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Blasfemia

"En origen la blasfemia era una palabra injuriosa, en general, y ese sentido se mantiene aún en la segunda acepción del diccionario"

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Madrid

La blasfemia la nombraron los griegos y la palabra, casi intacta, pasó por el latín y llegó al castellano con el dígrafo ph, 'blasphemia', que se convirtió poco después en nuestra efe. En origen la blasfemia era una palabra injuriosa, en general, y ese sentido se mantiene aún en la segunda acepción del diccionario. Pero pronto se la apropiaron las religiones para definir las expresiones injuriosas contra lo sagrado. Y la lengua fue creando sinónimos para otras ofensas laicas de palabra: injuriar, insultar, difamar, vilipendiar, desacreditar, desprestigiar...

Pero lo peor de esta palabra no es cómo se ha registrado en los diferentes diccionarios, sino cómo se ha codificado en las leyes penales, como un grave delito que en diferentes épocas costaba al blasfemo propiedades, azotes públicos o, directamente, la amputación de la lengua. Y ante tal riesgo, los hablantes lo fueron circunvalando por la vía del eufemismo con expresiones como cagüendos, cagüenros, cagüensos, el kabenzotz vasco o el càgon dena catalán, o el muy inclusivo cagüentó. Desde 1988 la blasfemia dejó de ser delito en España, pero queda el de la ofensa a los sentimientos religiosos. Tan nebuloso que, para que un chiste divino no te dé un disgusto, tienes que poner una vela a los santos.

BLASFEMIA | La palabra del día de Isaías Lafuente
 
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