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versión impresa ISSN 1012-1587

Opcion v.24 n.56 Maracaibo ago. 2008

 

El esquema “L” como “cuadrado semiótico”. Un posible “rostro” del poder en la era capitalista mass/mediática

Edgardo Adrián López

Universidad Nacional de Salta (UNSa.).  Salta capital, Argentina. edadrianlopez@yahoo.com

“La ciencia no es sino una de las formas posibles de representar el mundo... (Hay que) admitir que la ciencia es una ficción... (Hacer) ciencia consiste en proponer... una ficción...”

Jorge Wagensberg(1)

“... (La) imaginación (es) esa capacidad de hacer infinitas combinaciones”

Ramón Margalef (2)

Resumen

El propósito de la investigación es no solo “entretejer” productivamente el esquema “L” y el “cuadrado semiótico”, sino postular a partir de esta “técnica” de mixtura un funcionamiento peculiar del poder en las condiciones del capitalismo actual. Como se sabe, el capitalismo contemporáneo se caracteriza por la multiplicación de aparatos que suponen nuevas formas de comunicación; pero de igual manera, por inéditos modos de reproducción del poder, dinámicas que están allende la “sociedad de control”.

Palabras claves: Lacan, Greimas, capitalismo, control, poder.

The “L” scheme as a “semiotic square.” A possible “face” of power in the capitalist mass-media era

Abstract

This study is intended not only to productively “interweave” the “L” scheme with the “semiotic square,” but also to postulate, starting with this mixture “technique,” a peculiar functioning of power under the conditions of present capitalism. Contemporary capitalism is known to be characterized by a proliferation of apparatuses that involve new means of communication, which likewise, due to unprecedented ways of reproducing power, involve dynamics which are far beyond the “society of control”.

Key words: Lacan, Greimas, capitalism, control, power.

“Demando, te significo mi demanda ... en el sentido de que Te significo algo, te significo mi voluntad ... (En ello se evidencia que) ... el deseo ... es el deseo del deseo del Otro, o el deseo de ser deseado ... (Trato) de enseñarles ... la dependencia primordial del sujeto (con relación) al deseo del Otro ... (Y el primer deseo al cual) el sujeto ... le ha echado el ojo (es) a aquel deseo del Otro que es el deseo de la madre” Jacques Lacan

Recibido: 31 de mayo de 2007 • Aceptado: 9 de julio de 2008

1. RESUMEN: CONJETURAS, PUNTOS DE PARTIDA

Si bien Greimas y sus más cercanos seguidores desconfiaban del Psicoanálisis —a tal nivel que fue una de las razones por las que “excomulgaron” a Kristeva (según el material lábil de los rumores), búlgara que en algún momento integró, aunque fuese indirectamente, el equipo conducido por el lituano en el contexto de indagaciones multidisciplinarias guiadas por Claude Lévi-Strauss (Zecchetto, 2005)—, intentaremos “hermanar”(3) el esquema “L” postulado por Lacan para diagramar los nexos entre el moi y el je, y el “cuadrado semiótico”(4) derivado de la lógica tomista, ridiculizado en la novela El nombre de la rosa, del vulgarizador (5) italiano de la Semiótica, Umberco Eco. Asimismo, podríamos añadir lo que sería oportuno bautizar como “cuadrado de las relaciones actanciales” (ir a Greimas, 1980:85-140). El entrecruce de los “modelos” acaso completaría los movimientos de construcción de la subjetividad, lo cual nos capacitaría, a su vez, para injertar las pasiones y los “diagnósticos” foucaultianos acerca del poder (ver ítem 4), con el horizonte de arriesgar una caracterización en torno a un nuevo perfil del poder (6).

Acorde con lo cincelado por Lacan en sus tres primeros seminarios, el esquema que explicita la “emergencia” del sujeto consiste en lo que sigue (Lacan, 1985, 1988).

a) En el intercambio simbólico, en la demanda con el Amo Absoluto por la injerencia del “pequeño” tirano y en el endeudamiento simbólico, visualizamos la conexión Imaginaria entre el deseo, el Yo y el “pequeño” déspota u otro.

b) Hay una dialéctica del Inconsciente o del Amo y del Esclavo. Se detecta en algún hojaldre de esa dialéctica mortificadora una “acción comunicativa” para desplazar lo Real, que es el dominio para promover una fabulación psicótica (en tanto niega la persistencia del enlace entre opresor y explotado) y una alucinación sobre la historia padecida por el Esclavo como sujeto sujetado.

Esta “acción comunicativa” es un modo de denegación.

Por lo demás, existe un sufrir del sujeto como Oprimido de ese Otro que es el Uno Autoritario (gráfico 1).

El Yo imaginario o “pequeño” sometido entabla un vínculo con el Otro Absoluto para referirse al sujeto escindido como un Esclavo que, a su vez, fabula una Historia con el Amo. Es decir, el moi habla con el Otro alrededor de la existencia “extraña” de un Oprimido que no se anima a terminar con el lugar del Tirano y con el Amo. Pero en ese “comunicarse” con el Otro, el moi hace de cuenta que el sujeto al que alude está constituido de una manera que a él no lo involucra. El moi, a su modo, no desea saber que en el estrato de lo Simbólico existe a manera de un Tiranizado domesticado por la socialización y la “acción comunicativa”. Pero, no obstante, el moi insiste en hablarle en tercera persona de “otro” sujeto al que se le presentan dificultades en sus nexos con el Sentido.

De allí que entendamos que Lacan (7) haya partido de la línea “2”, que va del Otro al Explotado, en un segmento muy discontinuo que quiere significar que el sujeto está, con respecto al Amo Sentido o Imaginario Absoluto, en una posición inestable e inconsistente. Por consiguiente, el pequeño esclavo no le advierte al Otro de un sujeto en cuanto referente seguro y determinable, sino de un sujeto problemático y que se desequilibra si ese Otro no escucha su demanda.

Creemos que el recorrido aconsejado por Lacan e interpretado así, puede enriquecerse sin alterar los enunciados anteriores. Quizá sea dable revelar incluso otras relaciones entre los términos.

2. INTRODUCCIÓN. HETERODOXIAS Y TRANS/MUTACIONES

Para releer el cuadro lacaniano de la subjetividad es necesario explicar los esquemas greimasianos, apenas mencionados en 1.

Por ejemplo, el cuadrado de los enlaces actanciales (8) —del lituano arrinconado durante muchísimo tiempo en las universidades francesas, en una oficinita en la que trabajaba “sepultado” por los libros a raíz de que sus colegas no lo respetaban ni como persona ni como profesional— establece que (gráfico 2):

Desde cierto ángulo, es creíble que el otro, el “Tú” lacaniano que se interioriza como “pequeño” opresor, se corresponda con el Tercero concreto de la figura de autoría greimasiana. Este Tercero sería, entonces, el Yo como réplica del Padre, id est, el “Yo ideal” (9) o “pequeño” amo (en otras palabras, el “Tú” introyectado en calidad de padre).

Ahora bien, según el lituano, este recorrido muestra cómo un Actante General suscita y gobierna un Sujeto colectivo (1) que, al operar a modo de un Tercero legítimo o Ideal, aflora como Uno, impersonal e “indiviso” (2). En simultáneo, el sujeto “carente” de contradicción deviene un “pequeño” opresor (3), en tanto el otro esgrime al Actante General con el aspecto de una ley que norma las relaciones sociales (4).

Nos queda el cuadrado de veridicción, a los fines de que este tímido y osado intento de reformulación del esquema “L” sea posible.

A pesar de todo lo que le hemos agradecido por su estructuralismo disparador, Greimas sigue muy de cerca una lógica formal que adopta los perfiles del binarismo, cristalizando sus intelecciones. Para otorgarles la dinámica que le haría bien al “cuadrado de veridicción”, decidimos “trasladar” el fluir de las relaciones actanciales al “cuadrado semiótico” (gráfico 3).

Es factible aprehender el lado de la mentira como el “topoi” donde acontece la veridicción, en cuanto proceso de elaboración de los efectos de verdad, para la construcción de un saber que reprime la existencia de otro conocimiento al que no se quiere aceptar. El hacer verdadero de lo discursivo y de la enunciación ocultaría un saber que se prefiere negar, a partir de la formación de otro conocimiento verosímil. Asimismo, el lado del Secreto puede imaginarse a manera del espacio en el cual se oculta el saber que se conoce, pero que asoma no conocido.

Teniendo en perspectiva el devenir actancial, quedaría (gráfico 4):

De acuerdo con el diagrama, el “cuadrado semiótico” se modificaría de esta forma:

a) El “Parecer” deviene No “Parecer” (1), en razón de que puede simular un “Parecer” y, consecuentemente, no serlo.

b) El No “Parecer” se trasviste en “Ser” (2) porque podría no asemejar la “nada”. Su “naturaleza” de No “Parecer” puede ser un engaño por el que finge no mentir, con lo cual miente y la supuesta verdad de su “apariencia” deviene en “Ser”.

c) El “Ser” fluye hacia el No “Ser” (3) en virtud de que puede parecer lo que dice ser, pero encubriendo así lo que no es o, “simplemente”, a raíz de que todo se transmuta o deja de ser.

d) El No “Ser” se convierte en “Parecer” a causa de que se homologa a una “nada absoluta”, pero au fond es un “ser” relativo. El No “Ser” no es todo lo negativo que asemeja ser y, por lo tanto, es un “Parecer”.

Según observamos, las oposiciones y contradicciones rígidas del “cuadrado de veridicción” son una cinta de Möebius que las desdibuja y que, a través del control de las operaciones del fármacon (10) /sinsentido (Derrida, 1975), dan aire al nacimiento de una coherencia que reprime una incoherencia de base, es decir, que reniega acerca de que se constatan problemas del sujeto con el Sentido.

3. FUNDAMENTOS TEÓRICOS: DIALÉCTICAS ENREVESADAS, LA (IM)POTENCIA DE LOS AMOS

El terapeuta (a) nota en las sesiones las dificultades que tiene el sujeto del Inconsciente (el je) con la enunciación y con el significante, en especial con el sentido que para el analizado adquiere el Falo.

Parte de esos conflictos con lo que habrá de ser el Falo en la vida del sujeto, procuramos interpretarla utilizando un “cuadrado semiótico” que explicite cómo se trata de controlar la aparición ingobernable del sinsentido que cuestiona al sujeto y lo hace sufrir. Este nuevo “cuadrado de veridicción” da lugar, en esa misma fabulación que enmascara el sinsentido, al desplazamiento de sentido en el cual el analista lee los síntomas (desbarranque que acontece sin que lo desee conscientemente el sujeto).

En un nivel más abstracto podemos comprender los nexos entre el Otro, el Falo y el Esclavo (sujeto escindido), de esta suerte: el Falo —que no es el pene en el cual Freud habría pensado en primera instancia y por lo cual fue blanco de las furibundas críticas de feminismos fundamentalistas que significan las diferencias de género, como si mujeres y varones fuesen enemigos protagonistas de una guerra solo finalizada con el exterminio de uno de los “adversarios”— es el significante-Amo (Lacan, 1992). Significante que actúa como un Padre del Opresor y que, como tal, le dona a este su carácter de Tirano. Pero resulta que el significante, al decir de Lacan en sus Escritos (Lacan, 1987a:5-55, 1987b), es un convidado de piedra y, en realidad, no es objeto de nadie, ni siquiera de ese Otro que es el Amo del sujeto. Por eso, en última instancia, el Déspota que pretende el Falo o, al menos, que procura detentar un control sobre él, está castrado, ya que el significante/Amo es estrictamente ingobernable e inapropiable.

El Explotado, por su parte, sabe que el Otro se halla castrado, pero como demanda reconocimiento para poder existir en calidad de sujeto, allí donde el “deber ser” sujeto tiene sentido, no desea saber nada acerca de ese imperativo. Para el Esclavo es propiamente intolerable que el Opresor no sea, a fin de cuentas, un Autoritario Absoluto, ya que, como Tiranizado, goza sosteniendo lo que él supone que es el goce de ese Otro.

Así, el lugar del Otro como Amo y su relación con el Significante par excellance se puede trasponer a un “cuadrado semiótico”, en el cual el “Ser” del Tirano “aparece” como poseedor total del Falo. El Dominador no es sino un “Parecer” y el “Parecer” del Significante (ser controlable por un alucinado Opresor) es un No “Ser”, ya que, como vimos, el Falo no es de nadie. Pero ¿quién construye este juego en el cual el Otro, que “debiera” garantizarle Sentido al sujeto que lo demanda, no puede ser estrictamente un Amo a raíz de que está castrado? ¿Quién teme enfrentarse con sus propias fuerzas al sinsentido respecto a que en el mundo, en la historia y en la vida no existe ningún Sentido como “refugio” que proteja? Ese sujeto es el Esclavo: a fin de cuentas, es él el que teje pacientemente su propio sometimiento a los esquemas simbólicos que, según su deseo, lo sostengan como sujeto y lo ayuden a construir la Unidad Primordial en la que creyó hallarse alguna vez.

Desde esta perspectiva, el vínculo entre el Otro y el Falo viene condicionado por el deseo del sujeto, el cual elabora un “cuadrado de veridicción” para soportar el sinsentido, lo Real, la Muerte, la castración, la Falta, el desencuentro, la soledad, el ser incomprendido, etcétera, a partir del que imagina poder asegurarse que el Déspota será indefectiblemente Amo y que el Falo será el poder que lo caracteriza y por el que él también luchará. No desea conocer que ese “cuadrado semiótico”, sin embargo, no cesa de borrar las oposiciones y que todo lo que allí asoma ingresa en devenires absurdos que dejan al Esclavo desorientado.

Si el “cuadrado de veridicción” funciona de acuerdo con las pretensiones del Siervo, como un esquema que sale de fiador sobre que sí hay Sentido y una significación “cuerda”, no deja, empero, de ser una mala treta para guarecerse de los embates de la “sinrazón” y del sinsentido. Podríamos agregar que el Poder también construye “cuadrados semióticos” para inducir en los sujetos la voluntad de saber o de verdad y, a través de ella, la voluntad de dominio. Esos “cuadrados de veridicción” generan binomios como “Ser”/No “Ser”, que se proponen gobernar las potencias “oscuras”, irregulares y fugaces del sinsentido.

Retomando el esquema “L”, podemos articular otro (gráfico 5):

a) Hacemos coincidir el Sujeto Uno greimasiano con el escindido. La explicación es: aunque sabemos que el sujeto lacaniano está dividido, no quiere conocer nada de la “línea” que lo fractura, id est, del Inconsciente y de lo Real que pulsan en él. Por esta enorme resistencia, percibida en la terapia, el sujeto fisurado pretende aparecer como Uno.

b) El Sujeto colectivo de la lógica actancial puede ser el Yo o moi del enunciado. Sin empantanarnos en una subjetividad neutral y trascendental que sería como un “horizonte”, ocasionando que cada Yo del enunciado sea a la vez parte y “representante” del Yo que subsumiría a los diversos egos, es dable afirmar que el moi en cierta escala no es individual (11). En cualquier enunciado, el Yo que se muestra está despojado de singularidad, de forma que remite siempre a un colectivo del cual extrae la función de “neutralidad” y “objetividad” en la sentencia.

c) El Tercero concreto greimasiano es el “otro” aconsejado por Lacan.

d) Por último, el Actante General es el Otro Absoluto.

e) El hecho es que el Dictador “Total” o Actante Colectivo deviene Ley que norma las relaciones sociales imaginarias con el otro (1). El moi o sujeto que revela sus marcas no individuales de socialización en el habla desplegada en la sesión, sin embargo, conserva su individualidad por las tensiones múltiples de lo comunitario. Se trasviste de sujeto dominado por un Sentido que lo gobierna, que le otorga la alternativa de existir como sujeto pretendidamente Uno y que padece su socialización y su individualidad (2).

El Dominado deviene un Subalterno Autoritario a fin de subsanar, de esta manera, la frustración de encontrarse dividido. Aparece así un fascismo de la Unidad, de la identidad, de la seguridad de lo que se es, a lo que se pertenece, a lo que hay que defender, por lo que se tiene que bregar, etcétera.

El Tiranizado intenta ser un sujeto Uno y se convierte en un “pequeño” monarca para otros, a quienes somete a una “jurisdicción” que gobierna su soberanía irreductible (3). El oprimido se transforma en un rey o príncipe espantoso contra los demás, en el uso de su propia soberanía (Foucault). Este “pequeño” Opresor de ese alter ego que, según Derrida (1977), sería propiamente indesignable en su diferencia radical, se cristaliza en el Gran Explotador (4). El “insignificante” tirano pretende ser el referente absoluto de toda relación social y de cualquier práctica, intentando presentarse, además, como el Fundamento para una “racionalidad comunicativa”.

En este caso, el Otro de los terceros emerge instaurando un espacio para el “diálogo”, pero reduciendo toda diversidad semiótica a los patrones de su propia “racionalidad comunicativa”. Crea la ilusión de un Estado “moral” de Derecho, en el cual podrían ejercerse las normas del “habla racional” (habla que es, recordémoslo, la articulada por el Amo (12)) con el “objetivo” de “solucionar” los conflictos. La “conversación” del otro con el Dictador “Absoluto” implicaría lo que Habermas elucubra en su Hermenéutica de la comunicación, ya que el pequeño opresor, al ocupar el “topoi” de un referente “total” de sentido, obliga al resto a entrar en el juego de una “racionalidad comunicativa” que ya está inscrita sutilmente en un contexto de dominio (Deleuze, 1989). Precisamente, son el funcionamiento y la “presencia” de un Poder lo que conmina a que el Otro legitime, con su rasgo de Tercero de los terceros, las condiciones de ejercicio de la explotación. El asomo de una “racionalidad discursiva” está estrechamente vinculada a la circunstancia de que todos deban constituirse como sujetos en el campo del Gran Dominador u Otro.

f) Según observamos, el lado del Secreto se inscribe donde nosotros ubicamos ahora al Siervo y al moi. Ello significa, pensamos, que el Yo se relaciona con el sujeto escindido en el espacio de un saber que desea aparentar no conocer. Lacan afirma que aun cuando el sujeto no se entera de aquello que lo impulsa a hablar, en realidad es el “sujeto supuesto saber” a causa de que el analista le “explicita” que ya tenía nociones acerca de no querer la terapia y le “denuncia” al paciente una larga lista de temas no deseados que afloren en ella.

g) Asimismo, la conexión del Esclavo con el Otro está del flanco de la Mentira o de la veridicción. En efecto, en el intercambio simbólico el Oprimido demanda un saber en el Otro, en cuanto supuestamente detenta el Significante. Pero como el Dominado conoce el saber que deniega, esa demanda se articula para ocultar que en realidad sí había un conocimiento sabido; por igual, se encubre el hecho mismo de que no se anhela conocer nada acerca de lo Real.

h) También se demanda asemejarse a lo que el Otro aflora ser en el goce, a fin de que el Subalterno entierre lo que él mismo no parece, esto es, un sujeto dominado y escindido. Lo que el Otro asemeja ser en el goce, según el Esclavo, es que sabe cómo gozar, en especial, de Eso que se imagina que no le falta, que es el Falo.

i) Por ello, Lacan sentencia que el Siervo carece del objeto de su deseo, es decir, se halla escindido de él y, por ende, no es ni completo ni Uno. Pero el Otro, acorde con la perspectiva del tiranizado, no únicamente goza, y de qué manera, sino que conoce los secretos para disfrutar de ese objeto que no debe faltar: el codiciado Falo. El Esclavo alucina que fantaseando con los goces del Dictador puede obtener, por vía muy indirecta, la llave para llegar a ser Uno. Con este consuelo de gozar con fabular cómo la disfruta el Opresor, el Subalterno se entretiene y se tranquiliza respecto de su condición de expoliado: basta gozar con el goce del Señor para ser como él. Esta dialéctica “endiablada” es una de las barreras que más dificultan las revoluciones: hay un Tirano o varios, porque existen quienes lo desean...

Estudiemos ahora la dialéctica entre el Amo y el Esclavo que se entabla entre el sujeto desgarrado y el Otro. Comprobamos que hay diferencias. Por ejemplo, el Oprimido se fabrica un “pequeño” déspota interno para acallar su saber y trasladar el conocimiento a ese Otro que le devolverá su propio mensaje de forma invertida, id est, como si viniese del Monarca en respuesta a las demandas del Siervo. Es ese Otro el que sabe, acorde con el pobre Dominado, qué es lo que “debe” realizarse para solucionar el drama de advenir como sujeto, aun cuando la aparición de él no tenga sentido en el lugar “indicado”.

Al Oprimido le interesa ser un sujeto que goza, no que invente estrategias para revolucionar la dialéctica de la explotación. Ciertamente, en el Esclavo insiste el saber que no es un sujeto Uno y que depende de otro, pero anhela con desesperación aflorar en calidad de sujeto (Lacan, 1985). En primera instancia, para no romper con la dialéctica del dominio (Lacan, 1991). Acude al Otro, al Señor en cuanto Tercero de los terceros, para que legitime (Lacan, 1992) su propio deseo de Explotado alegre y con el propósito de que ese Opresor le evite, con su “oferta de “diálogo”, ser un Parricida.

4. ANÁLISIS Y DISCUSIÓN. ¿OTRO FUNCIONAMIENTO DEL PODER, LOS PODERES, SU CLARIDAD, SUS NOCHES?

En virtud de que en la veridicción, en el establecimiento de las distinciones entre “Ser” y “Parecer”, en las dialécticas entre el sujeto y el Amo al que remite su deseo, entre otros innumerables aspectos, se involucra el Poder (13), nos ocuparemos en este apartado de una dinámica que sopesamos casi “nihilista”, pero de efectos disparadores (14).

En una fracción del texto que citamos de Greimas (1980), el lituano ofrece unos enunciados “codificados” que son factibles de ser aprehendidos a manera de una intelección divergente de algunas de las ideas foucaultianas.

Bien es cierto que no lo explicita, pero acaso no sea difícil hallar los puntos de sutura y de diferenciación entre ambos.

Si fuese viable simplificar una teoría plagada de meandros y profundidades en unas pocas oraciones de principiante, me atrevería a afirmar que Foucault establece (15) que:

a) El Poder no es una “cosa”, sino un conglomerado de prácticas en multitud de contactos.

b) Involucra praxis en tanto relaciones, juegos y redes de poder.

c) Tales nexos, juegos y redes de poder vienen desde todos lados y van hacia cualquier lugar. En este último aspecto, Foucault se acerca mucho a Weber (1992:43 y ss.), y, por ello, no faltaron quienes como Pierre Vilar (1982) o Fernández Liria (1992) lo caracterizaron weberiano más que estructuralista o posestructuralista.

El semiólogo estructuralista, no sin realizar genuinos vórtices intelectuales, da un contenido particular a esas premisas. Anhelaría abocetarlas para que se adquiera una panorámica antes de compenetrarnos.

En los apartados 2 y 3 del capítulo en que Greimas se ocupa de la “juricidad” de las “sociedades anónimas”, este “autor” sentencia que:

a) Cualquier práctica es un cierto “hacer” y todo “hacer” se encuentra modelado por un “querer”. Si es dable cincelar que en cualquier “querer” actúa el deseo y si en todo hacer palpita el poder, sería factible dibujar que el Poder está estructurado por y desde el deseo y que tiende a la concreción de anhelos.

Si Foucault dice que allí donde existen prácticas hay Poder, Greimas agrega que al costado de la praxis existe el deseo.

b) Si interviene el querer, en los nexos de poder que constituyen el Poder habitan contactos movilizados por el interés. Son, entonces, relaciones, juegos y redes de intereses (no había que aguardar (16) a Bourdieu para enterarnos acerca de ellos...).

c) Por lo mismo que el Poder anida en todas las “partes” que alberguen prácticas y deseos, insisten campos en los que “no estᔠy momentos en los que “no existe”. De igual espíritu que Foucault, Greimas opina que el Poder, más que prohibir y reprimir, convida a hacer. De cierta interpretación “rebuscada” del lituano sería argüible que el Poder (17), más que estar “presente”, se torna “ausente”, y más que “ocupar” espacios, induce “vacíos”. Aunque suene paradójico, el Poder es tanto más sutil, estratégico, efectivo, anónimo, no detectable, difuso, etcétera, cuando logra el éxito de motivarnos a creer que “ya no estᔠy que es dable toparnos con un lugar, con instantes, con segundos de alivio en los que “parece” no incidir (18).

Consideremos ahora el significado semiótico del “hacer”: el “querer” lo sobredetermina. Aquel elemento de las modalidades greimasianas resulta definido, a su vez, como un enunciado abstracto sobre el “hacer”. La estructura lógica de esa sentencia es: (Un) F (quiere) [S (alguien); O (algo)] (1), donde “F” es el enlace entre el sujeto “S” y el objeto “O”.

En virtud de que el “hacer” es una práctica “hipnotizada” por un objeto, la afirmación estipula implícitamente que el objeto también cuenta con una estructura (2): O = F1 (haga) [S (alguien); O (algo)]. La fórmula general (3) sería que (Un) F (quiere) {S (alguien); <O (algo) = F1 (haga) [S (alguien); O (algo)]>}, lo cual podría rescribirse en una secuencia trivial: “un ‘alguien’, con poder de anhelarlo y de cierta coerción ‘amable’, quiere que otro alguien haga algo”.

Según Foucault, el Poder incita a crear y producir de modo que la fórmula greimasiana, que aflora a primera vista como una construcción innecesaria para comunicar algo plus ou moins obvio, indicaría que “Un Poder desea que algún sujeto haga algo”. Para el lituano, un “sujeto” es el que está dotado de un “querer” y que busca sin fin, al igual que un personaje animado que va siempre tras su amada bellota, el objeto de deseo de ese anhelar. Resulta de ello que el Poder sería imaginable a manera de un “Sujeto” que tiene por objeto de deseo a los sujetos que lo hacen posible, y que esos “agentes” sociales alucinan lo que un Poder los invita a desear.

La “conjunción” entre el “querer” y el “hacer”, que nunca es total puesto que Greimas acepta que el animal humano se apropia de jirones de los objetos anhelados, lo denomina con exactitud “interés”. Como es factible aconsejar que el Poder opera a manera de un “Sujeto” deseante, en tanto quiere y realiza su deseo, las relaciones, juegos y redes de poder son nexos de deseo e interés, tal cual lo hemos enunciado supra. Por añadidura, sabemos que no todos los intereses son iguales: los hay personales y egoístas; existen abnegados con respecto a terceros y surge la sensación de que el practicante de una “ética” comunista de la delicadeza para con los otros, le ofrece a esos terceros lo que él también quisiera, donándoselo como si desde siempre el objeto hubiera sido deseado únicamente por esos terceros. Hay supuestos intereses aceptados por “responder” al interés “general”, que en realidad son un interés que es una treta para no parecer ante la sociedad como despiadados ególatras.

Si el Poder se constituye por conexiones de intereses y si estos varían, el Poder se trasviste desde determinadas relaciones, juegos y redes a otras. Greimas nos habilita a inferir lo que Foucault había anticipado: como el dinero, protestaría Marx, el Poder es el flujo, lo inestable, lo menos seguro.

CONSIDERACIONES FINALES: ¿CONCLUSIONES?

Ahora bien, de esa nueva premisa es creíble arribar a que el Poder se hace más poderoso cuando es tan inestable que aparentemente se vuelve “no poder”. Ya adquirimos la idea de que el Poder es un Sujeto deseante y que los intereses son legítimos y permisibles, siempre que estén acordes con lo social consensuado. El Poder en cuanto “Sujeto deseante” socializa los deseos de los individuos que lo constituyen e impulsa a sus reproductores a “abandonarse” y masificarse. Pero una vez que aconteció, el deseo inyectado por el Poder ha sido satisfecho en una escala necesaria y, por ello, el Poder se “anula”, con lo que la “unidad” de Poder es cada uno de nosotros. Ocurren procesos de “observación” no voluntarios y no conscientes en redor de acontecimientos de idéntico carácter: aparatos que registran el pulso, que decodifican el movimiento humano para “imitarlo”, etcétera.

Sí, hay un “pacto hobbesiano” para ser gobernados; sí, asumimos un “trato lockeano” que nos convence de que el gobierno, como mal necesario, es preferible a la anarquía; sí, respira un “pacto social” que nos aglutina sin permitirnos diluir las fronteras de la cultura; sí, insiste un “contrato de normalidad” por el que nos domesticamos (19). Con todo ello y más ya no es imprescindible un Poder panoptizante ni informático que nos vigile y controle; nosotros alimentamos dentro de la psique, del Inconciente y del deseo lo que nos vuelve máquinas de poder. El control en espacios abiertos no parece ser todo lo que este poder tiene en su “arsenal” para gobernar, sujetar, conducir, etcétera, nuestras tenues vidas, que son delicado aire, parafraseando a Shakespeare (acusado de plagiario por algunos, de “testaferro” de Marlowe o un mero pseudónimo de Bacon).

Un cierto “viejo” poder “aplastaba” a ese otro “intolerable” que fue o es el mendigo, que por donde iba resultaba

“... apaleado, encadenado y expulsado...” (Shakespeare, 2006:89). “... (En) las ciudades hay alzamientos; en los campos discordia; intrigas (en las altas esferas)... Conjuras, tramas secretas, maldad, y todos los desórdenes imaginables se alían... y nos persiguen sin tregua hacia la tumba” (Shakespeare, 2006:29).

Ahora, en esta época en que la Corona de Lear es la tarjeta de crédito y “luego” (20) que los ciudadanos o súbditos han interiorizado conductas, absorben los principios de visión, las clasificaciones, las separaciones, los “apartheid”, los ghettos, las axiologías, etcétera. El Poder ansiado otorga “regalos”; sabe que tiene que “ausentarse”. Su hegemonía nunca es tan contundente como cuando no es imprescindible su “presencia” continua. Los individuos, engarzados a diversas máquinas (celulares, beepers, etcétera), vigilarán, codiciarán, excluirán, mortificarán, pensarán, maldecirán, prometerán, fingirán, acorralarán, imaginarán, sancionarán, permitirán, condenarán, reirán, prohibirán, gozarán, darán bienvenidas, promoverán a unos, reventarán a otros, seducirán, anatemizarán “en lugar” del Poder.

Este “Sujeto” deseante invisibilizado que es el Poder, según lo que argumentamos a partir de un Greimas “retorcido” por nuestras modestas fuerzas, no requiere ver a causa de que observamos por él; ya no oye ni habla ni crea, no produce ni incita, etcétera, porque los que son sus “elementos”, que son ciudadanos o súbditos, lo trabajan todo, en vez de este Poder igual de difuso que el de Foucault y el de las sociedades de control, pero más astuto, más astuto. Ese Poder que “no estᔠestando, que es una circulación y un “vacío”, es un “fantasma” que es poderoso precisamente a raíz de su “inmaterialidad”, “labilidad” y “ausencia” (es un Poder que pensamos con las categorías de cierto Derrida). Quizá habría una Matrix: nos seduce, pero no sabemos dónde se halla, “algo” gesta sueños, utopías, pero no nos es factible “identificarlo”, nos tienta con motivos para vivir y creer; sin embargo, nunca nos imaginamos que “viene” de nuestro “interior” (21).

Cuando la conciencia crítica y la acción política de resistencia se adormecen y se dopan con el “marketineo” que torna deseable una casa, un nuevo auto, las playas, la última computadora, el equipo que es televisor/cine, la pareja a “tono”, el nuevo ascenso, los honores académicos, los reconocimientos, el alucinar que se está “más allá del bien y del mal”, que se es apto para la transmutación de todos los valores, etcétera, y se nos convierte natural comportarnos “como de costumbre en una larguísima cadena de hastío”, es cuando el Poder se hizo invisible (22) y nos volvió sus “unidades”.

No está de más advertir en este “pesimismo” de la inteligencia (Gramsci), que el saber, las ciencias, son formas especiales del “hacer” y del “querer”, de modo que son también una de las caras de este Ultrapoder (23) que se nos torna casi imposible describir con el “sol negro” de un “lenguaje calcinado” (Gelman). Y quedará esa maravillosa pregunta del texto mejor escrito de Foucault (1990:175-211): ¿siempre estaremos en un más acá del Poder, de lo que dijo y nos hace decir, de lo que hace y nos impulsa a hacer?; ¿no habrá forma de cruzar la “línea”? Sí, acaso esa belleza que es la revolución, ya declarada tantas veces muerta, aunque seamos capaces de horrores espantosos y crueldades ridículas.

A propósito, Proust nos relata —en el vol. 4 de su tratado sobre cómo alcanzar una permanencia eterna en una vida finita (1998b:318) y acerca de si son, tal vez, el amor y el arte (1998b:174, 286) lo que nos tiñen de inmortalidad— que monsieur de Charlus, recordado como un barón de altísima alcurnia en la Francia de los tiempos de Dreyfus, contaba en realidad con numerosos títulos, uno de los cuales era el de príncipe (1998a:417), pero únicamente sus muy allegados lo sabían. Sentía desprecio por todo lo que no inquietaba su aguda inteligencia y por lo que no fuera de su “nivel” social, tal como acontece con nuestra “salteñidad” de apellido, aunque sin la ventaja de la lucidez.

El barón, únicamente identificado como tal en “salones” de escasa “estirpe”, debía fingir masculinidad cuando desde hacía años se sabía, sin hacerse ese conocimiento explícito, que el orgulloso príncipe era homosexual. Ante madame Verdurin, superficial mujer que debió padecer en más de una circunstancia los “ninguneos” con estilo del noble, monsieur de Charlus “... desplegó todas las seducciones de una gran dama...” (Proust, 1998a:375).

Muchos como él suelen alegar que no tienen tiempo, con el solo objetivo de sentir “... la satisfacción... de (no) hacer lo que hacen los demás” (Proust, 1998a:529). El asunto es que madame Verdurin, con ese ejercicio del poder del cual hablamos y en el que el otro Poder se encuentra invisibilizado, porque somos los mecanismos terroríficos y “dulces” que lo alimentan, arregló una velada en la que humilló a Charlus con la declaración de sus preferencias, haciéndole creer un poco antes de esa miserable actitud que era el alma de las fiestas que se daban en la mansión venida a menos, (análisis sociológicos (24) hilvanados en el volumen 5).

Mientras se tocaba la pieza musical que había sido el tema de amor de Swann y Odette, y también el de Proust y su “prisionera” Albertine, madame Verdurin ejecutó la psicopatía que goza con la destrucción de la vida y de la existencia de las personas, como suele acontecer también en los “parques jurásicos” que son las academias, las administraciones, los gobiernos, el Estado, las instituciones y los lugares de enseñanza.

Marcel observó que

“... todos rivalizan (con) quién hablará peor de los demás...” (Proust, 1998b:344). Su espíritu sensible quería irse antes que en “... casa de los Verdurin... se realizara la ejecución de Charlus” (Proust, 1998:345): la señora le dijo, entre otras confesiones, al que era el joven amante del Príncipe que ya todos los señalaban con el dedo (Proust, 1998b:349). Observando con alegría cómo discutían en un aparte los dos enamorados repentinamente desdichados por la injerencia de lo feroz, el barón de Charlus no tuvo más que retirarse; se corrió el rumor de que se lo había expulsado por haber intentado violar a un músico en alguna ocasión (Proust, 1998b:357).

Y aunque este novelista al que tanto prefiero no superaba su propio conservadorismo, parece aconsejar (¿quizá con algo de “ingenuidad”?) en su narrativa poética que un modo de comenzar por la gloriosa revolución es a partir de microrrevoluciones (Guattari) en las que se procure “... siempre (y) en lo posible, no causar pena” (Proust, 1998b:50). Gelman, en uno de sus infinitos poemas dolidos, enunció que el Arcángel Samuel, Lugarteniente de Luzbel caído y encargado de ejecutar los fallecimientos que los humanos adjudican a la voluntad divina, era Muerte y nada más que eso. A pesar de su complejidad, de sus tretas inagotables, de sus mutaciones continuas, el poder será poder y nada más (¿el poder será poder y nada más?) ¿Dependerá de nuestros humildes devenires eludir el eterno Retorno del Poder, de los poderes? “... El tiempo lo dirᔠ(Shakespeare, 2006:46), a pesar de que parezca haber siempre, siempre venganza, “... peste... ¡Confusión! ¡Arrogancia!” (Shakespeare, 2006:69).

Notas

1. Wagensberg (1990:10).

Of course, no negamos con el epígrafe que la realidad exista ni incurrimos en contradicción con una postura marxista y materialista que se “inaugura” con el estudio de las redes y juegos de poder y con el relevamiento de la lucha de clases. La cuestión es que si la puja entre clases “no es” sencillamente una ficción, cuando principiamos a discutir qué habrá de englobarse con los lexemas “clases” y “lucha” nos anoticiamos que construimos referentes distintos, acordes con tradiciones teóricas disímiles. De allí que, acaso, haya que elaborar referentes y emplear nociones que sean revulsivas para los establishment de turno.
Por añadidura, aspirar a que las ciencias no fabulen y no sean discursos, aunque sean mucho más que eso, es caer no solo en el autoritarismo epistemológico y metodológico (aun cuando no avalen casi nada las fatuas pretensiones de la epistemología y de las obsesiones metodológicas...) de alucinar que la palabra dicha es la realidad, sino ignorar la argumentación de raigambre lacaniana que, al aceptar que el registro del lenguaje y de lo Simbólico no puede integrar todo en su seno, estipula que precisamente por esta sana impotencia hay realidad y lo Real. Ahora bien, el asunto es que no siendo viable codificar sin excedente en el lenguaje y en lo Simbólico, lo que nos resta, y no es poca cosa, es fantasmatizar lo Real y la realidad, id est, insertarnos en lo Imaginario.

2. Margalef (1990:113).

Tampoco una toma de partido como la que enarbolamos significa negar la cientificidad de las ciencias. Pero asimilar esa racionalidad no implica creer en los delirios positivistas que hilvanan posiciones supuestamente no positivistas acerca de que las ciencias son la forma de la Razón par excellence (aserto que ubicamos en un Habermas).

Igualmente, no se trataría de un “giro lingüístico” por el que el “todo vale” de Feyerabend resultaría institucionalizado; aunque esta postura sí conlleva un modo de argumentación científica, que no se engañe respecto a los crueles o delicados mecanismos de poder entretejidos en las ciencias en la medida en que los científicos son propensos a las mismas bajas pasiones de cualquier habitante en cualquier ciudad (tales como integrar “camarillas” que acaparan recursos, excluyen, marginan, estigmatizan, etcétera). Por último, aunque no menos importante, “debiéramos” ser conscientes de que cuando nos incomodamos y procuramos “defendernos” de un presunto “ataque” a la cientificidad de las ciencias y de nuestra práctica, frente a planteos como los que se ventilan, estamos enredados en un proceso de identificación por el que anhelamos ser considerados científicos, debido a que, tal cual lo esgrime un brillante Foucault, al reclamarnos científicos queremos excluir, vigilar, castigar y/o controlar otras prácticas, otros saberes, otros “recortes” subjetivos. En esta toma de partido hay una apuesta por una cientificidad “blanda” que permita la explicitación de las miserias de la razón científica: no más, no menos.

3. El último epígrafe viene de Lacan (1999:278-279). Yendo hacia otros “contornos”, indicamos que como innumerables trabajos, esta monografía es de aproximadamente del 8 de septiembre de 1991.

4. Aunque no se agote en ello, es dable abocetar al citado “cuadrado” como “cuadrado de la veridicción”, según lo insinuado en la compilación de Zecchetto.

5. Si puede resultar un calificativo irritante y soberbio, grafica lo que opinamos de los estudios de un investigador que, excepto contadas publicaciones, aportó pinceladas a la Semiótica europea.

6. La utilidad de esta hipótesis acaso podría constatarse en el estudio del funcionamiento del poder en las condiciones modificadas del capitalismo llamado “tardío”, que cuenta con un despliegue impresionante de las tecnologías de la comunicación, de la información y de la vigilancia. La Internet, el escáner de iris, los archivos de rostros y de huellas digitalizadas, las cámaras que se guían por el calor que despiden los cuerpos, los chips subcutáneos, las cámaras de seguimiento instaladas en las ciudades, las ondas de alta energía que funcionan como “rayos X”, etcétera, mostrarían ese “topoi” en el que, aparentemente, el poder es más efectivo en la escala en que se “ausenta” (cf. Infra).

7. A diferencia de lo que concretaremos infra, entendemos que no es viable emplear la “z” del esquema “L” para alterar los otros sin incurrir en desbarajustes lógicos (aun cuando no tengamos tampoco demasiada fe en la Lógica, en especial, por las enseñanzas que derivamos de Kurt Gödel).

8. Greimas infiere este “cuadrado” del extenso y pormenorizado análisis que realiza de las sociedades anónimas y de los contratos comerciales.

9. No nos estamos refiriendo aquí a las distinciones entre el “Yo ideal” y el “ideal del Yo” (que en una traducción rigurosa tendría que equivaler, para más claridad, a “idea del Yo” o “idea simbólica del Yo”, para que, entonces, el “Yo ideal” emerja al estilo de un “Yo en lo Imaginario”).

10. Empero, ello no significa que neguemos que Lacan arranca de la necesidad de singularizar el deseo del paciente en la terapia y de indagar en su peculiar estructura psíquica.

11. Empero ello no significa negar que Lacan arranca de la necesidad de singularizar el deseo del paciente en la terapia y de indagar en su peculiar estructura psíquica.

12. Si tuviésemos que ser lacanianos estrictos habría que apelar de modo continuo a las palabras “Esclavo” y “Amo”, reiteradas casi hasta la saciedad; empero las condiciones “literarias” de un estilo que siempre respetamos, nos conducen a buscar sinónimos que rasgan la fidelidad a la teoría.

13. Como siempre estamos propensos a ser objetados en el ámbito del conocimiento, aprovechamos para “tatuar” que el lexema en mayúscula es usado para separarlo de cuando tematicemos el poder en un nivel de abstracción desigual en el que se ubica Foucault.

14. Pensamos que los deslindes epistemológicos, metodológicos y las tomas de partido que hemos abocetado en los inicios del artículo —aun cuando concibamos que la epistemología y la metodología son tributarias de un “zarismo” en el pensamiento (tal cual lo comprende el licenciado Jorge Lovisolo, de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Salta)— son impostergables en los análisis, sean estudios de caso o no. De lo contrario, no únicamente no aclaramos qué entendemos qué son las ciencias, cuáles son los alcances de la argumentación científica, qué lugar le otorgamos a las fuentes, etcétera, a los potenciales interlocutores, sino que permanecemos constreñidos por nuestros automatismos ideológicos, alucinando que tales prolegómenos son ociosos y propios de investigadores de “escritorio”, que no se ensucian las manos con los ácaros de los archivos o con el polvo del estudio de campo.

15. Al menos, tales “axiomas” serían válidos para la “etapa” en la que el filósofo galo “inflexiona” en redor de una “arquitectura” del poder que es disciplinaria y panoptizante. Luego, y de manera simultánea a intelecciones de Virilio, argüirá que la sociedad de consumo, a partir del uso de tarjetas de crédito, se maneja con una lógica del poder que es “control al aire libre”. Si se aceptara la osadía, agregaríamos: un Poder que se diluye o disemina en una comunidad medio/lógica y mass-mediatizada, cuya estructura continúa siendo la “succión” de plusvalía para la reproducción en escala creciente del capital y para el sometimiento de la complejidad de lo humano a los imperativos de acrecentamiento del valor autócrata.

16. En cierto modo, el intelectual galo fue posible en virtud de que antes hubo un Lenin que interpretó de una manera algo tosca los giros de Marx. Si entendemos que en lo material hay intereses y que los intereses que parecen ser los menos interesados se hallan condicionados por lo material, que era una de las tantas cuestiones ventiladas por el fallecido en Londres —sentencia ignorada por el bolchevique ruso—, el sociólogo muerto en 2002 no tendría que haber bregado demasiado para imponer como evidente lo que ya se había dicho.

17. Entendemos perfectamente que Foucault advierte que no hay El Poder, aunque adjudique esa intelección en alguna medida a Marx y los marxistas, pero en el palimpsesto había que distinguir los matices de sentido de las expresiones y no se me ocurrió otro “camino”.

18. Aunque con la mayoría de las personas con quienes solía en esos tempranos años tornear estas ideas (señor Roberto Ortiz Lazarte, señor Rubén Gallegos, licenciado Miguel Costilla, doctora Viviana Cárdenas, doctora Elena Altuna), ya casi no guardo contacto por múltiples razones y sinrazones, la honestidad intelectual impostergable en el ejercicio del pensamiento me hace admitir que ellas también son coautoras de lo que así lleva “mi” seña.

19. Entre los años 1996 y 1997 se desplegó en la Facultad de Ciencias de la Salud y Servicio Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata, una serie de cursos de posgrado. Uno de los resultados fue la publicación de un libro en el que dos de las incontables autoras opinan con hermosa osadía que los “... socialmente llamados ‘locos’ se constituyen en chivo emisario..., lo cual evita que los supuestamente ‘no locos’ se pregunten acerca de su propia locura” (Martino et ál., 2002:71). Entonces, “... ¿quién está sano? (;) ¿quién está enfermo?...” (Martino et ál., 2002:77).

En otro artículo se reviven las palabras desesperadas de uno de los escritores más revulsivos de la historia no institucional de la Literatura, subrayando que todo “... delirio es una declaración política” (Mantero et ál., 2002:83). Antonin Artaud expresó que no se podía “... admitir que se impida el libre desenvolvimiento de un delirio, tan legítimo y lógico como cualquier otra serie de ideas y de actos humanos... Los locos son las víctimas... por excelencia de la dictadura social... La locura y la poesía enuncian aquello que la sociedad... se niega a escuchar. Este es el discurso revolucionario..., que... cada uno expulsa de sí por resultar intolerable” (Mantero et ál., 2002:85).

20. No existen un “antes” y un “después”; las palabras devienen torpes a estas alturas.

21. La abundancia de comillas es para remarcar lo impreciso que es el lenguaje aquí, cuando tendríamos que arribar a la mayor de las exactitudes...

22. Un porcentaje significativo de la hipótesis que atraviesa este llagado palimpsesto me fue develado por el artesano autodidacta Edgardo Humberto López, obligado a (mal)vivir por las neoliberales políticas de salvaje ajuste de los obsecuentes con las potencias extranjeras, que son el gobierno de facto del planeta contaminado.

Que vaya en estas líneas un sentido homenaje a las familias brutalmente desalojadas de un improvisado asentamiento llamado “San Expedito”, sin la orden judicial pertinente, por los efectivos de la Policía de Salta, Salta capital, Argentina, el 27 de junio de 2007.

23. La expresión no tiene que ver tanto con un “Súper Poder” como con un poder que sería sutil, mañoso, intrincado, complejo, mezquino, etc.

24. Si hemos asumido los abismos, que para muchos suenan a mera “poesía” y no a práctica científica “seria”, respecto a que las ciencias ficcionan, qué más coherente con esta toma de partido y esa vista desde un punto (Bourdieu dixit), que traer a colación un análisis efectuado en el “otro” polo de una cientificidad de filiación positivista, demasiado confiada en las luces de La Razón y en la inocencia de los efectos de la “verdad”, cual es lo literario y la Literatura...

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