Está en la página 1de 17

Polmica: Dios juega o no juega a los dados?

Albert Einstein afirm: Dios no juega a los dados con el universo


Despus de ensear matemticas durante un breve periodo en Zurich, adquiri
la ciudadana suiza y en 1902 la Oficina de Patentes de Berna lo emple como
"experto tcnico en pruebas de tercera clase". En 1905 public cuatro
importantes trabajos de investigacin, incluyendo la primera parte de su
revolucionaria teora de la relatividad: la teora espacial.
Tambin dedujo matemticamente que la masa y la energa son intercambiables,
y expres esta idea en su ecuacin E = mc2. Esta teora, al mismo tiempo que
dio pauta a la invencin de la bomba atmica, revel el secreto de cmo brilla el
Sol. En efecto, ambos procesos son reacciones nucleares, en las que una
diminuta cantidad de masa del ncleo se libera en forma de luz y calor (energa).
En 1909 Einstein renunci a la Oficina de Patentes y pas algunos aos
enseando fsica terica en universidades de Berna, Zurich, Praga y finalmente,
en 1914, en la de Berln. En 1916, a mediados de la Primera Guerra Mundial,
public la segunda parte de la teora de la relatividad: la teora general.
En 1921 Einstein recibi el premio Nobel de Fsica, sobre todo por su trabajo
sobre el efecto fotoelctrico, que demostr que la luz no se desplaza en una
corriente continua, sino en "paquetes de ondas" separados llamados fotones.
Einstein decidi divulgar su obra, dedic algunos aos a viajar por el mundo y,
como l deca, "a silbar mi meloda de la relatividad". Ocup los encabezados de
los peridicos al afirmar que "Dios no juega a los dados con el universo", forma
extravagante de decir que existen sistemas que rigen el mundo material, pero
hay que descubrirlos.
En 1933, cuando Einstein se encontraba en Estados Unidos, Hitler ascendi al
poder en Alemania. El Fhrer no poda creer que "un simple judo" fuera el autor
de la teora de la relatividad. Lleg a afirmar que Einstein rob la idea,
tomndola de los papeles encontrados en el uniforme de un oficial alemn
muerto en la Primera Guerra Mundial.
En ausencia de Einstein, tropas de asalto quemaron sus libros, saquearon su
casa e incautaron su cuenta bancaria y los valores que su esposa tena en una
caja de seguridad.
Despus de eso, decidi radicar en Estados Unidos. Adquiri la ciudadana
estadounidense en 1941; 11 aos despus rechaz la presidencia de Israel y
declar que era "demasiado ingenuo" para dedicarse a la poltica. Muri en
Princeton. Nueva Jersey, en abril de 1955, y hasta el fin de su vida aborreci los
espeluznantes medios de aniquilacin que los fsicos nucleares haban
desatado. "Si hubiera sabido que mis teoras iban a conducir a tal destruccin",
afirm cierta vez, "hubiera preferido ser relojero."
LAS MATEMTICAS EN LA ERA DEL CONOCIMIENTO

Como introduccin al tema, y para entender mejor la relacin que guardan entre
s las matemticas, la tecnologa y el aprendizaje, me permito plantear una
pregunta:
En qu contribuyeron las matemticas a que el hombre llegara a la
denominada era del conocimiento? Para contestar, es necesario, aunque sea
de manera simplista, distinguir algunas de las etapas por las que ha transitado el
hombre. Primero, debemos destacar que el ser humano fue nmada, que se
trasladaba de
una regin a otra buscando o persiguiendo su alimento. Despus, al tener mayor
conocimiento de la naturaleza, se convirti en recolector y pescador.
Cuando su conocimiento sobre el campo le permiti obtener su alimento de
manera sistemtica, se convirti en sedentario y as, con saber, pudo desarrollar
la agricultura.
Despus de muchos siglos, y con el desarrollo de la sociedad, el hombre se vio
en la necesidad de mecanizar la produccin del campo y de mejorar su
comunicacin. Con ello, increment a travs de las mquinas la produccin
agrcola. A travs de los libros pudo registrar, conservar y transmitir sus
conocimientos; hechos que le permitieron organizarse mejor y heredar su saber.
Al desarrollar la electrnica, el hombre logr transmitir voz e imagen a travs del
aire sin alambres.
Los artefactos como el telgrafo, el telfono, la radio, la televisin y otros, le
permitieron comunicarse en tiempo real y con todos los habitantes del planeta. A
travs de ello, logr tambin conocer el comportamiento de las partculas
subatmicas y de objetos remotos tales como las galaxias. As, contando con el
desarrollo de las telecomunicaciones, el conocimiento de los materiales y su
espritu emprendedor, el hombre viaj a la Luna e investig nuestro planeta y
otros sistemas solares. En sentido inverso, estudi lo infinitamente pequeo
como, por
ejemplo, las clulas. Hoy, el conocimiento del hombre es muy extenso y, gracias
en parte a las llamadas TICs, se duplica cada tres aos.
As pues, a travs de la electrnica, la telemtica y un artefacto llamado
procesador, el ser humano ha llegado a dominar el manejo, almacenamiento y
procesamiento de la informacin hasta llegar a la hoy mal llamada era del
conocimiento. Y digo mal llamada porque si revisamos el paso del hombre de
una era a otra, nos daremos cuenta de que ha sido el mismo conocimiento lo
que le ha permitido desarrollarse, es decir, que todas las eras han sido del
conocimiento. Entonces, quizs lo que se quiere decir este trmino es que, en la
actualidad, la informacin para construir ms conocimiento est al alcance de
todos.
Ahora bien, nuestro lector se preguntar y en esta perorata qu papel juegan
las matemticas? Desde un inicio el hombre, como parte de su instinto de
conservacin, desarroll el concepto de cantidad, con el que distingui entre uno
y varios, luego aprendi a medir algunas cosas como los soles o lunas para
llegar

a un lugar. Posteriormente, aprendi a contar y, por necesidad, dise un


sistema de numeracin al que despus le agreg signos. As, poco a poco, pudo
hacer operaciones, medir de manera ms precisa y analizar patrones.
Debemos destacar que todo inici de forma binaria: da o noche, hay o no hay,
blanco o negro, cero o uno y que, gracias a esto y al desarrollo de la electrnica,
hoy es posible procesar, a la velocidad de la luz, muchos ceros y unos con los
que formamos letras y nmeros y que a su vez se transforman en palabras y
operaciones. Es decir, el hombre ha utilizado los nmeros para disear los
lenguajes de cmputo con los que se configura la Internet, que es el principal
medio de difusin del conocimiento.
LAS TECNOLOGAS Y EL APRENDIZAJE DE LAS MATEMTICAS
Si la tecnologa se define como el hacer algo con el apoyo de aparatos,
instrumentos o artefactos, entonces podemos decir que, en las matemticas, el
uso de la tecnologa es tan antiguo como ellas mismas. As pues, en un inicio el
hombre usaba piedras para contar: por cada objeto que deseaba contar
guardaba un guijarro en una bolsa y, para saber cuntos objetos tena, sacaba
los guijarros de la bolsa, mismos que representaban tal cantidad. En este caso,
tanto los guijarros como la bolsa eran la tecnologa. Claro, luego se invent el
sistema de numeracin y los signos que lo representan, y la bolsa y piedras
fueron obsoletas.
Despus de conocer bien el sistema de numeracin decimal, el baco fue usado
como una tecnologa para hacer operaciones y de la misma manera podemos
ubicar a la regla de clculo, las calculadoras y las computadoras. Estos
artefactos fueron los instrumentos que nos ayudaron a emplear las matemticas,
sin embargo, no podemos afirmar que hayan sido stos los que nos ayudaron a
aprenderlas.
Los elementos que nos ayudan a aprender las matemticas son el conocimiento
de sus bases y principios; por ejemplo: la teora de los nmeros, las leyes de las
operaciones bsicas, los enunciados de Euclides, las leyes de los signos, la
teora de los lmites, etc. Los artefactos slo nos ayudan a procesar ms rpido
las matemticas y, slo cuando stos nos ayudan a entender mejor sus bases y
enunciados, se consideran como apoyo para en el aprendizaje. As, el trmino
tecnologa para el aprendizaje no es exclusivo de las computadoras, pues de
igual manera se aplica a un libro. Sin embargo, en la actualidad se habla de la
Internet, el e-mail, los foros en lnea, los blogs, las wikis, las apps, etc. como si
stas fueran las nicas tecnologas para el aprendizaje.
Desde mi punto de vista, debemos distinguir tres formas de usar las nuevas
tecnologas como apoyo en el aprendizaje de las matemticas:
a) Como medio para adquirir informacin. Consultar un tema, un concepto,
un dato o lo que se nos ocurra a travs de un buscador en Internet, puede
arrojar como resultado millones de sitios, dependiendo de las palabras que se
ingresen.

Este mar de informacin nos puede indigestar e incluso perder en informacin


inservible o con falaz. Por ello, es muy importante tener en cuenta algunas
recomendaciones para realizar una bsqueda en Internet:
1. Teclear en el buscador nicamente las palabras clave que describan el tema
buscado. De otra manera, tendremos acceso a mucha informacin que no nos
interesa.
2. Comprobar la veracidad de la informacin obtenida. Para ello es necesario
aplicar la prueba de las tres Cs:
Confiabilidad. Buscar a los responsables de la informacin o las referencias que
sustentan la informacin. Incluso en ocasiones conviene mandar correos y
establecer comunicacin con los autores. Existen organizaciones confiables de
las que no se duda como la http://science.nasa.gov o www.inegi.com.mx.
Congruencia. Siempre es recomendable detenerse a analizar la informacin y
cuestionar su sustento y lgica. Esto se logra con el conocimiento de tema o la
comparacin de informacin en otras fuentes. Se dice que si hay tres que digan
lo mismo de diferente manera, la informacin es confiable.
Consistencia. La informacin en una fuente electrnica debe ser consistente y
slida. Esto slo se puede obtener al analizarla con calma y observar si no hay
contradicciones en sus afirmaciones, fuentes y visiones.
3. Guardar una copia de la informacin. Puesto que la informacin en Internet no
es permanente, es decir, que las pginas que nos han servido de referencia y
que utilizamos como material de consulta pueden desaparecer en cualquier
momento, es recomendable guardar una copia de la misma.
b) Como instrumento para practicar, usar o aplicar lo aprendido. Cuando
en la red encontramos un juego, una aplicacin o un sitio con problemas que nos
permitan aplicar lo que estamos aprendiendo, en ese momento estaremos
usando las nuevas tecnologas para contribuir al aprendizaje.
A continuacin doy algunos ejemplos:
1. Si usted sienta a un nio de tres aos de edad frente a una computadora con
un juego en el que con el mouse puede librar a un conejito de caer en una
trampa. El nio slo necesita saber cmo se mueve el ratn y dnde le oprime
para que el conejo no caiga en la trampa. En no ms de cinco minutos, el nio
aprende y domina el juego. Un ejemplo de esto se encuentra en el sitio
http://www.todoeducativo.com o si desea un juego para que aprender a sumar,
consulte http://www.tojuegos.com. En saber sugerir, consiste la gran fineza
pedaggica. Henri Fderk Amiel
2. Existen varios software con los que se puede trazar un dibujo y obtener
despus la curva y la ecuacin del mismo. ste mtodo prctico resulta muy
interesante para los estudiantes de geometra analtica quienes as aprenden
sobre las ecuaciones lineales y cuadrticas, las rectas y las cnicas. Un ejemplo
de esto se encuentra en sitio www.geogebra.org
3. Existen muchos sitios dedicados a la enseanza de las matemticas en los
que, adems de informacin y orientacin sobre diversos temas, se incluyen
aplicaciones para entender mejor los conceptos que se tratan. Por ejemplo,
puede
consultar el proyecto Descartes del Instituto de Tecnologas Educativas del
Ministerio
de
Educacin
del
Gobierno
Espaol
en:
http://recursostic.educacion.es/descartes/web/

c) Como medio para intercambiar opiniones y experiencias sobre el tema


aprendido entre pares. En diferentes investigaciones se ha destacado que uno
de los puntos dbiles del aprendizaje en lnea es la sensacin de soledad de los
alumnos. Aparentemente, esta sensacin se debe a la falta de compaeros con
quienes poder socializar el aprendizaje ya que las actividades para aprender por
medio de la computadora slo implican el uso del medio y no la interaccin en el
contexto de los alumnos. Otro elemento que contribuye a esa soledad es que el
poco uso que se hace de los canales de comunicacin como los blogs o foros. A
travs de ellos, los estudiantes pueden intercambiar informacin con otros
estudiantes o especialistas y es posible promover el aprendizaje colaborativo,
estrategia de enseanza que ha comprobado ser muy efectiva en el aprendizaje
de las matemticas. Existe gran cantidad de foros en los que estn discutiendo y
dando opiniones sobre los temas ms raros, elementales y avanzados de
matemticas. En los foros, blogs y chats no slo podemos aprender en
compaa de otros estudiantes, sino que podemos hacer amigos con los que
aprenderemos mucho ms. Algunos ejemplos de estos foros son:
http://rinconmatematico.com/foros/
http://grupos.emagister.com/foro_matematicas/7108
http://www.educasites.net/matematicas.htm
http://aportes.educ.ar/matematica/foro/bienvenidos_al_f
oro_de_matemat.php
http://www.fmat.cl/
http://matematicos168.foroactivo.net/
http://www.rediris.es/list/info/edumat.html
Dios s juega a los dados
(Oscar de la Borbolla)
Hay una calle en la ciudad de Mxico por la que nunca haba podido caminar:
no es que lo considerara imposible, pero las veces que lo intent, alguna
persona me bloque el camino: tropezaba con ella y, tras hacer una serie de
fintas intiles por la derecha o por la izquierda, terminaba por desistir, pues sus
movimientos por esquivarme se correspondan con los mos haciendo que me
sintiera ridculo como si estuviera danzando ante un espejo; me refiero a esa
estrecha calle llamada Oslo que sale al Paseo de la Reforma muy cerca del
ngel.
No soy supersticioso, pero lo inexplicable de ciertas coincidencias tambin me
hace dudar de la simple razn positivista que reduce el mundo a una mera
estantera de laboratorio y, por ello, nunca me haba propuesto refutar esa brizna
de magia de la calle Oslo y, tal vez, luego de comentarla con mi esposa hasta
me habra olvidado; pero toc la suerte de que un restaurante, inscrito en esa
calle, se convirtiera en el lugar de moda para resolver toda clase de negocios y
que ah me citaran con regular frecuencia. Nunca pude acudir: cuando no haba
un retn de granaderos que responda a mis splicas con aquello de rdenes
son rdenes, haban levantado unas mamparas o excavado una zanja de varios

metros que materialmente cancelaba cualquier posible acceso.


Caminar por esa calle, dar siquiera unos pasos hasta el restaurante, se me
convirti en una obsesin, pues, los dems s llegaban puntuales a las citas y el
nico incumplido y hasta "irresponsable" resultaba ser yo. Perd muchos
negocios; en la oficina fui tachado de informal y, por supuesto, nadie tom en
serio mis explicaciones.
Obviamente, al principio, cruz por mi cabeza la idea de que en aquellas
coincidencias se manifestaba el poder oscuro del destino, pero la desech:
preocupaciones ms prosaicas consuman mi inters: dejar plantadas a las
personas que me esperaban, sufrir las prdidas econmicas por no firmar
oportunamente un contrato, sobrevivir a los disgustos de mi jefe, pues, sobre
todo, me preocupaba conservar mi empleo, ya que tena la responsabilidad de
mantener a mi familia: a mis dos hijos y a mi esposa. Y as, sin aceptar plena y
conscientemente la absurda hip tesis de un destino empeado en prohibirme
pasar por esa calle, ni desentenderme por completo de esa creencia, haca
hasta lo imposible porque mis citas fuesen en otros sitios, en otros restaurantes,
en donde los clientes quisieran, pero no en Oslo.
En cuanto cambi el lugar de los encuentros, se normaliz mi eficiencia y, salvo
algunas burlas desagradables y ciertos cuchicheos oficinescos por mi
"oslofobia", recuper la estima de mi jefe y dej de causar preocupaciones a mi
esposa. Oslo no tena por qu formar parte de mi vida: era una callecita
secundaria, no una gran avenida cuya privacin me pusiese en jaque vial:
bastaba con incluida entre las cosas que me causan alergia: los mariscos, el
polen, la penicilina, para quitarme de problemas. Sin embargo, y tal vez porque
ni en mi casa volv a mencionar el asunto, la curiosidad me fue prendiendo, me
daba de vueltas por la noche: sera verdad que una fuerza extraa me cerraba
el paso? El nmero de coincidencias que me lo haban impedido, no era acaso
prueba suficiente? Y por qu esa calle y no otra? Qu poda yo encontrar all
para que el azar se tomara tantas molestias?
No soy proclive a fantasear, pero algunas noches, antes de perderme en el
sueo, mi imaginacin se iba volando y lo mismo me miraba muerto en Oslo que
rodeado de las ms estrafalarias recompensas por haber vencido los obstculos.
Pensamientos de este tipo comenzaron a prolongar mi duermevela haciendo
que cada da me despertara ms cansado: ms cansado y ms harto, pues por
muy misterioso que fuera sentir la mano del destino, no por ello dejaba de ser
menos estpida la prohibicin de cruzar una calle. Sera el destino o una
simple retahla de casualidades sin sustancia? De la extraeza transitaba al
fastidio y de ste a la certeza de que, hubiese o no una voluntad sobrenatural, el
impedimento exista, as que un sbado en la noche decid salir de dudas: eran

casi las once y atraves Reforma totalmente resuelto, ya slo me faltaba dar un
paso para encontrarme en Oslo, cuando una mujer se me plant delante, se
colg de mi brazo y, aunque hubiera podido rechazarla (as lo hago casi
siempre), interpret su oferta como una sutileza del destino que en esta ocasin
no me bloqueaba el paso con granaderos o con una zanja, sino con un rato de
placer, y acept los trminos.
La mujer me llev por otras calles: por Ro Lerma o Ro Nazas, qu s yo: eran
calles expeditas por las que rpidamente llegamos a una casa con vitrales en las
ventanas y camas en todos los cuartos. Ella empez a desnudarse con
monotona, la piel de su vientre pareca un papel estraza arrugado: desnuda
haba perdido su atractivo: toda su sensualidad yaca ahora doblada sobre una
silla: tuve ganas de irme; pero al girar la cara repar en un par de tarjetas
postales que haba sobre el espejo de la cmoda: en ambas alguien haba
escrito la palabra "OSLO". De quin son?, pregunt. Ella hizo un gesto
indiferente. No s, dijo y empez a desabotonarme la camisa. Las puedo ver?
S... claro ...
La caligrafa resultaba completamente oscura; lo nico legible era la direccin:
Oslo # 9. La nueva coincidencia me estremeci, pues aquellas tarjetas -a juzgar
por el polvo y las puntas amarillentas- deban llevar ah mucho tiempo. Quin
las haba dejado? Qu relacin tena conmigo Oslo? La mujer se sent en la
cmoda y mi cara apareci en el espejo, las postales empezaron a sacudirse.
Podras preguntar de quin son las postales?, ped a la mujer como ltimo
favor, y la madame tampoco supo nada: Supongo, dijo, que son de alguna de las
chicas, pero no s. Si le gustan, puede llevrselas. Era ya casi de madrugada y,
salvo algn taxi espordico, el Paseo de la Reforma se encontraba desierto y
tambin Oslo: nadie me impeda pasar y, no obstante, como si hubiera una
pared invisible, me volv a detener en el punto de siempre: saqu de mi bolsillo
las postales y, a la luz de una lmpara de mercurio, las mir con atencin: Oslo #
9, no caba duda, pero quin viva ah?, qu decan esas letras garigoleadas
que hacan ilegible al destinatario? Un sudor fro me recorri las palmas de las
manos, pues, poco a poco, comparando las letras de una y otra postal, la
caligrafa comenz a abrirse y lo que le se transform en una descarga que me
cimbr de arriba a abajo: era mi propio nombre. Sent horror, mis instintos me
jalaban hacia Reforma; pero dominado por la curiosidad, por el deseo de
resolver de una vez por todas ese misterio, di un paso y sent que traspasaba la
barrera de mi vida, que mis piernas se iban estrellando al caminar y avanc,
inclinado hacia adelante como si enfrentara la fuerza del viento. Ante el nmero
9, levant la cara: una puerta de metal frente a la que tuve que decirme un
tartamudeado "clmate" y apretar los puos, pues todo el cuerpo me temblaba y

no tena la entereza para tocar el timbre. Finalmente llam.


Atnito es la palabra, pues del otro lado apareci mi esposa con una actitud de
completa naturalidad: me salud como si nada, me pregunt que por qu no
usaba mis llaves y yo, como un autmata, pas la puerta: los mismos cuadros,
los mismos muebles, las mismas fotografas; como si nos hubiramos mudado
de casa haca mucho tiempo y todo estuviese ya habituado al nuevo espacio. No
dije nada, pero mi esposa not mi estado de consternacin y, suponiendo que
hubiese tenido algn problema pregunt: Pas algo malo? No, dije separando
apenas los labios, y los nios? Estn dormidos, dijo ella. Dnde?, pregunt
angustiado: quera verlos antes de aclarar aquella situacin. Estaban acostados
en sus camas de siempre, aunque el color de la habitacin era otro. No los
destapes, los vas a despertar, dijo ella y me arrastr fuera del cuarto. Qu
tienes? Ests muy plido. Me la qued viendo fijamente: los mismos ojos, la
misma voz y mientras ms familiar la descubra ms me aterraba. Te sientes
mal?, volvi a preguntarme. No ... no tengo nada, dije buscando una explicacin,
una respuesta lgica. Tiene que ver con esa calle, verdad?, dijo ella con el tono
de preocupacin que haba hecho que dejara de hablarle de Oslo. Cul calle?,
pregunt ms angustiado. Cmo que cul? dijo ella, la calle de Pino, sa por la
que segn t no puedes pasar. .. Las piernas se me doblaron: Pino era la calle
donde estaba mi verdadera casa, donde yo viva con ella, con ella? Qu
hemos platicado acerca de Pino?, pregunt con dificultad. Me prometiste que
ibas a dejar esas tontas ideas, me respondi. Qu te he dicho de la calle de
Pino?, insist casi a gritos. Clmate, por favor, dijo ella llorando, me habas
prometido no preocuparte ms por eso. Por la calle de Pino?, pregunt.
S, s, por esa maldita calle, dijo tratando de abrazarme. La rechac y sal de la
casa como un loco. Hace varios meses que intento llegar a la calle de Pino, esa
pequea calle que est en la colonia Florida y que corre paralela a la avenida
Churubusco, esa calle donde, ahora lo s, estn mi esposa y mis hijos, mi
verdadera casa, pero no lo logro: siempre hay algo que se interpone: una
patrulla me detiene, alguien me asalta, las calles me traicionan, me llevan a otra
parte, siempre acabo lejos, en un punto cualquiera de la ciudad. Estoy viviendo
en Oslo, y estoy seguro de que en Pino hay alguien que, como yo, todos los das
intenta regresar a su casa.

Las esquinas del azar


(Oscar de la Borbolla)

Al llegar a su casa, Ins escuch el impaciente sonido del telfono. Haba vuelto
de prisa, pues a medio camino repar en la falta de unos papeles sin los cuales no
poda presentarse en su despacho; vena molesta por el retraso: la maana iba a
desordenrsele y todas sus citas quedaran corridas. Quin llamara a esas
horas? Entr y se dirigi a la mesita donde el aullido intermitente comenzaba a
enronquecer.
Del otro lado de la lnea, Juan, sooliento todava, se acercaba con paso maquinal
a la estancia desde la que, a su vez, era convocado por los timbrazos del telfono:
se haba desvelado con los ltimos retoques de cierto retrato que deba entregar
por la tarde, y slo el taladro plaidero del aparato telefnico con su incansable
persistencia haba logrado resucitado del fondo del sueo. En el mismo instante,
ambos descolgaron el auricular: Bueno, dijo Ins. Bueno, dijo Juan. Con quin
quiere hablar?, preguntaron a un tiempo. Cmo que con quin quiero hablar?, si
es usted el que est llamando, replic Ins con un tono spero en el que se
adverta el disgusto.
Perdneme, repuso Juan de modo conciliador, despabilndose apenas, pero yo no
la he llamado: descolgu mi telfono porque sonaba, porque usted, creo, marc mi
nmero. Su voz, adormilada an, daba crdito a sus palabras, las revelaba
sinceras. As que Ins, extraada, pero admitiendo aquella explicacin, agreg
amablemente:
Pues a m me ha ocurrido otro tanto: mi telfono son y lo descolgu. Ambos
sonrieron y sin extenderse ms, intercambiaron sus disculpas.
Juan bostez, mir hacia el retrato recin terminado en la madrugada: una gota de
aceite vencida por la fuerza de gravedad se haba precipitado como una lgrima:
la cara regordeta que flotaba en el espacio del lienzo se haba arruinado. Tom un
trozo de estopa para absorber el exceso de humedad y, repasando el rostro con
unos pinceles limpios, corrigi el desperfecto; se felicit por el azar que lo haba
despertado justo a tiempo: antes de que la gota escurrida se hubiera secado
haciendo indispensable repintar el retrato y acaso hasta diferir su entrega.
Volvi a la cama complacido; pero ya no pudo conciliar el sueo o, por lo menos,
no pudo hundirse profundamente en l: los pensamientos ocupaban el lugar de las

imgenes, pensaba dormido en vez de soar: una larga conversacin con la mujer
del telfono lo mantuvo en estado de duermevela hasta la una de la tarde, cuando,
harto de tanta vuelta intil, decidi levantarse. En ese mismo momento, Ins
mostr a la pareja que tena ante su escritorio los papeles donde se estipulaban
las clusulas de un divorcio. Yo estoy de acuerdo, dijo el marido. Pues yo no, dijo
la esposa: la pensin alimenticia me parece baja. Bajo el treinta y cinco por
ciento!, dijo l indignado, a usted abogada, le parece bajo? Fue lo convenido,
respondi Ins; pero si la seora no est de acuerdo, les suplico pasen a discutirlo
al privado, y seal una puerta que abra a una salita adonde los esposos
entraron. Al quedarse sola, Ins clav la vista en su escritorio y le vino a la mente
el choque brutal que por la maana haba despedazado el automvil que iba
delante del suyo. Si cuando regres a mi casa no me hubiera entretenido ese
instante por culpa del telfono, ahora no estara aqu, pens, mientras que del
privado sala una retahla de injurias: Cuarenta por ciento o no firmo nada.
Juan afloj las uas que sujetaban el lienzo al caballete y llev el cuadro delante
del espejo del bao: los ojos le haban quedado chuecos; levant los hombros y
refirindose al retrato dijo: Qu feo ests cabrn; pero eres igualito a tu dueo. A
un lado del botiqun, en la repisa de porcelana adosada a la pared haba dos
cepillos de dientes: uno perteneca a Juan, el otro era el nico recuerdo que el
pintor conservaba de su ltima amante de planta: una morena de unos veinticinco
aos que se alquilaba de modelo y, eventualmente, segn soplara el viento, viva
tres
o
cuatro
meses
acompaando
a
alguien.
Juan le haba hecho decenas de bocetos, e incluso la haba dibujado de cuerpo
entero en una especie de acuarela pequea, utilizando su sangre menstrual.
Ahora, a un ao de distancia, nada sobreviva de aquel romance, salvo ese
desflecado cepillo que Juan, a veces por indolencia y a veces por la vaga
intencin de llegar a usarlo como pincel, dej olvidado en la repisa. Haca tiempo
que viva solo y, aunque de su vertiente de retratista sacaba ms de lo necesario
para irla pasando con holgura, no encontraba compaa, no digamos una mujer
que le restituyera el entusiasmo para pintar esos fragmentos de mundo que
alguna vez dese, sino siquiera una por quien tomarse la molestia de abdicar a la
mitad de su cama.
Estaba hastiado y slo de cuando en cuando haca el amor con alguna
muchachita insulsa que levantaba en la calle, cerca de una escuela, o con
prostitutas profesionales que respondan a sus jadeos con frases que lo instaban a
apurarse. El seor de rostro regordete qued feliz con el retrato y agreg a lo

pactado una propina que Juan se ech al bolsillo junto con la tarjeta de otro seor
interesado en que le hicieran una copia de la Maja desnuda de Goya. Esa noche,
cuando Juan prendi un cigarro y fue a tumbarse en el sof, frente a la nueva tela
que ya lo esperaba en el caballete, Ins en su departamento cerr el libro que lea,
apag la luz de la lmpara y, con las manos metidas debajo de la sbana, jal el
cobertor a la altura del cuello.
Ella tambin estaba sola: hara un par de aos su exesposo le haba dicho: Qu
tal si ahora que te recibas de abogada, llevas t misma nuestro asunto y disuelves
este vinculito legal que me tiene harto. Desde entonces, Ins, escarmentada por
las delicias del matrimonio, se haba prometido no volver a compartir su futuro ni
su presente con nadie, ya que su pasado, qu remedio, no poda enmendarlo. Al
principio, atormentada por la castidad, haba cedido a la insistencia de algunos
compaeros del trabajo, pero con tan lamentables resultados que hasta lleg a
extraar la eyaculacin precoz de su exesposo, pues a la insatisfaccin en que la
dejaban sumida sus fornicadores furtivos, tena que aadir la tosca vulgaridad de
sus modales y las nfulas de sobredotados con las que pretendan ocultar sus
prcticas de onanistas excesivos. Despus, prefiri sobreponerse a su necesidad
de compaa: los asuntos del despacho se multiplicaban sin cesar y, a fuerza de
escribir demandas, ir y venir a los juzgados, comparecer en las audiencias, retacar
su agenda de citas, asesorar legalmente a una multitud indeterminada de
miscelneas con problemas fiscales y, en ocasiones, desempearse como
defensora de oficio, logr desenvolverse en un mundo de conceptos jurdicos,
actuarios, peritos, testigos, jueces, demandantes y partes, en donde no caba ni
haca ninguna falta una persona real que pudiera ofrecerle un poco de ternura.
El telfono de Ins repiquete al pie de la lmpara de noche; no lo hizo con el
espasmdico sonido de siempre, sino con una intermitencia que pareca
desesperar a cada instante. Tambin el telfono de Juan se desat con
onomatopyicos timbrazos, obligndolo a separarse del lienzo que estaba
fondeando.
Bueno, dijo l con fastidio. Si?, respondi ella un tanto sobresaltada por lo
inopinado de la hora. Con quin quiere hablar?, pregunt Juan, e Ins reconoci
su voz.
-Oiga, no es usted el mismo que llam en la maana?
-Ah, es usted: de modo que se han vuelto a conectar nuestros telfonos.
-As parece, por lo visto las lneas estn enloquecidas ...

-S, as parece ... Oiga, de todas formas, me da gusto escuchada.


-Pues, a decir verdad, tambin a m: tengo algo que agradecerle ...
-No me diga, a m su telefonema me permiti arreglar cierto trabajo que traa entre
manos
...
-Pues a m. ..
A partir de esa noche las llamadas se hicieron frecuentes: por lo menos una vez al
da ambos telfonos sonaban. Trataron de evitarlo: reportaron las lneas a la
central telefnica y acudieron los tcnicos a revisar los aparatos, pero no
descubrieron ningn dao: tal vez en algn punto los cables se juntaban; pero era
imposible saberlo, adems no ocurra siempre: las otras llamadas entraban y
salan con absoluta normalidad. Tuvieron que desistir. Tuvieron que aceptar esas
llamadas caprichosas y, con el transcurso de las semanas, hasta se hicieron a la
idea de que el azar de esas conversaciones era inevitable. A veces platicaban
largo y tendido porque los dos tenan tiempo y estaban solos y, en ocasiones, de
forma rpida pero corts, se despedan pretextando algn asunto urgente. Y
aunque algo como la amistad empez a germinar entre ellos, ninguno de los dos
quiso nunca enterarse ni del nmero ni del nombre del otro. Aquellas llamadas
casuales les parecan estupendas as: hablar con un desconocido de ciertas
preocupaciones sin revelar fatuos detalles personales lo consideraban casi
mgico: un regalo de la pura fortuna que se echara a perder en el caso de que
dependiera de un acto voluntario. Dejarse en el anonimato los invitaba a confesar
con soltura los pliegues y escondrijos de sus vidas puestas a salvo por la
clandestinidad de una madeja inextricable de lneas telefnicas trenzadas.
Pero el azar, no contento con reunidos en el laberinto de voces que entelaraan la
ciudad, no conforme con ponerlos en contacto en la madrugada para hacerlos
decir: Ah, es usted, estaba dormida, yo tambin y hasta luego; no satisfecho con la
broma de crearles una expectativa de desahogo cada que el telfono sonaba,
decidi juntados en las calles, en los cines, en los teatros, en los restaurantes y en
cuanto lugar se le antoj. Primero no lo notaron: Ins cruz con su portafolios de
la acera este a la acera oeste de la Avenida de los Insurgentes y, obligada por los
arbustos del camelln, tuvo que caminar hacia Juan que vena de poniente a
levante, hacia ese punto al que ella corra. Permanecieron un minuto dndose la
espalda: el rugido de docenas de autos y camiones los mantuvo ah, sitiados, a
poco menos de un metro uno del otro, sofocndose con el humo de las gasolinas
y el diesel. Al otro da, Juan ocup el asiento nmero 17 de la fila D en la sala de
un teatro, y ella, a la tercera llamada entr con su boleto nmero 18 de la fila D.
Dos horas estuvieron codo a codo respirando el mismo aire viciado, sonriendo y

complacindose con el personaje que se dejaba or en los parlamentos del actor;


dos horas con la atencin enfocada al proscenio que simultneamente los
vinculaba y los aislaba levantando una pared de indiferencia entre ellos; dos horas
rozndose, sin sospechar siquiera que el compaero de butaca era el interlocutor
desconocido con quien esa noche comentaran la obra por telfono y compartiran
el asombro de haber asistido a la misma funcin.
Los encuentros se sucedieron con tanta frecuencia como las llamadas telefnicas
y sus caras se les volvieron familiares, como las de antiguos camaradas de
escuela o de vecinos que concurren a horas precisas a la esquina donde se
venden peridicos o al estanquillo al que se va por cigarros. Ins fue la primera en
darse cuenta de que aquel hombre se le presentaba hasta en la sopa. Ella era
mejor fisonomista y la figura de l resultaba fcilmente identificable: alto,
desgarbado y con unos rasgos que Ins no tuvo inconveniente en juzgar
agradables. Luego, fue Juan quien se fij en Ins, en la inexplicable frecuencia de
sus apariciones. Vestida por lo regular con estilos sastres que la hacan lucir un
poco aseorada, se la hallaba en la cola de los bancos, en el ascensor del edificio
pblico del que l sala tras entrevistarse con el funcionario que le haba pedido
una copia ms sensual, ms ertica de la Maja de Goya; con la cabeza mejor
encajada, usted me entiende. En aquella ocasin, Juan le cedi el paso y tuvo que
saltar fuera del elevador para que las puertas no lo prensaran, castigando as una
gentileza inusual en l. Ms tarde, volvieron a coincidir en un caf del centro: sus
mesas estaban encontradas y al levantar la vista no pudieron reprimir una sonrisa
seguida de un leve gesto de saludo. En el norte, en el sur, en todos los rumbos de
la ciudad de Mxico se vean. Le pareci atractiva, quiz un tanto baja de estatura,
con los labios carnosos y los ojos enormes; aunque en definitiva no era su tipo:
demasiado seria para hacer juego con las paredes bohemias de su estudio,
tapizadas de un lado al otro de libreros, cuadros, repisas con dolos de jade y
botellas de ron a medio vaciar.
Una vez so con ella: Ins disfrazada de maja con un vestido negro de siete
velos y una chalina azul sobre los hombros, se materializ en un cuarto de hotel, y
Juan, con una navaja de afeitar, le rasg el vestido que se parti en dos como una
cscara de nuez dejando al descubierto un cuerpo blanco, tenso y espantado por
un fro instantneo. So con ella, y so tanto, que ambos se despertaron a
medianoche, cada uno en su casa, por completo intranquilos y deseando que
sonara el telfono porque, para ese momento, ya haban adivinado que la mujer
que estaba en todas partes era la misma que llamaba, y que el hombre que la
segua como su sombra era el mismo que hablaba a cada rato.

Sin embargo, los telfonos se mantuvieron muertos, intilmente enraizados al


muro con sus cables: ni un campanillazo, ni un sonido, nada. Amaneci despacio.
Juan pens que esa nostalgia por ella, que esa necesidad de oda eran una
ridiculez. i siquiera la conoca, ignoraba su nombre, no tena ninguna prueba para
apoyar su creencia de que la mujer que a diario encontraba y la del telfono fueran
la misma: aquella voz no corresponda con aquel rostro y, aunque fuesen una,
haba un abismo, un barranco de asegunes entre la mujer que el azar le pona
todos los das delante y aquella con quien acababa de soar. Este sueo es una
estupidez, se dijo. Estoy hecho un imbcil evocando a esa mujer que de seguro a
estas horas est dormida con otro galn. Y otro tanto le pasaba a Ins por la
cabeza: haba despertado con el cabello revuelto: su camisn yaca desgarrado en
el piso. Ella no crea en casualidades: los constantes encuentros con ese hombre
y las llamadas telefnicas deban ser parte de un plan. Soy una tonta, se dijo, ni
siquiera con mis vecinos me tropiezo tan a menudo. Lo pertinaz de ese azar
contradeca al sentido comn y cualquier ley de las probabilidades. No haba
inocencia. La inocencia, ella lo saba por su profesin, era lo ms sencillo de fingir
y, aunque l se mostrara tan sorprendido como ella cuando en cada
desembocadura de una calle se cruzaban, esa cara de asombro deba ser una
mera fachada tras la que ocultara algn propsito trivial: la intencin de
desfogarse juntos.
Ins decidi romper el juego. La sensacin que le produjo el sueo en el que Juan
la haba amado, fue demasiado vvida hasta muy entrada la maana. Era una
sugestin estpida que le impidi concentrarse y le rest inteligencia a su trabajo.
Al salir del despacho, ya convencida de que Juan la espiaba para aparecrsele en
cualquier sitio, dirigi su automvil por avenidas nuevas, cerciorndose por el
espejo retrovisor de que no la seguan; se alej de su trayecto acostumbrado e
inclusive, para hacer tiempo y no volver en su casa a la hora en que el telfono
sola sonar, se detuvo en un bar del camino. Sin embargo, ah estaba Juan con un
vaso de ron entre las manos, un cerro de colillas apagadas en el cenicero y con la
vista fija en ella. Cmo la esperaba all, si ni siquiera ella habra sido capaz de
prever su decisin de ltimo momento? l tambin se sorprendi. Por razones
anlogas a las de Ins haba dejado su estudio: no quera recibir llamadas, sino
despejarse de la imagen recurrente que todo el da se haba estado asomando
como una obsesin en los trazos de la Maja que intentaba pintar. Los pinceles, en
franca rebelda, no daban el volumen vasto de la Maja que no serva para
satisfacer los gustos vulgares del funcionario que le hizo el encargo. Juan la invit
a sentarse. Ins vacil: no saba si aceptar o salir huyendo de esa urdimbre de

casualidades que la arrinconaban. Juan pronunci la nica frase que poda


retenerla:
Le juro que no la he seguido. Yo tampoco, respondi ella a la defensiva y tomo
asiento. Sobre la mesita se extendi un silencio mucho ms explicativo que
cualquier cosa que pudieran decirse. l repar en ciertos detalles de la silueta de
Ins que corroboraban la precisin del sueo, y ella ruborizndose mir las manos
de Juan: exactamente iguales a las que la haban acariciado. Al notarlo, Juan
pregunt: Tambin usted so conmigo, verdad? Ins asinti contrayendo los
labios: no haca falta decir ms, para qu referirse a las llamadas telefnicas, los
continuos encuentros, el tejido de hiptesis que cada cual haba bordado, si
ambos estaban al tanto, si todo, hasta los sueos, lo rega la suerte. La fuerza de
esa evidencia hizo que se experimentaran como un par de conejos cados en una
trampa, como dos muecos enredados por unas cuerdas toscamente visibles.
No quiero prestarme a este juego, dijo ella, es absurdo. Ms bien, dijo l, es un
juego muy serio, un juego trgico ... El destino?, dijo Ins irnica y recuperando
su incredulidad. S, el destino, repiti Juan y se qued pensativo. No me haga rer,
no soy una boba a la que va a embelesar con la historia de que nacimos el uno
para el otro, de que existe un poder sobrenatural que se ha propuesto unimos.
Entonces, cmo explica tantas coincidencias? Yo no necesito explicarme nada y,
para demostrrselo, vea cmo soy capaz de irme, cmo no hay nada que me ate a
esta silla, y se puso de pie.
Esa noche Ins descolg el telfono para asegurarse de que nadie la perturbara y
coloc ante s la demanda de divorcio que deba corregir: ya no era el treinta ni el
cuarenta por ciento lo que exiga la esposa, sino el cincuenta por ciento del salario
del marido. Las cosas que pasan, se dijo y de un tirn redact el nuevo convenio.
En los das que siguieron, Ins procur eludir las esquinas del azar y se rehus a
responder el telfono. Con todo, a la menor oportunidad se topaba con Juan:
cuando haca el rodeo ms largo o cuando tomaba el camino ms corto, ah
apareca l: parado debajo de un semforo o cruzando la calle delante de ella.
Adems, su imagen, su voz y, sobre todo, sus manos se le presentaban en la
pantalla del televisor, en los expedientes que deba estudiar, en la pared de su
despacho donde colgaba su ttulo de Licenciada en Derecho, en cada rincn al
que diriga la vista y en los sueos, principalmente en los sueos. No haba noche
en la que no fuera perseguida por unos lobos endiablados o por una bruja
montada en su escoba o por una pandilla de lanceros en la que no surgiera l,
siempre estaba l al final de un tnel o a la vuelta de un recodo o detrs de una

puerta. Con frecuencia se descubra pensando en la frase que le dijo en el bar:


Un juego muy serio. Esta frase y las llamadas telefnicas y los encuentros
accidentales eran como un martillo, como una hacha que golpeaba en los
cimientos de su vida edificada por entero sobre los asuntos del despacho, en el ir
y venir de su casa a los tribunales y de los tribunales a las miscelneas y de las
miscelneas a su oficina y de la oficina a los cdigos y de los cdigos al carajo. Su
vida aclimatada, su vida estable, su vida que reposaba en los conflictos de sus
clientes, en las querellas de sus clientes, en laboriosas declaraciones fiscales y en
un sistema en el que la mordida, el regalo y la sonrisa eran capaces de aplazar los
tiempos o de adelantar los sellos en las oficialas de partes o de inclinar los fallos
de la justicia: toda la inspida naturalidad de su vida se vino abajo como un rbol
tronchado o como una alacena abarrotada de trastos de loza corriente.
Juan tasaje el cuadro de la Maja, bebi una botella de ron y fue a dar a un
tugurio donde confundi a una mujer ligera con una pitonisa: le pregunt por el
significado de la vida, si crea en los designios, en el destino, en la providencia, en
la buena y en la mala suerte; pero la mujer se lo qued viendo e hizo una sea a
unos padrotes que fumaban en la oscuridad: Llvense a este tipo, les dijo, est
muy pacheco. El cielo estaba nublado: no haba luna, lo nico que descollaba
eran las luces rojas de las antenas de los edificios. Maldito firmamento, dijo Juan,
y se qued tirado en la banqueta. Haca una semana de su entrevista con Ins y,
salvo habrsela encontrado en rpidos cruceros, no haba podido hablar con ella:
cuando el telfono llamaba corra hacia l, pero del otro lado o no haba nadie o
era el seor de cara regordeta que le avisaba de un nuevo amigo interesado en un
retrato o era el funcionario de la Maja a quien daba largas. Ins sucumbi a la
tenacidad del azar. Era intil seguir escondindose, intil proseguir con esa
resistencia. Haba descuidado su trabajo, haba perdido el apetito y el sueo,
haba amasado una cadena de torpezas que pona en peligro su emergente
prestigio profesional. Sali a la calle dispuesta a encontrarse con l: fue al bar, se
estacion en la esquina donde lo haba visto por ltima vez, lleg puntual a su
casa para contestar el telfono; pero cuando ella entr, l sali a buscarla, cuando
l se present en el bar, ella lo aguardaba en la esquina, cuando l fue al teatro,
ella subi en el ascensor y cuando l baj del ascensor, ella estaba en el caf del
centro mirando una silla vaca. Aquella persecucin se volvi un infierno cada vez
ms desesperante, pues los dos intuan que tal como le suceda a uno le estara
pasando al otro. La ciudad de Mxico era un maldito laberinto de cruceros a
destiempo, de caminos que no coincidan y cada cual maldijo no haber averiguado
nunca la direccin del otro, su nmero telefnico o su nombre. Conforme
transcurrieron los das, la necesidad de verse fue en aumento, hacindoles errar

por sitios cada vez ms apartados. A diario se topaban con cientos de personas
que casualmente convergan con ellos en algn punto; pero ninguna era Juan,
ninguna era Ins: eran rostros ajenos, disfraces con los que la muchedumbre
pretenda en vano singularizase: caras que se olvidaban en el acto. Cada da era
ms insoportable que el anterior: el deseo de verse, de hundirse en una cama
juntos para llegar hasta el fondo del otro y saborearse el alma, se les volva ms
apremiante. Por la noche, la soledad los fermentaba, sus ojos giraban en el
remolino del insomnio; los abran, los cerraban, las ventanas comenzaban a
clarear, el amanecer los descubri sentados, medio muertos: el cansancio los
doblegaba como el pez a la caa de pescar.
Los dos sintieron que la antigua rutina volva instalarse, que por ms esfuerzos
que hicieran para propiciar un encuentro o por ms que esperaran el telfono no
sonara, pues no existan ya ni un espacio ni un tiempo comn para ellos. Y, sin
embargo, no podan regresar a sus vidas de siempre: en el despacho faltaba algo,
en el estudio faltaba algo en cada esquina y en cada caf haba un boquete un
agujero por el que se fugaban el brillo, la impaciencia y las ganas de vivir. Juan se
plantaba frente al caballete: de los pomos abiertos suba un perfume de aguarrs y
aceite de linaza. Ins abra el Cdigo Civil, revisaba en su memoria las causales de
divorcio. Todo era tan familiar, tan mortalmente repetitivo. Ah estaban el rojo
bermelln y el azul de Prusia el abandono de hogar y el adulterio, ese color azul
hecho de cianuro y esa demanda de machote hecha tantas veces. Ah estaba la
costumbre a sus anchas y, aunque en el ltimo momento, Ins concentr su
esperanza al descolgar el telfono slo para recibir una llamada equivocada, y
Juan comprendi que de ella no habra de conservar ni un cepillo de dientes
dejado por descuido en la repisa, ninguno de los dos hizo nada y, poco a poco,
ceidos por una curvatura del destino, dejaron de buscarse.

También podría gustarte