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Como introduccin al tema, y para entender mejor la relacin que guardan entre
s las matemticas, la tecnologa y el aprendizaje, me permito plantear una
pregunta:
En qu contribuyeron las matemticas a que el hombre llegara a la
denominada era del conocimiento? Para contestar, es necesario, aunque sea
de manera simplista, distinguir algunas de las etapas por las que ha transitado el
hombre. Primero, debemos destacar que el ser humano fue nmada, que se
trasladaba de
una regin a otra buscando o persiguiendo su alimento. Despus, al tener mayor
conocimiento de la naturaleza, se convirti en recolector y pescador.
Cuando su conocimiento sobre el campo le permiti obtener su alimento de
manera sistemtica, se convirti en sedentario y as, con saber, pudo desarrollar
la agricultura.
Despus de muchos siglos, y con el desarrollo de la sociedad, el hombre se vio
en la necesidad de mecanizar la produccin del campo y de mejorar su
comunicacin. Con ello, increment a travs de las mquinas la produccin
agrcola. A travs de los libros pudo registrar, conservar y transmitir sus
conocimientos; hechos que le permitieron organizarse mejor y heredar su saber.
Al desarrollar la electrnica, el hombre logr transmitir voz e imagen a travs del
aire sin alambres.
Los artefactos como el telgrafo, el telfono, la radio, la televisin y otros, le
permitieron comunicarse en tiempo real y con todos los habitantes del planeta. A
travs de ello, logr tambin conocer el comportamiento de las partculas
subatmicas y de objetos remotos tales como las galaxias. As, contando con el
desarrollo de las telecomunicaciones, el conocimiento de los materiales y su
espritu emprendedor, el hombre viaj a la Luna e investig nuestro planeta y
otros sistemas solares. En sentido inverso, estudi lo infinitamente pequeo
como, por
ejemplo, las clulas. Hoy, el conocimiento del hombre es muy extenso y, gracias
en parte a las llamadas TICs, se duplica cada tres aos.
As pues, a travs de la electrnica, la telemtica y un artefacto llamado
procesador, el ser humano ha llegado a dominar el manejo, almacenamiento y
procesamiento de la informacin hasta llegar a la hoy mal llamada era del
conocimiento. Y digo mal llamada porque si revisamos el paso del hombre de
una era a otra, nos daremos cuenta de que ha sido el mismo conocimiento lo
que le ha permitido desarrollarse, es decir, que todas las eras han sido del
conocimiento. Entonces, quizs lo que se quiere decir este trmino es que, en la
actualidad, la informacin para construir ms conocimiento est al alcance de
todos.
Ahora bien, nuestro lector se preguntar y en esta perorata qu papel juegan
las matemticas? Desde un inicio el hombre, como parte de su instinto de
conservacin, desarroll el concepto de cantidad, con el que distingui entre uno
y varios, luego aprendi a medir algunas cosas como los soles o lunas para
llegar
casi las once y atraves Reforma totalmente resuelto, ya slo me faltaba dar un
paso para encontrarme en Oslo, cuando una mujer se me plant delante, se
colg de mi brazo y, aunque hubiera podido rechazarla (as lo hago casi
siempre), interpret su oferta como una sutileza del destino que en esta ocasin
no me bloqueaba el paso con granaderos o con una zanja, sino con un rato de
placer, y acept los trminos.
La mujer me llev por otras calles: por Ro Lerma o Ro Nazas, qu s yo: eran
calles expeditas por las que rpidamente llegamos a una casa con vitrales en las
ventanas y camas en todos los cuartos. Ella empez a desnudarse con
monotona, la piel de su vientre pareca un papel estraza arrugado: desnuda
haba perdido su atractivo: toda su sensualidad yaca ahora doblada sobre una
silla: tuve ganas de irme; pero al girar la cara repar en un par de tarjetas
postales que haba sobre el espejo de la cmoda: en ambas alguien haba
escrito la palabra "OSLO". De quin son?, pregunt. Ella hizo un gesto
indiferente. No s, dijo y empez a desabotonarme la camisa. Las puedo ver?
S... claro ...
La caligrafa resultaba completamente oscura; lo nico legible era la direccin:
Oslo # 9. La nueva coincidencia me estremeci, pues aquellas tarjetas -a juzgar
por el polvo y las puntas amarillentas- deban llevar ah mucho tiempo. Quin
las haba dejado? Qu relacin tena conmigo Oslo? La mujer se sent en la
cmoda y mi cara apareci en el espejo, las postales empezaron a sacudirse.
Podras preguntar de quin son las postales?, ped a la mujer como ltimo
favor, y la madame tampoco supo nada: Supongo, dijo, que son de alguna de las
chicas, pero no s. Si le gustan, puede llevrselas. Era ya casi de madrugada y,
salvo algn taxi espordico, el Paseo de la Reforma se encontraba desierto y
tambin Oslo: nadie me impeda pasar y, no obstante, como si hubiera una
pared invisible, me volv a detener en el punto de siempre: saqu de mi bolsillo
las postales y, a la luz de una lmpara de mercurio, las mir con atencin: Oslo #
9, no caba duda, pero quin viva ah?, qu decan esas letras garigoleadas
que hacan ilegible al destinatario? Un sudor fro me recorri las palmas de las
manos, pues, poco a poco, comparando las letras de una y otra postal, la
caligrafa comenz a abrirse y lo que le se transform en una descarga que me
cimbr de arriba a abajo: era mi propio nombre. Sent horror, mis instintos me
jalaban hacia Reforma; pero dominado por la curiosidad, por el deseo de
resolver de una vez por todas ese misterio, di un paso y sent que traspasaba la
barrera de mi vida, que mis piernas se iban estrellando al caminar y avanc,
inclinado hacia adelante como si enfrentara la fuerza del viento. Ante el nmero
9, levant la cara: una puerta de metal frente a la que tuve que decirme un
tartamudeado "clmate" y apretar los puos, pues todo el cuerpo me temblaba y
Al llegar a su casa, Ins escuch el impaciente sonido del telfono. Haba vuelto
de prisa, pues a medio camino repar en la falta de unos papeles sin los cuales no
poda presentarse en su despacho; vena molesta por el retraso: la maana iba a
desordenrsele y todas sus citas quedaran corridas. Quin llamara a esas
horas? Entr y se dirigi a la mesita donde el aullido intermitente comenzaba a
enronquecer.
Del otro lado de la lnea, Juan, sooliento todava, se acercaba con paso maquinal
a la estancia desde la que, a su vez, era convocado por los timbrazos del telfono:
se haba desvelado con los ltimos retoques de cierto retrato que deba entregar
por la tarde, y slo el taladro plaidero del aparato telefnico con su incansable
persistencia haba logrado resucitado del fondo del sueo. En el mismo instante,
ambos descolgaron el auricular: Bueno, dijo Ins. Bueno, dijo Juan. Con quin
quiere hablar?, preguntaron a un tiempo. Cmo que con quin quiero hablar?, si
es usted el que est llamando, replic Ins con un tono spero en el que se
adverta el disgusto.
Perdneme, repuso Juan de modo conciliador, despabilndose apenas, pero yo no
la he llamado: descolgu mi telfono porque sonaba, porque usted, creo, marc mi
nmero. Su voz, adormilada an, daba crdito a sus palabras, las revelaba
sinceras. As que Ins, extraada, pero admitiendo aquella explicacin, agreg
amablemente:
Pues a m me ha ocurrido otro tanto: mi telfono son y lo descolgu. Ambos
sonrieron y sin extenderse ms, intercambiaron sus disculpas.
Juan bostez, mir hacia el retrato recin terminado en la madrugada: una gota de
aceite vencida por la fuerza de gravedad se haba precipitado como una lgrima:
la cara regordeta que flotaba en el espacio del lienzo se haba arruinado. Tom un
trozo de estopa para absorber el exceso de humedad y, repasando el rostro con
unos pinceles limpios, corrigi el desperfecto; se felicit por el azar que lo haba
despertado justo a tiempo: antes de que la gota escurrida se hubiera secado
haciendo indispensable repintar el retrato y acaso hasta diferir su entrega.
Volvi a la cama complacido; pero ya no pudo conciliar el sueo o, por lo menos,
no pudo hundirse profundamente en l: los pensamientos ocupaban el lugar de las
imgenes, pensaba dormido en vez de soar: una larga conversacin con la mujer
del telfono lo mantuvo en estado de duermevela hasta la una de la tarde, cuando,
harto de tanta vuelta intil, decidi levantarse. En ese mismo momento, Ins
mostr a la pareja que tena ante su escritorio los papeles donde se estipulaban
las clusulas de un divorcio. Yo estoy de acuerdo, dijo el marido. Pues yo no, dijo
la esposa: la pensin alimenticia me parece baja. Bajo el treinta y cinco por
ciento!, dijo l indignado, a usted abogada, le parece bajo? Fue lo convenido,
respondi Ins; pero si la seora no est de acuerdo, les suplico pasen a discutirlo
al privado, y seal una puerta que abra a una salita adonde los esposos
entraron. Al quedarse sola, Ins clav la vista en su escritorio y le vino a la mente
el choque brutal que por la maana haba despedazado el automvil que iba
delante del suyo. Si cuando regres a mi casa no me hubiera entretenido ese
instante por culpa del telfono, ahora no estara aqu, pens, mientras que del
privado sala una retahla de injurias: Cuarenta por ciento o no firmo nada.
Juan afloj las uas que sujetaban el lienzo al caballete y llev el cuadro delante
del espejo del bao: los ojos le haban quedado chuecos; levant los hombros y
refirindose al retrato dijo: Qu feo ests cabrn; pero eres igualito a tu dueo. A
un lado del botiqun, en la repisa de porcelana adosada a la pared haba dos
cepillos de dientes: uno perteneca a Juan, el otro era el nico recuerdo que el
pintor conservaba de su ltima amante de planta: una morena de unos veinticinco
aos que se alquilaba de modelo y, eventualmente, segn soplara el viento, viva
tres
o
cuatro
meses
acompaando
a
alguien.
Juan le haba hecho decenas de bocetos, e incluso la haba dibujado de cuerpo
entero en una especie de acuarela pequea, utilizando su sangre menstrual.
Ahora, a un ao de distancia, nada sobreviva de aquel romance, salvo ese
desflecado cepillo que Juan, a veces por indolencia y a veces por la vaga
intencin de llegar a usarlo como pincel, dej olvidado en la repisa. Haca tiempo
que viva solo y, aunque de su vertiente de retratista sacaba ms de lo necesario
para irla pasando con holgura, no encontraba compaa, no digamos una mujer
que le restituyera el entusiasmo para pintar esos fragmentos de mundo que
alguna vez dese, sino siquiera una por quien tomarse la molestia de abdicar a la
mitad de su cama.
Estaba hastiado y slo de cuando en cuando haca el amor con alguna
muchachita insulsa que levantaba en la calle, cerca de una escuela, o con
prostitutas profesionales que respondan a sus jadeos con frases que lo instaban a
apurarse. El seor de rostro regordete qued feliz con el retrato y agreg a lo
pactado una propina que Juan se ech al bolsillo junto con la tarjeta de otro seor
interesado en que le hicieran una copia de la Maja desnuda de Goya. Esa noche,
cuando Juan prendi un cigarro y fue a tumbarse en el sof, frente a la nueva tela
que ya lo esperaba en el caballete, Ins en su departamento cerr el libro que lea,
apag la luz de la lmpara y, con las manos metidas debajo de la sbana, jal el
cobertor a la altura del cuello.
Ella tambin estaba sola: hara un par de aos su exesposo le haba dicho: Qu
tal si ahora que te recibas de abogada, llevas t misma nuestro asunto y disuelves
este vinculito legal que me tiene harto. Desde entonces, Ins, escarmentada por
las delicias del matrimonio, se haba prometido no volver a compartir su futuro ni
su presente con nadie, ya que su pasado, qu remedio, no poda enmendarlo. Al
principio, atormentada por la castidad, haba cedido a la insistencia de algunos
compaeros del trabajo, pero con tan lamentables resultados que hasta lleg a
extraar la eyaculacin precoz de su exesposo, pues a la insatisfaccin en que la
dejaban sumida sus fornicadores furtivos, tena que aadir la tosca vulgaridad de
sus modales y las nfulas de sobredotados con las que pretendan ocultar sus
prcticas de onanistas excesivos. Despus, prefiri sobreponerse a su necesidad
de compaa: los asuntos del despacho se multiplicaban sin cesar y, a fuerza de
escribir demandas, ir y venir a los juzgados, comparecer en las audiencias, retacar
su agenda de citas, asesorar legalmente a una multitud indeterminada de
miscelneas con problemas fiscales y, en ocasiones, desempearse como
defensora de oficio, logr desenvolverse en un mundo de conceptos jurdicos,
actuarios, peritos, testigos, jueces, demandantes y partes, en donde no caba ni
haca ninguna falta una persona real que pudiera ofrecerle un poco de ternura.
El telfono de Ins repiquete al pie de la lmpara de noche; no lo hizo con el
espasmdico sonido de siempre, sino con una intermitencia que pareca
desesperar a cada instante. Tambin el telfono de Juan se desat con
onomatopyicos timbrazos, obligndolo a separarse del lienzo que estaba
fondeando.
Bueno, dijo l con fastidio. Si?, respondi ella un tanto sobresaltada por lo
inopinado de la hora. Con quin quiere hablar?, pregunt Juan, e Ins reconoci
su voz.
-Oiga, no es usted el mismo que llam en la maana?
-Ah, es usted: de modo que se han vuelto a conectar nuestros telfonos.
-As parece, por lo visto las lneas estn enloquecidas ...
por sitios cada vez ms apartados. A diario se topaban con cientos de personas
que casualmente convergan con ellos en algn punto; pero ninguna era Juan,
ninguna era Ins: eran rostros ajenos, disfraces con los que la muchedumbre
pretenda en vano singularizase: caras que se olvidaban en el acto. Cada da era
ms insoportable que el anterior: el deseo de verse, de hundirse en una cama
juntos para llegar hasta el fondo del otro y saborearse el alma, se les volva ms
apremiante. Por la noche, la soledad los fermentaba, sus ojos giraban en el
remolino del insomnio; los abran, los cerraban, las ventanas comenzaban a
clarear, el amanecer los descubri sentados, medio muertos: el cansancio los
doblegaba como el pez a la caa de pescar.
Los dos sintieron que la antigua rutina volva instalarse, que por ms esfuerzos
que hicieran para propiciar un encuentro o por ms que esperaran el telfono no
sonara, pues no existan ya ni un espacio ni un tiempo comn para ellos. Y, sin
embargo, no podan regresar a sus vidas de siempre: en el despacho faltaba algo,
en el estudio faltaba algo en cada esquina y en cada caf haba un boquete un
agujero por el que se fugaban el brillo, la impaciencia y las ganas de vivir. Juan se
plantaba frente al caballete: de los pomos abiertos suba un perfume de aguarrs y
aceite de linaza. Ins abra el Cdigo Civil, revisaba en su memoria las causales de
divorcio. Todo era tan familiar, tan mortalmente repetitivo. Ah estaban el rojo
bermelln y el azul de Prusia el abandono de hogar y el adulterio, ese color azul
hecho de cianuro y esa demanda de machote hecha tantas veces. Ah estaba la
costumbre a sus anchas y, aunque en el ltimo momento, Ins concentr su
esperanza al descolgar el telfono slo para recibir una llamada equivocada, y
Juan comprendi que de ella no habra de conservar ni un cepillo de dientes
dejado por descuido en la repisa, ninguno de los dos hizo nada y, poco a poco,
ceidos por una curvatura del destino, dejaron de buscarse.