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ePub r1.1
Titivillus 11.07.17
Título original: Akira Kurosawa
AA. VV., 2003
Traducción: Bitez
Fuentes iconográficas: Carlos Aguilar, Album y Donostia Kultura
Zinegile gutxi dago Kurosawa bezala joan den XX, Mendean beren herialdeak hainbeste
asaldura eta transformazio josaten ikusi duenik. Aldaketa bizdor horien guztien behaketat
betiko arrastoa utzi dute bere lanean, bere film historikoetan nahiz graiko gaien inguruan egin
dituen pelikuletan.
Vivir
La más bella
Trono de sangre
No parece que ni Bajos fondos (1957) —trasposición ahora de la novela
homónima de Máximo Gorki al Japón de la época Edo— ni La fortaleza
escondida (1958), clara inspiradora de La guerra de las galaxias (Star Wars;
George Lucas, 1977), como tampoco filmes posteriores como Yojimbo (1961) o
Sanjuro (1962) ofrezcan ninguna aproximación, siquiera parabólica, de la
realidad coetánea japonesa, más allá de alguna curiosa interpretación como la de
Max Tessier: «Es una parábola (anti)política, donde Mifune/Sanjuro expresa la
actitud soberana de un cineasta que siempre ha sido presentado como au-dessus
de la melée: rodada en 1960/61, poco después de los violentos enfrentamientos
que marcaron la firma del tratado de seguridad americano-japonés en Tokio, Y,
puede ser percibido como la expresión de un desengaño soberano frente a los
“combates fútiles” entre los dos bloques, entre los cuales Mifune podría
representar un Japón a la vez fuerte y despegado de las contingencias, pero que
se hace respetar ante las exigencias de los dos clanes»[11]. Distinta es la
significación de Barbarroja (1965), que supone un claro retorno a la dimensión
individual del conflicto ético, aunque no contemporáneo. De nuevo son médicos
los protagonistas —el joven doctor Noburo Yasumoto y el veterano director del
hospital que lo acoge, Kyojo Nihide, conocido como «Barbarroja»—, y su
choque es también la confrontación entre dos conceptos de la medicina, entre
una visión tradicional e inicialmente acomodaticia de la condición del médico
(Yasumoto y su objetivo de ser el médico de algún shogun importante) y otra
profesional y socialmente inflexible (Barbarroja), no muy lejana de la ostentada
por el doctor Sanada en El ángel borracho. Por supuesto que la dimensión ética
del conflicto vuelve a hacerse intemporal y abstracta, aun desde la descripción
truculentamente realista de la sociedad del momento, con sus lacras, hambre,
miseria, etc.
Mucho más interesantes son desde nuestro punto de vista los gendai-jeki que
realizó Akira Kurosawa a lo largo de los años sesenta, especialmente los dos
primeros desde nuestro punto de vista. Ahora ya no se trata de los efectos de la
guerra y sus consecuencias morales y existenciales; ahora el punto de mira se
orienta hacia el nuevo Japón, el país del milagro económico, de las grandes
corporaciones y de la puesta al servicio de los nuevos tiempos de muchas de las
tradiciones y costumbres de antaño. Los canallas duermen en paz (1960)
penetra en las criminales interioridades de una gran corporación inmobiliaria a
través de la venganza organizada por Koichi Nishi, el hijo de un alto ejecutivo de
la empresa aparentemente suicidado pero realmente asesinado. Dejando de lado
lo muy forzado del argumento, tanto en su trama policíaca como en sus
numerosos aspectos innecesariamente melodramáticos, sí resulta sorprendente en
Kurosawa la explicitud de su denuncia del poder y los métodos de esas grandes
corporaciones capaces de sobornar, manipular o asesinar, llegando incluso a
apuntar —en la última escena del film— connivencias ciertas con la alta política.
Sin abandonar la dimensión ético-psicológica del aparentemente frío e
imperturbable vengador —que fracasará en su empeño, pagando con su vida el
fracaso, en el momento en que se deje vencer por los sentimientos— Kurosawa
propone una cruda denuncia que no escatima un final absolutamente no feliz
según la tradición del happy end, aunque la visión positiva plantee que la
constatación del fracaso de Nishi es debida no a la impenetrabilidad del poder
sino al carácter individualista de su acción.
También la alta empresa es el contexto —parcial— de la historia de El
infierno del odio (1963), aunque aquí se derive mucho más rápidamente hacia
ese doble enfoque: el relato policíaco y el drama provocado por un dilema
ético[12]. Tomando King’s Ransotn, novela de Ed McBain, el perverso dilema de
ese alto dirigente de una compañía zapatera que cuando está a punto de tomar el
control de la empresa tiene que responder al secuestro del hijo de su chófer,
secuestrado —sólo aparentemente— por error en vez de su propio hijo. Si la
primera parte del film se centra en ese dilema ético (renunciar a su carrera
profesional, llegando a la ruina, y satisfacer la desmedida petición de rescate o
dejar de lado la vida de la víctima en pro de culminar su ascenso profesional),
retomando pues el esquema del dilema profesional remitido ahora a un problema
ético más general, la segunda —tomada ya la decisión— se dedica a la
minuciosa investigación policial que llevará hasta la detención y castigo (capital)
del secuestrador y también asesino. La primera parte insiste, como en Los
canallas duermen en paz, en los intríngulis, la corrupción y el juego sucio del
mundo de las grandes empresas; pero la segunda se convierte en una alargada
alabanza del trabajo policial, adquiriendo en muchos momentos un tono
documental y apologético que aproximaría El infierno del odio a aquellos
filmes americanos —¡o españoles!— dedicados a exaltar el trabajo de la policía,
como los de Henry Hathaway.
Sí es cierto que a lo largo de esa indagación se va configurando el perfil del
criminal, que acabará de redondearse en el extraño y sospechoso epílogo de la
visita del extorsionado industrial al reo poco antes de su ejecución, y que ese
proceso permite entender que el móvil no era tanto económico como el odio de
clase, el rencor de los de abajo hacia los de arriba (brillantemente subrayado por
la distribución espacial de las respectivas viviendas), aunque, eso sí —como
siempre en Kurosawa—, planteado en términos psicológicos (individuales) y
nunca sociológicos (de clase)[13]. Además, a lo largo del film se ofrecen
numerosas anotaciones que alcanzan cierto relieve histórico: la discusión sobre
la ética de la producción (cómo deben ser los zapatos: baratos y mal hechos o
bien hechos y más caros), la «americanización» de las costumbres (los niños
jugando a vaqueros), los barrios de la «mala vida» ahora inundados por la
presencia de la droga, la compulsividad del odio social del secuestrador, tan
próxima al enfermizo mundo dostoievskiano, etc.
Como no hay dos sin tres, de la misma manera que antes mencionábamos
Ladrón de bicicletas y Umberto D por sus posibles paralelismos con filmes
como El perro rabioso y Vivir, tal vez podríamos decir que Dodeskaden
(1970) sería el equivalente a Milagro en Milán (Miraccolo a Milano, 1950) de
De Sica-Zavattini. La aproximación a la vida cotidiana de un mísero barrio de
chabolas de una gran urbe es el punto de partida para la recopilación de un
conjunto de apuntes que mezclan el realismo más descarnado —prácticamente el
miserabilismo— con la fantasía desatada de unos personajes que sólo en ella
pueden encontrar algún refugio o escape. Evidentemente, el talante de Kurosawa
no es el mismo que el del dúo italiano, y allí donde radicaba el humorismo
humanista ahora aparece un cierto existencialismo pesimista que en su
radicalidad acaba apartándose de la realidad.
Dejando de lado la supuesta relectura «ecologista» de Dersu Uzala (1975), que
siempre me pareció más forzada que otra cosa, al confundir el canto a la vejez y
a unas formas de vida en su fase de desaparición —aproximadamente en la
época en que la victoria japonesa en la guerra contra Rusia significaba la
definitiva irrupción del país en la historia mundial— en el marco de una
reflexión netamente panteísta con un simplista ecologismo de manual,
Dodeskaden abrió un largo paréntesis ocupado por los dos títulos antes citados
—Kagemusha, la sombra del guerrero y Ran— y una clara ralentización de su
carrera.
Situado ya más allá del bien y del mal dentro del panteón cinematográfico,
los postreros trabajos de Kurosawa constituyen mucho más el reflejo de una
introspección del cineasta que una voluntad de intervención en la realidad del
momento. Cuando menos eso ocurre en el caso de Sueños de Akira Kurosawa,
donde de forma literal se corporeizan los recuerdos oníricos del propio autor, su
amor por la pintura, sus sueños infantiles rememorados, sus pesadillas nucleares
(la explosión nuclear y el monte Fuji) o la utopía de la disolución en la
naturaleza, que no es más que la disolución en la
muerte, tan próxima desde su perspectiva. Unas
pesadillas que reaparecen en Rapsodia de agosto
(1991), donde el recuerdo del holocausto de Nagasaki
se mantiene vivo en esa simbólica relación entre una
hermana y su hermano emigrado a Hawai (allí en
Pearl Harbour, donde ocurrió el principio del fin) y
sobre todo en la transmisión de ese recuerdo hacia sus
nietos, en la documentalística visita a los restos del
bombardeo de la ciudad; parecería que dentro de esa
fase testamentaria de Kurosawa uno de sus legados
fuese impedir el olvido, más allá del odio pero sin
Dersu Uzala
dejar que el recuerdo se desvanezca.
Y tal vez ese replegarse hacia sí mismo, hacia un
universo personal donde realidad, recuerdos, sueños e
ilusiones alcanzan su fusión —en cierto modo como
también ocurrirá en Madadayo (1993), su postrero
film en torno a la relación entre un anciano profesor
retirado y sus alumnos en plena guerra— adquiere el
neto valor testamentario de un auténtico humanista
que hizo cine. Eso le permitió desbordar cualquier
nacionalismo estrecho —olvidemos lo de la
occidentalización…— pero también integrar la cultura
cosmopolita (sobre todo aquélla como la de
Shakespeare y Dostoievski que ahonda en las
Kagemusha, la sombra
profundidades de la condición humana) en una del guerrero
tradición y cultura tan ricas como la japonesa, no al
servicio de la performatividad técnica y económica, como ha ocurrido en el
Japón contemporáneo, sino desde una dimensión radicalmente humanística.
Ran
Sueños de Akira Kurosawa
Rapsodia en agosto
Madadayo
Entre la superficie y la profundidad
El arte cinematográfico de Akira Kurosawa
Santos Zunzunegui
«Japoniako zinegileetatik mendebaldarrena» gisa hartu izan dute Kurosawa. Bere lanari la beti
lagundu izan ohi diote topiko batzuk, urmael baten uhinen antzera idea horren inguruan
mugituz. Hala eta guztiz ere, bere filmografía aztertuz gero errelitalea dezente konplexuagoa
dela ikusiko dugu.
¿Cuáles son los motivos que suelen aducirse en favor de semejante lugar
común? Su simple enumeración pone de manifiesto la superficialidad de los
mismos. Veámoslo de cerca: primero, la admiración, reiteradamente expuesta, de
Kurosawa por el cine americano y por un artista como John Ford y su interés
declarado, en el campo de la literatura, hacia obras, tan diversas, como las de
George Simenon o Leon Tolstoi, primero; su adaptación a la pantalla de autores
tan centrales en nuestra tradición cultural como son Shakespeare, Gorki y
Dostoievski —se tiene buen cuidado de dejar fuera en esta lista a Evan Hunter,
que le facilitó el argumento de El infierno del odio (1963), dado su escaso
pedigrí cultural—, después; la utilización en algunos de sus filmes de las
estructuras del thriller o el western tal y como las codifica el cine yanqui de la
época dorada, finalmente. Lo que, además, ha terminado recibiendo una curiosa
vuelta de tuerca al encontrarse obras (y no de las menores) del maestro japonés
tanto en el origen de ciertas perversiones genéricas posteriores, como puede ser
el caso del spaghetti-western, en la medida en que el primer gran film de Sergio
Leone —Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964)— era un
inconfeso plagio de Yojimbo (1961) como en el punto de partida de remakes
más o menos brillantes —Los siete samuráis (1954)/Los siete magníficos (The
Magnificent Seveir, John Sturges, 1960); Rashomon/Cuatro confesiones
(Outrage; Martin Ritt, 1964)—, además de proporcionar otra de sus películas, en
concreto La fortaleza escondida (1958), buena parte del esqueleto narrativo de
la celebérrima obra de George Lucas —que años más tarde financiaría
parcialmente Kagemusha, la sombra del guerrero (1980) junto con Ford
Coppola— La guerra de las galaxias (Star Wats, 1977).
En resumidas cuentas el tópico se sustenta sobre la poco probada afirmación
de que los gustos de un autor nos dicen algo sensato sobre el sentido de su obra y
sobre las «formas» que adopta la misma, en un caso; la vieja idea de que la
intriga narrativa de superficie y la dimensión temática de las películas, como
elementos fundamentales que pueden ser tomados en préstamo, son lo que
configura básicamente a un autor, en otro; la incapacidad para ver las torsiones
significativas a las que se someten los rasgos definitorios de un género que se
simula aceptar en un principio, en el tercero.
¿Es posible ir un poco más allá? ¿Desde qué ángulo plantear un
acercamiento productivo al complejo problema de la doble inserción de una
obra, al mismo tiempo, en una tradición artística precisa y en un universo
dominado por la existencia de un lenguaje que parece haber sido codificado con
carácter de validez general? Para intentar responder estas preguntas puede
resultar útil volver sobre las consideraciones de Bazin antes citadas acerca de lo
«propiamente japonés» del cine de Akira Kurosawa. No hace falta insistir mucho
en el hecho de que, por ejemplo, los dos últimos aspectos destacados por el
crítico francés (los vinculados con el uso del sonido, primero, el ritmo y la
acción, después) apuntan en dirección de la vinculación de la práctica del
cineasta con toda una serie de técnicas, típicas del teatro Nô, que conducen a la
utilización de los efectos sonoros como manera privilegiada de amplificar los
efectos de una acción presentada de manera sustancialmente estilizada o a
convertir cualquier ínfimo movimiento, situado en un contexto de radical
hieratismo, en una expresión privilegiada de la más intensa violencia[3]. Un
ejemplo memorable de la primera de dichas actitudes puede observarse en una
película como Ran (1985), en el momento del ataque al Tercer Castillo, cuando
Kurosawa decide representar la primera parte de dicho asalto privando a la
escena de cualquier ruido realista para dejar que sea la música de Toru
Takemitsu la que se haga cargo del pathos de la situación (se nos priva, por
ejemplo, del sonido de la descarga de fusilería que acaba con las mujeres del
anciano Hidetora Ichimonji que interponen sus cuerpos entre su señor y los
asaltantes). Los ruidos sólo retornarán con el asesinato por la espalda de Taro,
primogénito del clan Ichimonji, abatido de un disparo por uno de los sicarios de
su hermano. A partir de ese momento, el espacio sonoro del film se torna de
nuevo «realista», combinándose el ruido de los fusiles, el silbar de las flechas, el
crepitar de las llamas y el rugido del viento, con el bajo continuo proporcionado
por la música no diegética sobre la que se desliza el sonido sibilante de maderas
y metales, todo ello acordado en una irrefutable representación del caos al que
alude, precisamente, el título del film.
Ran
Todavía cabría añadir algo mucho más sustancial. Es fácil identificar como
uno de los estilemas básicos que atraviesan toda la obra de Kurosawa la gestión
personalísima del incremento y la disminución de ritmos que se refieren no sólo
a la relación entre planos de larga o corta duración en el interior de una misma
secuencia, sino que se extienden al esqueleto estructural de cada film. Esquema
organizativo que da lugar a un juego que, las más de las veces, adopta la forma
de una explosiva dialéctica entre retención y descarga, bien patente en obras
como El perro rabioso (1949) o Trono de sangre (1957) y que puede
encontrarse, tal cual, en no pocos de los deportes tradicionales de Japón como el
sumo o el judo. Si a esto le añadimos la sabia combinación entre repetición y
diversidad del conjunto de parámetros movilizados en la puesta en escena (y que
van desde aspectos como el tamaño de los planos, los ángulos de filmación
elegidos, la posición y movimientos de los actores, hasta otros a los que ya he
hecho alusión como son las configuraciones cromáticas seleccionadas o la
selectividad del universo sonoro convocado), tendremos una primera idea del
peso específico de esa dimensión, que podemos denominar, de manera
aproximativa, musical, y que, en el trabajo de Kurosawa, se superpone siempre
al estricto nivel narrativo. De esta manera se contribuye a explicitar una fuerte
voluntad formal que constituye en auténtica «música visual» el conjunto de
rasgos audiovisuales manipulados por el cineasta antes, incluso, de que éstos se
configuren como figuras de un relato.
Con todo, me parece que no es en estos aspectos, con ser importantes, donde
puede rastrearse la manera extremadamente original en la que Akira Kurosawa
reformula, a través de su trabajo específicamente fílmico, sus vínculos con la
tradición cultural que le sirve de humus. Basta atender a los requerimientos más
superficiales que el cine de nuestro autor realiza al espectador para caer en la
cuenta de que cada una de sus imágenes se presenta ante el mismo como dotada
de una fuerte impronta «visual» que la vincula, explícitamente, con la historia de
la representación plástica tal y como ha venido constituyéndose históricamente
en Japón. Representación plástica que se asienta, como veremos de inmediato,
sobre una personalísima gestión del espacio fílmico que debe no poco a la
trascripción de ciertas técnicas pictóricas en puros términos cinematográficos.
Planteado el tema con gran rapidez puede decirse que Kurosawa combina
dos tradiciones de origen pictórico, en personalísima síntesis. Una primera, que
encuentra un ejemplo privilegiado en los emaki-mono (que alcanzaron su apogeo
en los siglos XII y XIII), pinturas realizadas sobre rollo vertical u horizontal en los
que se desplegaba, en ausencia de límites que aislaran cada acción de las
inmediatamente anteriores o posteriores, una composición, sabiamente
orquestada (y hay que tomar esta expresión en su sentido estrictamente musical),
en la que cuenta, tanto o más que la historia que se narra, la «puesta en forma»
de la misma. Sin duda, en los encuadres de Kurosawa, llenos de composiciones
excéntricas, dominados por una notable asimetría compositiva y tensados
mediante un vigoroso equilibrio de complejas líneas oblicuas contrapuestas,
podemos oír un eco de esas pinturas arriba evocadas. Baste comparar la
presencia de estos rasgos estilísticos en filmes como La fortaleza escondida
(1958), Kagemusha, la sombra del guerrero o Ran con la manera en la que
este tipo de problemas se plantean y resuelven en ciertas obras señeras de la
pintura japonesa como el Incendio del palacio Sanjo (de la serie Cuentos de la
insurrección Heiji, siglo XII, museo de Boston) para poder medir la cercanía del
arte de Kurosawa con una de las más exquisitas tradiciones visuales de su país.
Kagemusha, la sombra del guerrero
Sin embargo, uno de los más efectivos (por su extremada simplicidad, que lo
hace pasar casi inadvertido) usos de esta estrategia lo encontramos en una de la
secuencias nodales de Barbarroja (1965)[7], El curtido médico Kyojo Nihiele,
conocido con el apodo de «Barbarroja», reclama la presencia de uno de sus
jóvenes colegas (Naburo Yasumoto, que considera que, por su formación y
extracción social, estaba destinado a ejercitarse en un hospital menos
menesteroso) para que le ayude a atender a un anciano moribundo a causa del
cáncer. Tras pedirle que realice un diagnóstico del mal que aqueja al paciente,
diagnóstico que el veterano galeno deberá rectificar, Barbarroja colocará al
dubitativo e inexperto doctor ante el hecho de que la enfermedad de cualquier
ser humano hunde sus raíces en las miserias de la vida social, para, finalmente
recordarle que «nada hay más solemne que los últimos momentos de la vida de
un hombre». Buena parte de la escena que se ha abierto con la cámara situada, en
el estrecho espacio en que sucede la acción, en el lado del lecho que ocupa
Barbarroja, está resuelta mediante una serie de sencillos planos y contraplanos
que recortan las cabezas de los dos interlocutores sobre el fondo neutro de las
paredes del habitáculo y que sitúan al espectador de acuerdo con un eje que deja
a ambos médicos a la derecha de dicho eje. Justo en el momento en que, tras
haber apuntado hacia las causas sociales de la enfermedad, Barbarroja comience
a relatar la historia particular del moribundo, la cámara de Kurosawa establecerá
un nuevo punto de vista en el que se combinan dos elementos: el plano incluye a
los dos médicos y al paciente en un encuadre que reproduce simétricamente el de
apertura de la secuencia (se ha vuelto el espacio como un guante, viajando el
espectador al otro lado del camastro en un giro de 180°) y se establece un nuevo
eje entre los dos personajes principales, que ahora quedan ubicados a la
izquierda del mismo. De esta manera tan discreta como efectiva, Kurosawa
encuentra un equivalente visual para el terremoto emocional que pone en crisis
las convicciones del joven médico. Cuando Barbarroja abandone la escena,
reclamado para atender una urgencia, Yasumoto quedará cara a cara con la
singularidad radical de la experiencia de la agonía humana, apenas hecha de otra
cosa que de estertores y rechinar de dientes.
¿De qué hablamos, por tanto, cuando hablamos de la occidentalización del
cine de Akira Kurosawa? Como ya hemos dicho al principio de este texto, de un
auténtico estereotipo. Por mi parte tampoco querría reivindicar aquí su estricta
«japonesidad» entendida, en expresión de Roland Barthes, como una «especie de
identidad enfática» de Kurosawa. Simplemente hacer notar que la obra de un
autor (de un gran artista) es siempre la reescritura de parámetros provenientes de
horizontes muy diversos y que, quisiera insistir en esta idea para terminar, no
sólo se extraen del campo fílmico. Por eso es vital caer en la cuenta de que el
cine es un avatar más de un problema que no es (no puede ser) cinematográfico,
sino la actualización del problema virtual (y mucho más general) de la
representación visual. Problema que recibe respuestas históricas diversas según
épocas, países y, cómo no, autores. Kurosawa es, sin duda, momento
privilegiado de una de esas respuestas, en la que se reformulan los elementos de
una antigua cultura y se los transforma al ponerlos en contacto con una moderna
tecnología.
Kurosawa, por otra parte, se ha expresado siempre con claridad meridiana,
poniendo el acento en la dimensión estilizada de su trabajo fílmico, apartado de
cualquier noción superficial de «realismo»: «No me considero un realista. Me
esfuerzo por serlo, pero no lo soy. No consigo nunca ser realista porque soy
sentimental. Me siento vinculado profundamente a las artes plásticas, a la
belleza. No puedo mirar fríamente la realidad».
Los samuráis en el cine de Akira Kurosawa
La armonía entre la pluma y la espada
Samuraien ondorengo zuzena izanik, Kurosawak tan ugari eskaini dio ia mitikoak diren
pertsonaia horien irudiari. Izan ere, samuráiak eta roninak (jauntxorik gabeko samuráiak,
alderrai dabiltzanak eta erromesak) izango dira bere pelikula ezagunenetako batzuen
protagonista, esate baterako Ran, Yojimbo, Sanjuro edo Los siete samuráis pelikulentan.
Yojimbo
Así pues, los filmes sobre/con samuráis de Akira Kurosawa nos desvelan a
un brillante narrador, cuya creatividad, rebosante de astucia, recursos y fuerza,
afianza el sentido práctico de la narración; es decir, su ética. Por eso, viendo
filmes como Yojimbo o Ran acuden a la memoria las agudas reflexiones de
Walter Benjamín (1892-1940) a propósito de «el narrador»: «La orientación
hacia un interés práctico es un rasgo característico de muchos narradores
natos, (…) De forma abierta u oculta, la narración lleva en sí su utilidad. Dicha
utilidad puede consistir a veces en una moral, otras en una indicación práctica
o, en ocasiones, en un proverbio o norma de conducta. En cualquier caso, el
narrador es un hombre que da un consejo a quien le escucha. Ahora bien, si
“dar un consejo” empieza a sonar anticuado hoy en día, la culpa la tiene el
hecho de que disminuye la comunicabilidad de la experiencia. (…) El consejo
entretejido en la tela de vida ya vivida, es sabiduría»[3].
Pero la sabiduría vital de Akira Kurosawa es además, y muy especialmente,
una búsqueda material, física, de la belleza. El torrencial aguacero bajo el cual
pelean los guerreros de Los siete samuráis, obligándolos a combatir inmersos
en un mar de mefítico lodo; la densa y dolorosa telaraña de flechas que atrapa y
elimina a Taketoki Washizu (Toshiro Mifune) en Trono de sangre, acercándose
trémulo a sus ejecutores, para caer postrado ante ellos en medio de una densa y
fantasmagórica neblina; las calles lúgubres y desérticas de Yojimbo, azotadas
continuamente por un viento arisco y sucio que levanta nubes de polvo capaces
de difuminar el desolador paisaje donde el ronin (samurái errante y sin amo)
Sanjuro Kuwabatake (Toshiro Mifune) impondrá el orden frente al mal; aquel
momento de Sanjuro en donde el ronin interpretado, una vez más, por Mifune,
hace gala de su ian-jutsu (arte de desenfundar la espada) y, con un movimiento
veloz y certero, asesta un tajo mortal a su enemigo, que se desploma en medio de
una estremecedora nube de sangre… La belleza en el cine de Kurosawa
sobre/con samuráis surge, como afirmaba George Santayana (1863-1952), del
cieno, la sangre y el calor del sol. Y al igual que para el filósofo hispano-
estadounidense, para el realizador nipón la exaltación de la emoción y la
naturalización de la belleza —de sus texturas y de sus materias— permite el
acceso a las otras esencias de las cosas, pues los valores estéticos no pertenecen
a otro mundo, trascendente e inefable, sino que son una manifestación humana
más, sometida a los dictámenes de la moral y de la razón. De ahí que, a
propósito de Trono de sangre, Manuel Vidal Estévez escribiera: «La niebla, el
viento, la lluvia, el bosque, expuestos en todo su exuberancia, configuran el
inclemente paisaje en el que brotará la desenfrenada pulsión de poder que
conducirá al crimen, a la locura y a la muerte. Un paisaje exasperado, presidido
por una atmósfera fúnebre que abre y cierra la película para señalar al discurso
como un circulo infernal sin posible salida. Kurosawa inscribe así la fatalidad
del afán de poder como tragedia plenamente inscrita en la naturaleza»[4].
Sobre la expresión de los propios sentimientos
Sanjuro
Más allá del placer de contar una historia, de la enseñanza vital que de ella se
derive, de la crispada búsqueda de una belleza, simplemente, del placer por la
aventura —cf. Los siete samuráis—, en los filmes sobre/con samuráis de Akira
Kurosawa existe, encubierto, un propósito o, si se prefiere, un mensaje. Bien es
cierto que el propio cineasta repudiaba este tipo de observaciones —«Cuando
tengo que enviar mensajes a alguien utilizo una carta. El cine no es un medio
para enviar mensajes a la gente», dijo en cierta ocasión[15]—, pero cintas como
Yojimbo o Ran expresan, sin duda alguna, los sentimientos de su autor,
independientemente de los vínculos que sus películas pudieran tener con el
chambara como género. Para los defensores a ultranza de la politique des
auteurs, el cine se concibe como la misión personal del cineasta. Sus
pensamientos, su visión del hombre y de la vida se trueca en cine y —mediante
otra vuelta de tuerca— el cine se redefine como algo que carece de valor si no
constituye un acto extremo, un riesgo. El cine, pues, se vuelve confesional,
exorcístico: un muestrario de las obsesiones más personales del cineasta. Así
pues, la experiencia directa guía de manera exclusiva el juicio moral de
Kurosawa para con sus samuráis y ronin; no sólo su resistencia a generalizar, a
vulgarizar, huyendo de los tópicos del chambara, permanece indomable, sino
que utiliza sus principales estructuras narrativas y visuales para construir un
universo épico intensamente personal. Dejando a un lado su filiación
shakesperiana, es obvio que Trono de sangre y Ran son relatos sobre/con
samuráis que, de manera elíptica, metafórica, reflexionan sobre la moral
tradicional de una sociedad determinada, en particular la clase dirigente nipona
—tema ya abordado directamente en Los canallas duermen en paz (1960)—,
desde una óptica sumamente oscura. En cambio, Los siete samuráis, Yojimbo y
Sanjuro, donde predominan los aspectos más lúdicos y espectaculares del
chambara, aunque sumamente estilizados, Kurosawa intenta hallar un hálito
para la esperanza al tomar partido por el individuo. Sus héroes pelean contra
todo aquello que puede anularlos y/o someterlos, se imponen al caos y rehúsan el
orden (injusto) de las cosas, ya sea por medios violentos o empleando la astucia.
Elementos altamente subversivos si tenemos en cuenta que, en el Japón, durante
siglos y aún en la actualidad, lo colectivo prevalece sobre lo individual y el
orden no se cuestiona, sino que se venera. De hecho, el sesgado humanismo de
Kurosawa hace que los sucesos de más vasto alcance se resuelvan gracias al
valor y a los cálculos de ciertos individuos, lo cual parece aportarle cierto
consuelo existencial y tal vez un mayor acicate para que despliegue su enorme
sabiduría artística.
La vía del guerrero y las trampas del poder
A lo largo del siglo XI, el crecimiento del sistema feudal japonés basado en la
lealtad personal y familiar hacia el daimio (señor feudal) trajo consigo el
afianzamiento de la figura del guerrero-caballero, el samurái («el que sirve»),
término utilizado por primera vez en el siglo X con el sentido de vasallo militar y
que fue adoptado de manera oficial a finales del siglo XII por el gobierno de
Kamakura, ya que su Departamento de Guerra se llamaba samurái-dokoro. Sin
embargo, los orígenes de la clase samurái se encuentran en el sistema Kondei,
establecido en el año 792, el cual reorganizó el ejército japonés asignando a los
diversos cuerpos de oficiales los jóvenes reclutados entre las familias nobles.
Estos oficiales iban a caballo, vestían armadura y usaban el arco y la espada. Se
adiestraban en Kioto, en el interior de un acuartelamiento especial —que aún
existe— llamado el Butokuden, que significa «sala de las virtudes de la guerra»,
construido en el año 782 por orden del emperador Kammu.
Ran
Trono de sangre
Ran
La vía del guerrero, que los samuráis se esforzaban en practicar con absoluta
rectitud —y a la que renunciaban en tiempos de guerra, cuando sobrevivir
adquiría visos verdaderamente atroces[17]—, para Akira Kurosawa no es más que
una filosofía vacua puesta en evidencia a causa de incontables traiciones e
hipocresías. El samurái, protegido por su arrogancia, su armadura, su lanza y su
espada, parece inmune a la letal severidad de la batalla, pero es profundamente
débil a los siniestros fulgores del poder. La fidelidad al clan, a los nobles
preceptos del bushido o la estricta observación del principio Bunbu Ichi no
existen cuando la pendenciera ambición del samurái anda desbocada. Tanto en
Trono de sangre como en Ran, conforme indica Manuel Vidal Estévez, la
crueldad que requiere conquistar el poder y la devastación que provoca
mantenerlo son los temas que articulan la dramaturgia, con una sustancial
diferencia entre ambas películas: el factor fantástico, casi sobrenatural,
desaparece en Ran[18].
Asemejándose casi a una posesión diabólica, en Trono de sangre Taketoki
Washizu, guerrero de insuperable valor en combate —ideal perseguido por todo
buen samurái—, cae bajo el maleficio de una bruja/gaki (duende), quien le
confirma que pronto será rey, a pesar de que, por fidelidad a su señor, finja
sentirse disgustado por ello. «¡Qué extraños que son los hombres, que les aterra
mirar en el fondo de su corazón!», exclama con ironía la arpía/espectro. Ello
demuestra que Taketoki Washizu no es dueño de sus pensamientos y de sus
emociones, siendo altamente manipuladle[19]. El hechizo de la bruja/gaki;
culmina su terrible efecto —avivar la adormecida sed de poder de Washizu— a
través de Asaji (Isuzu Yamada), su siniestra esposa, cuya actitud indolente y
fúnebre recuerda a la del espíritu maligno que ha condenado a su marido.
Influido por los turbios consejos de Asaji, el mundo de Taketoki Washizu,
samurái hábil en el campo de batalla pero de extrema ineptitud en cuestiones
políticas, se transforma en un mundo de sangre y destrucción (Asaji,
completamente, desequilibrada, se lava desesperadamente las manos teñidas de
una sangre acusadora que sólo existe en su mente; el castillo de la Araña,
símbolo del poder anhelado por Washizu, es destruido hasta los cimientos por
sus enemigos…). Acobardado, solo y deshonrado, incapaz, pues, de dar un final
digno a su miserable existencia, Washizu perecerá bajo las flechas de sus propias
tropas, hartas del tirano.
«Los samuráis, cuyo deber es castigar a los bandidos y a los ladrones, no
deben imitar el proceder de estos criminales», escribió Daidoji Yuzan a
propósito de cuál debía ser el recto proceder de un samurái[20]. En Trono de
sangre, Taketoki Washizu se comporta como un bandido y un ladrón, pues
conspira para matar a su señor, a sus más leales camaradas y usurpar un trono
que no es suyo. El dolor del enemigo muerto, la destrucción de la vida y de la
paz, se adhieren a la memoria del infame samurái como una excitación molesta.
Manipulado por el destino, por voluntades y ambiciones ajenas a las suyas,
Washizu excava en sí mismo el abismo de la muerte. La primitiva crueldad, rica
en arbitrariedades, del Macbeth de William Shakespeare, se adapta como un
guante a la naturaleza de los samuráis para desmitificarlos, pues su prepotente
vitalidad, alcanzada por la fuerza de las armas, se basa en un principio
destructivo: desear la vida de los demás. Un principio que, en el caso de
Taketoki Washizu, acaba volviéndose contra él mismo.
Otro tanto le sucede al enérgico daimio Hidetora Ichimonji (Tatsuya
Nakadai) en Ran. El arrogante gesto con que Hidetora, acompañado por sus
hijos y sus más fieles samuráis, cabalga por la llanura durante la caza del jabalí,
al inicio de la película, empuñando su arco con agresiva jactancia —su rostro, en
el instante de apuntar la flecha contra el animal, deviene una inquietante
máscara…—, contrasta con su faz desencajada por el dolor —pálida como la de
un cadáver, con los ojos vidriosos y su canosa cabellera revuelta…— tras la
traición de Taro (Akira Terao) y Jiro (Jimpachi Nezu), sus vástagos más
ambiciosos y malévolos. Sus samuráis son zarandeados por la locura del poder,
sin otras motivaciones que lo susciten; algo así como si la irracionalidad del
poder fuese su paradójica racionalidad[21]. No obstante, la traición de los hijos de
Hidetora es un reflejo casi fantasmal de una existencia erigida sobre la guerra, el
odio y la desconfianza que, durante décadas, sus innumerables crímenes
provocaron. Inspirada, como es notorio, en El rey Lear de Shakespeare, según
Kurosawa el verdadero protagonista de Ran, Hidetora Ichimonji, «es menos
trágico que Lear porque no es una víctima inocente del destino, sino que tiene
graves culpas que expiar. Sus desventuras tienen cierta justificación ética…»[22].
Y una vez más, la mirada del cineasta nipón sobre el universo de los samuráis
deviene cruel: el agitado pasado bélico de Hidetora —que el anciano evoca con
innegable añoranza— es el fruto de su recta observación del código samurái. «El
campo de batalla es mi morada habitual», escribió un famoso guerrero, Baba
Mino, en el siglo XIV[23]. El (des)orden político y moral de Ran está íntimamente
ligado a la violencia, y la violencia es lo que, incontestablemente, da sentido a la
vida de un guerrero. Al igual que Taketoki Washizu en Trono de sangre,
Hidetora Ichimonji no podrá realizar el seppuku, ya preso de la demencia, al
verse rodeado y vencido por sus enemigos, sus hijos, y al mismo tiempo que sus
hombres perecen defendiendo a su señor.
Trono de sangre
Ran
Trono de sangre es un alter ego, por una parte, del gaki que ha hechizado a
su esposo, la mujer se presenta también como un «doble» de Washizu, pues ella
dice en voz alta lo que el atribulado samurái se empeña en callar, maquinando
las traiciones que él luego ejecutará. Su complementariedad es resaltada
cinematográficamente por Akira Kurosawa mediante el contraste: Asaji habla
con un tono de voz apagado y monocorde, mientras que Taketoki Washizu recita
sus diálogos de manera exaltada y gutural; la mujer apenas se mueve, y cuando
lo hace, sus escasos movimientos corporales y faciales atienden a una estudiada
coreografía acorde con su maldad; en cambio, el hombre cae fácilmente en la
agitación, en el histrionismo, y su rostro se retuerce asombrosamente como si
fuera una máscara Nô. Interpretada Trono de sangre y Ran trasladan el mito del
samurái a un plano trágico rebosante de agresividad, deshonor y muerte. Pero el
proyecto artístico de Akira Kurosawa, tan insolente con la memoria de sus
antepasados como subversivo cinematográficamente, va mucho más allá de la
simple dramaturgia. El espíritu de las heroicas narraciones del periodo
Kamakura es sustituido por las sombrías fantasías de un literato occidental; un
género tan intrascendente y popular como el chambara es elevado a arte
pluscuamperfecto al mismo tiempo que el siempre pomposo jidai-geki —
habitualmente ambientado en el periodo Tokugawa (1603-1897), durante el cual
Japón se encerró en sus fronteras aislándose del resto del mundo— se transforma
en un vigoroso fresco histórico sobre las guerras civiles que asolaron al país
nipón a lo largo del siglo XVI; el tema predilecto de los jidai-geki, las tensiones
entre el giri (el deber respecto a la sociedad, respecto al clan) y el ninjo (deseos
y sentimientos personales), cede su lugar a una exploración del espíritu humano
en toda su crudeza, sin maquillaje, ofreciéndonos un cuadro quizás demasiado
brutal, pesimista, que actúa en cierto modo en un sentido catártico; los orígenes
estéticos del chambara, hondamente enraizados en el teatro kabuki, son
sustituidos por la plástica ritualidad del teatro Nó[26] —especialmente en Trono
de sangre—, donde el menor gesto suscita una emoción de gran intensidad.
En el Japón, las cosas tienen un orden, los valores, grados de primacía y las
personas, un puesto. El orden del mundo debe ser lo más previsible posible. Pero
en Trono de sangre y Ran el orden es dinamitado por los imprevisibles
caprichos del corazón humano y, en consecuencia, la tradición estética nipona,
sustentada en la ascética armonía y suavidad de formas, en una grácil ritualidad,
es sustituida por un agresivo barroquismo visual —de una exaltada sensualidad y
espiritualidad fílmica— donde triunfan la abigarrada composición de los planos,
la violencia cromática y el agudo contraste de los juegos de luces y sombras.
Una expresividad eminentemente subjetiva que subraya las profundas
contradicciones políticas y morales de un mundo desgarrado por sus pasiones y,
quizás por ello, Kurosawa lo filma como impelido por un raptus, por una fuerza
que le lleva a crear movido por las sensaciones, las ideas y, finalmente, las
formas. De ahí la inquietante belleza del ejército convertido en un bosque que se
mueve en Trono de sangre —con esa vegetación agitándose entre la niebla—, o
de la atroz batalla entre la guardia de Hidetora y las tropas de sus hijos —un
baño de sangre sin el sonido de la batalla, solamente el triste adagio compuesto
por Toru Takemitsu—, despreciando cualquier regla a favor de la emoción, la
abstracción y la imaginación.
En un pueblo carente de creencias trascendentales, la justeza de lo inherente
es la manera de lograr la perfección moral. Por eso los samuráis abrazaron el
zen, porque sólo un alma pura es capaz de blandir con seguridad una espada. Tal
espiritualidad les facilitaba la muerte del «yo», pues mientras quede un resto de
conciencia en el alma de quien maneja una espada, dicha espada titubeará. Pero
en Trono de sangre y Ran la serenidad y el equilibrio del zen desaparecen ante
la irrupción del individuo y del «yo»; son los hombres, enfrentados a la
incertidumbre de un futuro inaprensible y oscuro, quienes empuñarán las
espadas vacilantes contra sus miedos y fantasmas. No es casual, pues, que tanto
Taketoki Washizn en Trono de sangre como Hidetora Ichimonji en Ran, el
primero próximo al fin, el segundo ya trastornado, den tajos al aire con sus
katanas, en liza contra adversarios invisibles.
El justiciero nómada
Yojimbo
Sanjuro
No obstante, la imagen del ronin que Akira Kurosawa honra en sus películas
alcanza su más perfecta plasmación cinematográfica en Yojimbo. El azar,
elemento capital en la vida del ronin[32], es el motor de la ficción —por eso
Sanjuro, al llegar a un cruce de caminos, lanza una vara al aire con el objeto de
decidir por cuál de los dos senderos proseguirá su marcha—, y el pragmatismo
ante la adversidad, espoleado por un acuciante deseo de sobrevivir, el origen de
su atemperado cinismo. Por ello Yojimbo es una fábula moderna narrada con un
estilo seco y directo —el alma humana es presentada bajo una óptica claramente
pesimista, sombría, a pesar de la ligereza del tono del relato, de su barniz irónico
—, muy alejada de la fantástica estilización del cine nipón «clásico». Fantasía
bélica algo demencial, cuyos personajes, empero, son de carne y hueso, seres
humanos que piensan, hablan y actúan de manera perfectamente verosímil,
Yojimbo sustituye el opaco romanticismo de Los siete samuráis por un
realismo a ratos hiriente por su crueldad y violencia, a ratos sarcástico por su
desprecio hacia las convenciones de un género poco maleable. Sin ir más lejos,
Sanjuro, a diferencia de otros héroes del chambara, no es el demiurgo de la
acción, ya que los villanos operan a sus espaldas y miden cautelosamente sus
contraataques, a la vez que el esquivo ronin recibe ayuda de otros personajes
más humildes, como el tabernero Tazaemon (Kamatari Fujiwara). Aún así,
Sanjuro continúa siendo un héroe a su pesar, porque es hombre de honor por
instinto, por necesidad, casi sin pensarlo y, claro está, sin decirlo.
Los siete samuráis
Badira sortzaile batzuk elkar ulertzera kondenatulta dandenak, mendetako distantziak eraginda
elkarrengandik urrun egon arreu. Horixe da Shakespearen eta Kurosawaren kasua. Batak
gizakia bere dramen erdian kokatzea lartu zuen: besteak. Shakespearen gizakia bere
pelikuletara eramatea.
Ran
Ran
Trono de sangre
Antonio Weinrichter
Gerraren ondoren, armada amrikarrak genero epikoa lantzen galarazi zuen Japonian eta
horren ondorioz aldi hartan zehar zinemagile japoniar ugari zinema beltzaren marinenn
barruan hasi ziren beren istorioak kontatzen, Estatu Batuetan goren aldian zegoen generoa
izanik. Kurosawa izan zen haietako bat, eta lau pelikula izan ziren hark egindako ekarpena, bi
berrogeiko hmarkadan eginak eta beste i hirurogeikoan, han da, zinemagintzaren
modernitatearen erdi-erdian.
La ambigüedad está presente también en los dos thrillers de los años sesenta.
No hay duda sobre quiénes son esos «canallas que duermen en paz»; pero el
hombre que se enfrenta a ellos actúa movido por un afán de venganza y no duda
en manipular, secuestrar o torturar a los secuaces de su archienemigo Mori (y,
por dejación conyugal, a la hija de Mori, con la que se ha casado para acceder a
éste). Sus planes fracasan cuando este hombre, que confiesa que, pese a todo, no
puede «odiar lo suficiente», se ablanda (su caída, como la de Matsunaga, viene
precedida por una toma de conciencia) por el amor de su mujer y los consejos
del contable Wada, convirtiéndose así en un genuino personaje trágico quien no
había sido nunca un héroe impoluto. Más interesante aún resulta la ambigüedad
contenida en la sorprendente escena final de El infierno del odio, que reúne a
Gondo y Takeuchi. El primero es un hombre de negocios que encarna la dureza
del sistema corporativo («No me puedo permitir perder mi posición», dice), pero
que se humaniza al aceptar pagar un rescate que supondrá su ruina y convertirse
por ello en proscrito del sistema; el segundo es un villano en estado puro que no
duda en asesinar a una prostituta —¡sólo para probar la eficacia de una droga!—
y a sus cómplices en el secuestro del hijo de Gondo. Y sin embargo, el diálogo y,
sobre todo, la forma en que Kurosawa filma la escena del encuentro, a ambos
lados del muro de cristal que los separa y que le permite jugar con los reflejos de
sus dos rostros, establece in extremis una insólita identidad entre ambos, o al
menos una relación especular definida visualmente cuando nada de lo visto hasta
entonces justificaría establecer dicha relación entre extorsionador y víctima
desde el punto de vista temático. Pero, como ha observado Manuel Vidal, «la
oposición entre dos personajes es en el cine de Kurosawa un dispositivo
narrativo trascendido en el orden de lo moral»[6].
Un elemento que brilla por su ausencia en los thrillers de posguerra de
Kurosawa es la presencia de la femme noire, la mujer depredadora que precipita
la perdición del hombre. La que mejor encaja en el tipo es Nanae, la amante que
abandona al desvalido Matsunaga en El ángel borracho, interpretada por
Michiyo Kogure, la inolvidable madame Yuki de Mizoguchi; pero su traición se
ve compensada por el amor que le profesa en silencio al yakuza la chica de barra
Gin (Noriko Sengoku), encargada a la muerte de Matsunaga de su reivindicación
post mortem, en una breve y emotiva escena que parece un primer boceto del
impresionante bloque final de Vivir (1952). En El perro rabioso, la carterista
Ogin (Teruko Kishi) es objeto de una casi humorística persecución —cuya
longitud y escasa «funcionalidad» dramática son un temprano ejercicio de
libertad narrativa de Kurosawa— por parte del detective Murakami; cuando por
fin se sientan a hablar bajo el cielo estrellado, se produce entre ellos un curioso
momento de intimidad. Pero si Kurosawa no se interesa por la mujer fatal (ni
tampoco demasiado por la mujer a secas: su cine es esencialmente masculino) se
debe en parte a que la función que cumple la femme noire en el cine americano
de posguerra —reflejar incluso neuróticamente el temor a la mujer liberada de
sus funciones domésticas durante la guerra— puede carecer de correlato en la
sociedad japonesa. Sí cumplía, en cambio, una función social importante en
dicha sociedad la relación pater-no-fílial, presentada como una relación ideal por
la cultura militarista e imperial: el padre era el emperador de su casa y, como el
patriarca del imperio, encarnaba una imagen de virtud total que inducía en el hijo
una sumisión no menos total. Como explica Sato en su análisis temático del cine
japonés[7], este ideal feudal de autoridad se ve desafiado en el cine japonés de
posguerra…, pero no en el de Kurosawa, que sigue presentando nobles figuras
paternas: es la relación de «tutoría» que se establece entre Shimura y Mifune
tanto en El ángel borracho como en El perro rabioso. En la primera,
Matsunaga se debate entre la autoridad moral del doctor Sanada, que le ha
«adoptado», y la autoridad jerárquica de Okada, su antiguo jefe yakuza: véase la
sumisión que le dispensa cuando se encuentran a orillas de la charca y cómo le
acompaña de mala gana a tomar copas…, desobedeciendo las órdenes del
médico, Kurosawa ataca el servilismo de los antiguos códigos de conducta, no
sólo el de los gángsters, sino el de la propia «querida» de Okada que está
dispuesta a volver con él, pese a recordar con genuino terror los malos tratos que
recibía.
La tutoría se revela más efectiva en El perro rabioso: el experimentado Sato
(Shimura) «forma el carácter» del joven e impetuoso Murakami (Mifune),
obligándole a dejar de verse como un reflejo especular del exsoldado Yusa,
encanallado por las circunstancias de la posguerra. Pero, pese a la firme creencia
de Kurosawa en la confianza paterna/tutorial como garante del orden social —al
menos hasta Vivir, que, según Sato[8], supone un punto de inflexión al respecto
en su carrera—, lo cierto es que su cine de la masculinidad se caracteriza por
subrayar, al mismo tiempo, el tema de la responsabilidad individual frente al
horizonte anterior en el que la patria y las diversas encarnaciones jerárquicas de
la autoridad eran el horizonte del que extraía su sentido la vida humana. Es esa
misma sumisión feudal que aún permanece vigente entre los modernos
corporativos corruptos de Los canallas duermen en paz (en donde, por
supuesto, la relación paternal aparece totalmente trastocada: el padre, en este
caso, es el villano, y si Nishi se convierte en su hijo político sólo para vengarse,
sus hijos carnales también acabarán repudiándole): cuando Mori envía a sus
mandos intermedios el mensaje «Confiamos en ti», ello constituye una invitación
directa al suicidio, que se (auto)ejecuta como si fuera un ucase imperial, con la
determinación de un kamikaze.
El infierno del odio
Kurosawak Dostoievskiri zion mresmenak eraginda egokitu zuen haren obra bat (Ergela) eta
bertako pertsonaien herentzia jaso zuen pertsonaietako batzuk karakterizatzeko garain. Sentizen
zuen miresmen hura Errusiako literaturara hedatu zen eta, izan ere, Máximo Gorki eta Vladimir
Arseineren obra bikainak ere puntailara eraman zituen.
El idiota
El motivo del doble es, según James Goodwin[2], una de las figuras de la
«paradoja», signo dostoievskiano por antonomasia. El doble es paradójico en la
medida en que se manifiesta en la intimidad que establecen dos personalidades
antagónicas, y en tanto supone un desafío de autoconocimiento. La filmografía
de Kurosawa está repleta de dobles: el médico y el gángster en El ángel
borracho (1948), el policía y el ladrón en El perro rabioso (1949), el maestro y
el discípulo en Barbarroja (1965) o Arseniev y Dersu en Dersu Uzala, entre
tantos otros. Por ésta y por otras razones, Kurosawa ha merecido ser considerado
como un cineasta dostoievskiano.
El idiota
El idiota
Dersu Uzala
Kurosawa beti izan da gizakiarengan eta bere arazo existentzialetan interes handiena izan duen
zinemagilca, zinema soziala egitean baino. Gizabanakoa izan da bere fikzioak eta ikaskuntza
harremanak (profesionalak eta bizit zakoak) lantazeko erabili duen materia, bere lan ugariren
argumentuaren haria.
«
L o que me sorprende es que en nuestra
sociedad el arte tan sólo tiene relación con los
objetos y no con los individuos o con la vida, y
también que el arte sea un dominio especializado, el
dominio de ciertos expertos que son los artistas. Pero,
¿no podría la vida de todo individuo ser una obra de
arte? ¿Por qué un cuadro o una casa son objetos de
arte pero no nuestra propia vida?».
Michel Foucault
No añoro mi juventud
El perro rabioso
Madadayo
Akira Kurosawa-ren irudiek hasieratik jaso dute artearen eragina, antzerki zein literatura, zein
pinturarrena. Azken honen eta zinegile japoniarraren arteko harremanak aztertzea gai
konplexua eta mamitsua dugu, beraz. Hurrengo testuan kontu hau da aztergai baina baita
zinegilearen kolorezcko filme luzeak eta margolari bezala egindako prestatzeko marrazkiak.
Muchos de los textos que acometen las relaciones entre pintura y cine, al
analizar dichos vínculos en los filmes de Akira Kurosawa, aluden
insistentemente a una de sus últimas realizaciones, Sueños de Akira Kurosawa
(1990), y más en concreto, insisten en el hito logrado con su quinto sueño,
«Cuervos», donde el autor se zambulle en el colorista mundo del pintor Vincent
van Gogh. Sin embargo, debemos apuntar que las relaciones pintura-cine de las
imágenes de Akira Kurosawa van más allá de esta célebre «visión»; e
igualmente en las analogías pictóricas suscitadas por sus filmes observaremos
varias características pictóricas adaptadas a ellos. La composición del encuadre,
la utilización del teleobjetivo para aplanar la imagen y restarle
tridimensionalidad, la puesta en escena espectacular, la utilización del paisaje y
del rostro humano como entes individuales, la nitidez del dibujo en los
elementos del encuadre…, remiten a otras tantas peculiaridades pictóricas que
Kurosawa ha sabido trasladar al cine magistralmente. No sólo veremos
referencias pictóricas en las imágenes de Ran (1985) o Kagemusha, la sombra
del guerrero (1980) (que algunos han comparado con cuadros de batalla
renacentistas por su espectacularidad), o meros recordatorios de obras de arte por
comparación, como en la citada Sueños de Akira Kurosawa (en varios de ellos
se pueden observar composiciones pictóricas trasladadas o tableaux vivants);
nuestra intención radica en explicar lo que Kurosawa toma de la pintura para
poder situarlo en su cine, concibiendo cada ámbito como expresión soberana y
nunca empleando términos como «cine pictórico» para aproximarnos al tema en
cuestión. En este sentido, la labor teórica de Jacques Aumont ha sido
fundamental a la hora de abordar este punto[1].
Dibujo para Sueños de Akira Kurosawa
Una influencia que aúna tanto tradición japonesa como europea aparece en
las últimas realizaciones de Akira Kurosawa, sobre todo en Sueños de Akira
Kurosawa y Madadayo (1993). El arte de la renombrada escuela Ukiyo-e
(pintura del mundo ligero y transitorio) se puede entrecruzar con ciertas
tendencias europeas que la descubrieron para el viejo continente (impresionismo,
posimpresionismo) con objeto de insertarse en las imágenes del último
Kurosawa. La forma de percibir la naturaleza mediante trazos directos y colores
vivos la encontramos en los paisajes de Hokusai o de Hiroshige, pero Kurosawa
la une a la de van Gogh, Gauguin o Cézanne en ciertos encuadres. Se distingue,
por ejemplo, en los sueños 5.º («Cuervos») y 6.º («El monte Fuji en rojo») de la
homónima película. Las explosiones que sobre el Fujiyama llenan la pantalla de
colores apocalípticos pueden remitir a algunas de aquellas famosas vistas que
Hokusai hizo del monte sagrado. Y sin embargo, donde en Hokusai todo es
tranquilidad y sosiego ante la naturaleza, en Kurosawa el terror atómico es
representado por ese mismo entorno. Ya las oscuras laderas lunares del Fuji
habían sido escenario para otras escenas: en Trono de sangre, en el intento de
suicidio del contable Wada en Los canallas duermen en paz (1960), en el asalto
al tercer castillo en Ran, o en el sueño 7.º, «El ogro que llora».
De igual forma, observamos que la influencia que la pintura ejerce en
Kurosawa, al crear su particular imagen cinematográfica, no se reduce a una
aplicación tangencial y analógica de los cuadros como en los conocidos casos de
Enrique V (Henty V; Laurence Olivier, 1944), La kermesse heroica (La
kermesse heroique; Jacques Feyder, 1935), Un día de campo (Une partie de
campagne, Jean Renoir, 1936), Todas las mañanas del mundo (Tous les matins
du monde; Alain Corneau, 1991), o El más allá (Kwaidan; Masaki Kobayashi,
1964). Por el contrario, el realizador japonés utiliza la sabiduría, entre otros, de
los oficios de pintor y cineasta para trasponerlos al cine, logrando una imagen
cinematográfica plena, sin anclajes en las demás disciplinas. Cabe hablar de
encuadres pictóricos en prácticamente toda la filmografía de Kurosawa, aunque
podemos colegir que, a partir de la utilización del cinemascope en sus obras, la
pintura hace acto de presencia constante (desde La fortaleza escondida hasta el
final, exceptuando Dodeskaden, Kurosawa varió el formato alargado, pasando
del scope al 70 mm de Dersu Uzala y utilizando el 35 mm desde entonces). Este
formato horizontal encaja, como bien ha señalado Santos Zunzunegui[5], en la
tradición japonesa del rollo historiado (emaki-mono), por lo que de nuevo
volvemos a toparnos con una conexión pictórica en la imagen Kurosawa,
relaciones que, como hemos apuntado en un principio, son infinitas.
Kurosawa y el color
El color se introduce en el cine a finales de los años treinta, pero no será hasta
los cincuenta cuando se empiece a utilizar de forma más generalizada y se
imponga en las décadas siguientes, relegando el blanco y negro a películas de
bajo presupuesto o bien como marca de qualité. Resulta asombroso que
Kurosawa esperara hasta 1970 para realizar su primera incursión en una película
en color, Dodeskaden, que supuso el inicio de una nueva etapa en su cine. No
retomada al blanco y negro, y en los casi treinta años que restaron hasta su
muerte el director nipón nos legó una serie de siete filmes únicos tanto en su
condición de obras con entidad propia como por el audaz uso del color en sus
imágenes. Dodeskaden, Dersu Uzala, Kagemnsha, la sombra del guerrero,
Ran, Sueños de Akira Kurosawa, Rapsodia en agosto (1991) y Madadayo
constituyen un jalón en la recuperación de un maestro, que osó innovar con su
cine en un momento en que era más importante la institución «Akira Kurosawa»
que el cineasta en sí. Para muchos estudiosos esta última etapa es decadente, y
ello lo justifican por las ayudas externas a Japón que obtuvo el director para
financiar sus proyectos (Kagemusha, la sombra del guerrero y Sueños de
Akira Kurosawa fueron realizadas con dinero norteamericano, mientras que
Dersu Uzala y Ran las patrocinaron soviéticos y franceses, respectivamente).
Incluso las últimas obras de Kurosawa (Rapsodia en agosto y Madadayo), a
pesar de estar financiadas al cien por cien con dinero japonés, son consideradas a
veces como películas fáciles y demasiado condescendientes, cuando su
realización es un magistral toque final a una obra elocuente y sin igual.
Dibujo para Sueños de Akira Kurosawa
Alberto Elena
Hiroshima eta Nagasakiko leherketa nuklearren ondoren. Japonian ezer ez zen lehen bezala
izango. Kurosawak bere pelikula batean baino gehiagotan aipatu zituen gertaera haick, baina
Crónica de un ser vivo, Sueños de Akira Kurosawa eta Rapsodia de agosto filmeek asatutako
trilogian eskainiko zuen hekatoonbeari buruz zuen ikuspegia.
Crónica de un ser vivo, desde las muy expresivas imágenes urbanas sobre
las que aparecen sobreimpresionados los títulos de crédito, articula su discurso
en torno a la insólita indiferencia que respecto del peligro nuclear cree reconocer
Kurosawa en sus compatriotas. «Todos están egoístamente preocupados por las
cuestiones de su vida personal —apunta al respecto Joan Mellen—, habiendo
olvidado hace tiempo el sufrimiento de la gente de Hiroshima. Nakajima se nos
presenta como una persona mejor sencillamente porque es el único que recuerda
esa matanza de inocentes y quiere proteger a su familia de un destino
similar»[18]. Es cierto que algunas otras producciones japonesas, incluyendo las
variantes del kaiju-eiga o películas de monstruos inauguradas por Japón bajo el
terror del monstruo (Gojira, 1954) —la primera entrega de Godzilla, realizada
por Inoshiro Honda, un buen amigo de Kurosawa— e incluso un par de visiones
paródicas, habían abordado esta problemática desde comienzos de la década[19],
pero nunca con la intensidad y vehemencia de Crónica de un ser vivo. Es
también cierto que las pruebas atómicas norteamericanas en el Pacífico —y, de
manera especial, la realizada en el atolón Bikini el 1 de marzo de 1954, que
afectaría trágicamente a los tripulantes de un pesquero japonés— suscitarían
movimientos puntuales de repulsa y protesta en todo el Japón, pero nada
alteraría sustancialmente la percepción elegíaca habitualmente plasmada en el
cine de la época. Tan sólo Nakajima emerge en este contexto como un utópico y
solitario luchador, naturalmente —por las propias exigencias del discurso—
condenado al fracaso.
Indudablemente todos estos acontecimientos influyeron poderosamente en la
decisión de Kurosawa de consagrar un film a la amenaza nuclear y a la que él
consideraba una profunda amnesia de sus conciudadanos. Surgida en el contexto
de algunas conversaciones con su amigo Fumio Hayasaka, compositor de
muchas de sus películas (y fallecido al final del rodaje de ésta), Crónica de un
ser vivo se planteó inicialmente como una sátira, si bien Kurosawa pronto
abandonó esta perspectiva al sentirse incapaz de avanzar más en esa
dirección[20]. Subsiste en el film, en todo caso, el retrato de un prototípico
personaje claramente emparentado con otras figuras de la extensa galería de
personajes del cineasta; como muchos de éstos, Nakajima no se resiste a la
pasividad y debe imperativamente actuar en uno u otro sentido. Sus soluciones
son obviamente inadecuadas, pero sin duda Kurosawa comparte con él esa
energía para cuestionar una situación que le desagrada profundamente. Sólo que,
a diferencia de otros héroes de la filmografía de Kurosawa, Nakajima se revela
impotente para actuar, enfrentado a las instituciones sociales, sí, pero sobre todo
a la propia estructura familiar, extremo éste que el insólito estatismo del film
subraya convenientemente[21]. De hecho, distintos autores han querido ver en
Crónica de un ser vivo más un potente drama familiar que una película sobre la
amenaza atómica[22], pero, en todo caso, Nakajima jamás se resigna a aceptar
aquélla en la estoica y elegíaca manera del mono no aware y, aunque derrotado,
habiendo fracasado en su lucha, la postrera locura —cuando, internado en un
psiquiátrico, se convence finalmente de que la energía atómica no representa
ningún peligro— no deja de constituir una irónica vuelta de tuerca en el discurso
del film.
Sin duda tiene razón Joan Mellen cuando apunta que, en su tramo final,
Crónica de un ser vivo se revela tan desigual como moderadamente confusa,
multiplicando los «mensajes» en direcciones diversas y aun contradictorias. Tan
pronto el psiquiatra que atiende a Nakajima se plantea con gravedad quiénes son
verdaderamente los locos en esa situación como el dentista Harada, suerte de
espectador-dentro-del-film que ha de formarse una opinión sobre la presunta
demencia de Nakajima, exclama al hilo de la lectura de Las cenizas de la muerte,
un libro sobre los efectos de la bomba atómica: «Si los pájaros y los animales
supieran leer, huirían inmediatamente de Japón». Pero, más allá de estos
mensajes divergentes, Kurosawa tiene perfectamente claro que sólo el fracaso de
Nakajima —un personaje lleno de matices y que no concita necesariamente las
simpatías del espectador— puede actuar como verdadero revulsivo, y así lo
sentencia el frecuentemente mal interpretado plano final de la película[23]. Sin
embargo, los espectadores japoneses no recogerían el desafío y Crónica de un
ser vivo, estrenada en Tokio el 22 de noviembre de 1955, sería recibida con
indiferencia y constituiría de hecho el más sonado fracaso comercial de la
carrera de Kurosawa, desanimando a sus productores de cualquier tentativa de
distribución internacional[24].
En su controvertido ensayo, frecuentemente
inexacto, pero siempre estimulante, To the Distant
Observer, Noël Burch apuntó con agudeza algunas
posibles claves para entender la fría recepción de
Crónica de un ser vivo en el Japón de mediados de
los cincuenta: «La película se adelantaba en varios
sentidos a la época en que se realizó. Su mensaje
colisionaba con los intereses de la clase dirigente y
reflejaba las aspiraciones populares, pero los tiempos
aún no estaban maduros para el reconocimiento de
esta desesperada expresión del sentimiento de las
masas…»[25]. Más que probablemente esquemática,
esta opinión remite sin embargo a una cuestión todavía Crónica de un ser vivo
no esclarecida por los especialistas en Kurosawa y a la que sin duda valdría la
pena prestar alguna atención, a saber: si Crónica de un ser vivo no sería un
nuevo eslabón conflictivo en la difícil relación entre los cineastas japoneses
interesados por abordar el problema de los efectos de la bomba atómica y las
autoridades —tanto las de ocupación como las japonesas—, que tan atentas y
puntillosas venían mostrándose desde el final mismo de la Segunda Guerra
Mundial[26]. Sea como fuere, la (in)oportunidad de Kurosawa con esta rabiosa
diatriba, muy alejada de las visiones simplistas y complacientes de sus ulteriores
revisiones del tema, hace de Crónica de un ser vivo, todavía hoy, una de las
obras menos conocidas de la filmografía del cineasta, una película tan necesaria
como necesitada de una urgente revisión. Aunque sólo sea para, más allá de sus
evidentes imperfecciones, comprender por qué en su momento muchos se
sintieron viéndola como si les hubieran «golpeado en la nuca con una barra de
hierro»[27].
Breves apuntes sobre Akira Kurosawa
Su cine y el sexo
Kurosawaren unibertsoarekin itxuraz zerikusirikk izan Gabe, sexua eta erotismoa bigarren
mailako gaiak dira bere filmografiaren barruan, gizonezko pertsonaia ugariren presentzia
nagusi den filmografian. Ilala eta guztiz ere, bi gai horiek oso modu sotilan agertu ohi dira bere
pelikuletako batzuetan eta zinegileak horiei duen iritzia ezagutzeko aukera emalen digu nolabait
ere.
Rashomon
Un excelente ejemplo del por así llamarlo empleo «dual» del escenario por
parte de Kurosawa, el paisaje natural y el decorado erigido en estudio, lo
encontramos en el paradigma popular del cine de su autor: Rashomon (1950).
Como apunta al respecto el especialista Mitsuhiro Yoshimoto en su excelente
trabajo sobre el cineasta, «la yuxtaposición de composiciones horizontales y
verticales es el motivo visual dominante. En las escenas en el templo de
Rashomon, las líneas verticales estructuran el espacio del encuadre: el
movimiento vertical de la lluvia cayendo de arriba abajo, el diseño vertical de la
puerta, la inclinación vertical de la cámara. Por contraste, las líneas
horizontales y las bandas dominan las soberbiamente compuestas escenas del
interrogatorio judicial de los testigos, (…) Las composiciones horizontales y
verticales aparecen juntas en las escenas en el bosque, (…) Las luces y las
sombras, por mediación de la estabilidad y la variación en la composición, son
empleadas para visualizar simbólicamente la complejidad de la mente
humana»[2].
Barbarroja
Barbarroja
El idiota
Estrechamente relacionada con todo lo anterior es la manera, muy física, con que
Kurosawa fusiona gestos y miradas con los elementos escénicos y ambientales
mencionados, siempre a tono con los sentimientos de los personajes y el sentido
del relato. En El ángel borracho, la pelea final entre Matsunaga y Okada
(Reizaburo Yamamoto) resulta tan «sucia» como «liberadora»: ambos hombres
se revuelcan sobre la pintura que han derramado durante su reyerta, unidos en un
abrazo mortal. En la resolución de El perro rabioso, la lucha entre el detective
Murakami (Toshiro Mifune) y el asesino al que el primero está buscando tiene
una rudeza que encuentra, a pesar de todo, su lírico contrapunto en el piano y las
risas infantiles que suenan a lo lejos, y en esas flores sobre las cuales gotea
sangre; al final de la misma secuencia, el criminal, vencido por el detective, se
revuelca sobre la hierba y chilla, desesperado, consciente de que tras su
detención, ya consumada, le espera la pena de muerte. En diversos momentos de
La leyenda del gran judo o Los siete samuráis se produce una subrepticia
utilización del ralentí, a modo de amalgama visual y dramática entre los
personajes y su entorno, esto último muy claro sobre todo en la ya mencionada
batalla final de Los siete samuráis, donde los hombres que luchan a muerte y la
lluvia torrencial prácticamente se funden entre sí. En Rapsodia en agosto, uno
de los momentos más representativos al respecto consiste en una reunión de
antiguas víctimas de la bomba atómica de Nagasaki alrededor de un parque de
juegos infantil donde se conserva una masa de hierros retorcidos como si fuera
una reliquia, a modo de poética evocación del horror nuclear.
Trono de sangre
Dersu Uzala
Asier Mensuro
Akira Kurosawa egile unibertsala deitzea merezi duen zudendari gutxi horietako bat da. Bere
pelikulek kultura anitzetako erreferentziak bat egiten dituzte, obra originala eta modernoa
sortuz.
Dodeskaden
Pero el ejemplo más bello que incluye esta película es la escena en la que
Harumi baila en su habitación vestida con el traje de noche que Yuro le ha
comprado. Consciente del modo ilícito en que se ha conseguido el dinero para
adquirirla, gira desesperada, intentando olvidar que su preciosa adquisición
occidental está manchada de sangre.
Dicha escena está dotada de un fuerte sabor futurista. Su vano intento de
seguir hacia delante —moviéndose para huir del pasado y fijando su atención en
el vestido, auténtico icono del progreso occidental— recuerda enormemente a la
mistificación del progreso y del cambio que postulaban los vanguardistas
italianos.
El perro rabioso plantea un certero recorrido estético por un momento clave
de la historia reciente del Japón. Los iconos visuales de corte occidental que
Kurosawa nos muestra se convierten en indicios de una situación subyacente,
indicios de esa pregunta que, como decía Gilles Deleuze[5], los protagonistas de
las películas de Kurosawa luchan por responder.
Así, cada uno de los objetos occidentales que aparecen en el film se vuelve
siniestro. Las connotaciones positivas que aparentemente poseen —belleza,
adecuación a los nuevos tiempos, prestigio, status, etc.—, simplemente cubren
como una segunda piel la miseria y la dureza propias de una situación de
posguerra. Las diferentes imágenes que se nos ofrecen de un Japón
occidentalizado se transforman en representaciones visuales de la desorientación
de los personajes, de sus anhelos Incumplidos, de las vías de escape a las que
intentan aferrarse para olvidar la miseria.
Yuro comete sus crímenes para poder permitirse los nuevos lujos
occidentales. Harumi intenta, en un primer momento, encubrir a Yuro, porque a
través de sus ingresos fraudulentos puede acceder a bellos vestidos de la moda
europea. Del mismo modo que el art déco, con sus brillantes y bellos materiales,
se convirtió en la estética más popular de la Europa de los años veinte y treinta
(que, cansada de la guerra, buscaba en su riqueza un consuelo a la miseria
producida por la contienda bélica), el luminoso traje blanco de Yuro o el brillo
de las lentejuelas del vestido de Harumi permiten transmitir a Kurosawa los
anhelos de una sociedad que, como en el caso del cine italiano, lucha, sufre y
ama para reinventarse a sí misma.
Shakespeare y el espacio arquitectónico japonés
En 1970 Akira Kurosawa realiza uno de sus filmes más bellos. Dodeskaden es
una reflexión sobre la pobreza y la esperanza situada a medio camino entre una
película social y un cuento de hadas.
Los protagonistas del film habitan en un barrio marginal formado por
chabolas, pero éstas, pintadas de bellos colores, poseen una belleza singular.
Como en el arte povera italiano, la barriada imaginada por Kurosawa nos
muestra la belleza de cada uno de esos materiales, independientemente de que
éstos pertenezcan o no a la categoría de los lujosos, nobles o caros.
Las texturas de los retazos de madera y metal oxidado con la que se
construyen las viviendas resultan tan atrayentes como la pintura informalista.
Son tan bellas como las pinturas sobre madera de Lucio Muñoz o las
acumulaciones de los más diversos materiales que Tapies utiliza en sus obras.
En una escena de la película, un pintor realiza una vista de la barriada. Como
si de un representante de la escuela de Barbizon o de un impresionista se tratase,
el artista se ha enamorado de esa porción de la realidad y por ello la traslada a su
lienzo. Con esta escena, Kurosawa reafirma la belleza del lugar, invitándonos a
contemplar la escenografía que ha imaginado para el film.
Las referencias a las que ha podido recurrir Kurosawa para inspirarse son de
lo más variado: desde las humildes casas de pescadores pintadas de brillantes
colores en Murano, hasta el barrio obrero —hoy en día destruido—, que
concibió Bruno Taut en Alemania.
Las fuentes de inspiración a las que recurre Kurosawa son tan variadas y de
tan diversa procedencia que sería prolijo enumerarlas. Lo verdaderamente
impresionante es la coherencia con la que Kurosawa las une, y lo acertado del
resultado final respecto a la historia que pretende contar.
La belleza de la humilde barriada es una metáfora visual de la historia del
film. Dodeskaden narra el día a día de sus pobres habitantes, que conservan la
esperanza de conocer días mejores. Sus ilusiones les permiten seguir viviendo y
sus casas, símbolo de sus aspiraciones, reflejan con sus colores, formas y
texturas ese afán de progreso, esa fuerza que les permite seguir adelante.
Así, el mendigo y su hijo, desde el ruinoso coche que les sirve de hogar,
matan el tiempo imaginando cómo será la casa de sus sueños: sus terrazas,
jardines y piscinas nos hablan de sus sueños, de sus aspiraciones y anhelos…
A modo de conclusión
Akira Kurosawarena bezain fisikoa den zineman nahitaezkoa zen antzezleek fuutsezko zeregina
betzea eszenaratzeko lanean. Horietatik guztietatik, inor ez zen Toshiro Mifune bezain ezaguna
izan, eta inork ez zuen zinegitearekin hain harreman sturik izan, Kurosawaren filmografian
Japoniako zinemaren beste aktore eta aktoresa nabarmen batzuk ere agertu ohi badira ere.
Yojimbo
¿
E xisten rasgos privativos en la filmografía de Akira Kurosawa respecto al
trabajo con los intérpretes? ¿Es oportuno hablar de presencias
significativas, de iconos antropomórficos de particular representación en la obra
de tan magno cineasta?
En ambos casos, la respuesta es afirmativa. Al igual que lo sería, por lo
común, de formularla respecto a cualquier otro director con una personalidad
artística bien marcada, independientemente del país, la época o el contexto.
Por un lado, el equilibrio entre el desgarro y la calma, entre la fiereza,
cuando existen ímpetus y zozobras, y la serena asimilación del entorno, una vez
cruzada sin retorno cierta línea existencial, determina el modus operandi, el tipo
de despliegue expresivo en el intérprete bajo el dictado de Kurosawa. Asimismo,
una fértil, luenga y elocuente colaboración con el actor Toshiro Mifune
constituye una cualidad sobresaliente en la filmografía del director, hasta el
punto de que las películas fruto de tal colaboración cuentan con una entidad,
incluso fama, especial dentro de las carreras respectivas.
Respecto al sistema estrictamente laboral de trabajar con los intérpretes, el
cual por extensión redondea la adecuada y personal definición interpretativa,
destacan dos cuestiones que, por ende, deben recalcarse; para ilustrar ambas,
empero, conviene remitirse al propio director. La primera concierne al crucial
momento en que el actor empieza a entrar en la piel del personaje, a
mentalizarse, esto es, durante los ensayos: «Con los actores empiezo a ensayar
en los camerinos. Primero les hago repetir los diálogos y luego, poco a poco, les
marco los gestos y los movimientos, Pero todo ello ya con trajes y maquillaje. Al
llegar al plató volvemos a repetirlo todo. Los ensayos meticulosos ahorran
mucho tiempo en el momento de rodar»[1], La segunda estriba en las
implicaciones que comportan para el actor la decisión de filmar con varías
cámaras, decisión que Kurosawa toma por primera vez en Los siete samuráis
(1954): «La peor cosa que puede hacer un actor es mostrar que sabe dónde está
la cámara. Con frecuencia, cuando un actor oye la orden de “¡motor!”, se pone
tenso, cambia la mirada y se muestra poco natural. Esta conciencia de si mismo
es algo que la cámara capta con gran claridad. Yo siempre digo: “Esto no es un
escenario en el que tienes que hablar de cara al público, aquí no es necesario
mirar a la cámara”. Pero si el actor sabe dónde está la cámara,
automáticamente, de una manera involuntaria, se gira un poco, se pone en tres
cuartos o poco menos en dirección a ella. Sin embargo, al rodar con tres
cámaras, el actor no puede saber exactamente cuál de ellas le está rodando»[2].
Toshiro Mifune, el rostro crispado
Figura hoy mítica en Japón, por cuanto supone un actor de todo punto
irrepetible, objeto durante los últimos años de innumerables homenajes patrios,
tanto desde poco antes de su fallecimiento, acaecido en la Nochebuena de 1997 a
la edad de 77 años, como posteriormente, Toshiro Mifune asimismo representa el
intérprete nipón más conocido allende las fronteras del país, incluso es el único
realmente célebre en occidente; es decir, significa el actor japonés más popular y
emblemático de todos los tiempos en el mundo entero.
Nace en la localidad china de Tsingtao en 1920 de padres japoneses, y pisa
por primera vez Japón en 1941. Poco después, durante la posguerra, acude a la
productora Tollo impulsado por una cierta vocación de director de fotografía,
más pronto se convierte en actor, merced a un director vociferante y farruco,
Senkichi Taniguchi, si bien parece que también influyó en esta decisión otro
director, Kajiro Yamamoto, no por azar el mentor del inseparable trío que
formaron el susodicho Taniguchi, el entrañable Inoshiro Godzilla Honda y,
precisamente, Kurosawa. Así, la muy estimable película de Taniguchi Ginrei no
bate (1947), coescrita por Kurosawa, supone un debut triple de figuras
relevantes del cine japonés. Primeramente, el propio director Taniguchi, que
tantos títulos interesantes brindaría, sin ir más lejos su siguiente película,
Jakoman to Tetsu (1949), de nuevo con Mifune, y en uno de sus primeros
papeles positivos; del mismo modo, el compositor, el gran Akira Ifukube,
incombustible músico de películas de género, tanto en el seno de Toho como
para la Daiei, a quien Kurosawa, en cambio, sólo recurrió una vez; así como,
claro está, Mifune, encarnando el personaje más canallesco de su filmografía,
exento de los atenuantes sociales y morales que le concedía Kurosawa en tales
casos: su segunda e impactante aparición, todavía de espaldas, anuncia el
devenir del actor, cuando, cubierto sólo por un taparrabos, camina
contoneándose como una fiera en la jungla.
El ángel borracho
Poco después, tras trabajar en una película del antedicho Kajiro Yamamoto,
Mifune se pone por primera vez a las órdenes de Kurosawa, en El ángel
borracho (1948). Vuelve a personificar un personaje negativo, en concreto un
gángster, si bien despierta compasión por causa del conocido prisma humanista
de Kurosawa. Ahora bien, El ángel borracho no supone meramente la primera
colaboración Mifune-Kurosawa, sin más que añadir, sino que, en función
también de este factor, implica un crucial punto de inflexión en el decurso del
autor, pues revitaliza y remonta poderosamente una filmografía que si bien había
comenzado con prometedor buen pie mediante La leyenda del gran judo
(1943), después se estancó mediante películas muy endebles: La más bella
(1944), La nueva leyenda del gran judo (1945), Los hombres que caminan
sobre la cola del tigre (1945), y las siguientes y todavía peores Los que
construyen el porvenir (1946), dirigida junto con Kajiro Yamamoto e Hideo
Sekigawa, No añoro mi juventud (1946) y Un domingo maravilloso (1947).
Es decir, la irrupción de Mifune en el cine de Kurosawa regenera, en todos los
sentidos y desde la mismísima entraña, la descendente obra de éste, quien justo a
partir de entonces sube como la espuma en la industria fílmica japonesa, hasta el
punto de que enseguida se convierte en un fenómeno inusitado en la historia de
la cinematografía nacional. Con palabras del propio Kurosawa: «A Toshiro
Mifune le conocí cuando se rodaba Ginrei no hate. Pero no descubrí sus
cualidades intrínsecas hasta que yo mismo le utilicé. No hay ningún otro actor
que sepa componer una interpretación tan matizada, viva y dinámica. Los
actores japoneses son lentos, les falta espontaneidad y ritmo. En Mifune
encontré esas raras cualidades que he querido desarrollar»[4].
Talismán artístico y emblema estético a la par de Akira Kurosawa, pues,
Toshiro Mifune durante la primera etapa de su filmografía compagina las
interpretaciones para el trío de amigos-colegas compuesto por Senkichi
Taniguchi —por ejemplo encarnando al taxista-narrador de Fukeyo haruzake
(1953)—, Inoshiro Honda —a retener Kono futari ni sachi are (1957), donde el
actor, en la misma línea gentil de la anterior, incluso toca el trombón— o, por
supuesto, Kurosawa, con trabajos para el director que más veces reclamó sus
servicios, Hiroshi Inagaki; después de todo, los filmes dirigidos por Inagaki y
protagonizados por Mifune suman el número de veinte, entre los cuales destacan
Chushingura (1962) y los tres estrenados en España, Samurái (Miyamoto
Musashi, 1954), la segunda versión de El hombre del carrito (Muhomatsu no
issho, 1958) y Tres tesoros (Nippon tanjo, 1959).
Rugiente, socarrón, torturado, eufórico, violento, arrogante. Tenso y pleno de
ira contenida, en algunas ocasiones, vehemente y paroxístico, por lo general.
Con un sentido de la expresividad, gestual y corporal, que impregna toda la
película mediante una cualidad tanto física cuanto psicológica, principalmente
dentro del género histórico denominado jidai-geki. Ésta es la imagen de Toshiro
Mifune que el cine de Akira Kurosawa difundió por el mundo entero, aunque a
menudo el actor se apartara, y convincentemente, de tales registros. Imagen
repartida e inmortalizada a lo largo de dieciséis películas, las cuales abarcan la
totalidad de la obra de Kurosawa entre El ángel horracho y Barharroja (1965),
con la única salvedad de Vivir (1952), en la cual claramente no había papel
posible para Mifune. De estos trabajos del actor, indefectiblemente con rango de
protagonista o coprotagonista, destacan su policía novato en El perro rabioso
(1949), el bandido Tajomaru en Rashomon (1950), el campesino aspirante a
samurái de Los siete samuráis, el trasunto de Macbeth en Trono de sangre
(1957) y el ronin precedente de Clint Eastwood en Yojimbo (1961). A propósito,
aunque Mifune no participó en la primera película de Kurosawa, lo hizo en el
segundo de sus remakes homónimos, Sugata Sanshiro (Sanshiro Sugata, 1965),
dirigido por un antiguo ayudante de Kenji Mizoguchi, Seiichiro Uchikawa, lo
cual reforzó, aún más, la identificación entre ambos. En otro orden de cosas,
procede recalcar que los momentos de acción a cargo de Mifune, ya sea con la
katana o con la lanza, sobre todo en las escenas de duelo, son impresionantes;
verbigracia, la secuencia de La fortaleza escondida (1958) en la que persigue
cabalgando a sus enemigos, empuñando la katana en alto con ambas manos. Con
toda razón, el crítico Hiroshi Terada escribió «Gracias a la combinación
Kurosawa-Mifune, sobre todo en Yojimbo y su continuación, se rompió el mito
de que los mejores duelos del jidai-geki eran exclusiva de las películas
producidas por Toei»[5].
En la cumbre de su fama, Mifune aceptó ofertas extranjeras, y así su peculiar
personalidad distinguió una docena de películas internacionales, empezando
curiosamente por la mexicana Animas Trujano (Animas Trujano; Ismael
Rodríguez, 1961), para continuar con títulos tan dispares como el muy
interesante Infierno en el Pacifico (Hell in the Pacific; John Boorman, 1968), el
mediocre western cosmopolita Sol rojo (Le soleil rouge; Terence Young, 1971),
la superproducción americana 1941 (1941; Steven Spielberg, 1979) o la
coproducción ítalo-japonesa Shatterer/Shatara (1987), de Tonino Valerii.
También creó su propia productora, Mifune Productions, en 1962, dentro de la
cual abordó su única experiencia como director, Gojumannin no isan (1963),
acerca de unos buscadores de tesoros en las islas Filipinas, que no funcionó
comercialmente. De modo tristemente realista, Teruyo Nogami escribió «Alguien
que, como Mifune, se preocupa tanto por la gente a su alrededor no vale para
director de cine. Un buen director suele llevar adelante su voluntad sin
importarle los sufrimientos del equipo»[6]. De hecho, muchos profesionales
recuerdan a Mifune ayudando a descargar cajas o a limpiar un decorado, siendo
ya un mito mundial.
Inolvidable, irremplazable, Toshiro Mifune fallece en el mismo año que otros
dos grandes actores nacionales, aún en mayor medida que él vinculados con el
jidai-geki: Shintaro Katsu, el intérprete de la serie sobre el espadachín ciego
Zatoichi, y Kinnosuke (Yorozuya) Nakamura, estrella de la productora Toei.
Rashomon
Takashi Shimura-Minoiu Chiaki. Dos hombres buenos
Vivir
Ez da beti erraza izaten garrantzizko bi lan egiteko talentu handiko bi sortzaile elkartzea. Serge
Siberman ekoizleak 1985ean lortu ahal izan zuen hori, eta Akora Korosawa Ran filmatzen ari
zen bitartean Chris Markerrek, bere ohiko sotiltasunez eta argitasunez, zinegilea eta bere obra
erretratatzen jardun zuen AK dokumentalean.
Akira Kurosawa
Akira Kurosawa
Rodaje de Ran
«Nos decimos: (…) “He aquí los oídos que han registrado la pequeña
canción de Dodeskaden” —y en este preciso momento del montaje, conocemos
la muerte de Yanoguchi. Pensamos en su gracia, en su gentileza, en su elegancia
suprema de viejo galo flaco, y no podemos sino dedicarle estas últimas imágenes
de su trabajo»[10] (plano sostenido sobre Yanoguchi).
Esta suerte de viajes en el tiempo a través del dispositivo documental será
una de las estrategias más poderosas de AK, como lo es de otros muchos filmes
de Marker.
Antes de la primera anotación formal (30 de octubre de 1984, escena 40) de
ese diario escrito en primera persona del plural[11] —rasgo que otorga una
sensación de mayor «neutralidad» respecto a otras películas suyas[12]— la
narración de Marker nos ha ubicado como espectadores ante la materialidad de
las imágenes, el tiempo y la memoria como instancias primeras:
Ran
«Todas las tardes vemos la televisión —nos dice sobre un plano distante de
un televisor que reproduce retazos de imágenes—, y la historia sin memoria que
despliega se opone brutalmente a lo que fue nuestro universo cotidiano: las
laderas negras del monte Fuji, los personajes de otro tiempo, y la presencia de
Akira Kurosawa».
Y tras la primera anotación, que nos sumerge de manera inmediata en la
forma de trabajar con los actores y en esa historia de un padre envejecido,
Hidetora, que reparte su dominio entre sus tres hijos —esa «historia que nos
recuerda a alguna cosa», ese padre que «es el rey Lear y no es el rey Lear. Más
bien su eco, que reverbera entre los muros de esos castillos que Kurosawa ha
hecho construir sobre el monte Fuji»—, Marker nos vuelve a enfrentar de nuevo
a la materialidad audiovisual, en este caso enunciando los instrumentos de
trabajo de los que se valdrá, junto con las imágenes filmadas durante el rodaje:
los frágiles casetes registrados por personas cercanas a Kurosawa y que nos
ofrecerán extractos de conversaciones, un sonido rugoso cuya voz será
prioritaria en ciertos momentos del documental, aunque siempre funcionando
«lateralmente» respecto a Ran y su rodaje; las imágenes del propio film, Ran,
todavía inmóviles (y quizás por ello más preciadas para Marker)[13]; y
finalmente el «pequeño imperfecto milagro del magnetoscopio con el que vemos
una y otra vez las películas antiguas». Y tras la relación de los instrumentos, la
enunciación de los principios, del desafío y las trampas a las que se enfrenta
Marker en un rodaje de tal naturaleza, un rodaje sobre un rodaje, que debe
dialogar con, pero no usurpar, el pensamiento visual del maestro:
«La primera trampa de un rodaje como éste es revestir una belleza que no es
nuestra, jugar con la bella imagen y el contraluz (voz sobre un acusado
contrapicado a contraluz de un guerrero). Sin duda, algo de esa belleza prestada
se traslucirá. Pero intentaremos mostrar lo que vemos como lo vemos, a nuestra
altura» (continúa el contrapicado).
El diario del (de los) rodaje(s) se ve atravesado, no siempre de forma regular
o equidistante, por diez cesuras, diez intertítulos escritos en japonés, francés e
inglés que refieren ciertas claves del rodaje en proceso y de la obra de
Kurosawa, sin parasitar o anclar en exceso el contenido previo o posterior a la
cesura, pues las referencias se adelantan y posponen, y sin pretender convertirse
en decálogo erudito o enciclopédico sobre la obra del maestro.
Ran
1. Sen, la Batalla contra la vejez —la voz de Kurosawa confiesa la fatiga, más
acusada que en anteriores rodajes—, la batalla que va ser filmada y el
peculiar ejército que la prepara, en el que el trabajo colectivo no entiende de
cualificaciones profesionales (el director ayuda en el maquillaje, el jefe
electricista corta la hierba con el decorador y todos ayudan a esparcir el
cemento que los caballos convertirán en polvo sobre la tierra del monte
Fuji).
2. Nin, la Paciencia en los preparativos, a la espera de que la naturaleza
otorgue el deseado don (el viento).
3. Gi, la Fidelidad de los colaboradores habituales —Inoshiro Honda y Takao
Saito, los únicos que comprenden el diagrama de las tres cámaras, Asakazu
Nakai en la fotografía, Takao Muraki como decorador, aquel que en
Barbarroja (1965) llenó de verdaderos medicamentos los estancos de la
farmacia, Takeharu Sano, el jefe-electricista, Fiuniaka Okada, Teruyo
Nogami, Fumio Yanoguchi…— y de los jóvenes que se someten a las
disciplinas de un maestro que «ignora la abstracción» y para el que la
perfección técnica encierra un bonus espiritual. Y otros fíeles personajes
pululan por el set, los caballos, de los que, en un nuevo juego de
yuxtaposiciones temporales y cinematográficas, Marker comenta, «aún no
podemos prever el papel simbólico que tendrán en nuestra historia», como
eco de aquel «nunca sabemos lo que filmamos» en Le Food de l’air est
rouge (1977)[14].
4. Jin, la Velocidad con la que el equipo monta y desmonta decorados en una
coreografía de gestos seguros y aprendidos propia de las películas del
maestro.
5. Uma, los Caballos, con quienes Kurosawa mantiene una íntima relación
desde la infancia y cuya presencia en sus filmes nunca fue neutral.
6. Ame, la Lluvia, amada, o quizás odiada cuando obliga a paralizar durante
dos días el rodaje.
7. Maki-e, la Técnica tradicional japonesa de aplicar oro sobre laca negra que
Kurosawa ha decidido evocar en una secuencia nocturna (bajo una luna
ideal de dos metros de diámetro diseñada por el sensei) haciendo teñir de
oro un campo de hierbas silvestres. Las imágenes del documental que nos
muestran a un Kurosawa reflexivo entre la maleza mientras el equipo se
afana en la tarea y la preparación del rodaje serán el único rastro de una
secuencia finalmente eliminada en el montaje de Ran, cuya belleza Marker
no se atreve a robar.
8. Hono-o, el Fuego, la violencia, el horror y la crueldad humana a la que
Kurosawa aprendió a mirar de frente a los 13 años y que en Ran se
mostrarán como categoría absoluta de la naturaleza de los hombres.
Imágenes de archivo de cuerpos masacrados se encadenan con los ojos
vacíos de los maniquíes dispuestos para simular el horror del campo de
batalla y con las perfeccionistas maniobras para reproducir la maquinaria de
la muerte,
9. Kiri, la Niebla que por momentos vence en su batalla contra el film, niebla
sobre la que Kurosawa improvisa construyendo como un escultor sobre la
materia bruta, y que terminará capitulando.
10. Ran, el Caos, que nos conduce hacia una larga secuencia de ensayos y
preparaciones de la gran batalla, el asalto al Tercer Castillo, para terminar,
sobre estas mismas imágenes, con las palabras del maestro:
«El espíritu del cine es mostrar lo que la gente quiere ver… Mostrarlo, eso
es lo que olvidamos. En el teatro, antes del drama, el personaje gesticula y el
telón cae… Es normal, el escenario impone ciertas restricciones. Pero la
cámara puede llegar a todas partes. ¡Es todopoderosa!».
A lo largo de este periplo por las formas de hacer de Kurosawa y su equipo,
la cámara de Marker se queda atrapada, en ese estar siempre cerca de su objeto,
por la materialidad de la recreación en el presente de ese mundo remoto en el
que el cineasta japonés se sumerge para filmar sus relatos históricos, en la
fabricación y la creación perfeccionista de objetos, personajes, paisajes y luces
coloreadas capaz de los mayores efectos ilusionistas y simbólicos. La cámara
documental queda seducida por el estar y el hacer de los extras con sus vestidos
y armaduras, su maquillaje y los caballos en ese paisaje irreal, e incongruente
por momentos. Y son algunas de estas largas secuencias cuasiobservacionales,
donde la narración desaparece, las que deparan algunos de los momentos
mejores del film, no sólo porque ellas reflejan la espera, el tedio, la dureza del
rodaje como ninguna otra, sino porque en su exploración audiovisual Marker
encuentra la mejor materia prima para sus guiños irónicos y reflexivos. En
ocasiones serán simples e inocentes incongruencias visuales que rompen
cualquier ilusión de retorno al Japón del siglo XVI. En otras, las respuestas
improvisadas de esos guerreros temporales a la presencia de la cámara se revelan
en escenas que bien podrían haber sido actuaciones preparadas para satisfacer
los más exquisitos requisitos markerianos. Como la respuesta de un samurái a la
presencia de la cámara con un «¿Estoy bien?», o aquélla en la que un grupo de
extras en torno a una hoguera con la que aplacan el frío, conscientes de la
cámara inquisidora, improvisan esta conversación:
Ran
La más bella
Carlos Losilla
D espués de rodar La nueva leyenda del gran judo (1945), Kurosawa tenía
previsto llevar a la pantalla una película de época (jidai-geki) titulada
«Dok koi kono yari», para la cual había escrito ya el guión definitivo de la
misma, dentro del cual ocupaba un lugar destacado, en el cierre del relato, la
recreación de la batalla de Okehazama, acaecida en 1560. Sin embargo, la
ausencia de caballos útiles, que no fueran simples animales de carga, para el
rodaje de esta escena crucial le obligaría a cancelar el proyecto, decidiendo
entonces llevar a la pantalla Kanjincho, una obra de teatro kabuki basada, a su
vez, en Ataka, una pieza de teatro Nô.
Todo este proceso creativo transcurre, a tenor de las fechas de rodaje del
film, en una coyuntura histórica muy difícil para el Japón, ya que, como el
propio cineasta relata en su Autobiografía[1], en esos momentos la derrota militar
del país era ya más que una evidencia dolorosa para sus habitantes, y sus efectos
comenzaban a dejarse sentir en todas las esferas de la vida civil y militar.
Sumergido en ese clima de pesimismo y desesperanza, que teñía de negros
nubarrones el futuro de Japón, Kurosawa vuelve la vista atrás para adaptar una
conocida leyenda medieval, ambientada en el siglo XII, que narra la huida del
señor feudal Yoshitsune a través de las montañas, acompañado por seis de sus
vasallos, disfrazados todos ellos de sacerdotes, mientras el general Yoritama,
hermano del primero, trata de capturarlos. Una historia que Kurosawa decide,
probablemente, llevar a la pantalla en plena crisis económica, social y política
del país porque, tal y como estaba a punto de sucederle a la nación nipona, se
trata de un relato que habla de unos individuos derrotados que deben aprender a
convivir con el fracaso, y a trabajar juntos olvidando las diferencias de clase que
los separan, si quieren seguir con vida.
De manera, pues, más o menos intencionada, Los hombres que caminan
sobre la cola del tigre (1945) («sobre la cuerda floja», podríamos decir en
castellano) se sitúa, al menos de forma metafórica, en el momento posterior a la
derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial, que, tal vez menos por azar que
por lúcido presentimiento, tendría lugar precisamente durante el rodaje de la
película.
En la andadura heroica de estos siete hombres —posibles antecedentes de los
protagonistas de Los siete samuráis (1954), aunque con unas características
personales muy distintas entre éstos y aquéllos— el cineasta introduce la
presencia de un octavo personaje, el del porteador (interpretado por Kenichi
Enomoto), que no figura en el texto original y que cumple una función dramática
(como soporte de la comicidad, a la manera de los criados de las comedias
españolas del Siglo de Oro) y simbólica, como representante del pueblo llano.
Un papel similar al que cumplirán más tarde, en la obra de Kurosawa, el leñador
(Takashi Shimura) de Rashomon (1950), Kikuchiyo (Toshiro Mifune) en Los
siete samuráis o los dos campesinos (Minoro Chiaki y Kamatari Fujiwara) de
La fortaleza escondida (1958), por no hacer demasiado extensa la enumeración.
Un travelling lateral, que muestra el perfil de un bosque (construido en un
decorado), seguido de una serie de planos encadenados que ofrecen la
perspectiva contrapicada de unos árboles de gran altura (filmados en escenarios
naturales) delimitarán las dos líneas generales por las que va a discurrir el film
(la horizontalidad del movimiento de los siete fugitivos frente a la verticalidad
de las barreras que representan las distinciones de clase o los puestos fronterizos)
a la vez que señala el enfrentamiento de los dos ejes temáticos del film: lo social
(el bosque) y lo individual (los árboles). De paso, esta obertura presenta, tal vez
de forma casual, los dos únicos escenarios por donde transcurrirá el argumento:
los paisajes naturales durante la marcha de los hombres por el bosque y los
decorados en estudio durante los descansos o en la parada obligatoria en el
puesto fronterizo.
Estructurada en tres partes con una duración muy parecida entre ellas (con
todo, el metraje de la película no llega siquiera a los sesenta minutos), la trama
sigue el conocido esquema de planteamiento, nudo y desenlace para mostrar uno
de los episodios de la huida de los protagonistas de la historia, y la enseñanza
moral y vital que parece desprenderse del suceso.
De acuerdo con este planteamiento argumental, la película describe un
trayecto que camina desde la tristeza de la derrota (subrayada por dos suaves
panorámicas que muestran, en el primer descanso durante la huida, la
pesadumbre que embarga a los fugitivos, cerrada con una panorámica en sentido
contrario cuando el grupo estalla, por fin, en carcajadas) a la alegría final y a la
celebración de un éxito que, sin embargo, sólo parece suponer la superación de
un peldaño de una larga escalera de dificultades, donde nada ni nadie garantiza
que el siguiente escalón no se convierta ya en un obstáculo infranqueable.
Con la introducción del personaje del porteador la narración se aleja del tono
grave del texto original —aunque la película respete, según el cineasta, el
esquema general de la obra e, incluso, las prescripciones del teatro kabuki, de ahí
que en el film no aparezca ninguna mujer— para adoptar un tono más cómico
(sobre todo en su primera parte), apoyado por el histrionismo de Kenichi
Enomoto, el actor que da vida al personaje y un cómico (tipo Totó) con un
prestigio notable en Japón por esas fechas. Pero a pesar de esa fama, su
histrionismo interpretativo es, probablemente, el aspecto de la película que ha
envejecido peor y que lastra, incluso, el posible discurso de fondo de ésta, ya que
su caricatura como personaje afecta a su simbolización como representante del
pueblo normal y corriente.
De este modo, si en la primera parte de la narración el porteador se convierte,
pese a su estulticia y cobardía, en el salvador de los siete fugitivos, pues les
proporciona la información que les permitirá urdir su estrategia futura, este
comportamiento no adquiere ninguna significación especial dentro de la trama,
ni el personaje sufre tampoco ninguna evolución durante su transcurso,
disolviéndose dramáticamente su presencia en la serie de muecas y gestos que
culminan con su grotesco baile final. A la vista de estos datos, habría que
concluir, pues, que dentro del entramado temático de la película, y de su sistema
significativo, el pueblo llano parece permanecer al margen de las cuitas de los
señores feudales y de sus guerreros, feliz en su ignorancia y contemplado por
Kurosawa desde un cierto aristocraticismo de clase, muy presente todavía
durante esta primera parte de su filmografía, que concluye prácticamente con
esta película.
Encerrado en una especie de paréntesis entre la huida de los fugitivos a
través del bosque (primera parte) y la celebración final del éxito por parte de
éstos (tercera parte), el núcleo fundamental del film se desarrolla en el puesto
fronterizo donde las tropas de Yoritama intentan descubrir la verdadera identidad
de los sacerdotes disfrazados. Es ahí donde la apuesta por la solución no violenta
de Benkei (Denjiro Okochi), el líder del grupo, y por evitar el combate con sus
enemigos por todos los medios permitirá mantener vivos a los miembros del
grupo y facilitará su huida.
La estrategia pacifista y la sagacidad de Benkei (capaz de golpear a su amo,
y de vulnerar gravemente las infranqueables barreras medievales entre señor y
vasallo, para engañar a sus enemigos) se convertirán, pues, en los valores
realmente ensalzados por el film, pese al revestimiento cómico con el que se
envuelve la narración como instrumento, probable, para lograr una mayor
difusión del mensaje contenida en el mismo. Un mensaje con el que Kurosawa
intentaba, tal vez, ofrecer la primera lección de futuro a sus compatriotas,
mostrándoles el camino que deberían seguir para sobrevivir como pueblo tras el
horizonte próximo de la derrota.
Una solución que deja todavía fuera de sus límites al pueblo llano (su
presencia no será significativa en la obra del cineasta hasta su etapa de
posguerra), que centra su atención primordial en las clases dominantes (ni
siquiera el film aclara si el engaño de Benkei es tal o tan sólo una especie de
autoengaño por parte del jefe del puesto fronterizo para evitar mayores
derramamientos de sangre), pero que, sobre todo, apuesta por la combinación de
lo individual y lo colectivo, eliminando viejas barreras de casta que tanto dolor y
sacrificio llevaban causando a Japón desde hacía varios siglos.
Y para impartir esta lección imperecedera Kurosawa intenta dirigirse al
público más amplio, de ahí que elija como sustrato argumental de la película una
conocida leyenda medieval, introduzca en la trama el personaje del porteador
interpretado por el popular Enomoto, coloree cómicamente numerosos pasajes
del relato, convierta a las canciones en comentadoras de la acción y emplee una
planificación deliberadamente teatral en algunas escenas, filmadas en dilatados
planos largos que parecen dirigidos a la memoria visual de los espectadores.
Fuera como fuese, el mensaje no obtuvo ningún destinatario inmediato, ya
que la exhibición de la película fue prohibida por el cuartel general del ejército
de Estados Unidos y no sería estrenada hasta tres años después de su realización,
cuando la obra de Kurosawa caminaba ya por unos derroteros muy distintos y el
país, con la lección aprendida o sin ella, había comenzado a transitar por una
senda tachonada de barras y estrellas y, sobre todo, de unos nuevos valores
democráticos donde la representación del pueblo —y los valores individuales y
no sólo de casta o de grupo— empezaban a adquirir un sentido distinto.
No añoro mi juventud
Carlos Losilla
Carlos Losilla
C omo resultado de la grave crisis sufrida por la Toho, que se prolonga desde
el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el año 1948, Kurosawa
comienza a liberarse cada vez más de la relación patriarcal que lo unía con la
productora y empieza a trabajar también, de manera paulatina, para otros
estudios. De este modo, durante esta primera etapa de su Filmografía, dirige
Duelo silencioso (1949) para la Daiei y El perro rabioso (1949) para la Sintoho
antes de realizar, en 1950, Escándalo para la Sochiku, a partir de un guión
escrito junto a Ryozo Kikushima, con quien acababa de trabajar, precisamente,
en la segunda de las películas citadas.
Concebido como un duro alegato contra la prensa sensacionalista japonesa,
la idea original para la escritura del guión surgió, según el testimonio del
cineasta[1], de la lectura de un anuncio, especialmente violento y calumnioso, de
una de estas revistas del corazón. A partir de aquí Kurosawa, contradiciendo su
declarada falta de interés por dirigir películas sobre temas sociales[2], construye
una ficción que camina, precisamente, por esa línea argumental hasta que muy
pronto, apenas rebasada la primera cuarta parte de su metraje, el film cambia
bruscamente de dirección para, como sucediera ya en la conclusión de Un
domingo maravilloso (1947), centrarse de manera casi exclusiva en la peripecia
individual de uno de los protagonistas del relato.
Filmada con más rutina que entusiasmo, esta apertura de la película describe,
de forma didáctica y sin demasiado vuelo imaginativo, el montaje, primero, que
la revista Amor realiza de la inexistente relación sentimental entre el pintor
Ichiro Aoe (Toshiro Mifune) y la cantante Miyako Saijo (Yoshiko Yamaguchi),
la demanda, después, que el artista piensa interponer para defender su honor y,
por último, los grandes beneficios que la noticia y el anuncio del pleito
inminente proporcionan al semanario y, de paso, a los protagonistas de aquélla.
Carentes de espesor psicológico y moviéndose dentro de los contornos de
una ficción concebida con un claro objetivo moral y ejemplarizante, tanto Ichiro
y Miyako como el resto de los personajes que deambulan por la ficción no
alcanzan nunca la consistencia necesaria como para abandonar su simple
condición de marionetas, de seres dibujados con un solo perfil y encuadrados,
desde un principio, en la categoría de «buenos» o «malos».
Con la aparición en escena, sin embargo, del abogado Hiruta, interpretado
por Takashi Shimura, el protagonista posterior de Vivir (1952), la narración, sin
abandonar nunca del todo el maniqueísmo y la unidireccionalidad de su
argumento, se introduce por nuevos derroteros de la mano de un individuo que
parece extraído, como se ha señalado en numerosas ocasiones, de la narrativa de
Dostoievski. Es decir, del imaginario de uno de los novelistas preferidos de
Kurosawa y de quien éste llevaría a las pantallas al año siguiente El idiota
(1951).
Las luces y sombras que envuelven la personalidad del abogado Hiruta y los
condicionantes familiares —la tuberculosis de su hija— que explican la traición
del letrado a sus clientes (los intachables Ichiro y Miyako) terminan por
desbordar los límites del drama social que empezaba a desarrollarse en la
pantalla y por limar las aristas más duras de éste en beneficio de los contornos
más suaves del melodrama, aunque la película no logre nunca remontar la
excesiva simplicidad de su argumento ni ensamblar dos líneas narrativas tan
antagónicas.
Tiene razón, sin embargo, José Mª Latorre, cuando apunta que «este giro
narrativo lleva consigo un nuevo planteamiento del relato: lo que estaba en
juicio (hasta ese momento) era el poder de convicción popular de la llamada
prensa amarilla, pero todo ello empalidece al lado del conflicto personal del
abogado: en el juicio no interesa tanto la pareja difamada cuanto los puntos de
vista sobre el personaje de Hiruta. Ello empequeñece la dimensión del problema
y abre el camino a un retrato más corrosivo de la sociedad japonesa»[3].
Antonio Santamarina
Jesús Angulo
José Aparicio
T ras el gran éxito, Oscar incluido, de Dersu Uzala (1975), tuvieron que
transcurrir cinco años antes de que Kurosawa pudiera realizar un nuevo
film. Contó para ello, dada la ambición del proyecto y el gran presupuesto
necesario para llevarlo a cabo, con el apoyo financiero de George Lucas y
Francis Ford Coppola, tan admiradores de la obra del maestro japonés, quienes
actuaron como productores ejecutivos de la versión internacional de la película.
Para realizar su nuevo proyecto y tras casi veinte años sin rodar un film
histórico, Kurosawa se traslada nuevamente al turbulento siglo XVI japonés, tan
querido y admirado por el director, en el que transcurre la acción de
Kagemusha, la sombra del guerrero.
Inspirada en un oscuro episodio histórico sucedido en 1575, una época en la
que Japón vivía asolado por los enfrentamientos y las guerras entre los diferentes
señores feudales que luchaban por conseguir un mayor poder y hegemonía en el
país, Kagemusha, la sombra del guerrero narra sucesos que explican el
esplendor y caída de uno de estos generales y su clan.
Shingen Takeda es el jefe de uno de los tres poderosos clanes que luchan por
la conquista de Kioto. Dominar la capital supondría el dominio sobre el país
entero. Mientras, un vulgar ladrón, condenado a muerte por sus delitos, es
salvado de la ejecución gracias a su enorme parecido con el general Takeda. Es
Nobukado, el hermano del propio Shingen Takeda quien piensa que esa
semejanza física podrá ser de gran utilidad en el futuro y quien decide
perdonarle la vida. En efecto, la prodigiosa similitud pronto va a prestar buenos
servicios a los intereses del clan.
Durante el asedio a Kioto, Shingen es gravemente herido pero, antes de
morir, da instrucciones a sus generales para que mantengan en secreto su muerte
por un periodo de tres años. Ese engaño, que sus enemigos no conozcan la
desaparición del gran guerrero, permitirá la victoria de sus ejércitos.
Para poder mantener la mentira, será el ladrón salvado de la muerte quien
asumirá el papel del fallecido general. Será su doble, su kagemusha, «la sombra
del guerrero».
La usurpación se lleva a cabo con éxito. Los espías enemigos son engañados.
Como también lo son los miembros de la corte y hasta el pequeño nieto del
general muerto. Los generales del clan se muestran satisfechos con la situación,
que permite mantener atemorizados a los clanes rivales. La farsa muestra su total
eficacia cuando el clan Takeda es atacado por las tropas rivales y Kagemusha
desempeña a la perfección el rol de general jefe. El clan Takeda obtiene la
victoria en el combate.
Kagemusha, «la sombra del guerrero», que en un principio asumió su papel a
regañadientes, va «encarnándose» cada vez más en la figura del auténtico
Shingen Takeda, la sombra y el original se van fundiendo según se suceden las
situaciones, los meses y los años. Tan sólo Katsuyori Takeda, el hijo del
fallecido Shingen, celoso por no sentirse reconocido en sus méritos militares,
mostrará su desagrado con la simulación orquestada.
La ficción finalizará bruscamente cuando Kagemusha intenta en vano montar
el caballo de Shingen Takeda, Es derribado, cae al suelo y, al ser atendido por los
sirvientes que miran si está herido, todos pueden ver que no tiene en su cuerpo
las cicatrices ni las señales que el verdadero Takeda tenía. La representación ha
terminado.
Kagemusha es expulsado violentamente del castillo y vuelve a su miserable
vida anterior. Ahora, cuando ya todos conocen la desaparición del viejo Shingen
Takeda, su hijo Katsuyori, sediento de poder y reconocimiento, quiere hacer
valer sus méritos como guerrero y, desobedeciendo las consignas de sus
generales que le aconsejan no moverse, responde a un nuevo ataque de los
ejércitos de los clanes enemigos. La batalla supone la derrota total del clan
Takeda y el exterminio de su ejército.
Kagemusha (que, escondido entre la maleza, ha presenciado horrorizado el
desastre) reacciona como si de un auténtico general Takeda se tratara. En un
impulso suicida, armado con una lanza recogida en el campo de batalla, atraviesa
el mar de cadáveres de «sus soldados» y se dirige hacia las filas del ejército
vencedor. Es mortalmente herido, pero todavía tiene vida para entrar en el lago
donde flota, roto y denotado, el estandarte de Shingen Takeda. Intenta cogerlo,
pero es arrastrado por las olas y muere. Su cuerpo queda flotando junto a la
enseña del ejército Takeda.
Concebida como un gran fresco histórico, Kagemusha, la sombra del
guerrero es una obra de dimensiones colosales. Y no sólo por su metraje (179
minutos en su versión íntegra; en occidente se exhibió la versión reducida de 159
minutos), inaudito en una obra de una intensidad como la que nos ocupa. Es una
obra colosal también por su ambición y, por supuesto, por sus logros.
Es Kagemusha, la sombra del guerrero una película que reúne las
características de las mejores obras épicas de la historia del cine, pero puestas
aquí al servicio de una seria y rigurosa meditación sobre el papel del doble y la
representación, sobre el sentido del poder, de la violencia y de la ambición
política, y que es además un acercamiento a una época crucial de la historia de
Japón.
Como film épico, Kagemusha, la sombra del guerrero es una obra
extraordinaria, llena de hallazgos narrativos, puestos al servicio de una estética
deslumbrante como pocas veces nos ha dado el cine, antes y después.
Cómo no sentirnos fascinados ante los bellísimos planos en tonos
crepusculares, otoñales, de los jinetes desplazándose lentamente, en un desfile
ceremonial, con el acompañamiento de una música, tal vez demasiado
descriptiva y occidental, pero tremendamente eficaz; o ante las extraordinarias
secuencias de las batallas, donde no es necesario que «veamos» para que
«sepamos» todo el horror de la guerra, gracias a un uso magistral de los sonidos
en off, las voces, los ruidos, los relinchos y bufidos de los caballos, así como las
caras horrorizadas de los generales y los soldados que tanto nos dicen sobre lo
que está ocurriendo en el combate.
Cómo no emocionarnos ante secuencias tan bellas como el entierro de
Shingen Takeda en el lago o cómo no admirar la maestría con que nos muestra la
llegada del mensajero que viene a comunicar a los Takeda la rendición del clan
enemigo, rodada con nervio y ritmo propios de un musical.
El impacto formal de esta película, su capacidad expresiva y la poderosa
fuerza de sus imágenes se hacen especialmente evidentes en los impresionantes
minutos finales. Un alucinado Kagemusha atraviesa el campo de batalla, tras la
derrota del clan Takeda. Ante él, un mar de cadáveres, soldados heridos, caballos
agonizantes, banderas y armas rotas, sangre, muerte y destrucción en una
dantesca visión de horror y pesadilla.
Pero el principal mérito de Kagemusha, la sombra del guerrero, lo que
hace de ella una obra de capital importancia es su profunda reflexión sobre el
papel del doble, de la máscara, de la asunción de un determinado rol y del poder
de la «representación» y, en suma, del teatro. Kagemusha es «la sombra del
guerrero» pero está a punto de «convertirse» en el guerrero. Sólo se deshace el
engaño cuando es evidente que Shingen ha muerto. Si no existe el guerrero, no
puede existir su sombra. Es entonces cuando acaba la impostura, cuando vuelve
a ser el mísero ladrón de sus comienzos.
Junto a estas reflexiones y directamente ligadas a ellas, el film plantea una
meditación acerca del poder. El poder, la ambición de poder y la necesidad que
tienen los que lo detentan de mantenerlo a cualquier precio. Aunque ese precio
sea la mentira, la falsificación y la simulación. También habla de la crueldad de
los poderosos y de los estragos provocados por los que quieren obtenerlo, el
mayor de los cuales es la guerra. En Kagemusha, la sombra del guerrero, es la
ambición del hijo Katsuyori por detentar el poder lo que provoca la terrible
matanza. Algo tan absurdo provoca tanto sufrimiento y tanto horror.
La película, estilizada en extremo, a veces fría y desnuda hasta casi la
abstracción (véase el prólogo inicial, con un larguísimo plano general donde se
plantea el conflicto principal de la obra), consigue, de manera muy eficaz y con
gran economía de medios, reflejar atinadamente las complejas personalidades de
los personajes principales. Muy pocos momentos son necesarios para que
conozcamos las características psicológicas del gran patriarca Shingen Takeda,
su nobleza, su ironía, su actitud ante la muerte. También conoceremos a su
hermano Nobukaru, a su hijo Katsuyori, ambicioso y cruel, a los jefes de los
clanes rivales y su dignidad cuando reconocen y alaban las virtudes de Shingen
Takeda.
Kagemusha, la sombra del guerrero supone el reencuentro de Kurosawa,
después de casi dos décadas, con la historia de su país, A pesar de ser
considerado un autor «poco japonés» y muy influido por la cultura occidental,
Kurosawa creía necesario conocer bien la historia de Japón. En esta película
volvió su mirada a un periodo especialmente apreciado por él, el siglo XVI, una
época complicada, intensa y convulsa donde se produjeron algunas de las
conmociones que configuraron el Japón moderno.
Este interés por la historia de su país y el que la acción de la película
transcurra en un periodo «histórico», hace posible la inclusión de elementos de
la cultura tradicional japonesa que no aparecían en las obras del director
inmediatamente anteriores. Aquí hay una presencia de teatro Nô y homenajes
evidentes a la pintura de su país. Aunque, como en tantas otras ocasiones en las
producciones de Kurosawa, están presentes las influencias del arte occidental:
Las escenas de las batallas nos remiten inevitablemente a la obra de Paolo
Uccello y el uso de la música tiene un tono eminentemente occidental.
La película, que obtuvo un gran éxito y reconocimiento internacional, ganó
la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1980.
Bibliografía seleccionada
Dodeskaden
Dolores Devesa
Alicia Potes
Libros de Akira Kurosawa
Dolores Devesa
Alicia potes
La leyenda del gran judo (Sugata Sanshiro) (Japón, 1943)
Dirección: Akira Kurosawa, Producción: Toho (Tokio). Productor: Keiji
Matsuzaki. Guión: Akira Kurosawa. Basado en la novela de Tsuneo Tomita.
Fotografía: Akira Mimura. Iluminación: Shogo Onuma. Música: Seichi
Suzuki. Montaje: Toshio Goto, Akira Kurosawa. Dirección artística: Masao
Totsuka. Sonido: Tomohisa Higuchi. Intérpretes: Susumu Fujita (Silgata
Sanshiro), Denjiro Okochi (Shogoro Yano, el maestro de judo), Takashi
Shimura (Hansuke Murai, viejo maestro de jiu-jitsu), Yukiko Todoroki (Sayo,
su hija), Yoshio Kosugi (Suburo Momma, maestro de jiu-jitsu), Ranko Hanai
(Osumi, su hija), Ryunosuke Tsukigata (Gennosuke Higaki, joven maestro de
jiu-jitsu), Akitake Kono (Yoshima Dan), Soshi Kiyokawa (Yujiro Toda), Kunio
Mita (Kohei Tsuzaki), Akira Nakamura (Toranosuki Niiseki), Sugisaku
Aoyama (Tsunelami Untura), Kokuten Kodo (el monje), Ichiro Sugai
(Mishima, jefe de la policía), Michisaburo Segawa (Hatta), Eisaburo Sakauchi
(Nemoto), Hajime Hikari (Torakichi). Duración aproximada: 79 min.
Primera versión: 99 min. Otras versiones: Sugata Sanshiro (Shigeo
Tanaka, 1955); Sugata Sanshiro (Seiichiro Uchikawa, 1965).
La más bella (Ichiban Utsukushiku) (Japón, 1944)
Dirección y Guión: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productor:
Molohiko Ito. Fotografía: Joji Ohara. Iluminación: Masayoshi Onuma.
Música: Seichi Suzuki. Extractos de Semper Fidelis, de John Philip Sousa,
Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Teruaki Abe. Sonido:
Ryoachi Sugawara. Intérpretes: Takashi Shimura (director de la fábrica),
Ichiro Sugai (su ayudante), Yoko Yaguchi (Tsuru Watanabe), Takako Irie
(Tokuko Mizushima), Sayuri Tanima (Yuriko Tanimura), Sachiko Ozaki
(Sachiko Yamazaki), Shizuko Nishioka (Fusae Nishioka), Asako Suzuki
(Asako Suzumara), Haruko Toyama (Masako Koyama) y Tokiko Hiromichi
(Tokiko Hirota) (obreras), Akitake Kono (maestro de música), Koyuri Tanima,
Toshiko Hattori. Duración aproximada: 85 min.
La nueva leyenda del gran judo o Sugata Sanshiro, segunda
parte (Zoku Sugata Sanshiro) (Japón, 1945)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productor:
Motohiku Ito. Guión: Akira Kurosawa. Basado en la novela de Tsuneo
Tomita, Fotografía: Hiroshi Suzuki. Iluminación: Choshiro Ishii. Música:
Seichi Suzuki. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Kazuo Kubo.
Sonido: Soichi Kameyama. Intérpretes: Susumu Fujita (Sugata Sanshiro),
Denjiro Okochi (Shogoro Yano), Ryunosuke Tsukigata (Gennosuke y Tesshin
Higaki), Yukiko Todoroki (Sayo), Soshi Kiyokawa (Yujiro Toda), Akitake
Kono (Genzaburo Higuki), Masayuki Mori (Yoshima Dan), Seiji Miyaguchi
(Kohei Tsuzaki), Ko Ishida (Daizo Samouji). Duración aproximada: 83 min.
Los hombres que caminan sobre la cola del tigre (Torano-o fumo
otokotachi) (Japón, 1945)
Dirección: Akira Kurosawa, Producción: Toho (Tokio), Productor:
Motohiko Ito Guión: Akira Kurosawa. Basado en la obra de teatro kabuki
Kanjincho. Fotografía: Takeo Ito. Iluminación: Iwaharu Hiraoka. Música:
Tadashi Hattori. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Kazuo
Kubo. Sonido: Keiji Hasebe, Intérpretes: Denjiro Okochi (Benkei), Susumu
Fujita (Togashi), Masayuki Mori (Kamei), Takashi Shimura (Kataoka),
Akitake Kono (Ise), Yoshio Kosugi (Suruga), Dekao Yoko (Hitachibo),
Hanshiro Iwai (príncipe Yoshitsune), Kenichi Enomoto (mozo). Duración
aproximada: 58 min.
Los que construyen el porvenir (Asu o tsukuru hitobito) (Japón,
1946)
Dirección: Kajiro Yamamoto, Hideo Sekigawa, Akira Kurosawa.
Producción: Toho (Tokio). Productores: Ryo Taker, Sojiro Motoki, Keiji
Matsuzaki, Tomoyuki Tanaka. Guión: Yusaku Yamagata, Kajiro Yamamoto.
Fotografía: Takeo Ito, Mitsui Miura, Taiichi Kankura. Intérpretes: Kenji
Susukida (padre), Chieko Takehisa (madre), Chieko Nakakita (hermana
mayor), Mitsue Tachibana (hermana menor), Masayuki Mori (chófer), Sumie
Tsubaki (mujer del chófer), Ichiro Chiba (técnico de iluminación), Hyo
Kitazawa (el director), Itoko Kono (la actriz), Takashi Shimura (el
administrador del teatro). Masao Shimizu (jefe de equipo), Yuriko Hamada
(bailarina), Sayuri Tanima (bailarina). Duración aproximada: 81 min.
No añoro mi juventud (Waga seishun ni kuinashi) (Japón, 1946)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productor: Keiji
Matsuzaki. Guión: Eijiro Hisaita, Akira Kurosawa. Fotografía: Asakazu
Nakai. Iluminación: Choshiro Ishii. Música: Tadashi Hattori. Montaje: Akira
Kurosawa, Toshio Goto. Dirección artística: Keiji Kitagawa. Sonido: Isamu
Suzuki. Intérpretes: Denjiro Okochi (profesor Yagihara), Eiko Miyoshi (su
mujer), Setsuko Hara (Yukie Yagihara, la hija), Susumu Fujita (Takayoshi
Noge), Kokuten Kodo (padre de Noge), Haruko Sugimura (la madre), Akitake
Kono (Itokawa), Takashi Shimura (comisario de policía), Taizo Fukami
(ministro de Educación), Masao Shimizu (profesor Hakozaki), Haruo Tanaka,
Ichiro Chiba, Isamu Yonekura, Noboru Takagi y Hiroshi Sano (estudiantes).
Duración aproximada: 110 min.
Un domingo maravilloso (Subarashiki nichiyobi) (Japón, 1947)
Dirección: Akira Kurosawa, Producción: Toho (Tokio). Productor: Sojiro
Motoki. Guión: Keinosuke Uekusa, Akira Kurosawa. Fotografía: Asakazu
Nakai. Iluminación: Kyoichiro Kishida. Música: Tadashi Hattori, Adaptación
de extractos de la Sinfonía inacabada, de Franz Schubert. Montaje: Akira
Kurosawa. Dirección artística: Kazuo Kubo. Sonido: Shigeloshi Yasue.
Intérpretes: Isao Numazaki (Yuzo), Chieko Nakakita (Masako), Ichiro Sugai
(Yamiya, el hombre del mercado negro), Midori Ariyama (Sono, su amante),
Masao Shimizu (propietario del bar), Sachio Sakai (hombre), Toshi Mori
(viejo), Tokuji Kobayashi (el hombre con la cara desfigurada), Aguri Hidaka
(bailarina), Koreyoshi Nakamura (vendedor de zapatos), Atsushi Watanabe
(gamberro), Ichiro Namiki (fotógrafo), Toppa Utsumi (fotógrafo). Duración
aproximada: 108 min.
El ángel borracho (Yoidore tenshi) (Japón, 1948)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productor: Sojiro
Motoki Guión: Keinosuke Uekusa, Akira Kurosawa. Fotografía: Takeo Ito.
Iluminación: Kinzo Yoshizawa. Música: Fumio Hayasaka. Tema: El vals del
cuco. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Takashi Matsuyama,
Sonido: Wataru Konuma. Intérpretes: Takashi Shimura (doctor Sanada),
Toshiro Mifune (Matsunaga, el gángster), Michiyo Kogure (amante de
Matsunaga), Reizaburo Yamamoto (Okada, jefe de los gangsters), Chieko
Nakakita (Miyo, enfermera), Noriko Sengoku (Gin, chica del bar), Shizuko
Kasaoki (cantante), Eitaro Shindo (doctor Takahama), Yoshiko Kuga (la
chica), Choko Iida (sirvienta de Sanada), Taiji Tonoyama (tendero), Masao
Shimizu (gángster), Katao Kawasaki (vendedor de flores), Sachio Sakai
(gamberro). Sumire Shiroki (matrona). Duración aproximada: 98 min.
Versión original: 150 min.
Duelo silencioso (Shsizukanaru ketto) (Japón, 1949)
Dirección: Akira Kurosawa Producción: Daiei (Kioto). Productores: Hisao
Ichikawa, Sojiro Motoki. Guión: Senkichi Taniguchi, Akira Kurosawa.
Basado en una obra de Kazuo Kikuta. Fotografía: Shoichi Aisaka.
Iluminación: Tsuneyoshi Shibata. Música: Akira Ifukube. Montaje: Akira
Kurosawa, Masanori Tsuji. Dirección artística: Koichi Imai, Kiyoshi Araki.
Sonido: Mitsuo Hasegawa. Intérpretes: Toshiro Mifune (doctor Kyoji
Fujisaki), Takashi Shimura (Kyonosuke Fujisaki, su padre), Miki Sanjo
(Misao Matsumoto, novia de Kyoji), Kenjiro Uemura (Susumu Nakada, el
enfermo), Chieko Nakakita (Takiko, su mujer), Noriko Sengoku (Rui
Minegishi, la enfermera), Jyunnosuke Miyazaki (Horiguchi), Isamu
Yamaguchi (Nozaka), Shigeru Matsumoto (chico con apendicitis), Hiroko
Machida (Imai, enfermera), Kan Takami (trabajador), Kisao Tobita (chico
enfermo), Shigeyuki Míyajima, Tadashi Date (padre del chico con
apendicitis), Etsuko Sudo, Seiji izumi (policía), Masateru Sasaki (soldado)
Yosuke Kudo (chico), Yakuko Ikegami (una mujer), Wayako Matsumura
(enfermera alumna), Hatsuko Wakahara (Mii-chan). Duración aproximada:
95 min.
El perro rabioso (Nora inu) (Japón, 1949)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Shin-Toho (Tokio), Productor:
Sojiro Motoki. Guión: Ryuzo Kikushima, Akira Kurosawa. Fotografía:
Asakazu Nakai. Iluminación: Choshiro Ishii. Música: Fumio Hayasaka.
Montaje: Akira Kurosawa. Dirección Artística: Takashi Matsuyama. Sonido:
Fumio Yanoguchi. Intérpretes: Toshiro Mifune (detective Murakami),
Takashi Shimura (Sato, el viejo comisario), Ko Kimura (Yoru, el criminal),
Keiko Awaji (Harumi Namiki), Reisaburo Yamamoto (Horda, el sospechoso),
Noriko Sengoku (una chica), Gen Shimizu (Nakashima, jefe de policía),
Yasushi Nagata (inspector Abe), Reikichi Kawamura (Ichikawa, detective),
Hajimi Izu (ayudante del laboratorio), Sakutaro Yamakawa (detective), Isao
Kimura (Yuso, el ladrón). Fumiko Homma (hermana de Yusa), Kazuko
Motohashi (mujer de Sato), Teruko Kishi (Ogin, ladrona), Eijiro Tono (viejo
obrero), Haruku Toyama (Kintaro, geisha), Isao Ubukata (criado), Eiko
Miyoshi (madre de Harumi), Yunosuke Ito, Choko Iida, Minoru Chiaki, Kan
Yanagiya (policía), Ichiro Sugai. Duración aproximada: 122 min. Estreno:
Madrid: 29 de abril de 1985: Infantas.
Escándalo (Shubun) (Japón, 1950)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Sochiku, Ofuna. Productores:
Takashi Koide, Sojiro Motoki. Guión: Ryuzo Kikushima, Akira Kurosawa.
Fotografía: Toshio Ubukata. Iluminación: Masao Kato. Música: Fumio
Hayasaka. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Tatsuo Hamada.
Sonido: Saburo Omura. Intérpretes: Toshiro Mifune (el pintor Ichiro Aoe),
Yoshiko Yomaguchi (la cantante Miyako Saiga), Takashi Shimura (el
ahogado Hiruta), Tanie Kitabayashi (Yasi, mujer del abogado), Yoko
Katsuragi (Masako, su hija), Noriko Sengoku (Sumie, modelo de Aoe), Eitaro
Ozawa (Hori, director de la revista), Shinichi Himori (Asai, su ayudante),
Masao Shimizu (el juez), Bokuzen Hidari (el borracho), Taiji Tonoyamn
(amigo de Aoe), Fumiko Okamura (madre de Miyako), Junji Masuda
(reportero), Koiji Mitsui (fotógrafo), Yoichi Osugi (fotógrafo), Kokuten
Kodo. Kichijiro Ueda y Shuzuke Agata (granjeros). Duración aproximada:
104 min.
Rashomon o El bosque ensangrentado (Rashomon) (Japón, 1950)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Daiei (Kioto). Productores: Jingo
Minoru (en títulos posteriores: Masaichi Nagata), Sojiro Motoki. Guión:
Shinobu Hashimoto, Akira Kurosawa. Basado en las novelas Rashomon y
Yaba no nata, de Ryunosuke Akutagawa. Fotografía: Kazuo Miyagawa.
Iluminación: Kenichi Okamoto. Música: Fumio Hayasaka. Montaje: Akira
Kurosawa, Shigeo Nishida. Dirección artística: Takashi Matsuyama, Uichiro
Yamamoto. Sonido: Iwao Otani. Intérpretes: Toshiro Mifune (Tajomaru, el
bandido), Masayuki Mori (Takehiro, el samurái), Machiko Kyo (Matago, su
mujer), Takashi Shimura (el leñador), Minoru Chiaki (el sacerdote), Kichijiro
Ueda (el aldeano), Daisuke Kato (el policía), Fumiko Homma (medium).
Duración aproximada: 88 min. Estreno: Madrid: 12 de febrero de 1954:
Capitol. Reestreno: Madrid; 26 de abril de 1985: Infantas. Premios: Festival
Internacional de Cine de Venecia 1951: León de Oro y Premio de la Crítica;
Oscar de la Academia de Hollywood a la mejor película extranjera 1951. Otra
versión: Cuatro confesiones (Outrage), de Martin Ritt, 1964.
El idiota (Hakuchi) (Japón, 1951)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Sochiku, Ofuna. Productores:
Takashi Koide, Sojiro Motoki. Guión: Akira Kurosawa, Eijiro Hisaita. Basado
en la novela homónima de Fédor M. Dostoievski. Fotografía: Toshio
Ubukata. Iluminación: Akio Tamura. Música: Fumio Hayasaka. Tema; Peer
Gynt, de Edvard Grieg, Montaje: Yoshi Sugihara, Akira Kurosawa, Dirección
artística: Takashi Matsuyama, Shohei Sekine. Sonido: Yoshisaburo Seno.
Intérpretes: Masayuki Mori (Kinji Kameda/el principe Mishkin, el idiota),
Toshiro Mifune (Denkichi Akama/Rogojine), Setsuko Hara (Taeko
Nasu/Nastasia), Takashi Shimura (Ono), Chieko Higashiyama (Satoko, su
mujer), Chiyoko Fumitami (Noriko, su hija), Yoshiko Kuga (Ayako, su
segunda hija), Minoru Chiaki (Matsuo Kayama, secretario), Kokuten Kodo
(Jumpei Kayama), Eiko Miyoshi (madre de Matsuo), Noriko Sengoku
(Takako), Daisuke Inoue (Kaoru), Eijiro Yanagi (Tohata), Bokuzen Hidari
(Karube), Mitsuyo Akashi (madre de Akama). Duración aproximada: 166
min. Primera versión: 256 min.
Vivir (Ikiru) (Japón, 1952)
Dirección; Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productor: Sojiro
Motoki. Guión: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni.
Fotografía: Asakazu Nakai. Iluminación: Shigeru Mori. Música: Fumio
Hayasaka. Montaje: Koichi Iwashita, Akira Kurosawa. Dirección artística:
Takashi Matsuyama. Sonido: Fumio Yanoguchi. Intérpretes: Takashi
Shimura (Kanji Watanabe, jefe de la Sección de Ciudadanos del
Ayuntamiento), Nobuo Kaneko (Mitsuo Watanabe, su hijo), Kyoko Seki
(Kazue Watanabe, esposa de Mitsuo), Makoto Kobori (Kiichi Watanabe,
hermano de Kanji), Kumeko Urabe (Tatsu, esposa de Kiichi) Yoshie Minami
(Hayashi), Miki Odagiri (Toyo, chica de la oficina de Watanabe), Kamatari
Fujiwara (Ono, subjefe de oficina), Minosuke Yamada (Saito, un empleado),
Haruo Tanaka (Sakai, empleado), Bokuzen Hidari (Ohara, empleado),
Shinichi Himori (Kimura, empleado), Nobuo Nakamura (el alcalde), Minoru
Chiaki (Noguchi, empleado), Masao Shimizu (el médico), Isao Kimura (su
ayudante), Atsushi Watanabe (un enfermo), Yunosuke Ito (el escritor),
Yatsuko Tanami (señora en el bar), Seiji Miyaguchi (jefe de gangsters),
Daisuke Kato (ayudante del jefe de gangsters), Ichiro Chiba (el policía), Kin
Sugai, Eiko Miyoshi y Fumiko Homma (vecinas), Kazuo Abe (el concejal),
Fuyuki Murakami (periodista), Toranosuke Ogawa, Tomoo Nagai, Hirayoshi
Aono, Akira Tani (viejo), Toshiyuki lchimura. Duración aproximada: 143
min. Estreno: Barcelona: 14 de febrero de 1972; Publi; Madrid: 23 de marzo
de 1972: Bellas Artes. Premios: Festival Internacional de Berlín 1954: Premio
del Jurado. Premio David O’Selznick Golden Laurel 1961.
Los siete samuráis o Los siete valientes (Shichinin no samurái)
(Japón, 1954)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productor: Sojiro
Motoki. Guión: Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni, Akira Kurosawa.
Fotografía: Asakazu Nakai. Iluminación: Shigeru Mori. Música: Fumio
Hayasaka. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Takashi
Matsuyama. Asesores artísticos: Seison Maeda, Kohei Ezaki. Dirección de
combates: Yoshio Sugino. Dirección de arqueros: Ienori Kaneko, Shigeru
Endo. Sonido: Fumio Yanoguchi. Intérpretes: Takashi Shimura (Kambei, jefe
de los samuráis), Toshiro Mifune (Kikuchiyo, el campesino), Yoshio Inaba
(Gorobei), Seiji Miyaguchi (Kyoto, el maestro de espada), Minoru Chiaki
(Heihachi), Daisuke Kalo (Shichiroji), Ko Kimura (Katsushiro, alumno de
Kambei), Kutamari Fujiwara (Manzo), Kokuten Kodo (Gisaku), Bokuzen
Hidari (Yohei), Yoshio Kosugi (Mosuke), Yoshio Tsuchiya (Rikichi), Keiji
Sakakida (Gosaku), Yuriko Shimazaki (mujer de Rikichi), Keiko Tsushima
(Shino, mujer de Manzo), Jiro Kumagai, Haruko Toyama, Tsuneo Katagiri y
Yasuhisa Tsutsumi (campesinas), Fumiko Homma (una mujer), Toranosuke
Ogawa (viejo), Noriko Sengoku (mujer), Yu Akitsu (el marido). Gen Shimizu
(samurái sin maestro), Jun Tatari (culi), Atsushi Watanabe (el vendedor),
Sojin Kamiyama (el músico), Kichijiro Ueda, Sllimpei Takagi, Akira Tani.
Haruo Nakajima, Takashi Narila, Senkichi Omura, Shuno Takahara,
Masanobu Okuho y Shin Otomo (bandidos). Duración aproximada: original:
207 min. Posteriores reposiciones en Japón: 160 min. En España, según la
primera licencia de exhibición en 1967, se estrenaron copias de 108 min.
Estreno: Barcelona: 20 de abril de 1967: Arcadia; Madrid: 19 de julio de
1967; Imperial. Premios: Mostra de Venecia 1954: León de Plata. Otras
versiones: Los siete magníficos (The Magnificent Seven; John Sturges, 1960);
El regreso de los siete magníficos (Return of the Seven; Burt Kennedy,
1967); Los siete salvajes (The Savage Seven; Richard Rush, 1967); La furia
de los siete magníficos (Guns of the Munificent Seven; Paul Wendkos, 1969);
El desafío de los siete magníficos (The Magnificent Seven Ride; George
McCowan, 1972); Los siete magníficos del espacio (Battle Beyond the Stars;
Jimmy T, Murakami, 1980).
Crónica de un ser vivo (Ikimono no kiroku) (Japón, 1955)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio), Productor: Sojiro
Motoki. Guión: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni.
Fotografía: Asakazu Nakai. Iluminación: Kyuchiro Kishida. Música: Fumio
Hayasaka, completada por Masaru Sato. Montaje: Akira Kurosawa.
Dirección artística: Yoshiro Mtiraki. Sonido: Fumio Yanoguchi. Intérpretes:
Toshiro Mifune (Kiichi Nakajima), Eiko Miyoshi (Toyo, su mujer), Yulaka
Sada (Ichiro, el hijo mayor), Minoru Chiaki (Jiro, segundo hijo), Haruko Togo
(Yoshi, la hija mayor), Kyoko Aoyatna (Sué, la segunda hija), Kiyomi
Mizunoya (Saloka, primera amante de Kiichi), Sakoko Yonenrura (Taeko, su
hija), Akemi Negishi (Asako, actual amante de Kiichi), Kichijiro Ueda (su
padre), Masao Shimizu (Yamataki, el marido de Yoshi), Noriko Sengoku
(Kimie, la mujer de Ichiro), Yoichi Takikawa (Ryoichi, hija de Kiichi y de otra
amante), Takashi Shimura (el dentista Harada), Kazuo Kato (Susumu, hijo de
Harada), Toyoko Okubo (Sumiko, su mujer), Eijiro Tono (el anciano de
Brasil), Ken Mitsuda ((Iraki, el juez), Toranosuke Ogawa (Hori, el ahogado),
Kamatari Fujiwara (Okamoto), Nobuo Nakamura (el psiquiatra), Atsushi
Watanabe (Ishida). Duración aproximada: 113 min. Versión para
exportación: 104 min. Otros títulos: Vivir en el miedo o Si los pájaros
supieran.
Trono de sangre (Kumonosu-jo) (Japón, 1957)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productores: Sojiro
Motoki, Akira Kurosawa. Guión: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto,
Ryuzo Kikushima, Hideo Oguni. Basado en la obra Macbeth, de William
Shakespeare. Fotografía: Asakazu Nakai. Iluminación: Kyuchiro Kishida.
Música: Masaru Sato, Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística:
Yoshiro Muraki, Kohei Ezaki. Sonido: Fumio Yanoguchi. Intérpretes:
Toshiro Mifune (Taketoki Washizu), Isuzu Yantada (Asaji, su esposa), Minoru
Chiaki (Yoshiaki Miki, amigo de Washizu), Akíra Kubo (Yoshiteru, hijo de
Miki), Takamaru Sasaki (Kuniharu Tsuzuki, el señor del castillo), Yoichi
Tachikawa (Kunimaru, hijo de Kunimaru), Takashi Shimura (Noriyasu
Odagaru, general jefe de los rebeldes), Chieko Naniwa (la bruja). Duración
aproximada: 110 min. Estreno: Madrid: 28 de abril de 1985: Infantas.
Bajos fondos (Donzoko) (Japón, 1957)
Dirección: Akíra Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productores:
Shojiro Motoki, Akira Kurosawa. Guión: Hideo Oguni. Akíra Kurosowa.
Basado en la novela homónima de Máximo Gorki. Fotografía: Kazuo
Yamasaki. Iluminación: Hiromitsu Mori. Música: Masaru Sato. Montaje:
Akira Kurosawa. Dirección artística: Yoshiro Muraki. Sonido: Fumio
Yanoguchi. Intérpretes: Toshiro Mifune (Sutekichi, el ladrón), Isuzu Yamada
(Osagi, la propietaria del albergue), Gunjiro Nakamura (Rokubei, su marido),
Kyoko Kagawa (Okayo, hermana de Osugi), Bokuzen Hidari (Kahei, el
monje), Minoru Chiaki (exsamurái), Kamatari Fujiwara (el actor), Eijiro Tono
(Tomekichi, el chatarrero), Eiko Miyoshi (Asa, la mujer de Tomekichi), Akemi
Negishi (Osen, la prostituta), Koji Mitsui (Yoshisaburo, el jugador), Nijiko
Kiyokawa (Otaki), Haruo Tanaka (Tatsu), Kichijiro Ueda (Shimazo, el
policía). Duración aproximada: 137 min. Otra versión: Los bajos fondos
(Les bas fonds; Jean Renoir, 1936).
La fortaleza escondida (Kakushi toride no san-akunin) (Japón,
1958)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Toho (Tokio). Productores:
Masumi Fujimoto, Akira Kurosawa. Guión: Ryuzo Kikushima, Hideo Oguni,
Shinobu Hashimoto, Akira Kurosawa. Fotografía: Kazuo Yamasaki. (Scope),
Iluminación: Ichiro Inohara. Música: Masaru Sato. Montaje: Akira
Kurosawa. Dirección Artística: Yoshiro Muraki, Kohei Ezaki. Sonido: Fumio
Yanoguchi. Intérpretes: Toshiro Mifune (el general Rokurota Makabe), Misa
Uehara (la princesa Yukihime), Takashi Shimura (el general Izumi Nagakura),
Susumu Fujita (el general Hyoe Tadokoro), Eiko Miyoshi (una sirvienta),
Minoru Chiaki (Tahei, campesino). Kamatari Fujiwara (Matakishi,
campesino), Toshiko Higuchi (campesina), Kichijiro Ueda (comerciante),
Koji Mitsui (un soldado), Rinsaku Ogata (hombre joven), Tadao Nakamaru
(joven), Ikio Sawamura (espía), Kokuten Kodo, Takeshi Kato (saldado),
Shiten Ohashi (samurái), Yoshio Kosugi (soldada Akisuki), Haruo Nakajima
(soldado Akisuki), Senekichi Omura (soldado Akisuki), Shoichi Hirose
(soldado Yamana), Shin Otomo (samurái), Yutaka Nakayama, Makato Sato y
Jiro Kumagai (soldados), Yoshio Tsuchiya (samurái de los Hayakawa), Akira
Tani y Sachio Sakai (soldados de Rokurota), Toranosuke Ogawa, Yakata Sada.
Takeo Okigawa, Yu Fujiki. Duración aproximada: 139 min. Versión para
exportación: 126 min. Estreno: Madrid: 27 de abril de 1985: Infantas.
Premios: Festival Internacional de Berlín 1959: Oso de Plata al mejor
director, premio FIPRESCI a la película.
Los canallas duermen en paz (Warui yatsu hado yoku nemuru)
(Japón, 1960)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Kurosawa Films (Tokio)/Toho
(Tokio). Productores: Akira Kurosawa, Tomoyuji Tanaka. Guión: Ryuzo
Kikushima, Hideo Oguni. Shinobu Hashimoto, Eijiro Hisaita, Akira
Kurosawa. Fotografía: Yuzurti Aizawa. (Scope). Iluminación: Ichiro
Inohara. Música: Masara Sato. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección
artística: Yoshiro Muraki. Sonido: Fumio Yanoguchi. Hisashi Shimonaga.
Intérpretes: Toshiro Mifune (Koichi Nishi), Takeshi Koto (Itakura, su
amigo), Masayuki Mori (Iwabuchi, presidente de la compañía), Takashi
Shimura (Moriyama administrador general), Akira Nashimura (Shirai, jefe de
personal), Kamatari Fujiwara (Wada, el contable), Gen Shimizu (Miura,
segunda contable), Kyoko Kagawa (Keiko, hija de Iwabuchi), Tatsuya
Mihashi (Tatsuo, hijo de Iwabuchi), Kyu Sazanka (Kaneko), Chishu Ryu
(Nonaka, procurador), Seiji Miyaguchi (Okakura), Nobuo Nakamura
(abogado), Susumu Fujita (comisario de policía), Koji Mitsui (periodista),
Ken Mitsuda (Arimura), Sensho Matsumoto (Hatano), Kin Sugai (Tomoko
Ufada), Toshiko Higuchi (Masako Wada), Koji Nambara (Horiuchi), Yoshio
Tstuchiya (secretario), Kunie Tanaka (asesino), Yoshibumi Tajima
(reportero), Hisashi Yokomori (reportero), Natsuko Kahara (mujer de
Furuya), Hiromi Mineoka (chica), Yukata Sata, Ikio Sawamura. Duración
aproximada: 151 min. Versión para exportación: 135 min.
Yojimbo o Mercenario (Yojimbo) (Japón, 1961)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Kurosawa Films (Tokio)/Toho
(Tokio). Productores: Tomoyuki Tanaka, Ryuzo Kikushima. Guión: Ryuzo
Kikushima, Akira Kurosawa. Fotografía: Kazuo Miyagawa. (Scope),
Iluminacióu: Choshiro Ishii. Música: Masaru Sato. Montaje: Akira
Kurosawa. Dirección artística: Yoshiro Muraki. Sonido: Choshichiro
Mikami, Hisashi Shimonaga. Intérpretes: Toshiro Mifune (Sanjuro
Kuwabatake), Eijiro Tono (Gonji, el vendedor de sake), Kamatari Fujiwara
(Tazaemon, comerciante de seda), Takashi Shimura (Tokuemon, vendedor de
sake), Seizaburo Kawazu (Seibei, secuaz de Tazaemon), Isuzu Yamada (Orin,
su mujer), Hiroshi Tachikawa (Yoichiro, su hijo), Kyu Sazanka (Ushitora,
secuaz de Tokuemon), Tatsuya Nakadai (Unosuke, su hermano menor).
Daisuke Kato (Inokichi), Ikio Sawamura (Hansuke). Akira Nishimura (Kuma),
Yoshio Tsuchiya (Kohei, granjero), Yoko Tsukasa (Nui, su mujer), Susumu
Fujita (exmercenario). Duración aproximada: 110 min. Otras versiones:
Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari; Sergio Leone, 1964); El
último hombre (Last Man Standing; Walter Hill, 1996).
Sanjuro (Tsubaki Sanjuro) (Japón, 1962)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Kurosawa Films (Tokio)/Toho
(Tokio). Productores: Tomoyuki Tanaka, Ryuzo Kikushima. Guión: Ryuzo
Kikushima, Hideo Oguni, Akira Kurosawa. Basado en la novela Hibi Heian
(Días de paz) de Shugoro Yamamoto, Fotografía: Fukuzo Koizumi. (Scope).
Iluminación: Ichiro Inohara. Música: Masaru Sato. Montaje: Akira
Kurosawa. Dirección artística: Yoshiro Muraki. Asesor de combates de
espada: Ryu Kuze. Sonido: Wataru Konuma, Hisashi Shimonaga.
Intérpretes: Toshiro Mifune (Tsubaki Sanjuro), Tatsuya Nakadai (Hanbei
Muroto, samurái), Yuzo Kayama (Iiro Izaka, jefe de los samuráis jóvenes),
Akihiko Hirata, Kunie Tanaka, Hiroshi Tachikawa, Tatsuhiko Hari, Totsuyoshi
Ehara, Kenzo Matsui, Yoshio Tsuchiya y Akira Kubo (samuráis), Takashi
Shimura (Kurofuji, el mayordomo), Kamatari Fujiwara (Takebayashi), Masao
Shimizu (Kukui, inspector de policía), Yonosuke Ito (Mutsuta, chambelán),
Takako Irie (su mujer), Reiko Dan (Chidori, su hija), Keiju Kobayashi (el
espía). Duración aproximada: 96 min. Otro título: Sanjuro de las camelias.
El infierno del odio (Tengoku to jigoku) (Japón, 1963)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Kurosawa Films (Tokio)/Toho
(Tokio). Productores: Tomoyuki Tanaka, Ryuzo Kikushima. Guión: Ryuzo
Kikushima, Hideo Oguni, Akira Kurosawa. Basado en la novela King’s
Ransom, de Ed McBain (Evan Hunter). Fotografía: Asakazu Nakai. (Scope).
Iluminación: Ichiro Inohara. Música: Masaru Sato. Montaje: Akira
Kurosawa. Dirección artística: Yoshiro Muraki. Sonido: Fumio Yanoguchi,
Hisashi Shimonaga. Intérpretes: Toshiro Mifune (Kingo Gondo), Kyoko
Kagawa (Reiko, su mujer), Tatsuya Mihashi (Kawanishi, su hijo), Yutaka Sada
(Aoki, su chófer), Tatsuya Nakadai (Tokuro, el inspector de policía), Takashi
Shimura (jefe de la policía), Susumu Fujita (el comisario), Kenjiro Ishiyama
(detective Taguchi), Isao Kimura (defective Aral), Takeshi Kato (detective
Nakao), Yoshio Tsuchiya (detective Murata), Hiroshi Unayama (detective
Shimada), Koji Mitsui (el periodista), Tsutomu Yamazaki (Ginji Takeuchi, el
secuestrador). Duración aproximada: 143 min. En España se distribuyó una
copia de 109 min, según la licencia de exhibición de 1966. Estreno: Madrid:
24 de julio de 1967: Rialto, Fantasio, Fígaro; Barcelona; 3 de noviembre de
1967: Maryland.
Barbarroja (Akahige) (Japón, 1965)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Kurosawa Films (Tokio)/Toho
(Tokio), Productores: Tomoyuki Tanaka, Ryuzo Kikushima. Guión: Ryuzo
Kikushima, Hideo Oguni, Masato Ide, Akira Kurosawa. Basado en la novela
Akahige shinryodan de Shugoro Yamamoto. Fotografía: Asakazu Nakai,
Takao Saito. (Scope). Iluminación: Hiromitsu Mori. Música: Masaru Sato.
Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Yoshiro Muraki. Sonido:
Shin Watari, Hisashi Shimonaga. Intérpretes: Toshiro Mifune (Kyojio Niide.
Akahige), Yuzo Kayama (Noboru Yasumoto, el joven médico), Chishu Ryu
(padre de Noboru), Kinuyo Tanaka (su madre), Yoko Naito (Masae, la novia),
Ken Mitsuda (el padre de la novia), Yoshio Tsuchiya (Handayu Mori,
ayudante de Akahige), Tatsuyoshi Ehara (el ayudante Genzo Tsugawa), Reiko
Dan (Osugi), Kyoko Kagawa (la mujer loca), Kamatari Fujiwara (Rokusuke,
un viejo enfermo), Akemi Negishi (Okuni, su hija), Tsutomu Yamazaki
(Sahachi, novio de Okuni), Miyuki Kuwano (Onaka), Eijiro Tono (Goheiji),
Takashi Shimura (Tokubei tzumiya), Terumi Niki (Otoyo, joven
esquizofrénica), Haruko Sugimura (Kin), Yoshitaka Zushi (Chiji). Duración
aproximada: 185 min. Estreno: Barcelona: 14 de septiembre de 1967:
Arcadia; Madrid; 16 de noviembre de 1967: Infantas. Premios: Festival
Internacional de Cine de Venecia 1965: Mejor actor a Toshiro Mifune y
premio OCIC a la película; Semana Internacional de Cine Religioso y de
Valores Humanos de Valladolid 1967: Espiga de Oro al mejor largometraje.
Dodeskaden (Dodes’kad-en) (Japón, 1970)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Yonki no Kai (Tokio)/Toho (Tokio).
Productores: Akira Kurosawa, Keisuke Kinoshita, Kon Ichikawa. Masaki
Kobayashi, Yoichi Matsue. Guión: Akira Kurosawa, Hideo Oguni, Shinobu
Hashimoto. Basado en los cuentos de Shugoro Yamamoto del libro Kisetsu no
nai machi (Barrio sin sol). Fotografía: Takao Saito, Yasumichi Fukuzawa,
(Scope. Eastmancolor), Iluminación: Hiromitsu Mori. Música: Toru
Takemitsu. Montaje: Reiko Kaneko, Akira Kurosawa. Dirección artística:
Yoshiro Muraki, Shinobu Muraki. Sonido: Fumio Yanoguchi. Intérpretes:
Yoshitaka Zushi (Rokuchan, el chico loco), Kin Sugai (Okuni-san, su madre),
Junzaburo Ban (Shima, el lisiado), Kiyoko Tange (su mujer), Michio Hino
(Ikawa), Tappei Shimokawa (invitado), Keiji Furuyama (invitado), Hisashi
Igawa (Masuda, el obrero), Hideko Okiyama (Tatsu, su mujer), Kunie Tanaka
(Hatsutaro Kawaguchi, el otro obrero), Jitsuko Yoshimura (Yoshie, su mujer),
Shinsuke Minami (Ryotaro Sawagami), Yoko Kusunoki (Misao, su mujer),
Tatsuo Matsumura (Kyoto), Tsuji Imura (su mujer), Tomoko Yamazaki
(Katsuko, su sobrina), Masahiko Kametani (Okabe, empleado), Noboru
Milani (el mendigo), Hiroyuki Kawase (su hijo), Hiroshi Akutagawa (Hei, el
ciego), Tomoko Naraoka (Ocho, su mujer), Atsushi Watanabe (Tamba), Jerry
Fujio (Kumamba), Sanji Kojima (el ladrón), Masahiko Tanimura (So, el
vendedor de verduras), Kazuo Kato (el pintor), Akemi Negishi (chica),
Michiko Araki (chica del bar), Shoichi Kuwayama (dueño del restaurante),
Kamatari Fujiwara (el viejo), Hideaki Ezumi (el detective), Minoru Takashima
(el policía), Toki Shiozawa (la sirvienta). Duración aproximada: 244 min.
Copia distribuida en España en 1972: 138 min. Estreno: Madrid: 5 de julio de
1972: Pompeya.
Dersu Uzala o Dersu Uzala, el cazador (Dersu Uzala/Derusu
Usara) (URSS/Japón, 1975)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Mosfilm (Moscú)/Toho
(Tokio)/Nippon Herald Production (Tokio). Productores: Nicolai Shizov,
Yoichi Matsue. Director de Producción: Karlen Agadjanov. Guión: Akira
Kurosawa, Yuri Nagibin, Basado en los libros de viajes de Vladimir Arseniev.
Fotografía: Asakazu Nakai, Yuri Gantman, Fiódor Dobronravov. (Color,
70 mm). Música: Isaac Swarts. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección
artística: Yuri Raksha. Sonido: Olga Bulkov. Intérpretes: Maxim Munzuk
(Dersu Uzala), Yuri Solomin (Arseniev), Svetlana Danilchenko (su mujer),
Dima Kortichev (Vova, su hijo), Schemeikl Chokmorov (Jan Bao). Duración
aproximada: 141 min. Estreno: Madrid: 30 de octubre de 1976: Bellas Artes,
Dúplex 1. Premios: Oscar de la Academia de Hollywood a la mejor película
extranjera en 1975; Festival Internacional de Moscú 1975: Gran Premio y
premio FIPRESCI; Premio David de Donatello 1976 a la mejor película del
año; Círculo de Escritores Cinematográficos de España 1978: Mejor película
extranjera.
Kagemusha, la sombra del guerrero (Kagemusha, la sombra del
guerrero) (Japón/EE. UU., 1980)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Kurosawa Films (Tokio)/Toho
(Tokio)/Twentieth Century Fox (Los Angeles). Productores: Akira Kurosawa,
Tomoyuki Tanaka. Productores asociados: para la versión internacional:
Francis Ford Coppola, George Lucas. Productor asociado: Teruyo Nogami.
Coordinador de Producción: Inoshiro Honda. Guión: Akira Kurosawa,
Masato Ide. Supervisión de guión: Teruyo Nogami. Fotografía: Takao Saito,
Masaharu Ueda. (Panavision. Eastmancolor). Operadores: Kazuo Miyagawa,
Asaichi Nakai. Iluminación: Takeshi Sano. Efectos ópticos: Takehisa
Miyanishi, Akira Kondo. Música: Shinichiro Ikebe, interpretada por New
Japan Philharmonic Orchestra dirigida por Kotaro Sato. Montaje: Akira
Kurosawa. Dirección artística: Yoshiro Muraki. Decorados: Hatsumi
Yamamoto, Daisaburo Sasaki, Koichi Hamamura. Vestuario: Seiichiro
Momosawa. Maquillaje: Junjiro Yamada. Sonido: Fumio Yanoguchi.
Intérpretes: Tatsuya Nakadai (Shingen Takeda y su doble), Tsutomu
Yamazaki (Nobukado Takeda, hermano menor de Shingen), Kenichi Hagiwara
(Katsuyori Takeda, hijo de Shingen), Kohta Yui (Takemaru Takeda, hijo de
Katsuyori y heredero de Shingen), Hideji Otaki (Mosakage Yamagala, jefe de
armas del clan Takeda); generales del clan Takeda: Hideo Murata (Nobuhara
Baba), Takayuki Shiho (Masatoyo Naito), Shuhei Sugimori (Masanobu
Kosaka), Noboru Shimizu (Kasusake Atabe), Sen Yamamoto (Nobushige
Oyamada); sirvientes de Takeda: Jimpache Nezu (Sohachiro Tsuchiya,
chambelán), Kat Ato (Zenjiro Amemiya, chambelán), Yutaka Shimaka
(Jingaro Hora, chambelán), Eiichi Kanakubo (Okura Amari, paje). Yugo
Miyazaki (Mataichi Tamono, paje); concubinas de Takeda: Mitsuko Baisho
(Oyunokata), Kaori Momoi (Otsuyanokata); Kumeko Otowa (nodriza de
Takemaru), Naruhito Iguchi (sirviente de Takemaru). Daisuke Ryu (Nobunaga
Oda, señor de los territorios del Oeste), Tetsuo Yamashita (Nagahide Niwa,
ayudante de campo de Nobunaga), Yasuhito Yamanaka (Ranmaru Mori, paje
de Nobunaga), Masayuki Yui (leysasu Tokugawa, señor del territorio de
Mikawa), Yasushi Doshita (Kazumasa Ishikawa, ayudante de leysasu),
Noboru Sone (jefe de los samuráis de leysasu), Norio Matsui (Tadatsugu
Sakai, ayudante de campo de leysasu), Toshihiko Shimizu (Kenshin Uesugi,
señor del territorio de Echigo), Takashi Shimura (Gyobu Taguchi, delegado
de Nobunaga Oda), Kamatari Fujiwara (médico de Takeda), Toshiaki Tanabe
(Kugutsushi, espía disfrazado de marionetista), Yoshimitsu Yamaguchi
(vendedor de sal, espía al servicio de Tokugawa), Takashi Ebata (monje, espía
al servicio del clan Oda), Fujio Tokita (campesino), Akihiko Sugízaki
(tirador), Naeko Nakamura, Sumire Aoki, Ai Matsubara y Kumi Nanase
(sirvientes de las concubinas de Takeda), Senkichi Omura (palafrenero de
Takeda), Masatsugu Kuriyama (samurái cubierto de lodo). Duración
aproximada: 159 min. Versión original: 181 min. Estreno: 16 de febrero de
1981: Paz. Premios: Festival Internacional de Cine de Cannes 1980: Palma de
Oro (ex aequo con Empieza el espectáculo (All that Jazz), de Bob Fosse;
Premio de la Academia británica a la dirección 1981; Premio Cesar (Francia)
a la mejor película extranjera; Premio David di Donatello 1981 al mejor
director por la mejor película extranjera.
Ran (Ran) (Francia/Japón, 1985)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción; Greenwich Film Production
(París)/Herald Ace/Nippon Herald Films (Tokio). Productores: Surge
Silberman, Masato Hara. Productor ejecutivo: Katsumi Furukawa.
Coordinador de Producción: Hisao Kurosawa. Director general de
Producción: Ulrich Pickardt. Directores de producción: Satoru Izeki,
Seikichi Iizumi, Teruyo Nogami, Takashi Ohashi (colaborador). Consejero de
Dirección: lnoshiro Honda. Guión: Akira Kurosawa, Hideo Oguni, Masato
Ide, Adaptación libre de El rey Lear, de William Shakespeare. Fotografía:
Takao Saito, Masaharu Ueda. Colaboración de Asakazu Nakai. (Color).
Música: Toru Takemitsu. Dirección musical: Hiroyuki Iwaki. Interpretación
musical: Sapporo Symphony Orchestra en colaboración con Tokyo Concerts.
Montaje: Akira Kurosawa. Diseño de Producción: Yoshiro Muraki, Shinobu
Muraki. Decorados: Tsuneo Shimura, Osami Tonsho, Mitsuyuki Kimura, Jiro
Hirai, Yasuyoshi Ototake. Diseño de vestuario: Emi Wada, Maquillaje:
Shoshichiro Ueda, Tameyuki Aimi, Chihako Naito, Norikn Takamizawa,
Sonido: Fumio Yanoguchi, Sholaro Yoshida. Intérpretes: Tatsuya Nakadai
(Hidetora Ichimonji), Akira Terao (Taro Takaloru Ichimonji), Jimpachi Nezu
(Jiro Masatora Ichimonji), Daisuke Ryu (Saburo Naotora Ichimonji), Mieko
Horada (Kaede, mujer de Taro), Yoshiko Miyazaki (Sué), Kazuo Kato
(Kageyu Ikoma), Peter [Shinnosuke Ikshata] (Kyoami), Hitoshi Ueki
(Nobuhiro Fujimaki), Jun Tazakt (Seiji Ayabe), Norio Matsui (Shumenosuke
Ogura), Hisashi Igawa (Shuri Kurogane), Kenji Kodama (Samon Shirane),
Toshiya Ito (Mondo Naganuma), Takeshi Kato (Koyata Hatakeyama), Takeshi
Nomura (Tsurumaru), Masayuki Yui (Tango Hirayama), Heihachiro Suzuki
(general de Fujimaki), Reiko Nanjo y Sawako Kochi (concubinas de
Hidetora), Haruko Togo (dama de compañía de Kaede), Tokie Kanda y
Kumeko Otowa (damas de compañía de Sué). Duración aproximada: 160
min. Estreno en Madrid: 17 de enero de 1986: versión doblada: Palacio de la
Música, Cid Campeador; original subtitulada; California. Premios: Festival
Internacional de San Sebastián 1985: Premio OCIC; Academia británica de
cine 1987: Mejor película extranjera; Premio del Círculo de Escritores de
Londres 1987 al director del año; Premio David di Donatello 1986 al mejor
director película extranjera.
Sueños de Akira Kurosawa (Akira Kurosawa’s Dreams/Konna
yume wo mita) (Japón/EE. UU., 1990)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Akira Kurosawa USA/Warner
Bros. Presentada por Steven Spielberg. Productores: Hisao Kurosawa, Mike
Y. Inoue. Productores asociados: Allan H. Liebert, Seikichi Iizumi.
Coordinador de Producción: Izuhiko Suehiro. Director de Producción:
Teruyo Nogami. Consejero creación: Ishiro Honda. Guión: Akira Kurosawa.
Fotografía: Takao Saito, Masaharu Ueda. (Color). Efectos visuales
especiales: Industrial Light & Magic (Lucas Arts Entertainment Company),
Sony PCL (Tokio), Den-Film Effects (Tokio). Música: Shinichiro Ikebe.
Extractos de Escenas caucasianas, de Mijail Ippolitov-Ivánov interpretada por
Moscow Radio Symphony Orchestra, dirigida por Vladimir Fedoseev.
Montaje: Tome Minami. Dirección artística: Yoshiro Muraki, Akira
Sakuragi. Decorados: Koichi Hamamura. Diseño de Vestuario: Emi Wada.
Vestuario: Kazuko Kurosawa, Akira Fukuda, Yoko Nagano, Mitsuru Otsuka.
Maquillaje: Slioshichiro Ueda, Tameyuki Aimi, Norio Sano. Sonido: Kenichi
Benitani. Intérpretes: Sunshine Through the Rain (El sol brilla a través de la
lluvia): Mitsuko Baisho (madre), Toshihiko Nakano («Yo», como un niño);
The Peach Orchard (El huerto de los melocotoneros): Mitsunori Isaki («Yo»,
como un niño). Mie Suzuki (mi hermana); The Blizzard (La tempestad de
nieve): Akira Terao («Yo»), Mieko Harada (el hada de las nieves), Masayuki
Yui, Shu Nakajima y Sakae Kimura (montañeros); The Tunnel (El túnel):
Akira Terao («Yo»), Yoshitaka Zushi (el soldado Noguchi); Crows (Cuervos):
Akira Terao («Yo»), Martin Scorsese (Vincent van Gogh); MT. Fuji in Red (El
monte Fuji en rojo): Akira Terao («Yo)», Toshie Negishi (la madre), Hisashi
Igawa (ingeniero); The Weeping Demon (El ogro que lloraba): Akira Terao
(«Yo»), Chosuke Ikariya (el diablo); Village of the Watermills (La aldea de los
molinos de agua): Akira Terao («Yo»), Chishu Ryu (anciano de 103 años),
Tessho Yamashita, Misato Tate, Catherine Cadou, Mugita Endo, Ryujiro Oki,
Masani Sakurai, Masaaki Sasaki, Keiki Takenouchi, Kenio Toriki, Tokuju
Masuda, Masuo Amada, Shogo Tomomori, Ryo Nagasawa. Duración
aproximada: 119 min. Estreno: Madrid: 18 de mayo de 1990: versión
doblada: Palacio de la Música, Cid Campeador; original subtitulada:
California. Barcelona: Tívoli, Rex.
Rapsodia en agosto (Hachigatsu no Kyoshikyoku o Hachigatsu no
rapusodi) (Japón, 1991)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción; Kurosawa Productions/Shochiku
Film. Productor: Hisao Kurosawa. Productor ejecutivo: Toru Okuyama.
Productores asociados: Yoshio Inoue, Seikichi Iizumi. Supervisión de
Producción: Masahiko Kumada. Coordinador de Producción: Iwahiko
Suehiro. Director de Producción: Osamu Hosoya. Director asociado: Ishiro
Honda. Guión: Akira Kurosawa. Basado en la novela Nabe no Kada, de
Kiyoko Murata. Fotografía: Takao Saito, Masaharu Ueda. (Color), Música:
Shinichiro Ikebe. Extractos de temas de Antonio Vivaldi y Franz Schubert.
Montaje: Akira Kurosawa. Montadores asociados: Ryusuke Otsuho, Sugura
Muraki. Dirección artística: Yoshiro Muraki. Decorados: Tsuneo Shimura,
Tsuyoshi Shimizu, Ryoko Tomoya, Takanort Otodake. Diseño de Vestuario:
Kazuko Kurosawa. Vestuario: Yoko Nagano, Mitsuru Otsuka. Maquillaje:
Shoshichiro Ueda, Tameyuki Sómi, Noria Sano. Efectos especiales: Ichiro
Minawa, Masatashi Saito. Sonido: Kenichi Benitani. Intérpretes: Sachiko
Murase (Kane, la abuela), Hisashi Igawa (Tadao, hijo de Kane), Narumi
Kayashima (Machiko, su mujer), Tomoko Ohtakara (Tami, su hija), Mitsunori
Isaki (Shinjiro, su hijo), Toshie Negishi (Yoshie, hija de Kane), Choichiro
Kawarasaki (Noboru, su marido), Hidetaka Yoshioka (Tateo, su hijo). Mié
Suzuki (Minako, su hija), Richard Gere (Clark, sobrino de Kane). Duración
aproximada: 98 min.
Madadayo o No, todavía no o Espera un poco (Madadayo)
(Japón, 1993)
Dirección: Akira Kurosawa. Producción: Daiei / Dentsu / Kurosawa
Productions. Productores: Yasuyoshi Tokuma, Gohei Kogure, Yo Yamamoto,
Yuzo Irie. Productor ejecutivo: Hisao Kurosawa. Productor asociado:
Seikichi Iizumi. Guión: Akira Kurosawa. Basado en los escritos de Hyakken
Uchida. Fotografía: Takao Saito, Masaharu Ueda, (Color). Música:
Shinichiro Ikebe. Montaje: Akira Kurosawa. Dirección artística: Yoshiro
Muraki. Vestuario: Kazuko Kurosawa. Sonido: Hideo Nishizaki. Asesor
técnico: Inoshiro Honda. Intérpretes: Tatsuo Matsumura (el profesor), Kyoko
Kagawa (su mujer), Hisashi Igawa (Takayama, alumno), Joji Tokoro (Amaki,
alumno), Masayuki Yui (Kiriyama, alumno), Akira Terao (Sawamura,
alumno), Asei Kobayashi (Kameyama, alumno), Takeshi Kusaka (Kobayashi,
alumno). Duración aproximada: 134 min.
COLABORACIONES
Tsubasa no gaika (El triunfo de las alas) (Japón, Satsuo Yamamoto, 1942).
Guión.
Dohyosai (La fiesta del anillo de combate) (Japón, Santaro Marune, 1944),
Guión.
Appare Isshin Tasuke (Bravo, Isshin Tasuke) (Japón, Kiyoshi Saeki 1945).
Guión.
Jigoku no Kifujin (La dama del infierno) (Japón, Yotoyoshi Oda, 1949). Guión.
Tateshi Danpei (El maestro de armas) (Japón, Masahiro Makino, 1950). Guión.
Ai to nikushimi no kanata (Más allá del amor y del odio) (Japón, Senkichi
Taniguchi, 1951). Guión.
Ketto kagiya no tsuji (Desafío cerca de la tienda del cerrajero) (Japón, Issei
Mori, 1951), Guión.
Runaway Train (El tren del infierno) (EE. UU., Andrei Mikhalkov-
Konchalovsky, 1985). Guión.
Ame agaru (After the Rain) (Japón, Takashi Koizumi, 1999). Guión.
Umi wa miteita (El mar nos mira) (Japón, Kei Kumai, 2002). Guión.
PROYECTOS NO REALIZADOS
Der bittere Sieg des Samurai - Akira Kurosawa und seine Filme (Alemania,
Eva y Georg Bense, 1980).
La fortaleza escondida
COMPROMISE WITH HUMANISM.
The cinema of Akira Kurosawa
José Enrique Monterde
A useful conceptual and methodological precision about what we should
understand by the historicity of cinema serves as a doorway to the author’s
reflection on the historical references which can be traced in Kurosawa’s films.
Following a chronological order, the article concentrates on underlining the
moral rather than socio-political dimension, which hovers over the filmmaker’s
filmography while underlining its evolution from the more or less camouflaged
militarism of some of his first films until his concerns for the reconstruction of
Japan following its defeat (in his postwar movies) or tor the consequences of the
modernization of the country (in his last films). A last section indicates the more
Intimate nature of what could be called his testamentary films: Dreams and Not
Yet.
QUARTET IN BLACK.
Kurosawa’s thrillers
Antonio Weinrichter
Having separated into two blocks the only four thrillers directed by Kurosawa,
the author analyses the first two titles (from the forties), indicating their
connections with the American film noir and, from the sociological point of
view, with Italian neo-realism. The second part of the study analyses the two
movies in this genre made in the sixties, indicating the elements —mainly
ambiguity— linking the two previous thrillers while underlining their formal
differences with the visual expressionism of film noir.
GOOD INTENTIONS.
Three views of Russian literature by Kurosawa
Luis Miranda Mendoza
Following the chronological order of the three adaptations made by Kurosawa of
Russian writers, the author begins by analysing The Idiot (1951), underlining the
similarities existing between the filmmaker and Dosloievski with respect to their
respective understandings of the individual and of the human condition and to
the style they use to handle these subjects. He continues by underlining the
eminently existential rather than social character emerging from the
cinematographic adaptation of Underground before, in a last section, describing
the mechanisms used by Kurosawa to film Arseniev’s Dersu Uzala and explore
the meaning of the film.
A CELLULOID ARTIST.
Painting and colour in the work of Akira Kurosawa
Zigor Etxebeste Gómez
The influence of painting in cinema is a recurrent subject of cinematographic
studies and this article approaches the possible relations between Kurosawa’s
cinema and the art of painting, divided in three sections. In the first part, the
analysis is foeused on the various pictorial roots of Kurosawa’s image, whose
backgrounds are connected either to Orient or Occident. Related to this, the
second part observes those seven films made by the director since the
astonishing Dodeskaden in 1970, which peculiarity is the imaginative and
unique use of colour. Finally, in the last section appears an introduction of
Kurosawa as a painter, including few data of his relation with painting in his
youth and a brief commentary about his drawings and storyboards for his films,
from Kagemusha (1980) to his very last motion picture, Madadayo (1993).
Bajos fondos
Índice onomástico
1941: 117.
Ai no corrida (véase imperio de los sentidos, El).
Aienkyo (véase valle del amor y la tristeza, El).
AK: 121, 122, 123, 124, 127, 128.
Akahige (véase Barbarroja).
Akira Kurosawa’s Dreams (véase Sueños de Akira Kurosawa).
amor de la actriz Sumako, El: 64.
ángel borracho, El: 8, 11, 14, 50, 51, 55, 54, 55, 58, 64, 67, 87, 92, 98, 103,
107, 116, 117, 118, 140, 142, 160, 162, 163.
Animas Trujano: 117.
Asu o tsukuru hitobito (véase Los que construyen el porvenir).
Atraco perfecto: 153.
Bajos fondos: 13, 14, 57, 58, 59, 61, 64, 98, 102, 103, 119, 150, 160.
Barbarroja: 14, 15, 27, 53, 58, 65, 67, 70, 71, 98, 117, 119, 125, 133, 160, 161,
162, 163.
Blindman (véase justiciero ciego, El), bonheur, Le: 127.
Bram Stoker’s Dracula (véase Drácula de Bram Stoker).
canallas duermen en paz, Los: 14, 15, 16, 34, 48, 50, 51, 52, 55, 56, 78, 98.
cazador, El (véase Dersu Uzala).
Chi to daiamondo: 118,.
chicas, Las: 153.
Chusbingura: 116.
Citizen Kane (véase Ciudadano Kane).
Ciudadauo Kane: 158.
comulgantes, Los: 84.
Crónica de un ser vivo: 11, 12, 84, 85, 87, 88, 89, 90, 120, 153.
Cuatro confesiones: 22, 155.
Cuentos de Tokio: 108.
Madadayo: 19, 65, 72, 73, 77, 79, 81, 82, 87, 101, 107, 119, 120, 132.
Magnificent Seven, The (véase siete samuráis, Los).
más allá, El: 78.
más bella, La: 6, 116, 130, 131, 132, 133, 140.
Mala au hi made: 152.
Meet John Done (véase Juan Nadie).
Memento: 56.
Mercenario (véase Yojimbo).
Milagro en Milán: 16.
Miraccolo a Milano (véase Milagro en Milán).
Miyamoto Musashi (véase Samurái).
Miyamoto Musashi: Ichijoji no ketto (véase Samurái 2).
Miyamoto Musashi: Kettô Ganryû-jima (véase Samurái 3: Duelo en la isla
Ganryu).
Modern Times (véase Tiempos modernos).
Muhomatsu no issho (véase hombre del carrito, El).
Musa: 43.
mystère Koumiko, Le: 122, 127.
Ran: 12, 17, 23, 25, 30, 34, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 43, 46, 47, 48, 76, 77, 78, 79,
80, 82, 101, 105, 110, 119, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 127, 128, 160.
Rapsodia en agosto: 18 72, 73, 79, 81, 82, 85, 86, 87, 90, 102, 103, 138, 153.
Rashomon: 5, 6, 8, 10, 12, 19, 21, 22, 59, 77, 91, 92, 94, 95, 96, 97, 101, 102,
103, 105, 107, 117, 118, 135, 140, 150, 152, 153, 154, 155, 163.
Rebelión: 33, 41.
rey de los monstruos, El: 118,.
Rocco e i suoi fratelli (véase Rocco y sus hermanos).
Rocco y sus hermanos: 10.
Roma, città apena (véase Roma, ciudad abierta).
Roma, ciudad abierta: 139.
Ronin-gai: 32.
Rape, The (véase soga, La).
Sacrificio: 123.
Saikaku ichidai onna (véase vida de Oharu, mujer galante, La).
Samurái: 33, 116.
Samurái 2: 33.
Samurái 3: Duelo en la isla Ganryu: 33.
Sanjuro: 13, 15, 30, 31, 34, 39, 40, 41, 43, 105, 119, 162.
Sans soleil: 121, 122, 126.
Sanshiro Sugata (véase Sugata Sanshiro).
Seppuku (véase Harakiri).
Shatara (véase Shatterer).
Shatterer: 117.
Shichinin no samurái (véase siete samuráis, Los).
Shizukanaru ketto (véase Duelo silencioso).
Shubun (véase Escándalo).
Si j’avais quatre dromadaires: 122, 128.
siete magníficos, Los: 22, 33.
siete samuráis, Los: 11, 12, 22, 30, 31, 32, 33, 34, 39, 40, 41, 42, 44, 59, 71, 88,
99, 100, 101, 102, 103, 108, 113, 115, 117, 119, 132, 135, 142, 153, 156,
159, 160, 162.
soga. La: 56.
Sol rojo: 117.
soleil rouge, Le (véase Sol rojo).
Sospechosos habituales: 56.
Star Wars (véase guerra de las galaxias, La).
Subarashiki nichiyohi (véase domingo maravilloso, Un).
Sueños de Akira Kurosawa: 6, 18 72, 75, 76, 71, 78, 79, 80, 81, 82, 85, 86, 87,
103, 108, 113, 119, 138, 153.
Sugata Sanshiro: 117.
Sugata Sanshiro (véase leyenda det gran judo, La).
los que utilizan la estafa son peor que los otros. Bajo la cobertura de una
organización, cometen el mal hasta un punto inimaginable para la gente común.
He pensado que no era inútil desvelar las intrigas engendradas por este crimen.
Trabajando, sin embargo, he encontrado que había un límite no rebasable y que
no he podido ir hasta el final de mis intenciones. Detrás de los “cerdos” se
esconden las relaciones políticas que se encadenan unas a otras y cuyo
desvelamiento habría podido influenciar mi oficio. Estoy desolado por mi falta
de perseverancia en esto vía cuando comparo mi film con obras extranjeras de
este tipo, sobre todo americanos, que gozan de una gran libertad de palabra»,
en «Notes á propos de mes films», Eludes Cinématographiques, n.º 165-169, ed.
Minard, París, 1990, pág. 21. <<
[13] En ese sentido escribe Michel Estève: «Lejos de ser de orden social, el
nosotros Nagisa Oshima, por razones que todos recuerdan, a finales de los años
setenta del pasado siglo con motivo de su renombrada El imperio de los
sentidos (Ai no corrida, 1976). Otro tema aparte es el éxito de géneros como el
manga y ciertos dibujos animados de origen nipón. <<
[2] Burch, Noël: To the Distant Observer, Scolar Press, Londres, 1979. <<
[3] Kurosawa hablando del teatro Nô: «Hay en el Nô un cierto hieratismo: hay el
se ajusta muy bien a la opción espacial fundamental que sitúa en lo «alto» de una
colina que domina la ciudad la casa del acaudalado Gondo y «abajo», en los
«bajos fondos», el claustrofóbico tugurio en que vive el criminal. <<
[5] Burch, tan sensible a las opciones formales de Kurosawa, evaluará el
«contenido» del film (bien sintetizado en esta escena) con las siguientes
palabras: «Fiel a la ideología que ha dominado las películas de Kurosawa desde
sus inicios, ésta nos dice que “hay mucha miseria entre nosotros pero nuestra
policía es excelente” y que “un chófer puede ganar menos que un capitalista
pero la diferencia de clases puede borrarse mediante la buena voluntad y la
solidaridad humana”» (Op. cit., pág. 320). <<
[6] Deleuze, Gilles: «El aliento en Kurosawa: de la situación a la pregunta», en
entre 1500 y 1593, el país se vio asolado por numerosas guerras civiles entre
daimios (señores feudales) e, incluso, entre sus propios servidores, los ji-samurai
(terratenientes de ascendencia samurái, poseedores de tierras y ejércitos
personales). La estructura feudal del Japón atomizó el territorio en numerosos
señoríos, compactos e independientes, siempre en conflicto por razones políticas
y/o económicas. <<
[2] En unas declaraciones hechas por Akira Kurosawa al especialista italiano
Aldo Tassone con motivo del estreno de Ran, el autor de Dersu Uzala (1975)
confesaba: “Siempre he tenido una gran pasión por la historia y una
predilección particular por el siglo XVI. Por eso he ambientado en él tantos
filmes. (…) A veces, me sorprendo soñando cómo hubiese sido el Japón si
algunas personalidades excepcionales como Shingen Takeda, Nobugama Oda,
Hideyoshi, Motomari Mori, etc., no hubieran desaparecido tan pronto dejando
vía libre a los Tokugawa que, por intereses dinásticos, aislaron el país durante
casi tres siglos… Eran generales y políticos de primer orden, hombres de una
cultura abierta a todas las novedades; (…) tengo la impresión de que los
hombres de aquel siglo afortunado tenían otra talla. No se parecen a nuestros
políticos de hoy. Incluso físicamente eran más altos que nosotros: se ha
comprobado que los japoneses se han hecho más pequeños después de haber
sido 'esclavizados' durante siglos por los Tokugawa. Era una época llena de
fermentos y, por consiguiente, también de guerras: estábamos en vísperas de la
reunificación del país, y los distintos señores feudales se disputaban el primado.
Pero también fue una época de libertad excepcional: (…) esta libertad
estimulaba la iniciativa privada y la creatividad en todos los campos. Hubiera
querido vivir en aquel gran siglo…”. En Dirigido por…, n.º 131, diciembre de
1985, págs. 59-62. <<
[3] Artículo «El narrador. Reflexions sobre l’obra de Nikolni Leskov» (págs. 149-
Japón. Desde el ascenso de la clase samurái en el siglo XI, las artes marciales se
convirtieron en la forma más elevada de estudio, inspiradas por las enseñanzas
del zen y los sentimientos del shinto. Las primeras escuelas de kendo
aparecieron en Japón durante el periodo Muromachi (1338-1573),
consolidándose durante la época de paz del shogunato Tokugawa (1603-1867)
hasta la actualidad. El primer torneo de kendo se celebró en Tokio, en 1967, y
supuso su consagración como deporte de nivel internacional. La filosofía del
kendo puede sintetizarse en los siguientes puntos: moldear la mente y el cuerpo;
cultivar un espíritu vigoroso y, a través de un entrenamiento rígido, luchar por
conseguir la mejora del arte del kendo; estimar la cortesía y el honor;
relacionarse honestamente con los demás y perseguir el perfeccionamiento de
uno mismo. <<
[6] «No tenemos bastantes caballos. Llovía todo el tiempo. Los siete samuráis
n.º 11, enero 1993, págs. 64-67. Número dedicado al cine japonés. <<
[8] Forma del teatro japonés tradicional, cuyo origen se remonta al siglo XVII. Se
trata de una evolución profana y popular del teatro Nô, mucho más sofisticado y
reservado a la nobleza. Sus temas melodramáticos y épicos dan gran importancia
a la danza y las interpretaciones coreografiadas, a los trajes, los maquillajes y los
decorados. Sólo se admiten intérpretes masculinos incluso en los papeles
femeninos, encarnados por especialistas llamados oyama. <<
[9] Una de las más destacadas narraciones guerreras del periodo Kamakura,
titulada El cuento de los Heike (Heike Monogatari), escrito hacia el último tercio
del siglo XII, donde se cuenta las peripecias aventureras de Miyamoto Yohitsune,
quien aprende el ken-jutsu (arte de pelear con la espada) gracias a los Tengu,
seres mitológicos provistos de amplias alas y grandes narices, y celosos
guardianes de los secretos del ken-jutsu. En la traducción inglesa de Heten C.
McCullongh (Stanford University Press, 1998) puede apreciarse el estilo ágil y
tremendamente «físico» de tales relatos: «Y soltando sus flechas como
relámpagos mató a 12 de los soldados Heike y dejó heridos a 11 más… Se
descalzó, y saltando con los pies desnudos sobre las vigas del puente lo cruzó.
Todos tenían miedo en atravesarlo, pero él caminó por el puente roto como
quien pasea por la calle Ichijo o Nijo de la capital. Con su naginata (espada
enmangada) segó a cinco enemigos, pero al sexto lo partió de un tajo». <<
[10] Conocida también como «Los 47 ronin», La venganza de los cuarenta y
vía del guerrero, Editorial EDAF, col. Arca de Sabiduría, Madrid, 2002, págs.
19-20. Daidoji Yuzan Shigesuke vivió durante el siglo XV y pertenecía a una
distinguida familia de samuráis que afirmaba descender del clan Taira. Fue un
escritor prominente de su época —especialmente conocidas en Japón son sus
crónicas sobre la regencia de Ieyasu Tokugawa—, además de un respetado
experto en temas militares. El código del samurái, traducido por primera vez del
japonés a una lengua occidental (inglés) en 1941, presenta el código de honor
samurái mediante una serie de normas muy claras exigidas a los jóvenes
guerreros desde la segunda mitad del siglo XVI hasta el siglo XVIII. <<
[17] Por ejemplo, al inicio del film fantástico Kuroneko (1968), de Kaneto
Shindo, un grupo de samuráis vencidos en batalla, desarmados, hambrientos y
sin señor, saquean la modesta granja de dos mujeres solitarias, madre e hija, y
después de violarlas, las matan. Una práctica que ocasionalmente sucedía
también en tiempos de paz, como documenta el informe de un funcionario del
gobierno Fujiwara en el año 946: «Hay muchos samuráis que hacen un uso
ilegal del poder y de la autoridad, forman confederaciones, se ocupan
diariamente de ejercicios militares, reclutan y mantienen hombres y caballos so
pretexto de realizar cacerías, amenazan a los gobernadores de distrito, saquean
al pueblo común, violan a sus esposas e hijas, les roban sus bestias de carga y
las emplean para sus propios fines, interrumpiendo de este modo las actividades
agrícolas». <<
[18] Vidal Estévez, Manuel: Op. cit. n.º 4, pág, 46. <<
[19] La aparición que condena a Washizu es un cho-ken-ju-jiki-netsu-gaki,
duendes/fantasmas que comen los restos de las piras funerarias y el lodo de las
tumbas —de ahí las pilas de osamentas y carroña que circundan el lugar de sus
apariciones—, capaces de volar y hacerse invisibles a los ojos de los hombres.
Los gaki son susceptibles de ser vistos por los débiles de mente, los de escasos
conocimientos o los excesivamente impresionables. He aquí el porqué del
tortuoso vinculo existente entre Taketoki Washizu y el gaki. <<
[20] Yuzan, Daidoji: Op. cit., pág. 67. <<
[21] Vidal Estévez; Manuel: Op. cit., pág. 46. <<
[22] Tassone, Aldo: Op. cit., pág. 60. <<
[23] Citado por Yuzan, Daidoji: Op. cit., pág. 98. <<
[24] La homosexualidad entre los samuráis, a pesar de las evidencias históricas,
siempre ha sido un tema tabú en el Japón. Por eso, cuando se estrenó el film de
Nagisa Oshima Gohatto (1999), donde se abordan de manera directa las
relaciones sentimentales entre compañeros de armas —o más frecuentemente,
entre el sensei (maestro) y uno de sus deshi (alumno)—, la crítica nipona más
conservadora, ayudada por algunos sectores políticos, se echó encima del
realizador acusándolo de tergiversar la historia en aras del más puro
sensacionalismo. <<
[25] Tassone, Aldo: Op. cit., pág. 60. <<
[26] Otra de las formas de teatro tradicional del Japón pero, a diferencia del
kabuki, el Nô tiene unos orígenes mucho más antiguos, datados hacia principios
del siglo XIV, Próximo a la tradición budista, rico en símbolos antiguos y
herméticos, estaba reservado sólo a la nobleza. El refinamiento de todos los
elementos de su puesta en escena lo convierten en una completa obra de arte. <<
[27] Richie, Donald: Op. cit., pág. 170. <<
[28] El haiku es un poema tradicional japonés, con un limitado número de sílabas
último hombre (The Last Man Standing, 1996), donde John Smith (Bruce
Willis) llega con su destartalado Ford a un cruce de carreteras y hace girar sobre
sí misma una botella de whisky para escoger el camino a seguir. No en vano, Hill
hace de su gángster/matón a sueldo un auténtico ronin. <<
[33]
Kott, Jan: Apuntes sobre Shakespeare, Editorial Seix Barral, Barcelona,
1969. <<
[1] Grilli, Peter; Owens, David: «Film Notes», en Kurosawa. A Retrospective,
Berkeley y Los Angeles, 1965 3.ª ed.: 1996, pág. 141). <<
[3] Sato, Tadao: Currents in Japanese Cinema, Kodansha, Tokio, 1982, pág. 255.
<<
[4] Richie, Donald: Op, cit., pág. 143. <<
[5] Véase Desser, David: «Ikiru: Narration as a Moral Act», en Nolletti, A. y
posguerra, para lo cual encargó un guión a Eijiro Hisaita. La idea era trasladar la
acción a la isla de Hokkaido durante los primeros años del periodo Meiji. Pero,
al parecer, el paisaje siberiano resultó irreemplazable para el desarrollo del
relato, y el proyecto fue abandonado. Véase Yoshimoto, Mitsuhiro: Film Studies
and Japanese Cinema, Duke Universíty Press, 2000, pág. 344. <<
[7] Véanse entre otros los comentarios de Richie, Donald: The Films of Akira
entre el cine y el teatro, Susan Sontag citaba una lúcida tesis expuesta en el libro
Film And Theatre (1936) por Allardyce Nicoll: «Prácticamente todos los
personajes teatrales pintados con eficacia son prototípicos [en tanto] que en cine
exigimos individualización…». Dejemos constancia, eso sí, de que Sontag, en
este mismo texto, menciona Bajos fondos de Kurosawa como un ejemplo
logrado de adaptación cinematográfica de una obra teatral (cit. Sontag, Susan:
Estilos radicales. Suma de Letras, Madrid, 2002, pág. 166). <<
[1] Tassone, Aldo: Akira Kurosawa, Flammarion, París, 1990, traducido del
italiano por Brigitte Branche con la colaboración de Françoise Pieri. <<
[2] Pardo, José Luis: Deleuze: violentar el pensamiento, Editorial Cincel, Madrid,
1990. <<
[3] Deleuze, Gilles: La imagen-movimiento, Ediciones Paidós, Barcelona, 1984.
<<
[4] Ibídem, nota 3. <<
[5]
Yamada, Koichi: «Destin de Samourai», en Cahiers du cinéma, n.º 182,
septiembre de 1966. <<
[1]
Véase Aumont, Jacques: El ojo interminable: cine y pintura, Paidós,
Barcelona y Buenos Aires, 1997. <<
[2] De hecho, los pintores franceses de finales del siglo XIX que descubrieron el
características, aunque, para conectar las imágenes de Kurosawa con ella, nos
permitimos esta licencia, cuya finalidad es explicativa y no conclusiva, No nos
son ajenas las diferencias en el desarrollo de la pintura japonesa, y así vemos que
las primeras pinturas de los periodos Heian (794-1IS5) y Kamakura (1185-1333)
tienen ciertas peculiaridades que desaparecen, por ejemplo, en los pintores de la
tendencia Ukiyo-e (desarrollada sobre todo durante el siglo XVIII en los periodos
Edo o Tokugawa) tras años de evolución artística. <<
[4] Sólo recordar la borrachera cromática del barrio de chabolas de Dodeskaden
escribió sus teorías sobre el uso cinematográfico del mismo en dos textos
fundamentales: «Cine en color y cine coloreado» (1955) y la conferencia
«Imaginación y color» (1955). Publicados en castellano en Dreyer, Carl
Theodor: Sobre el cine, 40" Semana Internacional de Cine de Valladolid,
Valladolid, 1995, págs. 139-144 y 145-153 respectivamente. <<
[8] Kurosawa, Akira: Autobiografía, Fundamentos, Madrid, 1998 (2.ª edición),
pág. 126. El autor aquí se refiere a Gustave Courbet (1819-1877), pintor francés
creador de la escuela realista que planteó una respuesta al academicismo reinante
mediante la mirada directa sobre la realidad, sin idealizarla. <<
[9] Estas citas vienen recogidas en la presentación de la exposición «Les
storyboards de Akira Kurosawa», organizada por el 55.º Festival Internacional
de Cine de Cannes en 2002. <<
[1] Inuhiko, Yomota: «Transformation and Stagnation: Japanese Cinema in the
1990s», Art & Text, n.º 40, 1991, pág. 77. <<
[2] García Márquez, Gabriel: «Esperando el tifón», El País, 9 de junio de 1991.
313. <<
[7] Ehrlich, Linda C.: «The Extremes of Innocence: Kurosawa’s Dreams and
(ed,): Film: Book 2. Films of Peace and War, Grove Press, Nueva York, 1962,
págs. 67-86; reimpreso en Broderick, Mick (ed.): Hibakusha Cinema.
Hiroshima, Nagasaki and the Nuclear Image in Japanese Film, págs. 20-37. <<
[13] Richie, Donald: «“Mono no aware”: Hiroshima in Film», pág. 33. Véase
204; Prince, Stephen: The Warrior’s Camera. The Cinema of Akira Kurosawa,
págs. 163-164; y Yoshimoto, Mitsuhiro: Kurosawa. Film Studies and Japanese
Cinema, pág. 246. <<
[22]
Richie, Donald: The Films of Akira Kurosawa, pág. 112; Sato, Tadao:
Currents in Japanese Cinema, Kodansha International, Tokio, 1982, pág. 129;
Galbraith IV, Stuart: The Emperor and the Wolf The Lives and Films of Akira
Kurosawa and Toshiro Mifune, Faber and Faber, Nueva York y Londres, 2002,
pág. 217; y Shapiro, Jerome F.: Atomic Bomb Cinema. The Apocalyptic
Imagination on Film, págs. 291-292. <<
[23] El origen de su interpretación como una suerte de inesperado y simbólico
happy end parece encontrarse en Richie, Donald: The Films of Akira Kurosawa,
pág. 112. Para una interpretación probablemente más ajustada, véase Prince,
Stephen: The Warrior’s Camera. The Cinema of Akira Kurosawa, págs. 169-170.
<<
[24] Richie, Donald: The Films of Akira Kurosawa, pág. 114, y Galbraith IV,
Stuart: The Emperor and the Wolf. The Lives and Films of Akira Kurosawa and
Toshiro Mifune, pág. 221. La primera exhibición de Crónica de un ser vivo
tendría lugar en el marco de la Retrospectiva Kurosawa del Festival de Cine de
Berlín en 1961, donde despertaría un notable interés. <<
[25] Burch, Noël: To the Distant Observer. Form and Meaning in the Japanese
mismo considerado, sino como algo que guarda una estrecha relación orgánica
con los demás elementos de puesta en escena característicos de su autor, lo cual
nos llevaría a ramificar esta explicación y ampliarla a otros aspectos que se
encuentran íntimamente ligados con el que estamos abordando ahora, como
podría ser el sentido que Kurosawa tiene de la dirección de actores
(obligándonos a ahondar en la influencia de las formas teatrales japonesas
tradicionales dentro de su cine, como el kabuki y, sobre todo, el Nô); su empleo
del blanco y negro, tan abundante en su filmografía, y a continuación su personal
uso del color; o la influencia dramática de célebres autores occidentales, como
Shakespeare, Dostoievski o Gorki, etc., todo lo cual desbordaría el propósito
inicial de estas líneas. <<
[4] Zunzunegui, Santos: «Oriente y Occidente», en Creación, n.º 11, Madrid,
1994, pág. 60 (dentro del dossier Akira Kurosawa, coordinado por Manuel Vidal
Estévez). <<
[5] Adelantándose al Aki Kaurismäki de Hamlet liikemaailmassa/HamJet Goes
Cinema and the Traditional Arts: Imagery, Technique, and Cultural Context,
dentro del volumen colectivo Cinematic Landscapes. Observations on the Visual
Arts and Cinema of China and Japan (Linda C. Ehrlich y David Desser,
editores), University of Texas Press, Austin, 1994, pág. 174, según la cual la
utilización de la luz del sol en Rashomon vulnera el empleo tradicional de la luz
solar dentro del estilo pictórico nipón conocido como simbolismo de «pájaro y
flor», cultivado preferentemente entre los siglos XVI y XVIII. Dentro de este
movimiento pictórico, el sol siempre está relacionado con buenos augurios. En
cambio, en Rashomon la luz solar «caldea» negativamente el ambiente, en este
caso de cara a la consumación de la violencia del forajido sobre sus víctimas. <<
[11] González Requena, Jesús: «La tela de araña», publicado en Creación, n.º 11,
director nipón Sueños de Akira Kurosawa, que fue coproducida por Amblin
Entertaiment e Industrial Light and Magic, pertenecientes a Steven Spielberg y
George Lucas, respectivamente. <<
[3] Respecto a la influencia de Los siete samuráis en el cine americano posterior
Barcelona, 1994. Deleuze nos hace notar una constante en el cine de Kurosawa.
Los personajes de sus películas buscan desesperadamente una respuesta a una
situación concreta (en el caso de El perro rabioso, ¿dónde está la pistola
sustraída?). Pero, para llevar a buen término dicha búsqueda, el personaje debe
tomar conciencia de que la respuesta que busca contesta a una pregunta más
amplia (¿puede la miseria transformar a la gente honrada, llevándola a cometer
actos delictivos?). <<
[6] Tanizaki, Junichiro: El elogio de la sombra, Siruela, Madrid, 1999. <<
[1] Kurosawa, Akira: Autobiografía, Fundamentos, Madrid, 1989. <<
[2] Ibídem. <<
[3] Shirai, Yosliio: Mifune Toshiro. Saigo no samurái, Ed. Mainichi Shimbunsha,
Marker. Su autor, Toru Takemitsu, fue, casi dos décadas antes, responsable de la
música de Le mystère Koumiko (1965). Su primer cuarteto de cuerda se
escuchará a lo largo de AK, y así nos lo señala la narración del documental a
mitad de su metraje. <<
[3] Véase Lévy, Jacques: «Chris Marker: l’audace et l’honnêté de la subjectivité»,
octubre 1985, págs. 49-52, y L’Avant-Scène, n.º 403-404, junio-julio 1991, págs.
125-141. Esta última incluye, además del texto, la trascripción de los registros de
la voz de Kurosawa. Las citas literales de la narración que realizamos a lo largo
del texto están tomadas y traducidas de estas fuentes, y no de la versión de la
película que hemos manejado, doblada al castellano y emitida por TMC. <<
[11] Las formas de enunciación en primera persona en la obra de Marker son uno
Marker», en Jeune cinema, n.º 170, noviembre-diciembre 1985, págs. 1-4) para
toda la narración en general y la puesta en imágenes de un film que no parasita
nuestra mirada para la visión de Ran. <<
[13]
Recordemos que dos películas de Marker, La jetée (1962) y Si j’avais
quatre dromedaires, se construyen con imágenes fijas, tanto fotografías como
fotogramas extraídos de la filmación cinematográfica. <<
[14]
En Olympia 52 (1952), Marker había filmado a un brillante jinete que
devendría en el general Videla. <<
[15] El crítico del Monthly Film Bulletin (vol. 53, n.º 627, abril 1986, pág. 104)
indica la traducción del subtítulo como «El guerrero desconocido del monte
Fuji», que no aparece en la versión original, y éste constituye para él el momento
álgido de AK, aquél en que está más cerca de ser un film Marker, porque es un
momento enteramente inesperado y porque ofrece un comentario perfectamente
válido a la ignominia y el tedio de ser mostrado por el esquema de cosas de otro.
<<
[1] Kurosawa, Akira: Something like an Autobiography, Alfred A. Knopf, Nueva
Kurosawa Akira», en Cahiers du cinema, n.º 182, septiembre 1966, pág. 40. <<
[3] Véase Prince, Stephen: The Warrior’s Camera. The Cinema of Akira
Kurosawa, Princeton Universíty Press, Princeton, 1999 (2.ª edición), págs. 313 y
ss. <<
[4] Kurosawa, Akira: Op. cit., pág, 238. <<
[5]
Sadoul, Georges: «Existe-t-il un néoréalisme japonais?», en Cahiers du
cinema, n.º 28, noviembre 1953, pág. 14. <<
[6] Deleuze, Gilles: L’image-temps. Cinéma 2, Les Éditions de Minuit, París.
<<
[8] Shirai, Yoshio; Shibata, Hayao; Koichi, Yamada: Op. cit., pág. 37. <<
[9] Para mayor información véase Kurosawa, Akira: Op. cit., pág. 236. <<
[10] Shirai, Yoshio; Shibata, Hayao; Koichi, Yamada: Op. cit., pág. 40. <<
[1] Kurosawa, Akira: Something like an Autobiography. Alfred A. Knopf, Nueva
en TV)», en Dirigido por…, n.º 108, octubre 1983, pág. 52. <<
[4] «Pero, además, cuando estaba escribiendo el guión, un personaje totalmente
<<
[8] Ramasse, François: «La légende du gran judo et Scandale», en Positif
n.º 225, diciembre 1979, pág. 40. <<
[1] Tassone, Aldo: Akira Kurosawa, II Castora Cinema, Florencia, 1994, págs.
que «el inserto del arma que cae dulcemente en el humus suave y mullido vale,
por sí solo, por todos los filmes eróticos». Tassone, Aldo: Akira Kurosawa, La
Nuova Italia, Florencia, 1981 (citamos por la traducción francesa, Edilig, París,
I9S3, pág. 65). <<
[6] Ibídem, pág. 72. <<
[7] Para un análisis más detallado de la narración y de los diferentes puntos de
vista reflejados en los cuatro relatos que los protagonistas realizan de los hechos,
véase Richie, Donald: The Films of Akira Kurosawa, University of California
Press, Berkeley y Los Angeles, 1965, págs. 72-76. <<
[8] Véase Bazin, André: Le cinema de la cruaté, Flammarion, París, 1976
(traducción castellana de Beatriz Meunier de Galipienso: El cine de la crueldad,
Mensajero, Bilbao, 1977, págs. 203-206). <<
[1] Tassone, Aldo: Akira Kurosawa, Ed. Flammarion, París, 1990, pág. 235. <<
[2] Lourcelles, Jacques: Dictionnaire du Cinema. Ed. Robert Laffont, París, 1992,