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EJEMPLO DE ENSAYO LITERARIO:

LOS RÍOS PROFUNDOS: NAVEGANDO ENTRE LA MAGIA Y EL HORROR

Escrito por:
Nathaly Cuayla

Me gusta la magia. Pero, cuando hablo de magia, no me refiero a las ilusiones


ópticas y los trucos con cartas (que también logran cautivarme), sino al hechizo
que me impide despegar la mirada al leer un buen libro.

Comencé a leer Los ríos profundos (publicada en 1958) de José María


Arguedas (Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) sin muchas expectativas. Si bien me
gusta la prosa de Arguedas, no soy fanática suya. Es por esa razón por la cual
me agradó mucho más al leerlo. La historia es relatada en primera persona por
su protagonista, un muchacho de catorce años, llamado Ernesto. Él es un
marginado. Su raza mestiza es la causa de que no sea aceptado ni entre los
blancos ni entre los indios. Es su maldición.

La novela comienza cuando, por la noche, Ernesto llega junto a Gabriel, su


padre, al Cuzco. Él se sorprende al ver la ciudad tan moderna: «El Cuzco de mi
padre, el que me había descrito quizá mil veces, no podía ser ése».

Me agradan mucho las descripciones, porque me hacen sentir parte de la


historia. Yo nunca he viajado al Cuzco. No puedo siquiera imaginar cómo sería
esa ciudad. Pero me gusta verla a través de las palabras del narrador. Me hace
creer que allí existe la magia. Asimismo, me hace pensar en nuestro pasado
incaico. Gracias al cuidado con el que Ernesto señala cada detalle, me hace
sentir más cerca de todo eso.

El narrador conoce al Viejo, pariente suyo, uno de los personajes más


interesantes para mí. Este hombre es avaro y su actitud hacia sus semejantes
es paupérrima. Su ropa siempre sucia, al igual que su alma. Además, exhibe
una gran devoción hacia Dios. Y esa es una contradicción, porque ¿de qué sirve
la fe si no te impulsa a ser mejor persona? ¿Cómo puede compensar toda la
maldad que el Viejo ha cometido? Y lo más importante ¿por qué él es así? No
existe una justificación para la crueldad.

Otro personaje que llamó mi atención fue un indio, sirviente del Viejo, por
la pérdida de dignidad que hay dentro de él:

«—Tayta —le dije en quechua al indio—. ¿Tú eres cuzqueño?


—Manan —contestó—. De la hacienda.
Tenía un poncho raído, muy corto. Se inclinó y pidió licencia para irse. Se
inclinó como un gusano que pidiera ser aplastado».

El indio se considera posesión del Viejo, quien lo humilla. Y el otro lo


permite sin quejarse, porque hay algo dentro de él que se lo impide. Se llama
costumbre.

Estos personajes representan al oprimido y al opresor que existen en


nuestra sociedad. En lo personal, aborrezco la especie de “organización” que
hemos creado, donde un hombre vale más que otro por lo que tiene y no por lo
que es. Este sistema se mantiene debido a que el ser humano tuvo que a
adaptarse a condiciones lamentables con el fin de sobrevivir. Sin embargo, ese
es un rasgo que también nos acerca a la mediocridad y al conformismo.

La violencia está siempre presente en la novela. Por ejemplo, en el odio


que siente Gabriel hacia el Viejo. Yo pienso que odiar no es malo (es un
sentimiento tan común como el amor). Lo que sí me parece incorrecto es que
Gabriel, tal vez sin querer, transmita ese rencor a su hijo. El odio no debe ser
algo que se aprenda, ya que, por historia, sabemos que nunca lleva a nada
bueno.

Ernesto prosigue su marcha hacia Abancay debido a que Gabriel es un


abogado itinerante. Luego, su padre se dirige a Chalhuanca, dejando a Ernesto
en un internado, quien debe «enfrentarse solo a un mundo cargado de
monstruos y de fuego».

Hay algo que impide a Gabriel permanecer mucho tiempo en un mismo


lugar: «Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro, cuando las montañas,
los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando
los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria.» Él no desea
forjar lazos afectivos profundos con nadie, para así evitar la nostalgia.

Abancay es una ciudad rodeada de haciendas donde trabajan y viven los


indios “colonos”. Ellos son muy desconfiados. La pérdida de la identidad se
presenta en la historia: «Ya no escuchaban ni el lenguaje de los ayllus; les
habían hecho perder la memoria; porque yo les hablé con las palabras y el tono
de los comuneros, y me desconocieron.» Los indios son esclavos de la tierra que
les pertenece. Viven arrinconados, escondidos y rebajados por los hacendados.

Me asusta pensar que la globalización consiga exterminar nuestra magnifica


diversidad cultural. No hay nada más maravilloso que las diferencias, ya que
eso es lo que hace especial a la gente. Esa es la razón por la que debemos
mantener nuestra esencia.

El colegio es un sitio trascendental que alberga a personajes agresivos e


indiferentes. El Padre Director es uno de ellos, porque es un sacerdote que
promueve la violencia y el odio. Personifica la hipocresía. Quiero decir, un
sacerdote debe ser pacífico, no todo lo contrario.
La opa Marcelina es una mujer joven y loca que vive en el colegio. Los
alumnos mayores suelen vejarla, lo ven como si fuera lo más normal del mundo.
¿A qué grado está tan incrustada la violencia dentro de ellos que no la
reconocen cuando la tienen al frente? Nadie hace nada, nadie se queja. Y si lo
hicieran, tampoco nadie les haría caso. La indiferencia se adueña de todo, como
si fuera suyo, nos vuelve cobardes y sumisos.

Esa misma hipocresía es concurrente entre todos los habitantes del


internado. Por eso, Ernesto se siente confundido y solo, y muchas veces quiere
fugarse. No obstante, encuentra consuelo en la naturaleza y en los recuerdos.

La memoria es fundamental a lo largo de toda la obra, ya que Ernesto evoca


el pasado como método de supervivencia. Según yo, vivir de recuerdos equivale
a no vivir. Porque es mentirse a uno mismo. Sin embargo ¿quién no se ha dejado
seducir por la nostalgia? En este punto, me siento muy identificada con el
narrador.

El zumbayllu es un trompo silbador, y mi objeto preferido de la novela. Su


canto produce en Ernesto, y en los demás, momentos de paz y ternura: «Para
mí era un ser nuevo, una aparición en el mundo hostil, un lazo que me unía a
ese patio odiado, a ese valle doliente, al Colegio.»

¿Cómo un solo objeto puede transmitir tanto? Para mí, lo material no puede
hacernos felices. Por otro lado, el zumbayllu consigue alegrar a Ernesto. No
porque sea bello, sino por lo que simboliza. El trompo despierta a la naturaleza
con su canto, y Ernesto siente esperanza y fortaleza.

A veces pienso que todo en la sierra es más especial, más mágico. Cuando
cantan y danzan, cuando tocan música lo hacen con verdadera emoción. Y eso
contagia. Lo que convierte lo ordinario en extraordinario es la importancia que
le das a eso.

Las mujeres de Abancay elaboran un motín en contra de los trabajadores


de los hacendados, porque ellos están robando la sal. El Padre Director
interviene a favor de los malhechores, porque le conviene tener a los indios
sumisos. No me cabe la menor duda de que sería fácil comprar a este hombre,
que ya de por sí está corrompido por la ambición de poder.

Ernesto se une a la revuelta. Se siente identificado con la protesta y desea


ayudar porque es más fuerte su cariño hacia los indios que hacia los “mistis”.
Este es un gesto muy valiente por parte de él. No muchas personas se atreverían
a apoyar causas justas. El miedo al “qué dirán” nos frena. Hay un gran repudio
a lo que se manifiesta como diferente. Y eso mismo sucede en el relato. Los
habitantes ricos de Abancay se muestran reticentes e incluso ofendidos por el
motín. En el fondo saben que es lo acertado y por eso reniegan tanto. Descubrir
que tu realidad es más dura de lo que creías es desolador. Y por eso la rehúyen.

Lo bueno es que nada detiene a las mujeres, que están determinadas.


Logran su cometido repartiendo la sal entre indios y colonos. Luego, los
trabajadores de los hacendados arrebatan los sacos de sal a los colonos. La
injusticia vuelve a expandir su sombra sobre Abancay, impotente, ante las
tentativas de poblar de luz esa ciudad.

El Padre Director lo castiga por haber sido parte de la protesta. El


desamparo es muy notable en Ernesto al enterarse del nuevo asalto, pero no
está arrepentido. Al siguiente día, ambos visitan a los colonos para oficiar una
misa. El sacerdote manipula a los colonos para que se sientan culpables. Ernesto
no resiste la falsedad en las palabras del Padre Director y huye.

El ejército llega a Abancay a poner orden. ¿Qué es poner orden para ellos?
Es detener cuanto antes el desarrollo del pensamiento. Los soldados son
restringentes. Impiden que los indios se defiendan y luchen por igualdad. En
cambio, los colman de miedo.

Ernesto tiene un amigo llamado Ántero, quien se conmueve con el


sufrimiento de los indios, no obstante, piensa como hacendado, porque es hijo
de uno de ellos. Eso es lo que hiere a Ernesto. Pero, en la obra, nadie es
totalmente malo ni totalmente bueno. Solo son humanos.

La música es un estilo de vida. A lo largo de toda la historia, la música


representa lo amado, porque te hace recordar. Te hace sentir vivo. Ernesto
está conectado con la música. Por el zumbayllu y por su pasado. A mí me
encantan los huaynos. Porque pueden ser himnos alegres que te emocionan y
te hagan querer bailar. Y también pueden ser las más tristes melodías que te
estremecen hasta llorar.

La peste llega a Abancay desde lejos. Y las clases se suspenden en el


colegio. La gente comienza a huir a los pueblos de los cuales proceden. Los
hacendados desaparecen porque los indios comienzan a invadir el pueblo. Junto
con ellos llega la peste. Entonces, la peste es sinónimo de justicia y libertad,
porque consigue que los colonos recuperen su tierra que les fue arrebatada a
zurriagazos.

Ernesto también se va. Atraviesa solo las cordilleras buscando escapar de


la peste, pero con la confianza de que nada malo sucederá con él.

Espero que al final Ernesto consiga reunirse con su padre, y que supere la
nostalgia que lo caracteriza. Aunque, si lo pienso, eso es lo que lo hace especial.

Así que yo festejo las ansias de justicia de Ernesto. Porque él se yergue


como un faro luminoso e intenta evocar el pasado para restaurarlo en el
presente.

La obra es muy crítica, porque toca temas como la exclusión social, la


discriminación racial, la injusticia, la indiferencia, y muchos otros asuntos
polémicos. Ernesto es víctima del mundo que lo rodea. Es consciente de que
nadie es perfecto y que todos somos culpables de vivir como vivimos porque no
hacemos nada para cambiarlo.
Desde ahora, Arguedas se ha convertido en uno de mis escritores favoritos.
Adoré cada segundo al leer su libro. Siempre me ha gustado la literatura andina,
porque toca temas que son cercanos para mí, por la realidad en la que vivo. He
leído otros antes del mismo género, pero entendí este mucho más que los otros.
Creo que cada uno de los personajes es importante en la historia. Faltó describir
a muchos, pero están en mi memoria (y en la memoria de quien haya leído esta
maravillosa historia).

Me encanta el personaje de Ernesto. Tiene convicción y lucha por lo que


cree justo. Lo que me apena es su melancolía. Nadie merece vivir de nostalgias,
porque sufren más. A pesar de todo, Ernesto tiene esperanza. Alguna vez leí
que es la esperanza lo que no nos permite ser felices. Pero felicidad suena a
conformismo. Un hombre feliz debe ser también un hombre aburrido.

La belleza narrativa de Los ríos profundos me conmueve profundamente.


Traza en mí las ganas de luchar por lo que creo, de no vivir esclavizada, no solo
por los hombres, sino por los miedos. Porque tenerle miedo a todo es
perjudicial. Y cada vez que lea este libro percibiré más cosas que ahora se
escapan de mi entendimiento. Por ahora puedo decir que estoy agradecida con
la vida porque amo este libro, y me hace mucha ilusión la idea de que otros
también lo amen. En cada momento, sentí la magia presente. Quizás esta se
esconda en las manos de Arguedas y él la emita sobre mí cada vez que leo su
obra, y me inunda un sentimiento de turbulencia y ternura, como si sus ríos
profundos invadieran mi sangre y se mezclan ambas para convertir mis
pensamientos en cantos que danzan ágilmente junto con el zumbayllu de
Ernesto.

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