La joya nabatea

Hegra, historia y curiosidades de las tumbas milenarias de Arabia Saudí

En pleno desierto, este sitio arqueológico transporta al visitante a la época de los primeros arqueólogos que la exploraron.

Charles Montagu Doughty fue el primer europeo que visitó las ruinas de Hegra. Este viajero inglés, fanfarrón y un poco descerebrado, se había unido a una caravana de peregrinos con rumbo a La Meca y escuchó hablar sobre unas curiosas inscripciones en un lugar del norte de Arabia. Viajaba como cristiano ante los ojos escrutadores de varios miles de musulmanes y el doble de camellos, gorreando hospitalidad por donde pasaba para no morir de inanición y con un cuchillo escondido bajo la manga por si venían mal dadas.

 

Aquellas inscripciones, en lihyanita, dadanita, nabateo y latín, entre otras lenguas, fueron incluidas por Ernest Renan en la Vida de Jesús, el primer volumen de la Historia de los orígenes del cristianismo. El libro armó un cisco considerable en la Iglesia Católica. El filólogo francés, que recibió el apodo de Blasfemo Europeo por parte del papa Pío IX, había tratado los Evangelios como “biografías legendarias” y convertido a Jesús en un anarquista.

Hegr
Foto: Rafa Pérez

La pista definitiva (y olfativa) de Doughty

Doughty contó su viaje completo por aquellas latitudes en el magnífico libro Arabia Deserta (Ediciones del Viento), prologado por Lawrence de Arabia. En su relato da la pista esencial para tirar del hilo en esta historia: la presencia de incienso en las tumbas. Los nabateos fueron grandes vendedores de humo, haciéndose ricos, principalmente, con el comercio del incienso. La cuestión es cómo esta mercancía, en apariencia menos atractiva que el oro o incluso que las especias que alcanzaban precios desorbitados, llegó a ser tan importante en sus rutas comerciales. La respuesta es simple: el paganismo olía.

 

El culto en las civilizaciones del Mediterráneo antiguo era especiado, de aroma dulce y penetrante. En todos los templos se quemaban especias, generalmente en forma de incienso, en las procesiones se paseaban incensarios e incluso los marineros llevaban a bordo un modelo portátil conocido como timiaterio. Séneca, en su obra Hércules en el Eta, dice: «Acepta en tu hoguera, padre mío verdadero, estos frutos y que resplandezca el fuego sagrado con abundante incienso del que el rico árabe, adorador de Febo, recoge de los árboles de Saba».

 

A los dioses, creía la gente, les gustaba oler bien. El humo no solo era un sistema de comunicación directa con ellos, que eran identificados con el aire y el cielo, sino que se consideraba su alimento como recoge la anécdota ocurrida con Menécrates, el médico de Filipo II de Macedonia. Cuando el doctor se atrevió a comparase con el propio Zeus, por su pericia sanadora, el padre de Alejandro Magno le sirvió incienso para cenar; si podía equipararse a los dioses que comiera humo aromático como ellos.

 

No a todo el mundo le parecía bien semejante dispendio para obtener el favor de las divinidades, Plinio se quejaba de las fortunas que se malgastaban en humo pudiendo hacer ofrendas con sal e intentó, sin éxito, hacer un cálculo del gasto anual en mercancías llegadas de Arabia y quemadas en Roma. Cuando los números no le alcanzaron al escritor romano, “una suma enorme” fue toda la conclusión que obtuvo. Los Padres de la Iglesia descartaron los aromas en el culto porque eran paganos. San Juan Crisóstomo, en el siglo IV, sentenció que Dios no tenía nariz. El cristianismo, estaba claro, tenía sus propias ideas sobre el significado de comerciar con humo.

 

Hegra
Foto: iStock

El primer Patrimonio de la Humanidad de Arabia Saudí

Mada’in Salih, al-Hijr, Hijra o Hegra, cuatro nombres para el mismo sitio, fue el segundo lugar en importancia en la cultura nabatea tras Petra, su capital, y el primer sitio de Arabia Saudí inscrito en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, en el año 2008. La historia de Hegra cubre aproximadamente mil años, un periodo significante de tiempo teniendo en cuenta el ambiente hostil y la aparente falta de recursos que asociamos a las zonas desérticas.

 

En realidad, los nabateos fueron conocidos por su habilidad en el manejo de los recursos hídricos, convirtiendo la zona en un oasis donde la producción agrícola permitía alimentar a miles de ciudadanos, a los comerciantes y a todo el que iba de paso. Su red de pozos y cisternas era tan eficiente que en el año 1960 el gobierno saudí intentó sedentarizar a los beduinos del desierto, les dio tierras, semillas y bombas para volver a utilizar aquellas obras hechas dos mil años atrás que aún estaban en perfecto estado.

Hegra
Foto: Rafa Pérez

Aquellos nabateos 'outsiders'

Los nabateos fueron nómadas de origen árabe, mercaderes que se movían en caravanas en las que transportaban el mencionado incienso, mirra, otras especias que llegaban de países como India y algo de oro. Vivieron su momento de mayor auge económico entre los siglos IV a.C. y el I d.C., cuando controlaron el tráfico y los peajes en la ruta entre el sur de lo que se conocía como Arabia Felix —actuales Yemen y Omán— y el Levante, en el momento que esos productos alcanzaron el precio más alto alrededor del Mediterráneo. El comercio en caravanas fue posible gracias a la domesticación del camello. Hoy, aquellos camellos han quedado únicamente para los paseos turísticos y el aprovechamiento de su leche, densa, sabrosa, dulce como la miel y con multitud de propiedades nutritivas.

 

La Geografía de Strabo habla de los nabateos, a los que describe como prudentes y aficionados a acumular propiedades. «La comunidad multa a la persona que ha disminuido sus bienes y confiere honores a quien los ha aumentado. Tienen pocos esclavos, el servicio está formado en su mayor parte por sus parientes, entre ellos mismos o cada persona es su propio sirviente, costumbre que se extiende incluso a sus reyes, que únicamente se distinguen del resto por su ropa de color púrpura. Comen en grupos de trece personas y cada grupo es atendido por dos músicos, aunque el rey suele ofrecer muchas fiestas en grandes edificios. Nadie bebe más de once copas, cada uno tomando únicamente su copa de oro asignada».

Hegra
Foto: Rafa Pérez

Un centenar de tumbas

El parque arqueológico de Hegra se creó en 1972. Tras una primera entrada para el turismo musulmán, en el año 2014, Hegra volvió a cerrar tres años más tarde con el fin de acometer un desarrollo turístico más ambicioso. Su reciente reapertura hace que al visitar Hegra se tenga una impresión que no debe distar mucho de la que tuvo Doughty, la sensación de llegar los primeros. Arabia Saudí ha empezado a trabajar con turismo occidental hace muy poco tiempo y la afluencia de extranjeros no musulmanes todavía es mínima. La fascinación de las ruinas y las preguntas que suscitan, hechos comunes a otros grandes recintos arqueológicos, te acompañan si cabe de manera más insistente.

 

En Hegra hay más de un centenar de tumbas monumentales talladas en la roca, cuya tipología tiene su origen en Naqsh I-Rustam, la necrópolis de los reyes aqueménidas que se encuentra a poca distancia de Persépolis, en Irán. En su arquitectura podemos encontrar diferentes influencias de estilo: árabe, egipcio, greco-romano y de Mesopotamia, fruto del intercambio cultural derivado del comercio. Están talladas sobre piedra arenisca que data del Paleozoico, con colores que varían del rojo al casi blanco en función de la edad de la piedra. Las más viejas son de final del periodo Cámbrico, con tonos rojo pardo; las más recientes corresponden a inicios del Ordovícico, con colores más pálidos. En todo caso, hablamos de roca con alrededor de 500 millones de años.

 

Las alturas de las tumbas van desde los tres metros hasta los más de veinte y la mayoría está rematada por un diseño escalonado en su parte superior como símbolo del viaje de las almas hacia el cielo. Sin ser tan lujosos como los de Petra, los monumentos funerarios de Hegra presentan motivos que no se encuentran en los jordanos, como leones, águilas, serpientes, esfinges femeninas, medusas o jarrones con ornamentos, entre otras formas.

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Hegra
Foto: Rafa Pérez

La necrópolis que habla

En el recinto arqueológico únicamente se visita la necrópolis, los restos de la ciudad están en proceso de excavación o bien fueron devorados por la erosión de la arena y los vientos del desierto. Pero no todas las tumbas son monumentales, de hecho son la minoría. En el lugar hay más de 1.600 fosas, generalmente de gente cercana a aquellos miembros de la comunidad que se podían permitir los entierros más ostentosos, como parientes en menor grado o sirvientes.

 

Los criterios para escoger el lugar de la tumba eran muy variables: la salud económica de la persona, la visibilidad que tuviera desde la ciudad para asegurar el máximo prestigio para su familia, la altura y la calidad de la roca. Gracias a algunas obras inacabadas se ha sabido que los artesanos empezaban por la parte superior y que debían ser buenos escaladores, ya que no usaban ninguna clase de andamios o plataformas, los propios bloques que se iban formando les servían de suelo en cada nivel en el que trabajaban. En los encargos más importantes trabajaba más de un tallador, cada uno empezaba por un extremo y se encontraban en el medio.

 

Hegra
Foto: Rafa Pérez

Grabado a grabado

En las inscripciones halladas sobre la fachada de las tumbas aparecen el nombre del propietario; la relación de personas que podían ser enterradas allí; la lista de prohibiciones, tales como vender la tumba, prometerla a otra persona o alquilarla; la fecha de construcción y, en ocasiones, la firma del picapedrero. También hay otros escritos que no se andan con rodeos, intimidatorios, amenazando con que el señor del mundo maldiga a quien perturbe la tumba, la abra o cambie las inscripciones de la parte superior.

 

En el más famoso de los monumentos funerarios, llamado Qasr al-Farid, o IGN 110 en su nomenclatura arqueológica, tan solo hay una sencilla frase: Lyhian, el hijo de Kuza, la ha tomado. Lo que denota que en algún momento hubo un cambio de propietario, suponemos que con acuerdo por ambas partes. También hay inscripciones dedicadas a las principales deidades, entre ellas a Manat, diosa del destino; a al-Kutba, de la escritura; o a Shay’alqawn, protector de las caravanas. Un soldado nabateo describe a este último como un dios que no bebe vino, lo que podríamos interpretar como la más temprana advertencia de no mezclar alcohol con la conducción. Muchas de las tumbas fueron erigidas bajo la protección de Dushara, al que se identifica con Dioniso y que aparece, con frecuencia, junto a al-Uzza, relacionada con Afrodita.

 

Hegra
Foto: Shutterstock

Un sencillo interior

El interior de las tumbas es sencillo, solo se pueden ver los nichos correspondientes a cada cuerpo. En las que se encontró algún tipo de ajuar funerario siempre era discreto: algo de joyería en metales no preciosos, campanas de bronce, lámparas, jarrones de cerámica, óbolos de Caronte, y otros pequeños objetos como pesos de telar, pequeñas figuras, escarabajos o conchas. En algunos casos también había objetos de uso diario, como peines de boj, recipientes de hueso para guardar cosméticos o pañuelos bordados. En el año 106, las tropas romanas del emperador Trajano entraron en el territorio y se anexionaron el reino nabateo, creando la provincia de Arabia Pétrea.

 

Aparentemente, todo transcurrió sin oposición significante y sin haber quedado rastro de un conflicto violento, las monedas acuñadas para celebrar este episodio hablan de adquisita (adquisición) y no de capta (conquista). La pérdida del territorio y el descubrimiento de los vientos monzónicos trajo el declive del comercio terrestre en favor del marítimo a través del mar Rojo y la cultura nabatea desapareció como si se la hubiera tragado la arena del desierto. Al caer la noche, recortadas contra el horizonte, las curiosas formaciones rocosas de Hegra y Al-Ula semejan una caravana de nabateos en ruta. Entre las primeras estrellas que aparecen en el cielo están las Pléyades y Orión, formaciones que les sirvieron de guía por el desierto hace más de dos mil años.