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Escrito por: Jhonatan

García Gonzales

EJEMPLO DE ENSAYO LITERARIO:

LOS RÍOS PROFUNDOS

José María Arguedas: y sus dos mundos

Me gusta la magia. Pero, cuando hablo de magia, no me refiero a las ilusiones


ópticas y los trucos con cartas (que también logran cautivarme), sino al
hechizo que me impide despegar la mirada al leer un buen libro.

Hace pocas semanas Comencé a leer Los ríos profundos (publicada en 1958)
de José María Arguedas (Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) sin muchas
expectativas. La historia es relatada en primera persona por su protagonista,
un muchacho de catorce años, llamado Ernesto. Él es un marginado. Su raza
mestiza es la causa de que no sea aceptado ni entre los blancos ni entre los
indios.

La novela comienza cuando, por la noche, Ernesto llega junto a Gabriel, su


padre, al Cuzco. Él se sorprende al ver la ciudad tan moderna: «El Cuzco de mi
padre, el que me había descrito quizá mil veces, no podía ser ése».

Me gustaron mucho las descripciones ya que me hacían sentir parte de la


historia. Yo nunca he viajado al Cuzco. No puedo ni imaginar cómo sería esa
ciudad. Pero Gracias a la delicadeza en la que Ernesto señala cada detalle, me
hace sentir dentro de la historia.

El narrador conoce al Viejo, pariente suyo, uno de los personajes más


interesantes para mí. Este hombre es avaro y su actitud hacia sus semejantes
es paupérrima. Su ropa siempre sucia, al igual que su alma. Además, exhibe una
gran devoción hacia Dios. Y esa es una contradicción, porque ¿de qué sirve la fe
si no te impulsa a ser mejor persona? ¿Cómo puede compensar toda la maldad
que el Viejo ha cometido? Y lo más importante ¿por qué él es así? No existe una
justificación para la maldad

Otro personaje que llamó mi atención fue un indio, sirviente del Viejo, por
la pérdida de dignidad que hay dentro de él:
«—Tayta —le dije en quechua al indio—. ¿Tú eres cuzqueño?
—Manan —contestó—. De la hacienda.
Tenía un poncho raído, muy corto. Se inclinó y pidió licencia para irse. Se
inclinó como un gusano que pidiera ser aplastado».

El indio se considera posesión del Viejo, quien lo humilla. Y el otro lo


permite sin quejarse, porque hay algo dentro de él que se lo impide. Se llama
costumbre.

Estos personajes representan al oprimido y al opresor que existen en


nuestra sociedad.

La violencia está siempre presente en la novela. Por ejemplo, en el odio


que siente Gabriel hacia el Viejo. Yo pienso que odiar no es malo (es un
sentimiento tan común como el amor). Lo que sí me parece incorrecto es que
Gabriel, tal vez sin querer, transmita ese rencor a su hijo. El odio no debe ser
algo que se aprenda, ya que, por historia, sabemos que nunca lleva a nada
bueno.

Ernesto prosigue su marcha hacia Abancay debido a que Gabriel es un


abogado itinerante. Luego, su padre se dirige a Chalhuanca, dejando a Ernesto
en un internado, quien debe «enfrentarse solo a un mundo cargado de
monstruos y de fuego».

Los indios son esclavos de la tierra que les pertenece. Viven arrinconados,
escondidos y rebajados por los hacendados.

Me asusta pensar que la globalización consiga exterminar nuestra magnifica


diversidad cultural. No hay nada más maravilloso que las diferencias, ya que
eso es lo que hace especial a la gente. Esa es la razón por la que debemos
mantener nuestra esencia.

El colegio es un sitio trascendental que alberga a personajes agresivos e


indiferentes. El Padre Director es uno de ellos, porque es un sacerdote que
promueve la violencia y el odio. Personifica la hipocresía. Quiero decir, un
sacerdote debe ser pacífico, no todo lo contrario.

La opa Marcelina es una mujer joven y loca que vive en el colegio. Los
alumnos mayores suelen vejarla, lo ven como si fuera lo más normal del mundo.
¿A qué grado está tan incrustada la violencia dentro de ellos que no la reconocen
cuando la tienen al frente? Nadie hace nada, nadie se queja. Y si lo hicieran,
tampoco nadie les haría caso. La indiferencia se adueña de todo, como si fuera
suyo, nos vuelve cobardes y sumisos.
Esa misma hipocresía es concurrente entre todos los habitantes del
internado. Por eso, Ernesto se siente confundido y solo, y muchas veces quiere
fugarse. No obstante, encuentra consuelo en la naturaleza y en los recuerdos.

El zumbayllu es un trompo silbador, y mi objeto preferido de la novela. Su


canto produce en Ernesto, y en los demás, momentos de paz y ternura: «Para
mí era un ser nuevo, una aparición en el mundo hostil, un lazo que me unía a
ese patio odiado, a ese valle doliente, al Colegio.»

¿Cómo un solo objeto puede transmitir tanto? Para mí, lo material no puede
hacernos felices. Por otro lado, el zumbayllu consigue alegrar a Ernesto. No
porque sea bello, sino por lo que simboliza. El trompo despierta a la naturaleza
con su canto, y Ernesto siente esperanza y fortaleza.

A veces pienso que todo en la sierra es más especial, más mágico. Cuando
cantan y danzan, cuando tocan música lo hacen con verdadera emoción. Y eso
contagia.

Ernesto se une a una revuelta. Se siente identificado con la protesta y desea


ayudar porque es más fuerte su cariño hacia los indios que hacia los “mistis”.
Este es un gesto muy valiente por parte de él. No muchas personas se atreverían
a apoyar causas justas. El miedo al “qué dirán” nos frena. Descubrir que tu
realidad es más dura de lo que creías es desolador.

El Padre Director lo castiga por haber sido parte de la protesta. El


desamparo es muy notable en Ernesto al enterarse del nuevo asalto, pero no
está arrepentido. Al siguiente día, ambos visitan a los colonos para oficiar una
misa. El sacerdote manipula a los colonos para que se sientan culpables. Ernesto
no resiste la falsedad en las palabras del Padre Director y huye.

El ejército llega a Abancay a poner orden. ¿Qué es poner orden para ellos?
Es detener cuanto antes el desarrollo del pensamiento. Los soldados son
restringentes. Impiden que los indios se defiendan y luchen por igualdad. En
cambio, los colman de miedo.

La música es un estilo de vida. A lo largo de toda la historia, la música


representa lo amado, porque te hace recordar. Te hace sentir vivo. Ernesto está
conectado con la música. Por el zumbayllu y por su pasado. A mí me encantan
los huaynos. Porque pueden ser himnos alegres que te emocionan y te hagan
querer bailar. Y también pueden ser las más tristes melodías que te estremecen
hasta llorar.

La peste llega a Abancay desde lejos. Y las clases se suspenden en el


colegio. La gente comienza a huir a los pueblos de los cuales proceden. Los
hacendados desaparecen porque los indios comienzan a invadir el pueblo. Junto
con ellos llega la peste. Entonces, la peste es sinónimo de justicia y libertad,
porque consigue que los colonos recuperen su tierra que les fue arrebatada a
zurriagazos.

Ernesto también se va. Atraviesa solo las cordilleras buscando escapar de


la peste, pero con la confianza de que nada malo sucederá con él.

La obra es muy crítica, porque toca temas como la exclusión social, la


discriminación racial, la injusticia, la indiferencia, y muchos otros asuntos
polémicos. Ernesto es víctima del mundo que lo rodea. Es consciente de que
nadie es perfecto y que todos somos culpables de vivir como vivimos porque no
hacemos nada para cambiarlo.

Me encanta el personaje de Ernesto. Tiene convicción y lucha por lo que


cree justo. Lo que me apena es su melancolía. Nadie merece vivir de nostalgias,
porque sufren más. A pesar de todo, Ernesto tiene esperanza.

La dulzura narrativa de Los ríos profundos me conmueve profundamente.


Traza en mí las ganas de luchar por lo que creo, y también a luchar contra mis
miedos. Porque tenerle miedo a todo es perjudicial. En cada momento, sentí
la magia presente. Quizás esta se esconda en las manos de Arguedas y él la
emita sobre mí cada vez que leo su obra.

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