Ernesto Deira: un filósofo de la vida a través de una forma de arte.

La Jeringa
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7 min readMay 11, 2021

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Por: Raymar A. H.

Ilustra: Edgar Velázquez

Al Flaco Velázquez por haberme presentado a Deira.

Cruzó Deira el umbral de la muerte creyendo haber perdido sus Identificaciones*, su más cruda denuncia a la violencia de una época desbocada a punta de fusil. Cerró por última vez los ojos pensando que la ironía del azar, había permitido a Pinochet darle brasa violenta a su arte antagónica de esa realidad. ¿Quién pudiera decirle que Noé las encontró, que alguien las guardó en un depósito, que aun están, intactas, listas para volver a la luz, que están vivas sus palabras de definición humana?

Ernesto Deira halló al humano en su más virginal forma comunicativa, encontró en su imagen el lenguaje exacto, sin afeites. Esbozó cada máscara, cada vericueto interno de la realidad; encerró la sensibilidad o la monstruocidad a través de discursivas pinceladas y colores contractivos. Le dio vida pictórica al hombre capaz de actualizar su sentido y valor en el mundo contemporáneo, lo dibujó totalmente referencial a sus inquietudes culturales e intelectuales empapadas de su entorno. El humano fue la esencia misma de su obra, la musa indeleble de su creación, su savia y numen. En sus palabras: “El hombre es el objeto más importante que yo tengo ante mí. El entorno se ilumina desde un hombre, ese ser misterioso, indescifrable, del cual yo formo parte”1.

Autorretrato con capa roja (1975)

Bien joven embiste como abogado y se entrega al estudio de la filosofía más social de Marx, Foucault, Lévi-Strauss, Wittgenstein, el pensamiento cabalístico y la cultura hebrea, las que fortalecen sus posturas ideológicas, que indirectamente reflejara en sus obras. Nunca tuvo intención — según alegó en más de una ocasión — de plasmar en su arte alguna doctrina o teoría, pero cada postura leída aparece ahí, en cada trazo redentor del hombre, en cada lienzo definidor de lo mágico en lo antropológico, en cada obra de denuncia a los pesares humanos. Se convirtió en un filósofo desde la visualidad, en un constructor de postulados a través del arte, o como lo definió su amigo Luis Felipe Noé: “un filósofo, pero no del arte sino de la vida a través de una forma de arte; esa que se expresa en líneas, espacios y colores”2.

A mediados de la década del cincuenta comienza a estudiar pintura con dos emblemas de las artes visuales argentinas: Leopoldo Torres Agüero y Leopoldo Presas, quienes fomentaron toda la evolución dentro de la visualidad que Ernesto cosechó durante su carrera, haciéndolo acreedor de un sello marcadamente propio que lo hizo desembocar en una neofiguración como reacción al abstraccionismo, y más tarde lo colocó como fundador del grupo La Otra Figuración, con toda su homogeneidad y sincretismo visual. En este grupo que conformó junto a Luis Felipe Noé, Rómulo Macció y Jorge de la Vega, Deira buscó la representación del humano desde una óptica existencialista que sugería una alternativa figurativa en las artes visuales de esa fecha, no un retorno radical a la figuración. Con primacía del arte informal estos artistas lograron la incorporación de la estructura humana en un entorno artístico que rescatara tanto del expresionismo como del abstraccionismo, como un acto de rebeldía e ironía incipientes. Toman el lenguaje del informalismo para luego romper con él y desmembrarlo, reacomodarlo y enriquecerlo al incluir la total ponderación al humano y su forma.

Autorretrato 1968

Ernesto, ya de manera individual, toma del informalismo expresivo todo lo que le permite jugar con la materia, el soporte, las formas y el protagonismo total del color, para distorsionar la visualidad mostrando al hombre en su vertiente más destructiva y visceral. Deira plantea dentro del aparente caos representativo de sus obras, toda una coherencia dentro de la composición y los colores, los que explota con marcada crudeza para crear todo un ambiente de inquietud y angustia. En las obras de Ernesto la figura humana — o partes de esta — disponen de casi toda la espacialidad del soporte, fusionándose con los colores del fondo, dando profundidad y cabida a la construcción imaginativa del receptor, ingrávidos y volubles, exentos de la formal narrativa, generalmente solo formas en suspensión haciendo uso del medio; siempre dejando plasmadas esas vivencias y cuestiones que lo calaban hondo y desde la profundidad, lo impulsaban al acto de la inmediata creación. Comentaba en cierta ocasión: “(…)una de las pocas cosas que puedo hacer es pintar: no sé manejarme en otras disciplinas. Pero mi actitud al pintar es tender a aceptar que me traspasen, que me penetren las circunstancias. Una reiteración de máscaras, por ejemplo, una reiteración de ojos atentos, no es una propuesta consciente: pero si aparece bienvenida, yo no la voy a hacer a un lado”3.

Como ferviente lector que fue, la magia literaria marcó en Ernesto una etapa fundamental dentro de su proceso creativo, llevándolo a componer un sinfín de obras análogas a sus lecturas; convergiendo en títulos (en la mayoría de los casos), en temáticas, y hasta haciendo pequeños guiños a otras piezas dentro del acervo de la historia de las artes visuales, siempre enfocadas a la construcción de las formas y la esencia humana, que como ya hemos visto, es el eje de la obra del argentino.

Caronte

Deira con su nueva figuración se propuso romper con el orden establecido para encontrar la imagen del hombre que respondiera a su momento histórico, el que estaba permeado por la crisis de postguerra que se iba inoculando a las contradicciones de los valores de la modernidad en el epicentro de una Argentina cada vez más marcada por la injerencia de los capitales extranjeros y que comenzaba a formar parte de las políticas de hegemonías centralizadas como los Estados Unidos.

La necesidad de la captura de la realidad estructural del hombre lo llevó, a partir de la desintegración de La Otra Figuración, a reinventar su estilo, partiendo siempre desde la misma base visual. Sus obras comienzan por atrapar una cadencia lingüística-filosófica, con atisbos de humor, utilizando los títulos como inductores principales para la captura de su intríngulis creativo. Sustituye la imagen del hombre por la palabra (sin perder nunca la magia de la visualidad), para así aludir al carácter semántico y lingüístico de la cultura y por transitividad del propio hombre. Acudió a la síntesis formal y al encierro del mensaje en formas estructurales cada vez más sencillas; las figuraciones comienzan a distar de la realidad y aflora algo de siniestrismo, de lo esquivo y distante, alejándose cada vez más de los cánones formales, los cuerpos toman efectos de desintegración y desmaterialización, comienza el juego con la sombra y lo fantasmal.

Ya para sus últimos años, se propone encontrar todo el sentido de lo humano simplemente a través de la pintura, pues alegaba que de manera racional era imposible lograr el acceso. Comenzó a mostrar lo que llamara la alineación social en que vivía sumido el hombre a través del encierro de las figuraciones humanas en formas y de la atadura de las extremidades. Comenzó la utilización de máscaras y sombras que ocultaban las facciones, el trabajo con la separabilidad entre cuerpo y ánima espiritual, hizo gala la utilización del trabajo de dobles y reflejos. Cambió la paleta utilizando colores cada vez más primaros, la espátula y la técnica del dripping. Toda una evolución estructural y formal de su proceso creativo.

Serie “Identificaciones”

Deira se propuso encontrar a través de su obra la génesis de la esencia humana, ahondar en lo inexplorable de la antropología para plantear la verdadera forma de esa especie de la cual él formó parte. Jugó con la máscara, la sombra, la tragedia y el horror, trazó las líneas de la definición corpórea y las sombras del ánima, deshuesó, reinventó, colocó la carne en trozos y el aura como sombra, planteó A y A’, acudió al álgebra de la especie y visitó el protozoo, abrazó el surgimiento; y siempre desde la visualidad, desde el color, la forma, la cadencia y dinámica del trazo, siempre desde la cumbre de la creación, la cual constituyó el pináculo de su búsqueda de la verdad humana.

“Picasso hizo visible en la imagen del hombre contemporáneo lo monstruoso, Bacon lo mostró en su esencia animal, carnal y Deira lo construyó como lenguaje, en su condición de significante.”4

Y se coloca la tríada que logró relatar desde la visualidad del arte, lo recóndito y lo estructural de la esencia del hombre moderno.

1- Miguel Logroño. “El hombre es el objeto más importante”. Ernesto Deira, ante un tema permanente. Diario 16. Madrid 14 de junio de 1974.

2- Luis Felipe Noé, El Pensamiento “A”. En: catálogo Homenaje a la amistad. Ernesto Deira, pinturas. Américo Castilla, pinturas, Santa Fe, Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez”, 1986.

3- Seiguerman Osvaldo. Máscaras del despojo. La Opinión Cultural. Domingo 21 de octubre de 1979.

4- Adriana Laurenzi. Ernesto Deira y la cuestión Humana. www.generacionabierta.com.ar.

*Identificaciones: serie exhibida en 1971 en la Galería Carmen Waugh, de Buenos Aires, Argentina. Luego pasan a Chile. Allí se encontraban cuando en 1973 se produce el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende. Alguien las guardó para que no fueran quemadas como otras tantas obras. Permanecieron intactas en un deposito hasta que en el 2003 Luis Felipe Noé y Carmen Waugh las encontraron. Deira murió en 1986 con la convicción de que las obras habían sido destruidas por la dictadura.

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