este apartado coinciden, de alguna manera, en algunos puntos que enumeraremos.
1. La semiosis es un proceso que existe inserto en la naturaleza de los
organismos.
2. La vida no podría registrarse sin la participación de la semiosis.
3. La convivencia entre un organismo y su entorno (material y biológico) devela una reciprocidad en la que es factible que ambos resulten
constantemente modificados.
4. Un determinado organismo (en nuestro caso, dotado de capacidades
cognitivas), gracias al cúmulo de percepciones de su entorno, transforma las señales de entrada (que reconocemos como bioeléctricas) en
señales semiósicas (que reconocemos como bioelectroquímicas). Estas
últimas le permiten tener una realidad propia, subjetiva.
5. Las necesidades vitales de cada organismo, en principio, lo fuerzan
a buscar satisfacerlas, en consecuencia, la semiosis es una estrategia
fundamental para la sobrevivencia del organismo.
3. LA PERCEPCIÓN DE LA FORMA
COMO DETONADOR DE LA SEMIOSIS
Los cinco puntos concluyentes líneas arriba nos permiten vislumbrar que
los procesos cerebrales devienen (se transforman) en procesos mentales,
es decir, semiósicos. Con base en ello, pensamos que la semiosis, como
proceso significativo, se origina a partir de la percepción de estímulos pertinentes 8.
Para ilustrar lo anterior, permítasenos empezar con un ejemplo tomado
de un pasaje ficcional perteneciente a un texto fílmico.
El primer capítulo de 2001: Odisea del espacio (2010), realizada en 1968
por Stanley Kubrick, titulado “El amanecer del hombre”, nos muestra a
una pequeña comunidad de antropoides en un ambiente desértico, hostil
y escaso en alimento. En algún momento, durante la noche, el grupo es-
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cucha sonidos extraños provenientes del exterior de su cueva. El líder y el
resto de los otros miembros salen y se percatan de la presencia de un gran
monolito negro y rectangular que está frente a la entrada de su madriguera. A partir del contacto con esa extraña entidad se registran cambios
físicos y mentales en ellos. En principio, el líder crea una compleja relación
con un elemento, a saber, el fémur de un esqueleto de tapir.
Al día siguiente, el simio, frente al esqueleto, toma el fémur y, cada vez
con mayor intensidad, empieza a golpear los otros huesos restantes sin
dejar de observar con atención lo que hace. Se da cuenta de que puede
romperlos; imagina, entonces, cómo caería un tapir, suponemos, a consecuencia de un golpe con el fémur. Ya en una escena posterior, todo el
grupo se encuentra comiendo carne de ese herbívoro. Más tarde, varios
de ellos se enfrentan por segunda vez con otros seres de su especie, ajenos al grupo, en disputa por la posesión de un charco de agua. El primer
combate, anterior al contacto con el monolito, se registró con base en gritos, aspavientos y gestos, donde quienes lo hicieran de manera más convincente y decidida logran ahuyentar y obtener el triunfo. En el segundo
enfrentamiento, algunos miembros de la inicial colectividad caminan ya
de forma erguida y van armados con fémures de tapir. Su uso les permitirá ganar el derecho de apropiarse del charco. Al principio de la batalla, el
líder, titubeante, no está del todo seguro de que su novedosa herramienta
sea efectiva, como lo fuera con el tapir, que les sirvió de alimento a él y al
resto de la colectividad. Golpea a su homólogo del otro bando con cierta
timidez y después aumenta la fuerza hasta dar muerte a su contrincante.
El resto de sus compañeros comprende la eficacia del experimento, y se
une para seguir hiriendo al cuerpo ya sin vida. Los sobrevivientes rivales,
espantados, se retiran sin más.
La relación, entonces, entre el líder y el fémur se resume, primero, en
el concepto ‘semiosis’. Eco nos explica cómo se lleva a cabo dicho proceso.
En el momento en que el australopiteco utiliza una piedra para descalabrar el
cráneo de un mono, todavía no existe cultura, aunque en realidad transforma
un elemento de la naturaleza en utensilio. Digamos que surge la cultura cuando (y no sabemos si el australopiteco se encuentra en estas condiciones): a) un
ser pensante establece una nueva función de la piedra (no es necesario pulirla
para convertirla en buril); b) lo «denomina» «piedra que sirve para algo» (no es
necesario denominarla en alta voz o comunicarlo a los demás); c) la reconoce
como «la piedra que corresponde a la función X y que tiene nombre Y» (tampoco hace falta denominarla una segunda vez: basta con reconocerlo).
Estas tres condiciones ni siquiera implican la existencia de dos seres humanos
(la situación es posible incluso para un Robinson o un náufrago solitario). Pero
es necesario que quien utiliza la piedra por vez primera considere la posibilidad de transmitir al día siguiente y a sí mismo la información adquirida y que
para ello elabore un artificio mnemotécnico (1999a, pp. 28-29).
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Debemos aclarar ciertos puntos en cada una de las dos hipótesis anteriores (la de Eco y la de Kubrick). En el caso del homínido que utiliza el fémur de tapir, no hay registro de lenguaje articulado 9 alguno; él y todos los
demás se comunican entre sí mediante sonidos guturales y determinadas
señas elementales (gestos o exteriorizaciones) 10, como en la primera batalla por el agua. Lo anterior nos permite pensar que el significado precede a
la lengua, tal como lo plantea en una nota el propio Umberto Eco:
Esto podría significar, como sugiere Piaget [1959, pág. 79], que la inteligencia
precede al lenguaje. Pero esta afirmación no significa que la inteligencia preceda a la comunicación. Una vez eliminada la equivalencia entre “comunicación”
y “lenguaje”, inteligencia y comunicación deberán considerarse como un proceso único que no puede surgir en dos tiempos (1999a, p. 28; las cursivas son
textuales).
En lo que hemos dicho, puede ser posible que el hueso haya recibido un
sonido gutural distintivo (un recurso previo al nombre en sí) o un gesto
(una herramienta anterior a los términos o frases deícticos) por el líder, lo
cual ya implica la vinculación de un determinado sonido o ademán referido a un objeto reconocido. Por tanto, en el segundo caso, el del australopiteco, no es necesaria la existencia de la lengua para que el proceso
de semiosis se registre. Eco nos hace evidente una estrategia básica: “un
artificio mnemotécnico”. La memoria del protohumano sería un auxiliar
en la reconstrucción de la escena en la que utilizó por primera vez la piedra; así, para nosotros, las marcas denotativas de «solidez», «dureza» y
«contundencia», unidas a las marcas connotativas (que dependen de determinados contextos y circunstancias) «utensilio», «alimento», «muerte»,
«sobrevivencia», «estrategia», entre otras, estarían asociadas a la piedra o
al hueso en cada uno de los eventos. No nos importa, por ejemplo, si el
líder del grupo haya asignado un sonido gutural para referirse al fémur
y a su función relativa, lo fundamental es ese proceso de semiosis que
permite que un objeto A, asociado a una función X (función “natural” del
fémur en el cuerpo del tapir), pase a ser un objeto B, asociado ahora a
una función cultural Y (como herramienta y/o arma). De esta manera, el
hueso deviene en una cosa completamente diferente, es decir, un signo.
Los mismo pasa con la piedra. En conclusión, el objeto, hueso o piedra, es
solamente un “vehículo de signo” (Deely, 1996, p. 108). Las marcas denotativas, que enunciamos líneas arriba, son las características centrales que le
permitirían al australopiteco utilizar una segunda piedra, en otro momento posterior y, de ese modo, llevar a cabo la misma función original. Esto
implica que nuestro personaje ha asimilado ya la noción de ‘piedridad’ 11.
En consecuencia, nos estamos refiriendo a denotaciones primarias asociadas a una de las tantas posibles funciones del objeto.
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Los procesos cognitivos que llevaron a encontrar una función determinada en los objetos anteriores son muy complejos. No obstante, existe un
elemento mínimo que nos permite abrir dichos procesos. El neurocientífico hindú Vilayanur S. Ramachandran nos ofrece un, en apariencia simple,
ejemplo ilustrativo. Un individuo antecesor de los humanos, un simio o
un protohumano, se encuentra encaramado en un árbol y va a pasar a una
rama, lo cual implica
ajustar el ángulo del brazo y los dedos de modo que el mapa proprioceptivo
[la manera en la que el individuo se imagina que está dispuesto su cuerpo] (señalado por receptores en músculos y articulaciones) case con la horizontalidad
del aspecto visual de una rama —la serie horizontal de los fotones (2012, p. 75).
El ajuste de los dedos para “casar” con la circularidad de la rama establece
una relación isomórfica. El contorno circular de la rama “dicta las instrucciones”, digamos, para que la percepción del mismo se materialice en una
mano semicircular, con una apertura aproximada al radio o al diámetro de
la rama. La respectiva forma del hueso o de la piedra habilitó la manera
en la que era posible manipular cada uno y, posteriormente, la función
asociada a ambos. La manipulación, a la vez, comprende la forma de asir
los objetos, apreciar su peso, calcular la fuerza que se imprimirá para levantarlos, calcular el punto de impacto, calcular la fuerza de golpe o de
lanzamiento y, al final, esperar un resultado. No debemos excluir la participación de la memoria que retrotraería el recuerdo de una acción similar, en
caso de que existiera. Por otro lado, la expectativa del resultado debe, también, guardar cierta congruencia con un plan trazado anteriormente, es
decir, cómo obtener una pieza de caza o eliminar a un enemigo. Todo este
recorrido algorítmico puede representarse mediante el bucle aprendizajeexperimentación, el cual se inició con la percepción de la forma. Uexküll
complementa lo anterior:
Toda acción, por lo tanto, que consista en percepción y operación imprime
su significado en el objeto sin sentido y, en consecuencia, lo convierte en un
portador de significado relacionado con el sujeto dentro del Umwelt (universo
subjetivo).
Debido a que todo comportamiento empieza creando una señal perceptual y
termina imprimiendo una señal efectora en el mismo portador de sentido, se
puede hablar de un círculo funcional que conecta al portador de sentido con el
sujeto (1998, p. 31).
Por su parte, el neurocientífico mexicano Arturo Rosenblueth precisa que:
en cuanto llegan los mensajes que recibimos del exterior a las fibras sensoriales
aferentes, dichos mensajes están cifrados en un código que no tiene nada en
común con los objetos o eventos originales, salvo la estructura. [...] El término
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técnico que se usa para designar la identidad de estructura es el de isomorfismo (2012, pp. 73 y 76).
La posición de Rosenblueth indicaría que el isomorfismo ocurre durante
la codificación de la información que un individuo lleva a cabo mediante
procesos cerebrales después de la percepción del objeto-estímulo. Entendamos la codificación como un procedimiento de abstracción, esto es, la
discriminación de algunos rasgos formales y, a la vez, la selección de otros
rasgos formales pertinentes del objeto de la percepción 12. Esta abstracción
se conoce comúnmente como “imagen mental”. Para nosotros, utilizar el
concepto ‘imagen’ puede conducir a malentendidos, pues en un primer
momento, la imagen se reduce al campo de lo visual; en un segundo momento, podemos caer en propuestas emergentistas, de interdependencia
o de causalidad cerebro-mente.
La primera propuesta precedente involucra la existencia de un homúnculo que vería la imagen; éste, a su vez, tendría otro homúnculo en su cerebro para cumplir el papel de receptor de la segunda imagen y, así, hasta
el infinito. Las tres contravienen las leyes de la conservación de la materia
y de la energía, puesto que plantean la “aparición” o “creación” de los
procesos mentales a raíz del funcionamiento cerebral. Ya hemos expresado
nuestra posición en cuanto a que creemos que los procesos cerebrales se
correlacionan con los mentales, pues son parte de un mismo fenómeno.
La información entrante a las fibras aferentes sensoriales (señales bioelécticas) se transforma en códigos neurales (señales bioelectroquímicas) que
dan forma a lo que podríamos llamar “signo icónico germinal”, el cual
pertenece al fenómeno de la iconicidad (hablaremos de ello en el siguiente
apartado).
Finalmente, Krampen (1987, p. 3) explica la carga significativa del medio ambiente a raíz de lo que el psicólogo norteamericano James Jerome
Gibson propone en su affordance theory. Affordance puede entenderse como
“la propiedad o característica de un objeto que define sus usos posibles”.
Ese principio se conjuga con la semiosis. Por decir, una escalera “muestra”
su “disponibilidad” para ascender o descender por ella, los escalones están
dispuestos de tal manera que la distancia entre uno y otro permite el paso
de una pierna y otra. El siguiente argumento de Ramachandran sustenta
nuestras afirmaciones y aclara lo dicho antes.
En las tiendas de muebles modernos de diseño, se reconoce como silla una
gran masa de plástico con un hoyito en el centro. Parece que lo crucial es su
función —algo que permite sentarse— más que si tiene cuatro patas o un respaldo. De algún modo, el sistema nervioso traduce la acción de sentarse como
sinónima de la percepción de la silla. [...] Ciertos rasgos o elementos distintivos
de un objeto pueden servir de atajo para reconocerlo (2017, p. 101).
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Notemos cómo en las líneas citadas de Ramachandran podemos entrever la affordance (“algo que permite sentarse”), la participación de la discriminación de rasgos y la selección de rasgos pertinentes (“distintivos”).
4. SEMIOSIS E ICONICIDAD
Hemos visto que la semiosis se encuentra a partir de la percepción, por
cualquier canal sensorial, de determinados rasgos pertenecientes a un
elemento del universo 13, de manera más específica, la abstracción de la
forma de dicho elemento puede entenderse como parte de una fase de
iconicidad.
Antes de continuar, queremos precisar nuestra posición con respecto a
la biosemiosis. En el apartado anterior, no hicimos mención de ella ya que
nos referimos, en todo momento, a la semiosis. Aunque se han estudiado
comportamientos inteligentes en formas de vida sin sistema nervioso, carentes de cerebro (ver, por ejemplo, Toth y Nakagaki, 2000; Castro, 2011;
Mescher y De Moraes, 2004), circunscribimos la semiosis a seres provistos
de encéfalo y, por ende, de un sistema nervioso (tanto periférico como
central). Gracias a varios experimentos (como el que abordaremos en esta
sección), pensamos que ciertos procesos cerebrales devienen (se transforman) mentales debido a la intervención, en gran medida, de la semiosis,
y en ese sentido, habría una equivalencia con la biosemiosis. No obstante,
nos es necesario manejarnos con prudencia hasta comprobar más supuestos de esa teoría.
Para explicar el proceso de semiosis y la existencia del signo icónico germinal, tomaremos un ejemplo genérico de los experimentos con macacos
(Macaca mulatta) que realiza el neurofisiólogo mexicano Ranulfo Romo
(ver, por ejemplo, Romo, et al., 1999 y 2002; Romo y Salinas, 2003; Romo y
de Lafuente, 2012; Romo, 2003; etc.).
Al mono, ya entrenado, se lo sujeta del brazo derecho para que pueda
recibir dos estímulos vibrotáctiles en el dedo índice de ese lado. Ambos
son, dentro de varias series, diferentes entre sí, y solamente los separa un
intervalo de algunas fracciones de segundo. La frecuencia del estímulo se
encuentra dentro de los rangos de 5 y 50 Hz (vibración flutter o “aleteo”).
Después de este primer paso, el mono debe, al oprimir una de las dos perillas que tiene enfrente, indicar cuál estímulo fue el de mayor frecuencia.
Debemos aclarar que las respuestas acertadas rondan muy por encima del
azar (50 por ciento) y generalmente se encuentran entre el 65 por ciento
o más.
Ahora bien, ¿qué es lo que le permite al mono llevar a cabo el acto cognitivo de decidir (en el que se encuentra la discriminación de rasgos y la
selección de rasgos pertinentes de la forma del estímulo), sin importar si
acierta o no? En algunos experimentos, se le coloca al mono un microfi-
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lamento o microelectrodo que registra la actividad de las neuronas sensoriales que reciben, primero, las señales del estímulo. Éstas se ubican en
la corteza somatosensorial S1; de manera específica, en las áreas 3b y 1.
El registro de dicha actividad tiene una forma senoidal como el estímulo
vibrotáctil (figura 1).
FIGURA 1. A la izquierda, histograma de los estímulos vibrotáctiles. S1 es el primer estímulo y S2, el segundo. A la derecha, el diagrama de las descargas de las
neuronas de la corteza somatosensorial que se activan ante la percepción del
estímulo vibrotáctil (Tomado de Romo, et al., 1999).
El disparo de las neuronas (o actividad neuronal), entonces, conformaría los primeros componentes del signo icónico germinal. (Veamos cómo la
iconicidad no se limita al ámbito de la visión.) El algoritmo de actividades
que sobreviene después presenta una complejidad ascendente. El mono
guarda en la memoria ese primer estímulo y, una vez que ha percibido el
segundo, procede a comparar una frecuencia con la otra. Si la diferencia
entre frecuencias es alta, se esperará una respuesta, o toma de decisión
acertada y, en consecuencia, un premio (una ración de jugo o agua); en
caso contrario, el error estará asociado a un castigo o ausencia de premio
(signo cero). Esta breve descripción nos devela que el mono traza un plan
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a futuro en busca de la recompensa. El premio y el castigo, en varios eventos, funciona como un aliciente para que el mono “trabaje” con mayor eficacia y concentración.
Creemos que es necesario aclarar lo relativo a la iconicidad. Ésta como
hemos presentado, tiene como sustento el isomorfismo. Esto puede causar
un problema teórico. La forma del elemento percibido o el referente y la
propia de la actividad neuronal no son iguales y, mucho menos, hay similitud con la del signo icónico germinal. En principio, no son de la misma
naturaleza y, por otro lado, recordemos lo dicho a propósito de la abstracción, la cual no “toma” sino solamente algunos rasgos del referente. Eco
nos aclara esto:
Si el signo icónico tiene propiedades en común con algo, no es con el objeto
sino con el modelo perceptivo del objeto; puede construirse y ser reconocido
por medio de las mismas operaciones mentales que realizamos para construir
el objeto de la percepción, con independencia de la materia en la que se realizan esas relaciones (1999a, p. 202).
Es preciso aclarar que Eco no se refiere con “signo icónico” al signo icónico
germinal que proponemos; sin embargo, nuestro esquema parte de lo que
Eco nombra “iconismo primario natural” (1999b, p. 127). (El mismo Eco
rehúsa abordar los procesos cerebro-mentales y se mantiene en el ámbito
cultural.) En este sentido, la concepción tradicional de iconicidad puede
llevarnos a error. Cuando admiramos la pintura realista de un caballo (signo icónico tradicional), creemos que “reproduce” o “representa” fielmente
a un caballo real (referente).
Si dibujo con una pluma la silueta de un caballo sobre una hoja de papel con
una línea continua y elemental, todo el mundo podrá reconocer el caballo de
mi dibujo; no obstante, la única propiedad que tiene el caballo de mi dibujo
(una línea negra continua) es la única propiedad que el caballo verdadero no
tiene (1999a, p. 194; las cursivas son textuales).
Lo que hemos dicho acerca de la abstracción aclara esta confusión, pues
nos referimos a la discriminación de rasgos y selección de rasgos pertinentes, lo cual dista mucho en cuanto a aprehender plenamente al referente.
El signo icónico germinal, a pesar de sus limitaciones, permite la formación
del caballo pintado: es la materia prima para expresar un ser del universo.
En conclusión, el isomorfismo de este caso es una convención social.
Una situación no muy diferente sucede con la forma de la mano que el
protohumano debe realizar para asir ya sea la rama, el hueso o la piedra. El
isomorfismo se inicia gracias al signo icónico germinal que sirve de pauta
para adoptar la forma más adecuada, pero no igual, ya que la superficie de
cada uno de los tres elementos es completamente desemejante, en forma
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y en materia, a la de la mano. En términos semióticos, esas formas elementales que permiten el devenir del signo icónico germinal serían denotaciones primarias.
Los experimentos de Romo son altamente ilustrativos al respecto. El
estímulo vibrotáctil es de naturaleza mecánica; por su lado, la actividad
neuronal es bioelectroquimica. De nueva cuenta, la abstracción juega un
papel determinante en la diferenciación entre uno y otra. Ahora, entonces, es posible entender la correlación entre procesos cerebrales y procesos
mentales.
Con base en lo que acabamos de afirmar, para nosotros la semiosis en el
experimento tendrá tres momentos: alosemiosis, protosemiosis y semiosis.
La primera se encuentra cuando la señal de tipo bioeléctrica, originada
por el estímulo vibrotáctil, pasa (transducción) de las aferentes cutáneas
primarias (las cuales reciben el nombre de adaptadoras rápidas o ARS y se
activan dentro del rango de flutter) hasta antes del encéfalo. La segunda se
registra cuando la señal, de tipo bioelectroquímica, entra al encéfalo y se
dirige del tálamo hacia la corteza somatosensorial. La tercera y más compleja, cuya señal también es de tipo bioelectroquímica, contempla los pasos
que ocurren en la corteza somatosensorial hasta las áreas que se especializan en respuestas motoras, de comportamiento, de memoria, de toma de
decisiones, etc. (Los dos últimos recorridos son de tipo espacio-temporal,
puesto que involucran varias áreas y núcleos cerebrales en distintos momentos.) Entendamos que estamos colocados entre procesos preculturales
y culturales propiamente dichos (de producción y comunicación de signos
en una comunidad). Las tres formas de semiosis, para efectos de nuestro
trabajo, se correlacionan con el mundo exterior del organismo, aunque
inician en el Innenwelt o el mundo interior del mismo espécimen. Nos interesan las dos fases proto y semiósicas del mundo interior que, como dimos
a entender, marcan la pauta para la existencia del signo icónico germinal.
5. CONCLUSIONES
La semiosis, propuesta por la biosemiosis y la semiosfera, como punto de
unión entre procesos físicos (cerebrales) y subjetivos (mentales) nos es altamente significativa. No obstante, hace falta saber cómo es que sucede
esa vinculación.
La semiosis no pudo surgir con las primeras formas de vida. Debió darse
un largo periodo de prueba y error para que los primeros organismos empezaran, mediante reacciones químicas, a acercarse a ambientes propicios
para su sobrevivencia. Este “impulso” se heredó a especies más complejas (dotadas de un sistema nervioso) que fueron aprendiendo y aplicando
nuevas estrategias para desarrollarse y reproducirse. Como las circunstancias medioambientales son siempre cambiantes, esas estrategias también
sufrieron cambios constantes. Bajo este marco es que la semiosis, gracias
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al bucle aprendizaje-experimentación, pudo convertirse, como otras, en
una capacidad evolutiva vital. ¿Lo anterior sugiere que cualquier ser viviente está “diseñado” para aprender? Esa pregunta resulta arriesgada en
demasía, mas podemos sugerir que cualquier ser viviente puede, dentro de
ciertas circunstancias (el medio que lo rodea), desarrollar actividades que
le permitan continuar con la “gestión” de su vida. Esas actividades son las
que entendemos como semiósicas.
El camino que hemos seguido para exponer el signo icónico germinal
es muy limitado, pues se concentra en individuos específicos, dentro de
circunstancias bien determinadas e involucra solamente una pequeña modalidad sensorial. Aún más, no aporta evidencias de la manera en que
se produce ese signo, es decir, qué neurotransmisores están involucrados,
por qué participan unas neuronas y no otras, etc. Dentro de las ciencias
humanas, creemos que es importante contar con una herramienta que
contribuya a la transdisciplinariedad y, en consecuencia, a la construcción
de un esquema teórico capaz de contemplar, cada vez más, la complejidad
humana.
Finalmente, con la intención de evitar una objeción en cuanto a que
estamos tratando de trasladar los resultados del experimento con macacos
a los seres humanos, la prueba simple (sin el electrodo) se ha aplicado a
estos últimos, y los resultados mantienen grandes similitudes con los de
los monos (ver, por ejemplo, Romo y Salinas, 2001, pp. 112 y 116; Romo,
2003, pp. 170-171).
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NOTAS
1 Aunque, como bien exponen Horkheimer y Adorno (2016), la Ilustración se
vuelve un mito.
2 Un ejemplo importante fueron los estudios literarios que, a principios del siglo
XX en Rusia, adquirieron con los formalistas un acento cada vez más científico. El impulso se dio desde el XIX con el ascenso de las ciencias naturales.
3 Es importante señalar que el psiquiatra y semotista israelí Friedrich Salomon
Rothschild, después de Uexküll, empezó a manejar el término ‘biosemiótico’
en 1962. Por otro lado, Barbieri (2008, p. 1) dice que el bioquímico belga Marcel
Florkin fue quien acuñara el término ‘biosemiótica’.
4 El Umwelt (Umwelten es el plural) es subjetivo porque, dentro de él, habitará
y se relacionará un ser vivo. En el próximo apartado, veremos que el Umwelt
podría asemejarse a los contextos y circunstancias en los que produce sentido
un signo.
5 Aclararemos esta postura más adelante.
6 Vladímir Ivánovich Vernadski (1863-1945) fue un destacado naturalista ruso.
7 Procedemos con base en la hipótesis “moderada” de Umberto Eco: “todos los
aspectos de la cultura pueden [no deben] estudiarse como contenidos de una
actividad semiótica” (2000, p. 44; las cursivas son textuales).
8 Decimos que son pertinentes, ya que se transformarán en percepción y, por lo
tanto, en procesos mentales. Existen otros estímulos que no llegan a ser conscientes. Lo mismo ocurre cuando nos referimos, más adelante, a la selección
de rasgos pertinentes en oposición a los que se desechan por varias limitantes
perceptivas, principalmente.
9 Consideramos que la lengua se manifiesta, únicamente, de dos formas: hablada y escrita. La primera puede estar acompañada de gestualizaciones. Otro
tipo de comunicación o de texto deberá presentar una vinculación entre sus
respectivos códigos.
10 Según Tomasello (2007, p. 26), el gesto “se trata, en general, de posturas corporales, expresiones faciales, ademanes con las manos” y deberíamos llamar a
estas expresiones “exteriorizaciones”.
11 En inglés, existe el concepto stoniness que se traduce como “pedregosidad”
o “piederidad”. Para el hueso, también existirían dos posibilidades: “oseosidad”, derivado del arcaísmo “oseoso”, y “huesidad”.
12 Ver nota 8 que aclara el uso del concepto ‘pertinente’.
13 En este trabajo, nos circunscribiremos a la percepción directa de objetos (cosas
y todos los seres vivos, incluidos los seres humanos), pero las situaciones, las
ideas y la información guardada en la memoria también pueden ser puntos
de partida de la percepción.
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